Chantaje en Broadway (1957) de Alexander Mackendrick

Hay películas que caen en el olvido y no se entiende muy bien el porqué. Las visualizas un día con sorpresa y descubres una buena historia. Y, esto ocurre con Chantaje en Broadway, con un título original mucho más hermoso e irónico Sweet smell of success. La ironía se entiende cuando te introduces en la historia del agente de prensa Sydney Falco (Tony Curtis) y el columnista todopoderoso J.J. Hunsecker. 

Lo primero que llama la atención de esta película de los cincuenta son los créditos. Me gusta verlos porque entiendes muchos aspectos posteriores. Hagamos esta vez un experimento y centrémonos en ellos. El guión está firmado por Clifford Odets y Ernest Lehman. Y es una adaptación de una novela del segundo de los guionistas. Lehman trabajó cuando era joven en Broadway como redactor de un publicista en la industria del musical y quiso reflejar esa experiencia en la novela. Sabe de qué habla. Y se nota. 

Este guionista escribió musicales tan importantes como West Side Story o El rey y yo pero también fue responsable de la adaptación al cine de la obra teatral ¿Quién teme a Virginia Woolf? También, colaboró junto al mago del suspense en una de mis películas más queridas, Con la muerte en los talones. 

Y, su compañero Clifford Odets, un gran dramaturgo que durante los años treinta fue un de los principales representantes del teatro proletario estadounidense y se unió al proyecto del Federal Theatre en la administración Roosevelt para promocionar la cultura teatral durante la depresión. Su trabajo muestra un compromiso sociopolítico. También, fue guionista de cine (¿recuerdan una de las primeras apariciones de la Monroe en una película de Lang, Encuentros en la noche?) pero por su compromiso político tuvo problemas para trabajar en la industria. Se le recuerda también como una de las parejas de la malograda actriz Frances Farmer.

Después nos encontramos con la música de Elmer Bernstein. Durante esta década –y ya desde Un tranvía llamado deseo– empieza a utilizarse el Jazz en el cine. Éste es un buen ejemplo. Teniendo en cuenta que uno de los personajes es un guitarrista de una banda de jazz. No olvidemos que Bernstein es el creador de bandas sonoras tan increíbles como El hombre del brazo de oro, Matar a un ruiseñor o El hombre de Alcatraz.

De pronto, miramos al director de fotografía y se trata de James Wong Howe, un buen artesano de la imagen que ha firmado obras como La cena de los acusados, Argel, Picnic…

Siguiendo el rastro de los créditos, nos topamos con el nombre del director de la película Alexander Mackendrick. Y me sorprendo del todo. Es un hombre que no ha dirigido muchas obras pero que su nombre pasó a la historia por una de las comedias negras británicas más afiladas, ¿recuerdan El quinteto de la muerte?

De pronto, vamos al terreno de la producción y vemos al propio Lancaster con Hecht y Hill. No olvidemos que estos productores hicieron un intento de cine independiente y realista con obras cinematográficas como Marty.

Y, por último nos vamos a los intérpretes y chocamos con dos actores que dejan unas interpretaciones sorprendentes. A un Tony Curtis desconocido y grande que deja a un lado sus galanes de cara bonita, sus leotardos, sus caritas de niño mono y su vis cómica y nos seduce con un gran personaje de perdedor. El buscavidas ambicioso (mucho antes que Paul Newman) que tiene sueños de éxito y que se deja aplastar y aplasta para conseguir sus objetivos. En el último momento hay un atisbo de humanidad, de no vivir encadenado, pero su ambición puede más. Sin embargo, este joven con una cara que derrite le golpea la vida una y otra vez. Y terminará perdido en la jungla que él bien conoce, traicionado. Y, como no, a un Burt Lancaster que se come la pantalla en cada una de sus apariciones. Burt Lancaster que estás en los cielos y dejaste grandes personajes, un columnista poderoso y consciente de su poder que manipula y destroza según su capricho a todo el que le rodea, incluso al ser que más ama, su hermana. Burt Lancaster de personaje oscuro al que determinas un fin en soledad, con el rostro crispado.

¿Después de este experimento con los créditos les queda duda de que es una película que merece la pena? Chantaje en Broadway presenta de manera inusual el mundo del poder, la corrupción, la traición y otros tejemanejes con grandes personajes secundarios. Los columnistas rivales, esa secretaria que ve cómo su jefe se hunde, esa vendedora de cigarrillos de pasado triste, ese policía de cara desagradable, esa joven hermana de personalidad débil pero pura, ese guitarrista que ama su música, ama a su chica y es capaz de enfrentarse a lo que no cree justo. Una fotografía que recuerda al mejor cine negro que recorre una noche de traiciones y pasiones. Un mundo de perdedores, de hombres y mujeres hundidos donde no hay caretas. Un mundo donde se escala hacia el éxito sin pensar en el daño ocasionado…, una película negra y pesimista que muestra la soledad en la que te sumerge la ciudad…, ¿quizá por eso, por el mundo que refleja, Chantaje en Broadway esta en el baúl de los olvidos?

Al final el amanecer, y un personaje libre que cruza una calle…

Susan Sarandon

Mujer de rostro bello y fuerte, comprometida, de filmografía interesante que nos acompaña desde los años setenta. Su mirada es de las que hablan, transparente. Ya había hecho alguna aparición pero su primer papel importante queda para la posteridad porque trabaja con uno de los mejores directores del cine clásico, en una gran obra, y con un actor de los de siempre, Jack Lemon. Es esa novia mil veces abandonada por su chico apasionado por el periodismo comprometido y menos enamorado de una vida matrimonial y tranquila. Una joya, Primera plana (1974) de Billie Wilder. 

Después, se convirtió en reina de una cinta de culto, ella era la joven virgen americana en una mansión de frikies que descubre toda su sensualidad y esplendor. Bailemos una y otra vez al ritmo de la mítica y sinsentido –¿pero quién lo pide?– The Rocky Horror Picture Show (1975). 

Su rostro se va afianzando y encarna a una heroína romántica junto al galán de moda, Robert Redford, en El carnaval de las águilas (1975), que no tuvo el éxito esperado. Ahora, ambos intérpretes vuelven a cruzar sus caminos al reflejar sus visiones y luchar contra la intervención bélica actual de su país en Irak y Afganistán (Robert Redford protagonizando y dirigiendo la interesante Leones por corderos y Susan Sarandon protagonizando En el Valle de Elah, la nueva película del director Paul Higgis. Los dos actores muestran su progresismo y coherencia de pensamiento en cada una de sus intervenciones. El espíritu de los 70 corre por sus venas.). 

Nos adentramos en la etapa americana del realizador francés Louis Malle y cuenta en dos de sus películas con el rostro cansado, triste y bello de Sarandon. Ahí, la tenemos con un limón y su cuerpo enamorando a un anciano Burt Lancaster o como madre en un burdel con una hija con cara de Brook Shields. Me refiero a Atlantic city (1980) y La pequeña (1978). 

En los ochenta sigue su carrera aunque no consigue papeles inolvidables, con su rostro más maduro irá adquiriendo papeles más importantes. Con 41 años conocerá a su pareja actual y más duradera, Tim Robbins (él, en aquel entonces, 1988, tenía 27 años).  La tempestad, El ansia, Las brujas de Eastwick y Los búfalos de Durham son alguno de los títulos de una década que no la olvida. 

Pero el golpe más fuerte de su carrera y que la elevó al reino de la sala oscura fue en 1991 y su papel de mujer fuerte y amargada que decide vivir libre y tomar las riendas de su vida en la inolvidable Thelma y Louise. Una road movie que supuso una subida vertiginosa de Sarandon al altar del séptimo arte.  

Se convierte además en musa de su compañero y de las películas que dirige, siempre el personaje secundario perfecto o el papel protagonista intenso. Ahí quedan sus trabajos en esas joyas a tener en cuenta: Ciudadano Bob Roberts, Pena de muerte o la fantástica Abajo el telón (esta obra se merecerá un post aparte). Se codea con los mejores directores, ahí está con Robert Altman y El juego de Hollywood. Vuelve a renacer una pareja mítica, de las de siempre, en una cinta que recupera parte del cine negro. Ella y Paul Newman, uno de los aciertos de la nostálgica Al caer el sol. 

Como otras compañeras de generación, se especializa en el melodrama. El aceite de la vida, Mujercitas  o Quédate a mi lado son un ejemplo. Sus apariciones como actriz secundaria son reclamos para revalorizar películas de toda índole así lo mejor de Alfie (2004), ¿Bailamos? (2004) o de El secreto de Joe Gould (2000) son las apariciones de esta actriz cada vez más inolvidable.  

Ahora, Susan Sarandon, elevada al altar de la sala oscura, sigue siendo una presencia imprescindible. Y ahí está, ahora, en lo último de Peter Jackson o de los hermanos Larry y Andy Wachowski. 

Un pequeño recordatorio

El otro día se me olvidó comentaros que escribí sobre Yul Brynner no sólo por las anécdotas que os conté sino por otra casualidad. Me estaba leyendo una novela apasionante de Bernardo Atxaga, Un hombre solo, y a su protagonista Carlos, le llaman Yul Brynner…, ya sabéis una cosa te lleva a la otra y…

Diccionario cinematográfico (41)

Tango: “Caminito que el tiempo ha borrado/que juntos un día nos viste pasar/ he venido por última vez/ he venido a contarte mi mal./ Caminito que entonces estabas/bordeado de trébol y juncos en flor/ una sombra ya pronto serás/ una sombra lo mismo que yo./ Desde que se fue/ triste vivo yo/ caminito amigo/ yo también me voy./ Desde que se fue/ nunca más volvió/ seguiré sus pasos/ caminito, adios,/ caminito que todas las tardes/ feliz recorría cantando mi amor/ no le digas si vuelve a pasar/ que mi llanto tu suelo regó/ Caminito abierto de cardos/ la mano del tiempo tu huella borró/ y a tu lado quisiera caer/ y que el tiempo nos mate a los dos./ Desde que se fue/ triste vivo yo/ caminito amigo/ yo también me voy./ Desde que se fue/ nunca más volvió/ seguiré sus pasos/ caminito, adiós.” 

Me vino a la mente cuando decían en todos los periódicos y televisiones que a Fernando Fernán Gómez le despidieron con uno de sus tangos favoritos. El tango es un baile hecho de sensualidad, de dos cuerpos que se encuentran y se arrastran, se desgarran y se aman. Y sus letras, lloran. Y cuenta pasiones lejanas y duras. Y hablan de realidades e historias que rompen el alma. Los tangos son realismos de vidas y experiencias que duelen…, pero son tan bellas. 

Al fondo, a veces, se oye el sonido nostálgico y dulce del bandoneón. 

Metros de celuloide tangueros recuerdan y gritan un baile rioplatense que nació en los puertos fruto de la soledad y la nostalgia. De los bajos fondos. 

¿Quién no recuerda un Rodolfo Valentino arrollador bailando un tango en Los cuatro jinetes del apocalipsis? 

¿Quién no rie al acompañar a un Charlot algo borrachín, en esa joya que es Luces de la ciudad, viendo la pasión y el desprecio, el amor y el odio, que transmiten dos bailarines de tangos…, que le hace intervenir? 

Y salto a la actualidad –por eso de unir pensamientos– a la película filandesa Luces al atardecer y se me saltan las lágrimas del héroe perdedor que muere de soledad… con música de fondo. Dos tangos de los de siempre, de los de Gardel, Volver y El día que me quieras. 

Me doy cuenta de que mi adorado Al Pacino me regaló una escena de tango y sueño en Perfume de mujer. Claro, un hombre que no ve pero al que no le falta tacto y sensualidad. Sus dedos y su olfato tienen ojos. Oye música, siente y huele a una mujer bella…, y empieza el baile. 

Sólo recuerdo de la película La lección de tango de la directora Sally Potter a Pablo Verón y su rostro fuerte y su baile…, y el tango. 

De pronto, me entra la risa, y veo a Jack Lemon con rostro de Daphne y con una rosa en la boca bailando un tango con el rostro imposible de un millonario impagable. 

O vuelvo a emocionarme en un gran escenario y con una Roxane arrabalera en esa mezcla de músicas que es Moulin Rouge. O, me viene, esa cárcel de mujeres y de historias desgarradas y tristes en Chicago a ritmo de tango.  

Y, de pronto, pienso que qué atractivos están los hombres bailando tangos, aunque sepan poco y mal, y entonces me encuentro con un Richard Gere en su papel de ejecutivo cansado y estresado que descubre el mundo del tango en ¿Bailamos? 

Y, vuelo al blanco y negro y al intérprete por todos recordado –cuidado, que no el único–, su nombre está pegado al tango. Él es Carlos Gardel que dio su voz, su rostro, su romanticismo y su forma de vivir el tango en películas como Melodía de arrabal, El tango de Broadway, El día que me quieras, Tango bar… hasta que tuvo un fatal accidente en avión. Y, abandonó el mundo, de forma desgarrada, como las letras de sus canciones. Dejó a corazones solitarios. 

Yo mientras espero. En una esquina, bajo un farol, con falda negra y estrecha y raja lateral. Espero una voz grave, que me diga al oído, El día que me quieras…, y una pista enorme, y un cruce de piernas. Una lucha de a dos. Sensual y bella, real y cruda. Pasión con bandoneón de fondo.

Fernando Fernán Gómez entra en el Olimpo del Cine

Fernando Fernán Gómez se fue al Olimpo. Con 86 años y una amplia trayectoria como actor, director y escritor, decidió marcharse del planeta tierra y ocupar su asiento en los mitos del séptimo arte. El abuelo anarquista llega con toda su sabiduría al cielo cinematográfico para recordarnos a todos que el artista y creador siempre tiene algo de anarquista. El creador no cree en los poderes sino en la pasión por su trabajo y, por eso, todo creador hace lo que le viene en gana porque defiende su arte. 

Sólo basta echar un vistazo a su trabajo y a sus metros y metros de celuloide para hacerse una idea de la historia del cine español en los años 40, 50, 60, 70, 80, 90… 

No he tenido oportunidad de verlo –pero ya va siendo hora– como un abuelo que cuenta historias interesantes en el documental La silla de Fernando (2006) de David Trueba y Luis Alegre. Y 86 años sin parar de trabajar y crear dan para mucho. No es fácil adentrarse en toda su filmografía pero ahí va un pequeño homenaje a la aportación de Fernán Gómez a las memorias cinéfilas. 

Y retrocedemos a la otra generación del 27 y a un aristócrata extraño, y como no distinto de filmografía interesante, Edgar Neville, y ahí está Fernando presente en Domingo de carnaval (1945) y El último caballo (1950). El actor no se adormece ante una nueva manera de entender el cine, un cine dormido y con ansias de despertar y contar. No olvidemos la historia de un cine amordazado que trató de sobrevivir a censuras y formas de pensamiento en una dictadura de cuarenta años. Así se hace protagonista de Esa pareja feliz (1951) de Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem. Los años cincuenta fue la década del despertar, los cineastas sabían que con las películas se contaba todo tipo de historias. Querían abrir el abanico, hartos del cine propagandístico, de folclore y pandereta.

Fernando Fernán Gómez se va haciendo imprescindible. Y, es protagonista de joyas desconocidas como El inquilino (1957) de J. A. Nieves Conde. Otro cineasta con una trayectoria a tener en cuenta. Nieves Conde era un falangista con fondo social. Así, el régimen estaba orgulloso del éxito del cineasta con Balarrasa pero más tarde le consideraron un director difícil y no deseado porque al director se le ocurrió denunciar en buenas películas el sistema social del régimen y mostrar las fisuras y las cosas mal hechas. Y, claro, la censura se le echó encima y ya no contó con la venia. Fue un hombre que si tuvo que criticar o no estar de acuerdo con la dirección prevalecía su criterio aunque perjudicara su carrera. De hecho, quedó en el olvido. Aún así se le recuerda por Surcos (1951), un ejemplo de cine neorrealista español. También, fue un destacado director de películas policíacas como Angustia o Los peces rojos.

El inquilino fue la gota que colmó el vaso. Tuvo numerosos problemas y después su carrera no pudo avanzar. La censura se cebó con esta historia que reflejaba los problemas de vivienda. Y allí estaba Fernando Fernán Gómez como Don Evaristo, un hombre que necesita encontrar un hogar para toda su familia porque se ve en unos días en la calle. Y se encuentra con todos los impedimentos posibles y protagonista de un periplo kafkiano. Al final, Don Evaristo se encuentra sin hogar, con todos los muebles en la calle, y sin nada que ofrecer a su familia. ¡¡¡A qué final hubiera sido ése!!! Un Fernán Gómez grande gritando a todos los mirones “Pasen señores, pasen. Es gratis. Diviértanse viendo al ciudadano sin hogar. ¿Lo ven? Yo ya resolví mi problema. Ésta es la vivienda moderna sin una sola gotera. Y para ser feliz del todo sin familia que estorbe”. Sin embargo, la censura obligó a filmar un final feliz, la llegada de su familia con un gran camión de mudanzas que les lleva a una casa al nuevo barrio La Esperanza.

Fernando Fernán Gómez, abuelo grande, rodó con los cineastas que iban surgiendo en cada momento. Y se volvía inmenso. Carlos Saura, Víctor Erice, Pedro Olea, Manuel Gutiérrez Aragón, Josefina Molina, Fernando Trueba, José Luis Garci, José Luis Cuerda…, y un largo etcétera.

Y, emociona o estremece, en Ana y los lobos, en esa joya que es El espíritu de la colmena, en Pim, pam, pum… ¡¡¡fuego!!!, en Maravillas, en La noche más hermosa, en Feroz, en Luces de Bohemia, en La mitad del cielo o en Esquilache.

Siempre grande, en los años noventa, realizó tres personajes protagonista que le elevaron aún más en los altares de la sala oscura. Primero, en esa joya de vitalidad y vida bella, que representa de una manera excepcional los años de la República, el periodo anterior a los tiempos oscuros de la Guerra Civil, Belle Epoque donde Fernán Gómez es ese padre, Manolo, de espíritu libre y por supuesto con aires de anarquía. Después, José Luis Garci le dio por las adaptaciones literarias y coge a Don Benito Pérez Galdós y a un personaje fuerte con el rostro de Fernán Gómez, El abuelo. Yo de esta obra cinematográfica sólo me quedo con la interpretación de un abuelo con una dignidad y un orgullo que no le cabe en sitio alguno, y eso le trae problemas (porque su código de honor y manera de ver la vida se derrumba y es reacio a los nuevos tiempos), y sus conversaciones con el amigo que sabe aplacar su ira, el actor Rafael Alonso. Y, por último, ese viejo profesor republicano lleno de sabiduría y gran transmisor de conocimientos para los niños de una aldea que vive bajo el imperativo del miedo, todo rociado con la poesía de Manuel Rivas y la gran dirección de José Luis Cuerda. Difícil de olvidar esa mirada serena ante los malos tiempos y la brutalidad que se avecina en un rostro como el de Fernán Gómez.

Y, este post, sigue un camino inmenso. Y no he hablado todavía del Fernán Gómez, director y escritor. Su amor al teatro –escribió novelas y obras de teatro pero todos recordamos su contribución a la dramaturgia con la potente Las bicicletas son para el verano–, le hizo adaptar para el cine varias obras de nuestro teatro: La venganza de don Mendo o Ninette y un señor de Murcia. Y Fernando no olvida la vida del cómico, de aquellos hombres y mujeres que se dedicaban a llevar el teatro a todas partes, a pesar de la dura vida…, pero que amaban lo que hacían: El viaje a ninguna parte. O, estremece con una historia potente, Mi hija Hildegart, o el viaje a la mente de Aurora Rodríguez. Ha dejado obras a tener en cuenta como El malvado Carabel, La vida por delante, La vida alrededor, La vida sigue, El extraño viaje…, ¿no sería un momento maravilloso para que la televisión pública volviera a programar buenos ciclos de cine?

Ahora el abuelo anarquista sube al Olimpo del Cine. Le espera su silla y un montón de oídos ansiosos por escuchar su voz grave y sus historias con sentido del humor e inteligencia.

Diccionario cinematográfico (40)

Ángel: hoy extrañamente he pensado en ángeles. En esas presencias divinas y extrañas. ¿Hay ángeles de la guardia?¿Existen los ángeles caídos? ¿Cómo es un ángel? Y, doy un salto a la pantalla. Recuerdo al bueno de Clarence que se quiere ganar unas alas en Qué bello es vivir. Un ancianillo alocado que se pone al lado de un James Stewart desesperado y al borde del suicidio…, en el último momento le concede un deseo: ojalá, no hubiera nacido. Y el bueno de James ve cómo hubiera sido su entorno sin su presencia. ¿No lo han pensado nunca? O recuerdo a un atractivo Cary Grant con cara de ángel seductor que se enamora locamente de la mujer del obispo. O vuelo y veo a otro ángel atractivo que se fue demasiado pronto al cielo con cara de un Warren Beatty setentero. Aquí también hubo una extraña película que rodó Antonio Mercero e hizo más famoso a Lolo García. Un angelical niño rubio que le empezaban a salir alas, ¿surrealista, no? Prefiero irme con Cameron y Ewan en Una historia diferente y ver a dos ángeles vestidos de blanco metiendo la pata una y otra vez…, pero enamorando a sus protagonistas. Por ahí se escapan unos ángeles alemanes en tan lejos, tan cerca y alguno ansía ser humano y poder sentir y tocar. La versión americana fue una empalagosa historia de amor con una Meg Ryan y un Nicolas Cage perdidos en pantalla. Como los ángeles. Definitivamente, me quedo con los clásicos, con Clarence.

Yul Brynner, divino calvo

A este actor le tengo especial cariño, al divino calvo, y todo porque curiosamente y nunca supe muy bien por qué era el mito erótico de mi querida abuela paterna. ¿Curioso verdad? No sé cuando se enamoraría de él. A ella le gustaba mucho ir al cine. ¿Lo vería en Taras Bulba, en Anastasia, en Los sietes magníficos, en El rey y yo o en Los hermanos Karamazov? Lo de mito erótico lo digo yo, mi abuela nunca me habló así de él pero cuando le preguntaba que qué actor le gustaba, ella sonreía abiertamente y decía: el calvo. 

Y, me ha venido esta anécdota a la cabeza porque a veces busco imágenes extrañas o curiosidades de los actores que me interesan y en esa biblioteca de imágenes que es youtube pude ver un vídeo que me llenó de ternura y me descubrió una faceta de Brynner: el músico. El vídeo en cuestión presenta al divino calvo con una guitarra, su preciosa y erótica calva, un bigote muy masculino y una voz atrayente: Brynner, emociona, entonando una canción del folklore ruso, Two guitars. Y se nota que él está disfrutando con su compañero de canción. Y mucho. 

Otra faceta de este actor especial y distinto: ¿se fijaron en la fuerza de su mirada? Es que le encantaba la fotografía. Brynner en todas las películas que protagonizaba llevaba cámara a mano y tomaba instantáneas. Era otra de sus pasiones (como la de Jeff Bridges). Creo que este año en PhotoEspaña 2007 hubo la oportunidad de ver alguna de sus fotografías en la exposición Fotógrafos insospechados. 

Y, una última curiosidad, uno de sus amigos fue el creador Jean Cocteau (novelista, poeta, pintor, dramaturgo y cineasta). Fue uno de los actores que protagonizaron El testamento de Orfeo (1959). 

Al divino calvo le guardo en la memoria, rudo y cariñoso, en el papel que le dio el éxito, el rey de Siam. Toma a una Deborah Kerr de la cintura y bailan sin parar.

Harold y Maude (1971) de Hal Ashby

Toca el banjo, deja las apariencias, vive de verdad, haz realmente lo que quieres y sobre todo aprende a ser libre, a no tener miedo… Harold y Maude con paisajes de lápidas de cementerios, hermosos campos de margaritas, o en zonas de escombros nos descubren una atípica y preciosa historia de amor. 

Harold (Bud Cort) es un joven multimillonario con miedo a vivir y por eso se refugia día a día en la muerte sin sorprender ya a una madre que vive en otro planeta, preocupada por la apariencia y por las pequeñas excentricidades de su hijo que no sienta cabeza. Harold se muere cada día, con una soga, una pistola, en una piscina…, y acude a entierros en su coche fúnebre. 

Maude (Ruth Gordon), cerca ya de cumplir ochenta años, vive su vida con intensidad, disfrutando cada segundo, cada pequeño detalle. Mujer excéntrica, encantadora y honesta dentro de su inocencia hay mucho vivido y mucho que olvidar. Ella apuesta por la vida y su disfrute. Ya hace tiempo que perdió el miedo a la muerte y al propio miedo. Vive como quieras. Libre. Sin autoridades. Ella sabe que merece la pena. 

Harold y Maude se encuentran y todo es una explosión de sentimientos. Ambos han encontrado a la persona con la que pasar el tiempo y vivirlo a tope. Y de fondo la música y canciones de Cat Stevens. ¿Quién da más? 

Hal Ashby fue un director del nuevo cine americano que surgió con fuerza en los años setenta con poca filmografía pero llena de aciertos. Un director a reivindicar. Con películas como Harold y Maude, Shampoo, El último deber, Esta tierra es mi tierra, El regreso o Bienvenido Mr Chance. En Harold y Maude hace un canto a la vida, al amor sin prejuicios, en una historia sencilla pero rodada de forma muy bella. Es un placer ver a Ruth Gordon (que fue, junto a su marido, una guionista de prestigio en comedias como La costilla de Adán) en un papel que te hace pensar, demasiado, sobre todo cuando se conoce el secreto de su vitalidad.  

La película contiene escenas memorables y personajes secundarios increíbles como el tío de Harold, ese militar manco, pero que sigue saludando de manera militar a quien sea y que trata de inculcar sus valores a su extraño sobrino. Ese psiquiatra que le importa muy poco lo que le cuenta el paciente que le llena el bolsillo. Esas pretendientes que busca la madre de Harold para casar a su niño…, pero sobre todo quiénes nos dejan escenas inolvidables son ese joven con miedo a la vida pero que encuentra a esa persona con la que estar y esa abuela adorable que todos quisiéramos tener a nuestro lado.

Jack Nicholson

Un rostro joven y poderoso ya hacía sus pinitos de galán del terror en las producciones de Roger Corman en los años sesenta (La tienda de los horrores, El cuervo, El terror, La matanza del día de San Valentín…). Jack Nicholson ya se comía la pantalla a través de mirada profunda y sonrisa pícara. 

Ya en 1969 se metió en una película de culto con uno de los papeles más atractivos. Se trata de Easy Rider o un canto a la libertad. Jack tiene cara de abogado sabio y borrachín con final trágico. Nicholson dice a la juventud de aquellos años que los seres humanos tienen miedo a la libertad y por eso no soportan a la gente que vive libre, sin ataduras y miedos. Por eso, la persiguen y tratan de apalearla. Jack Nicholson entra a formar parte de los dioses de la sala oscura por mérito propio. 

Poquito a poco sigue ascendiendo y rodando con grandes directores de la época, emergentes, o con los ya clásicos. Son los años del nuevo cine americano, los años 70. Curiosamente, sus obras más recordadas son con directores de países europeos. Así rueda junto a un joven e inquieto Roman Polanski puro cine negro, Chinatown o el detective de la nariz rota, enamorado de una rubia que guarda más de un secreto. O se transforma en un gran Randle McMurphy que lucha en un psiquiátrico contra la autoridad por la autoridad. Un hombre con ideas propias que trata de devolver humanidad a sus compañeros. La pérdida de salud mental no quiere decir la pérdida de tomar decisiones, de disfrutar de la vida… Milos Forman le regala un papel de oro que Nicholson borda, Alguien voló sobre el nido del cuco. Impresionante canto a la libertad individual. Corre el año 1975 y Nicholson es uno de los reyes de la sala oscura. No hay producción de prestigio que no cuente con su presencia. 

También, actúa en obras de directores clásicos como Elia Kazan (El último magnate) o Vicente Minelli (Vuelve a mi lado) o directores míticos de los setenta como Hal Ashby (El último deber) o el director promesa Mike Nichols (Conocimiento carnal, Dos pillos y una herencia y años más tarde, en los ochenta, Se acabó el pastel). Y en esta década aún le queda tiempo para dirigir su primera película, Camino del sur, una del oeste. Años después rodaría en los noventa, The Two Jakes, una recuperación se su personaje en Chinatown, el detective Jake Gittes. 

Los ochenta llegan con fuerza. Jack empieza la década con tres películas que hacen historia. El terror psicológico llega a cumbres altas en El resplandor de Stanley Kubrick. Quién no recuerda el rostro patético de un Nicholson al borde de la locura rompiendo una puerta con un hacha y asomando su horrible cara para pánico de Shelley Duvall. Nadie olvida el erotismo de un Nicholson salvaje y Jessica Lange hermosa en la mesa de una cocina de los años treinta en El cartero siempre llama dos veces. Y por supuesto su contenida y cínica interpretación de Eugene O’Neill en Rojos de Warren Beatty.  

Su prestigio continúa elevándose, da igual verle en un melodrama tipo La fuerza del cariño o recuperando las películas de gangster con el gran John Huston (El honor de los Prizzi). Las brujas de Eastwick no sólo le permite trabajar con las actrices más prestigiosas y de moda del momento (Michelle Pfeiffer, Susan Sarandon y Cher) sino que le hace tener éxito en un género que le convertirá en rey en el siglo XXI, la comedia. Y, ese mismo año, 1987, nos hace llorar o emocionarnos con su personaje de un sin hogar en los años de la depresión, Tallo de hierro de Hector Babenco. Dos años después, el histrionismo, que a veces sus detractores le echan en cara, llega hasta el lado extremo con un Tim Burton que juega a los comics en su peculiar visión de Batman. Nicholson es el malvado Joker.  

En los noventa, Jack ya es un clásico de rostro reconocido que se permite un paseo por superproducciones, películas independientes, algún proyecto fallido o como actor fetiche de actores que se ponen ante la cámara. Así le vemos en producciones como Ella nunca se niega, Algunos hombres buenos, Lobo o de nuevo con Tim Burton en un papel secundario en la alocada Mars Attacks. O como actor fetiche de un Sean Penn tras la cámara en Cruzando la oscuridad y más tarde en El juramento.  Sin embargo, le faltaba un papel que le devolviera el trono en pantalla. Y lo consigue con una comedia de finales de los noventa. Jack Nicholson se transforma en Melvin, un escritor maniático y solitario, al borde del trastorno, que ve como su ordenada vida salta por los aires ante un vecino homosexual y una camarera de la que de forma extraña, se enamora. Un Nicholson entre insoportable y tierno (difícil combinación) se convierte en grande en Mejor…imposible. 

Y, en el siglo XXI, se vuelve impagable. Su rostro triste se apodera de una película sencilla y maravillosa, A propósito de Schmidt, un retrato sobre la soledad de un jubilado. Un relato tierno, amargo con unas dosis de humor. Alexander Payne sale a la palestra cinematográfica de la mano de Nicholson que, como casi siempre, borda su papel. En la sala oscura, Jack es ya un viejo amigo que ahora nos hace reír. Y consigue junto a Diane Keaton el triunfo en una comedia romántica en la que lloras de la risa. Los dos protagonistas, actores ya muy maduros, y su historia de amor llenó las salas de carcajadas. Cuando menos te lo esperas de Nancy Meyers se convirtió en un fenómeno. Los dos maduros actores pegan una patada a insulsas historias de jóvenes enamoradizos, sin gracia alguna, y nos regalan escenas de lo más divertido y romántico. Y en el 2006 se deja llevar de la mano de Martin Scorsese en un papel de duro, de los que ya sabemos que da el pego, en Infiltrados es el malvado. Ya sabemos que en esos papeles, Jack, también sabe lo que hace.El viejo amigo no abandona la sala oscura y sabemos que muy pronto ahí lo tendremos para hacernos pasar miedo, reír o llorar…, no abandona. 

Mosaico de momentos inolvidables

Y, me viene a la cabeza una novia con velo blanco sobre una enorme barcaza en La Atalante. Y, las risas de una madre y una hija, que no saben que están viviendo un momento de felicidad en Un Día en el Campo. Y, lloro con la Mamma Roma que se desgarra por el hijo al que se le escapa la vida. Y, se me queda grabado el cuerpo tirado al vertedero en Los Olvidados. Y, suspiro cuando se besan los que se aman y recuerdo esa escena inolvidable de besos censurados en Cinema Paradiso.

Y, retrocedo en mi memoria y me baño con Tarzán y Jane, pero los de blanco y negro, y surco los mares con el terrible burlón y me rio un montón. Y, voy a toda mecha con Dhane, Sugar y Josephine para cantar en la orquesta, con las faldas y a lo loco. Suspiro ante los ojos atormentados de una Mata Hari en plan Garbo. Y, de pronto, me encuentro como una oficial del ejército de salvación a la que la cantan una canción de amor al oído en la bella Cuba, es un jugador con cara de Marlon Brando. Y, me subo a la noria con Ada y Cal, allá, al Este del Edén. A contarnos penas.