Diccionario cinematográfico (45)

Erotismo (1º parte): despidamos el año de forma picante. Nos iremos al cine clásico (a la década de los treinta) y las ciento una y mil posibilidades de erotismo insinuado…, bastante más conseguido que el explícito uso de la sexualidad. El erotismo consigue que la mente del hombre y la mujer imagine y sueñe, se eleve. Vamos, que la cabeza nos funcione un poco más. El secreto de plasmar el deseo sexual pertenecía a los clásicos. Casi al inicio del sonoro, cinco heroínas con sus galanes respectivos fueron las reinas del erotismo –bueno, hubo muchas y muchos más, esto sólo es un ejemplo de posibilidades–. 

Y empieza la fiesta de erotismo cinematográfico: Joan Crawford, toda ella lujuria y deseo, que vence al puritanismo, en Lluvia (1932) de Lewis Milestone. ¿Imaginan la lluvia incesante en una selva, una mujer seductora, hermosa y pecadora haciendo que caiga a sus pies a un puritano y radical pastor? Marlene Dietrich da la llave de su apartamento a un joven legionario Gary Cooper. Y el deseo llena la estancia. Nunca una aparición de una dama había causado tanto desvarío. La Dietrich baila y canta en un cafetucho marroquí, toda hermosa, vestida de frac y con sombrero de copa. Seduce por igual a hombres y mujeres en Marruecos (1930) Josef von Sternberg. 

La gran Bette Davis recibe castigo por ser seductora y erótica en un triste relato sobre la decadencia en Cautivo del deseo (1934) de John Cromwell. Su camarera Mildred obsesiona a un estudiante con cara de Leslie Howard. Y, nos vamos a una gran venus rubia, que elevó las salas a un erotismo de altas temperaturas. La malograda Jean Harlow que nos regaló sus juegos seductores en varias producciones. La rescatamos en Mares de china (1935) de Tay Garnett junto a otro rey de la sensualidad masculina, Clark Gable. Como ven el mar, tierras lejanas, el hombre de mar y la mujer de mundo son los reyes del erotismo. No olvidemos que esta pareja erótica ya había subido temperaturas en la primera versión de Mogambo que en 1932 rodó Victor Fleming con el nombre de Red Dust. 

No podíamos dejar esta flamante lista del erotismo clásico sin la gran Greta Garbo que ya en el cine mudo mostraba sus armas para seducir a los hombres. Podemos recogerla en el sonoro en Mata Hari (1931) de Robert Fitzmauricie o en alguna de las escenas de La Reina Cristina de Suecia (1933) de Robert Mamoulian. Como espia sensual o como reina ambigua, da igual, la Garbo da rienda suelta a una sensualidad que se escapaba de cada uno de sus poros y movimientos. Ellos son Ramón Novarro y John Gilbert, reyes de lo erótico en el cine mudo, junto a su compañero Rodolfo Valentino. ¿Y qué me dicen de ellos? ¿Alguien ha olvidado al periodista más sensual de los treinta con cara de Clark Gable, que se mostraba sin camiseta de tirantes, en la maravillosa Sucedió una noche (1934) de Frank Capra? Alguien olvida su erotismo a flor de piel seduciendo a la millonaria Claudette Colbert. 

¿Y el primer Cary Grant? Recordemos que le llevó a la fama de la mano, todo un mito sexual, la gran Mae West. El pícaro y sensual Grant joven luego se transformó en el elegante Grant del futuro. Pero, recuérdenlo en La venus rubia (1932), No soy un ángel (1933) o La gran aventura de Silvia (1935).  Tampoco se queda atrás el joven Gary Cooper, que hizo suspirar, por su belleza, su sonrisa erótica y canallesca. Ahhh, luego sería el prototipo del honesto e incorruptible héroe americano –que confesémoslo, no lo hacia nada mal–, pero damas y caballeros, sus principios marcaban otros rumbos. No le olvidemos en Marruecos (1930), en la primera versión de Adiós a las armas (1932) o en Una mujer para dos (1933). También, se podía suspirar allá en los treinta por el intrépido Errol Flynn, el juguetón de sonrisa impertinente y cuerpo atlético que hacía suspirar si alguna vez caíamos en sus brazos en Capitán Blood (1935), Robin de los Bosques, 1938 o La vida privada de Elizabeth y Essex (1939).

American Gangster

Gran decepción. Ridley Scott ofrece una producción entretenida pero no aporta gran cosa al género y, además, finalmente te deja fría. Unas horas y American Gangster pasa al olvido. Lo has pasado bien, no está mal hecha pero su guión, sus personajes y hechos pasan pronto al olvido. El ritmo es uno de los grandes fallos de la película. Curiosamente, son casi tres horas de película y, sin embargo a mi parecer, el desarrollo es equivocado. Uno de los aspectos que podrían haber sido muy interesantes que es la relación que se establece entre los dos protagonista: el policía incorrupto (Russell Crowe, más macarra de lo habitual…, ¡¡¡y qué bien le sientan estos papeles!!!…, aunque me quedo con el poli bruto y dulce a la vez de L.A. Confidencial) y el mafioso con su propio código (siempre elegante y sonrisa perfecta de Denzel Washington), el director lo desarrolla rápido y a mi parecer sin jugo en los minutos finales de la película.

American Gangster prometía. Contaba con todos los ingredientes para haber sido una buena película pero el conjunto, y es una pena, te deja con la miel en los labios. Los personajes secundarios se quedan como secundarios, sin ser relevantes, y eso que Scott se rodea de actores que darán mucho que hablar como Chiwetel Ejiofor (¡¡¡con lo que me gusta y lo poco aprovechado que está!!!).

De los personajes principales me quedo con el príncipe de la mafia negro, con el retrato de Denzel (que a pesar de todo no llega a ser brillante…, ¿o es que no nos acordamos del gran Carlito Brigante?). Al poli honesto de Russell Crowe le falta algo –que ahora mismo no sé explicar–, ¿quizá algún rasgo original? Ahora sí Crowe sigue demostrando que se come la pantalla a bocados.

No obstante, Scott, con una buena ambientación de la época, consigue escenas que hacen intuir lo que podría haber sido una buena película de mafia. Escenas que reconcilian con el buen cine de género y que no quiero contar porque todavía le queda bastante vida en las salas de cine. Sin embargo, me sigo quedando con Atrapado por su pasado (Carlito Brigante forever).

Regalo cinéfilo y literario

Guardo como oro en paño un ejemplar de una revista que vio la luz el 10 de enero de 1985. Se trata del número 22 de la revista Poesía (revista ilustrada de información poética) que fue editada por el Ministerio de Cultura. Este número era un monográfico que se titulaba El cine. Y está lleno de pequeñas joyas que tienen que ver con el cine y la literatura. Su índice es de lo más atractivo: Manolete, una película desconocida de Abel Gance. El cine a través de La Gaceta literaria y del cineclub de Ernesto Giménez Caballero con textos de Ramón Gómez de la Serna, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Pío Baroja, Abel Gance, Rafael Alberti y Vicente Huidobro. Laszlo Moholy-Nagy: Dinámica de la gran ciudad. Un excelente e interesante artículo de Álvaro Armero con la colaboración de Juan Antonio Molina Foix, Escritores españoles en Hollywood. 

Y, por último, el regalo que quiero ofrecer: parece ser que existe una selección de secuencias filmadas por Juan Guerrero Ruiz de los integrantes de la Generación del 27. Son unas películas que filmó con una Pathé Baby de 9,5 mm. En este pequeño tesoro podemos ver a Pedro Salinas y Chacon y Calvo en Torrevieja (Alicante), a Jorge Guillén, Pedro Salinas y Melchor Fernández Almagro en el Paseo de Recoletos de Madrid; a Luis Cernuda en el Alcázar de Sevilla; a Fernando Villalón, Manuel Altolaguirre y Rafael Alberti en la Plaza de Cibeles de Madrid; a Dámaso Alonso y a Jorge Guillén en una azotea madrileña y, por último a Juan Guerrero Ruiz con su familia en Madrid.

En la revista en cuestión podemos ver los fotogramas, la película, e imaginar las imágenes en movimiento. Parece ser que los responsables, que recuperaron estos metros de celuloide (Rafael Zarza), pasaron estas viejas imágenes en vídeo a un ya anciano Jorge Guillén. Y el poeta les mandó un hermoso poema después de verlas: 

Misterioso

Pasa el vídeo misterioso

Vuelve el pasado en movimiento,

Y el instante insignificante

Llega enseguida a conmovernos.

¿Y por qué?

Porque significa.

No cruzan su flujo y su tiempo,

Frente a nuestros ojos atónitos,

Sin arrastrarnos a lo inmenso,

Ese impulso que es esencial.

Contra mareas, contra vientos,

Y jamás contacto con Nada,

Nada irreal que es siempre un sueño,

Y la gran verdad nos oculta:

El vivir del amigo muerto.

¿Cómo?

Salinas.

Me emociono.

Es él y todo el universo. 

¿Verdad que es hermoso? Espero que os guste mi pequeño regalo. Un beso. Hildy Johnson. 

Dustin Hoffman

Nariz enorme, pequeño, de pelo alborotado, sonrisa pícara, cara agradable…, con carácter. Camaleónico y genial. Versátil. El hombre del que toda chica podría enamorarse locamente porque cuando quiere es divertido y atractivo. En los años setenta presente en producciones magníficas. Nunca encasillado. Como muchos actores de su generación. Con sabiduría ha sabido adaptarse a los tiempos y como sus compañeros de generación sigue en activo y dando buen cine. Porque ellos son profesionales, actores. 

No pudo tener un debut más espectacular en película mítica de finales años sesenta. El joven con el que se identificó toda una generación. Apocado y encantador, no sólo se mete en la cama con una madura y atractiva Miss Robinson sino que se lleva a la hija vestida de blanco en autobús al ritmo de Simon and Garfunkel. El graduado nos dejó el rostro peculiar de un Dustin Hoffman camaleónico. 

Tan camaleónico que nos deja con la boca abierta en la maravillosa Cowboy a medianoche, donde Hoffman alcanza la adoración en la sala oscura y la pantalla grande como Rizzo, un estafador, sin hogar, cojo, enfermo…, y absolutamente enamorado de un gigoló inocentón con gorro de cowboy. El sueño americano se rompe a pedazos ante los espectadores. 

En los años setenta se empieza a hacer otra lectura de la historia y se refleja en el cine. Los indios ya no son los malos de la función. Arthur Penn nos lo cuenta con Hoffman en Pequeño gran hombre. Y, Sam Peckinpack sigue con sus tremendos análisis y estudios sobre la violencia y nos regala a un Hoffman impresionante como hombre matemático y pacifista que se enfrenta de manera brutal a la violencia en una casa aislada junto a su novia. Perros de paja es difícil de olvidar. El hombre pacífico tiene que ejercer de manera, horrible, los instintos más ocultos del hombre. Nadie está a salvo. 

Y, Dustin sigue regalando papeles que le elevan a los altares da igual que la película sea de presos de guerra, de periodistas que descubren la corrupción política o de un cómico que se derrumba. El rostro del actor camaleónico siempre está ahí en Papillon, Lenny o Todos los hombres del presidente, películas paradigmáticas de los setenta. 

¿Quién olvida el rostro de terror ante un dentista con cara de sádico –gran Lawrence Olivier, ya anciano, ya maestro– en esas películas policíacas e inolvidables de esa década prodigiosa en el cine americano? Dustin vuelve a brillar en la angustiosa y entretenida Marathon Man 

Termina los setenta y empieza los ochenta con dos películas comerciales y muy populares, la lágrima fácil de Kramer contra Kramer sobre el divorcio a los setenta o la divertidísima Tootsie donde Hoffman se transforma de manera magistral en mujer que se convierte en un fenómeno televiso de culebrón. 

Adoro a Arthur Miller y, además de descubrir a John Malkcovich, en 1985, Dustin se mete en la piel de Willy Loman en Muerte de un viajante. Y como en todos sus papeles, lo logra. Fue una película para la televisión, brillante. 

A finales de los ochenta se lleva el gran batacazo comercial y crítico junto a Warren Beatty en la extraña Ishtar (1987). Yo recuerdo que fui a verla cuando se estrenó y sólo logró ver a dos tíos corriendo en camellos y la cara de una actriz francesa, extraña, Isabelle Adjani. Pero al año siguiente consiguió un papel –que a la larga me puso de los nervios,  lo reconozco, no me gustó– que le volvió a poner en el panorama cinematográfico como un adulto autista en Rain Man. 

Los años noventa y el siglo XXI han dejado a Dustin como un actor secundario de lujo en producciones interesantes y comerciales. Sigue con carrera imparable. Dick Tracy y Hook aprovecharon sus dotes de transformista. Héroe por accidente le da un papel interesante de hombre en riesgo de exclusión. Un antihéroe desagradable que en un momento de su vida se convierte en héroe anónimo y desconocido. Propuesta interesante y desconocida. Se enfrenta al texto de Mamet en película independiente, American Buffalo, y se pasea por producciones comerciales y de calidad como Sleepers o La cortina de humo. 

Su rostro no pierde actualidad y sigue en alza en El jurado, Descubriendo nunca jamás, Los padres de él, la interesante Más extraño que la ficción o El perfume. Ahora, sigue con su transformismo en producción infantil en Mr Magorium y su tienda mágica…, pero los espectadores de la sala oscura le esperan en un papel protagonista como a los que nos tiene acostumbrados. Como aquellos papeles en los años setenta que le elevaron a los altares del Olimpo cinematográfico. 

Mucha energía positiva y buen cine en el 2008

Queridos, queridos, queridos empieza la cuenta atrás para que el 2007 se quede agazapado y deje paso a un 2008 de ensueño. De nosotros, en gran medida, depende. 

En las pequeñas cosas, en hacer agradables los entornos más cercanos, en los detalles, en llevar el día a día y sobre todo el seguir apasionándonos con nuestras pasiones…, ahí está el secreto de un futuro 2008 que puede estar plagado de sorpresas. 

Nunca se sabe lo que nos depara el destino pero empezar con buen pie y con expectativas puede quizá echar una mano a la buena estrella. 

Y, sobre todo, Hildy Johnson, desea que entre todos mantengamos los ojos abiertos a la realidad, y que aunque no lo creamos y veamos un mundo que parece que se derrumba por la pobreza, las guerras, las injusticias, la mala leche reconcentrada, el cambio climático, las patadas tremendas que los humanos damos una y otra vez a la naturaleza…, siempre podemos aportar y hacer algo. La impotencia, el desánimo, la desesperanza, la queja, la mala hostia son malos consejeros para conseguir un mundo mejor.  

Por eso, tecleo con mis mejores deseos una y otra vez. Y, mando mucha energía positiva y tranquilidad –mezclado con un poco de risa (cada vez pienso que es una de las mejores terapias y me encanta la gente que tiene la capacidad de que otros soltemos carcajadas), ironía, que nunca viene mal y cinismo, del bueno, del que construye y analiza–, a todos los que alguna vez hacen alguna visita a este blog, a los compañeros que escriben otros blogs en cine.com y en el ciberespacio exterior y a todos los miembros de esta comunidad de cine.com que han permitido que aloje este blog (nunca pensé que fuera capaz) y dar rienda suelta a mi pasión sin límites. 

Os deseo todo lo bueno que una persona puede llegar a pensar. ¡¡¡Y mucho, mucho, mucho buen cine…, para divertirnos, para amar, para pensar, para reflexionar, para analizar, para descubrir otras realidades, otros mundos, otros rostros…!!!

Encubridora (1952)/La gardenia azul (1953) de Fritz Lang

Fritz Lang es uno de los creadores que me hace amar una y otra vez el cine. Desde sus películas mudas como esa leyenda con la muerte de protagonista que es Las tres luces, hasta ese mundo futurista que representa Metrópololis hasta sus primeros sonoros, como la fascinante M. Cuando Lang huye como tantos otros realizadores el terror nazi, recae en EEUU y empieza una filmografía llena de poesía, venganza, cine negro, muerte, ensoñación y sobre todo amores desgarrados. Y, entonces, deleita con joyas que te hacen llorar una y otra vez como Sólo se vive una vez y deseas la salvación de un Henry Fonda al que le persigue la mala suerte y una Silvya Sidney que lleva las consecuencias de amar hasta el otro lado de la vida. Porque Lang es el cineasta del desencanto y de los héroes y heroínas abandonadas a su suerte en un mundo falso que no les concede ni un respiro. 

Lang es el rey de la tristeza y del romanticismo que se rompe a pedazos con retazos de realidad. Los seres humanos son malos o buenos, se equivocan o no y sus destinos son sobrios sin posibilidad de alcanzar, jamás, la felicidad. Lang conoce bien las miserias y bondades de la humanidad y su legado deja un mundo triste pero un cine maravilloso. 

Él ha dejado joyas como La mujer del cuadro, Perversidad, Los sobornados, Deseos humanos…, pero hasta en sus películas más desconocidas deja una huella y una inquietud imposible de describir. Y aquí se inscriben ese western con aires de leyenda que se llama Encubridora o ese retrato triste y represor de la sociedad americana en los años cincuenta con la melodía triste de un Nat King Cole en ciernes que con voz dulce canta Gardenia azul. 

Corren los años cincuenta en América y la venganza flota en el aire. América y la caza de brujas. Era de odios, apariencias y tristes vidas que tienen su reflejo en múltiples películas. Fritz Lang no es ajeno a ese aire turbio y su cine sigue con el halo del cine negro o el western legendario con la venganza y el amor como protagonistas. El pesimismo funciona en esa década y, por eso, Lang no tiene dificultades en dejar su huella. 

Un bandolero elegante, tierno y triste, por enamorado y por ser leal a su código de honor trasnochado. Siempre ha amado de manera tierna a una mujer fuerte que se deshace en la duda y en las ganas de llevar la vida feliz de una señora amada. Mel Ferrer y Marlene Dietrich o lo que es lo mismo Frenchy y Altar Keane. Un granjero o vaquero que busca venganza y lo hará a cualquier precio, un Arthur Kennedy oscuro que intenta ser encantador pero no engaña al espectador. Su personaje, Vern, no pierde nunca de vista su objetivo. Y, en el fondo, aunque nos duela todos lo entendemos. Todos hemos visto a su futura mujer muerta y su mano crispada intentando defenderse ante el asesino vil. 

Encubridora es un western de espacios cerrados y sentimiento en una olla exprés. A punto de estallar. La mujer madura que siente que podría volver a los dieciséis pero ya es demasiado tarde –Marlene Dietrich como siempre con esos pantalones bien puestos, un maquillaje que la hace especial y ese pelo que no despeina ni con un disparo o montando a galope en un caballo salvaje–. El pistolero romántico que ama sobre todas las cosas a la misma mujer, elegante, sobrio y bello (¿alguna vez habíamos visto a Mel Ferrer tan metido y tan hermoso en su papel), al que se le entristece la mirada porque ve que la mujer amada mira a otro con posibilidades de alcanzar una vida feliz fuera de su regazo. O el granjero –que por mucho que se repita a lo largo del metraje que es joven y bello, perdóname Kennedy pero no me lo creo, no retiraría nunca la mirada de Mel– que sólo vive para la venganza pero se asusta al sentirse fascinado por una mujer con pantalón de hombre y de vida apasionante, algo que él nunca hubiera soñado tener a su alcance. Ya nos avisa una y otra vez la triste canción que narra la leyenda. No es una historia de final feliz. 

O esa pobre telefonista rubia, asustada, con cara de Anne Baxter que con el corazón roto acude a una cita con un playboy en el local La Gardenia azul. ¿Quién sino un maestro como Lang hubiera narrado en unas pocas secuencias la historia de una ruptura? ¿Quién no entiende a una rubia de corazón solitario que se dispone a celebrar su cumpleaños bella y sola, con una cena romántica, al lado de una fotografía, del amado que lucha en Corea?¿Quién no entiende a alguien que quiere emborracharse y olvidar cuando recibe una carta que la dice que el amado ama a otra y que en pocos días va a casarse?Lang, el rey de las pesadillas, logra engatusarnos con la historia de una rubia, la Gardenia azul, la asesina con amnesia que no recuerda haber matado a un hombre que la emborracha en una noche de lluvia, quizá para besarla, para desnudarla, indefensa, y tener una cita más que olvidar. 

Una Baxter, obsesiva, perdida y asustada, que vive con otras dos rubias encantadoras, dos amigas de verdad, tres mujeres que tratan de sobrevivir el día a día de las vidas grises. ¿Cómo saber si puede confiar en el periodista guaperas que sigue la exclusiva que le dará más prestigio del que tiene?Los hombres no salen muy bien parados. Pero ahí están. Y, estas rubias tienen que lidiar con lo que tienen. Esta vez, no sé si por cuestiones de guión o estudio, la historia sale bien. Y, la pobre telefonista, quizá, tenga un final feliz. Quizá salga de esa pesadilla que la depara su vida y destino. 

Fritz Lang, maestro del desencanto, nunca suele defraudar al espectador que busca ávido historias bien contadas…, aunque las pesadillas terminen mal o aunque todo sea sólo un mal sueño.

Diccionario cinematográfico (44)

Barbarella: hay una mujer intergaláctica de piernas largas, cabello rubio y modelos psicodélicos, para ella el sexo es algo natural y no tiene límites ni emoción. Es un instrumento más para su trabajo en otros mundos siderales. Pero encuentra un ángel con alas, ciego, y la ternura la puede. Lucha por la paz de la galaxia pero siempre se lo ponen muy difícil. O bien niños diabólicos o rivales hermosas o seres voladores y malignos. Los hombres son peleles y primitivos en sus manos. Ella es Barbarella y vive con toda las comodidades en una nave circular y a veces la gravedad del espacio la hace volar, desnuda y ajena a todo.

Pacto tenebroso (1948) / El asesino poeta (1947) de Douglas Sirk

Douglas Sirk alcanzó la cima de su éxito en los años cincuenta como rey del melodrama. La firma del autor se puede notar en las historias de amores desatados, en la vida de hombres y mujeres atados a las apariencias y al mundo conservador y falso de esos años. Douglas Sirk narra como nadie la lucha de esos personajes por encontrarse así mismos y cómo tratan de buscar –aunque no siempre con buenos resultados– la libertad individual. Reconocemos su buen hacer en largometrajes elegantes, con diseños cuidados, y colores brillantes. ¿Cómo olvidar Sólo el cielo lo sabe, Obsesión, Escrito sobre el viento, Imitación a la vida, Tiempo de amar, tiempo de morir, Ángeles sin brillo…? 

Hombre de vida, como sus melodramas, pero más cruel y real, decía cosas tan bellas como «el cine es sangre, lágrimas, violencia, odio, muerte y amor». Y, así se mostraban sus películas. Fue otro director europeo exiliado a Estados Unidos, esta vez, por su disconformidad con la Alemania nazi. 

Hombre de sensibilidad especial dominaba los espacios y la dirección de actores. De los espacios aprendió mucho en el mundo del teatro, que fue a lo primero que se dedicó. Los espacios, los lugares, las casas…, son señas de identidad de Sirk. 

Cuando llegó a EEUU se fue labrando un nombre como director que alcanzaría su máximo éxito en los años cincuenta y con el mundo del color. Douglas Sirk era el rey del melodrama. Sin embargo, me complace haber descubierto dos pequeñas joyas en blanco y negro de los años cuarenta que tienen ya parte de su firma y personalidad pero con unas características propias que las hacen especiales y muy apetecibles para una tarde en compañía de Sirk. 

Lo primero que destacaría es el género. Llama la atención que Sirk muestre su dominio del cine y de contar historias con películas como Pacto tenebroso y El asesino poeta. Son dos películas en blanco y negro que reflejan el mundo de las luces y las sombras de cine negro y que caminan por la senda del suspense y el miedo. 

Por supuesto, el dominio del decorado, de los interiores, la pericia del director en el tema de los espacios. En Pacto tenebroso nos deleita con una casa de grandes habitaciones y unas escaleras donde transcurren importantes momentos de la trama. Es la casa de un matrimonio con una economía pudiente –sobre todo ella–. En El asesino poeta paseamos por varios interiores interesantes donde la mujer detective (una redescubierta Lucille Ball) realiza su trabajo. 

Otro punto a su favor es su acierto en la elección y dirección de actores. A Sirk le recordamos por dar sus mejores papeles a Rock Hudson, Jane Wyman, Robert Stacks, Lauren Bacall, Dorothy Malone, Lana Turner, John Gavin…, pero en estas desconocidas películas nos encontramos con que siempre dio importancia a rodearse de buenos intérpretes y dotarlos para personajes sorprendentes. Así deleita, positivamente, en Pacto tenebroso una alucinada Claudette Colbert, un malvado Don Ameche y un atractivo Robert Cummings. Además, redescubre a la típica mujer fatal con rostro de Hazel Brooks, una modelo sudafricana que tuvo algunas apariciones en el mundo del cine. En El asesino poeta nos lleva de la mano a una atípica historia de mujer detective con glamour de la mano de una bella  Lucille Ball, alejada absolutamente de su prototipo de mujer divertida y televisiva con el que se haría famosa; un rompecorazones con el rostro cínico de George Sanders (ahhh, viva el cinismo), un amable Charles Coburn y un delirante Boris Karloff. 

Douglas Sirk deja un sello, a mi gusto genial, en estas dos películas, y son situaciones y momentos inesperados que rozan el surrealismo o el efecto sorpresa. En Pacto tenebroso, Roberts Cummings tiene un amigo al que trata como un hermano que es chino. De pronto, cambia los planes de una Colbert, emocionada por ir a una cena de sociedad, y la lleva a una boda china, donde la Colbert se siente feliz en otro ambiente. Libre. O, Don Ameche, que tiene escondida a su amante con una especie de matrimonio que lleva una tienda de fotografía de 24 horas, ¿por Dios, de dónde ha sacado a esa mujer mayor que vive en otra galaxia? En El asesino poeta estos momentos surrealistas llegan a un estado irrepetible en el encuentro de la protagonista con un Boris Karloff absolutamente chalado. Un diseñador de ropa que vive anclado en el pasado y que hace formar parte a una alucinada Lucille Ball a una especie de performance solitaria, que llega a extremos delirantes. 

Son dos películas curiosas que descubren a un Douglas Sirk alejado del melodrama que le haría famoso pero que le descubre original y sorprendente en el arte de narrar y contar historias. 

Por cierto, Pacto tenebroso sigue la moda de esposas aterrorizadas que creen caer en la locura como la famosísima Luz que agoniza (1944). Y, sorprende el parecido de uno de los personajes de El asesino poeta con otro de los personajes de esa joya de Preminger que es Laura (1944).

Diccionario cinematográfico (43)

Asesinato: o acto de quitar la vida a otro, o como dice, la RAE, matar a alguien con premeditación, alevosía…, vamos como Chris Wilton a la pobre Nola en ese monumento al arte de matar y a la suerte que depara el destino al asesino en Match Point. 

Y, es que en el cine, hay asesinos y asesinatos de todos los gustos y colores. Desde el cine silente hasta los primeros pasos del sonoro, los asesinos aterrorizaban las plateas. ¿Alguien olvida el silbido de ese asesino de niños que no es más que una persona con tremendos problemas mentales reflejo de una sociedad enferma? Eterno Peter Lorre de ojos saltones que mata a la infancia. Un globo, de una niña que tal vez se llame Elsie, sube por los cielos. La sombra del asesino pasea por Dulsseldorf. Lang era creador de asesinos inolvidables, como el asesino del pintalabios en Mientras Nueva York duerme. 

Está el asesino exquisito, ¿alguien olvida ese caballero fino y cínico artista de la palabra que se llama Waldo Lydecker? Una y otra vez llega a mis oídos la envolvente música de Laura. O el asesino en serie, odioso e inteligente, vale de ejemplo el rostro de Kevin Spacey como John Doe en Seven. 

A veces, da miedo, porque parece que entiendes los horribles motivos de un asesino despiadado. Yo no olvidaré a Butch Haynes que nos muestra una y otra vez que el mundo no es perfecto. 

Otros, sin embargo, siembran el asesinato como rebeldes sin causa. Y, dan miedo, porque son reales y están ahí. A veces, basta con encender el televisor y ver noticias horribles. Entonces recuerdo a ese asesino con cara de niño, que mata irracionalmente, bajo la mirada y ayuda de una joven Sissy Spaceck, en Malas tierras. 

Hay asesinatos que te ponen los pelos de punta. ¿Alguien olvida el asesinato a sangre fría de Fredo? Por mandato de su hermano, Michael, el Padrino. 

Once

¡¡¡Qué peligroso es hacerse uno su propia película!!! Y eso es lo que le ha ocurrido a Hildy al acercarse a Once de John Carney. Al escuchar la canción que los protagonistas improvisan en una tienda de música (única razón que justifica mi obsesión por ir al cine a ver esta historia), mi cabeza se puso a imaginar…, y claro no era lo mismo que lo que vi luego en pantalla. 

Así que mi impresión y crítica sobre Once viene, sin duda, influenciada por lo que no vi. Trataré de quitar los nubarrones que no me hicieron disfrutar al 100 por 100 de una pequeña película en la que quise imponer mi visión. 

Al final queda un pequeño poema musical realista y cotidiano –a mí me gusta el cine musical de todo tipo…, y me atrevo a decir que hay momentos en la película que se abusa del uso de canciones y que resiente el ritmo de la historia y sus imágenes–. 

Ingredientes: una pequeña y bella ciudad: Dublín. Unos paisajes inolvidables. Cámara en mano. Dos personajes lindos, lindos…, un cantante callejero encantador (Glen Hansard, cantante de The Frames) y una chica de la República Checa, de sonrisa mágica (cantante y compositora Marieta Irglova). Una historia de amor imposible, un amor que late pero no eclosiona. Agazapado, sin oportunidades. ¿Quizá no se encuentra el momento oportuno?Dos soledades que se hacen compañía. Una pasión que les une: la música. Un piano que suena, unas canciones que laten, y una realidad que susurra al oído de los protagonista que su amor latente, quizá, se quede hibernando. En un recuerdo, en la letra de una canción o en las teclas de un piano. Todo ello aderezado de momentos, miradas y sonrisas… al borde de la risa, de la emoción contenida o la lágrima. 

Pero, Once no era en ese momento lo que yo esperaba ver. Para desgracia de muchos, que pensarían que mi mente se hubiera cargado la película, me excedo en romanticismo y me quedé con la miel en los labios. Demasiada contención sentimental y una colleja al chico pelirrojo por hacer una llamada a Londres, para mí inexplicable (tendréis que ver la película para quitarme o darme la razón).