Sin reservas

¿Alguien entiende este título tan feo para el remake americano de Deliciosa Marta? Dejando aparte este fenómeno extraño, os contaré que ayer noche me encontraba en situación de mujer con ganas de ver algo que la entretuviera a ser posible romántico para volver luego al hogar y, quizá, soñar un poco. 

Yo ya había disfrutado de la versión alemana y, claro está, jugaba con que me sabía la historia de memoria. Sé que las comparaciones son odiosas pero quizá por ser la primera vez, disfruté más de la versión alemana, que además no contaba con los elementos made in Hollywood (que en algunas comedias románticas quedan muy bien –sobre todo cuando sabes lo que vas a ver, ya sabéis que soy acérrima defensora de este género cuando está bien hecho–) que resentían un poco la historia original. Estos elementos son comprensibles porque si no estuvieran, Sin reservas sería una mera copia. Y, creo que se notaba la copia porque si en la alemana te emocionabas, aquí sonreías y pensabas estoy viendo película amable pero el corazón no me rebosa de emoción. 

Acertadísima la música, y ambas películas no prescinden de la maravillosa canción, interpretada por Paolo Conte, Via con me. Correctamente dirigida por el irregular Scott Hicks e intérpretes que ejercen bien sus personajes: Catherine Zeta Jones (como Kate o Marta, fría y bella, que se va transformando en mujer viva y deseosa de ser amada), Aaron Eckhart (le pega su papel de galán, ¿pero era difícil encontrar un actor mediterráneo –en la otra película quedaba bien el choque de culturas, una alemana de armas tomas y un italiano, italiano–, Abigail Breslin (una niña ejerciendo de niña, lo cual se agradece), Patricia Clarkson (siempre correcta y elegante, aunque sea en papel mínimo) o Bob Balaban (un terapeuta para llevártelo a casa).  

En resumidas cuentas, me entretuvo, sin más, pero si vuelvo a ver esta historia, prefiero su versión alemana.

Diccionario cinematográfico (34)

Suicidio: Norman Maine se va metiendo poco a poco en el mar, no puede con su declive, le duele el triunfo de su esposa…, no quiere hacer daño o ser un estorbo. Antes, abre la mano y se la ofrece a una Virginia Woolf que va viendo cómo las horas pasan y tiene miedo de volverse loca. Se llena el bolsillo de piedras y se hunde en un río. A la vez, un joven estudiante que ve truncados sus sueños, que se ve abocado a una vida gris, sin posibilidades de elección, coge la pistola de su padre y se queda como un poeta muerto. A la vuelta de la esquina, dos personas que se aman demasiado pero sin posibilidad de ser felices, prefieren probar suerte en otro espacio o dimensión. Esta vida no es para ellos. Ella se llama Sophie y una decisión y vivencias que tiene incrustadas en el corazón y en la sien no la dejan sobrevivir. Él se llama Nathan y la locura puede más que su encanto. Más allá, en una habitación oscura, sola y ante una botella de alcohol, Laurie decide quitarse la vida y decir adiós a un mundo que la trata con crueldad, su chico que es un buscavidas no se da cuenta del amor que tiene de una mujer solitaria. La hace daño y la abandona en su soledad. Como abandonada se siente una niña maorí a la que arrebatan de golpe y porrazo toda su inocencia. A ella le gustaba contar cuentos, escribirlos, cuidar de sus hermanos, acompañar bajo un puente a un buen amigo…, huía día a día de la violencia, el alcohol y los golpes. Hasta que no puede más y cuando ya es demasiado tarde para la violencia de unos guerreros de antaño que sobreviven apenas. Esos sí son motivos y no los de cuatro amigos burgueses que se aburren de la vida y no se les ocurre otra cosa que comer hasta morir.  

Wilbur se quiere suicidar pero siempre falla…, es un tipo con suerte. Le quieren. Él es tan egoísta, tan preocupado en pensar que la vida no le merece la pena, que no se da cuenta del drama del hermano que siempre le cuida. Fanny lleva una vida gris, en un trabajo gris, una casa gris…, y sin nadie a quien querer o amar. Fanny va a un curso para aprender como suicidarse porque piensa que nadie la quiere. Que se repita un día y otro día, y otro día, la fiesta de la marmota es algo imposible de aguantar. Que se lo pregunten a Phil, el hombre de tiempo. Un día tras otro se quita la vida pero de nada sirve, el día de la marmota se repite. Una vecina trata de suicidarse una y otra vez pero será el delicatessen de la vida, siempre falla. A la señorita de corazón solitario le puede la soledad de su casa…no sabe que hay una ventana indiscreta que hará lo posible por evitar lo inevitable. Sólo necesita un poco de compañía. 

Romeo y Julieta juegan al suicidio y al final la tragedia shakesperiana les hace ver que quien juega con fuego, se quema. Y si hablamos de poesía y romanticismo, por qué no irnos al lejano oeste junto a Butch Cassidy y Sundance Kind, ya se lo dijo la maestra amada no quiere verles morir. Ése es su destino. Y antes de que les acorralen y les maten encerrados…, deciden decirse un último sueño y enfrentarse a una muerte segura. Al descubierto. Sin evitarla. Sin dejar de disparar. 

Asesinos ambiguos

El otro día, cansada y harta, zapeaba en mi televisor para ver pasar frente a mi retina programas que me importaban un bledo pero, que a veces, te hacen desconectar y echar unas cabezadas de ensueño. Me topé con una película entretenida y un asesino ambiguo. Me refiero a Collateral de Michael Mann. Ahí, me encuentro con Tom Cruise –que no es santo de mi devoción– en un papel que me sorprende, el asesino a sueldo, Vicent. Tío bestia donde los haya pero con unos rasgos de personalidad que le hacen atrayente como personaje. 

Cuando hablo de ambiguo, me refiero a todos aquellos asesinos del celuloide que no muestran una única cara de malos malísimos sino un abanico de complejidades y de rasgos de su personalidad que hacen atractivos estos personajes. 

Y me voy a los años 30 y al cine estadounidense y salto al género de gángsters y a la preocupación que sintieron los ‘guardianes de la moral’  a la hora de elaborar sus códigos –léase censura pura y dura– por la simpatía que sentía el público en general hacia esos asesinos degenerados de la mafia. Descubrían preocupados como la gente se enamoraba locamente de los Paul Muni, James Cagney, Edward G. Robinson, Humphrey Bogart… 

Luego pasó lo mismo con el ambiente y los personajes ambiguos moralmente del cine negro. El público –yo misma– se siente fascinado por la suerte del ex boxeador de Forajidos o por el poli chulo y el crítico cínico de Laura.Y qué me dicen de ese otro género que es el cine del Oeste y los fuera de la ley, los pistoleros que van por los caminos. Los forajidos…,¿quién no siente algo por Shane, por Johnny o por el hombre que mató a Liberty Valance? 

Así poco a poco ha ido surgiendo una mitología del asesino ambiguo que fascina –ahora, otro gallo cantaría si nos encontráramos a estos personajes frente a frente–…, pero, de ¿dónde viene esa fascinación? ¿Por qué nos enganchan esos personajes? Yo creo que muy en el fondo es algo relacionado con la libertad de los forajidos, con que están fuera de la ley, con que funcionan con códigos propios, con que son fieles a sus sentimientos y a sus personas cercanas, con que son personas extremas aman cuando tienen que amar y odian cuando tienen que odiar, suelen ser enamorados platónicos, suelen ir detrás de otra vida que desean cuando dejen de matar…, tienen un sueño.  

Al final son perdedores y héroes trágicos, de alguna manera el espectador sabe que su forma de ser les va a costar caro, van a terminar con un disparo, y eso conmueve…, ¿hay alguien tan bestia y a la vez tan tierno como Sonny de la saga del Padrino, a quién no le conmueve su muerte?¿Cómo no llorar ante el destino desgraciado y la infancia dura de Noodles en Érase una vez en América –ni siquiera le dejan desaparecer de forma heroica o poética, de un disparo, él tiene que envejecer–?¿Cómo no sufrir ante la violenta muerte de Bonnie y Clyde? 

Y a la mente me vienen asesinos, que ambiguamente, te terminan enterneciendo. Mil veces ha salido ya en mi blog, Carlito Brigante (mi Al Pacino venerado) y su deseo de terminar en una isla paradisíaca con un disparo mortal. O un Clint Eastwood, envejecido y cansado ya de matar en el lejano Oeste, en la crepuscular Sin perdón. Butch Haynes (el único papel en el que Kevin Costner me gusta), ese asesino brutal y bastante mal de la cabeza con un pasado siempre triste, que conecta milagrosamente con un niño de seis años. O, en una película menor, A dúo, una road movie de unos personajes que van en busca de karaokes y algo más. En esta película se nos narra el encuentro entre un hombre agobiado y triste que busca su libertad (mi descubrimiento de Paul Giamatti) que se cruza en el camino de un asesino (Andre Braugher) que huye. La relación de ambos, sus canciones, así como la mirada y canción final del asesino que sabe que terminó el viaje…, sacan a relucir de nuevo la leyenda del perdedor en busca de un sueño truncado…Y, vuelo ahora a la ciencia ficción, y recuerdo al sanguinario asesino replicante de mi adorada Blade Runner y su amor a la vida. En realidad, lucha por sobrevivir. O el policía que mata replicantes y se enamora de una de ellas…, y el también es una maquina de matar y la cara de Harrison Ford se vuelve melancólica porque quiere salir de una ciudad de lluvia perpetúa…, tal vez, a una carretera y un mundo verde.  

Y toda esta divagación empezó por Collateral, y un Vicent, solitario y de sonrisa congelada, quizá de muerto, en el vagón de un tren. ¿No es triste?

Diccionario cinematográfico (33)

Mimo: ha muerto Marcel Marceau, uno de los últimos mimos vivos. Toda una leyenda. Nunca le pude ver actuar en directo. Tan sólo tuve la oportunidad de asistir hace unos años, en una de sus últimas visitas a Madrid, a una rueda de prensa. Y, todo él era gesto. Sólo tengo referencias de Bip, su personaje, cara blanca, pantalón ancho, camiseta a rayas… Marcel Marceau participó en una de las películas más surrealistas de los años sesenta: Barbarella, ese cómic intergaláctico que presentaba a una Jane Fonda como personaje sensual. Él era un extraño profesor, un sabio, a su manera. Esta definición va por él.

Un mimo es un actor, un intérprete que se vale de gestos y movimientos corporales para actuar ante el público. El cine ha mostrado a grandes del mimo, no sólo en el cine silente. Hay momentos memorables de silencio y lenguaje corporal. El arte del mimo es la pantomima. Bienvenidos al mundo del gesto.

La sensibilidad se vuelve silencio con el Pierrot Baptiste en la delicada Les Enfants du Paradis de Marcel Carné. Difícil olvidar los movimientos y el rostro de Jean Lois Barrault. Como te deja fuera de lugar la interpretación de dos abuelos del mimo, Búster Keaton y Charles Chaplin se reúnen en Candilejas en un ejercicio donde un piano y un violín hacen sudar a dos maestros. Ah, la nostalgia. Por ahí, se nos escapa un Johnny Depp con cara de despiste que no tiene reparo en trasmutarse una y otra vez en Búster Keaton o Charles Chaplin en Benny and Joon. ¿Y qué me decís por los años cincuenta de las artes pantomímicas de Jacques Tati? ¿Necesita el tío decir palabra alguna para crear un personaje inolvidable?

Y vuelo al cine silente y todos los grandes cómicos…, y por qué no los grandes dramáticos que empleaban los gestos y el cuerpo para transmitir historias o todos los sentimientos posibles. Me quito el sombrero ante Charlot, cara de palo, Harold Lloyd, Mabel Normand, la bella Edna, Fatty…, y tantos otros que hicieron de la pantomima, arte.

La tragedia se hizo mimo con Emil Jannings, ¿alguien puede olvidar personaje patético como el del profesor Unrath transformado en un triste payaso sin palabras en un escenario, al que tan sólo le sale un grito desgarrador y ahogado…, quién expresa más con el cuerpo, el rostro y el maquillaje sobre la humillación humana? Sólo hay que echar un vistazo a El Ángel azul.

Meryl Streep

Linda vive los estragos de Vietnam…, pierde para siempre a Nick. Ya nada será igual. El rostro de Meryl Streep empieza a surgir con más fuerza en las grandes pantallas cinematográficas de finales de los años setenta. En El cazador se empieza a tener en cuenta a una mujer de rostro frágil y picassiano. En aquellos momentos, vive su despedida con un ya enfermo John Cazale, con el que vive una intensa historia de amor. A Cazale le dio tiempo a mostrarse como gran actor…, nadie olvida su intervención en esta película ni al Fredo de El Padrino. Streep estuvo ahí hasta el final. 

No sólo trabaja con los grandes como Fred Zinneman (Julia), Michael Cimino o Woody Allen (Manhattan) sino que ninguna película norteamericana de prestigio de los ochenta prescinde de su rostro. El éxito internacional la atrapa en lacrimógeno drama de divorcio Kramer contra Kramer pero su estrellato inminente y su prestigiosa carrera en el mundo de los oscar se consolidan con una maravillosa adaptación de la novela de William Styron, La decisión de Sophie (Alan J. Pakula) donde el rostro de Streep sufre el horror del Holocausto. Sophie es una joven polaca con un pasado que pesa demasiado y que se aferra a una relación dura y hermosa con Nathan (sublime Kevin Kline) que trata de huir de la locura.  No hay salida. La actriz se alza por segunda vez con una estatuilla. 

Para grandes y atormentadas mujeres, la cara de Streep… La mujer del teniente francés, Silkwood, Plenty o un lejano remake de la pequeña obra maestra de David Lean, Breve encuentro: Enamorarse. El breve encuentro es en el metro, a principios de los años ochenta, entre Meryl y Robert de Niro. 

En 1985 se transforma en Karen Blixen en Memorias de África. Y todo el mundo recuerda cómo vive una trágica historia de amor con un cazador libre. Quién olvida a Karen contando historias, luchando por sus tierras y su gente, volando en avioneta con su amante, bailando a Mozart con gramófono de fondo…  

Streep puede con todo: drama, comedia alocada, misterio…, no se le resiste papel alguno. Salta de se acabó el pastel, a la depresión de los años 30 en Tallo de hierro, grita en la oscuridad y sufre la vida y amores de una diablesa, recibe postales desde el filo y se encuentra divertida en La muerte os sienta tan bien. Ahora, sí, se pierde absolutamente, con cara de susto o poseída en La casa de los espíritus y nos hace creer que está hecha para el cine de acción en Río Salvaje. 

En 1995, Clint Eastwood la regala otro papel inolvidable. Este director y actor recrea una historia de amor, de las de siempre, y nos hace temblar de emoción tras la sala oscura. Los puentes de Madison nos devuelve a una Meryl Streep poderosa transformada en Francesca, una ama de casa, a la que bastan cuatro días para vivir la historia más intensa de su vida junto a un fotógrafo maduro con cara de Eastwood. 

Y sigue como reina del melodrama, como una Bette Davis o una Joan Crawford del cine dorado, de madre sufridora en Antes y después salta a la habitación de Marvin y se implica en las melodías de unos muchachos sin rumbo en Música de corazón. 

De nuevo es rescatada para un papel maravilloso en Las horas de Stephen Daldry. Su personaje de Clarissa nos enfrenta de nuevo a todo tipo de emociones. Una editora en Nueva York, enamorada de su amigo Richard –enfermo de sida– y que descubre cómo se le han escapado los momentos de felicidad absoluta por no ser consciente de ellos…, esperando otra cosa. Esperando otro futuro que no llega. 

Y su carrera en el siglo XXI sigue viento en popa como musa en El ladrón de orquídeas, en lo único que merece la pena de la comedia El diablo se viste de Prada, en la despedida de un cineasta como Altman en El último show. Y con un montón de trabajos por estrenar. La esperamos en una película de Robert Redford sobre la guerra de Afganistan. ¿Nos seguirá sorprendiendo su rostro en la oscuridad?… 

Tallo de hierro (1987) de Hector Babenco

Héctor Babenco es un director de imágenes inolvidables e impactantes. Si ves una película de Babenco siempre te queda en la retina una escena. Aunque no vuelvas a verla en años. Y eso es mucho. 

En los años ochenta, Pixote le dio la fama, un drama sobre la violencia, como círculo vicioso, que sufren los niños de la calle en Brasil (un niño pobre de la calle, Fernando Ramos da Silva fue el protagonista…, este niño, actor reconocido por una película, murió trágicamente a los 19 años de ocho disparos de la policía). El beso de la mujer araña le proporcionó prestigio internacional. Una historia intensa donde nadie olvida esa celda donde convivían dos presos muy diferentes (los rostros eran de dos actores sublimes en esos personales, William Hurt y el desaparecido Raul Julia): un homosexual –narrador de historias– y un preso político –torturado una y otra vez–. Por ahí estaba la mujer soñada, Sonia Braga. Después, vinieron Tallo de hierro, que ahora nos ocupa; Jugando en los campos del señor (quien olvida una Katy Bates enloquecida o Tom Berenger, hermoso y obsesivo), una triste fábula sobre la capacidad del ser humano para destruir y arrasar a otros (los indios niaurna) así como cargarse rincones del planeta tierra o la para mí impresionante Carandirú donde el director con la nueva cantera de actores brasileños muestra la masacre en la cárcel brasileña…, antes nos cuenta un montón de historias de los prisioneros que se desnudan el alma frente a un doctor que ha sido contratado para que controle el SIDA en la prisión y tome las medidas sanitarias necesarias –si le dejan y puede–. 

Héctor Babenco (nacido en Argentina pero nacionalizado brasileño) muestra un duro retrato de la depresión de los años 30 en Tallo de Hierro (una adaptación de la novela de William Kennedy). Se centra en los olvidados, en los que quedaron fuera, en los excluidos, los sin hogar. Seguimos a Jack Nicholson como Francis, un hombre atormentado por un accidente que tuvo con su hijo recién nacido, que eligió la calle y el alcohol para intentar que el dolor huyera… abandonó al resto de su familia (su mujer y dos hijos) y una brillante carrera como jugador de béisbol. Deambula por las calles, perseguido por el pasado, por otros muertos, por otros acontecimientos, sin perdonarse nunca. La historia de un hombre protector que falla frente al ser humano más frágil, su pequeño. 

Acompañamos hacia su fin a una mujer que se rompe en cada instante, la dulce Helen, una mujer desencantada que ama la música y sigue y cuida a Francis –ambos dos se acompañan y se quieren–. Con el hígado destrozado, y como una niña inocente que surge de la mugre se refugia en un sitio caliente para morir, en soledad. Sin molestar a nadie. Meryl Streep ofrece las escenas más melancólicas, bellas, y difíciles de digerir por su dureza. Su retrato de una mujer sin hogar es perfecto en todos sus matices. Helen es el gran personaje de esta historia.  

Lloramos por la triste historia de Rudy (con  rostro del cantante de la voz rasgada y bella, Tom Waits), un joven, también, inocente, cansado de ser vagabundo pero que no encuentra salida. Rudy no puede salir porque además está aquejado de problemas de salud mental. Y contra él irán los incomprensibles golpes y toda la violencia de los hombres que quieren terminar con la exclusión a través de la violencia. Porque se creen superiores dentro de su mediocridad. Ni el fuerte y poderoso Francis puede salvarle. Menos mal que lo último que pudo ver Rudy, sonriendo, fue la vía láctea, tarareando una hermosa canción. 

Tallo de hierro es de esas películas que en cada escena te haces más pequeño porque el corazón se te va rompiendo y cayendo en pedazos ante la tristeza de las imágenes.  

Francis trata de recuperar su pasado real en un momento de la película y regresa a la casa familiar en unas escenas emotivas. Se presenta después de dos décadas con un pavo…, y a partir de allí un montón de sentimientos se disparan de los hijos y de su esposa (con el rostro de una cansada Carroll Baker). Tallo de hierro contiene bellas imágenes para unos personajes que deambulan excluidos del mundo y con pocas posibilidades de incorporarse. A veces, se vislumbra una puerta. 

Un corazón invencible

23 de enero de 2002: el periodista Daniel Pearl del Wall Street Journal es secuestrado en Karachi (Pakistán) por unos extremistas islámicos.Comienza la cuenta atrás. Desde ese día, su mujer, Marianne Pearl, su amiga Asra Romani, hombres del servicio secreto pakistaní al mando del Capitán, un agente de seguridad de la Embajada estadounidense, dos compañeros del Wall Street Journal y miembros del FBI inician su búsqueda. 

El británico Michael Winterbottom, como nos tiene acostumbrados, cambia de tercio y se encarga de llevar a la pantalla un hecho verídico. Y logra su objetivo aunando objetividad y frialdad con un vómito de sentimientos. Según iba viéndola a mi cabeza regresaban imágenes de una película de principios de los años ochenta, Missing. Allí también un honesto e idealista periodista norteamericano desaparecía en plena dictadura chilena. Su esposa y su padre emprendían una búsqueda…, estaba basada en un hecho real. 

Sin embargo, Costa Gavras es un director que realiza un drama político. Se inmiscuye y profundiza hasta el final. Te mantiene en vilo toda la historia. Y el viaje de los protagonistas es a un infierno profundo. El padre y la joven esposa luchan solos ante la indiferencia de distintos estamentos. Nadie les facilita información. Al tema político, a la búsqueda y a más asuntos se unen los problemas de toda familia y de toda relación. La recuerdo como una película rica en puntos de vista y matices.

 El británico apuesta por un relato más periodístico, más objetivo, tomando como punto de vista el de una mujer embarazada que pone todos los medios posibles para que encuentren a su esposo. Y, dentro de ese objetivismo, logra emocionar y que los personajes lleguen al espectador. (Ahhh, Angelina ese grito desgarrador, esa vía de escape, te mete de lleno en la memoria cinéfila del dolor). La tesis de Wintterbottom se une, quizá, a la de Marianne y a la de Angelina Jolie…, no hay que devolver odio al odio sino tratar de crear un mundo donde las culturas se conozcan, se respeten y se acerquen. No devolver el horror infringido. Quizá, Marianne piensa que su marido Daniel, pacífico y honesto, no le hubiera gustado el odio por respuesta. 

Sin embargo, reconozco y no sé explicar por qué la película me dejó algo fría –aunque en algunas escenas no pude reprimir ganas de gritar o llorar–. De nuevo, el recuerdo de Missing. Me llegó muy adentro. Quizá, sus personajes eran tan humanos que hacían más horrible la situación. En Un corazón invencible sólo hay un personaje que me llena totalmente en toda su complejidad. Un personaje difícil de entender y recreado magníficamente por Irrfan Khan: el Capitán. Cuando aparecía en pantalla, algo se removía en mí. 

En resumen, Un corazón invencible forma parte de un cine, para mí, necesario para conocer y empezar a investigar o entender el mundo en el que vivimos. Pero hay algo, que no puedo expresar, que no hizo (a pesar de su dureza) que me metiera del todo. Recuerdo más rica en contradicciones, matices y explicaciones a Missing (y eso que hace años que no la he visto de nuevo), Gavras no pierde de vista que sus personajes son profundamente heroicos y buenas personas pero también con sus fallos y contradicciones, con sus complejidades…, ¿quizá es lo que echo en falta en Un corazón invencible para que alcance una mayor credibilidad?¿Quizá, aunque lo importante del relato es su búsqueda, hubiera necesitado alguna pincelada más sobre Daniel –aunque nos dan bastantes motivos para pensar que era un buen tipo–… otro punto de vista que no fuera el de su mujer?

Jane Wyman, ya sabes que sólo el cielo lo sabe

Casualidades, vuelvo de vacaciones y escribo sobre Sólo el cielo lo sabe, una de las películas que protagonizó Jane Wyman. A los seis días de ese texto, con 93 años, Wyman, la actriz del rostro peculiar nos deja. Sólo el cielo sabe de casualidades. 

Muchos sólo la recuerdan como la malvada Angela Channing, un personaje de una serie de televisión, Falcon Crest. Otros, como esa actriz que se convirtió en la primera esposa de Ronald Reagan. Luego, este mediocre actor que llegó a presidente de los EEUU, volvió a casarse con Nancy Reagan, un calco de Jane. 

No creo que fuera su deseo ser sólo recordada por Angela y Reagan. Lo cierto es que la Wyman aunque nunca llegó a ser una mega estrella de Hollywood cultivó una carrera de títulos para recordar.Y, sobre todo, según fue madurando su rostro de mujer americana normal, y republicana, le dio fama en forma de melodrama o show televisivo.  

Logró su primera oportunidad como actriz protagonista en un relato estremecedor sobre el alcoholismo de Billy Wilder, Días sin huellas (1945). Ella era la mujer que estaba al lado de un escritor fracasado que no lograba dejar el alcohol. Después, hizo de la amiga alegre de Cole Porter en Noche y día (1946) de Michael Curtiz. Protagonizó una de las primeras películas ecológicas en El despertar (1946) y se entregó en su papel de discapacitada en Belinda (1948). También, en los cuarenta se fue a la comedia capriana pero dirigida por Wellman en Ciudad mágica (1947) con James Stewart. 

Alfred Hitchcock se alejó de sus chicas gélidas y rubias y la dio un papel en Pánico en la escena. Después, vinieron los famosos melodramas de Douglas Sirk junto a Rock Hudson, Sólo el cielo lo sabe y Obsesión (1954). Por supuesto, hizo llorar como una mujer abnegada que cuida a niños desfavorecidos después de perder a su marido y su hijo en la Primera Guerra Mundial, No estoy sola (1951). 

No olvidemos que también protagonizó la primera versión cinematográfica de El zoo de cristal (1950) donde realizó una interpretación sensible en el universo del dramaturgo Tenesse Williams. 

Ganó un oscar por Belinda y su recreación de una muchacha sordomuda y violada.  Recibió tres nominaciones más por El despertar, Obsesión y No estoy sola. 

La Wyman nos deja…, pero la recordamos más allá de Angela y Reagan. Cuídate… sólo si tú quieres.

Al Pacino

Bobby se pincha en Needle Park. Él es un yonki de rostro tierno. Al Pacino se transforma en joven de barrio que las pasa putas, enamorado de Helen. Pero cuando escasea la heroína, todo da igual. Incluso el amor. Y si hay que traicionar, se traiciona. Todo por una dosis. Bobby lo sabe y lucha por cambiar de rumbo pero no puede. Por eso, sonríe, por eso, olvida (Pánico en Needle Park, 1971, Jerry Schatzberg). 

Al Pacino es Michael Corleone, el joven idealista que quiere alejarse lo más posible de su familia de mafiosos pero un hecho inesperado hace que se transforme por venganza en un implacable Padrino. Corleone es un personaje shakesperiano, trágico. Capaz de todo por amor y por odio. Ama a su familia con tal intensidad que la destroza. Michael Corleone se va quedando solo en un mundo de poder, odios, guerras y traiciones. A sus personas queridas se las lleva la muerte o se les va el amor. Pierde a su padre, pierde a Sonny y Fredo, sus hermanos, pierde a su primera esposa y también a la eterna novia y segunda mujer Kate, pierde a sus hijos… Su sueño, su vida, se transforma en lo que nunca quiso ser. Y, eso hace tremendamente triste a Michael Corleone (Trilogía El padrino, 1972, 1974,1990). 

Lionel te parte  el corazón en cada escena. Un tipo encantador, vital y joven con muy mala estrella se encuentra con otro sin hogar, un cascarrabias, Max. Ambos se complementan y quieren. Lionel con cara de Al Pacino es inocente y tierno. Sueña con ver a su hijo pequeño y darle su regalo. Sueña con ser un tipo feliz y con trabajo…, pero a Lionel le pueden los golpes de la vida y la locura. Menos mal, que ahora, tiene a Max (El espantapájaros, 1973, Jerry Schatzberg)  

Un ladrón homosexual, un abogado que lucha por la justicia, un dramaturgo que se levanta una y otra vez para rehacer su vida…, son personajes que nos va regalando Al Pacino. Deja su propia huella y marca en cada metro de celuloide (Tarde de perros, 1975, Sydney Lumet. Justicia para todos, 1979, Norman Jewison. Autor, Autor, 1982, Arthur Hiller). 

Y, llega el precio del poder y Al Pacino es un Tony Montana cubano con aires chulescos y violentos que quiere ser un asesino con clase y que una rubia cocainómana como Michelle Pfeiffer se enamore de él. Quiere crear un imperio del crimen y lo consigue aunque llegue a extremos de locura y paranoias. Este Montana no hace que echemos de menos al gran Paul Muni, el cara cortada de los años 30. Más gangster. Más elegante. Son distintos pero con las mismas obsesiones. Por ahí anda la hermana que lleva a ambos al desastre… porque la quieren demasiado. Todo es extremo en el Montana de Pacino. Tony Montana pierde al mejor amigo por lo que cree traición…, él no entiende a los que ama (El precio del poder, 1983, Brian de Palma). 

El actor se pegó un batacazo con Revolución, desapareció del mapa hasta que volvió a conquistar la oscuridad a golpe de melodía y seducción o transformándose en viñeta a lo malvado en Dick Tracy…, pero yo volví a enamorarme cuando me enterneció como Johnny, ese cocinero sencillo y vital que hace que una Frankie triste de la vida recupere un poco de esperanza. De pronto, sin embargo, se convierte en el empresario más agresivo y trepa que David Mamet pueda escribir en Glengarry Ross. 

Y llegó la hora del Oscar en una película que bordó aunque de corte absolutamente clásico y además remake. Es el ciego suicida que guía a un jovenzuelo, que le enseña a valorar la vida y que ésta está (valga la redundancia) llena de sensaciones, sabores, aventuras, olores, sensualidad… (Esencia de mujer, 1992, Martin Brest). 

Pero donde Al Pacino sube a los altares cinéfilos y se queda grabado a fuego lento en mi corazón es con su rostro y estética hortera años setenta como Carlito Brigante, el asesino que quiere llevar una vida normal, que quiere ser legal, que quiere vivir una tranquila historia de amor…, pero el entorno y el barrio le puede y no le deja. Carlito Brigante me emociona en cada escena: cuando habla con los suyos, cuando rompe una puerta para reunirse con la amada, cuando tiene que volver a matar, desesperado; cuando descubre traiciones, cuando sueña, cuando ve que no tiene posibilidades de huir…, Carlito Brigante que estás en los cielos o en la tierra, yo apuesto por tu rescate una y otra vez, en la oscuridad de la sala (Atrapado por su pasado, 1993, Brian de Palma). 

Siguen los mil rostros memorables como el policía justo que persigue al ladrón toda una vida en Heat. Mucho se habló de su enfrentamiento en pantalla con Robert de Niro. Los dos iconos de los años 70 juntos por primera vez en los 90 (aunque rodaron la mayoría de las escenas separados como en el Padrino II. Sólo una les enfrentó en pantalla). Profesionales ambos dieron su particular lección de interpretación. Después, Al Pacino vomita a todos su amor por Shakespeare, su obsesión teatral, y da su particular visión como actor y director de Ricardo III. Los ojos se vuelven a llenar de tristeza y angustia ante su patético y a la vez tierno (siempre tierno) gangster cansado y con ganas de retirarse en Donnie Brasco. Su última escena, de antología (aunque suene a tópico). Después de tanta tristeza, Al Pacino decide pasar el rato y se convierte en un encantador malvado que asusta a una joven pareja que pacta con el diablo. Vuelve a un drama con prestigio en el momento pero un poco rollo, una crítica a las tabacaleras, un dilema, vamos. Le recupero, a mi querido Pacino, en Insomnio, que me vuelve a hacer llorar como policía cansado muy cansado de ir tras los que cometen locuras. Con ganas de parar, y como siempre no le dejan. 

Me quito el sombrero ante los angustiosas horas de un relaciones públicas en su declive profesional. La doble moral. El doble juego, lo distinto que es lo que digo a lo que hago, el juego de la supervivencia, el perdedor…, todo en el rostro único de Al Pacino. No logra irse de un mundo vil aunque Kim Basinger le tiende una mano y le da posibilidad de soñar que es posible huir, volver a los buenos tiempos. Aunque sea un espejismo. Ya se nota en el rostro de Kim (Relaciones confidenciales, 2003, Daniel Algrant). 

Al Pacino sigue trabajando para atraparlo una y otra vez en la oscuridad de la sala.

La familia (1987) de Ettore Scola

Las películas del realizador Ettore Scola tienen un sabor y sensibilidad especial. Yo conecto con ellas. No he visto todas pero las que he podido ver tocan mi fibra sensible. Un realizador que cuenta las vidas cotidianas y cómo a esas vidas cotidianas les afectan los grandes acontecimientos de la Historia. Un director, maestro, en el paso del tiempo. En las relaciones entre las personas ya sean conocidos, familiares, amigos…, ahí va mi muestra de cariño por el cineasta. 

Una jornada particular (1977), dos películas de los ochenta: Macarrones, La familia –película que hoy nos ocupa–; una historia a finales del siglo XX: La cena…, y ese falso documental que no he logrado ver Gente de Roma (2005) –pero que no sé por qué presiento que algo bueno voy a encontrar– dejan un puesto en mi altar cinéfilo para Ettore Scola.  Ese Marcelo Mastroianni, escritor y homosexual, que se piensa el sobrevivir cuando conoce a su vecina, una ajada y bella Sophia Loren rodeados por una Italia fascista que corre al encuentro de Hitler y Mussolini. O ese mismo actor, dulce y fiel al recuerdo de un norteamericano confundido, un Jack Lemmon que no entiende que ha sido la razón de vivir de un compatriota italiano y su familia. O un restaurante, una noche, y en cada mesa una historia que contar. 

Ettore Scola emociona con La familia, una bella crónica de un hombre que cuenta ochenta años de su existencia. Todo transcurre en una misma casa…, el inexorable y bello paso del tiempo atrapa a Carlo y familia. Por nuestros ojos pasa la vida cotidiana de una familia de clase media. Tíos, abuelos, un trío memorable de tías solteronas, la esposa, los hijos, los nietos, un amor imposible con una cuñada, el hermano, la sirvienta que se enamora del hermano, las risas, las lágrimas, las tristezas, los secretos, las miradas, las ilusiones rotas, la muerte, los nacimientos, los diálogos, los acontecimientos históricos y culturales, las canciones, las melodías…  Una historia circular que empieza con una fotografía de familia en 1906 y termina con otra en 1986. Una música nostálgica y unos actores que hacen grande una historia pequeña y sencilla: Vittorio Gassman, Fanny Ardant, Stefania Sandrelli, Sergio Castellitto, Philippe Noiret…