Tres grandes títulos para el viejo baúl de las películas

Hoy os comento tres películas para este particular baúl que se va llenando en el blog. Nuestro viaje cinéfilo nos lleva a un drama social de Hollywood en 1936, Furia, que supuso la primera película en ese nuevo continente del maravilloso realizador alemán Fritz Lang; pasamos por el realizador francés Henri Georges Clouzot con El salario del miedo en 1953 y redondeamos viaje con una de las primeras películas de un veinteañero –en aquellos tiempos claro está, ahora se encuentra en los cielos—, Stanley Kubrick, El beso del asesino de 1955. Esto es resultado de visita compulsiva al videoclub. Lo reconozco. Así os doy también la alegría de que son películas fáciles de localizar. 

Ya sabéis que siempre me gusta buscar puntos de contacto y en estas tres películas lo tengo fácil. Son historias de perdedores. Y ahí van las pequeñas crónicas cinéfilas. 

Furia (Fury, 1936) de Fritz LangJoe Wilson (no podía ser otro más que Spencer Tracy), es un perdedor, como todos los protagonistas de las películas que vamos a comentar. Trata de ser un ciudadano honesto y cumplidor y trata de salir adelante. Quiere que tanto él como sus dos hermanos vayan por el camino recto. Trata de cumplir sus sueños a través del trabajo honrado…, y su sueño es casarse con una joven trabajadora (maravillosa Sylvia Sydney). 

Pero un día que llega a la pequeña población donde se ha trasladado su novia por motivos de trabajo, es detenido por las autoridades locales. Es sospechoso del secuestro de una niña. Y como tal es conducido a la prisión local hasta asegurarse que es inocente. 

Y entonces los distintos ciudadanos se van enterando de que han detenido a alguien, empiezan los rumores, los intereses, el temor, las mentiras y enredos y la multitud se exalta. No piensan. La masa irracional y violenta se acerca a prisión y sin pensar arrasan quemando la prisión con Joe Wilson dentro que vive como en una pesadilla todo el odio que es derramado sobre su persona sin posibilidad de defensa. 

Hasta aquí parece que la película va a denunciar los linchamientos en EEUU pero, de pronto, el alemán da una vuelta de tuerca, y nos deja una reflexión sobre la venganza. Joe Wilson sobrevive y el hombre bueno se transforma en despiadado porque ha aprendido a odiar, porque quiere que los culpables sufran como él ha sufrido. Wilson quiere devolver la misma moneda y se vuelve irracional, está dispuesto a llevar a todos a la pena de muerte. Y la turba violenta del principio se va individualizando en rostros, en seres humanos, que sufren esperando sentencia. Se convierten en víctimas porque se condena su acto pero nos da escalofríos la venganza que quiere llevar a cabo Joe Wilson. ¿Sin embargo, qué hubiera pasado si Joe Wilson no hubiera sobrevivido? Y ahí está el dilema. La venganza es horrible, ponerse a la misma altura, pero cómo condenas o evitas un acto despiadado de linchamiento. Tampoco esa masa irracional formada por individuos puede irse a casa y que todo se olvide. 

Furia tiene la fuerza a la que nos tiene acostumbrados Fritz Lang y además nos devuelve a la actriz de la Depresión, Sylvia Sydney que en sus primeras películas fue la heroína trabajadora y luchadora de los malos tiempos. 

El salario de miedo (Le salarie de la peur, 1953) de Henri Georges ClouzotHistoria impactante de perdedores. Perdedores de todas las nacionalidades y colores que se encuentran atrapados y desempleados en la más absoluta miseria en una aldea sudamericana donde sólo ofrece trabajo una compañía petrolífera norteamericana. Su vida es espera. Su vida es sueño de escape. Su vida es pensar que alguna vez tendrán trabajo y dinero y podrán salir de ahí. Su vida es tapar un pasado de fechorías. 

De pronto, por accidente terrible, surge posibilidad de un trabajo muy bien renumerado pero altamente peligroso. Llevar por carreteras infernales en unos camiones poco adecuados nitroglicerina que al menor bache puede hacer estallar por los aires el vehículo. 

Cuatro son los elegidos, hombres que no tienen nada que perder, y sí algo que ganar. Una salida. Un pasaje a algo parecido a la prosperidad. El joven Mario que se come la vida y todavía rebosante de energía, sueños y ambición. Su peor enemigo, su impulsividad; el miedo, a su manera, le hace estar en continua tensión, el objetivo hace, que a su manera, sea hasta cierto punto prudente. Él quiere seguir luchando. Su compañero, un hombre que fue duro, que en tiempos pasados llevó toda una vida de fechorías en el viaje descubre el miedo a no seguir vivo, se descubre viejo y se derrumba, y no sabe que con ese miedo hace prudente al joven Mario, aunque en un principio sienta absoluto desprecio por la transformación del hombre. El obrero trabajador con ganas de mucha vida que sabe que poco le queda, tiene sus pulmones destrozados, si no logra salir de allí. Y el hombre, que ha sufrido hasta perder los sentimientos, pero que nunca se olvida de la dignidad, de estar siempre presentable aunque sea ante la muerte. 

Película de tensiones y sin concesiones. Absolutamente nihilista. Alguna vez me han comentado que no gusta su final. Yo lo encuentro brutal y totalmente acorde con toda la historia. Ya saben, una historia de perdedores. Una historia sin salidas posibles. 

El beso del asesino (Killer’s Kiss,1955) de Stanley KubrickYa se veía el amor al cine del obsesivo Kubrick. Realiza muy joven película de apenas setenta minutos de duración y se mete de lleno en un cine negro de héroes que son perdedores. No podía ser de otra manera. 

A Kubrick ya se le ve creador de escenas magníficas y ambientes característicos. También, su dominio a la hora de plasmar la violencia. Y, por otra parte, descubrimos a un Kubrick de blanco y negro tremendamente romántico.  

El beso del asesino cuenta la historia entre boxeador en horas bajas y joven de salón de baile decadente. Dos desgraciados que son vecinos y se miran a través de las ventanas. Los dos unen sus vidas contra mafioso con el que trabaja la chica. 

Kubrick realiza film tenso y violento, la escena de la persecución y lucha entre el mafioso y el boxeador en una habitación llena de maniquíes intuye al buen director. El flash back de la joven triste que cuenta su historia pasada al boxeador muestra las formas de narrar del interesante Kubrick. La escena de boxeo del principio muestra ya su amor por la cámara y su buen uso. 

En este caso, es curioso, pero Kubrick –no es muy común en el director— deja un final feliz, un futuro para ambos perdedores. Les da una oportunidad de quizá encontrar algo parecido a la felicidad.

Edward Norton

El despegue de este actor camaleónico tuvo lugar en 1995, carrera imparable, genio en la composición de buenos personajes. Norton tiene un físico transformable y se transmuta en personajes que le hacen merecedor de grande entre los amantes de la sala oscura y rey de las pantallas. Es uno de los actores de los que esperamos muchas pero que muchas sorpresas. 

Yo ya lo tengo en el altar porque me ha decepcionado en pocas películas y es de esos actores que conmueven en sus buenas interpretaciones (no he visto toda su filmografía). Cuando hablo de la palabra conmover, me refiero a que producen un volcán de sentimientos al espectador (ya sea de amor desmesurado u odio compulsivo). 

Para entender su capacidad de transformación y lo buen actor que es basta con comentar una de las últimas películas en las que le he visto: El velo pintado (2006). Queridos amigos, esta película a mí me entusiasmó y me transportó a otros mundos (pocas adaptaciones de la obra de Somerset Maugham me han decepcionado). Bien, Norton se sale porque logra hacernos llegar la transformación del personaje. Y eso es todo un reto para un actor. Vemos su cambio de aburrido doctor, frío y gris, a poco a poco y delante de nuestros ojos, convertirse en un héroe cotidiano apasionado, luchador y comprometido. Y Norton logra transformarse incluso físicamente en su gesto, en la voz…, genial. Vivimos la transformación a través de los ojos de su esposa y cómo ella va descubriendo al hombre con el que se casó. Si bien esto parece fácil, prueben a imaginar este mismo papel sin un buen actor, con un hombre de interpretación plana, incapaz de matices, que sólo aprendiera los diálogos, los dijera correctamente y tuviera físico aparente… el efecto sería muy distinto, quizá nos gustaría la historia, pero quizá no lograría conmovernos. Ahhh, amigos, ésa es la magia de la interpretación. 

Otro papel por el cual merece su puesto en el Olimpo –por favor, que nos siga regalando papeles e interpretaciones así— fue su recreación de un neonazi que se redime. En su momento, y ahora cuando tengo oportunidad de verla, me impactó American History X , 1998, me parece una buenísima historia y, de nuevo, interpretada de manera genial por Norton que no duda de nuevo en ofrecer una actuación conmovedora donde vemos el camino duro de rendición, conciencia y reflexión de su personaje. De brutal y violento neonazi a un hombre maduro, sensible y reflexivo… y el proceso de transformación es totalmente creíble y está muy bien desarrollado además de contar con este actor de excepción. 

Como muchos compañeros de generación, Norton realiza desde 1995, donde su debú en Las dos caras de la verdad produjo impacto, una carrera en la que intercala producciones comerciales (ahí le tenemos en cartelera haciendo de hombre verde, Hulk) con cine menos comercial y que entraría dentro de un circuito más independiente. En ambos terrenos, ha regalado buenas interpretaciones. 

Después, de Las dos caras de la verdad deleitó como personaje romántico en la comedia musical de Woody Allen, Todos dicen I love you, consiguió uno de los roles principales en la película de Milos Forman, El escándalo de Larry Flynt, se metió en cine negro junto a otro valor en alza, Matt Damon, en Rounders. 

Después de American History X y el espaldarazo que supuso para su carrera, fue protagonista de película de culto (amada y odiada por partes iguales): El club de la lucha (1999). David Fincher realiza una radiografía de la mente humana y de la violencia con el rostro de Norton, que ofrece una interpretación llena de matices y distintas lecturas. 

Sorprende con su debut como director de cine en una comedia romántica y sensible, plagada de buenos momentos, Más que amigos (2000) y se embarca en un periodo de películas comerciales en rol secundario o protagonista (The store, El dragón rojo o Frida) hasta conmovernos de nuevo con un buen trabajo de Spike Lee, La última noche (2002). En esta historia sobre un traficante de drogas que en 24 horas va a ir a la cárcel para pasar siete años de su vida encerrado entre rejas, Norton ofrece un viaje de sentimientos hacia alguien que en unas horas trata de entender y de acercarse a los seres que han significado algo en su vida. 

Norton sigue dentro del circuito del cine comercial (The italian job o El reino de los cielos) y en este terreno deja una película, que atrapa al espectador como los cuentos de toda la vida,  fantástica y sorprendente: El ilusionista. La historia de amor de un mago, un ilusionista, de principios del siglo XX. De nuevo, Edward Norton conmueve a los espectadores. 

Sin embargo, el actor tampoco olvida los circuitos independientes y va dejando interpretaciones que merecen ser vistas tanto en Smoochy (2002) o, sobre todo, por lo que voy leyendo (no la he visto pero pronto subsanaré este fallo), En el valle (2005). Ahora, para los amantes del hombre verde, lo tenemos en pantalla como Hulk (aunque hay que reconocer que Eric Bana no lo hizo nada mal) pero como os dije su carrera es imparable y seguirá ofreciendo interpretaciones que conmuevan. Tiene varios proyectos pendientes de estreno y también ha vuelto a ponerse detrás de las cámaras. Los visitantes de la sala oscura esperan sus trabajos y su capacidad camaleónica.

El incidente

No sé pero yo sigo con esperanzas. M. Night Shyamalan tiene momentos de genialidad y puede volver con un producto redondo. Desde El sexto sentido no ha vuelto a poner de acuerdo ni a público ni a crítica. A Shyamalan siempre le dicen los críticos que en cada nueva propuesta, decepciona un poco más. Y el público tampoco responde como debiera. Pero que se le va a hacer a mí cada vez que Shyamalan estrena una nueva película me dan ganas de acudir al cine.  

Lo hice con Señales, volví a caer con El bosque, no quise dejarle con La joven del agua y aquí estoy de nuevo con El incidente. ¿Y bien, qué me hace repetir una y otra vez? ¿Qué me hace no hacer caso de lo que leo y oigo? ¿Por qué no suelo pasar un estreno de este director? 

Lo digo una y otra vez no salgo diciendo que qué peliculones pero este director no me aburre, siempre me hace pensar y logra casi siempre envolverme en poderosas imágenes cinematográficas. No es redondo, sin embargo, yo sigo con esperanzas… 

Shyamalan es un apasionado contador de historias. De cuentos fantásticos, mejor dicho. Siempre logra buenos argumentos y sabe cómo enganchar. Y sabe cómo mostrar imágenes, y tiene claves para transmitir sentimientos de inquietud, desasosiego…, sus películas permiten múltiples lecturas. Nunca es plano. Y nunca te deja indiferente. Su visión del mundo, con diversas inspiraciones, es original. Mejor dicho sus propuestas son o hace que parezcan originales. También sabe qué mujeres y hombres quiere que representen sus argumentos. ¿Pero, entonces, qué diablos falla? 

Por ejemplo, en El incidente la propuesta atrapa al espectador. Si quedó marcado por final inesperado en El sexto sentido (parece que el hombre siempre se tiene que estrujar los sesos para encontrar finales impactantes y, claro, no es posible), aquí, en su nueva película logra un principio arrebatador y llamativo. ¿Imaginan que de repente, sin explicación alguna, hombres y mujeres empezaran a suicidarse uno a uno, sin importarles en absoluto la vida?¿Imaginan que hombres, mujeres y niños pierdan absolutamente el instinto de supervivencia? Shyamalan lo pone en pantalla en imágenes impactantes, y hace sentir mucha inquietud. 

Shyamalan plantea algunas teorías por las que este fenómeno ocurre. Pero como en Los pájaros, del maestro del suspense, sólo se queda en suposiciones. Sin embargo, la teoría más fuerte, el mensaje del cuento (otro motivo que le echan en cara, sus mensajes, pero qué cuento popular no nos dice algo) es que los seres humanos destruimos el planeta y, claro, puede que de pronto la Naturaleza cree mecanismos de defensa. Y qué mejor que provocándonos unos deseos enormes de autodestruirnos. ¿No es la mejor manera de eliminar? Ya lo dice Shyamalan, sólo es un aviso…, la Naturaleza se revela contra quien la destruye. 

Para mí, queridos míos, lo que hace que Shyamalan no haga buenas historias, historias redondas, es que no es un buen guionista. No tiene precio como creador de argumentos, sabe cómo plasmar imágenes, sabe elegir quién puede llevar a cabo sus personajes, le gusta comunicarse a través de la imagen cinematográfica, sabe lo que quiere decir… pero no sabe construir guiones, no sabe dar la intensidad suficiente a sus personajes, no sabe crear lazos y sobre todo no es bueno con los diálogos. Así sus películas pierden toda la genialidad que se intuye. Así sólo, a veces, crea imágenes impactantes, momentos inquietantes, escenas emocionantes pero el conjunto no termina de convencer. 

Quizá, Shyamalan, que tiene las cosas claras, que es un rey de los argumentos, debería leer menos críticas y confiar más en buenos guionistas que realmente construyeran sus argumentos de manera genial. En El incidente falla la construcción de personajes, que nos creamos ciertas relaciones o personajes, fallan diálogos, de tal manera que buenas escenas no alcanzan la intensidad que debieran porque, por ejemplo, no nos hemos creído una historia de amor o de amistad. Sólo es una opinión. Seguiré a Shyamalan porque creo que puede realizar una buena historia… si le dejan, si se deja.

Diccionario cinematográfico (69)

Profesor, maestro: el cine está poblado de profesores y profesoras, de maestros y maestras que enseñan ciencia, arte u oficio a niños o adolescentes. Es una figura cinematográfica y, realmente, necesaria en la vida real. A veces, creo que no demasiado apreciada ni muchas veces bien remunerada. ¿Pero quién no recuerda un buen profesor o maestro que de alguna le abrió los ojos a alguna disciplina en el colegio o en la universidad? ¿O quién no recuerda a alguno de ellos que le complicó la vida? 

El cine ha creado su propio universo de estos personajes. Algunos cambian la vida a sus alumnos o les abren un camino. El profesor Keating (Robin Williams) que enseña a su grupo de alumnos, al club de los poetas muertos, el valor del Carpe Diem.  El maestro rural republicano, Don Gregorio (Fernando Fernán Gómez), que es un apasionado de su profesión y transmite sus conocimientos con sabiduría y amor a todos sus alumnos. También, esa otra maestra rural (Pepa Flores) que combate la soledad y busca a su novio entre los maquis. O el maestro y director de una escuela infantil en un barrio marginal, Daniel Lefebre (Philippe Torreton), que se desvive por los niños, por su situación, por su educación. O conocemos al desencantado y drogodependiente Half Nelson (Ryan Gosling) que sólo le mantiene cuerdo y con los pies en la tierra sus clases. Y nos vamos a los clásicos y recordamos al orondo Arthur (Charles Laughton) y a sus compañeros maestros que se dan cuenta de cómo la enseñanza y los conocimientos pueden dar la libertad de acción y pensamiento. Bofetada al sistema educativo francés con esa película sensible donde los maestros y directores no salen muy bien parados, un canto a la libertad en la educación y no al encorsetamiento, Zero en conducta. También, por qué no, recordemos al profesor sesentero encarnado por Sydney Poitier, el profesor Tibbs, que trata de abrir el camino a jóvenes rebeldes londinenses (una fórmula mil veces imitada en este tipo de películas. Ahí vemos productos tipo Mentes peligrosas). 

El universo de maestro o personas que enseñan a otros es interminable. Un fantástico viaje al mundo de la sabiduría y de la comunicación. Nos encontramos al odioso pero al final adorable profesor Higgins (Rex Harrison) que enseña a una muchacha humilde el poder del lenguaje. Nos alegramos de los logros de la maestra de baile (Julie Walters) que cree en el potencial de Billy Elliot para la danza clásica. ¿Y qué me dicen de ese maravilloso proyeccionista (Philip Noiret) que en el Cinema Paraíso enseña su profesión y la supervivencia en el mundo a un niño de ojos enormes, encantador? Nos reímos con los adorables esfuerzos de William Holden, como periodista metido a profesor de buenos modales, para enseñar a la rubia del gángster. 

Hay otros maestros y maestras que amargan la vida de sus alumnos o que sus alumnos se las amargan a ellos. Son retratos, también, poderosos. ¿Cómo olvidar al pobre profesor Rath (Emil Jannings) al que sus alumnos no respetan y termina su vida tras una cabaretera que le transforma en un triste payaso?O en el debú de Amenabar quién no tiembla ante profesor universitario malo malísimo (Xabier Elorriaga) o como no recordar la pesadilla de Mrs Tingle (Helen Mirren). 

Esto, ya saben, sólo es un aperitivo.

Cuerpo y alma (Body and soul, 1947) de Robert Rossen

Ya lo he dicho más de una vez, lo maravilloso del cine es que nunca deja de deparar sorpresas. Y de nuevo me ha ocurrido con Cuerpo y alma, otra joya cinematográfica. No sólo por la película en sí, su historia y por cómo está contada sino también por su anecdotario extracinematográfico. 

Cuerpo y alma es apasionante y se encuentra en el más absoluto olvido. Y como muchas otras joyas es una verdadera pena. Cuerpo y alma cuenta y analiza muchos aspectos de los seres humanos ambientada en el mundo del boxeo (un deporte –a mí a veces me entra la duda de calificarlo de deporte— muy cinematográfico que ha dejado grandes películas).  

La película es trepidante y dura. Las escenas de boxeo, sobre todo el combate final, están maravillosamente filmados. Tanto es así que parece ser que mi querido Martin Scorsese se inspiró en ellas para su magnífica Toro salvaje (otra película increíble con el mundo del boxeo de fondo). 

En Cuerpo y alma nos encontramos con el retrato humano de Charlie Davis. Un joven de origen humilde que ve en el boxeo la única oportunidad de terminar con su pobreza y la de sus seres más queridos (entre ellos su madre, contraria a esa manera de conseguir dinero rápido, y que quiere que su hijo se aleje de violencias). Davis se convierte en un campeón pero también según va ganando más dinero se va metiendo en un submundo que le va corrompiendo. Un mundo donde no importan las personas y sí la manera de ganar dinero y gastarlo, un mundo de apuestas y violencia, donde las almas valen poco. Un mundo poblado de personas sin escrúpulos cuyo único interés es el señor don dinero. Charlie Davis, un buen chico, termina cometiendo errores y más errores hasta que se siente atrapado en una situación sin salida. Durante el descenso a los infiernos, son varias las personas que le quieren y tratan de abrirle los ojos: su mejor amigo, su madre, su novia y, sobre todo, un antiguo campeón de boxeo que se convierte en su entrenador…, cuando Charlie llega a lo más bajo, despierta a tiempo, un duro despertar. 

Los retratos de cada uno de los personajes, los ambientes, la fotografía en blanco y negro, la manera de contarlo, la banda sonora…, vamos que no tiene desperdicio. 

Además, como os digo tiene un valor extracinematográfico muy interesante sobre todo para todos los interesados (como es mi caso) del periodo más virulento de la Caza de Brujas, que en este año estaba en su momento álgido. Basta con mirar los créditos para entender cómo esta película estaba en el punto de mira del Comité de Actividades Antiamericanas. En Cuerpo y alma casi todo su reparto tanto técnico como artístico se encontraba bajo sospecha. El Comité se echó encima de la película al realizar la lectura de un ataque al capitalismo sin escrúpulos y la plasmación real de la lucha de clases. 

Su magnífico protagonista, ¡¡¡qué hubiera hecho John Garfield si hubiera podido realizar toda su filmografía!!!, se encontraba en su momento artístico culminante pero su carrera tuvo un parón durante este periodo donde el actor fue uno de los señalados. Murió cinco años más tarde de una trombosis a los 39 años de edad, parece ser que tuvo mucho que ver las presiones a las que se sintió sometido. Siempre se negó a dar nombres de otros compañeros. El surrealismo del periodo y el histerismo fue tal que como cuenta Javier Coma en su magnífico libro Las películas de la caza de brujas (Notorius ediciones) cuando durante en uno de los interrogatorios preguntaron a uno de los actores del elenco (Lloyd Gough) que quién había interpretado el principal papel de Cuerpo y Alma, el interrogado se acogió a la Quinta Enmienda, a su facultad de no declarar contra sí mismo, por miedo a que el solo hecho de mencionar a John Gardfield pudiera acarrearle el inmediato ingreso en una lista negra. Triste, triste, triste. 

Si seguimos mirando los créditos nos encontramos con otro secundario mítico, el actor negro Canada Lee que empezó su carrera en los escenarios de la mano de Orson Welles. En la película hace un conmovedor y duro papel de un ex campeón de boxeo destruido por la codicia de otros que termina siendo el entrenador de un cada vez más perdido Charlie. Canada Lee también entró de cabeza, como su compañero Gardfield, en la lista negra. Falleció en 1952 de un ataque al corazón, también se dice que mucho tuvieron que ver las presiones que sufrió. Como Gardfield, se negó a dar nombres. 

Una de las secundarias de lujo, Anna Revere (en el papel de madre de Charlie) también pronto ocuparía un lugar en la lista negra. Si seguimos mirando tanto en el aspecto artístico como técnico, sorprende que prácticamente no hay ni uno que no se las viera con el Comité. Algunos callaron y sus carreras se vieron cortadas, otros tuvieron que ser rehabilitados y no lo tuvieron fácil, alguno optó, para seguir con su carrera, por dar nombres de compañeros (como su director Robert Rossen). En la lista negra estuvo, como he dicho, su director; el guionista de la película Abraham Polonsky; el director de fotografía James Wong Howe; el productor Bob Roberts…, y etcétera, etcétera, etcétera. 

Si seguimos con los créditos podemos encontrar más curiosidades: las actrices Lili Palmer (como la novia de Charlie. Actriz alemana que vio truncada su carrera en Hollywood quizá por sus papeles en películas consideradas antiamericanas e izquierdistas) y Hazel Brooks (como su amante, la femme fatale, modelo y actriz sudafricana que nunca llegó a estrella y se retiró pronto del mundo del cine), apariciones rutilantes pero que no llegaron a prosperar en grandes carreras. Y, por último, señalar la participación del futuro director Robert Aldrich como ayudante de dirección y al futuro director de míticas series de televisión, entre ellas Stark Trek, Joseph Pevney, como actor (interpreta al mejor amigo de Charlie y el primero que trata de hacerle abrir los ojos). 

¿Se dan cuenta de que podría hacerse un libro o un ensayo sólo hablando de esta película? Por mi parte, no caerá en el olvido.

Carta a tres esposas (Letter to three wives,1949) de Joseph L. Mankiewicz

Joseph L. Mankiewicz pertece a ese grupo de directores-autores no sólo por la forma de realizar las películas y de su dominio para contar historias a través de la cámara sino porque también, además, solía ser el guionista de sus propias historias. 

Con una filmografía interesante a finales de los cuarenta escribiría y realizaría esta película que tiene todos los ingredientes de cómo escribir un guión y plasmarlo en pantalla. 

A través del guión, Mankiewicz utiliza dos recursos de manera perfecta y no aleatoria. Me explico, emplea dos recursos que sirven realmente para que la historia avance y tenga sentido. El director-guionista, de manera perfecta, emplea la voz en off y los flash back (¡¡¡cuántas películas hemos visto en las que decimos!!!: lo que más me ha cansado y menos me ha gustado ha sido la voz en off –señal de que no está bien empleada, si nos aburre o molesta—  o pero a cuento de qué venía contarnos esa escena de su pasado –otra señal de que un flash back está mal empleado si no nos aporta nada a la historia o sobra—). 

La historia es muy sencilla: en una pequeña ciudad de provincias, tres amigas y esposas reciben una carta de una cuarta en la que informa que se ha fugado con uno de sus maridos. ¡Qué gran principio! La historia transcurre en un día, en que estas mujeres asisten a una jornada de campo con un grupo de niños. Las tres tienen sus dudas razonables para pensar que se han convertido en mujer abandonada. 

Carta a tres esposas es una película de personajes, de retratos. Joseph L. Mankiewicz muestra de manera ácida e inteligente las relaciones de pareja, las dudas,  los celos, la amistad, las relaciones profesionales, por qué se forman las parejas, por qué puede existir la duda, la vida cotidiana en una pequeña ciudad, el peligro de caer en una monotonía constante… 

Otro elemento maestro de esta historia es la continúa presencia de la cuarta mujer… a la cual nunca, ni un sólo instante, vemos aparecer en pantalla. Pero siempre está presente. Addie Ross (la cuarta mujer) queda retratada por las alusiones continuas a ella por parte de las tres amigas y por parte de los respectivos esposos así como por los detalles de la ausente –jugada maestra es que en las escenas clave siempre de alguna manera ella está ahí en forma de regalo, de retrato o de nota o carta—. ¡¡¡Y jugada maestra… la voz en off es de Addie Ross!!! (que más tarde se descubrió que era de la actriz Celeste Holm). 

Otro acierto es el reparto elegido cada esposa y cada marido está interpretado por la actriz y el actor ideal para el papel. A parte secundarios de lujo (como Thelma Ritter o Florence Bates). El trío protagonista tiene los rostros de Jeanne Crain (correcta), Ann Sothern (magnífica) y Linda Darnell (cuando tiene un papel a su medida era perfecta)  y el trío de maridos contaba con las caras de un correcto Jeffrey Lynn, un dinámico y vivo Kirk Douglas y un magnífico Paul Douglas. 

Carta a tres esposas, además, de todo lo que os cuento es una película muy pero que muy entretenida con escenas muy bien resueltas y con un sentido del humor que te hace verla siempre con la sonrisa en la boca aunque dice, disecciona y analiza cosas muy serias. Genial la escena con la aburrida pareja que son influyentes productores de radio comercial y las críticas del bueno de Kirk Douglas en un simpático papel como profesor apasionado por su profesión y furioso por el funcionamiento de determinado tipo de medios de comunicación. 

La película no sólo cuenta una buena historia sino que está repleta de escenas para recordar. Ese teléfono público al que las tres mujeres tienen deseos de llamar pero no pueden, esa casa humilde de una de las tres protagonistas donde siempre pasa un tren que hace temblar el hogar y cómo las inquilinas han hecho que ese temblor forme parte de sus vidas o ese vestido pasado de moda con una flor y un imperdible que sabemos que de un momento a otro va a jugar una mala pasada a la mujer que lo lleva…

Otra declaración de amor inolvidable

A veces, en algunos post he destacado declaraciones de amor que tocan la fibra sensible.

Hoy les toca a Jimmy y Judy que se encuentran con su amigo, el sensible y solitario Platón (Sal Mineo), en una casa en ruinas. Los tres por diferentes motivos no paran de huir. De huir de todos los problemas que cada vez les pesan más. Después de jugar los tres y de que Platón caiga entre agotado y feliz y se quede profundamente dormido, nace una mayor complicidad e intimidad entre los dos adolescentes que se ponen a hablar. Y de ahí surge la escena de amor. Cuando los dos deciden abrirse y encarar juntos todo el vacío que sienten.

Me estoy refiriendo a una escena mítica de Rebelde sin causa (1955) de Nicholas Ray. Nadie puede imaginar a dos actores mejores que James Dean y Natalie Wood, adolescentes rebeldes, sin causa, y sensibles, con los sentimientos a flor de piel. Son los últimos momentos de calma en la película antes del drama final. Una escena absolutamente intimista.

Judy: ¿Es así cuando se ama a alguien?

Jimmy: No lo sé.

Judy: ¿Qué tipo de persona crees que desea una chica?

Jimmy: Un hombre.

Jimmy: Sí. Pero uno que sea amable y tierno. Como tú. Y alguien que no se escapa cuando lo necesitas. Como ser amigo de Platón cuando nadie lo quiere. Eso es ser fuerte.

Jimmy hace carantoñas, ruidillos. Se hace el mimoso. Está a gusto con Judy. Con sus palabras. Ella sonríe. Jimmy habla.

Jimmy: No vamos a volver a estar solos de nuevo. Nunca jamás. Ni tú ni yo.

Judy: Amo a alguien. Todo el tiempo he estado buscando a alguien que me amase. Y ahora amo a alguien. Y es tan fácil. ¿Por qué es tan fácil ahora?

Jimmy: No lo sé. También lo es para mí.

Judy: Te amo, Jim. De verdad.

Jimmy: Bueno, me alegro.

Ambos se besan.

Es una película triste y nostálgica. De los años cincuenta. Se han escrito ríos y ríos de tinta sobre el rodaje, sobre la relación que surgió entre todos los jóvenes, y de los jóvenes con su director. Para un libro. Y, vuelvo, a repetir, triste. Quizá, lo más premonitorio de esta historia es que los tres protagonistas, los tres actores de carne y hueso, no tuvieron un final feliz en sus vidas. Los tres murieron de manera violenta y jóvenes. James Dean, en un accidente de coche; Natalie Wood, ahogada en el mar (tenía pánico al agua) y Sal Mineo, acuchillado. En la pantalla siguen amándose…

Cóctel cinematográfico

Hoy escribo sobre varios asuntos y mezclo varias de mis habituales secciones. Razón: me han entrado ganas de contaros cientos de cosas y no quería más retraso.

Cyd Charisse

Quiero recordar a la gran Cyd Charisse que nos ha dejado esta semana para seguir con sus bailes en el Olimpo. Cuerpo despampanante, piernas sin fin y una bailarina excepcional. Unió danza y sensualidad y sólo ella fue capaz de representar el erotismo en el baile con una elegancia nunca alcanzada. Magistral cuando era la chica del gángster, la femme fatale en el baile, insuperable…

Entró en la leyenda con pocas apariciones. En el genial baile final de Cantando bajo la lluvia junto a Gene Kelly, en la maravillosa Melodías de Broadway, 1955, etérea en un sueño llamado Brigadoon, divertida en La bella de Moscú y dramática en Chicago, años treinta o Dos semanas en otra ciudad.

El compromiso, 1968, de Elia Kazan

Una de las últimas películas de este gran director que sorprende de nuevo con su manera de narrar cinematográficamente. Película intimista, triste, decadente y crepuscular. Me dejó triste. Terriblemente humana y compleja. Su visionado no es fácil. El director adaptó su propia novela y deja al público unos personajes tristes donde queda patente el vacío existencial de un hombre de éxito que sólo aspira a ser él mismo. Sin apariencias, sin máscaras. Y no lo tiene nada fácil. Su propio personaje, el que ha creado a lo largo de toda su vida, y el que conocen todos aquellos que le rodean, le arrastra a la nada. Nadie le entiende…, excepto su joven amante. El protagonista vuelve a sus orígenes, al principio, a sus raíces, en un viaje doloroso, en un salto al vacío.

De nuevo, Kazan se rodea de un reparto excepcional donde los seres humanos hacen locuras, se equivocan, se quieren y se hacen daño, se aman y traicionan, trata de explicar el poder, el dinero, el hacerse a sí mismo, la influencia de la familia, del trabajo, las relaciones de pareja, las sexuales, las apariencias… El trío protagonista deja unos duros retratos del ser humano: Kirk Douglas, Deborah Kerr y Faye Dunaway.

CRAZY(2005) de Jean Marc Vallée

Película canadiense que sorprende por cómo cuenta una historia mil veces repetida. Conocemos la historia de Zac desde que nace a mediados de los años sesenta hasta que cumple 20 años ya en la década de los ochenta. Un niño y adolescente sensible e imaginativo que lucha contra su opción sexual porque por nada del mundo quiere perder el amor de su padre, el hombre al que adora. A Zac le rodean sus tres hermanos (mención especial a la historia y relación con su hermano mayor, Raymond, que cae en el mundo de las drogodependencias), su deliciosa y religiosa madre, sus familiares, conocidos y amigos. Tragicomedia que te deja con la sonrisa y la lágrima en boca y ojos. Con un reparto desconocido pero de interpretaciones intensas somos testigos de los avatares de una familia de clase media, que entre celebración y celebración, nos va descubriendo sus miedos, sus amores, sus dependencias, sus alegrías y sus penas a través de los ojos de un joven confuso pero tierno. Que se equivoca una y otra vez porque no se encuentra.

CRAZY es de esas películas, que como la vida misma, logran emocionar no sólo por la historia que cuenta, sino por cómo lo hace y sobre todo por como emplea el tema de la nostalgia de una etapa pasada, de discos de vinilo. La banda sonora es un placer. Mención especial al tema de Patsy Cline, Crazy.

William Wyler. Su obra. Su época de Ángel Comas (T&B Editores, 2004)

Hacia tiempo que no disfrutaba tanto con la lectura de un libro sobre la trayectoria de un director de cine. Ángel Comas presenta un completo retrato de William Wyler, director que injustamente ha caído en un olvido absurdo. Muchos le consideraban más un buen artesano que un creador. Pero gracias a la mano maestra –algunos no paraban de decir que ‘sin estilo propio’— de Wyler surgieron grandes películas, para mí inolvidables y que me siguen en mi memoria cinéfila.

Él es el artífice de melodramas tan buenos como Jezabel, La loba y La carta, sus tres colaboraciones con la gran Bette Davis –con la que también vivió breve historia de amor—. Me deja fascinada una y otra vez cada vez que vuelvo a ver una y otra vez Dead End, un retrato entre maravilloso y realista (a pesar de ser película rodada en estudios) de la Depresión de los años treinta y de las fisuras irreparables entre los más ricos y los más pobres. Nunca hubo un cine bélico y, sí, sí, propagandístico —palabra que suele hacer huir de sala cinematográfica— de mayor calidad, intimismo y hondura humana. Tanto La señora Miniver como Los mejores años de nuestra vida son un buen ejemplo de un cine que también quería transmitir ciertos aspectos. En la primera, quiénes eran los aliados, en la segunda los estragos de la guerra en tres combatientes (Wyler lo sabía bien, pues también era uno de ellos). Me deja un escalofrío en la mirada una de sus últimas películas, El coleccionista. Nunca olvidaré el cuento romántico, por excelencia, la mítica Vacaciones en Roma o el ejemplo de película épica bien hecha, Ben Hur. También, son inmejorables sus adaptaciones literarias de dos grandes: ¿alguien olvida el romanticismo exacerbado de Cumbres Borrascosas o el retrato de una mujer humillada en La heredera?

Hombre meticuloso y de carácter siempre se rodeo de buenos colaboradores y amigos. Tuvo a sus actrices y actores fetiches. Y fue coherente con su manera de pensar, siempre fue crítico con la Caza de Brujas, entre otras cosas porque ahí estaba, en lista negra, su buena amiga Lilliam Hellman (gracias a ella, ahí está La Loba, Esos tres, su remake La Calumnia, Dead End…). Le apasionaba su trabajo y siempre luchaba con aquellos productores que trataban de cortarle las alas. Fue artista en la negociación y en las relaciones con cada uno de los integrantes que hacían posible una película. Su vida se caracterizó por su lucha continua por lograr ser independiente y por su uso magistral para contar historias de la profundidad de campo (gracias a su primer colaborador como director de fotografía Gregg Toland)…, y muchas más sorpresas que Ángel Comas va descubriendo con un estilo documentado y muy pero que muy ameno y apasionado.

Aquellos que se comen la pantalla… El talento de Mr. Ripley (1999)

¿Quién es el personaje que se come a todos? Dickei (Jude Law)… Y es que hay personajes que se comen la historia, se comen a los otros actores, se comen, se comen…, de tal manera, que cuando desaparecen –por exigencias de historia y guión— un buen conjunto de elementos se desinfla, sin remedio.Este thriller de Minghella (que adapta una historia Patricia Highsmith y que ya fue adaptado por René Clement, con un Ripley con cara de Delon, en A pleno sol) tiene muchos ingredientes para ser bueno…pero no llega a ser perfecto círculo. Y es una pena porque a pesar de todo lo disfruté y sufrí mucho.

Matt Damon, Ripley, recrea de manera compleja un personaje oscuro. Le da un montón de matices. Joven sensible con facilidad para admirar, que desea con todas sus fuerzas una vida mejor, y codearse con lo que no tiene, que se siente confuso ante sus impulsos sexuales y sentimientos, que se agarra a la vida que le ha hecho feliz y al contacto con personas con las que jamás pensó contactar, de tal modo, que se mete en una espiral de asesinatos y mentiras de las que no hay posible huida. Pero la identificación por él y es difícil de explicar es nula, absolutamente, nula. Ripley te carga y te carga su sufrimiento –quizá éste sea el logro del personaje— y aunque le entiendes, piensas, mira aunque trato de entenderlo no me cae nada bien.

Pero… ahí está Dickei que se lo come con patatas. Todos los personajes bailan alrededor de un niño pijo consentido pero con dotes de liderazgo y con dosis de ternura que sabe como nadie manejar a su antojo a las personas que forman parte de su vida, y encima, el tío capullo te cae bien. Y, al principio, es bastante más despreciable que Ripley. ¿Su secreto? Realmente hace lo que le viene en gana o lo que le da la real gana, algo al alcance de muy pocos.

Otro elemento que hace que esta nueva versión (aunque muy elogiable e interesante para estudiar a la naturaleza humana) no alcance la gloria de la sala oscura, es la evolución de algunos personajes muy importantes y tremendamente mal resueltos, ¿alguien entiende a la novia de Dickei interpretado como puede por Gwyneth Paltrow? Aparte de ser otra niña consentida parece que tiene algo parecido a un corazón brillante…, ¿y luego se entiende su comportamiento ante los hechos que se van descubriendo?

La película tiene fuerza visual, buena música, buenos actores, una buena historia, un guión con hallazgos interesantes… pero… ¿por qué no es redonda? Quizá la fuerza arrolladora de Dickei se lo comió todo (esos ojos, esos gestos, esa vestimenta, ese lenguaje, esa forma de ser…, con el permiso, de Jude Law). Quizá, Dickei rompió el círculo y llega un momento que a nadie le importa la trama, lo que le ocurra a Ripley (aunque vuelvo a repetir que es un personaje magnífico… ¡¡¡qué complicada me siento hoy!!!) o demás. Todos nos queremos ir con Dickei a algún club de Jazz o que nos cuente sus batallitas, que no olvidemos, son bastante superficiales. Pero el capullo, se lo come todo. Se come la pantalla… sólo con su presencia.

Diccionario cinematográfico (68)

El zurdo: William Bonney o Billy el Niño… un adolescente atormentado que sólo busca que alguien le quiera o le quite el dolor de una vida perra y dura en el viejo Oeste. Siempre le ha seguido la violencia y no sabe o no puede desprenderse de ella. Billy, el de los ojos azules con cara de Paul Newman, tan violento como niño, tan solitario como triste, tan incomprensible como perdido… 

Billy que admira a un hombre que le cree, le trata con cariño y respeto, le hace entender las cosas y quiere enseñarle a leer. Billy, el niño, se queda anonadado con la visión de un hombre bueno, con el padre que nunca tuvo. Y el niño pierde la cabeza, cuando a ese hombre bueno, sin armas, le matan cuatro despiadados. Entonces, sólo busca una venganza irracional que no le haga estallar la cabeza. 

Billy, joven e impulsivo, que no se piensa las cosas que actúa como siente y por eso es peligroso. Solitario e ignorante Billy, lleva la muerte en sus ojos azules e inconscientes. Sólo busca un poco de cariño. Él no sabe de traiciones o tranquilidades. A él le violenta no saber. Tiene encanto para atraer pero no para retener, demasiado complejo, demasiado loco…, demasiado autodestructivo. Demasiado descerebrado. Pobre, Billy. 

Y hay gente que le quiere o le tiene lástima o le admira o simplemente le sigue…, incluso hay alguno que se enamora de la leyenda, de la vitalidad del forajido, del fuera de la ley. Pero nadie puede echarle una mano, algunos incluso sienten la necesidad de pararle los pies. Todos saben que Billy se hace tanto daño a sí mismo y a todo lo que le rodea. 

A Billy le puede su leyenda. Lo descubre aterrado. Lo descubre cuando se siente más solo, abandonado y cansado. Sólo es un niño con miedo que necesita que alguien le tienda una mano, que necesita un sitio donde regresar, que necesita que le cuiden. Y el antiguo amigo-vigilante, ahora sheriff que trata de pararle los pies, Pat Garrett… termina con él… cuando esos ojos azules están cansados, confundidos… y desarmados. No hay leyenda. Sólo una historia triste.