¿Te acuerdas?

¿Te acuerdas cuando me dijiste al oído vente conmigo a la kasbah?

¿Te acuerdas cuando me susurraste sólo nos quedará París?

¿Te acuerdas cuando me dijiste que eramos iguales y por eso acabaríamos juntos?

¿Te acuerdas cuando me pediste que montara en tu bicicleta y gotas de lluvia caían sobre mi cabeza?

¿Te acuerdas cuando me susurraste que era una encantadora de abejas?

¿Te acuerdas cuando me contabas tu infancia de duro -por la que ahora eres boxeador- y que cómo te hubiera tratado y te quedaste con cara de alucinado, cuando te contesté que con cariño?

¿Te acuerdas cuando me mirabas, escondido, cada vez que bailaba amapola y la cara de niño asustado cuando te leía el Cantar de los Cantares?

¿Te acuerdas?

Meryl Streep, merecido premio Donostia

No he hablado de mi festival querido. Tengo gran retraso de películas y espero que muchas de ellas se vayan estrenando para ir formándome una opinión.

Pero no podía callarme. Merecido premio Donostia a una Meryl Streep que demostró todo su encanto. No podía ser de otra manera. Ella es grande y su filmografía está repleta de personajes inolvidables. Mi memoria cinéfila guarda muchos momentos Streep. ¡¡¡Por favor que alguien edite ya La decisión de Sophie!!! La vi hace años en televisión y me emocionó…, no he podido volver a verla.

Otro momento lindo y cinematográfico fue el discurso tras recorrer su concha de plata a la mejor interpretación femenina de esa abuela encantadora, Tsilla Chelton, por su trabajo en la película turca La caja de Pandora.  A sus noventa año demostró vitalidad envidiable, entusiasmo y atrevimiento para recitar un precioso y encantador discurso.

Tampoco me hubiera importando cruzarme con mi adorado Colin Firth o haberme echado unas risas con Ben Stiller y Robert Downey Jr y decidme de dónde sacó esa chaqueta el bueno de John Malkovich. También, me sirvió para recordarme que no tengo que dejar de ver Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson, elegida como mejor película de este año por Fipresci (Federación Internacional de Crítica Cinematográfica).

Un beso para el encantador Banderas que sólo por Átame y por haber dirigido Locos en Alabama le tengo gran cariño. ¡¡¡Y por favor diganme de donde han salido dos personajes como los directores y guionistas Benoît Delépine y Gustave Kervern!!!

Respecto las películas de la sección oficial… ¡¡¡bien, más cine que ver!!!

Y, por último, un beso enorme a Mario Monicelli…

Una mujer atrapada (Lady in a cage, 1964) de Walter Grauman

Sigo indagando en la filmografía de Olivia de Havilland para repetirme una y otra vez que da gusto disfrutar su variedad de registros. Para algunos sólo es recordada como la heroína romántica al lado de Errol Flynn para otros la inolvidable Melania (que nunca me canso de decir que tiene que verse una y otra vez Lo que el viento se llevó para no quedarnos sólo con la lectura de una mujer cursi —en parte por el doblaje— sino que es un personaje lleno de matices a descubrir), sin embargo, Olivia realizó muchos más papeles y tiene una carrera llena de caracteres interesantes.

A partir del éxito de ¿Quién fue de Baby Jane? a principios de los sesenta que lanzó de nuevo carreras olvidadas de grandes divas como Bette Davis o Joan Crawford, Robert Aldrich puso de moda este tipo de historias oscuras y terroríficas plagadas de interpretaciones guiñolescas por parte de grandes intérpretes. Películas barrocas y angustiosas de historias fuertes y personajes oscuros. Donde la soledad y la decadencia, donde el desgarro de la América contemporánea (la de ese momento) se refleja en una radiografía radical y negra. Incomunicación, locura, olvido y horror son sus ingredientes así como una serie de personajes desagradables. El mismo año de esta película que vamos a comentar, Aldrich rodaría una especie de segunda parte de su primer éxito macabro también con Bette Davis y casualidades de la vida con Olivia de Havilland, Canción de cuna para un cadáver.

Una mujer atrapada la situaría dentro de esta corriente. Como las películas anteriores devuelve el protagonismo a divas del pasado: una gran Olivia de Havilland y una impactante secundaria, Ann Shothern (la de Carta a tres esposas o la secundaria de Gardenia azul). Ofrece, también, un rostro joven y nuevo, futuro Sonny-James Caan. Tiene una trama interesante que te atrapa, una serie de personajes muy desagradables —pero todos con momentos de lucidez y humanidad, todos excepto dos personajes jóvenes que en toda la película se muestran como pérdidos, como niños malos e inconscientes, como sin sentimientos— y te quedas hecho polvo en el sillón de tu casa. Si hay que describir con sentimientos esta película, me quedo con soledad, angustia, claustrofobia…

Una viuda rica, con un amor extremo y edípico hacia su hijo, que se está recuperando de una lesión de cadera se queda sola en su casa de lujo. Dicha mujer con cara de De Havilland se muestra dichosa e inteligente en un hogar y una cotidianeidad que domina. Para acceder al piso superior tiene que emplear un ascensor y se sube confiada y feliz. De pronto, por una avería en el exterior de la casa, se queda sin electricidad y atrapada en el ascensor. Sabe que durante varios días nadie aparecerá por su casa. La Havilland empieza a agobiarse y más cuando ante la alarma sólo aparecen en su casa un sin hogar alcohólico, una prostituta ya madura y tres jóvenes descerebrados…, y no precisamente para liberarla.

La película alcanza momentos álgidos de angustia sobre todo en los arranques inconscientes de violencia de los tres jóvenes. Sus diálogos corrosivos hacen pensar. ¿Quiénes son los monstruos en una sociedad que genera situaciones de exclusión insultante? Los visitantes, ¿son monstruos o víctimas? La mujer encerrada, la madre-jaula, ¿es víctima o monstruo? Los que pasan por las calles, ¿son víctimas o monstruos? La incomunicación en la que vivimos, el aislamiento, el egoismo extremo, ¿en qué está convirtiendo a los seres humanos?Los personajes llegan a extremos tan desagradables y guiñolescos que es muy difícil identificarse o empatizar con ellos (James Caan lleva al extremo más chulesco, casi a la caricatura, su desagradable personaje al igual que sus compañeros de fechorías), tan sólo, lo logras en momentos de humanidad, sombras de humanidad, que te dejan hecha polvo. Al sin hogar alcohólico que no quiere morir sino sobrevivir como ha hecho siempre, a la prostituta ya mayor que sólo quiere irse de la casa, no quiere morir; a el chico, al que nunca han amado, que ha ido de reformatorio en reformatorio al que nunca han dado una oportunidad sino golpes y más golpes que tiene su final pintado en el rostro o a esa madre de vida ordenada de amor obsesivo a su hijo a la que en unas horas se la desmorona su falsa felicidad y se descubre monstruo y descubre el daño que ha hecho toda su vida al hijo único al que venera…

Una mujer atrapada no es una gran película pero sí una curiosidad cinéfila con buenas interpretaciones, Havilland se sale, y con varias reflexiones que deja en el aire para cuando se acabe la angustia y el guiñol exagerado. Triste, triste, triste…

Paul Newman, sus ojos azules se cerraron…

Con 83 años se cierran los ojos azules de Newman…, para abrirse en las pantallas de los televisores de todos aquellos que quieran volver a verlos una y otra vez.

Se abrieron para todos nosotros en 1954 y ya no nos abandonarán nunca. Su primera oportunidad para encandilarnos la tuvo en una película que jamás estuvo entre sus favoritas. Más bien le avergonzó pero abrió puertas. Se trata del El caliz de plata. Famosa es ya la anécdota de que cuando la estrenaron en televisión el propio Paul publicó un anuncio pidiendo disculpas a los espectadores.

La fama le llegó a través de los puños con una de las películas que hubiera realizado James Dean si no hubiera fallecido en accidente de coche: Marcado por el odio (1956). Newman se transforma en joven airado que se gana la vida con el boxeo y pierde el corazón entre los brazos de abnegada esposa con rostro angelical a lo Angeli.

Y cabreado con el mundo se sigue mostrando, de enormes ojos azules y una belleza que parece que no puede ser cierta, durante la década de los cincuenta y principios de los sesenta. Así Newman nos regala jóvenes airados, rebeldes y con un sufrimiento que no apaga su mirada.

Desde Brick (quien pudiera ser Maggie que con razón le dice que ójala no fuera tan guapo) en drama sureño a lo Williams en La gata en el tejado de zinc (1958), pasando por un emocionante Billie el Niño que se castiga en cada fotograma en El zurdo (1958), dándonos calor como el vagamundos que aparece por localidad sureña y la pone patas arriba en El largo y cálido verano(1958), mostrándonos un melodrama de hastío que produce la ascensión al dinero y al poder en Desde la terraza (1960), luchando por causas justas y manteniéndose siempre según sus convicciones en la epopeya histórica de Éxodo (1960), erigiéndose como un hombre siempre tras el fracaso en una radiografía cruda sobre un perdedor en una obra maestra que se llama El buscavidas (1961) o convirtiéndose en el gigoló atormentado más hermoso del cine en Dulce pájaro de juventud (1962).

En esta década pega un pequeño giro a sus interpretaciones que irá in crescendo. No sólo es hermoso, airado, rebelde…, sino que además siempre que puede se ríe de sí mismo. Algunas películas dejan paso a un desencanto suave. Se convierte en atractivo y además con dosis de diversión y entretenimiento. Su cara y su mirada azul se vuelven más pícaras. Es como si nos dijera, eh amigos no me toméis tan en serio. Me gusta reir. Ya, soy guapo pero os podéis fijar en otras cosas. Me salen canas y yo soy aventurero, hombre de acción y además me lo paso bien.

Así nos deja más retratos inolvidables: es el escritor ligón que descubre un complot internacional en El premio (1963) o un científico metido de lleno en la guerra fría en una entretenida película del maestro del suspense que en Cortina rasgada (1966) ofrece la pareja más impensable para el guapetón de la década, Julie Andrews. Alucina a todos como un detective privado en Harper (1966) recordándonos que por ahí sigue vivo y coleando el cine negro de siempre con sus detectives duros capaces de hacer que surja una risa o una emoción. Y nos sigue enamorando a todas y todos con su dinamismo y su sonrisa…, y como no esos ojos azules que siempre están ahí. Así se muestra inolvidable como ese preso que no se doblega ante nada y se ríe de todos hasta de sí mismo en La leyenda del indomable (1966). Pero yo a Newman le quiero para mí cuando me hace reír y divertirme a rabiar en dos joyas del cine-entretenimiento. Siempre querré montar en su bicicleta en Dos hombres y un destino (1969) o timar a todo el que se ponga delante en El golpe (1973).

Y su carrera sigue imparable en siguientes décadas que él combina con otros cometidos: es el amante de los coches, de los deportes, de las comidas…, sabe el mundo en el que vive y se compromete y vuelca en distintas causas sociales. No sólo era rebelde en pantalla, también quiso transformar el mundo en un mundo más justo y menos doloroso en su vida real. Y también se coloca detrás de las cámaras (como podéis recordar en uno de mis primeros post en la sección Actores detrás de las cámaras) y realiza un cine personal, los proyectos que él quiere siempre tras la mirada e intepretación atenta del amor de su vida y segunda esposa por siempre y hasta el final (Joannne Woodward). Pero no se olvida de su legión de admiradores y seguió dejándolos pegados a las butacas en cada nueva aparición.

Así nos emociona y nos hace saber lo qué es el miedo en la película catastrofista El coloso en llamas (1974), sigue mostrando como logra llevar el peso de una película y comerse a todos con miradas azules en éxitos de los ochenta como Ausencia de Malicia, Veredicto final o El color del dinero. Y es capaz hasta el final de demostrarnos lo que siempre fue, un gran actor con magnetismo que se empapa de sus personajes y nos enamora, ¿recuerdan Al caer el sol, 1998 o Camino a la perdición (2002)?

Paul Newman no sólo era guapo sino que las informaciones que nos llegaban de su vida personal le mostraban como un hombre bueno, incómodo con su imagen de sex symbol, campechano, comprometido, enamorado y, sobre todo, sencillo. Cercano. El Newman que pidió no morir en un hospital sino irse a su casa para estar rodeado de su esposa e hijas (su único hijo murió por  sobredosis a finales de los setenta y siempre ha estado presente en la memoria del actor que le dedicó la película Harry e hijo y que puso su nombre a una de sus fundaciones). El Newman al que hoy después de 83 años se le cerraron sus ojos azules…

… Ahora, siempre seguirán abiertos en la pantalla de cine, en el Olimpo de los actores.

Diccionario cinematográfico (75)

Lugar cinéfilo: espacio físico, paisaje, casa, puente, estación de metro o tren, villa…, que podemos visitar a través de infinitos metros de celuloide.

Llévame a los puentes de Madison y hazme una fotografía. No te preocupes que después dormiremos allá en Manderley o si te da miedo y prefieres algo más nostálgico nos vamos juntos a una casa en África con Karen y Dennis. Llévame de la mano por un camino sin fin donde el sol se oculte, no olvidaré mi bastón y mi sonrisa y si no te importa quizá nos paremos en el Motel de Norman Bates que dicen que está loco y, sin embargo, a mí me da cierta ternura. No me dejes sola en la ducha. Me gustaría que en nuestros planes de futuro subiéramos a un autobús y quizá en una habitación de hotel barato pero tierno derribemos el muro de Jericó o si quieres te enseño en el mapa el itinerario que he pintado con mi pintalabios aunque sé que al final siempre te hace ilusión llevarme a las montañas aisladas. Y qué más da. Para qué queremos más. Ya sabes que soy algo aventurera así que si no te importa en nuestros ratos libres podemos navegar en el Reina de África y pasar mil rápidos o sortear cascadas. Contigo no hay miedo. Y quizá tú y yo podamos encontrarnos en un crucero y quedar en lo alto del Empire State Building para reafirmar que nos queremos una y otra vez. O a lo mejor quedar por separado en la estación del metro y sentarnos en el mismo vagón y enamorarnos. No me importaría recorrer Europa contigo, Francia, por ejemplo, y que ambos condujéramos distintos coches, no importa modelo o precio y amarnos en las playas procurando que no nos derrote el desencanto. Ya sabes dos en la carretera. Si te parece tenemos un breve encuentro en una pequeña estación de tren. O corremos por carreteras sin fin, libres, en Harleys enormes y comunas imposibles. Aunque también me encantaría abrazarme a tu cintura y que con tu vespino me enseñaras toda Roma y visitáramos la boca de la verdad y de vez en cuando me gastaras bromas. Y qué te parece si nos cogemos de la mano y hacemos compañía a Maxine en una cabaña al lado de la playa y bailamos con ella al son de la música, descalzos, en alguna noche de la iguana. Nos emborrachamos y nos amamos. Tampoco me importaría visitar el circo y que detrás de unas marionetas charlatanas estuvieras tú preocupándote por mí si me encuentras triste. Dame la mano y llévame por la geografía de tu cuerpo como si fueras un paciente inglés. Te susurro al oído y cierro una puerta, tipo toque Lubitsch o de casa enorme de melodrama años 50… porque vamos a empezar a reírnos sin fin. Y no hace falta que nadie nos escuche. Da igual que estemos en la Toscana, en Roma ciudad abierta o en lo alto de una colina, podemos estar incluso en el París bohemio en el Elephante del amor con Satine y su escritor bohemio o en un Manhattan según Woody…, da igual porque en todos esos lugares nos seguiremos mirando a lo ojos y seremos cómplices.

Irina Palm (2007) de Sam Garbarski

Película de trama sencilla y sencilla en su realización y sencillo su guión…, y quizá tanta sencillez nos lleva a una historia sin grandes pretensiones pero linda. Linda historia que dejará un buen recuerdo. Irina Palm es de esas películas que se ven con agrado. Y pasarán unos años y seguirá siendo agradable. No es producto redondo. No es obra de arte. Pero no le hace falta. Es una historia sencilla y linda. 

Su personaje protagonista es Maggie o Irina Palm según la conozcamos. Marianne Faithfull es esa abuela tierna y dulce, esa mujer de vida triste y gris, pero capaz de todo por salvar a su nieto enfermo, por echar una mano a su hijo y a su nuera que están paralizados ante su situación precaria económica y el dolor que les produce la enfermedad del hijo. Marianne Faithfull, cantante y actriz, llena la pantalla con su mirada y andares. Con su dulzura y sus silencios. Maggie es la abuela que todos daríamos un beso. Nunca fue feliz y vive en una pequeña localidad que la atrapa con unas amigas de múltiples caretas. 

Pero de pronto a la abuela que no puede encontrar un trabajo, a la que ya no dan más créditos, la abuela que no se rinde, que quiere conseguir dinero para costear los gastos que necesita su nieto para recibir un tratamiento…, ve un anuncio en un sex shop. Necesitan azafata. E inocente y sin esperanzas entra al club de Miki. Y Miki (qué grande este actor serbio Miki Manojlovic) le toca las manos y le habla de eufemismos. La habla de un trabajo por el que puede ganar mucho dinero. Ella tiene las manos suaves. Y la abuela de mirada dulce encuentra trabajo que se vuelve diario. Y Maggie es tan buena que crea colas en el club y Maggie hace tan profesionalmente su trabajo que cambia de nombre, se gana otro nombre, Irina Palm. Maggie, metódica y rigurosa, se prepara cada día en la soledad de una sala, va con su uniforme, se pone cómoda, y decora con flores o un cuadro el habitáculo. Maggie, por un agujero, masturba a sus clientes. Y siempre, la abuela-viuda les deja muy satisfechos. 

El director de cortos y que se enfrentaba a su segundo largometraje, Sam Garbarski, deja una película con dosis de dureza, ternura y risas (esas falsas amigas con caretas de las que Maggie se venga con su “codo penista” o demostrando que nunca ha sido tonta, que todo lo sabe). 

No es una película grande. Pero te quedas con la mirada de Maggie, la sonrisa de Miki, la ternura del nieto enfermo, la confusión del hijo y la nuera…, y se te olvidan pequeños defectos. Lo único que deseas es que la abuela masturbadota, de andares lindos, te narre sus aventuras y te regale una mirada tierna. Ojalá su nieto se ponga bien. Lo merece.

Noche en la ciudad (Night and the city, 1950) de Jules Dassin

¡Bendito sea el cine que cada día te puede deparar una sorpresa! Descubrimientos continuos. Me estoy encontrando con la filmografía de Jules Dassin (recientemente desaparecido) y el encuentro está siendo emocionante.

Cine bofetada, cine brutal pero puro cine. Imágenes poderosas e historias que te atan. Dassin domina el lenguaje cinematográfico y regala joyas como esta obra que realizó ya fuera de EEUU. Su primera película en el exilio. Rueda en Londres y nos deja los bajos fondos.

Jules Dassin fue de esos realizadores que dejaron su tierra por aparecer en listas negras de la Caza de Brujas. Siguió su carrera en Europa, se casó con la actriz griega Melina Mercouri y siguió imaginando cine. Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia, Grecia… acompañaban el ojo cinematográfico de un Dassin que no dejó su pasión.

Noche en la ciudad es una huida continua. La huida angustiosa de Harry Fabian (oh, Richard Widmark, el actor que crea personajes que pueden ser odiados y amados a la vez). Un hombre perdedor por naturaleza que por un instante cree alcanzar la cima de poder, influencia y dinero y al momento siguiente cae en picado sin posibilidad de regreso.

Dassin recrea de manera impactante la soledad, el cansancio, la fragilidad, la angustia y el terror de un hombre acorralado al que ni siquiera le permiten realizar el único acto honesto de su vida. Demasiado tarde.

Harry Fabian rodeado de lo más excluido de Londres, sobrevive con ansias de poder, ansias que le ciegan. Él está seguro de alcanzar la gloria, de poderle dar lo mejor a la amada Mary (Gene Tierney, siempre hermosa), de dárselo a costa de traicionarla una y otra vez.

Fabian que miente, que corre, que vuelve a mentir, que roba, que traiciona…, porque los demás también le traicionan. Fabian que encuentra de golpe el negocio de su vida a través de un luchador especializado en lucha greco-romana con su joven pupilo. El luchador anciano que ama su profesión y desaprueba las luchas-espectáculo que organiza su hijo Kristo (inquietante Herbert Lom), el matón de Londres —el que domina el mundo de las luchas y las apuestas— pero que no obstante ama y respeta al padre.

Fabian de los bajos fondos al que no dejan que se salga con la suya, que pone la zancadilla y se la ponen a él mil veces. Bares nocturnos, calles oscuras, rostros anónimos, gentes de bajos fondos, carteristas, sin hogar, matones de poca monta, mujeres sin escrúpulos… todos con motivos para traicionar, amar, irse, regresar, vengarse… Gente sin caretas.

Pero Fabian se hunde, se hunde y corre. Y está cansado y se da cuenta de que muchos, incluso su amada Mary (que nunca abandona), le habían avisado de que era hombre muerto porque él no piensa, actúa. Él es hombre de impulsos. Nunca piensa en las consecuencias. Él es de los supervivientes del momento presente. Fabian está solo, desesperado descubre que nadie le va a tender una mano, sólo una anciana sin hogar que le deja tomar un respiro y un cigarrro. Sólo Mary que también cansada se acerca al hombre asustado y le da cariño. Y le dice que siempre se ha esforzado y le acaricia con ternura y le mira y le dice con pena que qué lástima que su esfuerzo siempre haya sido en cosas malas. Y él sonríe y quiere hacer algo bueno…, pero es un fracasado y tiene que seguir corriendo, huyendo… hasta que alguien le pare.

Y al final Fabian no es solamente un traidor y un mentiroso sino un pobre hombre al que se le come la ciudad y la noche…

Al margen de la vida (Flesh and fantasy, 1943) de Julien Duvivier

Ya he hablado alguna vez de esa pequeña joya desconocida que se llama Seis destinos del mismo director y que fue rodada un año antes. Y como aquella, Al margen de la vida cuenta con un reparto privilegiado y narra varias historias que tienen un nexo común.

Este olvidado director francés en sus trabajos americanos realizó dos películas originales y con elementos mágicos en los cuales describe perfectamente la naturaleza humana. En Al margen de la vida mezcla temas universales como el destino, los sueños, las supersticiones, la magia… con la fuerza del ser humano de convertirse en dueño de su propio destino. Mezcla explosiva que ofrece tres historias que envuelven, con toques que rozan la fantasia o la imaginación y la realidad o la carne (acertado el título original). Para ello Duvivier adapta tres relatos fantásticos de Ellis St. Joseph, Oscar Wilde y László Vadnav.

Y como Seis destinos, la película te atrapa. Por lo bien contadas y lo originales que son las historias que se entrelazan y porque se tiene la oportunidad de ver el trabajo de grandes intérpretes de la época: Robert Cummings (Sabotaje, Crimen perfecto o Pacto tenebroso), Betty Field (Picnic, Vidas borrascosas o Bus Stop), Thomas Mitchell (uno de los grandes secundarios del cine con obras maestras como Lo que el viento se llevó, La diligencia, Sólo los ángeles tienen alas, ¡Qué bello es vivir! o también protagonista de una de las historias de Seis destinos), Edward G. Robinson (actor de origen rumano y actor de carácter con joyas como Hampa dorada, Perversidad, La mujer del cuadro, Perdición, El premio o también como protagonista en una de las historias de Seis destinos), Charles Boyer (que además se implica en esta película en la producción y también actúa como uno de los protagonistas de una de las historias de Seis destinos. Galán y actor con aires europeos que convenció en Tú y yo —primera versión—, Argel, Si no amaneciera, Luz de gas o El pecado de Cluny Brown) o, por último, la siempre fantástica Barbara Stanwyck (de la que recientemente publiqué post con parte importante de su filmografía en la sección mil rostros en la oscuridad).

Y como son tres historias, unas gustan más que otras, leyendo por internet casi todos son unánimes en defender la segunda historia protagonizada por dos grandes: Robinson y Mitchell que adapta un cuento oscuro de Oscar Wilde. Después, valoran aspectos de la primera historia con Cummings y Field y la que queda en último lugar es la de Boyer y la Stanwyck.

Yo, por llevar un poco la contraria, dejo en primer lugar la historia protagonizada por Cummings y Field. Y en las otras dos me debato aunque encuentro elementos que me encantan y rescato de ambas. Destaco en las tres la recreación de ambientes y el uso de la fotografía.

La primera historia es tan hermosa que a mí me dejó atrapada ya en el sillón. Sin pestañear. Una mujer que se siente sola, amargada y fea, triste, recibe por parte de un desconocido la oportunidad de sentirse segura y hermosa con una máscara. Una máscara que la hará atraverse a mostrarse tal cual es y amar sin pedir nada a cambio a un joven y desencantado estudiante que nunca la ha mirado. El mundo del carnaval adquiere fuerza en esta historia onírica de final feliz. No podía ser de otro modo. Nos arrastran por la alegría, el amor, el encuentro entre desconocidos en un día de carnaval, unos estupendos Betty Field y Robert Cummings. Ellos protagonizan, en pocos minutos, una hermosa historia de amor.

La segunda historia transita por terrenos ocultos y oscuros del ser humano. Un pragmático, ambicioso y complejo abogado con cara de Robinson se obsesiona con la predicción que le hace un adivino que lee las manos de los invitados de una fiesta. El adivino tiene rostro de Mitchell. La predicción es que va a cometer un asesinato. La obsesión le lleva por caminos intransitables y a un descenso al infierno. Historia tan oscura que inquieta, Robinson te conduce, entre luces y sombras de su compleja mente, a una historia de resolución inquietante. No la pongo en primer lugar sin duda porque ese día prefería un poco más de luz.

Y, por último, una historia de sueños premonitorios y una historia de amor llena de química y encanto. A esta historia le falla, quizá, por poner un pero y justificar su último lugar, la profesión del protagonista, Charles Boyer, un funambulista de éxito en el mundo del circo. Se nota que Boyer no se siente bien en la cuerda floja. Sin embargo, el sueño y su encuentro con la mujer soñada (Stanwyck) a bordo de un barco son todo un deleite. La historia de amor y las segundas oportunidades (sobre todo en el caso de la mujer que comete error en su pasado) dan como resultado un cuento atractivo.

Cadeneta cinéfila

Que dice El Sueco que no se desprenderá del pañuelo verde con arpa en el centro.

Que susurra el amante italiano que siempre espera en la Estación Termini que no se vaya el tren.

Que canta Holly, con voz dulce, Moonriver a todo aquel que la quiera libre y no la encierre en un día rojo.

Que la vecina de arriba, rubia y con cara dulce y ojos tristes, besa al Rodríguez de turno porque la hace reír.

Que el vagamundos llega a la aldea y se viene al Pic nic dispuesto a bailar bajo la luz de la luna.

Que Terry Malone, el boxeador confundido, coge el guante a aquella joven que le trate con cariño.

Que vuelve Eva y estafa una y otra vez al millonario despistado porque le desea tanto que le quiere tener bien amarrado.

Que Sullivan viaja día sí y día no para encontrar el valor de la risa y darmela siempre que pueda verme…

Diccionario cinematográfico (74)

Amistad: Dice la RAE que amistad es “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.  La amistad a veces llena más que el amor. Esas personas que están ahí y que desinteresadamente te quieren con tus virtudes y tus defectos. Esas amistades que perduran a lo largo de los años o esas amistades nuevas que nacen fuertes, nunca es tarde para la amistad. Y, claro, el cine no podía estar lejos de este concepto. No podía. 

Ayer, por cierto, volví a ver y disfrutar de El cazador junto a un grupo de personas muy queridas. Cine, perritos calientes y amistad. Y curiosamente viendo una película que entre muchos temas trata la amistad entre Nick, Michael, Steven, Linda, Ángela, Axel, Stan, John…, lo único que finalmente les merece la pena. 

Entonces me vienen a la cabeza momentos de amistad cinéfilos que de alguna manera recuerdas. Sentimientos que a veces tú también has vivido. Entonces me voy con los amigos de Peter o me reuno con los desencantados de Reencuentro, trato de reírme con los extraños y divertidos de Cuatro bodas y un funeral o me pongo tierna con los de Notting Hill. Me vuelvo niña en la pandilla de Cuenta conmigo. Lloro con Julia. No puedo evitar querer estar día sí y día sí con las Magnolias de Acero tan diferentes, tan auténticas. O de pronto cojo de la mano a las protagonistas de Tomates verdes fritos y  tiro un poco de harina. Y lloro cuando pienso en los dos hombres desesperados pero que se tienen el uno al otro en De Ratones y hombres, entonces les cojo de la mano y les digo que me cuenten su sueño, el sueño de ambos. Y la amistad llega a extremos como los de Thelma y Louise que para encontrar la libertad extrema juegan con la muerte. Las digo que se cuiden, que si es necesario que sean tan radicales, que se lo piensen dos veces. Me agacho junto a Clarissa en Las horas y trato de consolarla porque lleva toda la vida entregada al amigo que es duro porque se muere. A Richard. O acompaño a Max a visitar al amigo que ha perdido la cabeza, Lionel. Esos dos hombres que en El espantapájaros descubren que juntos pueden hacer proyectos y que ya no están solos. Que pueden reírse y protegerse… Hoy he quedado con dos Princesas que se miran a los ojos y se entienden sobre todo si hablan de nostalgias.