Humphrey Bogart

El de hoy es un rostro en la oscuridad muy especial. Toda una leyenda. Empezó paso a paso y hasta los 37 años no consiguió papel de importancia y hasta los 42 no alcanzó el estatus de estrella, después su carrera sería brillante. Bogart es el rey del desencanto. Quizá su rostro peculiar al igual que su voz… contribuyó a construir su imagen.

Quizá su paso por el cine negro, cine de luces y sombras, su actitud entre dura y romántica en sus películas más famosas… Sus interpretaciones maestras en alguno de los roles que le tocaron en suerte… El protagonizar infinitos momentos inolvidables.

Siempre nos quedará Bogart.

En sus primeros papeles se encontraba en el bando del mal. Era el malo por excelencia, un malo que se fue humanizando hasta convertirse en Rick. El Rick de Casablanca, el hombre desencantado, duro… pero enamorado de Ilsa.

Pero no adelantemos acontecimientos.

De sus primeras películas hablaré de Llamada a un asesino (1934) donde ya se intuye a un Bogart en el lado oscuro como un caradura mafioso pero con mucho encanto para las mujeres que caen en sus brazos. Capaces, ellas, si es necesario, de quitarle de en medio. Dos años más tarde, ya llamará la atención en El bosque petrificado donde personifica al gánster con problemas de salud mental y asesino despiadado… pero atrapado en un perdido bar de carretera. Ahí trabajaría con Bette Davis con la coincidiría varias veces durante los años treinta.

Tres papeles de gánster al otro lado de la ley, como antagonista de otros personajes, donde Bogart empezaba a cimentar una leyenda. Era el malo por antonomasia. Y está presente en tres de mis películas favoritas de gánster de este periodo: Calle sin salida (1937), al año siguiente Ángeles con caras sucias y en 1939 la maravillosa Los violentos años 20.

Durante estos años también estaría presente en la peculiar e irregular Siempre Eva sobre Hollywood y el cine donde Bogart construye personaje que nos sonará en el futuro: productor desencantado, que le da al alcohol, tipo duro pero a la vez desarmado una y otra vez por la mujer que ama. O junto a Bette Davis haría de macho ibérico en el magnífico melodrama Amarga victoria.

Por fin, llegan los cuarenta, donde Bogart construye definitivamente su personalidad y donde representará los personajes con los que siempre se le identificará por los siglos de los siglos en la sagrada sala oscura del cine.

Primero, detective duro en El halcón maltés y su unión a otro genio, John Huston. Sam Spade enamorado de la mujer fatal pero con el cinismo y el desencanto suficiente como para no dejarse arrastrar. Después ese gánster cansado de huir, con ganas de descansar, de dejar su vida delictiva, al que una vez más le rompen el corazón y va en busca de El último refugio, una joya. Y por último, el mito, en película por la que nadie apostaba, casi de serie B con rodaje de tormento…, él es Rick, el dueño del bar más famoso de Casablanca (1942). El bar donde se reúnen tanto los perseguidos por los nazis que tratan de alcanzar los EEUU como los asesinos, la resistencia, los usureros, los ladrones e incluso algún que otro policía corrupto. Él es Rick, desencantado de la vida más hombre enamorado. Y de todos los bares del mundo, la que le rompió el corazón tiene que elegir precisamente ese para regresar. Y encima con su marido, todo un héroe de la resistencia. ¿Quién da más?

Dos años más tarde, sigue la leyenda, inmerso en el cine más negro. Como investigador o detective, encuentra a su réplica femenina y al amor de su vida: una jovencísima Lauren Bacall. Ambos pareja mítica en Tener y no tener (1944). Si puedes silba. Y ambos fueron química pura. Y repitieron con mayor o menor fortuna en El sueño eterno, La senda tenebrosa y Cayo Largo. Fueron los mejores entre luces y sombras. De desencanto, en desencanto.

En 1948, de nuevo Huston, le regala un papel de oro en el que Bogart está brillante. Me refiero a peliculón, impresionante, El tesoro de Sierra Madre. Y un Bogart transformado por la avaricia. Cuenta la dura y triste aventura de tres buscadores de oro… que lo encuentran.

Nicholas Ray sabe mirar el interior amargo del héroe cinematográfico que representa Bogart y lo convierte en abogado que trata de defender a un joven condenado a muerte (Llamad a cualquier puerta) o es el triste guionista alcohólico, solitario, que odia la humanidad porque le ha hecho daño, agresivo pues es la careta para esconder su fragilidad… en la maravillosa En un lugar solitario donde narra la historia del fracaso de un amor. Triste amor con una Gloria Grahame portentosa. Ambos a un nivel casi insuperable.

En 1951 nos regala otra interpretación memorable en película de Huston. Bogart se transforma en borrachín aventurero que enamora a una solterona encantadora con rostro de Hepburn y ambos nos hacen disfrutar lo imposible en la entretenida y divertida La reina de África. Su historia de amor llena de momentos inolvidables.

Intenta la comedia donde no se siente cómodo pero deja para el recuerdo esa pequeña joya de Wilder, Sabrina, donde la otra Hepburn, Audrey, encuentra el encanto de un frío hombre de negocios con cara de Bogart. Y trata de ser pícaro en No somos ángeles.

Sin embargo, llega otra película amarga de Hollywood y ahí está Bogart para narrarnos el triste destino de Maria Vargas. Él es el director y cineasta, desencantado pero siempre tierno con su protagonista, que nos cuenta una historia para llorar con una Condesa descalza.

Regresará a sus tiempos primitivos, donde era hombre malvado, el más temido, en la interesante e inquietante Horas desesperadas (1955) y ya enfermo nos regalará a un reportero desencantado en el mundo de luces y sombras (no podía ser de otra manera) del boxeo en Más dura será la caída (1956). Su última interpretación.

Bogart, le veo siempre, con esa sonrisa cínica y desencantada, y esa mirada profunda de hombre enamorado… con litros de alcohol y un cenicero lleno de cigarrillos.

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Momentos inolvidables entre amigos

Los amigos de Peter alrededor de un piano, siempre.

Los de entre copas, entre vinos.

El hortelano siempre hablando con pincel, sobre aspectos sencillos de la vida. Como mirar el mar o escuchar a Mozart.

Thelma y Louise rodando por carreteras sin fin… al borde siempre del precipicio.

Los chaperos de Idaho, ante una hoguera, hablando de cosas de familia y de amores imposibles.

Los de cuatro bodas y un funeral, siempre con prisas y meteduras de pata. Pero siempre juntos… hasta que el amor o la muerte los separe.

El sin hogar, un tallo de hierro, con su compañera eterna de comas etílicos… en la soledad de la calle, sobreviviendo siempre.

El locutor engreido que cae por el tobogan de la exclusión se encuentra con un hombre sin salud mental al que le quitaron el cerebro en un día de violencia en el que se llevaron a la mujer amada… desnudos por Central Park encuentran algún sentido hermoso a la vida.

El niño que ama el cine, siempre fiel al viejo proyeccionista en un lejano Cinema Paradiso.

El vaquero, de aspecto duro, se le enternece el corazón ante su amigo alcohólico. Al que nunca abandona, allá en Río Bravo.

La encantadora de abejas siempre preparó junto a su joven amiga los tomates verdes fritos…, ninguna adversidad las hizo caer en olvido. Amigas siempre.

Éste es el principio de una bella amistad, así lo dice el policía cínico al desencantado dueño de un bar… en Casablanca.

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Los fabulosos Baker Boys (The fabulous Baker Boys, 1989) de Steve Kloves

Y 20 años son muchos… recuerdo cuando la vi. Recuerdo como todo el mundo hablaba de Michelle Pfeiffer con su traje rojo encima de un piano. Todos los premios. Recuerdo que la vi como una triste historia de amor. Uff, y volviendola a ver he podido disfrutarla mucho más y he descubierto mucho más que una triste historia de amor (valga la redundancia).

Es una película sobre sueños rotos, sobre una maravillosa relación entre dos hermanos, sobre el desencanto, sobre la perra vida, sobre el miedo a amar y ser heridos, sobre las responsabilidades, sobre la cobardía de conseguir alcanzar las máximas cotas del talento, sobre la vida dura de los músicos de locales y hoteles (sin un ápice de glamour y sí mucho esfuerzo), sobre lo efímero del éxito y la fama…

Los fabulosos Baker Boys es una historia llena de matices gracias a tres interpretaciones mágicas: una bellísima, dura y desencantada Michelle Pfeiffer, un bellísimo (dios mío cómo me gusta) y más desencantado —qué poco se quiere Jack Baker, qué poco se aprecia y cómo duele— Jeff Bridges y un encantador y hastiado de responsabilidades Beau Bridges (qué grande… qué dignidad confiere a un personaje complicado).

Una película con los diálogos justos. Contenida pero que estalla en cada mirada. A veces se nos escapa una sonrisa pero siempre llena de melancolía. Llena de escenas con mucho sentimiento y emoción… Dos hermanos que se adoran pero que a la vez se hieren, ambos con una pasión por la música que no les ha hecho alcanzar sus sueños de gloria y sí mucho trabajo en salas y hoteles donde pocas veces existe un público entregado.

Ambos recorren salas con un espectáculo que repite las mismas melodías y las mismas bromas. Frank y Jack. Jack-Jeff se ahoga. Frank-Beau sigue con una energía arrolladora porque sabe que el negocio es el negocio y tiene que asumir responsabilidades (un hermano siempre deprimido, una familia, una casa…). Los tiempos cambian y si cuando eran jóvenes casi hallaron el camino hacia el éxito como jóvenes virtuosos al piano (sobre todo Jack) capaces de sentir el jazz en sus venas ahora recorren como fantasmas salas de fiestas siniestras… sabiendo que muchas veces no ofrecen arte…

Los Baker Boys se ahogan, los tiempos cambian, pero antes de eso Frank decide transformarse y Jack, asiente (se deja llevar por la monotonía melancólica… cada día se arrastra por los hoteles, cuida de un viejo perro, se siente acompañado en su viejo apartamento por una niña vecina y solitaria con problemas y, de vez en cuando, se acuesta con camareras de los sitios donde actúa, sin ataduras). Frank convence a su hermano para que contraten a una cantante que les acompañe. Y entonces aparece Susie Diamond, otro ser humano desencantado y claro, pero con una voz sensual que da un giro a los Baker Boys y devuelve un poco de la gloria pasada. Susie Diamond, sin embargo, se convierte en terremoto de sentimientos para ambos hermanos que se plantean su pasado y su futuro. Y ella va soltándoles verdades como puños y les abre definitivamente los ojos. Sobre todo abre los ojos a un cada vez más perdido Jack-Jeff que cada día busca más consuelo en litros de alcohol…

Ambos inician una breve, hermosa y dura relación sentimental que les remueve por dentro y por fuera. Frank-Beau estalla con todo lo que tenía dentro años y años. Al igual que Jack. Esos hermanos que se quieren cada día, que se admiran cada día, pero que se pelean y se hacen daño cada día…

La película está plagada de momentos inolvidables y cuenta con una hermosa banda sonora (trabajo del veterano Dave Grusin que ha realizado las bandas sonoras de numerosas películas de Sydney Pollack —productor de este trabajo—) llena de versiones muy especiales de canciones del pasado con la susurrante voz de Michelle o con la voz de dos hermanos. Mencionar la canción de Susie Diamond encima del piano en una noche de fin de año (Makin’ Whoopee’) o la tremendamente alegre canción en una sentida y nostálgica despedida de hermanos y que cambia de significado escuchándosela interpretar a ambos (You’re Sixteen’). Y también cuenta con una correcta y clásica dirección de su director y guionista Steve Kloves (que no ha vuelto a realizar otro trabajo semejante…, desapareció de la pantalla a pesar de su debut de oro).

Se me agolpan los momentos: la prueba a las cantantes, las discusiones y los diálogos entre Jack y Frank, la noche de fin de año entre Jack y Susie, Jack en el local de Jazz…

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Spencer Tracy

Y los años 30 se encontraron de frente con el cuerpo corpulento y pequeño de un hombre con aspecto de irlandés. Independiente y de fuego. Fuerte y tenaz. Capaz de inspirar la máxima ternura pero también de rostro exigente. Un rostro que le hizo repetir roles como el de cura serio, hombre de negocios, político recto, buen juez, padre temido y amado, delincuente que se redime…, un rostro capaz de echar miradas de hombre bueno, hombre enamorado y nunca vencido. Un rostro capaz de enfadarse o reír a carcajadas, un rostro atormentado, un abuelo amable…

Durante los años treinta y parte de los cuarenta tuvo una pareja cinematográfica de lujo: Clark Gable. A mitad de los cuarenta se encontró de frente a una pelirroja indómita y ya se unieron forever por los siglos de los siglos: Katharine Hepburn.  Se unió a ella en la pantalla, se unió a ella en la intimidad.

Hablo, por supuesto, de Spencer Tracy. Actor que va cayendo en olvido pero que cuenta con una filmografía interesante desde que pisó la pantalla en 1930 hasta que se fue al Olimpo de los actores en los años sesenta. Habita para la eternidad en la sala oscura. Y siempre es un placer ver su rostro y sus maneras, actor de carácter, era bueno en drama, comedia, en película bélica o del oeste, en película de catástrofes o judicial. Ni el alcohol ni su compleja personalidad hicieron que menguara su magia en pantalla.

Lo descubrió para el cine John Ford en una película de criminales en 1930, Río arriba. Y así siguió ascendiendo con los mejores directores (fue actor fetiche de Victor Fleming o Stanley Kramer. Trabajó junto a Henry King, Elia Kazan, Frank Capra, Frank Borzage, George Cukor… lo mejor del Hollywood clásico).20.00 años en Sing Sing (1932), Fueros humanos (1933), María Galente (1934)… sirvieron de entrenamiento para que todos fueran conociendo a Tracy, un actor de carácter. De pronto llegaron las tres películas que empezarían a cimentar su leyenda de celuloide: cine de catástrofes primitivo emulando el terremoto de San Francisco en la película del mismo nombre en 1936. Allí el público se enamoraría de una pareja de amigos que repetirían roles en por los menos dos películas más (Piloto de pruebas o Fruto dorado). Su amigo era Clark Gable. Tracy se transformaría en sacerdote.

Después una de las primeras grandes obras en EEUU del realizador Fritz Lang, grande entre los grandes, siempre lo escribo: Furia (1936), historia oscura sobre linchamientos y venganzas donde Tracy se transforma de ciudadano inocente, a ciudadano injustamente culpado y linchado por un pueblo impulsivo, y en un último y dramático giro, en ciudadano vengador. Por ahí está Sylvia Sidney para calmarle. Y de pronto la película que le daría su primer oscar, Capitanes intrépidos (1937), donde Tracy es un rudo marinero portugués que responde al nombre de Manuel que logra transformar a un insoportable niño rico.

A partir, de ahí todo iba yendo viento en popa. De nuevo se viste de sacerdote y consigue dos películas de éxito sobre un hombre bueno que trata de que jóvenes delincuentes (cuyo cabecilla es un rebelde Mickey Rooney) encuentren otro camino que no les haga caer y caer hasta que den con sus huesos en la cárcel: Forja de hombres,1938 y La ciudad de los muchachos (1941).

Después de pasear por un western, convertirse en Edison,  asustar a una bella y principiante Ingrid Bergman como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde o ser un encantador sin hogar en Tortilla Flag… 1942 se convierte en un año que transformará su vida. Conoce a una actriz pelirroja y actúan juntos en pantalla en una divertida comedia. Son una pareja con una química atractiva. Y ya jamás se separarían. La película es de George Stevens y se llama La mujer del año. Los dos son periodistas, él de deporte, ella de política… y empieza la batalla de sexos más encantadora.

Aquí empieza un idilio —siempre en la clandestinidad, aunque era un secreto a voces, porque Tracy era tan católico que nunca contempló divorciarse de la mujer con la que se casó en 1923— que además se repetiría una y otra vez en pantalla bien en comedia bien en drama (funcionó la fusión mejor en la comedia):  La llama sagrada (1942),  Sin amor (1945), Mar de hierba (1947), El estado de la unión, 1948, La impetuosa (1952), Su otra esposa (1957)… Y las dos películas en las que son más recordados, juntos, la maravillosa y divertida La costilla de Adán (1949) donde Kate y Spencer son un matrimonio de abogados que se enfrentan en un mismo caso y la nostálgica y en su momento novedosa por el tema tratado (matrimonio interracial): Adivina quién viene esta noche (1967) que además fue el hermoso testamento cinematográfico que dejó Tracy a su público antes de morir. Son impagables las sinceras miradas de Kate y Spencer.

Pero Spencer siguió sorprendiendo en solitario en papeles de calidad. En plena contienda (Segunda Guerra Mundial) protagonizó tres populares películas bélicas: Dos en el cielo (1943), que muchos años después Spielberg rodaría el remake Always, Treinta segundos sobre Tokio (1944) con guión de Dalton Trumbo antes de pertenecer a la lista negra y La séptima cruz (1944) del siempre interesante realizador Fred Zinneman.

Los cincuenta le convierten en un padre y abuelo absolutamente encantador, de pelo cano, en las comedias de Minnelli: El padre de la novia (1950) y El padre es abuelo (1951). En 1958 vuelve de nuevo a ser pescador para dar vida a personaje de Hemingway en El viejo y el mar y trabaja de nuevo con su descubridor Ford para realizar una película sobre un político, El último hurra.

Los sesenta sus últimos papeles los interpreta en las producciones del realizador Stanley Kramer, pero antes, en 1961 se mete en una entretenida película de catástrofe, un volcán en erupción, y vuelve a ser sacerdote valiente en El diablo a las cuatro. Deleita como el juez que quiere ser justo en Vencedores o vencidos o se vuelve corredor de coches tras botín en El mundo está loco, loco, loco… o mira con cariño a su esposa con cara de Kate en Adivina quien viene esta noche.

Este irlandés errante e independiente atrapó el corazón de los cinéfilos y lo lleva a mares infinitos. Su amigo Gable ríe, pícaro. Al final, Tracy se llevó a Kate, siempre.

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La hija de Kafka

Hoy hago licencia en esta página de cine para hablaros de una novela que ha escrito una persona maravillosa, ni más ni menos que la hermana de Hildy Johnson que más de una vez sale nombrada entre estos post cinéfilos…

Y os hablo de esta novela, La hija de Kafka (El Andén, 2009) porque está escrita por una pluma por la que cada día me quito mi sombrero de reportera.

Una pluma ligera como el viento. Su autora juega con las palabras, las hace revoletear y crea historias que emocionan, hacen sentir y remueven almas.

Y esto es un post escrito desde el corazón.

Adentrarse en La hija de Kafka es meterse de lleno en la mente de una mujer que clama por ser amada y correspondida. Una mujer que aspira a ser amada pero se encuentra encerrada en un cuerpo que no es hermoso, según los cánones del siglo XXI. Una mujer con neurónas volátiles capaces de provocar la carcajada o el alarido más tremendo. Una mujer que al borde de la locura siempre es creadora.

Volamos a un México, donde llega Milena, una española que se siente la hija de Kafka, dispuesta a dejar todo de lado para llenar las páginas con las aventuras y desventuras de Julia Pastrana, la mujer barbuda, que nació en un lejano siglo XIX y que luchó entre exhibiciones y circos por no perder jamás la dignidad de ser mujer, de querer ser amada como hembra.

Y mientras asistimos al proceso creativo de su futura novela, Milena, mujer siempre solitaria, siente la llamada del amor al conocer a su vecino, pianista. Ama a Rubén, un hombre al que nunca le faltan mujeres bellas. Y Milena lucha por transformarse, metamorfearse, cambiar su cuerpo para recibir una mirada de hombre enamorado.

Y la pluma de la novelista vuela y dibuja una tragicomedia sobre la belleza y la soledad.

Sobre Milena y Julia Pastrana.

Sobre amores no correspondidos.

Y la carcajada se vuelve amarga. O la lágrima se hace risa.

El ritmo y la cadencia de las palabras construyen una melodía llena de notas que bailan por las páginas en blanco.

Y eso es un portento.

Y la hija de Kafka camina por las páginas, llena de vida.

Y emociona.

Porque es un milagro mostrar a una mujer que provoca la carcajada ante el baile de sus neuronas en un mundo cruel y sentir como es capaz de escribir  y crear la más triste y hermosa de las historias…, sobre una mujer barbuda que siempre fue amable, que siempre amó, que fue inteligente, que jamás tuvo un reproche o palabra de odio hacia el hombre que la humillaba cada día, que luchó hasta el último instante…

Milena y Julia.

Os llevo muy dentro.

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E. E. Cummings en Hannah y sus hermanas

Ayer volví a dejarme llevar por una película de Woody Allen. Le tocó de nuevo el turno a Hannah y sus hermanas (1986) que hacía mucho tiempo que no la había vuelto a ver.

De nuevo el director, amante de Nueva York, me atrapó con la historia de tres hermanas, sus maridos, amantes, ex maridos, padres…, me atrapó con sus reflexiones sobre la vida, la muerte, el sentido de la existencia y un inmenso amor al cine (impagable la escena del cine y los hermanos Marx cuando el personaje de Woody Allen encuentra sentido a la vida en su crisis existencial) y a la música (desde la música clásica —Bach—, hasta ópera, parando en un Porter que siempre canta al amor).

Me enganchó con sus historias de amor. Del amor ideal, de las infidelidades, de las heridas, del cariño, de como un hombre y una mujer caen y vuelven a levantarse… Siempre regala escenas inolvidables.Tremendamente románticas, o nostálgicas o incluso amargas.

Me enganchó con una película coral llena de personajes tiernos que se reúnen en las celebraciones familiares, en las casas de los amigos, en los cafés, en las librerías, en los restaurantes…

Me enganchó porque está lleno de intérpretes que tienen su momento: Mia Farrow, Michael Caine, Barbara Hershey, Dianne Wiest y el propio Woody Allen. El director cuenta también con el actor fetiche de Bergman, Max Von Sywdo, como un intelectual aislado de la sociedad. O nos trae al recuerdo viejas glorias como Maureen O’Sullivan (madre de Mia Farrow) o Lloyd Nolan. También nos atrapa con otros habituales en sus películas como el atractivo Sam Wasterston.

Y hablando de amor. Una de las escenas más recordadas es esa historia entre Lee (una de las hermanas) y Elliot (el marido de Hannah) que culmina cuando Elliot le regala un libro de poemas a Lee del poeta E. E. Cummings y le insiste una y otra vez que lea el poema de la página 112 porque le recuerda a ella.

Os dejo el poema:

en algún lugar al que nunca he viajado, felizmente más allá
de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más frágil hay cosas que me rodean
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.

tu mirada más fugaz me abrirá fácilmente
aunque me haya cerrado como un puño,
pétalo por pétalo me abres como la Primavera abre
(tocando hábil, misteriosamente) su primera rosa

o si deseas cerrarme, yo y
mi vida nos cerraremos muy bella, súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosa por doquier
nada que hayamos de percibir en este mundo iguala
la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura
me somete con el color de sus campos,
retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.

(no sé qué es lo que en ti cierra
y abre, sólo algo en mí entiende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas

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Propiedad condenada (This property is condemned, 1996) de Sydney Pollack

Propiedad condenada es de esas películas que quedaron incompletas o al borde de algo grande. Contaba con todo los elementos para funcionar y, sin embargo, el logro queda diluido a lo largo del metraje que termina de manera abrupta y triste. Por ello su contemplación deja un poso de tristeza porque intuyes toda la fuerza de la historia. Todo el carisma. Deseas llegar a la culminación de la emoción y te deja al borde del abismo.

Melodrama con ambiente sureño que refleja los ambientes sentimentalmente agobiantes de un dramaturgo que me priva, Tennessee Williams. Intérpretes principales y secundarios con fuerza: unos bellísimos y especiales Natalie Wood (¡qué rostro con ángel!) y un jovencísimo y con sonrisa sin rival Robert Redford. Un Charles Bronson bruto y sexual, lástima que su personaje esté mal desarrollado en el guión (o quizá en el montaje). Un papel excelente es el de la madre lleno de fuerza, una mujer egoísta y desagradable capaz de destrozar la vida de sus dos hijas jóvenes en beneficio propio, ¡¡¡qué papel!!!, en manos de una eficaz y desconocida Kate Reid. Y la gran sorpresa, en papel lleno de posibilidades —de nuevo el guión no aprovecha al máximo las características del personaje—, una adolescente sensible —narradora nostálgica de esta triste historia— borda su difícil papel: Mary Badham, que también estuvo increíble como la niña de Matar a un ruiseñor.

Director que se iría construyendo a golpe de película y producción, aquí en una obra cinematográfica al principio de su carrera. Sydney Pollack, que además de entrar en contacto por primera vez con uno de sus actores fetiches: Robert Redford, ya va mostrando alguna de sus características como director como imprimir cierto aire de nostalgia a sus historias y ser capaz de crear buenas historias de amor.

La ambientación, el vestuario, la música… la fotografía siempre interesante de James Wong Howe… como digo todo acompañaba a melodrama de éxito. Pero quizá lo menos acertado es lo que más afecta a la historia y es su guión (firmado entre otros por el futuro gran realizador Francis Ford Coppola). Un guión con algunos aciertos pero que no logra culminar la historia, la termina de manera cortante y deja el futuro de algunos personajes sin saber cuál es su resolución. No sé si los problemas vienen además del guión, de los cortes y del montaje.

Sin embargo, no por ello es una película que desmerece. Tiene varios aciertos y varias escenas hermosas. El personaje de Natalie Wood está desarrollado dentro de toda su fragilidad y dureza, esa adolescente-mujer sensual atrapada en un pueblo ferroviario que es utilizada por su madre como reclamo sexual para su negocio (una desartalada pensión). Una mujer atrapada pero que deja volar siempre que puede su imaginación y no deja jamás de soñar. La adolescente-mujer encuentra una posible salida con la llegada de un joven forastero, Robert Redford.

El actor tiene un difícil personaje, que tampoco está del todo bien desarrollado, un forastero que llega en plena época de la Depresión con el ingrato papel de despedir a trabajadores de una localidad que gira alrededor de los trenes. Un joven duro, casi sin sentimientos —tiene una dura coraza para poder realizar ese aspecto de su trabajo sin que le caiga una gota de sudor— ni sueños que camina por la vida con exceso de realismo. El joven se siente atraído por el mundo mágico de la protagonista. No es el galán al que nos acostumbraría Redford posteriormente. El protagonista es humano, con sus luces y sombras, capaz de amar pero también de hacer mucho daño, capaz de ser tierno pero también de ser el más cruel.

En toda la película Pollack consigue dos efectos importantes que impregnan toda la narración cinematográfica: la nostalgia y la sensualidad. La nostalgia por el tono, luces y colores así como el cuidado y riqueza en la fotografía, por el punto de vista que elige para transmitirnos esta triste historia de amor (una niña con un vestido rojo y una muñeca rota camina por las vías abandonadas del tren, se encuentra con un muchacho y empieza a narrarle, de manera poética, la historia de su hermana mayor Alva), por la melodía, la música y la triste canción que se repite a lo largo del metraje. La sensualidad y el erotismo, por el calor en el ambiente, los baños en el agua, el sudor de los personajes, la propia interpretación de Natalie Wood, el jazz en algunos momentos, las miradas, el rostro de Charles Bronson…

Como digo hay varias escenas que merece la pena verse. La visita de los dos enamorados a un vagón de tren vacio, la paliza que propinan a Robert Redford o el encuentro de Wood y Redford en Nueva Orleans, reflejados ambos en una fuente… La película logra atraparte y te envuelve en un ambiente nostálgico y melancólico pero como he dicho al principio podríamos haber esperado mucho más y llegar al clímax emocional que nos deparan los buenos melodramas. Aquí nos quedamos en el camino. Nos quedamos con las ganas.

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Diccionario cinematográfico (96)

Romántico: qué es cine romántico.

Un día rojo frente a Tiffany. Un desayuno con diamantes y una Holly con un gato sin nombre. Un escritor, que en algo se parece a su hermano. Y bajo la lluvia, en un día rojo, te amo. Da igual que sea día blanco, rojo o azul. Siempre encontraremos un momento en que tú puedas hacer algo que nunca hayas hecho o yo también. Terminaremos con caretas de gato, mirándonos a los ojos, y culminemos, tal vez con un beso.

Una actriz harta de su éxito que un día se mete en una pequeña librería de Notting Hill y de pronto, el librero despistado se transforma en el hombre con el que huir de una vida de glamour y fama. Te amo sin ruedas de prensa, sin tener que se amable y bella porque sí. Te amo porque ríes, porque disfrutas de cena tranquila con amigos. Porque eres patoso y no me supone problema alguno serlo yo también.

Qué es cine romántico.

Una ascensorista con amante de esos que prometen dejar esposa e hijos, pero que nunca cumplen. Un solitario que deja el apartamento para los ligues de sus jefes para quizá algún día subir puestos. Una noche de desengaño amoroso. Y ambos solitarios se encuentran en pequeño apartamento. Yo me quito la vida y tú me la devuelves de manera sencilla. De momento no nos queremos apasionadamente, pero quizá terminemos una partida de cartas.

Un viaje en vespa por Roma entre una princesa cansada de protocolos y un periodista desengañado. Yo, princesa, me oculto en las callejuelas. Me corto el pelo, corro, juego, flirteo, me río y hago travesuras. Nada importa. Yo, periodista, dejo la noticia a un lado. Y no me enamoro de una exclusiva o de una princesa. Me enamoro de una mujer que me hacer reír.

Una historia de Filadelfia a tres voces. Una aristócrata que tiene miedo de dejar de ser mujer estatua, mujer-diosa. Con miedo a transformarse en mujer de carne y hueso. Millonario juguetón y de vuelta de todo con algún problemilla de alcohol pero seguro de que no se equivocó al enamorarse de mujer que no admite fallo alguno. Él la ama, sea diosa o mujer. Y periodista desencantado y fracasado escritor que ve en la mujer-diosa un atisbo de la vida puede ser bella. Puedo enamorarme, desenamorarme y crear. Y los tres somos felices y comemos perdices y nos revolvemos unos a otros para cada uno acabar con quien seremos felices. Pero antes nos hemos emborrachado, hemos perdido la cabeza, nos hemos equivocado…, hemos amado ciegamente.

Qué es cine romántico.

El día de la marmota se repite una y otra vez. Y una y otra vez intento conocerte y amarte. Trato de saber tus gustos, tus sentimientos, tus miedos…, y te querré siempre aunque el día se repita una y mil veces. Y siempre encontraré el momento de quererte como el primer día o el último que te conocí.

O ese amor más allá de la muerte. Que yo soy un fantasma y tu la señora Muir. Pero te amo aunque no podamos siquiera tocarnos. Aunque tu envejezcas y yo siempre sea un espíritu andante.

Qué es cine romántico.

Yo soy una cabaretera y tengo en mi poder el lenguaje y vocabulario que te interesa. Las palabras de la calle, de los suburbios, de la vida perra… y tú eres ese científico tímido y frágil… pero enamoradizo. Y yo te amo con todos los sinónimos que quieras encontrar. Y te los digo al oído. Y te provoco y me enterneces.

Te amo desde el día que bajaste de un trapecio, bella cortesana. Satine. Yo que siento que el aire me falta en los pulmones, me encuentro atrapada en los brazos de un escritor bohemio, inocente y bello. Y cantamos una melodía que no morirá nunca. Un secreto que todo el mundo sabe. Que bello es amar y ser correspondido. Eso nos pasa. Aunque yo sea cortesana, y tú un pobre escritor. Aunque tú seas una bella mujer atrapada en su trapecio y yo un escritor en busca de musa.

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Su juego favorito (Man’s Favorite Sport, 1964) de Howard Hawks

Hawks era uno de los grandes. Ya lo he dicho una y mil veces. Dominó varios géneros cinematográficos. Por él soy inmortal. Por él y su Luna nueva. Pero nunca faltaron grandes comedias en su filmografía. Ahí está La comedia de la vida, la desternillante La fiera de mi niña, la maravillosa Bola de fuego, veo a Grant con peluca y una sonrisa surge en mi boca al recordar La novia era él, y lloro de la risa al pensar en ese elixir de la juventud que transforma adultos en Me siento rejuvenecer o te entra vitalidad tremenda al escuchar las canciones de la comedia sexual Los caballeros las prefieren rubias… hasta llegar a su última comedia en los sesenta llena de vitalidad y diversión: Su juego favorito.

Como en algunas de sus otras historias presenta a hombre patoso pero tierno y adorable… enamorable. Y mujer moderna, independiente, inteligente pero irreverente, irresponsable y con grandes dosis de locura… raramente atractiva que seduce en cada aparición aunque no hace más que desbaratar la vida tranquila del héroe.

Aquí nos seduce por partes iguales un atractivo y enorme Rock Hudson en papel de hombre duro en situaciones de lo más ridículas… pero sin perder ni un ápice de galante compostura. Y una olvidada pero genial comedianta Paula Prentiss que pocas oportunidades tuvo para lucirse en la gran pantalla pero que aquí realiza papel inolvidable como heroína hawksiana. Con modelito en cada escena, porque es mujer moderna, y siempre con frase ingeniosa a punto. Desbarata la vida del hombre duro… y encima se enamoran. Porque el amor con mujer alocada e imprevisible siempre va a estar lleno de sorpresas. La capacidad de sorprender es importantísima para nunca caer en la rutina.

Hawks era un rey en la screwball comedy o comedia alocada (me gusta más así). Y en los años sesenta logra una joya de este género que vivió su época dorada durante la década de los treinta. Las dosis de locura y surrealismo están presentes, las diferencias sociales también están presentes, el personaje que introduce el caos, el personaje perplejo ante el caos, los maravillosos secundarios, la guerra de sexos, las historias de amor, y los momentos inolvidables e hilarantes.

Así es difícil olvidar las apariciones de un pobre oso. A Rock Hudson con una escayola que luego le tienen que arrancar como sea. A dos mujeres vestidas elegantemente de submarinistas mondándose de risa de un hombre que no sabe montarse una tienda de campaña. Unos pantalones de pesca que se inflan y se inflan. Una barra de bar que gira y gira. Una dama que se queda roque con un somnífero y no hay manera de levantarla de la mesa. Unos besos que provocan algo similar a un tren a velocidad trepidante…

Inolvidables también esos secundarios de oro, ese mayor millonario que pasa su tiempo en la tienda de artículos de pesca y en campeonatos en lagos, el jefe del protagonista condenado a llevar un peluquín siempre descolocado y nunca con frase afortunada en la boca, la mejor amiga de la protagonista tan alocada e imprevisible como ella, el jefe indio con su filosofía de Confucio y sus tomaduras de pelo a los turistas, la novia eterna del protagonista: hermosa, sofisticada, elegante… y aburrida…

Su juego favorito es de esas películas vitales y absurdas que siempre te van a hacer reír a carcajadas… y pensar que aunque la vida es una locura, merece, a veces, la pena. Pobre al que se le cruce una Prentiss en el camino… pero lo bien que se lo va a pasar… no lo va a cambiar por nada.

Hawks sabía cómo hacer disfrutar de la vida.

Hildy se va unos días…

Mis queridos cinéfilos:

Hildy no se encuentra porque está en una fase de agotamiento total. Y necesita cuatro días de desconexíón total para regresar el lunes con baterias recargadas.

He tenido la maravillosa suerte de tener visita de tierras mexicanas, mi adorada hermana, y he decidido coger cuatro cosas y perderme por tierras del norte.

El cine como siempre estará presente. Es de lo único que me da gusto no desconectar.

Besos enormes y pronto nos vemos en el blog para contaros, siempre, asuntos que me apasionan…, y seguro que con las baterias recargadas y la mente bien despejada y cuidada.

Hildy