El beso de la mujer araña

Molina, Molinita y Valentín.

William Hurt y Raul Juliá. Qué fuerte. Qué inmensos están ambos.

Una celda mugrienta. Un entorno horrible y cruel. Una cárcel dura.

Uno encerrado por corrupción a un menor y el otro por sus actividades políticas.

Ambos enclaustrados por no ser aceptados por el sistema social impuesto. Un sistema represor con abuso de poder y que somete a las personas a través de la violencia máxima.

Prométeme, Molina, que no vas a dejar someterte nunca. Que nadie tiene derecho a explotar a nadie.

El homosexual, la loca como se llama ella, y el preso político lleno de dudas empiezan a relacionarse en esa celda pequeña pese a ser tan distintos.

La comunicación surge a través de la narración de Molina, Molinita de viejas películas de cine de barrio. Historias de amor desgarradas desde la mujer pantera, a una película panfletaria nazi con amor trágico entre nazi salvador y francesa convertida, a la historia de unos zombis o de la mujer araña, a un melodrama de amor y muerte mexicano con boleros de fondo…Y así se van comunicando ambos. Y van surgiendo sus miedos y sus fobias. Sus sueños.

La madre enferma que quiere al hijo sobre todas las cosas.

El camarero con triste cara y triste historia de pobreza y frustración, amor ideal de Molina.

La amante Marta, con estudios, inteligente y rica. Nada la falta. La mujer que quiere que Valentín deje el movimiento y se amen para siempre. Valentín renuncia pero se siente avergonzado porque la echa tremendamente de menos. Quiere estar a su lado y tocarla. Es a ella y no a su actual compañera de lucha a quien anhela. Y Valentín se siente hipócrita.

La mujer ideal que logra hacer soñar a ambos…

Sonia Braga y su larga melena…, su sonrisa, como intérprete de melodrama o drama, como mujer de los sueños. Etérea, ideal.

Sus miedos.

No quiero ser mártir. No quiero morir en esta celda.

La tristeza sale de sus ojos, de sus palabras, de sus dedos, de sus sufrimientos…

Y cada uno aprende del otro. Y cada uno ama cosas del otro. Y cada uno descubre cosas del otro y de sí mismos.Y ambos crearán un mundo menos duro y cruel. Sin reglas ni represiones en la pequeña celda. Sin sometimientos. Sin que nadie juzgue nada. Tratarán de alcanzar una pequeña felicidad. Se amarán por generosidad, por solidaridad… en la mugrienta cama de la celda.

Soy tan feliz que tengo la sensación de que nunca seré desgraciado.

Sentí que yo era vos.

Me dejas que te toque.

Me dejas que te toque tu cicatriz.

Me gustaría que hicieras algo que nunca has hecho, que me des un beso.

Un beso.

Y Valentín enferma y Molina le cuida con muchísimo cariño. Y Valentín lo agradece pero le confunde que alguien sea tan amable con él sin pedir nada a cambio.

Y la mamá lleva bolsas a Molina de comida deliciosa y tabaco.

Para que Valentín pueda curarse.

A veces, ninguno de los dos logra salir del horror.

A veces, discuten porque tienen maneras muy diferentes de ver el mundo pero se comprenden.

Molinita se ha enamorado locamente de un hombre que se llama Valentín. Ésa fue una de sus discusiones qué era realmente ser un hombre.

A Molinita le ofrecen libertad condicional si se chiva de todo lo que el preso político le cuente. La máquina destructora con mil caras desagradables quiere nombres. Para hacerlos callar, para torturar, para someter y matar. Pero Molinita no traiciona. A él no le gusta la política. No quiere saber nombres. No quiere saber nada de luchas revolucionarias. Pero decide que ama a Valentín. Y le promete que no le dejará morir en una celda por torturas o comida envenenada que le destroza el estómago.Y Molinita, Molina acaba siendo como una de sus heroínas cinematográficas. Esas heroínas que mueren por amor, porque aman. Es como si fuese una muerte anunciada. Molina trágica, muere, como dama de cine. Aunque la tiren a un vertedero.

Valentín lucha por seguir imaginando. Él quiere cambiar el mundo pero le están haciendo morir en una celda. Y si regañaba a Molina por crearse esos mundos ideales y no analizar la realidad, ahora él cuenta con otra medicina más fuerte que la morfina. Paliza tras paliza. Valentín se atreve a soñar con su Marta que le lleva a otros mares. Y recuerda al amigo, Molina, al que quiere. Y se evade del dolor y la impotencia en una barca con la mujer que ama. 

El beso de la mujer araña (1976) es una novela del argentino Manuel Puig que fue adaptada en pantalla enorme por el director brasileño Hector Babenco en el año 1985 con Raul Juliá y William Hurt de protagonistas. Tanto leer como ver esta película es una bonita experiencia. Delicada. Dura. Triste, triste, triste.

Puig amaba el cine, los melodramas, los boleros…, y creó una novela absolutamente cinematográfica y literaria. Él no participó ni en el guión ni en la película pero en una entrevista aunque pone algunos peros reconoce el buen trabajo de Babenco y que logra transmitir mucho de lo que quería decir.

Hector Babenco realizó una película de sensibilidad donde los intérpretes William Hurt (Molina) y el desaparecido Raul Juliá (Valentín) dejan unas interpretaciones inolvidables y Sonia Braga cumple absolutamente como mujer-sueño.

El beso de la mujer araña también se convirtió en musical de Broadway y en ópera. Manuel Puig además escribió una adaptación para el teatro. 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Marathon man (Marathon man, 1976) de John Schlesinger

El maestro del suspense, Alfred Hitchcock, no es el único que empleó en sus películas un macguffin aunque fue él quien acuñó y definió el término. El macguffin es ese elemento de la historia que hace que los personajes avancen en la trama urdida pero que a la hora de la verdad no tiene mayor relevancia, sólo es una excusa para realizar historias emocionantes y que mantienen en tensión al espectador.

Un ejemplo magnífico de cómo un macguffin crea una historia de tensión es sin duda Marathon man, un thriller americano de los setenta dirigido por el director británico John Schlesinger con un guión de William Goldman (adaptando su propia novela).

El macguffin son unos diamantes, a partir, de ahí surgen unos personajes y toda una serie de peripecias que mantienen al espectador pegado a su butaca. Marathon man contiene escenas inolvidables de tensión y suspense y unos buenos personajes que hacen de esta cinta una película a tener en cuenta. Si llevas varios años sin verla, tendrás en la retina determinadas escenas pero seguro que no recordarás que son unos diamantes el mótivo que genera toda la trama.

¿Qué es lo que se recuerda? A sus personajes y algunas secuencias impactantes. Para mí el gran personaje es uno de los secundarios (gustándome bastante los principales) con rostro de Roy Scheider (inolvidable como el coreógrafo al borde de la muerte en ese maravilloso musical de Bob Fosse, Empieza el espectáculo). Ese hombre fibroso y elegante siempre al que su hermano universitario cree un hombre de negocios cuando en realidad es un agente secreto estadounidense especializado, en el momento que comienza la película, en la persecución de líderes nazis que viven con sus riquezas y sus ideas ocultos entre la gente.

Los dos protagonistas no pueden ser más distintos por eso su enfrentamiento es interesante. Por una parte, un estudiante universitario que está preparando una tesis sobre los abusos de poder, y obsesionado sobre todo por la era McCarthy por las consecuencias funestas que tuvo sobre su padre, profesor universitario, y también corredor de marathon (y admirador de la hazaña de Abebe Bikila). Ahí nos encontramos con un Dustin Hoffman perfecto en su papel de inocente metido de repente en asuntos ajenos a su vida diaria. Y, por otra parte, el ángel blanco, un líder nazi, Szell, que en su momento protagonizó terribles torturas en los campos de exterminio llevando a extremos inhumanos su preparación como dentista. Aquí nos encontramos con un gran actor británico con el rostro de un anciano y enfermo Laurence Olivier que compone un malvado inolvidable.

Por otra parte, nos encontramos con otros secundarios que enriquecen la trama, desde el punto de vista del suspense, la chica ambigua —mezcla de mujer fatal y mujer ideal— con el rostro de Marthe Keller y otro malo malísimo un agente doble —que juega continuamente a dos bandas— con la inquietante cara de un secudanrio de aquellos años, William Devane.

¿Cuáles son esas escenas que permanecen en la retina del espectador? Pues sobre todo la tortura a la que somete Szell al estudiante universitario con instrumental dental a la vez que le formula continuamente la pregunta: “¿Es seguro?”. O esa otra de un Scheider en ropa interior haciendo gala de un cuerpo admirable en una habitación de hotel parisino y atacado por un hombre con un alambre metálico para quitarle la vida. Imposible olvidar esas carreras contrarreloj de Hoffman primero en Central Park como parte de su entrenamiento y después para salvar su vida. Y tampoco se te quita de la mente esa arma mortal que lleva Szell para su defensa, una muñequera con un puñal que arrasa muertes.

Marathon man contiene una y otra vez distintas trampas de guión que hacen su visión emocionante. Esos guiones que si reflexionas despacio la película deja ver sus incoherencias pero que mientras estás al borde de un ataque de nervios viendo la trama no incomodan. Y eso amigos es bastante complicado. Sin embargo, cuando William Goldman recuerda esta película en su apasionante libro Aventuras de un guionista en Hollywood sólo tiene recuerdos para un anciano y enfermo Olivier que conquistó al escritor por su profesionalidad, fuerza y educación. Así que no se dedica a hablar sobre el guión y sobre cómo lo construyó sino que cuenta un montón de anecdotas emocionantes sobre los momentos que regaló el gran actor británico.

También, Marathon man entraría dentro de un ciclo de películas recordadas como parte de la segunda época dorada de Hollywood en los años setenta donde uno de los productores estrellas fue Robert Evans. Otro de los aspectos que se suelen señalar al hablar de esta película y que la hace ganar enteros porque efectivamente logra una ambientación acorde con el suspense de la película es la labor del director de fotografía, Conrad L. Hall, que tiene en su haber producciones magníficas como Dos hombres y un destino o dos de sus trabajos más recientes (los últimos de su carrera, tristemente murió en 2003) American Beauty y Camino de perdición.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

El mapa de los sonidos de Tokio

Nota importante o spoiler: Si aún no has visto la película y lo deseas no leas este texto. Desvelo partes importantes de la trama.

Ya lo he dicho en alguna que otra ocasión, siento debilidad por la manera de contar en lenguaje cinematográfico y las tramas que desarrolla Isabel Coixet. Conecto con su universo y su vena irremediablemente romántica. Reconozco que desde La vida secreta de las palabras no he sentido la misma emoción intensa pero sigo con fidelidad sus producciones y siempre hay momentos que me sobrecogen o me envuelven. A la directora le gusta su profesión y le gusta recrear imágenes hermosas, y para mí lo consigue.

Como siempre logra su firma personal en varios elementos, y El mapa de los sonidos de Tokio no es una excepción, buena fotografía,escenografías insólitas, si en La vida secreta de las palabras era una plataforma petrolífera, aquí rueda partes importantes de la historia en un hotel cuyas habitaciones son temáticas y la elegida por los protagonistas es un vagón de tren o también es importante el lugar de trabajo-tapadera de la asesina a sueldo, el mercado de pescado de Tokio. Por supuesto, también vierte en la historia su personal gusto musical y ofrece banda sonora de fondo de calidad. Otro aspecto significativo es mostrar historia de amor en personajes solitarios…, tremendamente romántica. A la directora se le nota no sólo su reverencial amor al cine sino también a la literatura. Esta vez se empapa de referentes cinematográficos y literarios nipones. Por otra parte, y como siempre, su cuidada selección de actores principales esta vez apuesta por Rinko Kikuchi (a la que recordareis en Babel en su papel de adolescente rebelde y sordomuda) y Sergi López, actor de filmografía interesante (y que emocionó a Isabel Coixet, y a mí también, en tierna película Una relación privada).

En El mapa de los sonidos de Tokio, Coixet nos narra un cuento de amor. Sí, un cuento literario y poético a ritmo lento. Un cuento sencillo, sin grandes complicaciones, ni sorpresas. Un cuento descriptivo. Se la nota su pasión por Tokio y nos la muestra. Con imágenes bellas e interpretaciones intensas nos va involucrando en la historia de una joven misteriosa de pelo largo negro y con flequillo llamada Ryu que trabaja, solitaria, en el mercado de pescado. El narrador de esta historia —tan sólo de una parte— es un anciano ingeniero de sonidos que es como un creador onmisciente que no sabemos cómo consigue todos los sonidos de esta historia de amor. El ingeniero de sonido siente una fascinación de hombre enamorado hacia una Ryu que permite su compañía.

Sólo los espectadores tenemos la visión completa de este mapa de sonidos. Y sólo nosotros entendemos toda la historia. Más que David, ese español que lleva tres años en una ciudad que le fascina y que se enamora de una joven que le hace feliz y, sin embargo, ella se quita la vida dejándole sin brújula en una ciudad que no es la suya. Más que el ingeniero de sonido. Más que la desgraciada Ryu. Más que ese padre, hombre de negocios, destrozado por el suicidio de su hija y que busca culpable cercano o que ese secretario de confianza secretamente enamorado de la suicida y que no duda en la venganza.

Y el cuento no puede ser más sencillo y a la vez más esperado —es decir, sabemos, aunque os he avisado por si acaso que no leáis por si os sorprende, desde la aparición de Ryu cuál va a ser su trágico final—. La redención, por amor, de una asesina a sueldo, enamorada e ilusionada de su siguiente víctima, David, que con el corazón roto la guía por los recovecos del sexo por el sexo, del sexo como consuelo y compañía, del sexo como posibilidad de no volverse loco o cometer locuras. Y ella, como joven adolescente, cae absolutamente enamorada de su David que le enseña hasta la sensualidad en los vinos que catan. Y él, la considera sólo como medicina de su soledad y pena por el amor perdido. Aunque ya le reconoce, hacia el final, cuando es tarde, que si la hubiera conocido en otras circunstancias todo hubiera sido distinto, porque realmente a él le gusta Ryu. Ríe con ella, ella con él y disfrutan del sexo. Aunque no se conocen. Aunque nunca se conocen realmente. Sólo quedará en el corazón de David ese vagón ficticio donde hacían el amor.

Y David, el hombre salvado, nunca sabrá que se le salvó de la locura y muerte segura una asesina a sueldo. Ni tampoco el ingeniero de sonido comprenderá la parte misteriosa de su amiga ni su amor roto. Y ese padre o ese amante escondido no comprenderán que le pasó a Ryu para incumplir la parte de un contrato. Ni tampoco serán conscientes —como aclara el compañero de trabajo de la tienda de vinos de David, un joven japonés sabio— del egoísmo de una niña rica con incapacidad absoluta para ser feliz o poder amar a alguien que tan sólo deja corazones rotos a su muerte…

Ya ven sólo es un cuento.

Y es evidente que les puede gustar o no. Coixet lo cuenta a su manera.

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Amores tristes. Las divas y el amor. Los divos y el amor (II)

Seguimos con crónica triste, triste, triste, como decía una Martha alcohólica al describir su historia con George en Quién teme a Virginia Woolf.

Hubo en el universo cinéfilo lo que llamaríamos en lenguaje coloquial cabras locas que iban de flor en flor y nunca encontraron ni felicidad ni estabilidad emocional. Por ejemplo, la rubia pomposa Lana Turner que tuvo relaciones tempestuosas e incluso asesinato. Esta tentación rubia vivió junto a un violento Johnny Stompanato, un gánster, que parece ser la maltrataba hasta tal punto que su hija adolescente Cheryl acabó con la vida del gánster y ambas protagonizaron un juicio mediático que terminó con la libertad para ambas.

En versión masculina un cabra loca sería sin duda Errol Flynn, el espadachín aventurero que envejeció demasiado pronto por loca vida. Flynn fue de cama en cama, una de sus esposa fue la temperamental Lili Damita, que parece ser fue la causa de que Olivia de Havilland nunca dejara de ser el amor platónico de Flynn.

Si seguimos con las damas otra coleccionista de amantes, libre como un pájaro, fue el animal más bello del mundo como cantaban los departamentos de publicidad a esa belleza morena de ojos claros con nombre de estrella, Ava Gadner que protagonizó tórrida historia que nunca terminó con el celoso Frank Sinatra. Ni contigo ni sin ti. Ambos se amaban pero no podían convivir.

Otro caso recientemente recordado por macabro aniversario fue la truncada historia entre la promesa cinematográfica Sharon Tate y el director de cine Roman Polanski. Ambos eran la pareja de moda que fue rota por el brutal asesinato de Tate por los miembros de una secta de psicópatas.

Y seguimos con escándalos, otra de las amantes eternas fue la famosa y olvidada actriz de cine mudo, Marion Davies (por cierto, una mujer cómica a tener en cuenta). Su vida se cruzó con el multimillonario y conservador magnate de la prensa William Randolph Hearst y hasta la muerte de este hombre, mantuvieron su barroca historia de amor salpicada de dificultades. Tras la muerte de Hearst, Davies ya estaba en olvido. Otra amante con hijo incluido fue la fría rubia con rostro de Catherine Deneuve que estuvo cuatro años con el maravilloso actor italiano Marcello Mastroianni.

Si me dirijo a Europa también hay todo un recetario de tristes historias de amor. Como una Simone Signoret que vivió con dignidad los cuernos de su señor esposo (con el que vivió hasta que ella tan dama, murió), Yves Montand, con una destrozada Marilyn Monroe.

Otra actriz de origen europeo vivió amores desgraciados junto a Warren Beatty. Si ayer contamos como él fue rechazado por la rubia británica, Julie Christie. Beatty rompió el corazón de una francesita con cara de niña buena y buena bailarina. Hablo ni más ni menos que de Leslie Caron.

También hubo historias bárbaras entre directores y actrices. Historias tristes. Bette Davis se dejó arrastrar por la pasión ante un director que le dio maravillosos melodramas, William Wyler, pero ambos tenía temperamentos tan fuertes que no continuaron su romance. El elegante Vicente Minnelli se enamoró de la niña-mujer de corazón roto y dependiente de todo tipo de fármacos, no logró darla la seguridad que requería y vivieron triste historia de amor que terminó en divorcio. Judy Garland continuó su particular autodestrucción. Ahora el atormentado es él, un sensible y complicado Nicholas Ray que no tuvo feliz historia con una de sus musas, Gloria Grahame, que vueltas del destino, ella terminó casándose años después con uno de los hijos de Ray. Otro director que se enamoró perdidamente de su actriz fue el mismísimo John Ford que bebió los vientos por una independiente Katherine Hepburn que no dio continuidad a la historia con Pappy.

También hubo amores entre los actores mientras rodaban películas. También tristes. Así parece que un bello y atormentado William Holden suspiró enamorado de Audrey Hepburn y que ésta le correspondió…, pero la historia no tuvo final feliz, la cortó la actriz, parece ser que por la imposibilidad de Holden de ser padre. La actriz de cuello de cisne tampoco encontró felicidad junto a otro ser hermoso, Mel Ferrer, ambos se casaron y fueron infelices y no comieron jamás perdices. De nuevo, Bette Davis es protagonista cuando en rodaje de una de sus mejores películas, Eva al desnudo, cayó en los brazos de actor joven y amor en ficción, Gary Merrill. Su matrimonio acabó fatal, tirándose trastos a la cabeza.

Hay otras historias más desconocidas pero no por ello menos tristes. Kirk Douglas, el hijo del trapero y cabra loca en juventud, bebió los vientos también por la italiana frágil, una Pier Angeli despreocupada que fue rompiendo corazones y a ella misma se lo fueron destrozando a pedazos. O, por ejemplo, un hombre con fama de serio como Henry Fonda, explican que quizá nunca pudo superar el amor de juventud que sintió por una olvidada y atormentada actriz llamada Margaret O’Sullivan (quizá todos recordemos su rostro en esa joya maravillosa que se titula El bazar de las sorpresas). También estuvo detrás de ella uno de sus mejores amigos, James Stewart.

En esta crónica de amores tristes hay dos hombres que la industria se ocupó de tapar escrupulosamente sus, quizá, tristes o alegres historias de amor. Ambos vivieron vidas atormentadas por tener que ocultar a todas horas su verdadera sexualidad. A uno de ellos esta situación le llevó a un vida llena de desgracias. El otro lo supo llevar bastante mejor y finalmente confesó públicamente su sexualidad al ser uno de los primeros personajes públicos que murió de SIDA. En aquellos años la homosexualidad no podía ser explícita (ahora tampoco os creais que tanto) y menos en dos galanes que enamoraban a millones de mujeres y eran admirados por la misma cantidad de hombres. ¿Quiénes ocuparon su corazón?¿A quiénes amaron? ¿Quiénes les rompieron el corazón? Asuntos difíciles de indagar. Ellos son Montgomery Clift y Rock Hudson.

Hasta aquí llega mi crónica. Seguiremos con futuros capítulo…, porque siempre habrá historias de amor y desengaño. 

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Amores tristes. Las divas y el amor. Los divos y el amor (I)

Muchas historias tristes pueblan el Olimpo de los actores y actrices cinematográficos. Historias de amor triste. Como bien decía aquella que alguna vez fue Margarita Cansino, “los hombres se acuestan con Gilda y se levantan conmigo”.

Los actores se convierten en mitos o leyendas. Mejor dicho sus imágenes y sus sombras…, pero luego lidian con el ser humano que llevan dentro. Con sus virtudes y defectos. Con sus fracasos amorosos.

Así cual periodista de cotilleo rosa —sí esta tarde me ha dado la vena más frívola— me dispongo a hablar de amores tristes. Porque sí. Porque de repente me ha venido a la cabeza. O mejor dicho porque hoy me he entretenido viendo Vorágine de Otto Preminger que de nuevo trabajaba con una de sus musas, Gene Tierney, mujer de corazón triste que no tuvo suerte en el amor. Y obteniendo información sobre este olvidado y curioso film me encuentro con que no fue película favorita ni de su creador ni de su musa. Que apenas hablan de él. Preminger, por su parte, sólo recuerda que durante el rodaje la desgraciada actriz andaba pérdidamente enamorada del futuro presidente de los EEUU, John F. Kennedy. Pero no hubo felicidad como tampoco la tuvo al lado del príncipe Ali Khan.

Y siguiendo la estela con el príncipe Ali Khan, príncipe al que le gustó en demasía dejarse acompañar por estrellas del celuloide tampoco aportó estabilidad emocional a una desgraciada Rita Hayworth a la que llevó al altar pero no la dio felicidad.

Rita tampoco alcanzó el deseado amor junto al niño terrible de Hollywood, Orson Welles, que no supo ver el alma frágil de su mujer, y las malas lenguas dicen que incluso quiso contribuir a la destrucción del mito cortándola el pelo y tiñéndola de rubio en plan mujer fatal en esa joya de espejos que es La dama de Shangai.

Si seguimos con damas inestables la palma se la lleva la tentación rubia. Los hombres fueron incapaces de darle algo de felicidad, ni siquiera su Arthur Miller, el dramaturgo que diseccionó su triste historia de amor en Después de la caída, donde Marilyn era una desolada Maggie. Algunos quizá trataron de entenderla pero eran igual de inestables emocionalmente, así Marlon Brando en su maravillosa biografía la recuerda con cariño. La tentación rubia, por cierto, también fue uno de los amores de JFK.

Si seguimos la crónica rosa de Hollywood otros amores desgraciados fueron los de James Dean y una joven promesa italiana, que se quedó en eso, en joven promesa destruida por la maquinaria de la industria cinematográfica, Pier Angeli. Aquí parece ser que la madre de la artista tenía mucho de que hablar y poco le gustó el joven rebelde para su niña.

Si nos vamos a historias de amantes que no tuvieron buen fin, os contaré la triste historia de Patricia Neal que se enamoró apasionadamente de un Gary Cooper que la llevó al lecho pero no al altar dejándole con el corazón roto. Tampoco Spencer Tracy quiso abandonar a la esposa, sus creencias católicas pudieron más que su amor hacia la diva independiente Katherine Hepburn que accedió durante años a ser la otra.

La muerte en pleno apogeo del amor también arrastra tristes historias como la comediante que arrebató el corazón al rey de las pantallas. Carole Lombard perdió la vida en un avión y dejó destrozado a un Clark Gable que dicen que nunca se recuperó. Otra actriz de comedia que murió de leucemia dejó triste a su caballero. Ella era la hermosa Kay Kendall que rompió el corazón del profesor Higgins, Rex Harrison. Tampoco sabemos si Liz Taylor hubiera seguido coleccionando maridos si un accidente de avión no se hubiera llevado por delante la vida del productor Mike Todd. Otra muerte triste fue la del prometedor John Cazale en los momentos en que vivía junto a un Meryl Streep enamorada.

Hollywood está lleno de matrimonios tumultuosos y turbulentos. De esos que hacen cierta la máxima ni contigo ni sin ti. Así recordamos con tristeza los amores de Vivien Leigh, también mujer inestable emocionalmente y Laurence Olivier. O nos viene a la cabeza de nuevo Liz Taylor que se convirtió en amante, en mujer casada, en dama divorciada y de nuevo en mujer casada y luego otra vez divorciada del gran actor Richard Burton (aunque tampoco quiso demostrarlo mucho). Tampoco se nos puede olvidar esa historia rota, también se casaron dos veces, de la hermosa Natalie Wood y el actor Robert Wagner… La segunda vez el motivo de la separación fue la triste muerte de la actriz en extrañas circunstancias.

Las infidelidades también rompieron historias que más tarde demostrarían la tragedia así la triste Romy Schneider vivió las infidelidades de su gran amor, Alain Delon, el actor francés que le quitó la imagen de niña pija y delicada y la convirtió en actriz trágica.

Algunos actores y directores fueron despechados por las mujeres amadas. Así Warren Beatty se quedó colgadísimo por Julie Christie. Pero ésta no quiso dejar de ser un espíritu libre. Nunca se ha casado. O la fría Kim Novak fue la musa del director Richard Quine, enamorado de la rubia, pero ella nunca dio su brazo a torcer.

Pronto continuaré con esta crónica de amores rotos y desatados que muestran que más allá del mito o la leyenda, de sombras, hay seres humanos con corazones rotos.

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Las actrices de Reencuentro (The big chill, 1983) de Lawrence Kasdan

Lo prometido es deuda, tal y como os prometí ayer, hoy les toca a ellas. También son cuatro y también están maravillosas en esta película que reivindico Reencuentro.

Cada una a su manera ha continuado presente en la sala oscura de los cines. Una fue un suspiro, pisó fuerte y desapareció. Otra sigue su carrera de gran diva pero en roles secundarios. La de más allá nunca dejó de ser una destacada secundaria. Y la última apareció en algún que otro taquillaza terrorífico y ahí se encuentra en olvido.

Meg Tilly

Con un rostro dulce a la vez que inquietante. Jovencita extraña, así aparecía en Reencuentro, Meg fue aire fresco en los ochenta. Ahí estuvo presente y a mediados de los noventa, en plena carrera prometedora desapareció de la pantalla.

Formó parte del elenco de jóvenes promesas que supuso el musical de los ochenta por excelencia, Fama. Fue otro de los rostros que demostró que Psicosis no debería haber tenido continuación en una especie de engendro que se hizo en 1983. Anthony Perkins atrapado en su papel de Norman Bates. Después llegó Reencuentro y fue el empuje definitivo. La extraña joven conquista el corazón de uno de los protagonistas y el de muchos espectadores. Así protagoniza junto a grandes actrices del momento uno de los éxitos de los ochenta, Agnes de Dios (1985), de nuevo en papel inquietante. No podía ser de otra manera.

En 1989 protagoniza con gran sensibilidad la hermosa película Valmont de Milos Forman, adaptación magnífica de la novela Las amistades peligrosas, y versión poco valorada en su momento por el enorme éxito de Las amistades peligrosas de Stephan Frears. Ella es una delicada y tierna Madame Tourvel que cae rendida a Valmont (en la ficción y en la realidad, Tilly se enamoró pérdidamente de Colin Firth, no me extraña).

Meg Tilly cada vez tenía más claro que quería dejar su carrera cinematográfica y dedicarse a otros asuntos, como asumir el rol de madre plenamente, y también posteriormente empezar una carrera literaria que le ha dado varios éxitos. Su rostro tan sólo apareció en la segunda parte de Chinatown, dirigida por el actor principal, Jack Nicholson, Los dos Jakes (1990). En una desconocida road movie con argumento similar a Thelma&Louise, Dos chicas en la carretera y en una comedia romántica que pasó sin pena ni gloria, Duerme conmigo (1994).

Glenn Close

Gran actriz y rostro maravilloso y etéreo de los ochenta. Aún su carrera es imparable y seguro que nos depara más sorpresa. Su belleza rubia, a la vez que de expresión dura y piel sensible, le ha hecho protagonizar papeles inolvidables. Fue gran diva y ahora es más exigente con sus apariciones, normalmente, en personajes secundarios.

Su carrera empezó fuerte y se convirtió en fenómeno de los ochenta por dos de sus papeles. Como Alex Forrest, desequilibrada y sexy mujer que hace la vida imposible a Michael Douglas en Atracción fatal (1987) y su increíble retrato de la marquesa de Merteuil en Las amistades peligrosas, 1988. Sin embargo, su prestigio se había ido cimentando con sus apariciones en El mundo según Garp (1982), El mejor (1985), Al filo de la sospecha (1985) y como no en Reencuentro, como doctora atormentada entre sus dos grandes amores, su marido y su amante, uno de ellos se quita la vida sin que ella pueda evitarlo.

Los noventa fueron buenos para la actriz que siguió cimentando su carrera de diva de la pantalla con grandes éxitos como El misterio Von Bülow (1990), Cita con Venus (1991) o Detrás de la noticia (1994). Se pegó algún que otro batacazo con Hamlet, el honor de la venganza o La casa de los espíritus. Y explotó su vena más cómica y delirante en dos papeles que hicieron bastante por su carrera y por la taquilla: Mars Attacks y 101 dálmatas y secuelas —fue una Cruela de Vil inolvidable—. Dentro de esta vena de cómica esperpéntica siguió con este rol en el curioso remake de Las mujeres perfectas (2004). También participó en rol secundario en uno de los taquillazos de los noventa, Air force one.

Actualmente espacia sus apariciones como secundaria de lujo y está maravillosa como actriz fetiche de Rodrigo García en dos interesantes películas corales: Cosas que diría con sólo mirarla o Nueve vidas.

Mary Kay Place

Siempre ha sido secundaria de lujo y a todos nos suena su cara. De filmografía larga, ya en los años setenta llamó la atención. Combina aparición en títulos de culto con títulos comerciales o apenas distribuidos. En los setenta su rostro aparece en New York, New York o La recluta Benjamín. Llamó a atención a todos con su alegre papel de ejecutiva soltera que siente la llamada de ser madre en Reencuentro.

Después en los noventa y siglo XXI es secundaria de lujo en películas tan conocidas como Legítima defensa, Pecker, Cómo ser John Malkovich, Sweet home Alabama o La vida sin Grace.

JoBeth Williams

Otra secundaria con carrera mínima que llamó la atención por su papel de aburrida ama de casa rica enamorada por los siglos de los siglos de su amigo de la Universidad en Reencuentro.

JoBeth hacía su aparición en uno de los grandes melodramas de finales de los setenta, Kramer contra Kramer. Su papel más popular fue el de sufrida madre en una de las películas de terror (y secuela) más exitosas de los ochenta: Poltergeist.

Kasdan padre e hijo han seguido dándole papeles en películas como Wyatt Earp o Entre mujeres.

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Los actores de Reencuentro (The big chill, 1983) de Lawrence Kasdan

Hoy les toca a ellos. Mañana a ellas. Son los protagonistas de maravillosa y nostálgica película de principios de los ochenta. Su fórmula es fácil: reencuentro de un grupo de amigos y amigas a raíz del suicidio de uno de ellos, sueños rotos, en qué se han convertido, cuál ha sido el rumbo de sus vidas, amores y desamores, besos y discusiones, risas y llantos, recuerdos…, sin embargo, todavía se quieren y quieren seguir queriéndose. Y, de fondo, una banda sonora estupenda y un guión que funciona. Kasdan nos regala una película donde reúne a un elenco masculino y femenino que serían los rostros de los ochenta. Un gran reparto de actores y actrices, algunos ya en el olvido (esperando que resuciten) y otros con sus altos y bajos pero siempre presentes.

Por esta bella película sobre la amistad (¿por qué todo el mundo recuerda Los amigos de Peter —también maravillosa— y ésta cayó más en olvido?) repasaremos y recordaremos los rostros de cuatro actores que merece la pena no olvidar.

Tom Berenger

Desaparecido en la pantalla cinematográfica, su cara recorre subproductos o recorre su robusto cuerpo por las series de televisión. Lástima de rostro que paseó por películas de los ochenta y noventa dignas de recordar. Rostro serio, mirada triste, sonrisa irónica…, y mala selección de títulos que le relegaron al olvido.

Nada parecia predecir su decadencia cuando durante los ochenta y principios de los noventa apareció en títulos interesantes y bajo la dirección de buenos profesionales. Yo todavía espero su resurrección.

Conquistó como ese actor mediocre de televisión, que preveía un gran futuro, que sólo se siente seguro ante sus amigos de toda la vida en la mencionada Reencuentro. Después aterrorizó como el sargento Barnes en Platoon (1986). Su éxito en taquilla fue evidente en el thriller La sombra del testigo (1987). Ofreció otro papel ambiguo con su cara de hombre bello pero de mentalidad racista en El sendero de la traición, 1988, y parecía que iba viento en popa cuando apareció en película íntima como El prado (1990). Aún daba sorpresas en taquilla con la curiosa La noche de los cristales rotos (1991) y formaba parte de la interesante pero fallida Jugando en los campos del señor (1991). A partir de ese momento ha seguido apareciendo sin pena ni gloria en diversos títulos de cine y televisión sin que volvamos a sentir su magnetismo como intérprete.

Kevin Kline

Rey de la comedia más alocada o rey del drama absoluto. Actor fetiche durante años del director Lawrence Kasdan. Todavía le quedan muchas sorpresas por darnos. Si ya nos dejó en el asiento con ese drama entre los dramas que fue su debú: La decisión de Sophie, fue de la mano de Kasdan como consiguió el estrellato.

Primero fue el hombre soñado y perfecto, el progresista que se vuelve, sin embargo, hombre de negocios, en Reencuentro. Ahí Kasdan de la mano y no le soltó dejando que su rostro se fuera afianzando en Silverado (1985), Te amaré hasta que te mate (1990), Grand Canyon (1991) o la romántica French Kiss (1995).

Sin embargo, sorprende al personal y se convierte en uno de los comediantes imprescindibles de los ochenta y noventa. Y reímos con él en taquillazos como Un pez llamado Wanda, 1988, o la divertidísima In&out (1997).

Su rostro, sin embargo, sigue siendo el rey del drama y nos tiene con el corazón encogido en Grita libertad (1987) o en la magnífica La tormenta de hielo (1997). En el siglo XXI sigue presente en películas de distinta índole si bien ninguna ha alcanzado una dosis de emoción similar a sus producciones de los ochenta y noventa. Yo sigo esperando. Mientras me conformo con La casa de mi vida, El club de los emperadores, De-lovely o El último show.

William Hurt

Otro de los actores fetiches de Kasdan y con carrera que merece la pena de veras. A partir de los noventa se ha decantado más por papeles secundarios o películas más arriesgadas. Todavía sigue alumbrando, con destellos brillantes de vez en cuando, las salas oscuras de cine.

Fuego en el cuerpo dio la campanada de salida en 1981 a un nuevo rostro que pisaba con fuerza. De Kasdan, claro. También le ofrece precioso papel de yonqui desencantado en Reencuentro. Le ofrece papel bombón de hombre deprimido que termina viendo la luz en El turista accidental y también le ofrece papel en la irregular Te amaré hasta que te mate.

Sin embargo, Hurt se convierte en icono de los ochenta y actor de prestigio con papeles arriesgados como el de homosexual en la maravillosa El beso de la mujer araña (1985) o convierte en supertaquillazo la historia de amor con una sordomuda en Hijos de un dios menor (1986).

Poco a poco va distanciando sus intervenciones y más bien como secundario dejando atrás su estela de estrella así le vemos en los noventa en Alice de Woody Allen o en productos cinematográficos de cine independiente como Smoke.

En el siglo XXI vuelve a estar presente con los directores del momento en películas como El bosque o en otra interpretación alabada y dura en Una historia de violencia.

Jeff Goldblum

Actor de cara extraña y altísimo. Físico peculiar que no pasa desapercibido. Sigue presente en las pantallas de las salas de cine y en los salones de las casas en series de televisión. De carrera irregular, ha sido protagonista de grandes taquillazos y tiene en su haber extrañas apariciones.

Al principio trabajó con Kasdan tanto en Reencuentro, como periodista cínico y niño grande obsesinado por el sexo, como en Silverado. Su golpe de suerte fue protagonizar película de culto, La mosca (1986). Fernando Trueba le tomó como protagonista en la extraña El sueño del mono loco en 1989.

Otro golpe de suerte fue cruzarse en el camino de Spielberg que le ha hecho protagonista de la saga interminable (parece que va a haber otra más) Parque jurásico y también estuvo en el taquillazo de Independence Day. En el año 2000 protagonizó Punto de mira sobre el rodaje de la película La Sal de la tierra por Biberman, un director en la lista negra de la caza de brujas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Relato criminal (The undercover man, 1949) de Joseph H. Lewis

Voy a intentar explicar mejor mis reparos sobre Enemigos públicos mirando un clásico de los años cuarenta. Un clásico más o menos desconocido y tampoco redondo, es decir, no es obra maestra pero sí es una obra cinematográfica bien hecha y a tener en cuenta.

Ninguno de los actores sobra, eran los tiempos en que los personajes secundarios eran cuidados y esenciales para la trama. También, es cierto que no todos están aprovechados pero hay un abánico util de personajes secundarios bien resueltos… ¿cuál estaba bien desarrollado en Enemigos públicos?

También entendemos las motivaciones de los protagonistas a un lado y a otro de la ley. En esta película, Relato criminal el punto de vista es radicalmente distinto al de Enemigos públicos, el punto de vista está situado al lado de los que con la ley en la mano —y algún que otro truco que les permita ciertas actuaciones— tratan de encarcelar a los grandes capos de la mafia. Son hombres que no se dejan corromper y trabajan jornadas interminables para conseguir pistas que les permitan juzgar a los delincuentes de la Depresión. No son considerados héroes, ni populares entre los ciudadanos, son anónimos que se tiran horas de su vida tratando de encarcelar a aquellos que se enriquecen dejando corrupción y muerte por el camino. El gran jefe de la mafia no aparece ni una sola vez en toda la película pero se siente su presencia y tan sólo tenemos contacto con sus esbirros y víctimas. Ese abogado corrupto (Barry Kelley) es genial en su papel y cometido (eso sí que es un personaje secundario mimado y desarrollado).

Hay otros personajes secundarios geniales, ese triste sargento de policía que facilita la primera buena pista al agente federal del tesoro (el incorruptible Glenn Ford, un actor que no es santo de mi devoción pero he de reconocer que tiene filmografía interesante y papeles adecuados. Éste es uno de ellos). El sargento tiene la cara de John F. Hamilton al que yo siempre guardaré en mi memoria por su papel maravilloso en La ley de silencio como padre de Eva Marie Saint. Es el hombre de la cara triste de destino trágico por un fallo del pasado que mancha su carrera.

Las muertes, tanto fuera de cámara como a cámara, se sienten. Emocionan. ¿Les da pena alguna de las muertes de Enemigos públicos espectacularidad aparte? Esa muerte de uno de los esbirros corriendo por una tumultuosa calle popular perseguido a gritos por su hija que ve cómo le cosen a balazos…

En algo fallan las dos. En la compañera femenina. En la función del personaje que enamora al protagonista. En ambas, estas mujeres están interpretadas por buenas actrices con sobrado talento (en esta Nina Foch) y sin embargo son desaprovechadas en el papel de mujer florero. Devotas amantes y mujeres a la espera del héroe. Alguna vez en peligros y rodeadas de un halo de mujer soñada.

En Relato criminal la estructura es clásica y la película se va poniendo más y más emocionante según avanza el metraje y tiene su escena clímax. Sin embargo, Enemigos públicos (que como repetí ayer me entretuvo y me volvió a enamorar mi Johnny pero claro hay que se objetiva) tiene todo el rato altos y bajos en su estructura y está poblada de escenas clímax que no ayudan en absoluto a contar mejor la historia o a emocionar por las actitudes de sus personajes. Nos deja igual. Sus personajes no tienen alma, algo que sí tienen cada uno de los personajes de Relato criminal (hasta los papeles más mínimos e incluso los peor desarrollados están mejor que cualquier secundario de la película de Mann).

Así que os digo, no está mal pasar una tarde con la acción y las imágenes impactantes (algunas bellas) de Enemigos públicos pero combinarla con otra tarde en la que se vea un clásico tipo Relato criminal para poder ver cómo se cuenta bien una historia (la cantidad de recursos tanto visuales como de guión con los que se puede relatar bien una película), sin ser obra maestra pero sí de factura intachable, incluido el guión. No tenemos más que mirar al pasado para no confundirnos con el presente.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons. 

Enemigos públicos

Les confieso que siento un amor apasionado por Johnny Depp, no les voy a mentir. Desde hace tiempo cada vez que mi divo sale en pantalla cinematográfica hago visita obligada a sala de cine. Les confieso que me hacía ilusión que esta vez no se distorsionara el rostro o se disfrazara de arriba abajo y me dejara disfrutar de su cara, al natural. Les confieso que me hacía ilusión verle en película de viejos tiempos, película de gánsters, tipo años 30. Les confieso que tenía toda la intención de disfrutar de Enemigos públicos y por último les digo que me entretuvo dicha producción. Pero también les vuelvo a confesar que la película de Michael Mann se quedó en el intento de crear un clásico. Y es una pena porque tenía todos los ingredientes para ello.

Me quedo con escenas y momentos. ¡¡¡Pero lástima de guión!!! Fracasa estrepitosamente en la estructura de la película y en la creación de personajes secundarios (y mira que contaban con los intérpretes idóneos). Es película de usar y tirar. Disfrutamos lo que dura la película, y después…, el olvido. De mejor factura que los habituales blockbusters veraniegos, me dejó con la miel en los labios. Lástima de galería de personajes mal aprovechados que no llegan a emocionarnos, ni siquiera la muerte anunciada del hermoso Depp nos deja sin respiración (no desvelo nada pues Dillinger es personaje histórico y ya se sabe cómo terminó). Se queda su rostro en leyenda a medio camino…

Lástima porque no sentimos la complicidad entre los miembros de esta cuadrilla de ladrones de bancos. Ni tampoco vemos claro los motivos del cerebral equipo policial encabezado por un todopoderoso de rostro frío, agente Purvis (oh, qué pena Christian Bale que se encuentra solitario en su cometido). No hay tensión en la persecución y lucha entre ambos. La historia de amor no llega a punto elevado y eso que hay diálogos y escenas hermosas y una Cotillard con química con un Depp hermoso. Pero el romanticismo no llega, ni los suspiros, ni los sueños…

Y mira que Michael Mann homenajea por activa y por pasiva aquel buen cine clásico que contaba buenas historias y buenos personajes. Aquel cine que narraba peripecias y que creaba héroes con los que el público se identificaba y estremecía. Así la película de Enemigos públicos cuenta con bellas escenas en sala de cine. Y gracias a ese amor al cine clásico y a las leyendas cinematográficas vivimos los hermosos últimos momentos de un Dillinger que disfruta viendo una buena película y Mann recupera bellas escenas de El enemigo público número 1 (Melodrama Manhattan, 1934) con William Powell, Myrna Loy y Clark Gable de chico malo. O esa escena, donde los hombres de Dillinger y él mismo planean una de sus fechorías mientras en noticiario ponen la foto del hombre perseguido, del ladrón de bancos, y pide a los espectadores que miren a derecha o a izquierda porque Dillinger puede estar sentado a su lado. Qué lástima porque Depp no logra convertirse en la leyenda que todos esperamos, ni Bale en su antagonista esperado. Disfrutar sí, disfrutamos. Pero es película olvido, me la paso bien, y no la guardo en memoria.

Ahhhh, por cierto, me ocurrió algo curioso. Enemigos públicos era digna película de estrellas. De estrellas del pasado y con un mejor guión, no digo yo que no se hubiera convertido en clásico recordable, y de pronto viendo a la Cotillard, su personaje, su look, su peinado, su manera de moverse en pantalla, me recordó a una diva y me hizo pensar en qué bien hubiera estado con este personaje bien desarrollado, me hizo pensar en una Natalie Wood como chica del gánster. Curioso, ¿no?

Lástima de Enemigos públicos porque había actores, de los buenos, para haber acometido una buena película de gánsters en su fórmula clásica y habernos recordado viejos tiempos no sólo por una ambientación perfecta sino por unos personajes que nos llegaran al fondo del corazón porque tenían alma y no sólo una metralleta que disparar o unos cuantos bancos que robar. Las fugas carcelarias, que si amas a los personajes, son emocionantes y llenas de tensión, aquí simplemente no están mal rodadas al igual que los tiroteos.

Lástima porque me hubiera gustado enamorarme de una leyenda, de un bandido a lo Dillinger-Depp, héroe romántico y malvado a la vez de la época de la Depresión, y tal vez haber echado una lagrimilla con su desaparición y su trágica historia de amor. Me quedé inmutable, diciéndome, qué entretenida, sin más. Qué lástima.

Y tantos actores como Crudrup, Bale, Dorff, Russo, Graham…, como si no estuvieran, como un suspiro mal acabado.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.     

La decisión de Sophie (Sophie’s choice, 1982) de Alan J. Pakula

A esta película la guardo con gran cariño en mi mente. Recuerdo que la vi una noche de madrugada en la televisión, una noche en la que no podía dormir, hace muchos años cuando todavía era estudiante. La vi empezada pero me atrapó y me impactó de tal manera que se me quedó totalmente grabada. No la olvido. Y me apena que nadie todavía se haya atrevido con una buena reproducción en dvd (si existe, ignoro su existencia), los secretos y misterios de la distribución son incomprensibles para alguien que ama al cine y sólo exige su difusión con calidad.

La decisión de Sophie es película delicada, película de personajes, una historia de amor, amistad y horror, una buena adaptación literaria de la novela del mismo nombre de William Styron (recomiendo también su lectura), una película con unos intérpretes de quitarse el sombrero, una película que emociona en cada visionado…

Tiene todos los ingrendientes necesarios para contar una buena historia en imágenes y las aplica. Su resultado es evidente. Desde una banda sonora, para mí, envolvente y nostálgica (la melodía de Marvin Hamlisch) a una fotografía delicada y perfecta (sólo podía ser del maestro Nestor Almendros). Y Alan J. Pakula ofrece uno de sus trabajos, en mi opinión, más perfectos.

Pero ésta es una historia que avanza por la increíble personalidad de sus personajes y unos intérpretes que se transforman en ellos. Así Meryl Streep es una Sophie insustituible en su retrato de una mujer con el dolor en el rostro y un alma rota; Kevin Kline nos desgarra y enamora el alma cada vez que su atrayente y maravilloso Nathan pierde la cabeza y de su boca salen las palabras más hirientes…, cuando minutos antes le hemos oído las más hermosas; y un jovencísimo Peter MacNicol (que se perdió para siempre para el cine y resucitó brevemente con su papel de abogado especial en la serie televisiva Ally McBeal) enternece en cada una de sus apariciones con esa mirada entre inocente y reflexiva…, y esa sonrisa. Él es Stingo, el joven sureño, narrador de esta historia envuelta en nostalgia y cariño hacia Sophie y Nathan, dos almas rotas que crean un mundo maravilloso a su alrededor para no caer muertos…, pero cuando ese mundo se desbarata o se resquebraja los dos se convierten en seres indefensos que temen más a la vida que a la muerte. Tanto dolor reunen ambos.

Y Sophie nos va desgranando en escenas clave su pasado, unos flash back que reflejan el horror y la complejidad de una guerra inhumana, deshumanizada, capaz de eliminar a seres humanos por el hecho de ser judíos, polacos, comunistas, gitanos, homosexuales…, y nos vamos acercando a su decisión, a lo que la obligaron. Sophie es personaje complicado que no puede con la culpa de haber sobrevivido a los campos de exterminio. Sólo el mundo imaginario que construye a su alrededor Nathan la hace huir del horror.

La complicidad entre los tres personajes, su amistad, hacen la película más hermosa y dolorosa. Así como la admiración que siente Stingo por sus dos vecinos que va creciendo a lo largo de toda la historia a pesar de que poco a poco va descubriendo la verdad sobre su dolor, los secretos, y les va quitando sus caretas de defensa.

Y son tan hermosas las escenas de amistad, son tan hermosas las escenas de amor, y es tan delicado el retrato que crea Stingo de sus dos vecinos, que logra transmitirnos a todos los espectadores su relación con ambos personajes. Su mirada.

No quiero desvelar más cosas ni realizar mis propias reflexiones. Prefiero que la descubran y que les impacte como a mí me impactó la primera vez que la vi. O si ya la han visto, que recuerden o saboreen ese champan en el puente de Brooklyn o que las lágrimas caigan de sus ojos oyendo un poema de Emily Dickinson.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.