Comentando un artículo de cine

Tengo ya en mis manos el nuevo número de Fotogramas del mes de noviembre. Y me he detenido en un artículo que firma la redacción sobre alguna de las películas que se estrenaron en 1984 y me ha sorprendido comprobar que en aquellos años íbamos mucho al cine.

De las quince nombradas recuerdo haber ido en el momento de su estreno a Los cazafantasmas (vuelve a ser rememorada en Rebobine, por favor… con cameo de Sigourney Waver) y disfrutar con la música y la tontería. También acudimos en masa a la indispensable segunda aventura de Indiana Jones en el Templo Maldito que me gustó mucho menos que la primera. Gremlins recuerdo que en su día no pude verla porque cuando me decidí fue en un cine que la ponían en sesión doble junto a Los Goonies… ¡¡¡y se armó la marimorena!!! A todos los niños y adolescentes del barrio se nos ocurrió la misma idea…, ir a verlas, y fue tal el colapso que ni me pude acercar del jaleo que había ya estaba la policía, ambulancias…, tuve que esperar a otra ocasión… Con Tras el corazón verde me lo pasé pipa y por supuesto sufrí con el muchacho de Karate Kid y me encantó la postura esa de pájaro que aprende para poder ganar el último combate. La mujer de rojo no me dejó mucho recuerdo, la verdad, aunque sí soy consciente de que fui a verla. Y por supuesto volé y soñé con La historia interminable y se me quedó la musiquilla de la banda sonora que tatareaba una y otra vez.

A la que ni me acerqué fue a Pesadilla en Elm Street ni cuando la sacaron más tarde en vhs. Yo cine de grito, terror, pesadilla y casquería ni loca. Hasta tal punto que recuerdo que en un cumpleaños, la amiga que cumplía, orgullosa, propuso el plan de verla en el vídeo y yo por no chafar el plan dije que vale…, pero estuve toda la película de espaldas. Y tampoco tenía mucho amor todavía a las películas futuristas así que Terminador no me apeteció en absoluto. Y por aquellos años tampoco veía ninguna gracia a las comedias de Tom Hanks, no fue hasta Big que le empecé a dar alguna oportunidad.También ya en la época del vhs, me saqué Footloose… ¡¡¡y cómo me gustó!!! Por supuesto me encandiló ese chico delgadillo y bailón con cara de Kevin Bacon.

Top secret la vi años más tarde y sufrí un ataque de risa ante la estupidez del baile de ballet y las mallas marcasuperpaquetes de los bailarines… Y, sí, confieso también me reía con Loca academia de policía y me encantaba Steven Guttenberg o el poli que hacía ruidos absurdos.

Fíjense ustedes que recuerdo que fuimos toda la familia a ver Amadeus y quedé subyugada con la historia y la risa de Mozart.

¡¡Vaya mezcla de películas, calidades y géneros!! Pero reconozco que nos lo pasábamos muy bien y disfrutábamos de ir al cine, de esos locales inmensos, los cines de barrio (en extinción absoluta) donde un montón de gente nos juntábamos para disfrutar…sesión doble o continúa, de historias y aventuras. Donde a veces llevábamos la lata de coca-cola y el bocata de chorizo o paté…

Dios, cómo es la nostalgia.

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Momento inolvidable de Único testigo (1985) de Peter Weir

John Book (Harrison Ford, hermoso), un policía oculto en una comunidad amish por un caso de asesinato, trata de arreglar un coche en un granero con la tenue luz de una lámpara de gas mientras Rachel (Kelly McGillis) una bella amish —su pequeño hijo ha sido el testigo del asesinato— le acompaña.

De pronto, pone en marcha la radio del coche y empieza a sonar What a wonderful world this would be… Y entonces ocurre la magia.

La atracción.

La sensualidad.

El erotismo.

La camisa azul abierta de Book.

La sonrisa de Rachel.

Y Book empieza a cantar, a susurrar la canción…

La saca a bailar. A una Rachel que ríe la broma. Que se divierte.

Una Rachel que sabe mirar a un Book hermoso, pletórico.

Y las miradas de él…

Broma y seducción.

No hay beso.

No hay desnudo.

Pero esas miradas…

Pero esas risas…

Pero esos pasos de baile…

Rachel y Book se atraen.

Todo queda envuelto en una emoción palpitante, erótica.

Y de fondo la voz de Sam Cooke.

Eso es un momento mágico e inolvidable…

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Diccionario cinematográfico (113)

Teléfonos: ¡No me digan que no hay un idilio del cine con el teléfono! ¡Cuántas escenas nos vienen a la cabeza… de cine romántico, de terror…!¡Escenas de lágrimas o de buenas noticias! La espera de la llamada, la llamada en sí. ¡Cuántas veces hemos atendido al mensaje que ha recogido el contestador!

Quién olvida el beso más hermoso del maestro del suspense en que los protagonistas, Bergman y Grant, están encadenados a un teléfono.

No se cae la cara de ternura al ver a Keaton fotógrafo llamar al teléfono a la mujer amada y ésta lo coge y le explica cómo llegar y mientras se lo cuenta, nuestro cara de palo corre y corre por las calles hasta alcanzar a la muchacha amada que sigue hablando por el teléfono.

Y qué me dicen de la comedia más recordada de Hudson y Day donde el máximo protagonista y el rey del conflicto es una línea telefónica compartida. ¿Cuándo el uso del teléfono fue tan vital?

Y no recuerdan ese teléfono que no deja de sonar en Érase una vez en América que obsesiona a un De Niro. O esa llamada que recibe una Grace Kelly y que todos sabemos que quizá muera asesinada (de nuevo el maestro del suspense)…

Y que me dicen de ese Brad Pitt en país lejano, en cabina, ocultando su sufrimiento —podemos opinar que egoísta ante todo el horror y dolor que nos describe Babel— a los hijos amados y cambiando la vida de la mujer mexicana que se ocupa de la casa… que sólo quiere tener tiempo para ir a la boda del hijo adorado. El teléfono y la incomunicación.

O esa Magnani abandonada por su amor en llamada telefónica que ella no quiere cortar. O la Stanwyck oyendo un cruce de llamadas, aterrorizada, mientras escucha su propio asesinato…

Esa cabina a lo mercero que deja a un José Luis López Vázquez en una cárcel-pesadilla. La misma cárcel que vive La Rosa en esa cabina clamando ayuda, ayuda, que no llega.

Hasta el telefonillo tiene escenas para recordar como ésa en que el hijo de la novia se declara bajo la lluvia a la mujer de sus sueños, amada.

¿Y no recuerdan esa escena de amor contenido, ante noticia telefónica, de una Reed y un Stewart para comérselos en ¡Qué bello es vivir!?

Estas escenas sólo son un aperitivo sin final.

No puedo dejar de escuchar llamadas que nadie atiende, conversaciones de amor y odio, llamadas que salvan vidas, mensajes de voces que quizá nunca vuelvan a escucharse, sms que anuncian una nueva vida, móviles que dejan escuchar su melodía y quizá un voz que se espera oír…

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Sidney Poitier

Poitier cambió el papel de los afroamericanos en el cine. Él se convirtió en una especie de azotador de conciencia social sobre el conflicto racial en una época de cambios y transformaciones. Se convirtió en un símbolo y quizá este motivo fue el que a la larga perjudicó su carrera. Brilló con luz propia en los años 50 y 60 pero cuando el símbolo quedó superado, no pudo acceder a buenos papeles y su carrera se llenó de títulos que no pasarán a la historia del cine. Ni siquiera en las películas que empezó a dirigir en los años setenta. ¿Por qué si es un actor de mostrada solvencia no ha vuelto a resurgir de las cenizas? Son los misterios que deparan ciertas carreras.

Sin embargo, Poitier siempre ha mantenido en alza su nombre y aún en el siglo XXI no ha sido del todo olvidado. Protagonizó películas muy populares en los años 60 que aún sirven para rellenar la parrilla televisiva del mediodía o la noche y dotarla de cierta calidad. También es cierto que algunos de sus mejores trabajos apenas ven la luz.

Poitier no lo tuvo fácil. Su infancia la vivió en un ambiente de pobreza y delincuencia. En su adolescencia sintió lo que significaba el racismo. Y, tan sólo, cuando se fue a vivir a Nueva York empezó a subir escaleras, después de duro trabajo, en el mundo de la interpretación. Empezó en el mundo del teatro y se trabajó mucho el ser admitido en el American Negro Theatre, con constancia lo logró y pronto adquirió cierto renombre en los escenarios.

Pero curiosamente fue el cine quien le hizo saltar del anonimato y quien le convirtió en símbolo. En otra manera de presentar a un afroamericano en la pantalla que hasta ahora había estado, salvo muy raras excepciones, hasta arriba de estereotipos mal tratados.

Su debú fue en una muy buena y olvidada película de Joseph L. Mankiewicz, Un rayo de luz en 1950 donde Poitier es un doctor negro que se topa con unos delincuentes que le amargan la vida a través de su racismo exacerbado. Después destacaría también en una película de profesor (esta vez es Glenn Ford) que lleva a unos alumnos marginales por el buen camino —años más tarde él también se convertiría en este tipo de maestro— en una obra menor de Richard Brooks, Semilla de maldad. Con este director trabajaría también en otro melodrama de conflictos raciales que se titulaba Sangre sobre la tierra (1957) y en ese año tendría otro papel secundario relevante en otro melodrama histórico, La esclava libre.

En el año 1957 y 1961 el director Martin Ritt trabajó con Poitier en dos buenos papeles en dos películas olvidadas pero que merece la pena ser descubiertas. Ambas tienen una mirada y óptica moderna tanto de temática como de planteamiento de conflictos. La primera fue Donde la ciudad termina, interesante película de estibadores donde Poitier despliega todo su encanto como personaje. El es un obrero trabajador que entabla amistad con un joven conflictivo y acomplejado con cara de John Cassavettes. Ambos no sólo alimentan su amistad sino que comparten el duro trabajo más duro si cabe por los trapicheos de un de los jefes que además es racista. El drama está servido.

La segunda fue París Blues una buena película de jazz para lucimiento de Newman pero muy bien respaldado por un bello Poitier. La película transcurre en París donde dos músicos norteamericanos se encuentran en su salsa y entregados a su pasión… pero dos mujeres se cruzan por sus vidas y todo cambia. Quizá la historia que peor ha envejecido sea la de Poitier pero se deja ver muy bien y se entiende perfectamente en el contexto histórica de la película.

Poco a poco Poitier no dejaba indiferente y sus películas conseguían atraer a los espectadores que compraban religiosamente su entrada para ver una película donde actuara él. Así protagoniza Fugitivos en 1958 donde forma pareja con Tony Curtis, ambos tienen que huir unidos pese a sus diferencias. Éste fue su primer trabajo con Kramer. Un año más tarde actúa en uno de los ambiciosos proyectos de Preminger que ya había llevado el musical Carmen Jones sólo con intérpretes negros y repite jugada con otro musical clásico Porgy y Bess, el actor masculino ya no es Belafonte sino Poitier.

La academia es consciente de que Poitier se está convirtiendo en fenómeno sociológico y le premia con un oscar a mejor interpretación masculina en una simpática y sencilla película  —tengo recuerdos lejanísimos de ella, tendría que revisitarla—, Los lirios del valle (1963) donde Poitier ayuda con su trabajo a una comunidad de monjas. Este oscar es mil veces recordado porque fue el primero que recibió un actor negro.

Su gran y último año de gloria, donde alcanzó las cotas máximas de popularidad y donde protagonizó tres películas que son revisitadas una y otra vez en televisión, fue 1967. Con otra popular película de Kramer, Adivina quién viene esta noche, con un drama policial y racial, En el calor de la noche y con una pequeña película pero muy popular en la que se transforma en ese profesor que lleva por buen camino a jóvenes rebeldes, Rebelión en las aulas. A partir de este momento empezó el declive en secuelas o películas que no volvieron a situarlo a tan alto nivel. Lo que había representado no daba más de sí para nuevos argumentos…, y curiosamente, pese a su capacidad no se recicló o no le dejaron reciclarse en otro tipo de papeles que sin duda hubieran ganado con su presencia.

A partir de los setenta apareció en películas poco reseñables y sí es curioso destacar que se convirtió en director y protagonista de varias películas que mezclaban la aventura y la comedia en los mundos del western, el cine criminal o el boxeo…, que no funcionaron bien ni en taquilla, crítica y público.

Pero ahí sigue, Sidney Poitier, como leyenda, a sus 82 años, con una carrera donde interpretó muy buenos papeles, un actor además con el peso de ser también símbolo.

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La tierra de la gran promesa (Ziemia obiecana, 1975) de Andrzej Wajda

Parto de un total desconocimiento de la obra cinematográfica del director polaco Andrzej Wajda y también de que La tierra de la gran promesa es la primera película que veo de este realizador. Parto también de poca sabiduría sobre los profesionales que salieron de la Escuela Polaca de Cine (siendo el más internacionalmente conocido Roman Polanski). Sólo decir que La tierra de la gran promesa me ha impactado de manera brutal.

Vivir las andanzas de tres amigos amorales (uno polaco, otro judío y el de más allá alemán) que realizan todas sus pesquisas para construir una industria en la ciudad de Lodz ha sido escalofriante. Nos situamos a finales del siglo XIX y en esta localidad polaca se encuentra el centro de la industria textil, así, la película narra de manera impactante los pasos de un capitalismo feroz, sin ningún tipo de ética, que sólo mira por la producción y la acumulación de riqueza. Los trabajadores no son seres humanos, ya lo dicen varias veces distintos personajes de la película, los empresarios no los miran como personas con alma sino como piezas del engranaje para producir y poder enriquecerse. Pero es que a los empresarios, usureros, jefes…, tampoco se les puede tildar de humanos.

La tierra de la gran promesa (que es una adaptación de una novela del escritor polaco W. S. Reymont) está llena de escenas duras, tan duras que en más de una ocasión aparté la vista. Pinta de una manera que hace temblar los distintos ambientes y las distintas situaciones que se producen en esta película coral o tapiz de época. No es de extrañar que al final, entre los trabajadores, en otra escena extrema, salga a relucir una bandera roja.

Dentro de una película coral, destacan los intérpretes que ponen cara a los tres amigos (que son los que digamos dan un sentido narrativo a esta obra). Así he podido conocer a tres intérpretes, con los que ha trabajado Wadja en varias ocasiones, Daniel Olbrychski (él es el joven polaco, frío como el hielo, pero que serán sus devaneos amorosos los que en un principio no le dejarán prosperar), Wojciech Pszoniak (es el joven judío con dotes para las relaciones sociales y los tratos) y, por último, Andrzej Seweryn (como el alemán luterano que se va dejando llevar y se mete de lleno en el negocio con sus dos amigos).

Los cimientos de un capitalismo cruel van desarrollándose a lo largo de esta historia, la caída y ya poco peso de la clase aristocrática, la subida al poder de hombres sin escrúpulos que se van enriqueciendo a costa de la explotación y la pobreza de sus trabajadores…

Para que os hagáis una idea. En una de las primeras escenas se ve uno de los protagonistas repasando y revisando el trabajo de las máquinas textiles y los obreros. De pronto, ve cómo una de las telas que sale de una máquina va empapada de sangre, metros y metros, se da la vuelta y se ve cómo a uno de los obreros la máquina le ha arrancado el brazo. A él tan sólo le preocupa la cantidad de producción pérdida, pide que quiten de ahí al obrero sin mostrar compasión ni dar solución alguna, y exige que se siga trabajando y se recupere la producción que se ha perdido. Sin pestañear siquiera. Y escenas con esta crudeza aún hay más.

Otra escena que merece un pequeño análisis y que llama la atención es toda la que transcurre en el teatro. Entre el esperpento y el análisis de esa nueva clase que se está formando de hombres de negocios. Las relaciones entre ellos. La vida en los palcos y en el patio de butacas. Lo que menos interesa es un ballet de jovencitas a lo Degás o un número cómico que roza el esperpento. Así como, también queda reflejado cómo los protagonistas miran a las damas tan sólo por las joyas que ostentan y las posibilidades de subir escala social.

Dentro de este tapiz de personalidades brutales donde se hacen y deshacen tratos, se desprende algún personaje secundario positivo que da por lo menos una visión de que hay gente con ápices de dignidad y de humanidad. Entre estos personajes destacarían un empleado que no aguanta el sistema de trabajo y el trato que reciben los obreros y que abandona su puesto expresando todo lo que piensa a sus jefes o la dama aristocrática que en un principio es el objetivo amoroso de dos de los protagonistas que termina retirándose y no entrando en el juego de las apariencias. En un momento dado también muestra interés por la suerte de los trabajadores de la fábrica de su prometido.

La tierra de la gran promesa es una película de análisis no sólo por lo que cuenta sino por el año en que está realizada, por cómo lo cuenta, por la novela que adapta, por la presentación y exposición de un capitalismo sin concesiones, por el periodo en que la rodó Wadja y el lugar que ocupa en su obra.

Ahora, confieso que sin tener muchos conocimientos del director o del cine polaco, La tierra de la gran promesa impacta y es imposible que deje indiferente.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Frost contra Nixon (Frost/Nixon, 2008) de Ron Howard

Hago confesión: Frost contra Nixon ha sido toda una sorpresa.

Sigo con la confesión: la sorpresa ha sido gracias sobre todo a la construcción de un personaje y a la increíble interpretación del actor que lo representa: Frank Langella.

Frank Langella se transforma en un Nixon humano muy humano y con un carisma superior al hombre real en el que se metamorfosea.

Frank Langella es un Nixon con personalidad compleja llena de matices que realiza un duelo con un entrevistador. Los dos tienen mucho que ganar y perder. Es una batalla. Y ambos lo saben. Los dos se convierten en rivales de nivel (aunque Frank Langella gana por goleada en interpretación y carisma a un Michael Sheen al que se come con patatas fritas. Aunque su personaje también tiene su profundidad y su aquel pero no está tan increíblemente descrito ni interpretado).

Nixon, en el momento que se realizan las famosas entrevistas, es un ex presidente con un alto índice de impopularidad, ha dimitido por el caso Watergate, tiene problemas de salud, Ford al tomar el cargo de presidente ha quitado toda posibilidad de que se le juzgue por actuaciones ilegales en el ejercicio del poder, ahora Nixon es un hombre retirado pero que no soporta la palabra jubilación, que no asume no estar en activo y con el poder en sus manos y que ve en estas entrevistas una posibilidad de limpiar de nuevo su imagen y volver a resurgir de las cenizas.

Frost es un popular presentador de programas espectáculo con poco prestigio en el periodismo serio o de investigación política pero que sabe mucho de audiencias y del mundo televisivo. No se acerca a Nixon para una entrevista de análisis político sino como una posibilidad de alcanzar cotas de audiencia altísimas y también por un cambio de prestigio en su trabajo, que se el considere como un periodista capaz de abordar una entrevista seria. Al principio, aborda su trabajo como siempre, como espectáculo que mueve audiencias pero poco a poco al intimar con su adversario y con los hombres de su equipo de producción y realización, se mete de lleno en una batalla intelectual entre dos cerebros que tienen mucho que ganar y mucho que perder.

La importancia histórica de estas entrevistas de Frost a Nixon es que ahí el ex-presidente confesó que había realizado durante su mandato actos ilegales y también mostró arrepentimiento por todo lo que había sucedido.

Sin embargo, la película no deja de ser polémica porque el personaje de Nixon, representado por Langella (con un guión que es una adaptación de una obra de teatro de Peter Morgan), presenta un gran atractivo (que no sabemos si poseía el personaje real) como persona con un alto nivel intelectual y con un conocimiento amplio de la persuasión, el debate y la manipulación. Es tal el poder de seducción que irradia que en toda su complejidad el espectador termina compadeciendo y entendiendo a una figura compleja y más gris de lo que es el personaje cinematográfico. Langella consigue plasmar un hombre con todos sus defectos y también virtudes y logra representar a un interesante personaje político…, que sinceramente, no creo que sea cercano al original. Nos regala escenas inmensas como esa explosión de sinceridad en una llamada telefónica a Frost, que luego no recuerda.

Por otra parte, también supone una sorpresa que ante esta película, de carácter político y contenida, el director sea Ron Howard, un realizador que conoce los entresijos del cine comercial y que cuando lo hace bien da en la diana, en sus hombros se sitúan taquillazos como Cocoon, Willow o Una mente maravillosa. También es el que está llevando a pantalla —con más pena que gloria pero con dividendos en taquilla— los best seller de Dan Brown. Así que Frost contra Nixon es una apuesta arriesgada del director que logra una narración cinematográfica ágil apoyado también por un buen guión y un reparto acertado. La película se presenta como un falso documental con declaraciones de los protagonistas y con la recreación de las entrevistas y el ritmo nunca decae.

Vuelvo a repetir Frost contra Nixon me supuso una sorpresa y además me hizo dudar de nuevo de si el oscar del año pasado se lo merecía Sean Penn. Mi apuesta fue por Mike Rourke pero después de haber visto a Langella…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El secreto de sus ojos

La vi ya hace una semana o más pero aún no me había decidido a comentarla. Juan José Campanella volvió a conquistarme pero por la construcción de sus personajes y por su sentido de la vida absolutamente romántico.

Me conquistó por esa mezcla tan real de la vida donde cabe la comedia y la tragedia. Los momentos tristes y los momentos más alegres.

Me engatusó porque, de nuevo, deja papel principal en manos de un Ricardo Darín que como siempre se come la cámara a mordiscos y encarna como nadie al tipo creíble, esta vez un funcionario de un Juzgado Penal. Y, también, porque como nadie lo hace se enamora, en silencio, y a base de miradas, de Irene con rostro de Soledad Villamil (que ya demostraron su química en El mismo amor, la misma lluvia). Y porque de pronto me descubre un personaje secundario de quitarse el sombrero, el gris funcionario de penales con problemas de alcohol pero con una inteligencia y honestidad que le vuelven dulce, con una capacidad para el humor que seduce continuamente al espectador de la mano de un actor desconocido para mí, Guillermo Francella (reconocido cómico argentino). El es el héroe cotidiano y mejor amigo con todas sus miserias y riquezas.

Ahora Campanella cambia de género y se decanta por el cine negro o de intriga que sólo sirve de telón de fondo para contarnos historias de amor, amistad, historias de injusticias sociales pero con la posibilidad de que haya personas que luchen siempre por cambiar ese mundo y crear otro posible…, aunque fracasen.

Quizá en las claves del cine noir es donde Campanella tiene algún que otro acierto pero también algún patinazo que hizo que la película no fuera absolutamente redonda para mí.

El director, también guionista, toma como argumento la novela de Eduardo Sacheri, y regala imágenes cinematográficas y diálogos para el recuerdo. Nos habla de la nostalgia, del pasado, de la importancia de las fotografías, y nos sugiere aunque nunca se diga explícitamente sino que se intuya por la historia y el ambiente del Juzgado que la historia de ese asesinato brutal a una joven que marca la historia de su marido y del protagonista, Benjamín Espósito, ocurre durante tiempos convulsos de la historia argentina, momentos antes de la terrible dictadura militar.

Los personajes menos creíbles (y para mí peor construidos) en esta, por otra parte, magnífica historia, son dos personajes de suma importancia para la trama noir y son los que estropearon mi deleite ante una obra que intuía grande: el esposo de la víctima y el asesino de la joven. Que son además los que rizan el rizo en un momento de clímax de la trama…

Sin embargo, Campanella como siempre nos filma momentos grandiosos por su sensibilidad extrema. Toda la presentación de la víctima y su terrible muerte así como la primera vez que el protagonista ve el cuerpo. La importancia de los álbumes de fotografías de la víctima. Lo mejor, que incluso raro en mí supera en emoción a las escenas de amor entre la pareja de Darín y Villamil, son todas las escenas de amistad entre Darín y Francella. Ahí Campanella se vuelve grande. Nos regala un discurso maravilloso de Francella sobre la pasión y la obsesión y nos deja una escena emotiva sobre lo que es capaz de hacer un amigo por otro. También nos deja un abanico de miradas y sensaciones entre dos personajes que se enamoran pero nunca lo expresan claramente…

Por otra parte, también doy un aplauso a la estructura narrativa, todo lo que se cuenta es desde la mirada de Espósito y sus recuerdos que reconstruyen una novela, ¿qué es absolutamente real o qué es fruto de la nostalgia y la ficción?

El secreto de sus ojos es de esas películas que necesitan de otro visionado porque es rica en detalles y matices. Les espero en una segunda proyección…

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Actores que boxearon… y algún director también

Qué puede unir a Victor McLaglen con Mike Rourke. O a John Huston con Leo McCarey. Una dedicación en un momento de sus vidas: el boxeo.

Cada uno de ellos tuvo una época, normalmente antes de convertirse en exitosos actores (excepto Mike) o directores, en la que para ganarse la vida tuvieron que subirse a un ring.

Todos amaron este ‘deporte’, siempre dudo de llamarlo así, y todos tuvieron ocasión de actuar o dirigir alguna película sobre esta temática.Lo que es indudable es que hay un hermoso matrimonio entre cine y boxeo que ha dejado obras imposibles de olvidar. Héroes en la cima del poder y la gloria, y también ídolos de barro entre la corrupción, el poder, la mafia, la pobreza y los golpes. Héroes caídos.

Muchos de estos actores sabían de esta profesión, la vivieron en sus carnes. Y muchos de ellos aún siendo famosos seguían con interés todas las informaciones relativas al ring. Por eso cuando les tocó interpretar a un boxeador tocaron la cima, hicieron a sus personajes creíbles, por ejemplo, Kirk Douglas alcanzó fama universal cuando interpretó a un boxeador de tragedia griega en El Ídolo de barro.

Hombres duros, con historia, con mil y un sentimientos en pantalla y en la vida real. La mayoría de ellos cuentan con una infancia de dureza y misera. Eran buscavidas y después se convirtieron de la noche a la mañana en estrellas.

Un secundario de los clásicos, su rostro de bestia (¿le recuerdan como Gypo Nolan en El delator?) con cierta dulzura nos avisa de que a principios del siglo xx fue un popular boxeador. Después uno de los directores con los que más trabajo, no podía ser otro que Ford, hizo que protagonizara lucha a puños memorable con un ex boxeador con ganas de paz en esa joya que se llama El hombre tranquilo. Me estoy refiriendo a Victor McLaglen.

El hombre de las mil caras, el bailarín de los puertos, el periodista, el mejor gangster de los treinta, el tipo duro pero graciosillo, el tipo de los barrios bajos…, el actor-modelo que ha hecho que muchos duros contemporáneos se dedicaran al cine por admirar sus trabajos…, también se dedicó en su vida real, en sus comienzos de vida dura, a boxear. No puedo hablar de otro más que de James Cagney. En sus películas más de una vez empleó los puños como nadie y como no no faltó rol de boxeador en Ciudad de conquista.

Otro de los héroes de corazón duro –aunque fue lo primero que le falló cuando más lo necesitaba—, cabeza rebelde, espíritu humano y vida muy dura desde los orígenes. Otro héroe caído con rostro del gran y atractivo John Garfield, héroe moderno, que llevaba a la pantalla su vida de superviviente. Antes de convertirse en estrella y hombre deseado tuvo que buscarse la vida en las calles, entre otras cosas boxeó, y si no pudo dedicarse profesionalmente fue debido al corazón delicado. Sin embargo, en pantalla, muchas veces brilló como boxeador, sin ninguna duda uno de los boxeadores más recordados es el que interpreta en la maravillosa y dura Cuerpo y alma.

Su vida fue toda una aventura, era el héroe sano por excelencia, sus acrobacias y destrezas aún son recordadas al igual que su apostura. Vivió tan intensamente y tan en exceso que se consumió de manera temprana. Y pocos creían que un consumido Errol Flynn que aparecía casi arrastrándose en sus últimas películas pudo ser alguna vez el más hermoso Robin Hood. Flynn tuvo vida llena de plenitudes y brilló en la juventud en todo tipo de deportes incluso en boxeo. En las Olimpiadas de 1928 se presentó como especialista en esgrima en el equipo australiano. Fue el mejor espadachín. Pero también pegó con sus puños. Por supuesto, en su carrera como actor también se subió al ring y todos le recuerdan fiero en Gentleman Jim.

Otros que emplearon el boxeo, e incluso la lucha libre, en algún momento de sus vidas antes de convertirse en actores fieros, en estrellas que dejaron estela…, con papeles de duros a sus espaldas, duros con momentos de sensibilidad y humanidad desbordante, papeles que demostraron que conocían lo que era la supervivencia y la vida en las calles fueron: Robert Mitchum, Kirk Douglas, Frank Sinatra y Anthony Quinn.

Otros se dedicaron al boxeo por afición incluso cuenta la leyenda que el rostro más bello de la pantalla (sí, de verdad, tanta belleza no parecía posible), el de Marlon Brando sufrió tras un combate a puños —puede que medio en broma— una rotura de nariz…, que no le hizo menos bello. Y se transformó en el ex boxeador más trágico del cine en esa otra joya que se llama La ley del silencio, él era el luchador que podía haber sido grande pero que un mundo de apuestas y poder le dejó sin gloria.

Ya sabemos todos la historia del niño bonito de los 80, un Mike Rourke estrella, mito erótico de la época, que prefirió dejar la pantalla y subirse al ring para destrozarse la cara a golpes. Un actor que no sólo se fue hundiendo por el boxeo y los golpes sino que se ayudó de alcohol y drogas en una carrera hacia la autodestrucción.Y, ahora, ha vuelto noqueado y tocado pero haciendonos a todos sentir la historia de un superviviente en la lucha libre en un retrato desgarrador, El luchador.

Y para el último apartado quería dejarme a tres directores muy diferentes que en algún momento de sus vidas también jugaron o se enfrentaron al boxeo amateur o profesional…, fueron amantes del boxeo, sabían de este mundo, y eso se deja ver en sus películas. Tres genios, el rey de la comedia Leo McCarey (sabía como nadie del slapstick y de screwball donde hay más de un puñetazo o caída), el rey de los perdedores John Huston y un atormentado Robert Rossen. En sus filmografías tocaron el tema de maneras diferentes. Huston nos dejó Fat City, Rossen rodó Cuerpo y alma y McCarey dejó que Harold Lloyd se enfrentara a esta especialidad en La vía láctea. 

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El turista accidental (The accidental tourist, 1988) de Lawrence Kasdan

Kasdan toma una novela intimista de Ann Tyler y atrapa en metros de celuloide la historia de una soledad elegida, del derrumbamiento de un hombre, que se rompe en pedazos ante una ausencia inesperada. La del hijo pequeño e inocente que fue a comprarse una hamburguesa y recibió un disparo en la cabeza.

El hombre solitario, triste y que decide no expresar sentimientos, encerrarse en sí mismo en una coraza de hierro, con ayuda de sus tres hermanos desorientados y solteros, vive cada día como uno más de muerto en vida…, mientras escribe sus guías de viajes para hombres de negocios que odian viajar y quieren sentirse en todo momento como en casa, sin dejarse llevar por el espíritu o vida de una ciudad o país nuevo. Todo bajo control. Todo controlado. Lo malo es que cuando algo inesperado ocurre, todo se desarma alrededor, y sólo queda un hombre solo y perdido ante el mundo que no sabe cómo va a levantarse cada día de la cama.

Este hombre tiene una esposa a la que ama que también se le ha roto el alma con la ausencia pero que necesita a un esposo que se encierra en sí mismo. Y ella se ahoga en un matrimonio que permanecía unido, entre otras cosas, porque tenían un proyecto común: un hijo al que amaban. Ahora ella sólo ve el vacío y un esposo que es incapaz de comunicarse con el otro, que rechaza de plano el mundo exterior. Y ella sabe ahora que en el mundo hay gente mala, y duda de poder levantarse de la cama, pero decide que tiene que rehacer su vida y si lo hace tiene que ser lejos del esposo que ama… porque ambos viven la ausencia de distinto modo y esto les separa de manera inevitable. La esposa abandona el hogar. Y deja todavía más indefenso al hombre que trata de tenerlo todo bajo control, solo y con un perro asustado, que siente la ausencia del niño, e intratable que ladra y pega mordiscos cuando menos te lo esperas. Pero Edward, ese perro adorable, es lo único que une a nuestro personaje a su hijo Ethan, y no quiere de ninguna manera desprenderse de él…

Malcon, así se llama nuestro hombre, ve como Sarah, su esposa, le deja y el trata de no romperse más. Ni inmutarse y sigue con sus viajes y escribiendo sus grises guías. En uno de sus viajes deja a Edward con una estrambótica cuidadora de perros. Ella es Muriel. Y es todo lo opuesto al mundo perfecto e idílico de Malcon y Sarah. Muriel posee una inteligencia emocional que la permite vivir en un mundo real con problemas de todo tipo siempre con vida, energía, optimismo y una sonrisa. Y es ella Muriel la que siente que Malcon sólo necesita una mano tendida para salir de una cárcel en la que se ha encerrado. Y con su verborrea y forma de ser abierta, sin miedo alguno a relacionarse trata de sacar a Malcon de su mutismo…, pero él es duro de pelar. El dolor que siente es casi infinito. A Malcon también le saca de su mutismo el hijo siempre alérgico, enfermo y pequeño de Muriel, Alexander…, siente de alguna manera que su corazón puede de nuevo enternecerse, reír o sentir. Y de manera inesperada, cuando Muriel escucha el dolor de Malcon y no se retira sino que le ofrece un abrazo, empiezan una relación.

Así Lawrence Kasdan ofrece una historia intimista sobre soledades, ausencias y dolores que provoca alguna que otra sonrisa. Habla de segundas oportunidades, de que es posible reconstruirse, de cómo a veces necesitamos al otro para que nos saque de un pozo profundo, y ese otro es quien menos te esperas. El director con un tierno lirismo y con un intérprete que expresa con su rostro y cuerpo un abanico insuperable de sentimientos hasta su sonrisa relajada final, un William Hurt de quitarse el sombrero, deja una buena película, de personajes que sufren o ríen, de sentimientos a flor de pie. Ayuda una melodía acertada de John Williams y un reparto de actores que encuentran su papel (Geena Davis, Kathalene Turner, Bill Pullman…).

El turista accidental es una película de escenas y situaciones que van ahondando en el alma de un espectador que asiste a una historia cotidiana de soledad y dolor con sus puntos extravagantes —esos hermanos solteros, ese editor enamorado cansado de la vida moderna, ese teléfono que suena y nadie coge— (¿quién no vive rodeado de extrañas y maravillosas extravagancias?… yo también soy una persona a la que sueltas en una esquina y su brujula automáticamente deja de funcionar). Y cuenta con escenas que te dejan la sonrisa helada o esperanzada. Ambas.

Aquella de un Malcon que duerme y sueña la llamada de un hijo que le dice que no ha ido a recogerle y él le contesta: creí que habías muerto. Los ojos del perro Edward y su ternura a pesar de los ladridos y mordiscos. Ese pequeño y enfermizo Alex que de pronto siente que puede dar la mano a Malcon, tranquilo, porque éste le acepta totalmente. Esa Muriel que escucha en silencio la explosión de dolor de Malcon y le coge dulcemente, y le abraza, y le lleva a la cama y le desviste y le tumba. Esa escena en la Malcon le dice a Sarah que ella ya no le necesita que ha superado la ausencia pero que él si necesita la mano de esa otra mujer que se llama Muriel…

No he tenido la oportunidad de leer la novela y sí de enterarme de que Kasdan recortó mucho de lo rodado —a veces sí te queda la sensación o te apetecería saber más sobre los personajes y su evolución— para dejar una película totalmente limpia con lo estricto y necesario, pero no niego que con El turista accidental logró una radiografía preciosa sobre la soledad y la ausencia…, ah, y sobre las segundas oportunidades. Las sonrisas finales de Hurt y Davis lo dicen todo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El fantasma de la ópera (Andrew Lloyd Webber’s The Phantom of the Opera, 2004) de Joel Schumacher

¡¡¡Abstenerse aquellos que odian los musicales!!!¡¡¡Contraindicado a los que les sale urticaria ante producto-espectáculo-barroco-con toques kitsch!!! Una vez hechos estos avisos, El fantasma de la ópera, que traslada el famoso musical de Webber a pantalla cinematográfica, puede ser un espectáculo entretenido para una mañana en la que Hildy se encontraba con una flojera física y psíquica estimable. La verdad es que sirvió de medicina hundirse en un melodrama romántico hasta extremos indecentes. Con damita bella, caballerito efebo —no muy del gusto de la que tenía que ser curada, o sea, yo misma— y un fantasma de la ópera que deja esconder e intuir su belleza tras su deformidad…, todo regado con escenografía a lo teatro barroco o rococó y unas canciones a voz en cuello con letras extremadamente románticas sobre Ángeles de la música, amores eternos y demás.

Y es que la novela de Gaston Leroux ha sido muchas veces llevada a la pantalla de cine o a los escenarios de teatro. Si nos ponemos a recordar podemos irnos al año 1925 en el que Lon Chaney, el hombre de las mil caras, protagonizaba película de inocente terror. En la década de los 40 le tocó a Claude Rains transformarse en desgraciado fantasma-violinista con rostro deforme y si seguimos viajando llegamos a los 70 donde Brian de Palma se saca de la manga una Ópera rock inspirada en la obra de Leroux, pero esta vez el fantasma es del Paraíso. Así hasta llegar a un Webber que basándose además en otro musical de la obra, crea su propia versión del fantasma a finales de los ochenta. Este espectáculo triunfa allá donde se monta…, y en 2004 una versión de este musical espectacular salta a las pantallas bajo la batuta del  director Joel Schumacher (que sabe de proyectos taquilleros).

Así un espectador, postrado en su butaca o en el salón de su casa, viaja de 1919 a 1870 porque un anciano aristócrata reconstruye la trágica historia de sus amores con una corista a la que conocía desde su más tierna infancia y a la que se vuelve a encontrar en el teatro de la Ópera de París donde se ha convertido en nuevo propietario…, pero entre artistas, productores patosos, tenebrosos técnicos de teatro, bailarinas, coristas, profesoras de ballet, actores, actrices, divas de ópera popular y cantantes de pacotilla, se encuentra también un fantasma dueño del teatro que aterroriza a todos con sus cartas y mandamientos…, es el fantasma de la ópera. La profesora de ballet, Madame Giry (como siempre una inquietante y correcta Miranda Richardson) es la única que parece conoce todos sus secretos.

El fantasma de la ópera tiene además gustos musicales, es un genio de la música, y odia y le exaspera los destrozos que a su parecer hace en cada obra la diva Carlotta (una divertida Minnie Driver) y, sin embargo, queda cautivado por la voz de su alumna predilecta, la bella y joven corista Christine, a la que admira por su arte y ama desesperadamente volviéndose cruel porque se siente odiado por su deformidad por eso siempre se oculta tras su máscara y por ello es también hombre despiadado y violento. Por el dolor que le produce el rechazo, por el odio que siempre ha sentido…

Con Christine hace una excepción, no sólo porque la ama, sino porque siempre la ha hecho creer que es un Ángel de la Música enviado por el padre ausente de la joven. Sin embargo, cuando ésta triunfa en los escenarios tras la “ausencia” de la diva por un infortunado accidente, se descubre, le enseña su hogar bajo los escenarios…

Pero el fantasma de la ópera no cuenta con que la joven se enamorará perdidamente del nuevo propietario, el aristócrata, y amor de la infancia. Y que éste la corresponderá totalmente. La furia se desata en el fantasma y sólo logra que la joven Christine albergue dudas y miedos aunque se siente atraída por la voz del maestro y por su sabiduría musical.

Así toda la película, en escenarios barrocos, y con sonoras canciones de amor, nos envuelve en una versión triste de la bella y la bestia (la primera vez que la lleva a sus aposentos, la película trata de emular la magia de una bella y bestia a lo Cocteau) con toda la estridencia de un espectáculo o cuento rococó sobre amores desgraciados.

La bestia sigue siendo bestia aunque sólo logra calmar su furia una hermosa Christine que le besa con ternura y le dice que no le teme. Una Christine que por amor a su joven amante al borde de la muerte decide entregarse al fantasma por salvarle…, y claro, al fantasma se le enternece por un momento el corazón y decide dejar que su amada sea feliz al lado de otro. No soportaría su odio. Y decide desaparecer de nuevo para todos. Sin embargo, sabemos por esas rosas rojas con lazo negro… que sobrevivirá a su amada y seguirá amándola con la misma intensidad.

En esta versión entendemos el espíritu de un hombre deforme que era espectáculo de feria y que sólo logró la compasión de una niña, que luego se convertirá en Madame Giry y que le ocultará en los sótanos del teatro para que no siga sufriendo el maltrato. Pero la soledad hace dos cosas: que se convierta en un amante de la música y que cultive más su odio hacia la humanidad hasta prácticamente rozar la locura.

El reparto está lleno de caras conocidas aunque no estrellas que, sin embargo, cumplen con sus roles. A Miranda Richardson se une un secundario cómico habitual británico, Simon Callow (recordado por películas de Ivory y sobre todo por su papel de homosexual maduro en Cuatro bodas y un funeral), el cada vez más en alza Gerald Butler (como fantasma de ópera que tras su deformidad ofrece a un fantasma elegante, apuesto y fiero), una Emmy Rossum que cumple su papel de bella, pura, angelical Christine y un apuesto caballero, aristócrata y efebo con cara de Patrick Wilson.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.