Siempre hay un mañana (There’s always tomorrow, 1956) de Douglas Sirk

Siempre hay un mañana es de esas películas que permiten un comentario amplio. Múltiples aspectos, visiones, miradas y detalles llaman la atención de esta obra que es por otra parte uno de los melodramas más desconocidos de Sirk en una época en la cual parecía que su éxito con este género no tenía techo. Siempre hay un mañana es una pieza de lujo, todos los cabos están sujetos y todos tienen un porqué. Douglas Sirk de nuevo da en la diana de obra maravillosa para el espectador y para el análisis exhaustivo. El director presenta un mundo que siempre parece simple pero está lleno de mensajes y complejidades que hacen que su filmografía sea rica y que cada nuevo visionado de una de sus películas te descubra nuevos secretos.

No cuenta con el color brillante de sus melodramas más famosos, aquí tuvo que emplear el blanco y negro pero tratado con sumo cuidado por uno de sus directores de fotografía habitual, Russell Metty. Y se trata también de otro de los famosos remakes que Sirk realizó de grandes melodramas de los años treinta sobre todo de John M. Stahl pero pasados por el espíritu de los cincuenta. Esta película no toma al adorado y exitoso Stahl sino que se decanta por un desconocido Edward Sloman y un olvidado melodrama del año 1934.

Son infinitos los detalles a tener en cuenta. En un primer lugar, los actores elegidos para interpretar el supuesto triángulo que se desarrolla en la trama. Barbara Stanwyck, Fred MacMurray y Joan Bennett son todo un acierto y los tres están magníficos en sus papeles. Sirk cuenta con la química que ya existía entre unos maduros Barbara y Fred que ya habían sido pareja cinematográfica con buenos resultados en dos películas de los años cuarenta: una comedia del siempre interesante Mitchell Leisen, Recuerdo de una noche (1940) y de una obra cumbre del cine negro y de Billy Wilder, Perdición (1944). En Siempre hay un mañana no decepcionan. Él está perfecto como Clifford Groves, un hombre dormido en la monotonía y en la rutina de su trabajo y vida familiar que descubre que no es feliz, que no es lo que quiere para el resto de su vida, para el mañana. Y ella es Norma Miller, su nombre de soltera, o Norma Vail, su nombre de divorciada, que hace una elección en su vida, acoge la vida profesional de éxito y sacrifica su vida personal, y también se pregunta si es eso lo que quiere para el mañana. En este momento crítico de ambos se vuelven a encontrar. La tercera pieza del triángulo es una maravillosa y eficaz Joan Bennett que clava su papel de esposa convencional de los años cincuenta totalmente inmersa en la rutina y en el papel que la sociedad le ha destinado y orgullosa de ello, se niega a ver más allá, no lo ve necesario. Y la Bennett (aquella musa del cine negro y de las femme fatales de Lang) se convierte en esposa norteamericana férrea representante de una moral que no permite fricción alguna.

Sirk era un director inteligente y crítico a través de un género no muy dado precisamente a la crítica social. Sirk es incisivo. Siempre hay un mañana presenta con fuerza una doble mirada. Para espectadores, con vidas similares a los de los protagonistas, en esos años cincuenta, la película cumple todos los requisitos del sueño de la vida americana. Un hombre hecho a sí mismo con un negocio de juguetes próspero que ha fundado además un hogar y cuenta con una familia intachable de una esposa entregada y tres hijos con expectativas de futuro y todos los caprichos y problemas de la vida resueltos. El padre de familia tiene una crisis cuando vuelve a encontrarse con una antigua compañera de trabajo por la cual, sin duda, en su día se sintió atraído. La antigua compañera, una mujer triunfadora en el ámbito laboral y divorciada vuelve a revivir con ese padre de familia una historia de amor que nunca terminó. Ve una oportunidad de llenar un espacio que no ha tenido tiempo de llenar.

Dos de los hijos, sobre todo el mayor, ven la amenaza de la destrucción de su familia por la llegada de esa antigua compañera y harán todo lo posible porque esto no ocurra. Al final, los hijos consiguen su objetivo, recuperar al padre de familia entregado a su negocio, a su esposa, mujer e hijos…, y la otra, subida en un avión de vuelta a Nueva York. La familia y su modo de vida han sido salvados.

Pero otra mirada descubre un auténtico drama y una visión muy distinta a la que en párrafos anteriores he esbozado. Y ese “happy end” aparente en el fondo es una total tragedia para absolutamente todos los personajes. La película pone el dedo en la llaga: cuenta lo que supone una elección en la vida. Con sus ventajas e inconvenientes y cómo depende el mañana de estas decisiones. Habla de cómo, en esos años —y ahora también— el individuo es marcado por el entorno, las circunstancias y el modo de vida impuesto…, y que si se sale de esas premisas está perdido por el que dirán y otras convenciones sociales.

Como es habitual en las películas de Sirk presenta a una generación de jóvenes absolutamente egoísta e insoportable, preocupados más por la apariencia, los logros sociales y la consecución de una vida cómoda. Son mucho más esquemáticos y conservadores que sus mayores y mucho menos comprensivos. En esta película sólo se salva de esta visión la novia del hijo mayor. Los hijos de Cliff son absolutamente odiosos y los desencadenantes del drama. No les preocupa tanto el que su padre esté cansado de la rutina y la vida que lleva (que también él ha contribuido con lo que ha ido construyendo a lo largo de su existencia) como la posibilidad de que su familia se rompa y pierdan una estabilidad que les resulta cómoda, que les protege. La esposa es otro personaje muy interesante desde otra óptica, ella asume totalmente su papel de esposa y madre entregada y no escucha ni duda un momento que no esté haciendo lo correcto, recibe lo que la vida le da sin un atisbo de esfuerzo o pensamiento, no quiere dudar, no duda, no escucha, no mira, no analiza…, todo es normal y convencional y así debe seguir. A su marido no le pasa nada, sólo está cansado o tiene problemas en la oficina. Todo correcto.

Los dos amantes están atados por una elección en sus vidas. Y en un momento se plantean que hubiera sido el mañana si hubieran decidido otras existencias. Qué hubiera pasado. Ellos niegan la derrota, la rutina, la monotonía hacía la muerte. Ellos, aunque daña, se atreven a sentir, a equivocarse, a sufrir, a amar, a intentar que la vida todavía tenga dosis de aventura. No quieren ser muertos en vida. Todo correcto. Pero cuando quieren dar el salto y sopesan las consecuencias (sobre todo ella, mucho más cerebral y centrada) no se atreven a darlo. Deciden, para dolor total de ambos, continuar con el mundo que conocen, con el mañana que sabe les espera, con lo que fueron decidiendo a lo largo de la vida. Ni mejor ni peor. Sólo distinto.

Y entonces ese trueque de Happy End duele. Porque Cliff seguirá siendo ese robot (como uno de sus juguetes) que se levanta por las mañanas, va a la oficina, trabaja, paga las facturas, educa a sus hijos, acompaña a la esposa, come y duerme… Su esposa seguirá, sin dudar un momento, en su papel de compañera y madre perfecta sintiéndose cómoda en su rutina que nunca ha querido ver amenazada. Y la posible amante seguirá triunfando en la vida laboral y en las relaciones sociales a pesar de que siente un hueco vacío en su vida personal, un hueco vacío porque la duele, porque ama y nunca tuvo oportunidad de cerrar una historia de amor que nunca fue.

¿No es portentoso todo lo que nos cuenta Sirk en una película de apariencia sencilla y poco compleja?

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La banda nos visita (Bikur Ha-Tizmoret, 2007) de Eran Kolirin

Agradable y sencilla película de sorpresa continua, La banda nos visita del director israelí Eran Kolirin muestra con contención, humor y mucha melancolía la historia de una banda de música egipcia (Banda de Música de la policía de Alejandría) perdida por error de destino en una localidad remota y desértica de Israel. Árabes y judíos unidos en una noche tranquila donde se encuentran y comparten soledades, frustraciones, sueños rotos y mucha soledad.

Tan exóticos y distintos con sus uniformes azules y su dignidad a cuestas (tan distintos y exóticos como unos Leningrand Cowboys filandeses en América) arrastran su desconcierto en un pueblo desértico que no tiene ni parques ni moteles. Sin embargo, son acogidos con naturalidad por unos habitantes aburridos de tanta soledad: la sensual dueña de un pequeño restaurante y dos de sus clientes.

Así La banda nos visita es una película de momentos sencillos y personajes. Personajes unidos en circunstancias extrañas y así transcurre una noche de transformaciones donde juntos los personajes se destapan y desnudan…, con contención y corrección. Tras el humor, la soledad y el drama como una trágica canción árabe. Y como nexo de unión de todos los personajes su respeto reverencial a la música. Una música que rompe fronteras, que une.

La banda nos visita llena de momentos tranquilos y pequeñas historias realiza el milagro de conmover al espectador con breves anécdotas. Y nos descubre tres rostros y tres voces —que se comen la pantalla a dentelladas— y nos regalan personajes tiernos que sienten, que sufren, que ríen, que padecen…, que se transforman.

Así sobre todo recorremos las vivencias del joven y atractivo —no, mejor dicho, bellísimo— Saleh Bakri como ese egipcio abierto a las experiencias y al mundo, sensual y enamorado de la música de Chet Baker, los sufrimientos de un hombre árabe que traspasa con su mirada, que se transforma de rígido policía a hombre que sufre y sensible que encuentra en la música y en la pesca la tranquilidad de sus tormentos. Que se convierte en hombre atractivo e interesante a lo Omar Shariff, el actor Sasson Gabai cautiva. Y, por último, una bella y sensual mujer de voz cascada, que vive la vida y se niega a dormirse en un mundo desértico que niega las emociones, con el rostro y la mirada de la actriz Ronit Elkabetz.

Así La banda nos visita abunda en escenas que despiertan emociones. Como la del joven enamorado de Chet Baker explicando en árabe a un israelí inexperto lo que se siente al hacer el amor. No hace falta saber lo que dice es tal la sensualidad que arrastran sus palabras y lo bellas que parecen…

Despiertas y comprendes al viejo policía que se destapa de su rigidez y cuenta a la dueña del bar, a la persona que le acoge, sus fracasos en las relaciones con su mujer e hijo muertos.

Te conmueve el policía que no logra terminar la obertura de un concierto por circunstancias de la vida y como un hombre solitario y frustrado de cara dulce de ese pueblo alejado le regala un final.Emociona cómo alrededor de una mesa, en una cena, con diversas tensiones y surrealismos, músicos y anfitriones se unen al cantar juntos una canción bella, Summertime.

Bailas y sonríes cuando el seductor árabe enseña de manera sencilla al joven inexperto como dar su primer beso a una chica triste…

¿En fin qué más se puede pedir a una película sencilla y pequeña sino que te emocione en cada momento…?

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Joseph Cotten

No me digan por qué pero le veo aparecer en la sala oscura, en pantalla brillante, y me es imposible no mirarle o quedarme incluso un poco hipnotizada. Cotten es uno de los olvidados. Ni siquiera en su momento tuvo estatus de estrella (ni creo que le importara) ni nunca le hicieron mención en la gala de los Oscar (tampoco creo que lo echara de menos) y sin embargo tiene en su filmografía películas inolvidables y maravillosas…, personajes inmortales. Él era actor y ahí dejó películas para demostrarlo. No dejó de trabajar nunca hasta que le muerte se lo llevó…

Caballero elegante de pelo ondulado y mirada franca (tan franca que podía volverse turbia…, él era perfecto para personajes desengañados, para enamorados de imposibles y para malvados bajo un rostro de caballero honrado). Versátil, podía ser encantador o complejo…, pero sin duda Cotten fuera protagonista o secundario dejaba huella en la pantalla.

No fue estrella pero sí bien considerado. Trabajó con buenos directores y fue el compañero de las damas más prestigiosas desde Jennifer Jones a Ingrid Bergman pasando por Marilyn Monroe rodeando a Bette Davis o a la bella Loretta Young y desembocando en Olivia de Havilland. Él siempre impecable consiguiera o no el amor.

Llegó de la mano del niño genial de la industria. Ambos se conocieron en el mundo del teatro en los años 30, ambos trabajaban duro para los montajes del Mercury Theatre. Orson Welles estaba preparando una obra maestra, su debut cinematográfico como director y se hizo acompañar de sus amigos y trabajadores actores del Mercury…, entre ellos Cotten. Welles realizó Ciudadano Kane en 1941 y ahí estaba Cotten con buen papel, no como magnate pero sí como el hombre tímido y amigo fiel de Kane, que nos ofrece uno de los puntos de vista para entender a un personaje complejo…

Siempre fue amigo de Welles y trabajaron más veces juntos. En El cuarto mandamiento (1942), historia de familia decadente y amores imposibles, Cotten como caballero de finales del XIX y protagonista de pasiones que se desatan…, con contención. Ese mismo año ambos actuaron y escribieron el guión de una película de cine negro que no he podido ver Estambul de Norman Foster. También aparece como senador en Otelo (1952) según Welles. Todavía con el genio en plena ebullición creativa realizó una aparición secundaria, secundaria, secundaria en Sed de mal en 1958.

Pero quizás el trabajo donde ambos son más recordados sea en El tercer hombre (1949) de Carol Reed. Película a la que tengo cariño inmenso. Historia de una amistad nada fácil. Historia de un amor imposible. Historia que protagoniza un Cotten de quitarse el sombrero y un Welles enigmático. Siempre le veo ahí solitario, al lado de un automóvil, viendo como pasa y se aleja el amor de su vida con melodía de fondo.

En Cotten creyó sin duda alguna el productor más popular del momento, David O. Selznick, que le dio la oportunidad de trabajar con el maestro del suspense y le puso en el reparto de las mejores películas de la que sería su amante y su amada esposa Jennifer Jones.

Con la Jones trabajó en una típica película bélica a lo señora Miniver de ánimos a la población civil que se tituló  Desde que te fuiste (1944). Pero destacó junto a esta actriz (que protagonizó películas memorables pero cuya cara de mermelada me estropea a veces la credibilidad de maravillosas historias) en Duelo al sol (1943) donde ejercía del buen hijo enamorado de la mestiza Perla Chavez que ofrece su corazón al péfido hermano con cara de chuleta encantador Gregory Peck. Historia de amores desatados donde Cotten cumplía de hombre despechado. Y también protagonizaron otra película poética y misteriosa de amor más allá de la muerte o de la vida, Jennie (1948).

Con el maestro del suspense trabajó en una de sus interpretaciones más recordadas. Él es el hombre encantador, el tío deseado por toda sobrina, guapo, elegante, inteligente…, y psicópata. Cotten cumplió, de manera maravillosa, en personalidad compleja y creó personaje destacable en La sombra de una duda (1943). Y con Hitchcock de nuevo se convirtió en caballero de siglo XIX en una de las obras más desconocidas del maestro, Atormentada (que yo no he logrado ver todavía) en 1949 junto a una asustada Ingrid Bergman. Con la Bergman ya había trabajado en un clásico maravilloso de Cukor, muy a lo Hitchcock (todo hay que decirlo), Luz que agoniza (1944) donde Cotten es el bien, el hombre enamorado que rescata a la dama, de las garras del mal un impagable y siempre correcto Charles Boyer.

En los años 50 Cotten continúa fuerte y sigue con esos papeles que explotan su lado de caballero con alma compleja, reverso de maldad o simplemente de hombre despechado. Ahí nos lo encontramos como ese hombre obsesivamente enamorado de mujer explosiva e infiel, la bomba sexual de los 50, Marilyn Monroe, en ese divertimento que se llama Niágara (1953).

Joseph durante los años 50, 60, 70 y hasta los 80 siguió trabajando sin parar en películas de serie B, en ciencia ficción, en western crepusculares, en cine de terror y también de catástrofes…, y su presencia siempre podía merecer la pena. Así lo vemos más tenebroso y caballeresco junto a una Olivia de Havilland en papel de malvada en la notable Canción de cuna para un cadáver (1964) y es una gozada verlos a ambos.

En los setenta los ávidos cinéfilos no olvidan sus apariciones en películas de culto como Cuando el destino nos alcance con un Charlton Heston en epopeya futurista o El abominable doctor Phibes junto a Vicent Price en una historia de doctores locos y venganzas. Como no, fue de las viejas glorias invitadas en cine de catástrofes tipo Aeropuerto 77 (1977) o intérprete de prestigio en superproducción bélica en Tora, Tora, Tora (1970).

Un Cotten anciano estuvo también presente en un western crepuscular que fue todo un fracaso en la época (los ochenta) de Michael Cimino, La puerta del cielo (que a pesar de todo lo que dicen de él me muero de ganas de verlo) porque él era un actor que nunca dejó de trabajar…

Joseph Cotten para siempre un rostro en la oscuridad… viendo pasar de largo al amor de su vida con música de fondo.

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Los premios de Julio Cortázar

Sólo un pequeño apunte. Acabo de terminarme la novela Los premios de Julio Cortázar que me ha encantado y me ha dejado una especie de melancolía perpetua…, ¡¡¡pero cómo manejaba el lenguaje el tío!!!¡¡¡Qué personajes era capaz de crear!!!¡¡¡Qué ambientes!!! Pero si traigo a Cortázar en este fugaz texto y esta novela en concreto es porque está llena de referencias cinéfilas. Los personajes de Cortazar van al cine y confunden argumentos, películas y actores…, pero sucumben a la magia del séptimo arte. Así sale nombrado varias veces James Dean, hasta una película de boxeo de Errol Flynn (Gentleman Jim) a otra película donde Marlene Dietrich iba con velos blancos tras un Charles Boyer que era cura, una peli en color (Los jardines de Alá) pero entonces comentan que se equivocan porque recuerdan a Boyer como un tal Pepe (sí el que le dice a la Hedy Lamarr al oído: vente conmigo a la Kasbah) o unas buenas señoras que se lían con los argumentos de pronto nombran Lo que el viento se llevó… Y esas mismas señoras recuerdan a las actrices del pasado a la Lilian Gish o a Norma Talmadge, que eran unas señoras. O otros personajes recuerdan esas películas que ocurren en barcos en elegantes camarotes, no las nombran, pero nos viene a la cabeza Tú y yo, Desengaño o Las tres noches de Eva. Por ahí sale un Gary Cooper desubicado mezclado en mil argumentos. O un personaje habla de su amor por las películas de cowboys y que quizá por eso siente cierta atracción por los revólveres y entonces nombra al vaquero silente William S. Hart. Vamos una delicia…

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Apariciones inolvidables de hombres fatales

Stanley Kowalski aparece por primera vez en la bolera. Lo ven de lejos una Stella enamorada y una Blanche al borde de un ataque de nervios. Kowalski se muestra macho, arremete contra su grupo de amigos y pelea. Todo músculo, todo brutalidad, todo sexo…

A Devlin que encadena de manera fría a Alicia, condenada por un padre nazi a una vida disoluta para olvidar, le hace aparecer el maestro del suspense de manera magistral. Durante una fiesta donde Alicia bebe litros de alcohol no deja de fijarse en un atractivo y desconocido invitado. Nosotros tan sólo le vemos el cogote y ya estamos seguros de que este hombre va a ser fundamental en la historia y en el corazón de Alicia.

El siniestro predicador de la noche del cazador sólo tiene una manera de aparecer en escena. Un primer plano de sus manos y dos tatuajes en sus dedos hate y love. Después un tipo de negro, de ceño fruncido, y sombrero sobre los ojos que ocultan mirada oscura.

Una de las apariciones más inquietantes y que siempre disfruto es con Harry Lime, ya saben el tercer hombre, su amigo de infancia está inquieto solitario en una Viena oscura, oye un ruido, quizá el maullido de un gato que va hacia una puerta. Hay alguien. Va saliendo de las sombras y se queda bajo el foco de una farola. Es Harry.

Alex, el ultraviolento de la naranja mecánica que ama a Beethoven, aparece con bombín negro, mirada desafiante con ojos de largas pestañas y la cara de un hijo puta que se deleita con la brutalidad…

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Quo Vadis (Quo Vadis, 1951) de Mervyn LeRoy

En los años 50 las grandes productoras estaban listas para crear grandes superproducciones brillantes que compitieran con la televisión. Películas grandiosas que hicieran al público abandonar la sala de televisión en blanco y negro y acercarse a una sala para disfrutar una historia larga a todo color.

Los años 50 también fueron años de guerra fría, de EEUU como poderosa potencia defendiéndose de las ‘malas influencias’ y defendiendo ‘una moral determinada’, y el cine era un instrumento transmisor de ese modo de vida americana y las epopeyas servían muy bien. Y sobre todo Hollywood seguía siendo una maquinaria perfecta que producía productos acabados con estrellas brillantes.

No es de extrañar que la MGM hubiera comprado los derechos de la novela histórica de Henryk Sienkiewicz, un autor polaco que alcanzó la cima de su popularidad con Quo Vadis a finales del siglo XIX, a finales de los años 30. Era una novela con cientos de elementos interesantes que transcurría en un periodo determinado del Imperio Romano y que además contaba la persecución y las dificultades de los seguidores de una religión todavía considerada una pequeña secta (el cristianismo). Esa persecución es llevada a cabo por el emperador romano Nerón que oprime de modo irracional todo lo que está bajo su mandato.

Este cine, epopeya, contaba con expertos. Si nos remontamos al cine mudo y nos vamos a Italia, ellos crearon grandes superproducciones con el Imperio Romano de fondo tales como una primera versión de Quo Vadis (1912), Cabiria (1914) o Los últimos días de Pompeya (1913). Si pisamos el cine silente estadounidense, las epopeyas históricas corren a cargo de un investigador del lenguaje cinematográfico D.W. Griffith y su Intolerancia (1916). Pero el rey de reyes de este tipo de producciones que además siempre presumía que en La Biblia se podían encontrar historias de violencia, sexo, traición y muerte y además hacer que el público acudiera en masa al cine fue Cecil B DeMille que ya desde el cine mudo ofreció espectáculos bíblicos y romanos (primeras versiones silentes de Los diez mandamientos y El Rey de reyes o las ya sonoras y populares El signo de la cruz, Cleopatra —ambas con Claudette Colbert de mujer sensual y fatal— o la popularísima Sansón y Dalila con sus escenarios de cartón piedra). Después vendrían los grandes tiempos no sólo con Quo Vadis sino con producciones como Ben Hur, Los diez mandamientos o el renacimiento del peplum. A partir de los 60 este tipo de producciones quedan desfasadas, son nuevos tiempos y nuevo cine, no hay sitio para el Imperio Romano, para cristianos como víctimas y para transmitir ciertos ‘valores’ y cierta ‘moral’. Son otros tiempos. Sin embargo, en pleno siglo XXI surge con fuerza de nuevo este tipo de historias no hay más que recordar Gladiator, 300 o Ágora…, sin embargo, alejadas y nada que ver con la perfección de los productos de los años 50 (excepto, quizá, Gladiator que supo muy bien beber de otras fuentes y sobre todo supo construir personajes y una historia donde sustentarlos).

Curiosamente Quo Vadis, que es recordemos puro espectáculo, pero espectáculo bien hecho y construido, sigue en la memoria de los cinéfilos (o por lo menos, vale concreto más, en mi memoria), no por los personajes cristianos y sus vicisitudes como víctimas; no por esa historia de amor entre Marco Vinicio, el guerrero romano, con el rostro de Robert Taylor, y la inocente, pura, cristiana y esclava-rehén Ligia (la siempre maravillosa Deborah Kerr) sino por los magníficos personajes romanos, los antagonistas. Mis reverencias hacia un Nerón egocéntrico, loco e irracional (Peter Ustinov) y por un irónico y cínico personaje que representa la intelectualidad desencantada y acomodada de la cultura clásica, Petronio, consejero de Nerón que trata de suavizar sus locuras con ingenio e inteligencia (con rostro de Leo Genn).

Como decía el perro viejo y muy conservador DeMille la historia antigüa permitían hablar y mostrar muchos temas peliagudos sin toparse con la censura. Había que mostrar el pecado para comprender la filosofía cristiana y el comportamiento de sus gentes. Así que en estas películas estaba asegurada la violencia, la lujuria, el sexo, la venganza, las matanzas, el poder corrupto…, para poder enfrentarlo al talante luchador, pacífico, comprensivo, humilde, inocente de los cristianos. Y Quo Vadis no es una excepción, Mervyn LeRoy —artesano de los buenos capaz de hacer un buen melodrama romántico, un buen musical o una película inolvidable de gánsters— creó espectáculo en una película donde no falta de nada: amor, catástrofe como el incendio de Roma, violencia (sobre todo en los distintos métodos para eliminar a los cristianos), sexo, amor, lujuria, guerra…

Pero sobre todo estas películas perduran por la recreación de personajes inolvidables. Imposible olvidar a un Nerón demente que toca la lira y canta espantosamente a la vez que da unos discursos que ponen los pelos de punta o a un Petronio inteligente en el uso de su lenguaje que al final decide dejar el mundo con elegancia y con una carta de venganza, deja el mundo de manera irónica y cínica pero como hombre enamorado. Imposible olvidar a una Popea con cara y actitudes de mujer fatal que se pasea por la corte con dos leopardos e intriga perversidades. Quién no se enternece ante esa historia entre intelectual romano y desencantado con joven esclava enamorada y sensual. Y, que quieren que les diga, de los personajes cristianos no me quedo ni con Ligia (pero dejando claro que la Kerr es difícil que haga una mala interpretación, aquí brilla como siempre), ni con sus padres adoptivos, ni con Pedro ni con Pablo…, me quedo con ese hombre gigantesco y de fuerza brutal que pase lo que pase protege sin descanso a Ligia.

Quo Vadis no decepciona. También tiene su carrera de cuádrigas y un espeluznante circo romano donde los leones están muy hambrientos. Escenas grandiosas de masas enfervorecidas. Ofrece el amor entre un romano que no entiende de religiones ni de dios único ni de Cristos pero se enamora pérdidamente de la más cristiana entre las cristianas pero que se muere de deseo de estar junto a un romano totalmente alejado de su religión… pero ¿quién se resiste a esas piernas bien torneadas y a lo bien que le sienta la vestimenta romana?

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Apariciones inolvidables de mujeres fatales

Hoy he vuelto a ver la versión de 1946 de El cartero siempre llama dos veces y ¡¡¡qué manera tienen de aparecer esas mujeres fatales!!! que desde el primer instante sabes que son el personaje clave para una historia de cine negro.

Cora con cara de Lana Turner. Una barra de labios se desliza por el suelo. Un Frank trotamundos con rostro del olvidado pero increíble John Garfield se agacha a recogerlo y su mirada va subiendo a unas piernas de infarto, unos pantalones blancos cortos, una camisa estrecha blanca, una mujer de rostro pálido y labios gruesos, y un turbante blanco…, y ya jamás puede desprenderse de esa aparición.

Nos vamos a Perdición. Ahora el protagonista es un vendedor de seguros, llega un día cualquiera a una casa, y allí mira unas escaleras y entonces baja alguien, y lo primero que ve un March imperturbable es ni más ni menos que un tobillo con una pulsera. Ahí baja una mujer bandera, una Stanwyck rubia, con flequillo y fatal…

Y viajamos a Gilda. Ahora le toca a Johnny con rasgos de Glen Ford cuando descubre que la esposa de su actual aliado es un amor del pasado. Entra a una habitación y hay una mujer que se arregla el pelo boca abajo, de pronto se retira la melena pelirroja de la cara en un giro histórico y aparece el rostro de una Rita Hayworth en pleno esplendor de su belleza.

El turno ahora es para el bello Burt Lancaster arrojado a la ruina por dos mujeres. En una de las historias es un hombre honesto y tranquilo pero enamorado, el reencuentro con la mujer amada vuelve a hacer saltar chispas y también le encamina a destino trágico. Lancaster va a un bar, su bar, y ahí observa desde una esquina como una mujer despampanante baila toda sexualidad con cara de Yvonne de Carlo. Es ni más ni menos que El abrazo de la muerte. En la otra Lancaster es un boxeador fracasado que va a fiesta de desconocidos con la prometida que quiere pero no ama. De pronto su rostro se queda lívido…, y condenado. Hay una mujer al piano con traje negro y voz profunda. Que le mira. Su vida pega un vuelco. Se queda enganchado definitivamente a Ava Gardner en Forajidos.

Y seguimos con lista memorable de mujeres deseo. Ahora le toca el turno a la inalcanzable con cara de Tierney que responde al nombre de Laura. Mujer asesinada, mujer ensueño. Un detective (Dana Andrews) se queda dormido y enamorado ante el cuadro de la mujer muerta. De pronto abre los ojos y bajo el cuadro está ella con sombrero y cara de asombro, igual que la de los espectadores, igual que la del detective enamorado de una muerta que siente que su sueño se ha convertido en carne y hueso…

Continuamos con los detectives que se cruzan con mujeres sueño. Ahora le toca el turno a James Stewart, el detective con Vértigo ante un nuevo caso. El maestro del suspense nos deja escena sublime con música mágica. El detective en restaurante de lujo va a conocer a la mujer que tiene que vigilar, Madeleine (Kim Novak) y la ve de espaldas con traje elegante negro y verde, espalda bella, pelo rubio recogido en un moño. Madeleine se levanta, elegante y etérea, y se para de perfil, perfil hermoso, ante el detective que ya queda marcado por una visión que le perseguirá hasta el final…

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El león en invierno (The lion in winter, 1968) de Anthony Harvey

El león en invierno es una película sobre el poder. El león en invierno es una película de intérpretes que brillan porque actúan frente a un buen texto de base, un guión bien construido que es una adaptación de una obra de teatro de Broadway. El guión está escrito por el mismo autor que también es guionista, James Goldman (posteriormente sería el autor de esa pequeña joya de cine romántico que es Robin y Marian, una historia que transcurre sólo unos años después de ésta que ahora comentamos).

El león de invierno se sitúa ya en los últimos años del reino de Enrique II de Inglaterra. Rey poderoso de la Edad Media que conoce los tejemanejes del poder. Como dice en más de una ocasión sabe cómo jugar la baraja. Es perro viejo y sabe de negociaciones, juegos y manipulaciones para mantener el poder, y curiosamente, también la paz. Que ya dice en propias palabras que está cansado de lucha y conquista. Ahora quiere que su reino se mantenga intacto en uno de sus hijos en aquel que le suceda. Y para eso organiza el gran juego, un gran tablero a quien invita a varios, sólo pide que jueguen como él o mejor que él. No hay reglas, vale la traición, la manipulación, el complots…, y de vez en cuando, algún atisbo de sentimiento, la consciencia de que todo es un gran juego.

Enrique II, en plena Navidad, se deja acompañar de otra jugadora y rival increíble: su señora esposa, Leonor de Aquitania, a la que tiene encerrada en un castillo y tan sólo en ocasiones como ésta la llama para que acuda. Y Leonor, mujer inteligente y de artes, sabe de juego. Vaya si sabe y desentierra todas sus armas porque en tantos días de encierro tiene tiempo mucho tiempo para pensar, pensar… Ambos se divierten, ambos se dañan, ambos son perros viejos, tan sólo a veces se desnudan y se quitan las máscaras y se reconocen que se admiran y que hay algo llamado cariño que quizá los una más de lo que piensen aunque siempre luchen a través de la dialéctica y de lenguaje.

Para que el tablero esté completo faltan los más jóvenes. Los hijos, el rey joven de Francia y la hermana de éste que se convertirá en la futura esposa del sucesor al trono. Enrique deja claro un asunto: se parece al rey Lear en cuanto a reino enorme y tiene a hijos que ama… pero él no va a dividir en ningún caso el reino. Y quiere que sus hijos luchen, manipulen y le traicionen, que aprendan el juego de la política y la negociación.

En la película se encuentra la austeridad de la Edad Media en el castillo de Chinon, en sus ambientes, en esas comidas que se celebran, en los ropajes de los protagonistas…, no hay nada mítico de corte elegante. Es ruda y dura como ese rey que tiene más de cincuenta años y sigue vivo con un gran reino. Ya lo dice Leonor, ya lo sabe el mismo, siempre supo jugar.

El guión no oculta aspectos interesantes de ese reino. Aunque sólo aparecen tres hijos siempre se nos informa de manera sutil que son muchos los vastagos que Leonor ha dado a Enrique II y a su ex marido (sólo mujeres por eso no se mantuvo ese matrimonio, como dice con ironía Leonor, “a eso queda relegado mi sexo”) el anterior rey de Francia (y contrincante de Enrique como ahora el sucesor y joven hijo del francés, Felipe). Nos habla también de la ilegítima, de la amante que parece ser más amó Enrique II que ya ha muerto, la bella Rosamunda y también de sus enfrentamientos con la iglesia y Thomas Becket (curiosamente Peter O’ Toole años antes había sido un Enrique II que se enfrenta al amigo que es la Iglesia, Becket con cara de Richard Burton).

Las piezas ya están puestas. Leonor de Aquitania apuesta para el reino por su hijo al que ama (ambos mantienen una relación de amor-odio digna del castillo donde acontece): Ricardo que será en el futuro Ricardo Corazón de León (y ya a la mayoría nos viene la sonrisa porque le reconocemos como aquel monarca que vivió en tiempos de Robin Hood, paladín del buen cine de aventuras). Y Enrique apuesta por el hijo pequeño, adolescente tontorrón pero con la suficiente malicia para reinar, Juan que será Juan sin Tierra (y volvemos a sonreír porque será el rival de Robin). En medio queda el manipulador e inteligente Godofredo que juega a quedar al lado de quien ostente el poder, él es cerebro que manipula con cuál de los dos hermanos podrá pensar y gobernar mejor en su sombra… Después están otras dos piezas fundamentales, las relaciones internacionales, representadas por los dos hermanos. Por una parte el joven Felipe que ya está entrenado en el juego y aprende rápido, llega a Chinon para que se cumpla el trato (para eso entregaron a la hermana) de matrimonio de la joven Alais con dote incluida con el futuro sucesor y él quiere que ese matrimonio obviamente le beneficie en un futuro. Y ahí está la joven Alais, que no la gusta ser peón siempre movido por unos y por otros, ella se encontraba bien en su papel de nueva amante de Enrique II…, y por lo tanto también jugará para dejar de ser empleada como mera pieza de juego.

Así el espectáculo está servido en una película de intérpretes que se trasmutan en sus personajes. Peter O´Toole inmenso, bestia y a veces tierno, rey del juego del poder, como Enrique II. Katharine Hepburn —que ganó Oscar— ofrece magnífico retrato de una Leonor inteligente pero también trágica (como cada uno de los personajes). Entre los hijos vemos a un joven Anthony Hopkins como Ricardo y a otro más joven Timothy Dalton como el rey de Francia. La película está dirigida por Anthony Harvey de manera correcta y clásica, no volvió a encontrarse material y reparto igual. Y de fondo la música de John Barry que ya grita su presencia en bandas sonoras.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

My Blueberry Nights (My Blueberry Nights, 2007) de Wong Kar-Wai

El director que viene desde Hong Kong aterriza al otro lado del océano y sigue siendo un contador de historias de desamor que envuelve en un estilo visual de colores y sentidos, cámaras lentas, y encuadres tras cristales, escaleras, locales, cámara lenta, primeros planos y una banda sonora de fondo que te hace viajar a un mundo de sentimientos y sensaciones.

El argumento es sencillo y apacible para tarde de domingo triste. O tarde de corazones rotos ávidos de segundas oportunidades o de elecciones no equivocadas.

Un poco de amargura, espolvoreado de imágenes bellas y estéticas, con canciones de amores desesperados pero eternos. Tres historias sólo unidas por un mismo testigo, una Elizabeth que pretende curarse en la distancia de una historia de desamor para enfrentarse con otra madurez a una nueva historia de amor que la espera tras la puerta, en el bar de la esquina, junto a una tarta de arándanos y una cámara de vídeo que recoge momentos especiales. Elizabeth emprende el viaje para olvidar y ver cómo otros también sufren pero la vida fluye. Y el corazón se rompe y se recompone. Y hay que elegir o a veces hay que confiar u otras veces hay que entender y ponerse en el corazón o cabeza del otro. Beth escribe a Jeremy, el dueño de un café que es corredor de fondo que siempre espera y sueña, y aunque la vida rompa corazones y almas, procura no perder una sonrisa, procura saber esperar, procura reservar un sitio y cocinar tartas de arándanos con helado porque hay alguien que las espera…

Y esa persona, una Beth nueva y tranquila, volverá a quedarse dormida en la barra del bar después de una copiosa comida que consuela estómagos y almas. Y sus labios volverán a estar manchados de crema. Y de nuevo Jeremy le limpiará esos labios con un beso…, esperando que sea correspondido. No hay prisa. Él guarda tartas o llaves con historias de puertas que tal vez se cierren o vuelvan a abrirse. Él espera, siempre en el mismo sitio. Porque ahí los sentimientos simplemente pueden acabarse o simplemente puedan empezar de nuevo.

Beth decide emprender el viaje y trabajar de día y de noche en restaurantes de comida rápida, en locales nocturnos o en casinos 24 horas, para olvidar, para transformarse, para rozarse con otras historias tristes de personas con corazones rotos que o tiran la toalla, o cambian de vida o siguen apostando con una sonrisa y un pequeño rictus de amargura.

Así Beth se encuentra con un hombre alcoholizado que bebe todas las noches hasta quedar inconsciente en la barra de un bar. Un hombre triste consumido por una separación que no asume porque él está loco de amor por su ex mujer. Y por las mañanas, ese mismo hombre es un ciudadano con uniforme de policía, educado y tranquilo. Su mujer es una aventurera que por amor se quedó atrapada en un pequeño pueblo que la ahoga como la ahoga el amor de un hombre al que no puede corresponder. Y ambos se autodestruyen y ambos sufren y ambos toman distintos caminos. Es una historia de amor desgarrado y Beth desde la barra se convierte en testigo de unas copas de whisky o vodka sin pagar.

Y en su periplo acaba en un casino donde conoce a una joven que apuesta por la vida, de corazón duro y con apariencia frívola, que oculta algún que otro dolor y una relación amor-odio con un padre que la ha aconsejado que desconfíe de todos, de él mismo e incluso de sí misma. Ella va por la vida como riéndose un poco de todo aunque por dentro sea una mujer triste. Y Beth y la jugadora de cartas se hacen amigas y emprenden un viaje que transformará a ambas y ambas extraen algo la una de la otra, la otra de la una.

Al final Beth regresa porque olvida o porque decide que ya puede elegir o emprender otra historia porque ese desamor ya ha pasado su fase. Ahora tiene un asiento reservado al otro lado de la puerta, alguien que la espera, y con un beso le quite los restos de una tarta de arándanos que nadie quiere, sólo ella.

Y para este cuento de desamores se puede contar con rostros bellos pero con surcos e historias.  Wong Kar-Wai se recrea en las miradas, silencios, lágrimas y alguna que otra sonrisa de la cantante Norah Jones, de Natalie Portman, Rachel Weisz, Jude Law y David Strathairn.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (116)

Cárcel: no sólo Malamadre está entre rejas. Y no sólo él es un FIES. Tiene como compañero de celda a Garfia con cara de Alberto San Juan que se transforma y se enamora de una enfermera que es capaz de ver al hombre tras el asesino en unas horas de luz. Y no sólo ellos organizan motines que son frenados por las fuerzas políticas y las fuerzas del orden sin importar lo que se llevan por delante. Que se lo pregunten a los chicos brasileños de Carandirú y a esos suelos repletos de sangre. También, vivimos motin carcelario en directo por la periodista Tally Atwater en Íntimo y personal. Hay otros que realiza motines individuales con el apoyo de todos los compañeros que desearían ser igual de indomables que Luke, pero él es el único, que con una sonrisa que no se retira de sus labios, cuestiona y pone en vilo una y otra vez a la autoridad porque él no se somete.

De nuevo Babenco nos deja una celda, íntima y pequeña, donde se relacionan un preso político y un homosexual que a través de historias imaginarias tratan de huir de una realidad que les come la moral un poquito más cada día en El beso de la mujer araña. Daniel Day Lewis es condenado como terrorista junto a su padre bueno y trabajador y ahí en la cárcel va sufriendo transformaciones… en el nombre del padre.

Luego están los corredores de la muerte. Desde un solitario y desválido hombrecillo al que los poderes locales anuncian que hay que aplicarle sin demora la pena de muerte para obtener numerosos votos hasta que se cruza por su camino servidora, una Hildy que también sabe del cuarto poder, y pone patas arribas la prisión en luna nueva. Después con sexo masculino y una primera plana también intervendrá un Hildy con cara de Lemon. Pero ahí no acaba todo, también está el enorme negro de la Milla Verde capaz de cambiar vidas a pesar de su muerte cercana. O ese Matthew Poncelet que realiza la cuenta atrás para ser matado junto a una hermana con dilemas morales. Como también es fría la ejecución de un reo a muerte en Monster Balls donde un joven policía con padre severo no puede reprimir un sentido de la humanidad y vomitar ante el horror de una ejecución legalizada (qué terminos unidos más horribles).

Y si hablamos de afán de huida nos vamos a cárceles y a centros de detención en guerra. Y ahí la búsqueda de libertad es eterna. Y termina en drama o en comedia. Y hay joyas del cine o pequeñas piezas con alma. Si nos vamos a Francia emociona La gran ilusión o esa mano que sale a través del asfalto en la maravillosa La evasión. Desde Gran Bretaña nos lo tomamos a risa y Cattaneo crea película tierna de cárcel, teatro y fuga en Lucky Break. Y va de guerras y centros de detención donde los presos que son también soldados buscan oportunidades para escapar del encierro y ahí existe prácticamente otro subgénero que ha dado películas dispares pero fundamentales como La Gran Evasión, El puente sobre el río Kwai, Evasión o Victoria con Pelé incluido o Traidor en el infierno.

Hasta el musical se mete en prisión sea de mujeres en Chicago o sea con el rey del rock. La cárcel también crea curiosas relaciones como la que se establece entre un joven neonazi con un compañero negro que no dudará en darle la mano en más de una ocasión en esa película que llega directa al cerebro y el corazón American History X.

Este género tiene varios hitos que si alguien pide una lista nadie olvida. Así Burt Lancaster y su hombre de Alcatraz amante de los pájaros es intocable. O un Robert Redford que quiere derechos humanos en una cárcel bestia en el drama Brubaker. Otra de las más populares es Papillon con un McQueen y un Hoffman que planean huida.

Pero las cárceles no terminan aquí. Los gángster también acaban entre rejas directos a la pena de muerte, los cowboys y bandidos también dan con sus huesos en las celdas o asesinos y delincuentes comunes con mucha mala suerte o inocentes que acaban entre rejas o historias en las que se muestran cárceles inhumanas donde el hombre pierde su identidad. Entonces nos topamos con lista interminable de dramas carcelarios: Rejas de cristal, jóvenes en cárcel italiana en la que entra un profesor con otras ideas. O la maravillosa Sólo se vive una vez donde un joven Fonda ve como la cárcel le mina la vida, le destroza. O Río Bravo que transcurre gran parte en una celda mientras un joven pistolero, un sheriff, su ayudante alcohólico y un abuelo tratan de que no escape el hermano asesino de un terrateniente con poder y violencia en las manos. O El patio de mi cárcel inspirada en la experiencia de una funcionaria que desde los años 80 lleva un grupo de teatro con las internas de la cárcel de mujeres.

Son muchas las rejas de celuloide.

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