Diccionario cinematográfico (92)

Instrumentos musicales: y hoy va de instrumentos musicales que han sido grandes protagonistas de grandes escenas cinematográficas. 

Desde una corneta que no para y protagonista de la primera y divertidísima escena de El guateque. 

A una guitarra, una trompeta, un bajo o el saxo que derraman toda la sensualidad y el ritmo del jazz en película olvidada, Paris blues. 

Y si seguimos con la trompeta que vemos que es el instrumento inseparable de un atormentado Kirk Douglas en esa joya que se llama El trompetista. 

Otro drama con trompeta es la de un soldado que recuerda al amigo muerto de manera injusta, y hace un solo de trompeta que estremece (De aquí a la eternidad) 

Ahora nos movemos entre pianos…, piano protagonista de una historia de amor llena de sensualidad entre sordomuda y atractivo mestizo (El piano). 

O ese piano en mitad del Holocausto que sirve para mantener a un músico con vida. 

O esos pianos que sirven para contarnos un amor que se va rompiendo (Esplendor en la hierba) o que inspira los sueños eróticos de un rodríguez (La Tentación vive arriba). 

Un piano también nos cuenta la relación entre una vieja y antipática maestra de música y una joven presa que es un genio con este instrumento… y el piano y la música las redime a ambas (Cuatro minutos). 

Y seguimos con las guitarras, compañeras de perdedores que recuerdan tristes canciones o cantan y protestan. Que vagan sin rumbo con ellas. Desde el vagamundos que se encuentra en prisión en compañía de su guitarra (Un rostro en la multitud), pasando por el cantante de la Depresión (Ésta es mi tierra) hasta el héroe que cae en desgracia a lo Williams (Piel de serpiente)… Por ahí está el joven combatiente de Vietnam que termina en un psiquiátrico y toca triste la guitarra (El regreso). 

Que sí, que sí, ahora nos centramos en un violín. En el genio del violín pero que es persona antipática y despreciable (El príncipe de las mareas). O nos vamos de nuevo al saxo, el contrabajo y un pequeño ukelele para partirnos de risa (Con faldas y a lo loco). O vemos a los virtuosos hermanos Marx, uno con piano y otro con arpa que regalan momentos musicales, a veces, por qué no con cierto encanto… fuera de su humor absurdo. 

Que no pare la música… 

Robert Mitchum

Robert Mitchum juega con su cara al desengaño. Es uno de los actores de hoyuelo que cautiva. Mirada cansada con ojos claros. Pelo rebelde y cuerpo enorme y masculino.

Empezó en el mundo del cine en los años cuarenta y ya no dejó carrera larga que llevó con profesionalidad hasta el final. Nunca ejerció de estrella ni falta que le hizo. Trabajó con los mejores directores y tuvo en sus brazos a las mujeres más bellas.

Dominó todos los géneros (el que más se le rebeló fue el mundo de la comedia), sin embargo, es recordado en el mejor cine negro. También estuvo magnífico en el mundo del western, como hombre de melodrama o vestido de uniforme en película de guerra.

Mitchum tiene un magnetismo animal que le hizo hombre deseado. También, como digo al principio, es el desengaño en persona. Personaje que está de vuelta de todo. Y, sin embargo, capaz de ser el hombre más tierno o de provocar el mayor de los terrores.

Ya se le intuía grande como uno de los tres veteranos de guerra que regresan tras la batalla y se encuentran con un mundo en el que no pueden defenderse. Un mundo lleno de problemas de salud y trabajo además de los traumas que arrastran de la guerra. Un mundo que avanza hacia el desencanto… La película era de Edward Dmytryk y se titulaba Hasta el fin del tiempo (1946).

Un año después se mete en el mundo pesimista del cine negro y siente en sus carnes el poder de la mujer fatal. Él, como nadie para mostrarse desencantado. Un ambiente de luces y sombras, onírico, un viaje al pasado inolvidable y un gran director, Jacques Tourneur sirvió en bandeja al enorme Mitchum, Retorno al pasado.

Dmytryk antes de ser perseguido y señalado en La Caza de Brujas, le regala otro papel poderoso en drama bélico, con asesinato y antisemitismo. Llega título mítico: Encrucijada de odios (1947).

En los cincuenta Mitchum amplía su carrera y registros, además de estar en los brazos de damas como Jane Russell o Susan Hayward o la mismísima Marilyn Monroe, protagoniza películas grandes. El cine negro le regala otro papel carismático al lado de mujer fatal, cautivador y cautivadora película, Cara de ángel de Otto Preminger. Dos años después con el mismo director hace de vaquero con niño, rostro dulce y una Monroe que le cambia la vida en Río sin retorno (1954).

Al año siguiente recrea uno de sus personajes más terroríficos en la maravillosa ópera prima como director del actor Charles Laughton: La noche del cazador. Su papel como el falso reverendo Powell y esos tatuajes de love y hate en los nudillos de sus manos se han quedado en la memoria cinéfila. La maldad y lo siniestro se mezclan en el rostro de un Mitchum increíble.

Después de drama de hospital y médicos en la irregular pero interesante No serás un extraño de Stanley Kramer, Mitchum regala otro papel maravilloso esta vez vestido de uniforme, soldado de vida dura pero mirada tierna y capaz de infinita ternura que por avatares de la guerra termina en una isla con una bella monja con el rostro de Deborah Kerr. Y es tal la química que se establece entre ambos actores que regalan unas interpretaciones llenas de matices y una relación imposible… Estoy hablando de Sólo Dios lo sabe (1957) de John Huston.

Los sesenta empiezan con melodrama clásico a lo Minnelli y una comedia demasiado British pero que no carece de encanto. Melodrama familiar con un Mitchum más chulo que un ocho y con personalidad arrolladora y odiosa que se lleva a todos de calle en intensa película de uno de los magos del género. Me refiero a Con él llegó el escándalo. La comedia es Página en blanco, correcta y curiosa, de nuevo junto a Kerr y también con Simmons (Cara de ángel), Mitchum se ríe de sí mismo en personaje chulesco, llano y mujeriego millonario americano que se deja encandilar por la vieja Inglaterra y sus mujeres.

Pasan dos años y de nuevo su rostro se convierte en el mal. Y es que Mitchum está impresionante como ese preso que quiere vengarse del abogado que le llevó a la cárcel y que sumerge a toda la familia en el miedo, la angustia y la inseguridad. No se pierdan, si tienen oportunidad, El cabo del terror de J. Lee Thompson. Años más tarde, en los noventa, Scorsese en también su interesante remake le ofrece papel homenaje. Y ese mismo año deleita en papel de hombre normal, solitario, triste y desencantado en la maravillosa Cualquier día en cualquier esquina junto a Shirley McLaine. Ambos protagonizan una triste y hermosa historia de amor de seres que se unen ante la soledad y el futuro incierto.

Ya he dicho que también el western fue un género que visitó Mitchum, cowboy de los duros, y demostró toda su valía en una del Oeste crepuscular, El dorado (1967) del maestro Howard Hawks. Tres años más tarde, un Mitchum ya maduro deja triste papel en melodrama británico de David Lean, sus ojos tristes se hacen dueño de La hija de Ryan.

Los años setenta le devuelven al cine negro y de intriga para con su poderosa presencia dejar interesantes interpretaciones en películas del recuerdo: El confidente (1973), Adiós muñeca (1975) o Yakuza (1975). Incansable Mitchum sigue como leyenda protagonizando películas de directores de la talla de Elia Kazan o Jim Jarmusch. Deja su rostro cansado y carismático en Los amantes de María (1984) o Dead man (1995) antes de desaparecer, en silencio, con elegancia y rostro canalla de este mundo. Y quedarse como uno de los reyes de las salas oscuras para devolvernos una y otra vez la belleza del desencanto.

Oscar 2009, a una gala que no pude ver

Que se lleva el oscar Pe y recuerda Alcobendas. Que sí que es cierto que en esa película de Woody Allen, que es de las que menos me ha gustado aunque como siempre algo rescaté, sí que era cierto que cada vez que salía Pe llegaba una bocanada de aire fresco. Como me dijo un compañero el otro día, no está nada mal que de vez en cuando el premio se lo lleve alguien que haga papel cómico. No nos damos cuenta de que hacer reír es más difícil que hacer llorar.

Que sí, que sí, que Kate Winslet que gran actriz es. Que me muero por verla en El lector (¡¡¡cómo me gustó la novela!!!) y que estuvo también grande como April Wheeler en Revolutionary Road. Que es actriz dramática pero también risueña y encantadora.

Claro que se lo merecía Sean Penn, que estaba grande como Harvey Milk en biopic a lo Gus Van Sant pero mi corazón quería que se lo hubiese llevado Mickey Rourke que también estaba inmenso con esos ojos al borde de la lágrima y ¡¡¡esas manos destrozadas!!! que me dejaron hipnotizada. Su luchador era triste y tierno.

Sí, todo el mundo lo sabía que Heath Ledger se lo llevaría a título póstumo. Por su Joker oscuro (que por cierto no he visto) pero fíjate que hubiera preferido que este rubio de rostro dulce siguiera entre nosotros y quizá se lo hubiera dado a otros compañeros, que también estuvieron inmensos. Él tenía carrera que prometía y podía habernos dejado muchas más veces con la boca abierta.

Yo este año he quedado contenta porque aunque no he visto la película que me deje arrollada o entusiasma sí que he disfrutado de buen cine. Slumg Milloinaire me metió de lleno en un cuento o fábula con asuntos tristes (¿no son tristes los cuentos de Andersen o de Grimm?) y terminé con ganas de bailar con los protagonistas y de que Jamal se hiciera millonario y de que se llevara a Latika lejos…Me apené por el destino de Salim. No para todos el cuento termina feliz.

Por supuesto, que el oscar a largometraje de animación tenía que ser para Wall-E. Ese robot que devuelve al cine la magia de la pantomima. La fuerza de la imagen. Qué delicado y tierno. Sentí buen cine mientras me enamoraba de ese robot que se enternece ante dos seres que se cogen la mano o que entusiasmado baila a lo ¡Hello Dolly! Nadie había visto la japonesa que ganó el oscar mejor película extranjera. Esperaremos a verla antes de opinar. No obstante ahí estaba La Clase que para mí era película de las grandes…

La gran perdedora fue, quizá, El curioso caso de Benjamin Button pero que conste que esta fábula con aires de generación perdida contaba con escenas y personajes de buen cine. Ya dije para mí lo que no funcionaba era el conjunto. Pero tenía retazos de buen cine.Y tampoco hicieron mucho caso de El luchador pero yo me la llevo en el recuerdo. O en el apartado de intérpretes ni uno para La duda (todos estaban nominados), película que también recomiendo porque es de esas que sales y tienes charla y debate asegurado.

Lástima me dio no disfrutar del bello Hugh Jackman, de sus bailes, canciones y gracias. Otra vez será. Me dijeron que estuvo fantástico.

Slumdog Millionaire

Mezcla de realismo crudo y fábula. Buen montaje y ritmo. ¡¡¡Bendito casting el de niños y adolescentes!!! Slumdog Millionaire es un cuento con luces. Y la sombra en los ojos de Salim. Realismo y fábula y la mirada de dos hermanos Jamal y Salim…, y una niña que les acompaña, Latika. Era la tercera. De esos mosqueteros que siempre les falta el tercer nombre. 

Jamal protagoniza la fábula. Después de ser niño de la calle, se convierte, ¡¡¡así es el destino!!!, en concursante ganador. Pero él no tiene intereses económicos. Él sólo quiere encontrar a su amada. Marcada, prostituida, mujer del mafioso… pero siempre con su esperanza en los ojos de Jamal. Salim protagoniza la realidad. La dura vida. El niño de ojos grandes que busca a dentelladas la supervivencia aunque para ello emplee la violencia. Salim no tiene una vida de cuento… pero cuando se da cuenta de que quizá su hermano pueda tenerla… le facilita las cosas.   

Danny Boyle da dosis de espectáculo, de energía, de historia mágica, si te metes quedas sumergida en unas vidas que se cuentan a través de las preguntas de un popular concurso televisivo y del interrogatorio que sufre Jamal por parte de un policía que trata de indagar si ha hecho trampas en el concurso… Mucho ritmo, al final un poco de Bollywood, música, amor, tristeza… y el rostro de un Salim que de niño espabilado se convierte, tras los golpes, en adolescente despiadado. No obstante, es uno de los tres mosqueteros y actúa así hasta el final. 

Imágenes que rozan lo poético se quedan grabadas, una chica que espera en la vía del tren, una niña que no puede alcanzar la mano del amigo, una madre que ve el peligro, un niño emocionado hasta arriba de mierda para que le firmen un autógrafo…

Impagable el presentador del concurso, cabrón y vanidoso como él solo. 

Sin duda, tiene magia. Yo me lo pasé bien.

El luchador

Ésta es la historia de un perdedor, de qué lejos está el sueño americano para la mayoría —no es más que mito o leyenda—, de lo bello en lo feo y cotidiano, de un rostro golpeado por la vida, de la soledad del ser humano, de la caída sin posibilidad de retorno, de lo duro que es envejecer y sentirse vencido y frustrado… 

Ésta es la historia de un trozo carne viejo, cansado y desgastado con un alma buena pero con un cerebro que juega malas pasadas. Un cuerpo que ha consumido de todo y mil veces ha caído al suelo y ha sido golpeado, de un cuerpo que hace de su vida teatro y espectáculo, la lucha debe continuar y también el juego. De un cuerpo que se niega a la soledad y desea amar y ser amado. De un cuerpo con un cerebro bueno que de vez en cuando se le cruzan los cables. De un cuerpo que tiene miedo a la decadencia, a la derrota, al retiro, a la soledad absoluta. 

Ésta es la historia de unos ojos tristes al borde de la lágrima pero siempre con una palabra amable o una posibilidad de sonrisa. Es la historia de un cuerpo lleno de músculos pero con un corazón que se rompe en pedazos, cansado. De vez en cuando sigue creyendo en el latido. Es la historia de un hombre que se sube al cuadrilátero, y se siente grande, se siente héroe…, da espectáculo. Es la historia de un hombre que cuando baja del escenario la vida le golpea una y otra vez y esos golpes le destrozan más, le minan más. Aunque siempre trata de tener una mirada dulce, una palabra amable, una sonrisa preparada. Se sabe un desastre pero trata de llevarlo con cierta filosofía. 

Ésta es la historia de un hombre que trata de reconciliarse con una hija a la que sabe que ha hecho daño. Su vida-espectáculo le ha hecho renunciar a demasiadas cosas, a una vida real en la que se siente indefenso y golpeado. Ésta es la historia de una vieja gloria que acaba con el cuerpo destrozado, el corazón roto, el rostro marcado y adicto a mil pastillas para mantener un cuerpo y una fuerza-espectáculo. Ésta es la historia de un empleado de charcutería que no se siente en su sitio aunque lo intenta. Su vida está en el ring. Ésta es la historia de un hombre que siente ternura por una streeper que ve que también se marchita y se siente insegura y sola. Ambos se necesitan pero la vida les golpea y se dan cuenta demasiado tarde de que quizá hay una pequeña luz… 

El luchador tiene cara de un Mickey Rourke que enternece con su cara deformada, su enorme cuerpo, sus ojos llorosos y su sonrisa a punto de surgir. Con su voz profunda. Con su andar cansado. Con esa melena rubia en coleta, moño o suelto…, y esas manos grandes y a la vez destrozadas y frágiles… esas uñas que muestran la perra vida. Con esas cicatrices… Trata de aferrarse y salir de la soledad y del miedo ante el corazón roto de la mano de una streeper (Marisa Tomei) con cara hermosa pero cansada y triste, quizá asustada ante un futuro incierto y una adolescente desencantada (Evan Rachel Wood) que por un momento vuelve a creer… 

Mickey Rourke logra emocionarme casi tanto como otro perdedor que me hizo temblar (Jeff Bridges en Corazón roto) y muestra a Darren Aronofsky en otro camino-registro que domina con maestría. Capaz de regalarnos secuencias llenas de sordidez y hermosura. Darren Aronofsky está siguiendo el camino de otros directores de su generación que empezaron con un cine experimental o de fórmulas nuevas y modernas y ahora están sorprendiendo con un cine que bebe de los clásicos (véase Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson o El curioso caso de Benjamin Button de David Fincher).

Diccionario cinematográfico (91)

Bud White: White es un agente de policía de Los Ángeles, de los años de Lana Turner y Stompanato, él es todo músculos y todos piensan que posee poco cerebro. Él también lo siente así. Es una mole y sus resortes se alteran y su violencia se dispara ante todo hombre que ose maltratar a una mujer. No puede. Se crispa en cuanto ve que un hombre levanta la mano a una mujer y la hace sufrir. Y se convierte en el ser más dulce que pueda existir con la víctima. Son cosas del pasado, de una infancia dura, de la impotencia de ser niño y no poder defender a la madre ante padre bestia y bestial que la remata a golpes.

Bud White arrastra su mole de músculos… y su rostro tierno. Es buen compañero y agente honrado. Tras la bestia, el hombre. Y su corazón y su coraza salta en mil pedazos y surge el hombre bueno cuando conoce a una puta más guapa que Verónica Lake que se llama Lynn. Y White es dulce. Y ya lo dice Lynn está con White porque ella quiere, porque ve a un hombre tierno y bueno, porque es el único que la hace sentir como Lynn, como ella misma, y no como una puta que es una doble de Verónica Lake y se acuesta por dinero. Bud White se une al que parece en principio su peor enemigo, y que le hiere en lo más hondo al acostarse con su musa, para solucionar un caso de corrupción. Y White se comporta como siempre, todo músculos, buen compañero que protege y quiere. Sale malherido. Uno se lleva la gloria y él, Bud White, queda enfermo pero se lleva a una ex puta a la que ama y un viaje a Arizona. Lynn sonríe.

La duda

Una buena obra de teatro. Buen guión. Un director correcto. Y unos actores brillantes. La duda tiene todos los ingredientes de película con estructura clásica. Y funciona. 

La dirección de la película y el guión corren de la mano del dramaturgo de la obra, John Patrick Shanley, el que mejor conoce la historia y los personajes. No ajeno al cine (ya se puso en la pantalla para unir a la pareja de moda a principios de los 90, Tom Hanks y Meg Ryan en la curiosa Joe contra el volcán —que os confieso que apenas la recuerdo—. Tan sólo eso que me resultó curiosa.), John Patrick crea una obra correcta y clásica que se sustenta en la fuerza de sus personajes y diálogos. En los enfrentamientos y en los temas morales que se plantean. 

La historia se sitúa en el año 1964, un año después del asesinato de Kennedy. Un año de dudas de hacia donde se dirige la sociedad. Un momento de cambios, de incertidumbres… Duda o certeza. Y volamos a un estricto colegio católico regentado por una estricta madre superiora que no ve con buenos ojos los aires nuevos y progresistas que trata de introducir en la educación el padre Flynn. También es el año en que han admitido por primera vez a un alumno negro.  

El mecanismo se pone en marcha, desde la primera homilía del padre Flynn (estas homilías no tienen desperdicio, y como obra clásica, no podía ser de otra manera, son tres…, estructuran la película. Las homilías desarrollan tres temas: la duda frente la certeza, el daño que puede causar un chisme y, por último, una despedida). Ahí se nos presenta a los personajes claves de la obra: el padre, la madre superiora, la joven monja que pivota entre la duda y la certeza y por último el desencadenante del drama: el alumno negro, monaguillo. 

Curiosamente quien pone el azúcar a la madre superiora es la joven monja. Por algo está entre medias de ambos. Y ella, la madre superiora, se aferra con certeza a una sospecha sin prueba alguna. Y recorrerá todos los caminos posibles para salirse con la suya: para acusar al Padre Flynn de que ha abusado sexualmente del monaguillo. 

Y la duda recorre toda la película, intensa por momentos, en cada uno de los enfrentamientos. Siendo uno de los más emocionantes el que sostiene la madre superiora con la madre del niño. Porque la película va más allá de la duda y cada espectador saca sus propias conclusiones. Y los personajes van ganando caras y matices. Virtudes y defectos de los tres protagonistas hacen más compleja la trama…, y por supuesto más interesante. Es de esas películas, que se merecen una tertulia después de verla. Para analizar cada parte humana de los personajes (son muchísimos los temas que se plantean. Hay uno secundario en la trama que me interesa. Y es el enfrentamiento de poderes entre el padre y la hermana superiora. ¿Por qué en la iglesia católica, como institución, la mujer sigue relegada a un segundo plano en cuanto puestos de poder?). 

Mención aparte los actores que se transforman en sus personajes: Philip Seymour Hoffman que sigue su carrera camaleónica deja otro complejo personaje y riquísimo en matices. Meryl Streep se mete de lleno en madre superiora estricta, casi da miedo, pero con gotas de humanidad que vamos descubriendo a lo largo de esta historia. La joven monja con cara de Amy Adams como esa persona que se sitúa entre los dos personajes que se enfrentan, y ya se sabe que ese papel siempre es complicado: porque entiende a ambos pero también critica a ambos. Y por último, minutos estelares para una Viola Davis, como la madre del niño, que da un giro a la historia para que veamos otro punto de vista, otra duda o quizá certeza.

Hotel del Norte (Hotel du Nord, 1938) de Marcel Carné

A veces hay películas con fuertes dosis de poesía. Carné, no obstante, siempre se le menciona al lado de las palabras realismo poético. Y ¿qué se puede entender por este concepto? Lo que siento y veo al digerir las imágenes que expulsa una película sencilla y hermosa como Hotel del Norte.

Hay a amantes que sólo les quedará París, y a otros, tan sólo la habitación 16 del modesto hotel du Nord. Una habitación que habitan una noche una pareja de jóvenes enamorados con poca suerte y estrella que creen que encontrarán libertad, menos responsabilidades y ataduras y quizá buena estrella fuera de este mundo. Y prometen matarse. Para yacer siempre juntos. Pero la realidad les trastoca los planes…El pequeño Hotel du Nord tiene unos dueños encantadores, buena gente, que han adoptado a un niño huerfano que ha vivido los horrores de la Guerra Civil en Barcelona y unos clientes fijos y otros que van y vienen que llenan de vida, anecdotas y demás las instalaciones del inmueble. En el hotel se cruza la puta de toda la vida (impagable y maravillosa Arletty) con su chulo —de personalidad arrolladora que se irá descubriendo en cada fotograma— que se transformará y se quitará máscaras escena tras escena a punto de volver a creer que tiene otra oportunidad en la vida para ser el que fue (con el rostro atrayente y misterioso de Louis Jouvet). La joven suicida que recupera las ganas de felicidad junto a su joven amor desencantado (Annabella y Jean Pierre-Aumont, jóvenes y delicados), ambos decidirán seguir adelante, pero quizá intentándolo en este mundo. El buen hombre y vecino, obsesionado con sus continuas donaciones de sangre y con el amor de su esposa pizpireta —que de vez en cuando se pega un garbeo con el más gamberro y mejor amigo de su marido—, el confitero homosexual que no se oculta, la asistenta para todo desgarbada que va y viene de habitación en habitación haciendo lo que puede…

Hotel del Norte está plagada de escenas y diálogos para no olvidar. El cariño del chulo por la joven suicida, la habitación 16, el baile del 14 de julio lleno de momentos felices y de la caída definitiva de otros, las apariciones de esa puta de oro con cara de Arletty, la comida entre los dueños del hotel y sus clientes para celebrar una comunión al principio de la película, el restaurante del hotel lleno de vida…

Y este ambiente sencillo y popular, esta historia de amor loco, de lágrimas y alguna sonrisa destila poesía en cada secuencia.

Me quedo, y no me pregunten por qué, con el rostro desencantado de un chulo que decide no seguir siempre huyendo o cambiando de identidad…

Darling me lleva a repasar filmografía de John Schlesinger y…

El otro día vi Darling cuando una joven Julie Christie se convirtió en musa de los años 60. Cuando se llevó Oscar por película sobre rubia de cuento que se convierte en princesa pero va dejando al descubierto a una mujer con una incapacidad absoluta de ser feliz y comunicarse que se mueve en un mundo frívolo, mediocre, feo e hipócrita que jamás la llena. Ella es la primera que no se gusta en absoluto. Película sobre vacío existencial. Se deja ver aunque no es obra maestra pero tiene momentos interesantes sobre todo en la manera de contar la historia (la voz de la protagonista que cuenta su historia para una revista, una historia de cuento, y la realidad que muestran las imágenes. La película juega a los contrastes ya desde los títulos de crédito). Los sesenta fueron una época en que varios directores de cine hablaron del vacío existencial, de la incomunicación y la frivolidad de las clases sociales medias y altas que no saben qué hacer con todo lo que tienen y que sobre todo se aburren soberanamente. Uno de los mejores retratos de estos seres lo hizo, para servidora, Fellini y su envolvente La dolce vita. Ahh, Marcello, qué grande eres.

John Schlesinger, siguiendo el camino del free cinema, consigue retrato triste aunque sin vida en Darling de una heroína con rostro bello… y alma vacía. La rodea de un Bogarde intelectual coñazo, un Harvey que va de perverso con sus caras de malote y de que tiene gustos raros —vaya reuniones— y extravagantes pero na, de na, un rollo y un Vilallonga con su apostura de aristócrata aburrido, aburrido, aburrido… Ah, entre medias hay un fotógrafo homosexual que va de loca por la vida pero es bastante buenecilla, algo traviesa, y que comete el asesinato de los pececillos de la protagonista en una escena cruel…, uff. Creo que por el tono que va adquiriendo la crítica no me gustó demasiado. Aunque no me arrepiento ni de la compra del dvd ni de haberla visto… porque jugo, desde luego, se la puede sacar.

Pero sí que hay películas de Schlesinger que me conmueven o por lo menos me interesan. Una de ellas es Cowboy a medianoche y la otra Marathon Man. Aunque muchas hay del principio de su carrera que me quedan por ver (las últimas de su producción poco me atraen). Y cual es mi sorpresa, y por lo que escribo este post, cuando veo que Schlesinger adaptó para el cine con guión de Waldo Salt (uno de los profesionales que se vieron afectados por la Caza de Brujas), la novela que me encantó y lei recientemente de Nathanael West (El día de la langosta y que escribí post reciente en la sección Escribir de cine). Y como me suele ocurrir me muero de ganas por conseguir el dvd (Como plaga de langosta, 1975) y verla. Sobre todo para empaparme y ver cómo queda reflejado ese personaje triste de Homer Simpson (nada que ver con la serie animada) con cara de Donald Shuterland. O esa otra cara de Hollywood donde se quedan los que no llegan a estrellas o grandes profesionales… los que se quedan en el camino.

Así que como ven Darling me ha regalado también un nuevo descubrimiento y una nueva película que suspiro por ver…, ya saben que a veces me gusta ser exagerada.

Wall-E (Wall-E, 2008) de Andrew Stanton

De nuevo una película de animación me conmueve y me devuelve buen cine. Wall-E o la historia de un robot muy humano, sensible, tierno y romántico. Wall-E es obra de la productora Pixar que eleva al cine de animación a la categoría de sueños inolvidables. Wall-E se alimenta del buen lenguaje cinematográfico, aquella narración que dominaron como nadie artistas de la época de oro del cine mudo. Sin apenas diálogo, sobre todo en la primera parte de la película, cuenta una historia que va calando hondo. Mucha poesía, riqueza en las imágenes y una ambientación envolvente con una banda sonora que acompaña las aventuras y desventuras de un pequeño robot, enamorado. 

Un pequeño y desgastado robot, solitario, que vive en un planeta tierra deshabitado que ha perecido entre basuras y contaminaciones. Pero él, realizando su trabajo metódicamente —recoge desperdicios y los va apilando en enormes torres como rascacielos—, va adquiriendo pequeños tesoros entre lo desechable. Y se va creando un hogar mágico, lleno de belleza entre todo lo inservible. Y nuestro robot es feliz cuando regresa, con su labor realizada, y disfruta de sus pequeños tesoros. Sobre todo de una vieja cinta vhs que pone una y otra vez donde los humanos, cantan, bailan, se enamoran… y se dan la mano. Y él baila, y canta e imita lo que ve hermoso… pero está solo. Junto a él tan sólo vive un pequeño animal de compañía que sobrevive a la catástrofe, no podía ser otra cosa que una cucaracha. Wall-E, el robot, tiene la soledad y la ternura de un Buster Keaton o un Charlot, su mismo humor poético, sus mismas artimañas para sobrevivir, su recuperación continúa ante la adversidad, su misma imaginación y como no su misma capacidad de enamoramiento. Es patoso y héroe a la vez, aunque a veces sea por accidente. Wall-E quiere amar y ser amado. Cumple sus sueños de, quizá, algún día poder dar la mano a la amada y bailar su música favorita cuando conoce a una robot extranjera y extraña, la fría y científica Eve. Que viene del espacio. La historia ya está en marcha. Y emociona. Ella investiga y busca vida en una tierra que parece muerta, no tiene éxito alguno. Hasta que Wall-E le hace un regalo, entre los muchos tesoros que esconde, una plantita verde en una bota —la que quizá podría llevar cualquier Charlot—. 

Todo tiene su sentido en esta película que bebe los vientos también del mejor cine de ciencia ficción (como en 2001, odisea en el espacio hay una especie de inteligencia artificial malvada y muchos otros guiños al género). Pero Wall-E conoce a Eve y corre tras la amada, aunque tenga que dejar la tierra. Aunque tenga que arriesgar su vida y su pequeño mundo. Y Eve se transforma y humaniza ante las atenciones del pequeño y maltrecho robot. Son ellos más humanos que los propios hombres deshumanizados y gruesos, por el poco esfuerzo, que se limitan a sobrevivir en un crucero espacial, sin sentimientos, sin pensar, sin recordar, son multitud más multitud incomunicada. Y es el capitán de este crucero perdido en el espacio el que tiene una de las pocas frases de la película, más frase conmovedora, “no quiero sobrevivir, quiero vivir”. 

Y, por todos los demonios, no quieres que nada le ocurra al destartalado robot más robot enamorado…, no quieres que sufra, y sientes la necesidad de que Eve le quiera y le de su mano más mano metálica. Wall-E además es película ecológica y porque no social, la incomunicación está detrás de cada puerta. Y todo esto de la mano de un pequeño y maltrecho robot con mucha humanidad dentro…, ¡¡¡y unos ojos!!! que no necesita articular palabra alguna para entender lo que ocurre en su alma de metal…