Modelos que se convirtieron en musas de la pantalla

Algunas modelos de la pasarela contaban, además de una especial belleza, con una cierta capacidad de enamorar a una cámara y algunas incluso llegaron a interpretar papeles interesantes y no ser tan sólo un reclamo como atrezzo bello. Otras su carrera como modelos fue tan sólo un trampolín hacia el mundo del cine. Unas quedaron sólo para el recuerdo por unas pocas interpretaciones, otras alcanzaron el estrellato. Y otras siguen construyendo sus carreras.

Si recordamos y recordamos podemos dejarnos engatusar por los ojos de gata y la elegancia de Capucine que triunfó en los años 60 en el cine cuando ya era una famosísima modelo y la podemos rastrear en La pantera rosa (1964), en la alocada comedia ¿Qué tal Pussycat? o en Mujeres de Venecia.

Famosa modelo de ropa interior, Raquel Welch fue durante los 60 y 70 El  Cuerpo en películas de poca calidad artística aunque algunas se recuerdan con cariño como Viaje alucinante o Hace un millón de años.

También en los años 60 empezó a brillar en la pantalla la modelo Sharon Tate que además junto a su marido Roman Polanski se convirtieron en la pareja de moda. Tate poco pudo demostrar en la pantalla debido a su violento y triste final pero prometía futuro. Fue protagonista de culto de El baile de los vampiros o El valle de las muñecas.

Sigamos avanzando en el tiempo y el icono sexual de los años 80 fue primero exitosa modelo de alta costura, me refiero a Kim Basinger. La rubia sigue con carrera cinematográfica con menores o mayores aciertos. Por supuesto, su trampolín fue convertirse en chica Bond. Después Basinger dejó atrás su papel de Nueve semanas y media para ser más que una cara bonita en LA Confidencial, Relaciones confidenciales o Una mujer difícil.

En los 90 dos modelos empezaron a forjarse una carrera como actrices y aún siguen protagonizando películas en los que han dejado de ser tan sólo una cara bonita o un cuerpo espectacular. En 1994 fue espectacular la presencia y el éxito que tuvo una rubia en una comedia de Jim Carrey. La película se llamaba La máscara y la chica era Cameron Diaz. Diaz había recorrido mundo como modelo de grandes firmas pero a partir de su aparición en pantalla se convirtió en estrella. Primero como nueva reina de la comedia romántica en películas como La boda de mi mejor amigo, Una historia diferente o Algo pasa con Mary. Actualmente está indagando en papeles más dramáticos con igual fortuna desde Cosas que diría con solo mirarla, Gangs of New York, pasando por The box o La decisión de Anne. La otra empezó poquito a poco en pequeños papeles secundarios o como paternaire hasta que en 1999 llegó su oportunidad en papel dramática, Las normas de la casa de la sidra. Desde ese momento Charlize Theron no ha parado ni en la pantalla ni en su carrera de modelo. Theron ha ido más hacia los papeles dramáticos o a películas de acción dejando interpretaciones en Monster, En tierra de hombres o En el valle de Elah.

También hay otra modelo que va poco a poco haciéndose un hueco en el universo cinematográfico y va dejando su estela internacional. La fría belleza alemana de Diane Kruger llamó la atención en Troya en el año 2004 aunque ya llevaba dos años entre el cine francés y americano. Kruger sigue su carrera en películas dispares construyendose una interesante y variada carrera: Feliz Navidad, Copying Beethoven, La edad de la ignorancia o Malditos Bastardos.

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El rostro de Helmut Berger

El otro día pude ver por primera vez Confidencias (1974) de Luchino Visconti y no me entusiasmó pero no deja de ser interesante. Me provocó inquietud, me agobió pero no me hipnotizó como me ocurre con otras películas de Visconti. Sólo algunas imágenes me cautivaron. Respecto la trama tiene varios puntos para el análisis y es una película con argumento absolutamente contemporánea a la época en que se rodó. No me decepcionó Burt Lancaster —me quedo con su personaje— como ese triste y solitario Profesor del que intuimos todo su pasado. Lancaster sí me llenó y por eso la película merece la pena. Personaje viscontiano, el profesor —ya anciano en una vieja y preciosa casa que se cae a pedazos como él— vive rodeado de cuadros del pasado y sumido en su propia rutina de soledad, se siente muerto en vida hasta que padece una atracción especial por un ser humano que forma parte de una trouppe de incómodos inquilinos. El joven Konrad, una especie de gigoló y jugador que campea entre las decadentes clases altas. El joven tiene el rostro enigmático de Helmut Berger.

Y ésa es la fuerza de Berger, su rostro perfecto, bello que esconde algo complejo y oscuro. Sin duda ésa fue la intuición de Visconti, la fuerte atracción que emanaba una cara que además enamoraba a la cámara.

Berger fue pareja de Visconti durante sus últimos años. Su muerte le provocó una depresión y pronto cayó en olvido. Más tarde continuó trabajando como actor pero nunca volvió a recuperar el halo y el éxito que alcanzó en los 70 (se le puede ver en El padrino III). Visconti estaba ya muy enfermo cuando rodó Confidencias por eso la película también recoge una cierta atmósfera de nostalgia-elegia y sobre todo se intuye una bonita relación paterno-filial y de atracción intelectual y sexual entre El Profesor y Konrad que fue lo que más me gustó de la historia.

Y sí Berger muestra un rostro y un cuerpo perfecto, bello y lleno de ambigüedad… Yo sólo le he visto en La caída de los Dioses en papel escalofriante, en la tristísima El jardín de los Finzi Contini (de Vittoria de Sica) y en Confidencias. Tengo muchas ganas de ver su rostro en Ludwig. Algunos achacan un rostro hierático… pero esa cara transmite. La caida de los Dioses, una película brutal sobre la decadencia del ser humano, Berger aparece con un personaje escandaloso por su dureza y amoralidad con serios problemas de salud mental. Impresionante. En Confidencias logras odiarle, compadecerle y comprenderle, sentirte atraido hacia él…, tal y como le ocurre al Profesor.

Sí, sin duda, es difícil que el rostro de Berger te deje indiferente.

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Diccionario cinematográfico (122)

Niños: con infancias robadas. Ése es el duro matiz. Y el universo cinematográfico está lleno.

Desde los niños limpiabotas que sueñan con un caballo y la vida a golpes les lleva tras las rejas. En aquella Alemania cero donde un niño rubio trata de sobrevivir al horror y no puede. En esa Italia triste hay un niño que ve cómo su padre sufre por el robo de una bicicleta y él siempre le mira y quiere que coja su mano. No hay trabajo. Hay hambre. La infancia de Iván transcurre en una guerra cruel, ya no tiene miedo, vio el horror en el rostro de la madre, ahora él se ha vuelto temerario. No teme. Y se queda sin crecer… corriendo por el agua. Por ahí corren los niños de las uvas de la ira, viendo como sus mayores van de un campamento a otro, y no hay trabajo, y no hay comida y no hay juego. Y sí una ristra de cadáveres en el camino. Que se lo digan a Doinel que recibe cuatrocientos golpes y corre y huye de un centro de menores. Y nos reta a todos cuando escapa al mar. Nos mira.

Las tortugas también vuelan. Los niños también sufren las consecuencias del odio y de la guerra. La muerte. Persépolis no entiende la intolerancia…, no entiende por qué no puede razonar, al final tiene que salir de su propio país y ser ajena en otro. Los niños también viven en el cuarto mundo y padecen en los bajos fondos de una sociedad enferma, que se lo pregunten a Lilya for ever y a su amigo, el que duerme en las calles. Que se lo pregunten a los guerreros de antaño que cuentan cuentos y duermen bajo los puentes y terminan esnifando pegamento, o pegándose con quien se encuentren o se cuelgan de un árbol. Que se lo cuenten a la vendedora de rosas que tiene por techo a las estrellas o a los niños de la favela que nacen con una pistola. Que se lo digan a aquel que va a cumplir los dulces dieciséis y quiere que su madre, que sale de la cárcel, tenga la mejor de las vueltas, y él y su hermana la mejor de las vidas. Y él, Liam, se mete en un lío, en otro, y en el de más allá. Y la espiral no acaba. Y Liam grita.

Alguno de esos niños se vuelve mayor y desgraciado. Y tiene la sensación de que no puede dejar de correr y correr y correr…, quizá si llega a Alaska. Y es que Jack nunca pudo dejar de correr y ahora ve cómo su hijo Nick puede repetir su historia, y ser otro corazón roto. A otros la miseria o la locura, la desgracia en la familia les hace padecer cada día de su vida. Los convierte en lo que no quisieron ser porque tuvieron que defenderse. Así camina, con una pistola, el hermano de Jamal, el otro niño de Slumdog Millonaire, el que no vive el cuento de hadas pero que con su caída permite la supervivencia de Jamal. El que se pervierte para poder sobrevivir. Se convierten en los enfermos que no quisieron ser pero la depresión familiar les puede y así Rachel y Rory son adolescentes, que todo o nada, enormes, introspectivos, violentos, tristes…, que padecen la tristeza diaria de sus padres, que temen su mañana.

Sí, son las infancias robadas. Lo malo es que no es ficción. No sólo ocurre en la pantalla blanca…

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Nine

¡Tenía tantas ganas de ver esta película! El resultado: ni fu ni fa. Se deja ver, estuve entretenida en la sala que no es poco (ya lo digo muchas veces), tiene imágenes para recordar así como algún número musical destacable pero…, los híbridos es difícil que salgan bien. Así es un imposible remake de una película tan personal como 8 ½ donde se rescata el argumento pero, claro, no se ‘caza’ el espíritu felliniliano (aunque sí es homenajeado) ni tampoco ese buen rollo que te deja Nino Rota cuando crea melodías increíbles o no deslumbra la belleza de ese blanco y negro que recubre el mundo de Guido Contini con un Marcello inolvidable. Ni es tampoco ese cine musical deslumbrante, no quita que tenga escenografías alucinantes y algún número y canción destacable pero no inolvidable (supongo que sí será fiel al musical de Broadway en el que se inspira que fue un éxito para Antonio Banderas como Guido Contini). Ni es lo uno ni es lo otro…, ¿entonces? ¿Qué es? Sales como vacía de la sala de cine. ¿Me gustó? ¿No me gustó? ¿Sentí, no sentí? Reconoces la fuerza de ciertas imágenes, el buen elenco que acompaña a la película, los ecos lejanísimos de Fellini, la grandiosidad de algunos números…, pero me afirmo, ni fu ni fa. No salí deslumbrada y con ganas de cantar y bailar. Salí con sonrisa suave, con esa sonrisa que desvela que has pasado una tarde entretenida, sin más.

¿Con qué me quedo? Con el canto de amor al cine. Con las escenas de cine dentro del cine. Con los decorados, los vestuarios, las pruebas de cámara, las reuniones, las ruedas de prensa, el miedo a no crear, el espectáculo debe continuar, las estrellas, los actores, los productores, el guión, los nervios, los miedos, los éxitos, los fracasos, el público entregado…¡ACCIÓN!

Me quedo con ese Daniel Day Lewis (con carisma y elegancia suficiente. Siendo frívola, cómo le sienta el traje negro, la camisa blanca, las gafas de sol, ese pelo…) que explica al principio la esencia del cine y los sueños o que al final se eleva en una cámara, cual creador, con el niño de su infancia en su regazo y grita ¡ACCIÓN! Porque ésa es su pasión, el cine.

Me quedo con la galería de estrellas femeninas que representan las distintas facetas del creador cinematográfico en crisis. Lo carnal en Pe, el despertar sexual con Stacy Fergunson, lo glamuroso y aparente con la Hudson; lo estable, la compañera y amiga en la Cotillard; lo inalcanzable, la diva, en la Kidman; la realidad, la que te hace tener los pies en la tierra y te dice verdades como Pepito Grillo, la venerable y maravillosa Judi Dench y, por último, lo simbólico; la mamma italiana por antonomasia, una mítica Sophia Loren que asoma y no asoma.

Y están maravillosas, permítanme que señale a mis favoritas, la Cotillard y la Dench. Y sí, sí reconozco que está muy bien la canción de la Ferguson, Be italian y que la Kidman siempre se la da bien esa imagen de diva inalcanzable pero que es cercana y frágil, lo borda. O qué me dicen de esa Penélope Cruz cada vez más madonna italiana exuberante, elegante, sexy y bella.

Pero de pronto vienen a la cabeza aquellas que Fellini empleó para plasmar sus sueños, obsesiones, complejos y demás así como las escenas que protagonizaron junto al perdido creador con cara de Marcello, y claro se te encoge el corazón un poquillo porque…, ¿qué fue de los personajes de Claudia Cardinale, de Anouk Aimée, de Sandra Milo…, y por Dios, del rostro de La Seraghina alejada totalmente de una contundente y bella prostituta?

Sí ya sé que para meter los números musicales, se acude a los sueños de los personajes, a las creaciones delirantes de Guido, a los discursos o monólogos de algunos personajes pero… ¡es tan brutal la separación entre canciones e historia narrada! Los números, sí, algunos muy bonitos pero cierre los ojos, construya la película, ¿a que puede quitar mucho de los números y no pasa absolutamente nada? ¿Los echaríamos de menos? Sé que está haciendo lo mismo con otros musicales y que me dirá que también se pueden quitar los números musicales y no pasa nada…, pero ¿imaginan Cabaret sin alguna de las canciones de Liza Minnelli, que además describen el estado de ánimo del personaje? Hagan lo mismo con Nine y quiten la canción, muy chula sí y muy movida, de Kate Hudson, ¿la echarían de menos? ¿Modifica algo la historia? ¿Nos explica algo más de los sentimientos de los personajes? Sí, por ejemplo, están bien puestas o tienen algún sentido las canciones de la Cotillard o incluso la de Nicole Kidman (que por otra parte no son las canciones que más popularidad han adquirido). Be Italian es muy buena sí y el número musical está estupendamente planteado pero ¿qué aporta a la historia o a los personajes?

Lo dicho me quedo con el amor al cine que se destila en cada fotograma y en ese volver a querer retomar la historia del creador Guido Contini (que no Fellini, ésa es una importante diferencia). Lo demás, ni fu ni fa.

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Jean Simmons, una cara con ángel vuela para siempre

Ayer entre un montón de noticias se coló la muerte de una actriz del pasado. La británica Jean Simmons con 80 años cerró los ojos. Y como siempre cientos de imágenes revolotearon por mi cabeza.

La Simmons dejó un reguero de celuloide mágico para la memoria de los amantes de la sala oscura con pantalla enorme blanca.

Un rostro angelical que ocultaba una caja de pandora.

Ya desde pequeña mostró su dulce rostro y tras él compleja personalidad. Ella fue la Estella dickensiana de Cadenas rotas o la niña sensual y de otras fronteras exóticas en la extraña Narciso negro. Se convirtió en la rubia Ofelia que pierde la cabeza porque no entiende ni comprende en el Hamlet de Olivier.

En Hollywood, en un principio, sólo la vieron como dama para películas de época. Pero la Simmons mostró sus dotes de actriz y versatilidad. Y de grandes super producciones históricas escapó con su cara de ángel de la mano de Preminger que la transformó en un abrir y cerrar de ojos en mujer fatal junto a un confundido Robert Mitchum…, y ambos nos regalan final impactante en Cara de Ángel. Con Mitchum volvería a trabajar en comedia floja donde ellos son lo mejor de la función en la elegante pero por ello fría Página en blanco. Ellos ofrecen calor.

Jean Simmons tuvo otra pareja cinematográfica en dos ocasiones. Y en las dos ocasiones estuvo magnífica. Él fue Marlon Brando. En una de ellas ambos protagonizan uno de los musicales más atípicos de todos los tiempos…, y ambos consiguen momentos mágicos. Su química destila de los fotogramas de Ellos y ellas…, él es un jugador de poca monta y ella pertenece al ejército de la Salvación que va por el mundo salvando almas perdidas. En la otra se fueron a cine de época y super producción. Napoleón vuelve a la pantalla pero lo que todo el mundo recuerda fue a su amante Desirée.

Pero quizá cara de ángel tiene dos papeles por los que es eternamente recordada: la esclava Lavinia en el Espartaco de Kubrick con momentos íntimos y tristes inolvidables y el complejo papel de la falsa predicadora que se cree su propio personaje en el Fuego y la palabra dirigida por el que pronto sería su segundo marido, Richard Brooks.

Jean Simmons te seguiremos viendo siempre.

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El visitante (The visitor, 2007) de Thomas McCarthy

Una de las películas que más ternura me produjo a principios del siglo XXI (¿suena futurista, eh?) fue Vías cruzadas (The station agent), la ópera prima del realizador Thomas McCarthy. Me gustó tanto que la fui a ver varias veces y por supuesto ahora ocupa un puesto en una de mis estanterías. McCarthy hizo que me enamorara de una historia sencilla y de tres personajes. Una película que habla de soledad, de las personas que son diferentes, de lo importante que es sentirse acompañado, querido, aceptado… y otros asuntos. Una película sobre relaciones humanas y personales. Donde ninguno de los protagonisas es bueno o malo sino que son personas con sus alegrías, sus penas, sus complejos, sus dolores, sus soledades…

Cuatro años después McCarthy regresó a la dirección. Y de nuevo deleita con película profundamente sencilla, profundamente humana. De nuevo, muestra a sus personajes con una ternura que desarma. El visitante plantea otro mundo de relaciones desnudas y en ese mundo de relaciones desnudas denuncia que el mundo que nos rodea crea situaciones injustas. Que las normas establecidas, las fronteras, las leyes de inmigración están más basadas en tratar al inmigrante como amenaza y como delincuente que como oportunidad de un mundo multicultural basado en otras normas y leyes que no se sustenten en la violencia, el rechazo y el miedo sino en el conocimiento del otro, en la solidaridad y el encuentro.

Y esta denuncia McCarthy consigue hacerla de manera absolutamente sencilla y desnuda. Lo primero que hace es presentarnos a un hombre maduro que se llama Walter Vale (emocionante y contenido hasta que estalla de manera maravillosa Richard Jenkins). Vale tiene una posición económica acomodada. Nuestro protagonista es profesor universitario y se da a entender que es especialista en economía liberal y países en vías de desarrollo, y que este hombre está bastante lejos de esos países en vías de desarrollo y sus problemas y sin embargo es hombre teórico y autor de libros desde la lejanía de realidades.

Nuestro Vale es un hombre viudo que echa de menos a la esposa y trata de perpetuarla aprendiendo, aunque sin talento natural, a tocar el piano. La música es lo único que le hace parecer un hombre vivo. Walter anda sonámbulo, como muerto en vida, sin ilusión alguna, siempre fingiendo que está muy ocupado, siempre evitando la relación profunda con los otros, tratando de que nadie invada su mundo, siempre con un “preferiría no hacerlo” en la boca… Hasta que no puede eludir un congreso de trabajo y tiene que dejar su casa-cueva de Connecticut e irse a su apartamento de New York.

Una vez en su apartamento Walter, sorprendido, ve cómo ha sido ocupado (mediante el engaño de un tercero) por una joven pareja de sin papeles. Tarek (Haaz Sleiman con una sonrisa que desarma), un músico sirio de djembé y  Zainab (Danai Gurira y su mirada), artesana que vende sus pulseras y collares en un mercadillo. Y de forma natural porque la pareja en plena noche se dispone a abandonar la casa, Walter finalmente les permite quedarse hasta que encuentren otro hogar. A Walter le ha llamado la atención el djembé de Tarek. Walter va por la calle y se siente cautivado por el sonido de las percusiones. Tarek, un joven vitalista, se da cuenta y empieza a enseñarle una música que dice tiene que sentir con el corazón. Y Walter se relaja, sonríe y empieza a tocar con su nuevo amigo. Zainab es más desconfiada —se siente más dolor en su mirada— pero poco a poco también va aceptando a ese ‘extraño inquilino’ que ha entrado en sus vidas.

Hasta aquí todo parece fluir de manera sencilla, plácida, hasta que un hecho inesperado cambia el rumbo de la historia. Tarek es injustamente detenido en el metro mientras va con Walter y es encerrado en un centro hasta decidir su situación en el país y si se lleva a cabo la deportación. Un centro gris y oculto que encierra a personas indocumentadas como si fueran prisioneros. En este momento ya nos hemos encariñado con los personajes.

Y en ese momento el despertar de Walter, que por primera vez deja sus teorías y se da cuenta de la realidad injusta, es un proceso tremendamente humano que se acelera con la aparición de una mujer entrañable y humana que arrastra dolor en sus espaldas, la madre de Tarek (increíble Hiam Abbass). Y entonces el corazón de Walter vuelve a latir hasta tal punto que llega a estallar impotente denunciando una situación injusta, con rabia. Porque el corazón le duele y con razón. Las escenas entre Walter y la madre de Tarek son sencillas pero de una ternura difícil de soportar entre dos seres solitarios unidos por dificultades adversas que aprenden a encontrarse, comunicarse, comprenderse y quererse.

El visitante es como la vida misma dulce pero también con la imposibilidad de un final feliz por una situación de injusticia. A Walter le queda la furia de la música, de la percusión, la música que sale del djembé desde un corazón vivo.

De verdad, merece la pena por lo humano.

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Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll

He vuelto a leerme Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y de nuevo me he dejado llevar por ese viaje delirante de esa niña que se llama Alicia y decide seguir a un Conejo Blanco que va con mucha prisa siempre mirando el reloj.

Y es que Alicia no sólo nos habla de cómo son los sueños, de absurdos, sino que nos mete en terrenos de una lógica que se vuelve loca o de cómo el lenguaje es capaz de volar y jugar o de cómo a través de una inocente fábula y de unos personajes chalados e ilógicos que ‘lógicamente’ pueden hablar maravillosamente con una niña y conectar con su universo infantil nos devuelve un País de las Maravillas sustentado en una maravillosa locura.

Entonces como Alicia vuelvo a toparme con Sombrerero y la Liebre del Marzo o ese Lirón que anda siempre quedándose dormido por los rincones. Atravieso puertas y me transformo en grande o pequeña o mi cuello adquiere la agilidad de una serpiente. En brazos un dulce bebé se me convierte en un cerdo que huye por el busque. Paso la tarde con un Ratón que siente terror por los gatos o me cuenta un cuento con cola y entonces se me aparece un gato con sonrisa, de Cheshire. Y me entra hambre y me como una seta mientras veo a una oruga azul de voz envolvente fumando un narguile. Y allá está la Reina de Corazones que juega al críquet con un flamenco y la pelota es un erizo que huye y claro se enfada y sin ninguna duda grita fuerte: qué le corten la cabeza.

Y, sí, soy de esas que quieren ver lo que hace Tim Burton con esta historia empleando las nuevas tecnologías a lo Avatar y ponerme las gafas psicodélicas de 3D y ver si me creo inmersa en un país de maravillas. Todavía queda, esperaremos a marzo. De momento llama la atención el arranque y me hace unirlo al final del libro de Lewis Carroll. El escritor termina el cuento cuando la niña Alicia regresa de ese país ilógico o mejor dicho con otra lógica distinta, donde abunda el ingenio y los juegos de palabras no tan absurdos llenos de poemas delirantes que critican un tipo de educación determinada, y esa misma niña cuenta su viaje a su hermana mayor. Carroll nos abandona con la reflexión de esa hermana mayor que recuerda las aventuras de su hermana pequeña Alicia y se pregunta qué será de ella años después y si recordará su infancia y su viaje al País de las Maravillas.

Ahí retoma el relato Burton, cuando esa Alicia ya no es niña sino adolescente en edad casadera en una rígida sociedad victoriana. Y como esa mujer-niña vuelve a visitar un país que ha olvidado. Alicia vuelve a encontrarse con los personajes ilógicos de su niñez…, ahí está Sombrerero recordándola o mejor dicho reconociéndola (por eso Depp tiene personaje protagonista).

Y que quieren que les diga vuelvo al clásico de Disney en su momento fríamente recibido pero que cuando tuve oportunidad de verla cuando todavía se hacían reposiciones de clásicos en salas de exhibición grande llenó mi cabeza de imágenes inolvidables. Y sobre todo se me quedó una escena y una frase que no aparece en el libro original. La Alicia del clásico de Disney vive también la loca merienda con Sombrerero, Liebre de Marzo y Lirón pero terminan celebrando y cantando Feliz, feliz no cumpleaños. Ahora, me sigue genial celebrar siempre el feliz, feliz no cumpleaños todos los meses del año.

Lo genial de toda esta absurda reflexión es que siempre Alicia está ahí junto a Dorothy y el mundo de Oz, al lado de Peter Pan y el País de Nunca Jamás o saltando junto al Principito en los más variados planetas. Y por mucho que pasen los años siempre hay tiempo para volver a ellos o recordarles.

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Moscú no cree en las lágrimas (Moskva slezam ne verit, 1980) de Vladimir Menshov

Nada, absolutamente nada conocía de esta película. Me la compré porque me llamó la atención su título. Me gustó. Luego empecé, como hago siempre, a informarme sobre ella en la Red y poco encontré. Se la menciona sobre todo porque se llevó el oscar a la mejor película extranjera en 1980 y por su popularidad en Rusia o en Cuba. La sinopsis me seguía llamando la atención. Me gusta enfrentarme a estas sorpresas, sentarme a ver una película de la que no tengo ni idea ni del director, ni de los intérpretes ni de nada de nada.

Y la sorpresa ha sido bonita e interesante. He podido disfrutar de una película tierna y humana pero también de un documento histórico y sociológico sorpresivo (por desconocimiento, claro está). En la película transcurren 20 años, comienza en 1958 y termina en 1978. El periodo histórico que abarca es la etapa del gobierno de Nikita Jrushchov y posteriormente de Leonid Brézhnev. Abarca una etapa de destalinización del primer dirigente y estancamiento o aversión al cambio del segundo y entre medias el periodo de una cierto desarrollo económico y social.

La película es una tragicomedia que no trata asuntos políticos sino humanos y se detiene en la historia de tres amigas, tres jóvenes que nos las encontramos en una residencia femenina y las acompañamos desde la veintena hasta que casi cumplen  los cuarenta: ellas son Katerina, Liudmila y Antonina. Las tres viven en Moscú y las tres durante veinte años conviven con sus alegrias y penas además de tratar siempre de buscar la felicidad a pesar de las dificultades.

Así la película sorprende por su frescura y porque de alguna manera es capaz de retratar a sus personajes con gran cariño en sus momentos más felices y en los más desgraciados, sin embargo, siempre prevalece la ternura de los buenos momentos y es un bello canto a la amistad.

Sorprende porque termina siendo una película universal y un reflejo de aquellos años que curiosamente puede trasladarse a otros lugares del mundo que en su momento se sintieron identificados con las vicisitudes de las tres heroínas. Así como las cuestiones que trata dejan perpleja a una cuando se plantean temas que se podrían creer superados en un sistema comunista —habiendo diferencias claras— y se plasma claramente que no es así. En ese Moscú de los años cincuenta existen las clases sociales y sus diferencias, en ese Moscú hay mujeres que sienten que su futuro será mejor si consiguen una buena boda, en ese Moscú se combate contra la soledad, en ese Moscú hay problemas y dependencias como el alcoholismo, en ese Moscú las heroínas sueñan con enamorarse y formar una familia, en ese Moscú se sueña con el éxito y la fama, en ese Moscú también se produce la inmigración del campo a la ciudad en busca de oportunidades y prosperidad social y económica, ahí también es dura —aunque con más facilidades y menos estigma social que en otras culturas en aquellos años— la situación de una madre soltera, en ese Moscú las familias quieren comprarse una televisión a plazos, conseguir un hogar cómodo y comprar un buen coche…

La protagonista absoluta, una de las tres amigas, Katarina, madre soltera, sustituye su soledad y su desolada situación personal por la superación profesional. Katarina muestra que la igualdad de género en el trabajo sí fue una realidad en la Unión Soviética y narra como una obrera prospera hasta convertirse en la directora de una fábrica. Pero la sorpresa es mayúscula cuando descubrimos que ahí también los hombres siguen teniendo una mentalidad patriarcal, es decir, el hombre siente que tiene que ganar más dinero que la mujer amada o tener un cargo superior y que si ocurre lo contrario puede haber problemas… Y ésa es una dificultad que encuentra Katarina cuando, por fin, encuentra al hombre de su vida. Sin embargo, como tragicomedia, los personajes superan la barrera.

Por otra parte, también asistimos al desarrollismo, que también se produce en la URRSS, de los años cincuenta, sesenta y setenta, así las heroínas evolucionan en su situación socioeconómica. Por supuesto, me llamó la atención el reflejo del mundo laboral en las fábricas (el otro día escribí un post sobre el tema así se podría también incorporar también Moscú no cree en las lágrimas). Otra visión interesante es el inicio en la URRSS de la televisión y cómo se ve como un instrumento que evolucionará en el futuro hasta tal punto que hará desaparecer el cine, los libros, el teatro…¡¡¡en veinte años!!! Es divertido porque esta reflexión aparece tanto en los años 50 como en los 70 y lo escuchan distintos personajes…, y todavía, ¡¡¡y gracias!!!, continúa el cine, el teatro, los libros…

Moscú no cree en las lágrimas no sólo cuenta con la interesante interpretación de las tres amigas (Vera Alentova, Irina Muravyova y Raisa Ryazanova) sino también con un buen reparto masculino donde sobre todo llama la atención el carisma de Aleksey Batalov. Cada uno de los personajes tiene una personalidad determinada y a cada uno de ellos les tomas un gran cariño. Así disfrutamos del paso de los años de las tres protagonistas entre situaciones cotidianas y de intensa emoción, entre lágrimas y risas. Momentos preciosos de reuniones y comidas en la casa de campo, en los comedores, en la residencia femenina, en bodas, en pequeñas fiestas privadas…, donde sus personajes tratan, como todo el mundo, de encontrar aquello que les hace felices. Al final lo que cuentan son las buenas amistades, las reuniones agradables, las esperanzas e ilusiones, el amor si se encuentra…

Una de las canciones que aparece varias veces en su banda sonora es el universal bolero Bésame mucho en escenas claves de la trama. Escenas que marcarán la existencia de Katerina. Su director Vladimir Menshov, en los extras del dvd, cuenta como era una película de presupuesto mínimo y cómo todos se vieron sorprendidos por el éxito mundial de la película y su carrera hasta los Oscars. Menshov también es actor y últimamente cosechó éxito como intérprete al ser uno de los protagonistas de una saga de cine fantástico ruso —género no muy visitado por estos lares— que fue todo un taquillazo en su país de origen (Guardianes de la noche y Guardianes del día).

Moscú no cree en las lágrimas ha sido una agradable sorpresa con happy end incluido.

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La cinta blanca

Aviso: Si aún no has visto la película, te aconsejo que no leas este post, desarrollo partes de la trama. 

Hacía tiempo que una película de estreno no me dejaba tan embelesada. Así me sentí ayer ante la pantalla enorme con la sucesión de imágenes que encadena el director y guionista austriaco Michael Haneke. Porque La cinta blanca no es sólo lo que cuenta, el fondo, sino cómo el cineasta lo plasma a través de una narración cinematográfica portentosa.

Y sí así voy empleando adjetivos enormes que me ayuden a describir lo que sentí ante la nueva obra del realizador. Mi relación con Haneke es curiosa o me encanta o me desagrada profundamente pero nunca me deja indiferente y sobre todo me deja días y días reflexionando sobre lo que he visto. Hasta ahora la película que más veces había visto del realizador y que más mella me había producido…, y que me encanta, era Código desconocido. Ahora añado La cinta blanca. Tanto Caché, como la versión alemana de Funny Games y La pianista (aunque juré no volver a verla de nuevo) siempre me dejan preguntándome cosas o mi cabeza da vueltas a mil y una interpretaciones, análisis y respuestas.

Además del análisis que permite La cinta blanca, Michael Haneke nos lega una historia visual de gran belleza. Sólo por sus imágenes, que alcanzan unos niveles de hermosura que casi dañan el corazón y la vista, merece la pena. Tras esa belleza, y ése es quizá el impacto más impresionante, se esconde la podredumbre de una sociedad enferma.

Haneke nos traslada a una pequeña localidad protestante del norte de Alemania poco antes de que se desencadene la I Guerra Mundial. El director opta por un blanco y negro impecable porque como explica en una entrevista, es en blanco y negro —tanto las fotografías existentes como las imágenes en movimiento— tal y como nos han llegado todos los acontecimientos relacionados con esta época. Y además el blanco tiene gran importancia en toda la narración como deja claro en una de las escenas el inflexible pastor a sus hijos mayores: “De pequeños, vuestra madre a veces os ataba una cinta al brazo o en el pelo. El color blanco debía recordaros después de cometer una falta, la inocencia y la pureza. Yo creía que a vuestra edad, la virtud y la rectitud habrían llenado vuestros corazones, lo suficiente para dispensaros de estos recordatorios. Pero estaba equivocado. Mañana, después de que os purifiquéis mediante el castigo, vuestra madre os atará una cinta blanca que llevaréis hasta que vuestro comportamiento nos permita volver a confiar en vosotros”. La blancura impregna la película pero Haneke nos va descubriendo, como si fuera una película de terror clásica que sugiere más que muestra, que esa pureza y esa inocencia están podridas.

Así Haneke descubre cómo detrás de cada uno de los personajes de esta película coral se esconde la represión, la humillación, la violencia física, psíquica y verbal, la sumisión, el castigo, la venganza, el complejo de culpa, la desolación, la tristeza, la muerte, la difamación, la vigilancia extrema, el miedo, las apariencias, la no aceptación del diferente…, y este espíritu enfermo envuelve cada rincón de la localidad y va cubriendo el corazón y los cerebros de adultos y niños, los hombres y mujeres del futuro. Ante esta radiografía escalofriante de una sociedad enferma y ante el anuncio inminente de una I Guerra Mundial no cuesta pensar el futuro de la historia y cómo se comportará un pueblo sumido en la enfermedad de la violencia, la culpabilidad y el castigo. No cuesta pensar de dónde surgirá el odio…

El director austriaco además emplea la voz en off y nos cuenta la serie de extraños acontecimientos que ocurren en la localidad poco antes de la guerra a través de la voz de un hombre anciano, el maestro foráneo, casi en forma de fábula. El maestro recuerda. El maestro sí que es un hombre de mirada limpia e inocente por eso nos narra esta historia desde el distanciamiento, desde la extrañeza de un hombre que todavía se pregunta qué pudo ocurrir y por qué. Que todavía se pregunta por qué los seres humanos que habitaban aquel lugar se pueden comportar de determinada manera. Y lo cuenta con pureza y exactitud. En blanco. Como cuenta su historia de amor con Martha, la tímida, bella y reprimida niñera del barón y la baronesa, de los terratenientes del lugar.

Haneke se centra en dos mundos: el de los adultos sin nombre pero sí con cargos y papeles determinados en su comunidad y red de relaciones (El médico, la comadrona, el maestro, el granjero, el pastor, el tutor, el administrador, el barón, la baronesa…) y los niños, los pequeños, el futuro, cada uno de ellos con un nombre propio (Anna, Klara, Martin, Rudolf, Karli, Sigmund…). Unos niños capaces de protagonizar las escenas más bellas y tiernas y también de estar presentes de manera amenazadora y terrible ocultando un trasfondo negro de una cultura y una moral que absorben con dureza cada día. Tras sus rostros y cabellos rubios, y caras angelicales, se ocultan ya los primeros síntomas del monstruo del mañana, el germen y la semilla de la violencia y el odio. Todo se sugiere, nada se cuenta explícitamente.

La película sin música de fondo sólo cuando se escucha realmente en el propio pueblo (el coro de la iglesia, en las fiestas, el piano y la flauta en casa de los terratenientes…) plasma un mundo bello y tranquilo donde el tiempo transcurre despacio, sin prisa: los campos, el viento, la nieve, las casas —las humildes y las menos humildes—, la iglesia, la escuela, los niños…, un mundo que se va llenando de extraños acontecimientos. Un accidente provocado del médico mientras monta a caballo, un campo de coles absolutamente destrozado, el incendio de un granero o el horrible maltrato que sufren dos niños… diferentes por distintas circunstancias (el niño aislado y rico, el niño inocente con síndrome de down)…

Así Haneke va demostrando que todos los habitantes ocultan una historia dura, triste y gris y que todos pueden ser culpables del estallido de esta violencia hasta el momento contenida. El director austriaco va desarrollando como en el pueblo además se genera un ambiente de sospecha, miedo, perplejidad y venganza. No extraña el anuncio del estallido de la guerra.

El realizador se convierte en mago de las imágenes a la hora de ir narrando cinematográficamente su historia. De esta manera cobra importancia todo lo que ocurre detrás de las puertas cerradas, de aquello que no encuadra, los sonidos que escuchamos nos cuentan mucho, lo que no vemos a través de las ventanas…, devolviéndonos escenas de una gran fuerza. Como el castigo de los niños tras la puerta cerrada, las piernas de una mujer muerta y el dolor de un marido en la cabecera de su cama, el sexo oculto y oscuro por el hombre que cubre a la mujer sumisa, las conversaciones que no escuchamos, las puertas que esconden la muerte, la culpa y la ausencia…

Lo terrible es que esa localidad la sitúa en un momento de la historia en un país determinado. Pero lo que ocurre en esa localidad puede trasladarse a otro país y a otro tiempo. El horror sugerido no cambia. Nos cuenta el odio generado por las diferencias y el reparto injusto, lo horrible de una sociedad sometida y aquellos poderes que someten (el terrateniente y su mando casi medieval, la sumisión que provoca el pastor a través de una religión que predica el miedo al pecado y genera el sentimiento de culpa, el sometimiento brutal de la mujer en un sistema patriarcal cimentado en la violencia…). Todos son víctimas y todos son verdugos, y ésa es la gran hecatombe.

Haneke y su equipo han realizado una labor de casting envidiable donde los rostros de los personajes tienen una fuerza que se come la pantalla a dentelladas. Desde esos niños rubios y silenciosos a ratos a esos adultos que ocultan mucho más que sufrimiento y dolor. Susanne Lothar —que ya trabajó con el director en la impresionante Funny games— como la comadrona nos hace sufrir con su rostro ajado y lleno de sufrimiento sobre todo cuando tiene que lidiar toda la violencia verbal que echa sobre ella un médico cruel roto por el dolor y el hastío que le vuelve un hombre absolutamente cruel capaz de despreciar a su amante y de hacer el mayor de los daños a su hija mayor) o ese granjero (Branko Samarovski) que no aguanta la injusticia, roto por la perdida de la esposa en un accidente laboral evitable y que ve cómo su mundo se derrumba en cuestión de días ante la justificada rebelión del hijo mayor y el castigo de un terrateniente condescendiente.

El realizador austriaco deja escenas impresionantes como la conversación de Anna con su hermano pequeño sobre la muerte, como ese niño pequeño que quiere cuidar y salvar a un pajarillo y cómo posteriormente se lo regala al padre pastor al que ve triste o las lágrimas de ese niño que oculta al severo padre que se masturba en las noches solitarias o esa niña golpeada una y otra vez por la culpa que clama venganza en un ser indefenso como un pajarillo o esa niñera a la que despiden y se queda aterrorizada ante el posible castigo. Escalofriante esa baronesa abandonando al esposo harta de la violencia y que confiesa estar enamorada de otro hombre o ese barón que en la iglesia incita a toda la comunidad a que sospechen los unos de los otros hasta dar con los culpables o el descubrimiento del hijo adolescente del suicidio del padre, o ese niño que vela a la madre muerta y quiere quitarle un pañuelo blanco del rostro…

Haneke muestra belleza para contarnos una triste y dura historia del origen del horror y la violencia.

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Diccionario cinematográfico (121)

Fábricas: revolución industrial, nacen las fábricas, edificios enormes donde se produce o transforma un material. Sitio donde se produce. Capitalismo. Obreros, alienación, luchas a lo largo de los años por mejores condiciones de trabajo, seguridad, accidentes laborales, grandes espacios, relaciones entre obreros y patrones, trabajadores sin papeles, sin derechos laborales… Sitios de producción. La mano de obra olvidada o recordada.

El cine no ha sido ajeno al mundo de la fábrica.

De hecho una de las primeras imágenes proyectadas en pantalla blanca fue Salida de los obreros de la fábrica de los hermanos Lumière.

Fábrica, metáfora del hombre olvidado, hombre anónimo, hombre en cadena de producción, alienado. Una de las obras cumbres del cine mudo de Lang, un cine futurista y de futuro negro para la humanidad, es Metrópolis donde la escenografía muestra una gran fábrica donde los seres humanos son esclavos.

Uno de los genios de la comedia muda despide a su personaje universal, Charlot, en el corazón de una fábrica que le vuelve loco y deshumaniza a los obreros. Inolvidable Charles Chaplin en Tiempos modernos donde los obreros trabajan en cadenas de producción, donde se ven azotados por la crisis de los años 30…, delirante la escena en la que prueban con el obrero Charlot una máquina para que el obrero siga produciendo mientras come…

Así nombrando a la anterior no puedo olvidar a una pequeña joya del cine francés de 1931 del realizador René Clair, ¡Viva la libertad!, donde gran parte de la trama transcurre en una fábrica donde vuelven a reunirse dos amigos que vivieron en un pasado encarcelados. Uno es el famoso empresario que dirige la empresa, el otro es un trabajador que se sitúa entre los dos mundos: trabajadores y patrones. Y me he acordado porque una de las acusaciones que le cayó a Chaplin con sus Tiempos modernos es que había plagiado esta película, ante esta ridícula acusación para desprestigar el trabajo del director, fue el propio Clair quien la zanjó diciendo que se sentía halagado si de alguna manera había inspirado al maestro.

Tampoco se puede olvidar la representación de la lucha de clases y el nacimiento de la lucha obrera en el cine silente soviético. No hay más que repasar la filmografía de Eisenstein o de Pudovkin para visitar todo un abanico de fábricas, injusticias, luchas y huelgas. Recordemos títulos como Huelga (1924) del primero o La madre (1926) del segundo.

Dentro de un cine contestario de respuesta política o social, es decir, el cine como reflejo de problemáticas y como expresión de planteamientos intelectuales e ideológicos y de denuncia ha dado como resultado toda una serie de películas que se desarrollaban en los microcosmos que suponen las fábricas.  También las fábricas sirven para describir la vida de los obreros, algunos de ellos solitarios y tristes arrastrando toda una vida de problemas. También nos encontramos con la dureza de trabajadores de fábricas que cierran y deben afrontar el paro.

Así podemos ver títulos de índole distinta donde la fábrica y sus trabajadores están presentes:

La descripción más dura y bestial de un capitalismo salvaje y sin concesiones para los trabajadores aparece de la manera más cruda en La tierra de la gran promesa del polaco Wajda.

La realidad de cierre de las fábricas en épocas de crisis y las condiciones en las que se quedan los trabajadores parados se refleja de distinta manera en la divertida y tierna Full Monty (1997) de Peter Cattaneo o de manera trágica y realista con toques de humor en la española Los lunes al sol (2002) de Fernando León.

Durante los años 70 y 80 hubo un determinado cine americano que narraba la lucha para la obtención de los derechos laborables de los trabajadores en las fábricas. Así se popularizaron películas como Norma Rae (1979) de Martin Ritt, Silkwood (1983) de Mike Nichols o El síndrome de China de James Bridges en 1978 (estas dos últimas películas ambientadas en centrales nucleares y cómo estos edificios no velan por la seguridad de los trabajadores y la comunidad donde se han construido)…

Películas que narran tristes vidas de obreros atrapados entre cadenas de montaje que no pueden volar hacia otros límites o ver cumplidos sus sueños. Desde Finlandia llegó la melancolía de La chica de la fábrica de cerillas (1990) de Kaurismaki. La española Isabel Coixet cuenta la historia de una trabajadora de una fábrica que prefiere una rutina perfecta en una cadena de montaje que enfrentarse a un pasado duro en La vida secreta de las palabras (2005).

También hay fábricas de otra índole. Escenografías enormes o más pequeñas, de empresas familiares, que han dejado escenas para el recuerdo. Todavía queda en la memoria cinéfila la super escena romántica y machista de un chulesco Richard Gere que va a rescatar a una Debra Winger de su vida en una fábrica y se la lleva de ahí en brazos en Oficial y caballero. O es imposible olvidar, en sus dos versiones tanto la de 1971 como la de Burton en 2005, esa especial visita que hace un niño Charlie a una fábrica de chocolate absolutamente delirante, mágica…, y cruel. El padre de Benjamin Button en la última película estrenada de David Fincher es el dueño de una próspera y pequeña fábrica de botones que nos regala momentos mágicos. Las distintas versiones de Carmen nos deja también visiones en fábricas de cigarrillos o fábricas de paracaídas (en la versión de Otto Preminger, el musical de Carmen Jones para mayor gloria de una espectacular Dorothy Dandridge). También, hay escenas escalofriantes en la fábrica de Schindler, hombre que logra salvar a varios judios de una muerte segura en los campos de concentración llevándoselos como mano de obra barata para una fábrica que abre en Cracovia…

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