Burt Lancaster

Es difícil hablar de Burt Lancaster. Para mí, según van pasando los años y según voy accediendo a más interpretaciones o conociendo más de su biografía, se va convirtiendo en un actor con mayúsculas y en una personalidad arrebatadora.  

Lancaster fue un absoluto autodidacta en la interpretación pero se enamoró de su profesión y de película en película se convirtió en grande. Aunque ya desde que empezó exhibía las cualidades que le hicieron grande: personajes de carácter y camaleónicos, su arrebatadora sonrisa, el atractivo físico, un rostro con muchas historias, su expresión corporal, su dinamismo y fuerza… 

También, el hombre, no el actor, contribuyó a su leyenda –y a mi reivindicación–. Extremadamente independiente, nunca quiso convertirse en muñeco de las productoras y luchó por construirse la carrera cinematográfica deseada. Desde finales de los años cuarenta se arriesgó con la producción y fue el artífice de que jóvenes directores empezaran sus carreras. En esos años, los finales de los cuarenta, él apostó junto a más compañeros por un cine independiente y un cine que tratara temas relevantes y progresistas (lo que le causó no pocos problemas en una época que azotaba fuerte la caza de brujas). Un ejemplo de producción fue la película Marty, todo un ejemplo de cine realista norteamericano. Él quería buenos papeles y fue a por ellos. Su carrera es camaleónica…, tocó todo tipo de géneros: cine negro, cine bélico, westerns, dramas históricos, cine de aventuras, cine social… 

Lo reconozco, cada vez, Lancaster me enamora más y aunque llevamos catorce años sin él, sus películas lo retienen vivo y vital. Su primera aparición ya hizo historia: Forajidos (1946). El actor es un boxeador fracasado que cae poco a poco y que su vida es más destrozada si es posible por su amor hacia una femme fatale con los rasgos de Ava. Después de buen cine negro aparece en otros trabajos que explotan su faceta oscura como Voces de muerte (1948) donde nos encontramos con una  Barbara Stanwyck indefensa y aterrorizada. 

De pronto su carrera da un giro a principios de los cincuenta y se convierte en el aventurero acróbata más simpático, guapo, divertido y amable de Hollywood. Toda la vitalidad de Lancaster luce en dos entretenidas películas –que son mucho más que entretenidas pero si me pongo a explicar no acabo este perfil–: El halcón y la flecha y El temible burlón. En estas películas aprovecha su preparación física juvenil, Lancaster había trabajado en el circo. 

Y también en esta década comienza a realizar personajes dramáticos que van dejando huella. Además, encuentra también un filón de personajes interesantes en el mundo west. El cine bélico le da papel de militar de alto rango que se enamora de mujer casada y viven tórrido romance con escena en la playa con visos de censura… él, duro, dulce y hermoso, un cóctel explosivo en De aquí a la eternidad. 

Se junta con uno de los grandes Gary Cooper y una jovencísima Sara Montiel en una entretenida cinta del oeste, Veracruz, y con el mismo director Aldrich, se transforma en un indio en Apache y deja un cinta que sigue la estela de algunos western que empiezan a dar otra visión de la historia de los indios y los colonos. 

En 1955 es atrapado por el espíritu del dramaturgo Tennesse Williams y está arrollador como camionero buenazo y locuelo que logra seducir a una viuda destrozada y amargada con rostro de Anna Magnani. La rosa tatuada es una extraña película entre dramática y bufonesca que se deja ver con placer por la interpretación de estos dos grandes… y por sus rarezas, como producción cinematográfica, que la hacen hermosa. Un año después vuelve otra vez al mundo del circo en la entretenida Trapecio, Lancaster protagoniza una historia de amor a tres bandas con Tony Curtis y Gina Lollobrigida. 

El año 1957 le traen dos maravillosos papeles: en una película de corte realista que presenta un Broadway oscuro, donde Lancaster se transforma en un corrupto e influyente periodista y un joven representante que lucha por sobrevivir con las mismas armas con cara de Tony Curtis, Chantaje en Broadway. El otro papel sería en Duelo de Titanes, otra buena versión del duelo OK Corral. 

Para el año siguiente nos depara el papel de un galán alcohólico y autodestructivo que vive en un peculiar hotel donde todos los inquilinos esconden y guardan sus penas y secretos. Una película donde Deborah Kerr, Rita Hayworth y David Niven y otros ilustres secundarios acompañan muy bien al actor en esta triste historia coral de soledades, Mesas separadas. 

Los sesenta llegan muy fuertes. Grandes papeles, el oscar, su colaboración con el director John Frankenheimer y su intervención en prestigiosa y maravillosa película europea-italiana. 

Primero protagoniza un extraño western junto a John Huston con una Audrey Hepburn distinta. Una historia de hermanos, celos, violencia, racismo, pasiones desatadas, mestizaje… y con imágenes dignas de recordar: como una delicada anciana tocando el piano en plena naturaleza o las vacas pastando en el techo de la  peculiar casa de los protagonistas. Se trata de Los que no perdonan. 

Y ese mismo año, en 1960, está impresionante como falso predicador, un hombre pícaro y pecador…, un buscavidas en la increíble por original, fuerte y extraña El fuego y la palabra. Un triste retrato de una América profunda que se deja llevar por predicadores de toda índole que se aprovechan de la ignorancia y del arrepentimiento de almas perdidas. Burt Lancaster ganó oscar. 

Al año siguiente conoce al director John Frakenheimer que le dirige en Los jóvenes salvajes –no la he visto– y empieza una colaboración profesional que genera películas tan interesantes como: El hombre de Alcatraz (1962), uno de los papeles más recordados de Lancaster como un hombre preso que se rehabilita a través del estudio de los pájaros en prisión. Una impresionante película bélica, El tren (1964), sobre los esfuerzos de un grupo de hombres para salvar las obras de arte que van en un tren durante la II Guerra Mundial, con un Lancaster que se sale. Y otras dos películas de las que tengo referencias pero no he podido ver: Siete días de mayo y Los temerarios del aire. 

Su reputación como actor de prestigio sigue creciendo con papeles tan impresionantes como el que realiza en Vencedores y vencidos, como un científico que ha colaborado con el régimen nazi y es uno de los acusados en el juicio de Nuremberg. Lancaster ofrece un personaje lleno de contradicciones y matices. En 1963 actúa en una grandiosa película italiana con Luchino Visconti, El gatopardo. Burt Lancaster, el muchacho de la calle, el actor autodidacta, el aventurero acróbata, el duro del western, el pícaro vital… sorprende a todos, y muy bien, como todo un aristócrata, Don Fabrizio, príncipe de Salina. Lancaster está perfecto. En esta década sigue además trabajando con directores que son promesa como el independiente John Cassavettes (Ángeles sin paraíso) o Sydney Pollack y continúa con el género del Oeste, protagonizando una divertida película y extraña mezcla de temáticas, en La batalla de las colinas del Whisky.  Termina la década con una original película, El nadador, una adaptación de un cuento de John Cheever, donde un atlético y maduro Lancaster va descendiendo al más absoluto desencanto en un viaje de piscina en piscina. 

En las próximas décadas Lancaster sigue de trabajador infatigable aunque va espaciando cada vez más sus apariciones cinematográficas. En los años setenta sigue trabajando fuerte en películas del Oeste y se estrena en el género de moda: el de las catástrofes (Aeropuerto y El puente Cassandra). Vuelve a trabajar con Visconti (Confidencias), también aparece como secundario en una de las grandes obras de Bertolucci (Novecento) y Louis Malle le deja un papel inolvidable en 1980 como jugador anciano que se enamora de su joven vecina en la triste y nostálgica, Atlantic City. 

En los ochenta ya aparece menos pero nos deja una divertida película junto a Kirk Douglas en Otra ciudad, otra ley en 1986. La recuerdo en su estreno –no he vuelto ha verla– pero me dejó el ver a dos grandes abuelos que mostraban cómo seguían siendo los más duros, divertidos y dinámicos. Como muestran que en el pasado los gangsters tenían más clase (por lo menos los del cine) que los delincuentes con los que se encuentran en los ochenta. Su última interpretación fue en el edulcorado éxito del actor de moda, Kevin Costner, Campo de sueños. 

¿Cómo no tener a Burt Lancaster en un puesto elevadísimo del Olimpo de los actores, de los amantes de la sala oscura? Cada vez que le veo, empieza a cortárseme la respiración y si ya sonríe…

Ava Gardner… ¿la belleza fue una ventaja?

Hace unos años Fotogramas editaba unos libros que llamó ColecciónStars y en 1988 sacó uno de Ava Gardner, la periodista Nuria Vidal recopiló, en una de las partes del libro, declaraciones de todo tipo de personas de la profesión sobre la actriz. Y algo queda claro, igual que cuando lees sus biografías, la belleza no le dio ventaja Como otros actores -el otro día hablamos de Henry Fonda- nunca estuvo del todo satisfecha de los papeles que le ofrecía la Industria.

«Había un papel magnífico para Ava Gardner. Podía haber significado para ella lo que Dos mujeres para Sofía Loren. Realmente dejó su corazón en él. Creo que estaba ansiosa por ser más selectiva y hacer mejores papeles. Lo interpretaba sin maquillaje, sin sostén, con ropas viejas…, y de repente llegó la orden de Hollywood. No les gustaba. Querían más glamour. Le pusieron un corsé, la maquillaron. La vida desapareció de Ava a partir de aquel momento».

Dick Bogarde, compañero de reparto en The Angel wore red 

«Como dice John, es una verdadera desventaja, a veces, ser tan bella, y Ava ha pagado larga y pesadamente por su belleza. Ésta la ha hecho aparecer públicamente como lo que no es, y en su trabajo la ha hecho pasar por un género de actriz que no es en lo más mínimo»

Deborah Kerr, compañera de reparto en La noche de la Iguana

Incluso le soltaban los productores y directores perlas como éstas:

«No sabe actuar, no sabe hablar, pero es fantástica»

Louis B. Mayer

«Porque tiene ese aspecto magnífico la gente se cree que Ava es sofisticada, inteligente y madura. De hecho no es ninguna de esas tres cosas. Es simplemente una chica de campo con la inteligencia propia de una chica de campo».

Stanley Kramer (Stanley, Stanley, ¿la inteligencia se mide si eres de campo o de ciudad?)

Diccionario cinematográfico (66)

Gesolmina: cada persona, cada objeto tiene una función en la tierra. Nada no vale nada, valga la redundancia. Hasta una pequeña piedra sirve para algo. Ya lo dice el loco equilibrista, el que sabe que va a morir pronto. El que se ríe de todo hasta de la vida. El que se enternece con Gesolmina, cara de alcachofa. El que le regala una melodía. La mujer payaso, la charlot femenina, enternece con su miradas y gestos. Logra hasta que el gran bruto Zampanó se humanice un poco. Gesolmina va cual principito con su capa, su falda y sus botas… y ese corte de pelo rubio. A Gesolmina le gusta ser artista. Aunque sea ambulante. Ella decide ser enfermizamente fiel al bruto…, quizá, piensa que sirve en el mundo para darle cariño, para quererle. Pero la pobre se hunde cuando Zampanó no sólo es bruto sino cruel y cobarde. Y ella ya no puede. Sólo le queda dar las gracias y tocar su melodía en trompreta desafinada. Gesolmina tiene cara y andares de poema. Y, sólo en el recuerdo, logra humanizar a Zampanó que tarde descubre que está solo… sin Gesolmina a su lado.

Diccionario cinematográfico (65)

Laura: es la mujer del cuadro, distante y bella. El detective duro, con gabardina y sombrero, investiga su muerte. Incrédulo escucha cómo era Laura de la boca de distintos sospechosos y testigos…, la inalcanzable Laura. Joven, brillante, elegante, hermosa y etérea. La mujer ideal. Y el detective sin quererlo ni beberlo, él que es un hombre que deja poco sitio para los sentimientos, él que investiga lo crudo y lo peor de la sociedad… se enamora de una muerta. De la imagen de un cuadro y se queda dormido en el sillón, contemplando a un espectro, soñando cómo sería la vida a su lado. Y el tiempo pasa, y la música suena. Y el detective despierta… y ahí está ella. Mujer de carne y hueso. Mujer a la que tocar y alcanzar. Mujer real. Y al detective le cambia el gesto. Aunque disimula, a veces, nace una sonrisa. La mujer amada, ahora, es sospechosa. Quizá de nuevo, sea mujer inalcanzable. Quizá la mujer sin mancha, tenga una. Quizá no sea tan transparente. El detective disimula e investiga.

Siempre ha investigado a otros dos hombres que algo significan en la vida de la mujer etérea hecha realidad. Los dos dotaron la imagen del cuadro de alma. El periodista cínico que se cree el pigmalión y creador de una diosa. El prometido caradura que busca el prestigio y la vida de éxito al lado de mujer hermosa pero no la quiere…, cerca tiene a su alma gemela, otra mujer, la amante. Todos los testigos dan una personalidad a Laura. Y el detective la imagina y la crea…, y ahora lo que ve, aunque tiene miedo y duda, también le gusta.El misterio sobre la mesa. El detective ama ¿a una diosa-muerta-imagen ideal o a una mujer de carne y hueso con luces y sombras? La duda le ha hecho sonreír y sentir. Pase lo que pase, merece la pena.

Sydney Pollack, tal como era…

Pollack, así como era, se fue… nos dejó ayer. Un realizador que empezó su andadura por los años sesenta y al cual admiro por un buen puñado de historias cinematográficas. Más tarde comenzó a producir películas, a apoyar que ciertos proyectos salieran adelante y también en algunas de las películas que dirigía y, pocas veces, en las de otros hacía sus pinitos como actor. Sin duda, amaba el cine.

A Pollack era imposible no reconocerlo. Una cara amable, un pelo rizado y siempre sus gafas. El director realizó en 1985 la película por la que es recordado por muchos cinéfilos y espectadores de cine, Memorias de África. Una adaptación del libro autobiográfico de la escritora Isak Dinesen (tal y como era conocida Karen Blixen) donde Pollack se centraba, sobre todo, en una doble historia de amor: la de Blixen con el continente africano y sus gentes y la de Blixen con el aventurero Dennis.

La película lo tiene todo. Unos exteriores y una fotografía que te hacen viajar, una banda sonora que incluye también piezas de Mozart, inolvidable. Y dos actores con química que protagonizan una muy bien contada historia de amor: Robert Redford y Meryl Streep. Sin embargo, si repasamos su filmografía vemos una obra coherente, con momentos inolvidables, a Pollack le gustaba narrar, plasmar sus inquietudes, ser un director-artesano y creo que amaba el cine y a los actores. Si hablamos de Pollack, se habla también de su relación con su actor fetiche, Robert Redford. Memorias de África era la culminación de una relación profesional que empezó en los años sesenta.

Su primera película como director fue en 1965, La vida vale más con Anne Brancroft y Sidney Poitier. Al año siguiente dirige una adaptación cinematográfica del dramaturgo Tennessee Williams, Propiedad condenada, con Robert Redford y Natalie Wood. La película no funcionó bien pero yo tengo buen recuerdo de ella. Melodrama de los años de la Depresión, todavía tengo en mente –tendré que volver a verla– escenas de Wood y Redford. La recuerdo melancólica y nostálgica (dos características de su cine que se repetirá en otros argumentos). Esta película supone el principio de la relación profesional entre Redford y Pollack. Otra curiosidad es que aparece como guionista Francis Ford Coppola. Pero Pollack todavía no encontraba una historia que le hiciera destacar como director. En algunas fuentes consultadas dicen que dirigió algunas escenas, pero no fue acreditado, de una extraña película –pero muy atrayente– de Burt Lancaster, El nadador y también dirigió al actor (a Lancaster le conoció durante su primera etapa como profesional que fue en la televisión) en un western que pasó sin pena ni gloria, Camino de venganza (1968).

Por fin, en 1969, se involucra en un proyecto como director y productor que hace que la crítica y el público repare en él. A mí es una de las películas que más me gustan de Pollack. Los intérpretes están magníficos y rescata una práctica desconocida durante la etapa de la Depresión donde la gente era capaz de muchas cosas para poder sobrevivir, entre otras, participar en maratonianos concursos de baile. Danzad, danzad, malditos es la adaptación de una novela de Horace McCoy. En un sólo escenario, Pollack narra lo que supuso para muchos la Depresión, en una visión dura y desoladora. La primera vez que la vi me dejó muchas escenas en la memoria. Se me grabaron muchas cosas. Además, preludia prácticas televisivas actuales que con tal de generar espectáculo todo vale, importando muy poco las personas (los famosos reality shows). Película desoladora y triste con unos magníficos Jane Fonda, Michael Sarrazin, Susana York, Red Buttoms y Bruce Dern.

Después, Pollack rueda prácticamente cuatro películas seguidas, entre 1972 y 1979, con su actor fetiche, Robert Redford. Y cada una de ellas ofreciendo historias muy interesantes e imágenes para la memoria cinéfila. Son películas de los setenta y muestran reivindicaciones del director y también de su actor principal. Dos de ellas (Las aventuras de Jeremías Johnson y El jinete eléctrico)  son ya cantos a la naturaleza, películas de tema ecológico. Como siempre Redford, genial como héroe solitario y romántico de la naturaleza o como jinete nostálgico. También, en la segunda se ve una crítica a las formas de hacer las cosas de los medios de comunicación de masas. Otra es la romántica y nostálgica Tal como éramos… Redford se enamora de Barbra Streisand y viceversa. Son dos caracteres opuestos sobre todo en sus reivindicaciones políticas y eso termina haciendo mella a lo largo de su relación a través de distintos acontecimientos históricos. Por último, Pollack dirige a su actor fetiche en una película de intriga y suspense con los tejemanejes de la CIA de fondo –un género que le gustaría bastante revisitar–, Los tres días del Cóndor. Sólo en este periodo haría dos películas sin Redford, acude de nuevo al suspense y la intriga con Yazuka con un veterano Robert Mitchum y a una triste historia de amor con Al Pacino de protagonista, Un instante, una vida.

En los ochenta, Pollack sigue con la intriga y con sus críticas a los medios de comunicación en Ausencia de malicia y trabaja con Paul Newman. También dirige una de las comedias más divertidas de la década que además es un canto a la profesión del actor y, también, una original visión sobre las reivindicaciones de las mujeres, Tootsie. Regala un gran papel a Dustin Hoffman, que disfrazado de mujer para conseguir trabajo como actor se enamora de la rubia Jessica Lange. Aquí se reserva un divertido papel de agente de actores y empieza a salir en más producciones, su pelo rizado, su risa y sus gafas son sus señas de identidad. A parte de su gran éxito en Memorias de África, también empiezan sus labores de producción no sólo en sus propias películas sino en la de otros directores, así le vemos como productor ejecutivo en una de las grandes sorpresas de los ochenta, Los fabulosos Baker Boys.

En los noventa no para. Trabaja por última vez con Redford en el drama romántico, Habana, que se estrella en taquilla. Realiza un remake innecesario pero correcto de Sabrina, Julia Ormond hace lo que puede con un papel que inmortalizó la inimitable Audrey Hepburn. La intriga le da un pequeño éxito con La tapadera y un rostro de un crispado Tom Cruise que no entiende muy bien lo que pasa en el bufete de abogados donde ha empezado a trabajar. Termina la década con una triste historia de amor, muerte y destinos cuando de manera inesperada se unen una famosa política y un policía con caras de Kristin Scott Thomas y Harrisond Ford en la elegante y también estrellada en taquilla, Caprichos del destino. Participa como actor en películas de grandes realizadores como Allen o Kubrick (Maridos y mujeres y Eyes wide Shut). Y tanto en esta década como en la siguiente produce trabajos de otros directores así le encontramos en Sentido y sensibilidad, la nueva versión de El americano impasible o detrás de las obras del recientemente fallecido Anthony Minghella.

Como vemos el romántico y reivindicativo de Pollack era un trabajador infatigable en el mundo del cine. Que le ha dado inmortalidad. A pesar de su enfermedad no dejó de meterse en proyectos. Su última película estrenada a mí me llenó de emoción, aunque tampoco funcionó en taquilla, fue La intérprete (2005), en esta película mezcla sus preocupaciones, su melancólico romanticismo y su buen hacer contando historias de intriga…y continuaba con sus trabajos como productor y actor en cintas como Michael Clayton o La boda de mi novia.

Tal como era… Pollack, sin quitarse las gafas, se despide y nos deja con miles de imágenes para no olvidarle.

De argumentos surrealistas

Me gustaría, sólo por curiosidad, dejar constancia de tres películas que si sólo se nos presentara la línea argumental…, nos miraríamos con ojos incrédulos y pensaríamos que a quién se le ocurre presentar tal surrealismo para hacer una película.

Lo llamativo es que con esos planteamientos de guión, las películas se elaboraron entre 1944-1950 respaldadas por productoras y con directores y actores de interés en sus fichas técnicas y artísticas.

Sus resultados son curiosos (vuelvo a repetir adjetivo). Son películas que se dejan ver, algunas más que otras y se puede decir que son ejercicios correctos y redondos que te pueden gustar más o menos. Pero ahí están. Con sus buenas interpretaciones y con algunos momentos que te hacen pensar que estás ante algo bien hecho o ante momentos en los que te estás creyendo el surrealismo de la historia. Por lo menos cuentan con la seguridad de un argumento llamativo.

Pero observen. Quién se arriesgaría hoy en día, recibiendo estas líneas de argumento:

1) Un famoso empresario teatral de Broadway está a punto de perder su teatro tras tres fracasos. De pronto, paseando por la ciudad descubre a Pinky, un niño huérfano, que le enseña cómo ha amaestrado a una oruga que se llama Curly que baila al son de su armónica y una única canción. El empresario ve un negocio en Curly, la oruga bailarina y que, quizá, pueda recuperar su teatro.

2)Un amable alcohólico se comunica con un conejo de dos metros de altura que se llama Harvey (así era también la obra teatral que sirve de inspiración del argumento).

3)Un analista y su empresa que se dedican a sondeos de opinión busca un milagro matemático, es decir, una pequeña localidad cuya opinión sea indicadora de la del resto del país. Cuando peor está la situación empresarial, Smith, nuestro analista, encuentra al pequeño pueblo de Grandview, donde puede darse el posible milagro.

¿Quién pensaría que de argumentos así podrían salir películas agradables, visibles o potables?¿Qué directores se implicarían?¿Qué actores se pondrían frente este tipo de historias?

Pues estos argumentos se hicieron realidad: el primero se llamó Érase una vez (1944) y su protagonista fue Cary Grant. El segundo fue uno de los inolvidables papeles de James Stewart (como agradable borrachín no como conejo gigante) y se tituló El invisible Harvey (1950). Y la tercera película tuvo también a James como protagonista analista y la chica fue Jane Wyman, se llamó Ciudad mágica (1947) y pueden creerme pasarán una tarde agradable y cada una te ofrece sus originales temas de reflexión, bastante profundos, por cierto (los resortes de la democracia, cómo nos relacionamos, a qué cosas damos importancia, lo pequeño puede ser grande, nos puede abrir los ojos, quién realmente está loco, el enfrentamiento entre la ciencia y lo improbable, las manipulaciones…).

Cowboy de medianoche (Midnight cowboy, 1969) de John Schlesinger / Drugstore cowboys (1989) de Gust Van Sant

Años finales de los setenta, años finales de los ochenta. Dos películas con cowboys muy especiales. Dos golpes diferentes a ese tan cantado y castigado una y otra vez sueño americano. Dos bofetadas. Dos estéticas. Dos formas de contar. Dos épocas. Dos cowboys que pasan la vida con técnicas de supervivencia del día a día. Dos cowboys que intentan que la vida al margen no los elimine cuando menos lo esperan. Dos cowboys que viven donde nadie quiere o se atreve a mirar.

Cowboy de medianoche

Desde Gran Bretaña, llegó a Hollywood el director John Schlesinger para ofrecer Cowboy de medianoche, escrita por el guionista Waldo Salt  (uno de los muchos guionistas que sufrieron y vieron afectadas sus carreras desde los años cuarenta por la Caza de Brujas y las listas negras) que adaptaba la novela de James Leo Herlihy. La película muestra la relación entre el joven Joe Buck (Jon Voight), un vaquero con ansias de gigoló en la Gran Manzana y el sin hogar Ratzo Rizzo (Dustin Hoffman). Dos hombres perdidos en un Nueva York cruel y frío. Fue un británico el que reflejó que el sueño americano no era hermoso, que el sueño americano se rompía a pedazos en los bajos fondos. De música de fondo escuchamos Everybody’s talking de Harry Nilsson y esa melodía se quedó en la memoria.

Fue un británico quien mostró un Nueva York diferente y el que avisó a Hollywood que la censura había terminado. Llevó grandes dosis de droga, de sexo, de historia sin final feliz, de crítica a un sistema… y a pesar de que la clasificaron como X consiguió el oscar a la mejor película del año.

Una historia de amistad, de soledad y supervivencia. De aquellos que persiguen sueños, aún teniendo vidas rotas, sueños que les hacen seguir en un mundo mísero. Algunos no pierden la inocencia, el bueno de Joe Buck, el cowboy gigoló, en su lucha. Otros, como el ratero enfermo Rizzo es a través de los sueños (la soleada Florida) y de sus ganas de ser felices de dónde sacan las fuerzas.

John Schlesinger (director británico que vivía las fuentes del Free Cinema) sale cámara en mano por las calles de Nueva York. Otra Nueva York, urbe deshumanizada y dura, donde no se mira a los sin voz, aquellos que tratan de sobrevivir en el día a día. Además, el director capta la estética de los sesenta cubierta con los bajos fondos. La psicodelia o el mundo más pop de Warhol se mezcla con un realismo duro y cruel, oculto.

Una película dura sobre un tema duro pero que cala por su ternura ante la amistad de dos hombres que no tienen a nadie. En el autobús a Florida, un viaje hacia el sueño, el cowboy logra despertar y dejar a un lado sus ropas de vaquero, sabe lo que es la supervivencia y abre por fin los ojos al mundo mísero que no quería ver, y queda sin vida –pero con un amigo nunca más solo–, Rizzo, el personaje que siempre ha llevado una vida perra y triste pero capaz de dejar intacta su capacidad de querer y ser querido.

Drugstore cowboys

Finales años ochenta, de nuevo mazazo al sueño americano, y vuelta a la bofetada en las manos de peculiar director y su segunda obra cinematográfica, Gus Van Sant. Me gusta este realizador, sorprende una y otra vez, y quizá le tengo en posición alta porque dirigió una de las películas de principios de los noventa que me hace seguir amando el cine una y otra vez, Mi Idaho privado (más sueños rotos pasados por Campanadas de medianoche, Shakespeare y los bajos fondos). Van Sant surgió del cine más independiente, después algunos se sintieron decepcionados por su paso a la gran industria (y, sin embargo, dirigió otra película querida por mí, El indomable Will Hunting), y ahora, de nuevo, vuelve a sus raíces independientes.

Van Sant no sólo cuenta historias –normalmente protagonizadas por juventud desencantada y golpeada– que llegan sino que tiene una forma peculiar de contarlas y sus obras más independientes tienen una cuidada y reconocible estética.

Los cowboys de su película son cuatro jóvenes que van por localidades, ciudades y pueblos de los EEUU para robar farmacias y hospitales en los años setenta. Su objetivo es conseguir todo tipo de drogas para consumirlas y alejarse siempre que pueden de un mundo que les desborda. Se sienten más seguros empleando las horas del día en planear sus robos y después las demás horas en drogarse que perderse en conocer un mundo que saben duro y desbordado.

El antihéroe es Bob (Matt Dillon), el líder de la banda, que nos cuenta la historia, una historia circular (empieza y termina con la misma escena). Él nos presenta a los personajes con imágenes nostálgicas de super ocho donde nos encontramos cara a cara con los héroes cowboys con los que descenderemos a los infiernos: el propio Bob, su compañera sentimental desde que eran niños, Dianne (Kelly Lynch), y la otra pareja de sus fechorías (los jovencísimos en el momento James LeGros, Heather Graham). Van Sant, en sus primeras películas, sabe mezclar los ambientes más bajos y duros con un lirismo poético y nostálgico que hacen a sus realizaciones de visión innovadora.

Los Drugstore cowboys viven para robar lo consumido. Bob se deja llevar por señales…, es tremendamente supersticioso y cuando recibe varias de esas señales (entre ellas una muerte por sobredosis de uno de los integrantes de la banda), decide abandonar su vida delictiva y las drogas e ingresar a la vida normal. La vuelta a su localidad será dura y su rehabilitación no será heroica ni un camino de rosas. Renunciará a su gran amor, Dianne, que no quiere dejar ese mundo en el que siente segura. Durante su ingreso en el centro de metadona contacta con el hombre anciano, filósofo y profeta que le introdujo en las drogas (un abuelo lúcido con la cara de William S. Burroughs). Bob se hace pronto consciente de que también la vida normal es oscura, dura y gris pero trata de sobrevivir…aunque no le dejen.

Gus Van Sant logra contar una dura historia con pinceladas poéticas y con una estética especial, que es el sello especial del creador. Algunos criticaron y critican cómo pueden ser tan bellos los cuatro protagonistas si llevan a sus espaldas toda una historia de drogodependencias. Yo pienso que es una de las licencias poéticas y estéticas del autor, son sus héroes, los cowboys, que aunque llevan vida dura y perra, los retrata bellos y atrayentes. Como héroes literarios y cinematográficos. Una licencia literaria y poética. Sus cowboys bellos protagonizan una historia de caída y desgarro.

Momentos inolvidables de una pareja con química

Una de las parejas con más química en el cine fue la formada por dos hombres: Paul Newman y Robert Redford. Ambos fueron dirigidos dos veces por el mismo director en dos historias redondas. Primero, Dos hombres y un destino en 1969 y después El golpe en 1973. ¿El hombre que les unió y dirigió? Un director a estudiar y reivindicar: George Roy Hill.

El hombre con los ojos azules más hermosos y el hombre con el pelo rubio más codiciado y ambos con sonrisas de quitar la respiración fueron amigos dentro y fuera de la pantalla. La primera película es una historia del lejano Oeste, de dos forajidos y fuera de ley románticos, divertidos y maravillosos. Ambos enamorados de una bella maestra de escuela pero con un único destino posible en el violento mundo del western. A la película le envuelve un aire de nostalgia. Como nostalgia es lo que rezuma esa broma magnífica, de guión redondo, que se llama El golpe. Los años treinta, el mundo de la Depresión y el mundo de dos profesionales timadores y su grupo de amigos son los ingredientes que la hacen redonda. Esta vez Redford y Newman son dos timadores, inteligentes, dinámicos y divertidos que traman un plan para desplumar a un mafioso del que quieren vengarse por haber eliminado, de manera brutal, a un cálido compañero de profesión.

Dos películas que tienen ya el rango de míticas (ambas editadas hace poco en dvd en ediciones especiales). Mágicas. Donde dos hombres derrocharon toda su química y encanto… las llenaron de momentos inolvidables

La escena y el diálogo de dos fuera de ley a punto de tirarse por un acantilado. Las miradas complices y sonrisas amistosas en el Oeste en compañía de la profesora o sin ella. Los dos hablando de planes y sueños, de amistades, aunque la muerte les acecha. Redford de tío duro y silencioso pero leal, con un bigote que le hace si cabe más atractivo. Newman de tipo encantador, el cerebro de las fechorías, el de la sonrisa que desarma, el que monta en bicicleta y cuida con palabras hermosas a la amada.

Los dos timadores más simpáticos de los años treinta. Uno borracho como una cuba y el otro impaciente por preparar la venganza. Ambos hermosos y llenos, de nuevo, de miradas y sonrisas cómplices. Su transformación en hombres elegantes, de posibles, a pesar de venir de lo más bajo. Su simpatía, siempre, que les hace líderes y que les sigan en descabellados timos. Un regalo para la vista.

Siempre se ha especulado con su vuelta a las pantallas… ¿habrá una tercera? Su química ya es inmortal.

Diccionario cinematográfico (64)

Perros: siento una gran debilidad por los gatos –ya lo he contado alguna vez pero tengo siempre a mi lado dos seres maravillosos que se llaman Marlon y Sally…, son ambos dos gatos callejeros preciosos. Marlon es enorme y glotón pero tan guapo como Marlon Brando y Sally es pequeña, delgadísima, elegante y con tanta personalidad encantadora y compleja como Sally Bowles, la reina de Cabaret– pero también adoro a los perros. Y ellos han dado escenas maravillosas al cine. Algunos incluso han sido aspirantes a actor (Lassie, Ri tin tin…) por no hablar del cine de animación donde no han faltado inolvidables perros protagonistas. Pero volviendo a los de carne y hueso. Me llevo a casa a Flyke, el perro de Umberto D que le salva la vida y le salva de la soledad. O, el otro día, también el único compañero fiel que le queda a un Marcello solitario en Noches Blancas es un cariñoso perro callejero. Sean Penn dentro de su dramático papel en El asesinato de Nixon tiene unas escenas emotivas, tristes y brutales (porque ahondan en la caída y la soledad del personaje) con su perro. 

Los perros nos hacen reír en Hechizo de luna y todos esos canes que acompañan al abuelo y ladran a la luna. O el perrillo de compañía que sufre lo suyo en manos de Jack Nicholson en Mejor… imposible hasta que es querido por él.  Sufrimos con cada uno de los perros y las relaciones que tienen con sus dueños en esa pequeña joya impactante que es Amores perros. O en esa pequeña película argentina nos quedamos colgados de Bombón. El perro. La única escena que me conmueve de No sos vos soy yo… son las relacionadas con el can protagonista (con sorpresa incluida). 

Los perros acompañan a personajes perdidos, en crisis o solitarios que se lo digan a Jack, pianista, de Los fabulosos Baker Boys. O que se lo pregunten al bueno de Charlot en varios de sus cortos, sobre todo, Vida de perros.

Los perros salvan vidas, defienden a aquellos que los cuidan, son fieles y siempre sabes cómo son… y el cine lo ha mostrado. Recuerdo escenas de miradas de perros más intensas que las de los propios actores y de una ternura difícil de olvidar.

Henry Fonda. El héroe infeliz de José de Diego (T&B Editores, 2005)

De vez en cuando me gusta leer una buena biografía de algún profesional del cine al que me apetece acercarme. Esta vez le ha tocado el turno a Henry Fonda, la editorial T&B tiene una buena colección de biografías de actores y directores de cine cuidadas en su edición y con imágenes gráficas. 

La biografía de José de Diego sobre Henry Fonda te acerca al artista y su obra y, también, sabe dar pinceladas sobre el hombre privado. Una de las virtudes de estos libros, que me encanta, es descubrir la conexión del artista con otros compañeros de la época. 

Por ejemplo, había tres conexiones que ya conocía y aquí están algo más desarrolladas aunque, más o menos, ya estaba documentada o tenía conocimiento a través de otros libros de otros compañeros: su amistad desde la juventud hasta su muerte con el actor James Stewart. Su amor desgraciado, y que el autor deja intuir que le influyó para toda su vida y el resto de sus relaciones, con la encantadora y difícil Margaret Sullavan (inolvidable y para mi en el altar del Olimpo por su interpretación en esa pequeña joya que se llama El bazar de las sorpresas). Y su larga relación profesional y de amistad, que terminó malográndose durante el rodaje de Escala en Hawai, con el director John Ford. Sin embargo, fruto de esa relación surgieron papeles inmortales que le dejarán siempre en un puesto alto en el Olimpo de los actores. 

Otros aspectos interesantes de esta biografía, a parte de un estudio minucioso de cada uno de sus trabajos cinematográficos, es que refleja su verdadera y gran pasión que era ni más ni menos que subirse a los escenarios de teatro. Me llamó mucho la atención que la responsable de que le picara el gusanillo del escenario fue ni más ni menos que la madre de Marlon Brando (Dorothy) que estaba en una compañía amateur.  

También, en sus correrías juveniles tuvo una pequeñísima aventura con una joven aspirante a actriz, que años más tarde sería la gran diva Bette Davis (con la que compartiría créditos, por ejemplo, en un melodrama de dama sureña, por excelencia, Jezabel). Así también descubrimos a un hombre que se sintió poco valorado dentro de la industria del cine y obligado a participar en películas que ni le iban ni venían, sobre todo, al tener un contrato de larga duración en el estudio de la Warner. Fonda no tuvo buenas relaciones con su productor Zanuck. 

Aún así logró papeles, de vez en cuando, que él valoraba y de los que se sentía muy orgulloso y que de alguna manera cimentaron su imagen pública. También, leo con agrado, que en los años que peor se sentía bajo el yugo de la gran productora que le tenía contratado, alguno de sus mejores momentos profesionales los pasó junto a otra compañera de reparto con la que tuvo una química especial de trabajo y en el terreno de la comedia: la gran Barbara Stanwyck. Uno de sus rodajes mejor recordados fue en esa maravillosa comedia (no pierdan la oportunidad de verla) de Preston Sturges, Las tres noches de Eva. Ambos estaban maravillosos, él como millonario tímido y torpe y ella como chica de mundo y estafadora con encanto.Para mí Henry Fonda se oculta bajo varios rostros que para mí le convierten en actor inolvidable –y este libro da la oportunidad de conocer los sentimientos del autor respecto estas obras, los rodajes y su relación con otros compañeros–. Para mí Fonda es Sólo se vive una vez, Las uvas de la ira, Pasión de los fuertes, Doce hombres sin piedad o su canto de cisne, El estanque dorado.Pero también hay otras películas que le descubren en todas sus facetas, algunas de ellas no muy bien recordadas por el actor, como Jezabel, Seis destinos, El joven Lincoln , Ocho mujeres y un crimen, Tierra de audaces, La venganza de Frank James, Guerra y paz, Tempestad sobre Washington o Hasta que llegó su hora. 

Del hombre privado, me llamó la atención, aunque se intuye en su rostro, su gran hermetismo y seriedad. En el amor no encontró la felicidad y sus dos primeras esposas terminaron con sus vidas (se casó tres veces más). La relación con sus hijos Jane y Peter (fruto de su segundo matrimonio) nunca fue buena. En este libro nos descubre a Jane y Peter de niños y adolescentes, ambos muy complicados por la relación que mantuvieron con sus padres. El mejor refugio de Fonda era el trabajo en el cine y el teatro. 

A Henry Fonda, a veces, le pesaba su rol de héroe americano, de hombre honesto. Sin embargo, a pesar de los pesares, a pesar de que, quizá, a veces no logró la felicidad o la vida que le hubiera gustado, fue un hombre enamorado de su trabajo (cuando le ofrecían buenos papeles) y fiel hasta el final –en pantalla o en los escenarios en los que tanto disfrutaba– que el espectáculo debe continuar. 

José de Diego logra que te llame la atención acercarse al actor, al hombre y sobre todo conseguir volver a ver o descubrir obras cinematográficas que contaron con la presencia del actor con mirada intensa.