Escritores de cine. Relaciones de amor y odio entre doce autores y el celuloide de José María Aresté

De pronto surgen libros con ideas muy interesantes. Y uno de ellos es éste que tengo ahora entre mis manos. Las tormentosas y a la vez maravillosas relaciones entre escritores y el séptimo arte. 

José María Aresté se centra en doce autores. Y, además, con un punto en común muy claro. Que los doce tienen o tuvieron algún tipo de relación directa con los estudios cinematográficos, con Hollywood. Su relación de amor-odio enriquece este estudio que además proporciona no sólo ganas de ver buenas películas sino de iniciar lecturas de libros maravillosos. Dos en uno. 

Los protagonistas son Paul Auster, Ray Bradbury, James M. Cain, Truman Capote, Michael Crichton, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Graham Greene, Enrique Jardiel Poncela, David Mamet, Arthur Miller y John Steinbeck. José María Aresté narra de manera completa, sencilla y amena las trayectorias literarias y cinematográficas de estos autores y deja un ensayo que da ganas de más. Te despierta el ansia de mucho más. Las relaciones de la literatura y el cine son largas e interminables…, y adentrarse en ese mundo es un regalo que no hay que perderse. 

Gracias a las reflexiones de José María Aresté, me he puesto a recordar cómo entré en contacto con los escritores de los que habla. 

Paul Auster, un escritor que me encanta, lo descubrí antes en sus relaciones con el cine que como escritor. Me dejé atrapar por las imágenes de Smoke y Lulu on the Bridge. Después, me enganché a su literatura con El mundo de las ilusiones y la misteriosa vida de ese actor cómico de cine mudo perdido, Hector Mann. Todavía sigo descubriendo una y otra novela. 

Mis relaciones con Ray Bradbury y Michael Crichton son mínimas. Nunca los he leído –aunque siempre hay tiempo–. Respecto a Bradbury, no es la película que más me gusta de François Truffaut pero me llamó mucho la atención –primero lo que leí sobre ella y después su visionado en dvd– Fahrenheit 451. La historia de ese bombero que se dedica a quemar libros prohibidos pero que se va transformando al conocer a una rebelde y se va empapando del amor hacia los libros. Luego, Aresté me ha descubierto que seguía en contacto con él con el Moby Dick de John Huston o con Rey de reyes de Nicholas Ray.De Crichton tengo que decir que me puede esa cosa tan fea que es el prejuicio. No me atrae en absoluto. No he leído ninguna de sus novelas ni me he dejado llevar por parques jurásicos, congos, comas, esferas, twister, acosos…, siempre tendré tiempo de dejar a un lado estúpidos prejuicios y descubrir tanto su literatura como su trabajo en el cine como guionista, director y productor. 

El cine negro y James M. Cain llamó a mi puerta con la versión de Jessica Lange y Jack Nicholson de El cartero siempre llama dos veces. He de decir que tampoco lo he leído pero su trabajo me fascina como guionista en Perdición de Billy Wilder. Es una película que nunca me decepciona y siempre queda en mi memoria el personaje magistral y ambiguo de Barbara Stanwyck. Me encanta como Fred MacMurray –con un personaje gris y normal– y Edward G. Robinson –con ese personaje que trata de poner orden en el rompecabezas a través de su profesionalidad– son simples marionetas para una historia de perdición. A partir, de la escena de Barbara bajando por las escaleras y mostrando su pulsera en el tobillo…, me encanta esta prenda.Hace poco también tuve oportunidad de dejarme enredar por una historia de pasiones y asesinatos, con unas protagonistas de lujo: una madre y su hija díscola en Mildred Pierce (Alma en suplicio) de Michael Curtiz. Esta película fue una adaptación más de una de sus novelas. Queda en mi cabeza la fuerza de Joan Crawford y la maldad disfrazada de inocencia en Ann Blyth. 

Con Truman Capote, el idilio viene de lejos. Leí antes que nada, por aquellas lecturas universitarias, A sangre fría, que me impactó como la película de Richard Brooks. Pero ya era una admiradora de la película Desayuno con diamantes que habré visto tropecientas mil veces. Cuando me compré la novela de Desayuno en Tiffany por anagrama, me encantó. Esta novela corta la releo una y otra vez. Me fascina el personaje de Holly. Y aunque película y novela son distintas, disfruto con ambas. Me llama la atención leer que uno de sus primeros trabajos en el cine como coguionista fue trasladar a la gran pantalla una historia de Cesare Zavattini. El intento de llevar al neorrealismo a Hollywood con Estación Termini (cómo habría cambiado la historia de esta película si la protagonista hubiera sido otra y no Jennifer Jones). La personalidad de Capote llama la atención por distinta. Me río de su papel extravagante y fuera de lugar en Un cadáver a los postres, me enfado con la mediocre Capote –que hizo ganar un oscar a Philip Seymour Hoffman– y me dejo atrapar por sus relatos breves. 

 

A William Faulkner, le temo. Varias veces he intentado acercarme a su obra y me ha costado. Le he leído poco. De nuevo es el cine el que me une a su trabajo. Como coguionista se ve su firma en las dos películas que cimentaron la leyenda de Lauren Bacall y Humprey Bogart: las inolvidables Tener y no tener y El sueño eterno. También, recuerdo lo que disfruto con los grandes melodramas de los años 50 que se sirvieron de sus argumentos. Me refiero a Ángeles sin brillo de Douglas Sirk o a El largo y cálido verano de Martin Ritt con un Paul Newman siempre bello. 

Por el dandy Scott Fitzgerald siento debilidad y por su historia de amor y sufrimiento junto a Zelda. Su novela de El gran Gatsby es de las pocas que he leído más de dos veces. La versión que se filmó con Mia Farrow y Robert Redford la recuerdo con cariño. Y me dejo atrapar de nuevo por el mundo del melodrama poblado de grandes estrellas en las adaptaciones de La última vez que vi París o Suave es la noche. 

El británico Graham Greene se merece un altar particular por su guión de El tercer hombre. Una adaptación perfecta de su propia novela donde conocemos la ambigüedad de Harry Lime (un Orson Welles brillante) –esto sí que es ambigüedad y no lo que presencié el otro día con El buen alemán–. El escritor creó historias donde reflejaba las contradicciones del ser humano como nadie.A Greene se le ha revisitado últimamente con dos muy buenas películas de Neil Jordan y Phillip Noyce, El fin del romance y El americano impasible. 

José María Aresté recuerda con Enrique Jardiel Poncela una historia fascinante –pero poco estudiada o mejor dicho transmitida– sobre aquellos escritores, de la otra generación del 27, que volaron a Hollywood en la época de transición del cine mudo al hablado para escribir los guiones de las versiones españolas que se realizaban de las películas americanas. Este dramaturgo divertido además muestra como también hubo escritores dorados en España que podían crear las mejores screwball comedies. 

De David Mamet persigo nerviosa e interesada su idilio con la pantalla. Y ahí se termina mi relación con él, no he leído nada. Sí he admirado su trabajo en el cine. Recuerdo que cuando se estrenó fue una de las películas que más KO me dejó al salir del cine. Estuve días y días pensando y dejándome llevar por las imágenes de Vania en la calle 42. 

El idilio con Arthur Miller empezó cuando yo era muy adolescente y me encantaba pillar todas las obras de teatro que tenía a mano. Mi madre conservaba una colección de libros muy pequeños que eran obras de teatro de los grandes. Ahí descubrí La muerte de un viajante y Todos eran mis hijos. Además, ya me interesaba por las historias y biografías de los actores y directores y me encantó descubrir que este señor había sido uno de los grandes amores de Marilyn Monroe. Después, todo han sido descubrimientos. Las adaptaciones de sus obras al cine y ese guión melancólico e incomprendido que nos regaló para una película cisne, Vidas rebeldes. 

Y termino mi recorrido nostálgico con John Steinbeck. Del que he leído tres de sus novelas que me fascinan. Creo que vino antes James Dean y al Este del Edén. Esa película me impresionó en mi adolescencia y no paré hasta conseguir la novela que me la trague de un plumazo. Me encantó el universo atormentado de Steinbeck. Después, vino la búsqueda de otra de sus obras que disfruté mucho y que siguió abriendo mi fascinación por los años 30, Las uvas de la ira. La película de John Ford atrapa su espíritu. Y, por último, probablemente mi favorita, De ratones y hombres. Me entusiasmó la adaptación cinematográfica de Gary Sinise y hasta que no conseguí la novela, no paré. No me decepcionó, me adentró más en el universo de los dos perdedores, Lennie y George.

(Escritores de cine. Relaciones de amor y odio entre doce autores y el celuloide de José María Aresté, Espasa Calpe, Madrid, 2006) 

Binta y la gran idea

El otro día tuve la oportunidad de poder ver el corto de Javier Fesser, Binta y la gran idea (que estuvo nominado a los Oscar este año). El cortometraje forma parte de En el mundo a cada rato que contiene otras cuatro historias que abordan las cinco prioridades de UNICEF: la educación de las niñas, el desarrollo integrado en la primera infancia, la inmunización, la lucha contra el VIH y la protección contra la violencia, la explotación y la discriminación. 

Con En el mundo a cada rato se comprueba como el cine puede ser reflejo de la realidad y un instrumento maravilloso para la sensibilización y para abrir los ojos a otros mundos, otras realidades y otros puntos de vista. En este caso, a la protección de los derechos de la infancia en el mundo. 

Javier Fesser regala una historia tierna, inocente y muy bella. Una historia que narra una niña de siete años, Binta, que vive en Senegal. El director da una visión de África que me encanta. 

Fesser muestra a través de una historia muy sencilla el corazón y la riqueza de África. A través de Binta, que es una niña feliz que acude al colegio y aprende cada día los secretos de la vida. A través de su padre, un humilde e inteligente pescador que no para hasta poder llevar a cabo una idea que cree ayudará al progreso de la humanidad –y no le falta razón– portando una carta que le ha ayudado a escribir su pequeña hija, Binta. A través de su prima Soda, una niña que trabaja y trabaja y no goza del privilegio de ir al colegio y aprender. A través de la madre de Soda, que sabe que no se puede llegar lejos con su analfabetismo y que no quiere lo mismo para su hija. A través de los profesores que enseñan a través de ejemplos y frases magistrales lo que es la vida, la vida ideal, a sus pequeños alumnos. A través de una pequeña obra de teatro escolar, que muestra como con el arte y la creación se puede transformar y cambiar el mundo…Gracias, Javier. 

Diccionario cinematográfico (10)

Belleza: de nuevo indagamos en el Diccionario de la Real Academia Española y nos regala cuatro definiciones de belleza. “Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas”. ¿Será que el cine tiene tanta belleza que me infunde ganas de vivir, aprender, conocer, amar…? ¿Será que hay imágenes tan bellas en innumerables películas que llenan mi memoria y cabeza de sueños e imágenes que me traen calma y seguridad? ¿Será que el cine es tan hermoso que por él sonrío, lloro, pienso, amo, odio, discuto, aprendo, reflexiono, me alegro, me desespero, me levanto, me caigo, me emociono…?

“Mujer notable por su hermosura” y yo añado “Hombre notable por su hermosura”. ¿Pero qué es belleza?¿Qué es lo que hace un rostro hermoso?¿Qué sentimos ante ciertos actores y actrices que asoman por la pantalla blanca?¿Cómo expresamos la sensación de un paisaje inesperado, un traje deseado, una melodía…? ¿Por qué vibramos ante rostros extraños a lo Bette Davis o Gloria Grahame?¿Por qué nos emocionamos ante los susurros de Charles Boyer, Jean Gabin o Jonh Garfield?¿Dónde reside su belleza? ¿Por qué no podemos apartar la mirada de Brad Pitt o Johnny Depp?¿Por qué surge el silencio cuando aparece Nicole Kidman o Michelle Pfeiffer?¿Dónde se encuentra esa notable hermosura?¿Por qué nos iríamos antes con Bogart que con Henried en Casablanca? ¿Por qué nos iríamos sin dudarlo con un Al Pacino? ¿Cuál es el misterio?

El diccionario habla de belleza artística, “la que se produce de modo cabal y conforme a los principios estéticos, por imitación de la naturaleza o por intuición del espíritu”. ¿Los principios estéticos? ¿La imitación de la naturaleza? ¿La intuición del espíritu? ¿La vida imita al cine? ¿El cine imita la vida? ¿La ficción supera la realidad? ¿La realidad supera la ficción? ¿Es bella una película de Pasolini, de Rosellini, de John Waters, de David Lean, de Stephen Frears…? ¿Te deleita una imagen de Magnolia, Memento, 12 monos…?¿No olvidas los rostros de Princesas, In this world, El odio…?¿Suspiras con historias lineales, circulares, espirales…? ¿Te deleitas con el dogma, con el realismo británico, con las nuevas olas, con el neorrealismo, con el realismo poético…, con el fuera de norma?

En la última definición se cuela, la belleza ideal, “principalmente entre los estéticos platónicos, prototipo, modelo o ejemplar de belleza, que sirve de norma al artista en sus creaciones”. ¿Y qué es belleza ideal? ¿Una bolsa que cae lentamente mecida por el viento (American Beauty)? ¿Un padre que toca el pequeño pie de su hija y le habla de futuro (Quemado por el sol) ¿Una mujer desesperada vestida de rojo en un paisaje desértico (Babel)? ¿Dos personas que se aman a la desesperada (La decisión de Sophie)? ¿Una triste carta del amado (Los amantes de la noche)? ¿La risa de Ewan Mcgregor?¿La melancolía de Clive Owen?¿La mirada de Hally Berry?¿La voz de Lauren Bacall?

¿Qué es belleza? 

Crítica La vida de los otros

Ayer fui sola al cine. Es un ritual del que me gusta disfrutar. Me encanta sentarme en mi butaca, a oscuras, y dejarme llevar por la historia que sale de una gran pantalla. Emocionarme sola. Salir totalmente llena por unas imágenes que me han hecho viajar y soñar…, y así pasó con La vida de los otros. 

El primer largometraje del alemán Florian Henckel von Donnersmarck –que también es el autor del guión– cuenta una serie de acontecimientos muy bien narrados que logran emocionar y enganchar al espectador. 

Con una realización y fotografía muy correctas, una música envolvente y unas interpretaciones brillantes –sobre todo Ulrich Mühe–, La vida de los otros nos transporta a la República Democrática Alemana de los años 80, antes de la caída del muro de Berlín. Nos adentramos en la experiencia vital del capitán Gerd Wiesler, un oficial de la Stasi (policía secreta del régimen comunista de la antigua RDA). Un hombre que durante años ha llevado su trabajo con el rigor de un serio y frío funcionario que tapa su soledad y vacío vital por la eficiencia de su trabajo y uniforme. Un hombre que durante años ha intimidado y vigilado a los que piensan distinto, a los que se salen de la norma, del régimen establecido…, que ha permitido el castigo, la tortura y el dinamitar la libertad individual de las personas. 

De pronto, se le encarga un nuevo trabajo de vigilancia total donde tiene que seguir durante 24 horas la vida de un escritor intelectual, Georg Dreyman (Sebastián Koch) y Christa Maria (Martina Gedeck), una famosa actriz de teatro. Con el personaje triste y gris de Wiesler nos introducimos en la vida de los otros. 

Y somos testigos de la transformación de Wiesler. De cómo la vida de los otros, Georg y Christa Maria, le cambian e influyen. El hombre con cara gris, con una fuerte coraza contra los sentimientos, se rompe poco a poco…, pasa de ser un personaje poderoso que puede jugar con la vida de los vigilados a ser un hombre que se plantea su existencia y que se identifica profundamente con los vigilados.  Logra, por primera vez en la vida, ponerse en el lugar del otro. 

Georg , el escritor, es un hombre idealista, y con terror a la soledad y al vacío creativo. Georg es un hombre profundamente enamorado. Un hombre que lucha por mantener su dignidad y libertad y que cuida a los que tiene cerca, a su amada y a sus amigos. Un hombre que trata de entender el mundo en el que vive. 

Christa Maria, la actriz, es una mujer rota, frágil, vulnerable y apasionada por su profesión de actriz pero destrozada por sus inseguridades y miedos. Ama a Georg pero se siente indefensa si no trabaja en el mundo del arte…, necesita sentirse arropada. 

La fuerza de estos tres personajes y de otros secundarios –los amigos de los artistas y los poderosos de la RDA– conforman el espíritu de esta historia que trata de mostrar que la libertad es un bien muy preciado. Que narra cómo la prohibición a ser distinto, creativo y con ganas de vivir destroza la vida de miles de seres humanos. Que cuenta cómo manteniendo la dignidad…, la vida puede ser dura pero permite sentirse uno bien consigo mismo… 

Los últimos minutos de la película cierran la historia de manera magistral –a muchos les ha parecido un final tramposo, a mí me parece un final magnífico. ¿Por qué cuando un final toca la fibra sensible del espectador, se dice que es tramposo?– y cómo la vida de los otros, puede influirnos, hacernos entender muchas cosas y sobre todo nos puede transformar. 

Diccionario cinematográfico (9)

Sonrisa: elevación de la comisura de los labios que enamora. A veces, lo único que merece la pena de una mala película. Mi vhs de Salvaje fue rebobinado una y otra vez para congelar la sonrisa final del motorista Brando a la camarera de una localidad perdida.

Hay actores que nacieron para sonreír y ahí reside su fuerza. Que se lo pregunten a Audrey Hepburn, Julia Roberts, Jude Law o Ricardo Darín. La sonrisa es la fuerza.

Escenas inolvidables por un movimiento de los labios. Ahí se queda el bueno de Robert de Niro con una sonrisa misteriosa en un salón de opio en Érase una vez en América. Hay a personajes que les dicen que nunca pierdan la sonrisa, aunque los tiempos sean oscuros, aunque se les vaya la vida, como al joven guerrillero de Silencio roto. No olvidaré la sonrisa continua de Ewar McGregor como un Big fish que nunca se cansa de contar fantásticas historias.

Las que menos me gustan son las sonrisas terroríficas de asesinos en serie a lo Hannibal o de sádicos torturadores que con elegancia a lo Olivier en Marathon Man, martirizan a sus víctimas, con sonrisa elegante. Prefiero las sonrisas cómplices, las que surgen porque llega la persona que esperas… ¿Repasamos la lista de sonrisas en Ninotchka o en cualquier vieja comedia de los años treinta y cuarenta?

Un cadáver a los postres (1976) de Robert Moore

Esta película extraña se ha convertido en una popular cinta de culto por extravagante. Pero una extravagancia muy bien hecha. Los responsables, el director Robert Moore y el dramaturgo y guionista Neil Simon intentaron repetir la jugada dos años después con Un detective barato pero no salió bien. 

Un cadáver a los postres es una película divertida y entretenida pero con fondo. Parodia y reflexiona sobre la comedia policiaca. Una reflexión y un tratado sobre la literatura y las películas de detectives. Imagínense una sesión del divertido juego de mesa El cluedo surrealista, agítenlo y tendrán todos los ingredientes de Un cadáver a los postres. 

Robert Moore y Neil Simon conocen todos los códigos, tópicos, giros y personajes de las historias de detectives y las aplican de manera exagerada y divertida en la película. Para entendernos con un ejemplo más cercano, Cervantes logró hacer una parodia y reflexión de la novela de caballería con un estupendo y divertido libro de aventuras, El Quijote. Robert Moore, Neil Simon y los actores logran hacer lo mismo pero con el género policiaco. 

La trama ya es delirante: un millonario invita a su mansión a los mejores cinco detectives del mundo para que solucionen un asesinato en una noche. Se presentan cinco personajes con sus respectivos acompañantes. Los cinco detectives son similares a Poirot, Miss Marple, Charles Chan, Sam Spade y Nick –de las divertidas comedias de los años 30 de El hombre delgado–. Los personajes secundarios no tienen desperdicio: un mayordomo ciego, una rubia-mujer fatal, la encantadora Nora –esposa de Nick–, una anciana y venerable enfermera, un hijo adoptivo, un delicado chófer, una cocinera sordomuda…, ¿alguien da más? 

Asistimos a una noche misteriosa, con niebla, tormenta y una mansión llena de secretos ocultos. Como la mejor novela o serie de detectives, en una habitación, a medianoche, ocurre un terrible asesinato. Y entre todos los que están presentes, se haya el asesino. Ficción, efectos especiales, verdad, mentira, música sugerente, manos misteriosas, un timbre de puerta muy especial, ruidos, situaciones extrañas, giros y giros…, para resolver el asesinato. 

La película se sostiene con unos diálogos inteligentes y divertidos pero sobre todo con un reparto de lujo. Cada uno de los actores borda su personaje. Les invito a pasar un rato inolvidable junto a Alec Guiness, Eileen Brennan, Truman Capote (y su soñada aparición como actor en una película), Peter Sellers, James Coco, Peter Falk, David Niven, Elsa Lanchester o Maggie Smith. 

Diccionario cinematográfico (8)

Lágrima: gota que sale del ojo…, puede ser inolvidable como la lágrima que sale del ojo de una mujer vencida como la Marquesa de Merteuil. Puede ser tierna y tatuada como Cry Baby, el chico duro de corazón frágil. A veces, no sale ni la lágrima ni el grito, sólo la angustia como Michael Corleone en las escalinatas de la Ópera. La lágrima puede salir de miedo, de amor, de risa, de angustia, de impotencia…, resbala por el rostro y puede caer en la mano, en el rostro amado, en una mesa…, a veces, las lágrimas crean inundaciones, preguntárselo a Alicia cuando se siente perdida en el país de las maravillas.

Crítica El buen alemán

El buen alemán me ha decepcionado, profundamente. Técnicamente, funciona. Sólo ahí. La película parece rodada en los años 40 en un Berlín decadente. El blanco y negro así como el montaje recuerdan a película de ayer. La banda sonora parece que te va a transportar a un viaje al pasado. Los actores tienen carisma. La historia parecía interesante. ¿Qué ha pasado? El buen alemán me parece una película vacía. Muy fría. La historia no logra atraparte además de ser confusa. No te crees, no ves la historia de amor entre los dos protagonistas Jake Geismar (George Clooney) y Lena Brandt (Cate Blanchett). No deseas ni que acaben juntos ni que terminen separados. Te da igual. No llegas a aburrirte del todo pero casi. A veces, piensas que los personajes, en solitario, no están mal construidos. El personaje más débil de la trama es Geismar, una lástima de héroe desaprovechado. Lena, sin embargo, ofrece un personaje ambiguo, entre el bien y el mal, una mujer destrozada y rota por la guerra, que tiene una idea clara: quiere sobrevivir. En el camino de su huída –su deseo es salir de Berlín–, Lena quiere tener tiempo de redimirse, de realizar un acto noble para limpiarse por dentro.  

Los dos amantes se encuentran a través de un joven chófer americano, Tully (Tobey Maguire), que se deja llevar por el poder de la guerra, del dinero negro, de la supervivencia, de una ciudad que se cae a pedazos… como dice Lena, sólo es un niño imprudente. Va de chulo y matón pero se da cuenta demasiado tarde de que no sirve para ese rol. Después, de fondo, el ambiente decadente y en ruinas, la hipocresía de los vencedores que cada uno vela por sus intereses, el inminente descenso hacia la guerra fría, lo que hay bajo la Conferencia de Potsdam, las contradicciones, las culpas, las confesiones… 

Steven Soderbergh se le ve un enamorado del cine de los años 40 pero no se deja llevar por la historia. Está tan preocupado por el estilo, por los guiños, por dar el pego, que se le olvidó volar. Me quedo con Casablanca, con Berlín Occidente, con el Tercer Hombre, con El Baile de los malditos o con Vencedores y vencidos. En esas películas sí que me transportaba a otros tiempos, sí que me creía los conflictos, sufría con las contradicciones, me emocionaba y me metía de lleno en la historia. 

Diccionario cinematográfico (7)

Tiempo: corre como las agujas del reloj o las hojas del calendario. Segundos, minutos, horas, días, estaciones y años. El tiempo siempre pasará. Ya nos lo decían en Casablanca. Las imágenes perduran. Los actores crecen. Les vemos de niños, adolescentes hasta que se hacen mayores –ocurrió con Liz Taylor, con Jodie Foster, con Christina Ricci o con Edward Furlog, ¿dónde diablos te has metido?–. Algunos alcanzan la eterna juventud como James Dean o Jean Harlow y otros, una madurez tranquila, como Jean Gabin o Katherine Hepburn. Sin embargo, el tiempo se detiene en cada fotograma, en cada historia inmortal. Y Creta Garbo siempre será Margarita Gautier o Marcelo Manstroianni alucinará por los siglos de los siglos con la belleza y exhuberancia de una Anita Ekberg en la Fontana de Trevi. Antoine Doinel llegará siempre a la playa y nos mirará con un rostro desafiante, de libertad. A veces podemos ver qué pasó con unos personajes que nos cautivan años después como la historia de Jesse y Celine Antes de amanecer y Antes del atardecer… o el desencanto que sigue presente en cada uno de los habitantes de una pequeña localidad de Texas después de la última película. Por no olvidarnos de qué fue de los personajes de El declive del imperio americano con la muy humana Las invasiones bárbaras. Demasiado humana.

El tiempo también sirve para narrar cinematográficamente o para dar tensión a una historia. No olvidemos la importancia de los segundos cuando va a estallar una bomba, cuando se va a perder un tren o un avión, cuando esperas a alguien querido o una noticia que te cambiará la vida…, los relojes son de cine. No pueden faltar en una buena situación.El cine es tiempo. Y hace falta para ponerte frente una pantalla y apasionarte con miles de historias de todas las épocas, de todos los siglos o de todas las estaciones del año.

Conversaciones con Al Pacino de Lawrence Grobel

Tengo un amigo que hace poco me regaló este libro. Y supuso un gran esfuerzo para él porque no le gusta ni Al Pacino, ni sus películas –aunque intento que vea la trilogía de El Padrino–, ni la sonrisa que exhibe en estos últimos tiempos. Sin embargo, sabe que siento por Al Pacino un amor y cariño especial y supo que con este regalo me iba alegrar el día y así fue. 

De todos los géneros del periodismo, uno de los que más disfruto es con la entrevista. Sobre todo si la persona que tengo enfrente me encandila con las palabras. Conversaciones con Al Pacino es una recopilación de entrevistas que realiza el periodista Lawrence Grobel desde que conoce al actor en 1979 hasta la actualidad. Al Pacino no es amigo de las entrevistas y permite en el primer encuentro que Grobel hable con él porque le ha gustado como ha entrevistado anteriormente a Marlon Brando. 

A partir, de esa entrevista son muchos los encuentros posteriores. El libro es un recorrido por la vida de un hombre, de un actor, a lo largo de los años y a través de sus palabras. Nos metemos en las entrañas de Al Pacino que cuenta historias de su infancia y juventud, la relación con sus padres y abuelos, con sus amigos de correrías adolescentes, con las mujeres, su pasión por el teatro, sus miedos, sus opiniones sobre compañeros de trabajo, su análisis de las películas que protagonizó, su amor por Shakespeare, su cariño y mimo hacía tres películas que produjo y dirigió, tres experimentos con el cine…, Al Pacino se desnuda ante nuestros ojos y de su timidez y de su imagen surge el hombre. Que muchas veces se escapa. 

Este libro me ha servido para seguir cautivada por la sonrisa y los ojos saltones de este actor que se puso tras la pantalla en los años 70 y ha ofrecido una carrera de buenos y especiales personajes…, hasta hoy. 

Carlito Brigante mientras sueña con una playa inalcanzable, el paraíso, fuera de las calles de Nueva York, antes de cerrar los ojos; Michael Corleone, un hombre de corazón frío que maneja la venganza y el poder para la protección de su familia; Johnny, un cocinero de vida dura pero que sonríe a la vida y trata de amar a una mujer desencanta y asustada por el amor, a Frankie; el yonqui de Needle Park de sonrisa preciosa y buen corazón pero atrapado por la heroína; Lionel, el sin hogar que sueña con llevar una lámpara –un poco de luz– a su hijo, pero que pierde la poca salud mental que le ata a una dura realidad; Tony Montana, un gangster de los de siempre pasado de rosca con la cocaína que ama a su amigo y a su hermana de manera desbocada…

(Crobel, Lawrence, Conversaciones con Al Pacino, Belacqva, documentos, Barcelona, 2007)