Robin Hood de Ridley Scott

El Robin Hood de Ridley Scott cuenta el origen de la leyenda como Richard Lester en los años setenta nos narraba las peripecias de un Robin ya anciano con una Lady Marian desengañada pero mujer enamorada.

Reinterpretación de los orígenes de la leyenda. Frente el desencanto de un héroe cansado y el romanticismo trágico de Lester en una sencilla pero emocionante película (Robin y Marian), Scott ofrece sólo un producto correcto técnicamente, entretenido pero carente de una emoción sublime y que caerá en olvido. Aunque ha sido bonito disfrutar del bruto de Crowe con su voz sensual con una voz más sensual aún de una guerrera Marian con rostro de Cate Blanchett. Aunque trata de contar lo que todavía nadie había contado, no logra engancharnos y olvidarnos de los leotardos verdes, la encantadora alegría y placer de vivir de ilustres antecesores.

Así Scott sigue tratándonos de convencer de un cine colosal con escenas espectaculares pero ¿dónde está el alma? Un cine lineal, sin emoción, sorpresa o sobresalto alguno.

Aunque siento debilidad por el macizo Russell Crowe como héroe de vuelta de todo, su Robin Hood no ha eclipsado mi visión de su Gladiator (otro cine-entrenimiento que me entretuvo, me divirtió y me emocionó por partes iguales) por seguir hablando de Scott. A veces, su Hood es tan simplón e inocente, ese fuera de ley por necesidad ante un estado que empobrece a los ciudadanos, que hay escenas que ruborizan (como esos penosos flash back que recuerdan su infancia y la figura de ese padre cantero y filósofo). Scott, sin embargo, se rodea de buenos actores con carisma pero con personajes tan planos o mejor dicho sin apenas matices que nos quedamos con las ganas más. Así nos agrada ver a la Blanchett, a William Hurt, Max von Sydow, Mark Strong (carismático malvado y ya), Danny Huston, Eileen Atkins (como Leonor de Aquitania)…

No faltan escenas de acción y aventura pero no hay feeling entre buenos y malos, todos parecen que pasan por la historia a realizar su rol de manera correcta y punto. Pero ¿dónde está la emoción que te hace saltar de la butaca, reír a carcajadas o llorar de manera desatada? ¡Dios mío me estaré volviendo mujer fría y calculadora que ya pocas cosas me inspiran emoción!

Scott sólo ha hecho un correcto ejercicio técnico que entretiene las dos horas de proyección y consumo. Y que no nos pasará nada de nada si no lo volvemos a ver. Batallas, muchas flechas, luchas, un malo malísimo, un romance, borracheras… hasta un desembarco.

Algo que no pasa con Douglas Fairbanks, Errol Flynn, el Robin con forma de zorro de Walt Disney, Sean Connery de rostro cansado más siempre enamorado… Después trataron de seguir emocionando con más pena que gloria con la leyenda que conocíamos todos e intentando meter alguna que otra modernidad Kevin Costner y Patric Bergin…, y el Robin Hood de Scott se queda en esta segunda etapa de cobre de Robinsones descafeinados.

El Robin de Scott nada aporta…, aunque sí, de verdad, te hace pasar la tarde. Te entretiene.

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El puente de Waterloo (Waterloo Bridge, 1940) de Mervyn LeRoy

En este melodrama romántico son varios los ingredientes que no se nos pueden escapar y que hacen de su visionado una experiencia especial.

Mervyn LeRoy, olvidado director, que se decantó en los años 30 por películas realistas y cine negro y social del bueno empieza la década de los cuarenta con una historia de romanticismo y melancolía en tiempos de guerra, El puente de Waterloo. LeRoy dominó tanto el musical ‘social’ como Vampiresas 1933 hasta convertirse en rey del drama familiar en Mujercitas o realizador del peplum americano con Quo Vadis o ser el artífice de los vehículos de la dama del drama Greer Garson.

Mervyn demuestra así su oficio en esta película donde sobresale el retrato complejo de su protagonista femenina, una bailarina de danza clásica con el rostro hermoso de una famosísima Vivien Leigh que se aleja totalmente del personaje que acaba de darle la fama mundial, Scarlet O’Hara. Además, se une a uno de los galanes del momento con bigotillo incluido, el apuesto Robert Taylor (para los canones de la época. Ya habían sido pareja cinematográfica. Así como Gary Cooper o John Gardfield siguen siendo considerados hermosos o atractivos, modernos, Taylor es rostro de los cuarenta que no aprueba en el siglo XXI). En El puente de Waterloo es ella, Myra, la protagonista, la que tiene una evolución como personaje lleno de matices, mientras que el que la rememora y recuerda, el galán, el capitán Roy es un personaje plano, enamoradizo, un hombre bueno, optimista e inocente (incluso cuando vuelve de vivir un horror, la Primera Guerra Mundial, no hay cambio en él del hombre anterior y posterior a la guerra. Es curioso que la película arranque cuando empieza la Segunda Guerra Mundial y él de la Primera no recuerde los horrores de los campos de batalla sino su amor truncado con Myra).

Toda la película es un gigantesco flash back de un hombre anciano y siempre enamorado a punto de volver a vivir otra guerra que recuerda un tiempo pasado cuando también eran tiempos de guerra donde encontró a la mujer de su vida, y la rememora con cariño. Y como la guerra destruyó lo que podría haber sido cotidiano y tranquilo… o no. Así se narra otras consecuencias de la guerra que destruye historias… aunque también las acelera y las hace nacer.

Myra y Roy podían haber sido felices y comido perdices o haberse odiado al día siguiente… pero no tienen posibilidad de comprobarlo y con una guerra de por medio viven otra historia posible que es la que nos narra El puente de Waterloo y esa historia posible es un drama.

Y el drama es la vulnerabilidad de una mujer que ama y que piensa que por hechos que ha vivido no va a ser nunca ni feliz ni perdonada (porque ella considera que tiene que ser perdonada). Y aunque ninguna de las personas más cercanas la juzga o la insinúa que no hay posibilidad de felicidad (ni siquiera el galán que la seguirá siempre amando y comprendiendo)… ella huye y busca como única salida el suicidio. Y el personaje de Myra se mueve continuamente en una inestabilidad emocional que no la permite ser feliz sino ‘agorera’ como dice Roy en su primera cita, ‘como si no esperara mucho de la vida’… y esa inestabilidad la refleja como nadie una hermosa Vivien Leigh.

¿Y cuáles son esos hechos que impiden a Myra ser feliz junto al amado cuando regresa del combate? Todo son trampas del destino. Myra y Roy se conocen casualmente cuando él está de permiso y tienen que refugiarse ambos en el metro ante un bombardeo. En dos días se enamoran profundamente pero cuando tienen todo preparado para casarse él tiene que irse al frente inesperadamente. Ella se queda sola y pierde su trabajo como bailarina. Trata de sobrevivir con una amiga Kitty (Virginia Field, en un buen papel) pero encontrar trabajo en esos tiempos grises no es fácil. Myra sobrelleva la vida dura sin miedo porque sabe que Roy regresará, sin embargo, un día lee en el periódico que Roy ha muerto en el frente y el mundo se le cae a los pies. Myra se ve sin futuro y sin salida así que vulnerable y sin emociones se aferra a la única salida que encuentra, se vuelve prostituta. Pero la muerte de Roy ha sido un error y confusión. Y regresa igual de enamorado… y ella que no se atreve a contarle cómo ha sobrevivido renuncia a él y a la vida. Myra teme a decir la verdad y a enfrentarse a un mundo que baila entre las apariencias y la hipocresía y al que le hubiera costado adaptarse (como se demuestra en el baile que se prepara en la casa del amado para dar a la pareja la bienvenida y de paso cotillear un poco)…

Así Mervyn nos lleva por un blanco y negro sabio y unas composiciones delicadas a una triste historia de amor llena de escenas nostálgicas: el primer encuentro, la primera cita en un restaurante y el baile bajo la luz de las velas, el amor bajo la lluvia, la despedida tardía en el tren… Mervyn sólo con un par de escenas y una delicadeza total nos refleja la conversión de Myra en prostituta. O explica cómo las circunstancias hacen que Kitty sea la primera que vea una salida en la prostitución a su situación. Y con la misma delicadeza nos narra como Myra en el puente de Waterloo donde conoció al amado como una Anna Karerina decide quitarse la vida…

El puente de Waterloo es una adaptación de una obra del dramaturgo y guionista Robert E. Sherwood (recordado por su obra El bosque petrificado, rememorado hace poco en la primera secuencia de Revolutionary Road —es la obra que representa April en la que fracasa estrepitosamente como actriz—) y además de la pareja protagonista cuenta con toda una galeria de buenos secundarios que recordaremos por sus nombres —aunque seguro sólo nos sonarán por sus rostros y las películas en las que actuaron— como Lucile Watson, Maria Ouspenskaya, Virginia Field o C. Aubrey Smith.

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Mona Lisa (Mona Lisa, 1986) de Neil Jordan

Hay películas que serán y son recordadas por el trabajo del actor o actriz que encara personaje querible y creíble. Y ése es el caso de Mona Lisa. Jordan contaba con historia y premisa interesante pero para mí no aprovechada aunque cuenta con algún buen momento…, y sobre todo con un Bob Hoskins grandioso que se come la pantalla a dentelladas con su George, un hombre bruto, bajito y muy vulgar, insignificante, como él se denomina, pero con un corazón enorme. Él es un hombre bueno. Ya se lo dice la prostituta “alta y negra” que se llama Simone (Cathy Tyson), y es toda una señora.

Y es que Bob Hoskins y su interpretación es suficiente razón para dejarse llevar y cautivar por una enrevesada historia con giros poco explicados y personajes que pasaban por ahí (sí, un Michael Caine de malo descafeinado). Así que no me importa en absoluto la trama de ese Londres oscuro (que podría haber formado parte de una buenísima historia) que Jordan no consigue, sí en cuanto ambiente y atmósfera. Y me quedo con los ojos de George, con sus miradas, con ese George inocente, que a pesar de haber salido de la trena y ser un tipo duro, desconoce un mundo sádico, violento y malo. Un George bestia como el solo pero capaz de querer que alguien le quiera, y llevar una vida normal donde se casa con la chica, tiene una hija y se pelea con la suegra. Él es muy simple, nos avisa. Él es hortera, con su camisa a flores y su cadena de oro. Él es impulsivo pero te desarma con su mirada, con sus sueños e ilusiones. Con sus ganas de ayudar y proteger a la señora inalcanzable que confían en él y se llama Simona, que le contrata como chófer y le confía sus penas.

George, el hombre bruto y vulgar, que acaba de salir de la cárcel después de siete años, que trata de recuperar a su hija, que vive en una caravana con un amigo que vende objetos imposibles y que se cuentan uno a otros historias de novela negra… y que se enamora, de corazón, de su cliente, de la enigmática Simone, la prostituta de lujo que va de hotel en hotel, de cliente a cliente. Y George la ama, confía en ella y la considera amiga. Y por ella se arriesga y se convierte en protagonista de novela negra. Pero de unos mundos oscuros que él mira con desagrado y pena porque no se puede creer lo que ve, más es un corazón enamorado. Quizá es aposta lo de una trama sólo insinuada, y a veces pienso que mal insinuada, porque lo que importa es nuestra conexión con George y cómo no entiende nada o finalmente entiende demasiado. Él se ha portado mal, cuenta a su hija, pero ya no y tampoco le gusta juzgar. Y aunque le rompan el corazón, él sigue siendo un superviviente. Y aunque los otros personajes no lleguen a su altura, no hace falta porque él solito es Mona Lisa. De fondo, si quieren la voz de Nat King Cole.

Y Neil Jordan ofrece historia con uno de esos finales inesperados que tanto le gustan que sólo sirve para que veamos a un George con el corazón roto por una prostituta de lujo inalcanzable que también es personaje complejo y bonito (pero qué pena peor desarrollado)…, algunas escenas entre ellos son de una sensibilidad extrema y creíble.

Aunque a George abra los ojos y vea una realidad que no le gusta, y le rompan una vez más el corazón o el alma y también los esquemas, él vuelve a levantarse, a protagonizar historias de novela negra, a comprender mejor que nadie a cada uno de los personajes, a seguir viviendo, a seguir creyendo.

Gracias, Bob.

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Anna Magnani

La Magnani es un fenómeno de la pantalla, una actriz que sobresale y rompe tópicos. Surgió en la pantalla cinematográfica en los cuarenta. Ella nació para el mundo como Pina en Roma, ciudad abierta en el año 1945. Y aquella mujer que muere gritando “¡Francisco!” y corriendo en plena calle mientras sigue al amado detenido al que se llevan en un camión perdura y perdura.

Su vida era puro teatro, de escenario en escenario, de cabaret en cabaret. La dura vida. Ella era torbellino. Ella era espectáculo, ella era artista ¿Por qué sobresale y rompe tópicos? ¿Por qué Fellini la hizo un guiño en Roma (1972) enfocándola, ella poderosa, y acompañando la escena con la frase “ella es Roma”?

La Magnani no poseía la belleza, que fueron sofisticando, la Loren, la Mangano o la Lollobrigida. La Magnani no tenía el glamour de una Audrey Hepburn o Ingrid Bergman. Ella era el espectáculo y ella poseía una fuerza natural y salvaje que rescataba la cámara y la hacía resplandecer, su belleza era peculiar y única como su voz, su gesto. Grandes ojos, pelo negro y nariz irregular. Fuerza bruta y una sensualidad que resplandecía. Ella era coraje y tragedia. Puro grito y rebeldía. Pura carcajada y lágrima salvaje o sufrimiento desnudo. Y no había quien la modelara o la transformase o la sofisticase porque ella era la Magnani, la misma Roma.

La Magnani era mucha Magnani en pantalla, escenario o en la vida misma. Y dentro de su estado salvaje, de ser una fiera del espectáculo, surgía una sensibilidad que podía y puede hacer llorar o llegar al extasis.

Ella pura Italia se casó en los años treinta con el realizador Goffredo Alessandrini que no supo ver la madera de estrella de la esposa. No se separó legalmente hasta los años cincuenta pero entre medias vivió amores y pasiones con el actor Máximo Serato del que tuvo un hijo y con el amor de su vida (que fue amigo hasta el final a pesar de sus amores y odios y distancias…), el realizador Roberto Rossellini. Se sintió humillada y abandonada cuando Rossellini la dejó por Ingrid Bergman que además la desplazó como musa. Antes también fue la protagonista de esos mediometrajes míticos (que sólo he visto a pedazos, nunca enteros) que componen El amor, de 1948, el monólogo de la actriz que sólo cuenta con un teléfono y al otro lado de la línea un amante que la abandona, La voz humana (una adaptación del monólogo teatral de Jean Cocteau), y por otra, El milagro que fue el escándalo donde la Magnani era la campesina que dice tener a Jesús en su seno.

Dicen que despechada por Rossellini se trajo al mismísimo William Dieterle a Italia para que la dirigiera en una historia que fuera competencia de Stromboli y ambas estrenadas en 1950. Si la Bergman sufría lo suyo junto al volcán, la Magnani no era menos en Vulcano. Bonito sería ver en programa doble estas películas. Y también que se incluyera la interpretación de ambas en La voz humana, ya que la Bergman también lo rodó en 1966. ¿Se imaginan que lujo? Avísenme si se les ocurre programar tal maravilla y de paso de regalo Nosotras las mujeres donde varios directores dirigían a actrices de prestigio como ellas mismas en su vida más cotidiana. Ahí, Rossellini rodaba a Ingrid Bergman y Luchino Visconti a Anna Magnani.

Con Visconti en 1951 rodó la intensa y emocionante Bellísima donde el director Alejandro Blassetti busca a una niña como protagonista de su siguiente película. Y Anna es esa madre fiera que lucha por conseguir sus sueños y su felicidad a través de su hija y hace todo lo imaginable para que la niña supere el casting. Pero la Magnani emociona como esa madre fiera que finalmente se da cuenta de lo que está haciendo con su hija, de lo que están haciendo a su hija y de la crueldad de ciertas personas…, y tiene el poder de rectificar y seguir amando y seguir siendo fiel a sí misma.

Dos años más tarde se la lleva de paseo Renoir y la hace rutilante protagonista de la peculiar La carroza de oro un canto al teatro popular italiano en siglos lejanos en tierras de América del Sur. Un bocado exquisito donde una Magnani grande como actriz transformada en una Camilla que ama su vida en el escenario, a su público, que va arrastrando su arte por los sitios más inesperados y sembrando amores entre la nobleza, el mundo del toreo y el ejército para finalmente elegir la soledad de la actuación en una bonita reflexión sobre el teatro.

Pronto llega su salto a Hollywood curiosamente de la mano de un gran amigo y admirador, el dramaturgo Tennessee Williams, y realiza dos películas hoy olvidadas (pero hace poco han salido ambas en dvd) pero que me encantan donde la Magnani está en su salsa. Primero fue esa especie de tragicomedia genial donde Anna es una Serafina sufridora y viuda que cae en brazos de un camionero que es un buen hombre con cara de Burt Lancaster en La rosa tatuada. Serafina le supuso un Oscar. Corría el año 1955 y seis años después es la trágica por excelencia en ese drama caluroso y tremendo donde se enamora de un vagamundo con cara de Marlon Brando en Piel de serpiente. Y dos personalidades tan distintas tienen una química especial que traspasa la pantalla.

Después Passolini la transforma en la puta que quiere redimirse y convertirse en mujer de bien. En la puta que quiere prosperar en un buen barrio e impedir que su joven hijo tenga una perra vida…, en la madre que sufre porque no consigue su sueño, salir de la porca vida, y ve impotente como su hijo se hunde en lo más hondo, y da dolor ver su rostro en la bestial Mamma Roma en 1962.

Lo último que nos dejó antes de su fugaz aparición en Roma para deleitarnos en la sala oscura fue la simpática El secreto de Santa Victoria en 1969 junto a otro actor con mucha fuerza, Anthony Quinn.

La Magnani fue y es volcán. Y en la sala oscura esperamos que se proyecte en pantalla enorme sus ojos cansados que pueden llorar o esos labios que gritan o se carcajean ante las situaciones de la vida dura.

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Érase una vez en América (Once upon time in America, 1984) de Sergio Leone

De los primeros momentos inolvidables que escribí fue uno de Érase una vez en América. Ayer recordaba a Ennio Morricone y la genial partitura que realizó para la película de su gran amigo Leone en su última obra cinematográfica. El otro día escribí un post sobre un espaghetti western de Leone, El bueno, el feo y el malo. Y ahora confieso que este fin de semana tuve la necesidad imperiosa de volver a ver en mi amado dvd Érase una vez en América para volver a extasiarme de nuevo con esta obra cinematográfica. Y ¿por qué me parece tan grande? Voy a tratar de explicarme. Porque es una obra que lo merece. Para empezar porque en cada nuevo visionado descubres una nueva clave o un nuevo motivo que te hace profundizar más en la historia. Son cuatro horas frente la pantalla, y son cuatro horas que pasan volando de puro deleite. No sólo por una buena historia sino por la belleza de cada una de sus imágenes.

Érase una vez en América es una obra colosal y épica que su artífice Sergio Leone llevó a cabo después de años de trabajo y conflictos y el resultado que le dejó exhausto y minó más su salud es una buenísima obra para el recuerdo que en su momento no funcionó cómo hubiese deseado pero que el paso del tiempo convierte en una pieza imprescindible. La película era una adaptación de una novela que nunca he leído The Hoods de Harry Grey. Parece ser que el autor, que emplea un pseudónimo como nombre, no hizo más que llevar sus vivencias a las páginas de un libro. Algunos estudiosos hablan de que además de la famosa trilogía del dólar, el realizador llevó a cabo una segunda trilogía sobre América en las que se incluiría Hasta que llegó su hora, ¡Agáchate, maldito! y, por último, Érase una vez en América donde abandona el género que le hizo famoso y se decanta por una historia sobre gánsters.

Pero Érase una vez en América, a nivel temático, es mucho más. Es un valioso y precioso estudio del paso del tiempo de un grupo de personas en un espacio determinado, Manhattan, con unas circunstancias históricas y sociales que les afectan en el devenir de su historia. Así Sergio Leone nos regala una estructura temporal mágica en la que nos cuenta un relato épico saltando con maestría de unos años a otros a través del empleo del flash back de una manera magistral. Así vemos la andadura de los personajes a través de los años 20, 30 y finales de los 60. Es verdadero arte cómo salta de un periodo a otro e incluso nos deja un final misterioso y maravilloso en el que podemos imaginar (aunque nunca lo he visto así) que alguno de los tiempos sea tan sólo un supuesto. Un espejo, una melodía que nos retrotae al pasado, el Yesterday de los Beatles, una fotografía, un recuerdo y unos ojos que miran, la imagen de una noticia de televisión nos permite realizar unos increíbles saltos en el tiempo de una belleza visual enorme.

Noodles y Max son los máximos protagonistas de una historia en la cual nos cuenta las circunstancias por las que se convierten en gánsters pero se centra mucho más en su relación y amistad que perdura en el tiempo, en la memoria y el recuerdo. Una amistad llena de momentos hermosos y miradas pero también de traiciones y otras relaciones complicadas donde nunca falta un enorme cariño por el otro y un especial sentido de la fidelidad y lealtad. Son delincuentes pero Érase una vez en América se centra en sus momentos íntimos, en sus miedos, en sus relaciones con los otros, con ellos mismos, sus amores, sueños y frustraciones.

Por otra parte, Leone deja en su relato de los años veinte en que la pandilla protagonista son niños y adolescente un hermosísimo retrato de la infancia de un grupo de niños emigrantes y supervivientes en una sociedad dura. Los momentos en que vemos la semilla de la personalidad de cada uno de los personajes y las relaciones que se establecerán entre ellos así como su forma de actuar en el futuro. Son niños de la calle que tienen que sobrevivir y hacerse un sitio, que desde pequeños viven ya rodeados de un mundo plagado de violencia y dolor. Unos niños que aprenden de la vida a marchar forzadas. Pero la belleza visual de esta parte hace ya que Érase una vez en América sea una experiencia inolvidable. Además de un casting maravilloso de rostros infantiles donde todo el mundo recuerda la primera aparición de una niña de ojos enormes y azules con el nombre de Jennifer Connelly que es Deborah, el amor de Noodles. Ambos protagonizan una triste y dolorosa historia de amor imposible. Recuerdo que el momento inolvidable elegido fue de esta parte y de los niños Noodles y Deborah, cuando ésta le lee un fragmento de El cantar de los cantares. También será en la adolescencia cuando nacen los nudos de amistad y la primera ruptura física entre los personajes porque Noodles es un niño de la calle, un superviviente, pero es leal y ama a sus amigos sobre todas las cosas. Y cuando el pequeño Dominic es brutalmente asesinado por el delincuente Bugsy, Noodles le recoge y oye sus palabras: “Noodles… me resbalé” y él en ese momento pierde la cabeza y reacciona con violencia porque han hecho daño a un ser querido. Y entonces su destino cambia y le encierran durante diez años en prisión.

Y si el casting de los niños es de diez el de los adultos no lo es menos. Lleno de caras principales y actores secundarios con roles que siempre regalan una escena para el recuerdo. Max y Noodles adultos son James Woods y Robert de Niro; Deborah, la olvidada Elisabeth McGovern; o secundarios como Tuesday Weld, Treat Williams, Joe Pesci o Danny Aiello. Frente a una estructura genial (hay una versión en que la productora pensando que iba a funcionar mejor realizó la aberración de contar la historia linealmente), una fuerza visual innegable llena de escenas magistrales, hay un uso del lenguaje cinematográfico genial: de los silencios y las miradas, de los sonidos como un teléfono sonando. Además, como siempre demostró el autor, un reflejo de la violencia directo pero a veces llevándolo a extremos dramáticos de casi lo operístico. También, no faltan escenas donde surge el sentido del humor de Leone (como la escena del intercambio de bebés).

Por otra parte, si realiza un delicado retrato de la infancia, no se queda atrás en el reflejo de la juventud y el nervio durante los años 30 y la visión de un hombre cada vez más mayor, desencantado y ya muy cansado en los años 60. Robert de Niro como Noodles es un complejo personaje que nos acompaña durante todo el metraje, un personaje triste y a veces con unas reacciones imprevisibles pero siempre fiel aunque con dolor a la memoria de los que consideraba su familia, sus amigos. Y en esas reacciones imprevisibles nos encontramos con una dura escena donde organiza una velada de ensueño a su Deborah y cuando descubre que ella, prefiere un futuro profesional a estar con él, cuando descubre que ella va a seguir siendo un sueño, se comporta de la manera más brutal que se pueda imaginar porque es una manera de decirle a Deborah que por una vez va a ser suya. Y aquí todos abofetearíamos a Noodles.

Por último Leone logra plasmar como nadie la nostalgia hacia los momentos de amistad. Es una película nostálgica y elegiaca, un espectáculo precioso. Y lo que logra realmente es que sea tan etérea como si te encontraras en un salón de opio como Noodles al final y al principio de la historia.

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Y de pronto Ennio Morricone

Y de pronto Ennio Morricone.

Me encantaría a través de las palabras y con el ritmo del teclado poder describir lo que me despierta una banda sonora de Ennio Morricone.

Me encantaría ser maestra de la metáfora y poder plasmar las corcheas, semicorcheas y distintas notas de una de sus partituras en un texto.

Las  sensaciones que me surgen al escuchar composiciones que casi sin quererlo forman parte de la banda sonora del tiempo en el que vivo.

Escucho unas notas y surge un universo de imágenes y emociones. No puedo evitarlo, alguna de sus partituras me elevan a un estado semiinconsciente y catatónico…, a un mundo aparte.

Ayer volvía a ver Érase una vez en América y de pronto quedaba hipnotizada ante la música que surge de esa hermosa puerta que conduce a las tumbas de los tres amigos muertos de Noodles.

Y de pronto Ennio Morricone.

Miles de imágenes brotan. Algunas de una belleza inolvidable como esa pantalla de cine que proyecta aquellas escenas de besos que fueron censuradas y que traen un tiempo pasado a un hombre desencantado. O esas de lejano oeste de hombres duros y venganzas tremendas que se funden en una música-coloso que golpea suavemente el oído y te transporta por una historia mucho más profunda de lo que ya están viendo. O aquellos días de cielo azul con sol que cae sobre  campos de trigos, con una luz especial, que acompaña a esa lejana historia trágica de triángulo amoroso y silencioso. O la historia tremenda de La misión con una música y unas voces que elevan y contrastan con una historia de violencia, lucha y  búsqueda de libertad.

Y de pronto Ennio Morricone, un maestro que toma la batuta y te lleva lejos a otros terrenos difíciles de describir con palabras.

Mejor escucharle y si además lo acompañamos de una buena historia y unas imágenes magistrales entonces el momento, ese momento, seguro que merece la pena vivirlo.

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Cine y filosofía

«Según mi manera de pensar es como si el cine hubiera sido creado para la filosofía. Para reconducir todo lo que la filosofía ha dicho sobre la realidad y su representación, sobre el arte y la imitación, sobre la grandeza y el convencionalismo, sobre el juicio y el placer, sobre el escepticismo y la trascendencia, sobre el lenguaje y la expresión».

Stanley Cavell

(Más allá de las lágrimas. Antonio Machado Libros. Colección La balsa de la Medusa. Madrid, 2009)

Canino de Giorgios Lanthimos

Brutal.

Padre, Madre, La Mayor, La Pequeña, el Hijo…

El gato es el peor enemigo.

Los aviones caen como juguetes en el jardín.

A veces, en la piscina aparecen doradas que hay que pescar para pegar una alegría a Madre.

Madre habla sola desde la puerta cerrada de su habitación.

Sólo podremos salir del jardín, al mundo exterior, cuando se nos caiga el canino derecho o izquierdo.

Entonces podremos aprender a conducir y salir fuera de la valla del jardín en coche.

Sólo se puede salir en coche.

El mundo exterior es peligroso.

Padre y Madre nos hacen jugar y si nos portamos bien y nos esforzamos nos regalan una pegatina.

Padre nos trae las cosas que necesitamos del exterior.

También podemos elegir cómo pasar la tarde, por ejemplo, viendo vídeos caseros.

A veces, viene Cristina.

Cristina se encierra con el Hijo. En el cuarto. Y practican sexo porque el Hijo lo necesita.

Cristina si la lamo me puede regalar una diadema de piedras fluorescentes.

O unas cintas de vídeo que me abren el mundo.

A veces escuchamos cantar al abuelo.

Padre nos protege. Madre nos protege.

Si nos portamos mal recibimos el castigo.

Me vendo los ojos, he de buscar a madre y abrazarla.

No tengo nombre.

Los personajes de las películas tienen uno y les llaman.

Quiero que se me caiga el canino y bailar como la chica de flash dance y sentir daño y dolor o poder reír o perder la cabeza saltando.

Cristina no ha vuelto.

Mi hermano me necesita para el sexo. Soy La Mayor.

Hay más mundo detrás de la valla del jardín.

Quiero llamarme Bruce y atender cuando me nombran.

Los coños se encienden y se apagan, el teléfono da más sabor a mi comida, y hay pequeños zombies olorosos y amarillos en el jardín.

El gato es una amenaza.

Da miedo.

Y el Hijo acaba con él porque nos asusta y amenaza. Nos invade. Acaba con la tranquilidad y seguridad de nuestro recinto.

Pero deseo que se me caiga el canino.

Que me peguen un puñetazo a lo Rocky y poder sentir incluso pánico o miedo ante un peligro real.

Quiero tener un nombre, llamarme Bruce.

El abuelo canta en las noches frías, y Padre nos traduce lo que nos quiere decir.

Con mis hermanos hago ejercicios en el jardín o juego a que me ahogo y tienen que reanimarme, que hacerme el boca a boca.

Padre sale todas las mañanas y vuelve por las tardes.

El coche es mi pasaporte.

Mi salida a lo desconocido.

Me gustaría perder el canino.

No sé qué tengo que lamer para que me regalen un pedazo de realidad.

Pásame el teléfono que la comida está sosa.

Apago una noche más el coño.

Cristina me pedía que le lamiera el piano y el Hijo lo emplea para otra cosa.

Me llamo Bruce.

Brutal.

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Diccionario cinematográfico (131)

Celebración: banquetes, reuniones familiares, bailes de sociedad, bodas, comuniones, bautizos, fiestas de cumpleaños, fin de año y otros eventos…, el séptimo arte está poblado de celebraciones que muestran el virtuosismo de los directores, guionistas, actores, escenógrafos, técnicos de iluminación, directores de fotografía, compositores…

Empecemos por una película del Dogma 92, Celebración de Thomas Vinterberg donde una familia de la alta burguesía danesa se dispone a celebrar el 60 cumpleaños del patriarca. Durante un fin de semana asistimos extasiados a una corrosiva reunión familiar donde cada vez que uno de los miembros da un golpe a una de las copas con una cucharilla temblamos ante las confesiones más tremendas que se van a llevar a cabo después. Nunca unos discursos familiares fueron tan bestiales.

Sigamos por la maravillosa primera parte de El cazador de Michael Cimino donde asistimos a los preparativos y celebración por todo lo alto de una boda por el rito ruso ortodoxo donde se nos presenta la vida cotidiana de los tres protagonistas y sus familiares y vecinos. La celebración como símbolo de una cotidianeidad que será destruida por el horror de la guerra y la dureza del regreso. La reunión final, escalofriante.

Paseamos por dos celebraciones peculiares, dos películas que describen con minuciosidad la preparación y celebración de dos reuniones con banquete y otros detalles incluido. Las uno por su delicadeza. Por una parte, El festín de Babette de Gabriel Axel donde una gran cocinera parisina exiliada en una remota aldea danesa quiere corresponder con una gran cena a las dos hermanas ancianas y solteras que la han acogido. A la gran cena acude un grupo de ancianos vecinos, todos ellos excesivamente puritanos y no dispuestos a caer en los placeres que depara la vida…, pero las exquisiteces y el trabajo realizado por Babette les hará realizar un viaje a los sentidos totalmente inesperado. Y la otra es la última obra de John Huston, Los muertos donde a principios de siglo XX se celebra en una distinguida casa el día de Epifanía. La casa de las señoritas Morkan se prepara para albergar en una noche especial a todos sus invitados: el banquete, el baile, la música, los discursos…, todo está preparado para hacer saltar plácidamente las emociones por los pequeños detalles y la presencia, siempre, de los ausentes. Ambas películas son exquisitas recreaciones de buenas obras literarias de Isak Dinesen y James Joyce.

Victor Erice creó una de las más bellas comuniones, una celebración familiar en una casa rural en tiempos de posguerra en el norte de España con un abrumador y bello plano-secuencia. Estoy hablando de El sur.

Imposible olvidar las dimensiones épicas de las bodas, comuniones, bautizos, fiestas y otras reuniones familiares en la trilogía de El padrino. Coppola emplea su magistral uso de la cámara y el lenguaje cinematográfico para mostrar las celebraciones más importantes de la familia de mafiosos Corleone donde se refleja su mundo privado y familiar en paralelo con los momentos clave de traición o venganza de la familia como clan de la mafia.

Otros momentos dignos de recordar son las celebraciones y banquetes en las películas de época. Recordemos dos. El plano secuencia del baile en sociedad que presenta los distintos aposentos así como las distintas tramas que se desarrollan en la preciosa Orgullo y prejuicio de John Wright. Y otro rey de las celebraciones es Scorsese que las lleva a su grado máximo en La edad de la inocencia donde junto a los distintos banquetes donde se guardan apariencias y formas, Scorsese refleja como nadie los verdaderos sentimientos que se esconden tras los personajes.

Feliz banquete a todos.

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Two lovers de James Gray

Sólo he visto La noche es nuestra y Two lovers de James Gray y he de decir que en ambas me ha pasado lo mismo. Gray sabe filmar, emplea muy bien el lenguaje cinematográfico, logra atrapar con la fuerza de sus imágenes y va creando un universo propio siguiendo los patrones de una narrativa que sigue los cánones clásicos para contar una buena historia. Cuando me pongo frente la pantalla enorme, en la oscuridad de la sala y surgen sus imágenes e historias empiezo a emocionarme pero al final nunca estallo. Me quedo en el camino. Sin embargo, nunca llega a decepcionarme del todo y sus películas permiten interesantes análisis.

Two lovers es un estudio del amor. Gray deja los caminos del thriller y nos mete de lleno en una película de género romántico envuelta en melancolía. Los tonos grises e invernales, las imágenes casi de ensueño, nos avisan. Porque Gray nos mete de lleno en la mente de un enfermo emocional —como tantos enfermos emocionales que cada vez más pueblan el mundo—, Leonard (Joaquín Phoenix, hasta ahora su actor-fetiche). Y es que Leonard es un muerto en vida, un joven que pulula por el hastío que le supone la vida, un enfermo bipolar que trata de mantener sus emociones en lugar seguro: una existencia planificada, monótona y familiar sin sobresalto alguno que le permita ser un muerto en vida y aguantar los temporales emocionales.

Leonard, apacible y tranquilo, con bajadas al abismo que le hacen intentar el suicidio, en casa de papá y mamá protegido por el tranquilo negocio del padre en una tintorería. Leonard que sufrió un mal de amores que le hizo caer poco a poco por el tobogán y que trata de protegerse ocultando sus emociones, siendo un muerto en vida. A nuestro protagonista se le plantea un dilema nada más comenzar esta historia: en un mismo espacio temporal conoce a dos mujeres. Su vecina Michelle (etérea Gwyneth Paltrow) y Sandra, una hija de un matrimonio amigo de sus padres (carnal y real Vinessa Shaw). Y Leonard en el centro sabe que la primera le permitirá seguir vivo emocionalmente, un volcán que arrasará y seguro dolerá y la segunda le proporcionará una estabilidad emocional y seguridad de mantener en calma el torbellino, es decir, seguir muerto en vida apaciblemente.

Y quizá es esa corrección formal que permite imágenes bellísimas y composiciones perfectas las que hacen que la emoción no estalle ante el dilema que se le plantea a Leonard. Siempre está en punto de ebullición pero finalmente no estalla. Recuerdo dramas románticos de los últimos tiempos que me hicieron estallar como, por ejemplo, El final del romance que me llevó hasta el éxtasis y me apeno porque Gray casi lo consigue pero no llega a crear la tensión emocional que sugiere la historia.

Gray explica que Two lovers es una libre, muy libre adaptación, de la novela corta de Dostoyevski, Las noches blancas, y entonces me viene a la cabeza la película de Visconti, Dios, ahí sí que estallé emocionalmente ante el dilema de un aburrido funcionario con cara de Mastroianni que durante cuatro noches vive en un limbo emocional e ideal junto a una inestable y misteriosa mujer casada. Ahí sí que sentí el drama del protagonista, los protagonistas. En Two lovers lo intuyo pero Gray se contiene aunque deja un sabor melancólico en esa salida y salvación que ofrece al personaje. Todos intuimos en esa última escena toda su historia futura.

Gray tiene muchos aciertos. Sentimos cómo Leonard idealiza a una etérea Michelle a la que mira por la ventana o a la que ama en las alturas en una azotea, sin que nadie les vea, o en el patio interior…, o en un vagón de metro, o en una discoteca de música estridente. Michelle es otro tobogán emocional y ambos se identifican pero ambos saben que para mantenerse cuerdos necesitan no ser valientes. Y Gray nos muestra el reino de seguridad que ofrece Sandra, un mundo carnal, terrenal, real y seguro.

Por otra parte, el director muestra de nuevo el territorio familiar y el entorno. Esta vez Leonard pertenece a una familia de clase media judía con unos padres protectores que tratan de encarrilar las emociones de su extraño hijo. Encarrilar su mirada. Así tenemos oportunidad de asistir a un recital de miradas, sentimientos y apariencias tras los rostros amables de Isabella Rosellini y Moni Moshonov.

Two lovers no estalla pero refleja un interesante estudio de un hombre enfermo emocionalmente que peligra su estabilidad mental cuando ama…, que es justamente cuando vive…

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