Cadena de casualidades cinematográficas

Ayer escribo un post sobre Richard Widmark y nombro una de sus películas más carismáticas dirigida por Jules Dassin (Noche en la ciudad), director que hoy día 31 también nos ha dejado. Alguna de sus películas más recordadas las rodó al lado de su mujer la actriz griega Melina Mercouri. También, hace poco en el diccionario cinematográfico hable de prostitutas míticas y sólo realicé una primera parte, me dejé a Melina y su prostituta de Nunca en domingo (1960).  

Al año siguiente la Mercouri aparece en una olvidada comedia italiana junto a otra carismática y bella mujer, la francesa Anouk Aimée, El juicio universal de Vittorio de Sica. A Anouk la recordamos en La dolce vita o en Un hombre y una mujer. Y en los años 70 estuvo casada con el actor británico Albert Finney. Que hace poco me hizo suspirar en la película de Tim Burton, Big Fish, y del que estoy locamente enamorada por su picardía y risa estruendosa en Dos en la carretera y la traviesa Tom Jones. Pero, también, estuvo presente como gangster duro en Muerte entre las flores, película maestra de los hermanos Coen. Y, ya saben que hace relativamente poco trabajó con nuestro Bardem, que lleva una carrera inteligente fuera de nuestras fronteras y ya se codeó con un John Malkovich que le dirigió en película extraña con Pasos de baile. Y el gran Malkovich no sólo ha sido el mejor Valmont sino también el más tierno de los Lennie en la versión más moderna De ratones y hombres (1992) de su amigo Gary Sinise. Y, así volvemos y redondeamos a otro reciente post en el que recordaba un clásico, La estrella del norte y un director Lewis Milestone, que dirigió otra versión, más antigua, de este clásico de la literatura de John Steinbeck. 

Y, ya ven, así puede seguir una cadena interminable que muestra que también todo en el mundo del cine está interconectado y por lo tanto lleno de casualidades. 

Richard Widmark besa a la muerte

Los actores del cine clásico van besando a la muerte poco a poco y pasan al Olimpo de los actores con la consecución de una inmortalidad segura en las pantallas blancas y en la memoria cinéfila. Nos dejó esta semana el rubio de sonrisa inquietante: Richard Widmark. El actor que brilló a finales de los cuarenta y que trabajó incansable.

Dejó rostros inolvidables como malvado psicópata o protagonista con risa de helar la sangre en cine negro, como aventurero sin escrúpulos o con escrúpulos, da igual, en películas del Oeste o de aventuras o con personajes de carácter, de buena persona. El icono que permanece de un Widmark inmortal es aquel que nos seduce con su maldad. Alguien tan cruel que da miedo. Tan buen actor que dotaba a sus malvados de una profundidad pocas veces encontrada. No era un malo plano. En este mes de marzo, le nombré en una película digna de recuperar, donde era un delincuente con aires psicópatas y espíritu racista en Un rayo de luz, que finalmente se nos representa como víctima del sistema social. ¡¡¡Su interpretación es impresionante!!!

Pero aquéllos, que quizá no le recuerden o identifiquen, seguro que sí tienen referencia de una escena suya: una especie de sádico con sonrisa malvada del mejor cine negro, con gabardina y sombrero, que ata a una mujer mayor en su silla de ruedas con un cable y sin dudar un momento la tira por las escaleras. Richard Widmark se presentó así en la pantalla del cine, por primera vez, como joven casado con el mal, era Tommy Udo de la película de cine negro El beso de la muerte (1947) de Henry Hathaway.

Richard era de aquellos actores con carácter que no fueron grandes estrellas pero sí buenos actores con una versatilidad infinita y con películas de culto o éxitos seguros en sus largas filmografías.

Así el rostro de Widmark seduce en un western de culto como Cielo amarillo (1948), nos sorprende como bueno de la película en la notable Pánico en las calles (1950), aquí cede la maldad a otro inolvidable, Jack Palance; protagoniza el mejor cine negro en Noche en la ciudad (1950) o la violenta Manos peligrosas (1953); se vuelve un imprescindible del oeste con películas como La ley de Talión, El Álamo, El gran combate, Dos cabalgan juntos…, y un largo etcétera.

Otro papel al que da toda su complejidad fue el fiscal de esa obra impresionante e interesante que se llama ¿Vencedores o vencidos? (1961) o, sorprende cuando cede de nuevo su papel de malo y se convierte en acosado por una niñera psicópata con la cara de la Monroe en la curiosa Niebla en el alma. ¿O alguien olvida al elegante, millonario y odiado caballero que aparece mil veces apuñalado en el vagón de un tren para deleite de un Poirot con sus dotes e intuición en Asesinato en Orient Express?

El 24 de marzo el rubio de sonrisa malvada –a veces pícara y otras tierno o romántico…, era buen actor y sabía jugar con la risa– besó a la muerte, tranquilamente, nos dejó en tierra y ahora nos mira y ríe, malévolamente –porque sabe que en el fondo así nos gusta– pero con corazón grande, desde el Olimpo.

La estrella del norte (The north star, 1943) de Lewis Milestone

Lewis Milestone es un realizador americano (de origen ucraniano) que realizó sus trabajos cinematográficos más importantes durante la década de los treinta y cuarenta. Este director es muy interesante y muy activo en sus planteamientos ideológicos y políticos. Formaba parte de los intelectuales  y profesionales norteamericanos de la meca del cine, que sobre todo durante las décadas antes mencionadas, estuvieron muy implicados en la lucha contra situaciones internacionales que les preocupaban (la Guerra Civil Española –a los interesados sobre este tema no pueden dejar de leer el estudio que realizó Javier Coma, La Brigada Hollywood, Guerra española y cine americano, publicado por ediciones Flor del viento– o la ascensión del nazismo…). Por supuesto, fue uno de los sospechosos de ese momento histórico que supuso la Caza de Brujas en Hollywood (nunca olvidemos que no sólo se limitó a la meca del cine) –una de las consecuencias surrealistas de la Guerra Fría–. 

En su carrera como director podemos encontrar la primera versión cinematográfica que se realizó de la obra teatral de Ben Hetch y Charles MacArthur, Primera Plana (ya recordaréis que yo fui protagonista de la segunda versión, Luna nueva), que se llamó Un gran reportaje (1931). Otra joya es la adaptación cinematográfica de la novela de Somerset Maugham, Lluvia (1932), con una Joan Crawford brillante en su papel de prostituta perdida en una selva junto a predicador oscuro. También, realizó una adaptación de una de mis novelas favoritas de Steinbeck, De ratones y hombres, con el título de La fuerza bruta (1939). Y fue el creador de otra adaptación cinematográfica de una novela de Remarque, que le dio su primer oscar, y es una referencia del cine antibélico en el año 1930, Sin novedad en el frente. 

Como curiosidad en su filmografía y una de las películas –muy interesante– que sirvió de voz de alarma en el Comité de Actividades Antiamericanas es la que hoy nos ocupa. Interesante por un montón de aspectos que vamos a ir desgranando poco a poco. Como me gusta. 

Lo primero es señalar que La estrella del norte es una película que se entiende dentro del momento en que fue filmada. No olvidemos que durante los años 40 parte de la producción cinematográfica norteamericana se ocupó de un cine de propaganda bélica. La estrella del norte es uno de los raros e interesantes ejemplos de película propagandística norteamericana contra los nazis pero que presenta al pueblo ruso como luchador y heroico. Como aliados y comunistas con mucho encanto. Mientras películas del tipo La señora Miniver no han caído en el olvido, ¿quién recuerda hoy esta película? 

La película cuenta con todos los ingredientes de una producción buena y hecha con mimo. Respaldada por un estudio importante Metro Goldwyn Mayer y en su momento nominada a seis categorías en la ceremonia de los Oscar. La estrella del norte cuenta con un importante reparto (de actores afianzados y jóvenes promesas), una guionista como Lilliam Hellman, un director de fotografía de prestigio, James Wong Howe  y una banda sonora a cargo de un prestigioso compositor de música clásica y de cine, Aaron Copland. 

Parémonos en el reparto. Lo primero que llama la atención es que la mayoría de los actores principales representan a rusos que viven en una granja colectiva que se ve invadida por el ejército nazi con horribles consecuencias que hace que cada uno de los miembros tenga que enfrentarse con heroísmo a las medidas nefastas del nazismo alemán. En un momento, de la película el tema de la banda sonora no podía ser otro que La Internacional que suena por unos altavoces de la granja colectiva animando a todos los habitantes a luchar unidos. Sorprendente pero cierto, los habitantes rusos tienen el rostro de los jóvenes y adolescentes Anne Baxter y Farley Granger (que nunca lograron afianzarse como grandes estrellas en el firmamento cinematográfico pero que no dejan de tener títulos muy buenos en sus filmografías que los elevan al Olimpo del cine). Por ahí se nos escapan los heroicos Dana Andrews, Walter Huston y Walter Brennan (con sus carreras más que afianzadas). Y el malo malísimo, el nazi perverso, no podía ser otro que el carismático calvo, el director y actor Erich von Stroheim. 

A pesar de sus peculiaridades ya antes nombradas, La estrella del norte no deja de ser una película bélica muy bien contada, plagada de momentos emocionantes y heroicos y entretenida. Una narración cinematográfica llena de emoción. Sin olvidar claro está su condición de propaganda (como todas las películas de este estilo) –las granjas colectivas rusas no eran tan idílicas y felices–, la película cuenta con fuertes dosis de intensidad y sentimiento. Desde los momentos costumbristas, con canciones populares, al principio de la película, que muestran un lugar idílico y soñado que va a ser invadido por el nazismo hasta los atroces momentos de los niños que esperan a ser cogidos para extraerles toda la sangre y dársela a los soldados alemanes, los tremendos bombardeos, la quema de la aldea y las torturas o los momentos de enfrentamiento en el aire, en las montañas o de jóvenes adolescentes que sacrifican su vida por la comunidad.

Hugh Grant

Perfecto caballero inglés de melena morena al viento, ojos azules y sonrisa que desarma. Apareció en el panorama cinematográfico en los años ochenta y ya no nos abandona. Hugh Grant es ideal para perfectos y elegantes caballeros de época o para representar al hombre encantador y que enamora con su sola aparición en la pantalla de la sala oscura en buenas comedias románticas. 

Sus resbalones y carrera irregular se perdonan por el carisma de su rostro y por grandes aciertos. Siempre es un placer su sonrisa pícara, sus ojos como cansados, su timidez y su seducción llena de gracia y elegancia. Inolvidable. Pon un Hugh Grant en tu pantalla y sonreirás, seguro. 

Se empezó a tener en cuenta su rostro en el universo de James Ivory y en el drama homosexual Maurice (1987). De pronto, al año siguiente, aparece en la misteriosa y elegante película española de Gonzalo Suárez Remando al viento. A los cuatro años forma parte de una de las dos parejas que protagonizan el drama sexual y sensual de Polanski, Lunas de Hiel. Y siguiendo el terreno de la sensualidad presenta su rostro en Sirenas en su año de oro, 1993. 

Este año llega su proyección mundial protagonizando una pequeña comedia con aires independientes y look british en la maravillosa Cuatro bodas y un funeral. A partir de este momento se convierte en el chico de oro de la comedia romántica. Su papel como el soltero empedernido y romántico que se encuentra y desencuentra con una bella americana le eleva a los altares del Olimpo cinematográfico. 

Ese mismo año sigue dando el pego como caballero de época en la melancólica y elegante Lo que queda del día y además regala interpretación tierna en película encantadora de título interminable El inglés que subió una colina pero bajó una montaña (1994). Y, con su cara de caballero forma parte de elenco secundario de película histórica al servicio del carismático Robert Downey Jr., Restauración. 

Y sigue dando sus pasos en otra comedia ambientada en mundo del teatro bajo la batuta del director que le dio el éxito, Mike Newell, en Una insólita aventura. Para 1995 nos regala otro papel de oro, de caballero y tímido, de personaje romántico donde los haya, se pasea con naturalidad en el mundo literario de Jane Austen bajo los ojos de Ang Lee y con la pluma de guionista de Emma Thompson. En Sentido y sensibilidad volvemos a verlo como personaje del que enamorarse, con el que levantarse cada mañana. 

Después, su personaje de hombre encantador va cayendo por comedias incompletas que se dejan ver por su carisma, la mediocre Nueve meses (1995) o el curioso homenaje al cine de gangster Mickie Ojos azules (1999). Entre medias intenta éxito en drama pero no llega, Al cruzar el límite. Un límite que no cruza. 

Vuelve encantador y a arrasar por donde pasa con tres comedias muy diferentes pero memorables. Absolutamente divertido y de nuevo uso el adjetivo de encantador en esa comedia romántica que es Notting Hill. Enamora a todas, y sobre todo a gran estrella de Hollywood con rostro de Julia Roberts, como librero de barrio británico. 

Woody Allen capta su lado sibarita de tío con caradura en la divertidísima Granujas a medio pelo y sigue con su halo de chulo encantador en la entrañable primera película de El diario de Bridget Jones (2001). Después se deja ver en dos comedias algo más mediocres pero con escenas para el recuerdo en mentes románticas (como la mía) y nos hace reír, de manera tierna, en Amor con preaviso o Un niño grande. 

En el 2003 forma parte del enorme reparto y de una de las historias de esa película coral que canta a los distintos tipos de amor entre seres humanos, Love Actually. De nuevo, nos encontramos con un tipo tocado con la varita del encanto (es inevitable la repetición del adjetivo) con cara de Grant. Él es ese primer ministro británico hecho para el poder responsable y para el amor. Con sus dosis de gamberrismo suave. Lo último que nos ha dejado ha sido a una estrella de la música pop de los años ochenta, ahora en el olvido, pero todavía amante de la música, de la vida y del amor aunque con dosis de desengaño y cansancio, en la tierna aunque no redonda, Tú la letra, yo la música (2007). 

Seguimos esperando su sonrisa pícara y su encanto interminable.

Buscando película de Dennis Quaid

Hace poco me escribió una persona a la sección de mil rostros en la oscuridad y en concreto al rostro de Dennis Quaid interesándose por una película que no aparecía en el post y de la cual Hildy no tenía referencia alguna.

Casualidades de la vida, ayer por la noche, cogí al azar una revista de la desaparecida Cinerama (número 65, Enero 1998). La referencia del mensaje era años ochenta y un asesino psicópata que yo interpreté que era el papel de Dennis. En esta revista habla de una película del 98 (no me acerco mucho al año que me decían pero al aparecer la palabra serial killer he pensado que puede ser) y dice así “Dennis Quaid es el protagonista de Switchback, película de la que ya hablamos hace meses pero en esa ocasión nos referíamos a ella como Going West, que era su título inicial. Quaid interpreta en este filme de inminente estreno en EEUU a un agente del FBI que debe cazar a un serial killer, para lo que contará con la ayuda de una serie de extraños personajes encarnados por Danny Glover, Jared Leto, R. Lee Ermey y Ted Levine. Dirige Jeb Stuart, guionista de El fugitivo y La jungla de cristal”.

Lo escribo por si la persona que consultó vuelve a mirar el blog. A lo mejor era la película que buscaba.

Y aprovecho para decir que es una gozada mirar revistas del pasado y leer los posibles proyectos en marcha y ver después la perspectiva de futuro. Por poner varios ejemplos, en esta revista la portada era el actor Billy Zane de actualidad por su personaje secundario en Titanic, se preguntaban en la revista cuál sería su futuro. Seguimos esperando. A mí en concreto Billy Zane me recordaba en el rostro a Marlon Brando pero su trayectoria cinematográfica ha sido tremendamente irregular.

También, aparecía una breve entrevista a Alejandro Amenábar por el inminente estreno de su segunda película Abre los ojos. En una de las preguntas le decían, Le gustaría dirigir a… y su respuesta era contundente Javier Bardem. Sueño cumplido.

En otro reportaje nos regalaban un amplio perfil de Robin Wright y titulaban Mucho más que la mujer de Sean Penn. La periodista Cecilia García nos informaba que era una actriz que no se prodigaba mucho en pantalla pero que cuando elegía un buen papel era grande y también que en ocasiones se equivocaba al elegir sus papeles. Su política de aparecer en las pantallas muy poco sigue adelante. Y es una lástima. Ahí la vemos soberbia en su breve aparición en Nueve vidas y también la dirigió el recientemente desaparecido Anthony Minghella. Ahora además ya no está junto a Sean.

¿A que todo es curioso?

Y ahora me acaban de llamar para decirme que ha fallecido Rafael Azcona y me quedo triste. Muy triste. Hace poco fui a escucharle a una conferencia en el Centro Cultural de la Villa y me enamoró su vitalidad y todas las experiencias que contaba. Mañana le escribiré…

Diccionario cinematográfico (57)

Atticus Finch: es un hombre bueno que siempre está en los momentos y en las situaciones que nadie quiere afrontar. En toda su vida trata de ser un hombre justo. El abogado Atticus es viudo y trata de educar a sus dos hijos –que son lo que más quiere y por los que daría la vida–, con coherencia, tal y como él piensa que es mejor. Atticus trata de no mostrarse perdido, confundido, de estar siempre ahí, entre la gente a la que quiere, entre los ciudadanos. Nunca pierde los modales, nunca tiene una palabra mala y entiende a los hombres en su justa medida. Aunque es difícil. Entiende por qué se hacen malas acciones, entiende por qué se miente, entiende por qué hay gente siempre enfadada, entiende…, pero, a veces, debe ser cansado ser tan bueno y tan comprensivo y que a ti no te entiendan. O que la gente de su pequeña localidad no trate de entender a los otros, de ponerse en el lugar del otro. Atticus es valiente y héroe a su manera, en lo cotidiano, en el día a día, en su cansancio. Y sus hijos, lo van descubriendo…, y algunos vecinos. Siempre que veo a Atticus deseo que pueda algún día desconectar, descansar y que al hombre bueno y justo, un día le hagan una fiesta y le digan cosas bonitas. Y no le escupan a la cara. Que pueda dormir tranquilo en un mundo justo donde todos tengan los mismos deberes y derechos, las mismas oportunidades. Que no tenga que velar por un hombre inocente que puede ser linchado injustamente. Que no tenga que ver el rechazo continuo a los que son diferentes. Que no tenga que lidiar con gentes a los que les puede la situación injusta en la que viven y los hace eternamente cabreados.  Que se sienta querido porque él quiere, escucha y sobre todo comprende. No me importaría sentarme en una silla a su lado, y escucharle a él o que descansase en mi regazo. Sin preocupaciones. Le quitaría sus gafas, le cerraría los ojos y le daría un beso o un abrazo. Lo que más le tranquilizara.

Palabras de cine

Dice Ford

que si las uvas las toma con ira o sin ella

que se siente solo sin poder contar historias

de Liberty Valance o de centauros en el desierto

que él ve la realidad desde el ojo que no lleva tapado con parche

el otro, el cubierto, es el de los secretos

lo que se dicen al oído en la diligencia Ringo y Dallas

o lo que mamá Joad le dice al hijo que se ausenta.

Dice Ford que él sólo hace películas del oeste y yo me digo siempre que la pasión de los fuertes -de corazón-

le hizo narrador de historias y de personajes de siempre, de hombres tranquilos

de seres humanos con su cara buena y su parte mala

Todo pasión, todo corazón

My darling clementine

Adiós al paciente Anthony Minghella

Ayer amaneció el día con la muerte del director Anthony Minghella. Nos dejó el realizador romántico que prometía con historias de las de siempre. Un director de historias clásicas que todavía tenía mucho que darnos.

Después de alguna que otra historia irregular, pero que ya mostraba a un artesano, despertó para todos con una epopeya romántica en 1999. La adaptación de la novela de Michael Ondaatje, El paciente inglés, lo elevó a los altares de la sala oscura. Por lo menos para mí.

Ya guardo en mi memoria de cine escenas de la escotadura supraesternal, de un desierto que entierra el amor entre un hombre de rostro quemado y una elegante mujer que cuenta cuentos a la luz de la hoguera. La cueva de los nadadores, la enfermera de corazón roto que vive con horror la muerte en guerra, de sus seres amados, el hindú que desactiva bombas y con su pelo moreno y largo muestra las maravillas de una iglesia o la música envolvente de una historia desgarrada y sin retorno de unos seres perdidos para siempre pero que viven momentos bellos porque todavía mantienen intacto la sensación de felicidad al juntar mejilla con mejilla.

Anthony Minghella regaló otra historia de amor, de las de siempre, de las inolvidables con actores que escondían rostros de mito. La enfermera Juliette Binoche, el paciente Ralph Fiennes, la dama elegante Kristin Scott Thomas, el marido con dolor por amor arrebatado Colin Firth…

Después, siguió con las adaptaciones y sorprendió con otra versión del cara de ángel con corazón duro que juega a la suplantación en El talento de Mr Ripley. El universo de Patricia Highsmith regresa con fuerza y Matt Damon engaña con su dulce rostro.

Cold Mountain le devuelve como un narrador épico, otra novela de éxito y otra historia de amor apasionado con guerra de fondo. Otra guerra, la guerra civil americana, muestra una aventura épica entre el soldado desencantado, Jude Law, que vive por regresar junto a la amada, una Nicole Kidman que aguarda al guerrero. Y de regalo una René Zellweger que no deja de luchar.

Ahora, después de una historia de encuentros y desencuentros, con sus actores fetiches Law y Binoche, otra historia de sentimientos en Breaking and entering, esperábamos el resultado de su última película, otra adaptación de una popular novela sudafricana (de Alexander McCall Smith) sobre una agencia de detectives dirigida por una mujer, The No. 1 Ladies Detective Agency.

El paciente Minghella se apagó ayer con mil y una historias en su mente romántica. Nos deja un montón de imágenes para revivirlo una y otra vez en la sala oscura.

Francis Scott Fitzgerald en Hollywood

Érase una vez un joven escritor que vivió los locos años veinte. La era del jazz se reflejaba en las páginas de su literatura. En sus palabras surgía el glamour de la época junto a su lado oscuro y melancólico. Un mundo de lujo y apariencias que ocultaban unos seres humanos perdidos y derrotados en la leyenda del sueño americano. El joven se hizo más mayor, un hombre desencantado, deprimido y alcoholizado al que se le paró el corazón a los 44 años. Ese hombre se llamaba Francis Scott Fitzgerald. Durante la era del jazz en América, Scott era el hombre de moda, el gran anfitrión, enamorado y casado con su musa literaria, Zelda. La mujer moderna de esos años. El centro de atracción que fue cayendo por el tobogán de la locura hasta que vivió sus últimos años internada en psiquiátricos para desesperación de su marido. Enamorado, quizá, de la mujer ideal, de la heroína de sus novelas. El hombre envidiado casado con un sueño, un centro de atención. Una historia de atracción y desgarro, de amor y desamor. 

Fitzgerald acabó sus días agobiado por las deudas y las facturas que debía pagar para mantener a Zelda en las clínicas psiquiátricas. Y junto a una amante que era una fotocopia quebrada de la sombra de su flapper. Su amante fue la periodista de cotilleos Sheila Graham, una especie de comadre cotilla que ocultaba bajo su personalidad superficial y su pluma ácida a una mujer insegura de orígenes humildes y escasa cultura. Henry King, otro de los artesanos del melodrama hollywoodiense, llevó a la pantalla los últimos años de un decadente Scott en película de banda sonora envolvente, Días sin vida. Corría el año 1959 y la propia industria que dio los días más tristes al escritor, antaño mítico, adaptó en un elegante, interesante y frío melodrama, los momentos de la vida común entre Sheila y Scott (una adaptación de un libro publicado por la propia Sheila). 

Gregory Peck da vida a un escritor que arrastra el fracaso, las deudas, la depresión y el alcoholismo. Que intenta rehacer su vida, mantener a su esposa, y escribir su última novela, inacabada, El último magnate, sobre su retrato de Hollywood, el lugar que le atrae y que le hace caer. Todo bajo la mirada de otra mujer, por que no decirlo complicada y no muy simpática, con rostro de elegante y gran Deborah Kerr. La película pasa de puntillas por la historia emocionante entre Scott y Zelda y obviamente se centra en la última mujer con la que se relacionó. El escritor, en fase creativa, le falló su corazón frente a la máquina de escribir que tenía instalada en el apartamento de su amante. 

La labor de Francis Scott Fitzgerald en Hollywood no fue brillante. La chispa que tenía como escritor no logró trasladarlo al arte del guión. Lo tenían en nómina más como elemento de prestigio. Sus guiones no convencían a los magnates y su trabajo era continuamente rechazado. No fue prolífico. Podemos ver su nombre acreditado en muy pocas películas, por ejemplo, en Tres camaradas de Frank Borzage, película de 1938 que adaptaba novela de Erich Maria Remarque o en el guión de Maria Antonieta en el mismo año (desde la perspectiva del escritor Stefan Zweig). El Scott de Hollywood era una sombra de lo que fue. El alcohol y la depresión iban minando su salud así como todas sus preocupaciones. Su obra literaria fue adaptada al cine. Sus novelas y algunos de sus relatos pasaron a la pantalla. Su novela corta y más conocida El gran Gatsby tiene dos versiones, una en los años cuarenta con Alan Ladd como Gatsby y otra versión más conocida en los años 70 con Robert Redford como protagonista romántico. 

Uno de sus relatos dio como resultado el glamuroso melodrama La última vez que vi París con una Taylor en la cumbre de su belleza o Jennifer Jones fue la heroína con problemas de salud mental en otro drama de King sobre una novela del autor, Suave es la noche. Elia Kazan se atrevió en 1976 con la adaptación de su novela inacabada sobre el mundo de Hollywood, El último magnate. Y, ahora, estamos pendientes del estreno de una película del director de Seven, El club de la lucha o Zodiac, David Fincher que se ha inspirado en un relato de Scott para su película Benjamin Button con Bran Pitt y Cate Blanchett. 

El regreso (Coming home, 1978) de Hal Ashby

“Yo sólo quiero ser un héroe”. El regreso de veteranos de guerra de Vietnam. Unos perdieron sus extremidades, su salud, otros perdieron la cabeza, su salud mental. Todos fueron desinformados, creyendo que iban a luchar por su país, queriendo ir para volver convertidos héroes. 

El regreso no fue heroico. Las secuelas, tampoco. Los ciudadanos civiles de EEUU empiezan a protestar contra una guerra a la que no ven sentido. Ni que vayan ahí los jóvenes que vuelven en ataúdes o en condiciones lamentables. 

Los jóvenes, que eran soñadores y populares en sus institutos, el jefe del equipo de rugby, el niño bonito. El que se iba a matar comunistas porque había oído que eran malos a un país lejano y desconocido vuelve parapléjico y con mucho desencanto y odio porque no le contaron lo que había, porque hizo atrocidades sin quererlo, porque sólo vio muerte a su alrededor, porque le quitaron años de vida…, el que se fue como si fuera a volver héroe, ahora se encuentra olvidado y oculto en un hospital de veteranos con pocos medios. Y, él se pone violento y grita con rabia. Es Luke (John Voight). 

Bob (Bruce Dern) tiene lavado el cerebro como todos. Es marino, militar, y se va a ganar la guerra, a matar, a dejar bien a su país. Hasta ahora se ha hecho mal pero ahora llega él con sus hombres. Para hacer la guerra bien. Y deja a su mujercita, que vaya a casa de su madre, que le espere, que no trabaje que él mantiene, que se comporte, que pronto volverá. Bob va fuerte, convencido de sus pensamientos y creencias. Bob regresa perdido, roto por dentro, sin encontrar su lugar. Vive una guerra que todo ha sido horror. Y, llora desesperado, desequilibrado, solo, “yo sólo quiero ser un héroe”. 

Sally (Jane Fonda) cuando era adolescente quería llevarse un marido a una isla desierta. Y lo tiene, se llama Bob, y se va a la guerra. Y ella está aburrida y de acuerdo. Besa a su marido y le dice que le espera para seguir llevando la vida que todos se esperan que lleve. De buena y digna esposa de militar. Pero Sally busca algo más y, de pronto, descubre. No quiere ser sólo buena esposa y florero. Algo la falta. Descubre que quiere a su Bob pero que se siente mujer y que además es capaz de realizarse en lo laboral y en lo sexual. Que tiene ideas propias. Que le gusta llevar las riendas de su vida. Que no entiende esa guerra. Que cuando trabaja como enfermera voluntaria entiende a muchos de los hombres y se da cuenta de lo absurdo de una guerra que no ha pedido. Y se reencuentra con Luke, el popular del instituto, que la sonríe, que la hace sentirse mujer deseada. Que la hace ver que se puede compartir una vida común. Y también le quiere. Luke la sube a su silla de ruedas y comparte pequeños paseos inolvidables, porque Sally le devuelve las ganas de creer. 

Luego están los otros, los amigos, los que muestran que la guerra no es heroica. Que es una mierda. Y como dice Luke, cuando se ata con cadenas, para llamar la atención. Para advertir que están ahí. Dice que hay miles de motivos para suicidarse ahí, donde están, que no hace falta ir a una guerra sinsentido donde nada se les ha perdido porque no son salvadores de nada. Para denunciar el horror. Están Vi (Penélope Milford) y Bill dos hermanos rotos. Ella pierde a la gente que quiere, él ha perdido la cabeza. Bill, el joven niño que no puede tocar ni cantar ya con su guitarra, que a veces se siente exaltado y otras se siente una mierda. Que está tan perdido que ya no quiere vivir. Y se encierra, y se mata ante la desesperación de todos. Porque todo es una mierda. 

Bob, Sally y Luke que se aman, se pierden y, por suerte, se comprenden. “Siempre serás mi amiga”. “No somos tus enemigos, el enemigo es esa guerra”. Y Luke se encuentra y Sally se encuentra, y Bob…, lo intenta. Porque cuando vuelve, y se ríe desesperado de su falsa condecoración de héroe, porque, de pronto, ve que sobra en Vietnam –esa guerra que le ha destrozado por dentro–, y también en su matrimonio –ya no tiene a esa esposa que esperaba al guerrero– y en su hogar, y en su país. Sobra en todas partes. Y, con mirada ausente, decide purificarse, ¿para siempre?, y se quita su uniforme, poco a poco, y su anillo de boda, y se lanza, desnudo, al mar. 

Y, el director Hal Ashby (el contador de historias de los setenta, de historias de seres humanos que se encuentran) nos cuenta una historia tierna, llena de detalles y matices, poco a poco. Vamos entendiendo a todos los personajes que tratan de entender su situación, sus vidas rotas, como pueden. Con unas imágenes llenas de belleza y melancolía con una banda sonora que te hace llorar con letras de aquellos años que si Bob Dylan, que si los Beatles, que si Jimmy Hendrix, que si la gran Aretha…Y El regreso se te queda en la retina. La sonrisa de Luke, la mirada de Sally, los ojos perdidos y la pérdida de Bob, la guitarra de Bill, las ganas de vivir de Vi…