Yo amé a un asesino (He ran all the way, 1951) de John Berry

O el réquiem de John Garfield. Su último papel, su último personaje, Nick Robey. Demoledor y triste. Si no han visto la película no lean el post pues voy a destripar las entrañas de esta película de cortísima duración. Malos tiempos para todos aquellos que habían participado o se habían mostrado comprometidos con alguna causa de índole progresista. Malos tiempos en una etapa de Guerra Fría en EEUU que todo lo que oliese a progresismo o política era considerado peligroso y comunista. Cada uno de los participantes en esta película (director, guionistas, actores… fueron a parar a las tan temidas listas negras)… El más visible su actor principal John Garfield que no entendía nada de lo que estaba ocurriendo porque su militancia siempre fue pura supervivencia alejado de ideologías políticas y sí con mucho afán de justicia social. No entendía por qué tenía que testificar, por qué le pedían nombres…la presión, su propensión al alcoholismo, el miedo a perder trabajo y prestigio y su siempre débil corazón le jugaron una mala pasada y en el año 1952 apareció muerto, un ataque al corazón.

Pero antes dejó un triste testimonio. Un triste personaje sin ninguna esperanza, que en nada cree ni en nadie confia. Atrapado como un animal, sin salida alguna, tan herido que ni reconoce una mano que se le tiende ante las dificultades, dislumbrando quizá un futuro. Nick Robey, siempre corriendo, corriendo, siempre en tensión… es abandonado por todos y por él mismo.

A los que siguen este blog saben el cariño inmenso que profeso a Garfield, un actor de carácter que se comía la pantalla a dentelladas y aquí nos rompe el corazón. Porque desde el principio intuimos a un Nick roto, herido y vulnerable. La única que se dará cuenta de esta cara del personaje al que todos ven como un despiadado asesino y ladrón será una joven trabajadora-rehén con el rostro de una fantástica Shelley Winters. Que descubre un hombre incapaz de ofrecer cariño pero que lo está pidiendo a gritos…

La trama de la película es sencilla y desgarradora. Los casi ochenta minutos de la película destacan por su tensión. Es la última carrera de un hombre que nunca ha parado de correr porque nunca tenía una meta que alcanzar. Un hombre sin futuro y eso duele. Sin salida. A Nick nos lo presentan en un día caluroso en el que despierta sudoroso de una pesadilla, le despierta su madre consumida por el alcohol, ambos en una vivienda miserable y con una relación donde sólo cabe el rechazo y el reproche. Nick sale a la calle y se encuentra con el amigo que le hace correr diciéndole que tienen un robo fácil que cometer, pero Nick tras la pesadilla sabe que no es buen día y trata de explicarselo al amigo que no escucha. Por supuesto, llevan a cabo el robo y Nick recoge el botín pero todo sale mal, hieren al amigo, Nick hiere al policía que les persigue… y él empieza a correr, a huir. El problema es que no tiene donde. Tiene el dinero y un sueño de una vida mejor pero no tiene dónde ir ni con quién ir. Ante el miedo de ser capturado y sin saber qué va a ser ni de su amigo ni del policía herido, sólo se le ocurre acudir, atemorizado, a una piscina pública. Y allí bañándose choca con una joven, Peg, que está intentando aprender a nadar. Y Nick no sabe por qué pero se aferra a la joven… aunque siempre se muestra rudo, desconfiado y violento. De alguna manera la joven le transmite calma y cuando él pide que si le deja que la acompañe a su hogar, ella accede.

Nick llega a ese hogar refugio de familia trabajadora. Una casa humilde pero limpia y cálida, con un padre (un solvente y carismático Wallace Ford, de vida real cruda), una madre y un hermano pequeño. Aunque sólo pretende estar unas horas, el miedo y el pánico posterior al descubrir por el periódico que el policía ha muerto y al confesar nervioso y perdido ante los confundidos miembros de la familia que él es el asesino… decide quedarse en ese hogar y tomar a toda la familia como rehén. Pero esto esconde algo más triste, Nick no tiene donde ir ni donde huir.

Poco a poco su pequeño mundo se hunde, su amigo le delata, su madre nada quiere saber de él y los miembros de la familia-rehén tampoco le tienden una mano o una segunda oportunidad, él es el culpable de que su calma y su estatus se esté tambaleando, además Nick tampoco lo pone fácil: aunque a veces le puede la ternura y las ganas de aceptación cuando las cosas se tuercen por el más mínimo contratiempo estalla con violencia (sólo recordar esa escena en que Nick quiere obsequiar a la familia con una cena suculenta, un pavo, y ante el rechazo por comer su comida, se siente dolido y les hace comer a la fuerza). La joven, sin embargo, quiere tenderle esa mano —aunque teme— porque intuye al Nick vulnerable. Ella se debate entre la atracción que siente por Nick pero también ante el miedo de que cualquier miembro de su familia pueda salir perjudicado de los estallidos del hombre acorralado…

Y Nick se aferra a la joven, quiere creerla —ella le ofrece ayuda para la huida y le ofrece su compañía—, pero no puede. Y no cree. De manera que estalla cuando un coche que cree que ella finalmente no ha alquilado no llega a la puerta del hogar para así poder huir, esta vez, tal vez con una meta. Así Nick y Peg nos regalan una escena final desgarradora. Porque Peg no puede con el hombre que estalla, que no confía, que no cree en nadie, que la grita, que la maltrata, que no tiende la mano porque el miedo y la violencia le pueden…, que se convierte en alguien peligroso, y ella elige sobrevivir, quedarse con los suyos y terminar con el sufrimiento y la carrera sin fin de un Nick que nunca está tranquilo. Y Peg, la única que quizá confió en un cambio, es quien le dispara. Y Nick se calma y sale a la calle… y de pronto se da cuenta de que el coche está ahí, llegando. El coche. Y cae muerto en un charco de una triste calle de un barrio de trabajadores. Su carrera termina.

Y también termina la carrera cinematográfica de Garfield. No sabemos si quizá se sintió solo en una lucha que no llegaba a comprender. Si se sintió un poco abandonado por todos, como Nick. No lo sabemos. Dejó un triste y último personaje. Su propio y triste réquiem.

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La vida secreta de Walter Mitty (The secret life of Walter Mitty, 1947) de Norman Z. McLeod

La vida secreta de Walter Mitty es un agradable entretenimiento que esconde un interesante análisis. Película a descubrir porque la metería dentro de ese género que últimamente se visita de manera tan seria (Matrix, Origen, Shutter Island, Las vidas posibles de Mr. Nobody…) pero que tiene una tradición en el cine clásico con ¡Qué bello es vivir!, La vida en un hilo o la que nos ocupa. Y se preguntarán qué es lo que une a todas estas películas: sus protagonistas, por un motivo u otro, viven otras vidas posibles además de la suya real.

Pues bien esta comedia de finales de los cuarenta nos presenta a un hombre gris. A un americano medio que trabaja en una editorial de novelas baratas de todos los géneros (terror, thriller, ciencia ficción, folletines, aventuras…) que por todas partes es dirigido sin permitirle ser él mismo. En su trabajo, su jefe que continuamente le quita sus ideas. En su casa, una madre hiper absorbente, una novia super absorbente de la que no está enamorado y una suegra mega absorbente. Sin embargo, él supera día a día su vida gris como mejor puede. Todos piensan que es un hombre despistado que se va por ahí en sus pensamientos. Y nunca mejor dicho. Lo que nadie puede dominar de Walter Mitty es su inmensa imaginación que le hace transformarse en todos los héroes posibles —alimentados por la cultura popular— como si fuera el protagonista de las malas novelas que tiene que corregir cada día. Así un día es capitán de barco, otro un bravo piloto de aviones de guerra, más tarde un jugador de cartas romántico, otro un diseñador de moda de éxito, más allá un temido vaquero…, y siempre en sus sueños aparece su prototipo de mujer ideal, una belleza rubia que suspira por sus huesos… y que no se parece en nada a su prometida.

La vida secreta de Walter Mitty es una adaptación libre de los relatos que reunió el humorista James Thurber en un libro con dicho título. Con la batuta de director se puso al veterano Norman Z. McLeod recordado sobre todo por sus películas con los hermanos Marx y las estrellas protagonistas fueron los hoy olvidadísimos Danny Kaye y Virginia Mayo. En papeles secundarios nos encontramos a Boris Karloff o Ann Rutherford. La película diferencia entre la vida gris del protagonista donde es interesante ver las calles, las casas, los centros comerciales y la empresa editorial a finales de los años cuarenta, un reflejo de la vida del americano medio; y la vida imaginada por Walter que tiene siempre la estética de película realizada en estudio con decorados y otras fantasías que adornan sus sueños donde se centran todos los tópicos de cada héroe tópico que representa Walter en su imaginación.

La película es una mezcla de comedia, musical y cine de aventuras con una pareja de estrellas muy querida por aquellos años (que trabajaron varias veces juntos). Danny Kaye era un actor cómico que encantaba sobre todo por su forma de hablar rapidísima, su habilidad, tenía un rostro agradable, uno de los pelirrojos oficiales. Fue un hombre siempre unido a las causas sociales y tuvo encontronazos en la Caza de Brujas. Sus películas fueron muy populares pero hoy han quedado bastante olvidadas. Se le puede recordar en Navidades Blancas o El fabuloso Andersen. Virginia Mayo fue más que un rostro bonito aunque la aprovecharon sobre todo como acompañante del héroe o cómico de turno participó en películas que permiten su agradable recuerdo: Los mejores años de nuestra vida, Al rojo vivo, Juntos hasta la muerte o El halcón y la flecha.

En esta historia del gris Walter Mitty, además de despertarme la sonrisa y a veces la risa, me gusta el enfoque porque me resulta muy bueno: cuando a Mitty le surge la oportunidad de ser un héroe en la vida real y con una mujer que es como la chica de sus sueños, nuestro hombre gris huye como de la peste de la aventura, él quiere seguir en su tranquila rutina y cotidianeidad, seguir cómodamente imaginando. Así se vuelve héroe a su pesar, porque tiene miedo al abandono de esa seguridad que le ofrecen sus múltiples cárceles…, sin embargo, según se va metiendo involuntariamente más y más en la aventura, huele su libertad como hombre y cada vez se queda más prendado de la mujer que se ha cruzado en su monótona vida…, por eso llega un momento en que desea, que por favor, por favor, lo que está ocurriendo no sea fruto de su imaginación sino su vida real, la que quiere vivir…

Ya les digo, La vida secreta de Walter Mitty es una sorpresa agradable.

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Max de Howard Fast

Uno de los regalos que vino conmigo de tierras mexicanas ha sido todo un descubrimiento. Un libro de viejo de la editorial Lasser Press Mexicana (1985) que se llama Max de Howard Fast. Un descubrimiento tanto de su autor como de la novela en sí.

Su autor tiene vida interesante, Fast es uno más de la nómina de intelectuales que se vio afectado durante la Caza de Brujas, fue uno de tantos de los que fue encarcelado por no querer hablar durante esas ‘vistas’ surrealistas y que se vio obligado, por pasar su nombre por la lista negra, a firmar con pseudónimos alguna de sus relatos y novelas. Y todo por ser miembro del partido comunista americano y estar siempre presente en distintas causas sociales y políticas unidas a la izquierda. Fue autor prolífico, creador de buenos best sellers. Una de sus obras más recordadas (se especializó en novela histórica) fue Espartaco que sirvió para el argumento y adaptación de guión (por un guionista y novelista también de la lista negra, Dalton Trumbo) de la famosa película de Kubrick sobre una revolución de esclavos en pleno Imperio Romano.

Su novela Max es una delicia en todos los sentidos. Un best seller de calidad que se lee con interés y agrado. La calidad viene tanto de la estructura de la novela, por cómo lo cuenta, por los personajes que construye y sobre todo por el periodo histórico que refleja de maravilla: el nacimiento de la industria cinematográfica americana. Es una novela de hombres y mujeres pioneros.

Max empieza en el año 1891 y termina en el año 1927 con un epílogo que sucede en 1937. Cada capítulo señala un año determinado y la edad del protagonista Max Britsky. Britsky es un niño judío de la calle Henry en el East Side de New York. Un niño de vida pobre y marginal que se queda huérfano a los 12 años de padre y toma el papel de cabeza de familia para sacar adelante a su madre y numerosos hermanos. Max es un niño-joven despierto que ‘huele’ la importancia de un nuevo invento que provoca ‘imágenes en movimiento’. Así dará un salto del mundo del vaudeville (el cine sin duda significó la muerte lenta de este tipo de espectáculo pero a la vez de allí salieron las grandes promesas del cine cómico mudo) a pequeño empresario de nickelodeones. Poco a poco va adquiriendo almacenes que convierte en improvisadas salas de cine. Porque Max siente que es un entretenimiento barato para que pueda acudir todo tipo de público, un público popular. Así que según va viendo el éxito e hipnotismo que provocan las imágenes en movimiento, empieza a adquirir teatros que transforma en salas. Sin embargo, es consciente de que es espectáculo que debe avanzar y desarrollarse porque puede quedarse en puro entretenimiento de moda. No basta con escenas de ‘imágenes en movimiento’ hace falta algo más y además según va abriendo locales para las proyecciones se da cuenta de que continuamente tiene que cambiar de programación para no cansar a su público.

Así poco a poco Max se da cuenta de que las ‘imágenes en movimiento’ tienen que ser más elaboradas y poder contar una historia que el público pueda seguir. Como no encuentra el material que quiere… se lanza él mismo a crear y producir películas pero que cuenten algo, que narren en imágenes. Así es maravilloso la parte del libro que describe como con su grupo de trabajadores fieles empiezan a idear y crear una película con sentido, una manera de contar con imágenes, de crear un lenguaje cinematográfico… Un melodrama donde empiezan a dar importancia a la inserción de intertítulos, a la creación de un guión, también el papel que puede tener la música en directo (de inmediato cada sala tendrá su pianista) y las posibilidades que pueden dar los movimientos de cámara y de escenarios así como la necesidad de proporcionar rostros —actores y actrices a los que quiera la cámara—. Pero claro está en este negocio floreciente, Max se da cuenta de que no está solo y pronto empiezan a surgir competencias y enemigos que quieren el monopolio de la floreciente industria: de la producción, distribución y exhibición… comienza la famosa guerra de patentes, el intento de crear un trust donde Max quedaría fuera y la lucha de varios independientes porque esto no ocurra. Mientras Max se ha dado cuenta de la importancia de adquirir buenas salas de exhibición sólo para ver cine. Ya no le valen los viejos almacenes o transformar los teatros de vaudeville, quiere salas propias, santuarios de cine y empieza a construir enormes salas de exhibición con estética de palacios…

Así en una industria donde las salas de exhibición necesitan de material y donde cada vez el público busca nuevos rostros e historias posibles así como cada vez una competencia más feroz, la industria tiene que expandirse a unos terrenos amplios donde puedan nacer productoras que puedan ubicar a directores, guionistas, técnicos, actores, actrices, decorados… para hacer más y más películas. Así Max sale de Nueva York para adquirir terrenos en un sitio que está floreciendo y que cuenta con unos exteriores espectaculares para un nuevo género que Max considera interesante y que puede buscar a un público ávido de emociones: las películas del Oeste, los westers. Y ese sitio que está floreciendo es ni más ni menos que Hollywood.

Max ya tiene un estudio además especializado y con una nómina enorme de trabajadores además de ser el propio distribuidor —aunque con tratos con otras productoras— de su inmenso imperio de salas de exhibición. Pero quiere más, ‘huele más’ y así sigue investigando en su estudio qué hacer para contar cada vez mejores historias en imágenes. Y tiene a sus técnicos trabajando para que atrapen el sonido y él sabe que ésa es la próxima e importante revolución del cine. Y se está preparando para ello.

Así Howard Fast construye la historia de un magnate del cine, de un pionero productor que se ve inmerso en la fascinante aventura de un arte nuevo (aunque él claramente lo vive como espectáculo y entretenimiento). Y ese magnate tiene su propia historia personal y su personalidad así mientras vemos el incipiente nacimiento de la industria del cine vamos viendo el día a día de un hombre pobre y sin estudios que va haciéndose cada vez más rico y poderoso con todas las personas que le rodean: su madre y hermanos, su esposa, sus hijos, sus amantes, sus amigos… y vamos también observando la creación de un hombre solitario por elección, desencantado por ir perdiendo por el camino —su pasión le absorbe— amistades, amores, familiares por muertes y traiciones. Sin embargo, Max, no es un empresario agresivo sino que durante toda su vida mantiene una cierta ética instintiva e intuitiva que le deja finalmente solo y retirado de lo que ama… pero con la conciencia tranquila, sin duda. Max es un personaje maravilloso con sus luces y sus sombras así como todos aquellos que le acompañan en su experiencia vital.

De verdad, merece la pena su lectura que además reconstruye esa industria floreciente que se instala finalmente en Hollywood. No tiene desperdicio esa cena que describe la novela donde Max lleva a una desesperada aspirante a actriz a la mansión de Douglas Fairbanks y Mary Pickford (la realeza hollywoodiense) donde tienen como invitado de honor ni más ni menos que al rey español Alfonso XIII (cinéfilo empedernido y consumidor activo de películas pornográficas…).

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Verano del 42 (Summer of 42, 1971) de Robert Mulligan

Mulligan, a veces, sentía cierta tristeza porque era consciente de que tan sólo era recordado o reconocido por dos de sus películas. Dos películas que siempre pululan en la memoria cinéfila colectiva. Y tenía razón. Desde luego no es justo pero sí cierto. Si me dicen Mulligan enseguida me viene a la memoria Matar a un ruiseñor y Verano del 42. Las dos son ejercicios maravillosos para definir la nostalgia. En una describe la infancia y en la otra la adolescencia. Siempre que puedo trato de corregir el agravio cometido a este director y conocer más de su obra así he podido ver: Cuando llegue septiembre, simpática comedia de principiante con Rock Hudson y Gina Lollobrigida; Amores con un extraño interesante película con una pareja de excepción Natalie Wood y Steve Mcqueen o su última obra, otro trabajo sobre la nostalgia, Un verano en Louisiana. Hay dos películas de su filmografía que sé no debo perderme pero todavía no he conseguido El otro y La noche de los gigantes.

Pero, sin embargo, siempre vuelvo a estas dos obras porque me conmueven y porque construyen desde la distancia a dos personajes adultos revestidos de nostalgia…, y funciona. El padre abogado Aticus y la joven y triste Dorothy. Pero hoy le toca a Dorothy y ese verano del 42.

La película es sencilla en todos los sentidos, la trama, los personajes, la ambientación, los escenarios… parte de una vivencia personal del guionista Herman Raucher. Y Raucher nos lleva a todos por la cotidianeidad de un verano de tres adolescentes americanos de clase media en una isla. Tres amigos, ni guapos ni feos, absolutamente normales con sus momentos de aburrimiento, juego y con sus hormonas absolutamente revueltas así como su camino para descubrir y explorar el sexo, esa llamada de sus cuerpos y esos cambios hormonales que estallan…

El juego de la nostalgia se pone en marcha desde los títulos de crédito en el que muestra unas imágenes de la isla evocada y se oye una voz en off (que pertenecía al propio director) para situar los hechos, la trama y a los personajes. Que son pocos. No hace falta más para construir esta historia minimalista, sencilla y emocional. Desde el principio suena la melodía de Michael Legrand que envuelve y empapa de pasado, y de nuevo nostalgia, a esta pequeña e intensa historia.

Lo que ocurre puede contarse en dos líneas o dos frases. Un adolescente sensible se enamora de una mujer que vive sola en una casa de la playa mientras su marido se encuentra en la Segunda Guerra Mundial. Y desde la primera escena vemos el objeto de su deseo, a su enamorada, una mujer joven y hermosa, amable y solitaria. Apenas tenemos información de ella, sólo la que nos proporciona el propio adolescente y, sin embargo, emerge un personaje hermoso y tratado con un cariño y una delicadeza que se transmite en cada fotograma.

Esta película llegó a los espectadores en el momento de su estreno y mantiene su naturalidad y sencillez con el paso de los años así como la credibilidad de la historia. Los actores protagonistas, son actores de esta única película, nunca más volvieron a destacar pero en Verano del 42 fueron absolutamente naturales y auténticos. Jennifer O’Neill es un icono que impacta por su belleza natural y su tristeza y Gary Grimes se convierte en el creíble adolescente enamorado que huye de la adolescencia en ese verano del 42.

En ese verano donde tres amigos tratan de huir de la monotonía a base de juegos y de tratar de iniciarse en el sexo pasan los días y las horas como si nada ocurriese ajenos a los acontecimientos que les rodean y que cambian la Historia y su historia. Sus torpes bromas, juegos, sus conversaciones intrascendentes, sus bromas y peleas, sus primeros acercamientos a las chicas, sus paseos por las playas, sus travesuras, sus salidas al cine (genial la escena en la sala de cine donde se ‘ligan’ a dos adolescentes mientras ven La extraña pasajera, super melodrama de Bette Davis)…, y mientras se va construyendo la relación entre esa mujer soñada al que el adolescente enamorado la va haciendo pequeños favores (llevarla la compra, ayudarla a subir unas cajas…).

Entonces, de manera tranquila y bella, llega la escena final en la que Mulligan cuenta con sensibilidad extrema la primera experiencia sexual del adolescente. Una tarde va a visitar a su mujer amada y entra en la casa pues ella no acude a su llamada. En el salón vacio destaca una mesa con una botella de alcohol, un telegrama y un disco que ya no suena. El muchacho se acerca a leer el escueto telegrama donde informan a Dorothy de que su marido ha muerto en combate. Y el adolescente comprende el dolor de la ausencia. Entonces aparece una Dorothy rota con necesidad de consuelo. Y sin palabras toma al muchacho porque busca ser amada y consolada. La entiendes como él la entiende.

Sin palabras, la despedida. Y él sabe que la vida no es sólo monótona sino dolorosa. Y cuando vuelve triste, a la casa de la playa, a la casa de la amada sólo encuentra una casa vacía y una carta. Dorothy se ha ido y sólo espera no haberle hecho demasiado daño. Sólo desea que la comprenda. Así vuelve la voz en off cuando un adolescente ya maduro explica, sin duda, que la entendió. Por eso la regala una nostálgica, sencilla y bella película.

Así Mulligan vuelve hacer un ejercicio brillante sobre la nostalgia y los tiempos pasados. Y vuelve, de nuevo, a regalar una historia sencilla que no simple…y deja un bonito personaje adulto.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Bright Star de Jane Campion

“Casi desearía que fuéramos mariposas y sólo viviéramos tres días de estío…Contigo podría llenar esos tres días con más deleite del que jamás contendrían cincuenta años comunes”.

Ésta es sólo una de las frases que llenarían la correspondencia del poeta británico John Keats a su vecina Fanny Brawne. Sólo viviría 25 años en absoluta pobreza, enfermo de tuberculosis y sin saber que su poesía aún hoy en el siglo XXI seguiría leyéndose al igual que su correspondencia privada. Fue una de las figuras importantes de un nuevo movimiento poético del momento: el Romanticismo.

John Keats murió alejado de su tierra en febrero de 1821. En un viaje a Italia que le habían pagado sus amigos para ver si notaba mejoría en su estado de salud, aquejado de tuberculosis. Dicen que su tumba en Roma lleva el epitafio que pidió: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua”.

La vida de John Keats estuvo irremediablemente unida a la muerte y a lo efímero. Varios miembros de su familia, entre ellos su hermano Tom que recibió sus cuidados, murieron antes que él de su misma dolencia. Incluso Keats se formó primero para ser médico pero pudo con él más la poesía.

Jane Campion construye una película-poema y capta en imágenes el espíritu del romanticismo y la cadencia y rima de John Keats. La directora crea un poema con un aspecto formal y estético que roza la belleza que tanto alababa Keats. Bright star es tan hermosa y tan formalmente perfecta que lo único que a veces se le escapa es la espontaneidad y naturalidad de lo hermoso. Es decir, su emoción es contenida y no se derrama por demasiado formal, perfecta y bella. Capta de manera hermosa la relación entre Keats y su vecina… a base de versos-imágenes que reconstruyen el sentimiento, la emoción y la esencia de una relación.

Así que Bright star no es un melodrama de época o un biopic sobre un poeta, logra convertirse en poesía visual y acercarte el mundo de sentimientos según la escritura de John Keats y te acerca su mundo de sugerencias aunque no la conozcas o domines en absoluto (como es mi caso, Hildy confiesa, triste, que no es buena lectora de poesía) como le ocurre a esa vecina terrenal que es Fanny Brawne pero que trata de atrapar la esencia del hombre que le atrae. Del hombre que finalmente ama. Y logra meterse en el mundo que construye. Punzada a punzada, como lo que ella teje con cuidado cada día.

Y es que la película reconstruye ese sentimiento amoroso y ese descubrimiento que tiene al mirada de Fanny Brawne que es capaz de adentrarse en el mundo que construye un idealista, soñador e inocente poeta que persigue la belleza y la verdad…, esa belleza que sabe, desgraciadamente, efímera. Y esa belleza Fanny Brawne  y Keats la construyen en un mundo cotidiano y encorsetado con costumbres férreas que ellos logran traspasar en un mundo de mariposas, hadas y elfos…

Por eso Bright star es una película de emociones contenidas que logra evocar unas imágenes que vuelan tranquilas recreando sentimientos y estados de ánimo. Así vemos un cuarto lleno de mariposas, el cuidado de las punzadas, la vida y los colores de la naturaleza, la importancia de los objetos pequeños, las estampas cotidianas (en la cocina, en el dormitorio, en el baile, en el paseo en el campo…), en los paseos, en los juegos infantiles, en las veladas, en las confesiones junto a una ventana…, y se intuye todo un mundo de sentimientos, relaciones y sensaciones. De lágrimas y sonrisas. La vecina terrenal, realista, práctica, inteligente y descarada que sabe lo que quiere: a un Keats soñador, efímero, idealista y poeta. Y logra alcanzar y sentir su mundo. El poeta que ama desesperadamente al igual que escribe, al igual que vive una existencia que sabe efímera. El amigo Brown que se encierra en su mundo de celos que quiere a Keats y su poder creador sólo para él y complica las relaciones. La hermana pequeña y pelirroja que mira con sus ojos y juegos la evolución de un amor. El hermano espigado que vela siempre por la seguridad de las hermanas. La madre realista y práctica pero con corazón grande que acoge y calma…

Si además Jane Campion cuenta con unas buenas interpretaciones consigue una película-poema que merece una oportunidad de verla con calma y deleitarse con los versos-imágenes. El descubrimiento para mí ha sido Abbie Cornish como Fanny. Baste de ejemplo la escena en la que llora la pérdida del amado. Genial interpretación.

Punzada a punzada Bright star reconstruye los últimos días de un poeta enamorado y asistimos a una de sus clases de creación literaria…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Momentos inolvidables de Love Actually

Sí, sí, no se echen las manos a la cabeza. No griten desesperados. Sí, sí es película manipuladora que recoge los resortes de los sentimientos y los exprime. Sí, sí, todo lo que ustedes quieran. Ingredientes que en cualquier otro mal intento nos hubiésemos ahogado en almíbar. Sí, sí todo lo que ustedes quieran. Pero hay algo innegable Love Actually está bien construida, cuenta con un reparto absolutamente maravilloso, y dentro de todas sus clases de amor vomita unas escenas que emocionan. Sí, sí comedia romántica pura y dura haciéndonos creer en cuentos de hadas, que el amor puede ser así de hermoso y siempre rodeado de una buena banda sonora y buenos tópicos. Sí, sí lo confieso, en tardes melancólicas puedo caer en la tentación de plantarme frente al televisor y emocionarme como una descosida ante las múltiples historias. O llorar desconsolada diciéndome que es mentira lo que me están contando pero al final… me encanta creérmelo. Algunas de sus historias me gustan más y otras menos pero siempre acabo en esta película de bienvenidas y despedidas en aeropuertos y de tiempos navideños con una sonrisa enorme. Y me digo quizá mañana sea otro día…y es que el amor, por lo visto, está en todas partes. Piensen sólo una cosa que quizá ayude a los escépticos de las películas románticas con dosis de almíbar: simplemente imaginen que están viendo un cuento y que por eso todo es posible. Sí, la película me engaña y está siendo tramposa conmigo, qué se le va a hacer.

Billy Mack y Joe

Billy (Bill Nighy) es un roquero en horas flacas. Un abuelo totalmente pasado de rosca con una vida en tiempos mejores de sexo, droga y alcohol. Ahora totalmente olvidado vive de lo que le consigue su representante fiel un buen tipo llamado Joe (Gregor Fisher) que vuelve a regalarle un éxito con una mala adaptación de una buena canción. Inolvidable la escena en que un Joe, solo, en su casa después de dejar a Billy en la cima del éxito, recibe una visita y no es otro que Billy diciendo que no hay mejor manera de pasar la Navidad que con su mejor amigo… Pero como siempre de manera muy peculiar.

Jamie y Aurelia

Una de las historias que más me gustan de la película gracias a ese escritor desastre (adorado Colin Firth) que ha sufrido una pena de amor…y se va a Francia. Entonces solitario en su labor de creador pero acompañado de una joven portuguesa, Aurelia (bella Lúcia Moniz), que le limpia la casa. Él sólo sabe inglés, ella sólo portugués. Ninguno sabe francés. Pero…

Así los dos hablando distintos idiomas pero con mismo lenguaje corporal se van enamorando. Aunque él sea un desastre, aunque ella no le entienda nada…Al final él regresa a Gran Bretaña y decide estudiar portugués y ni corto ni perezoso se presenta en Lisboa la noche de Navidad para declararla a su bella Aurelia en chapucero portugués que la ama en un restaurante donde todos los comensales y parte del barrio son testigos.

Daniel y Sam

Daniel (Liam Neeson) acaba de perder a su esposa, el amor de su vida, entre tanta melancolía trata de acercarse a su hijastro, un niño, Sam. Ambos superan la ausencia de la madre implicándose en el primer amor escolar de Sam. Y así se aconsejan para no callarse que están enamorados…, así llevan la historia hasta las últimas consecuencias y Daniel anima a Sam a que corra y se salte las normas en el aeropuerto para decirle a la niña que ama sus sentimientos… para poner un happy end a su historia.

John y Just Judy

Dos actores porno (Martin Freeman y Joanna Page) se encuentran actuando desnudos y con escenas de mecánico sexo pero se miran a los ojos y a pesar de las incómodas posturas… Ambos son tímidos… pero poco a poco se irán enamorando. Geniales esas escenas que en las posturas más carnales se va sucediendo una tierna historia de enamoramiento.

Mark y Juliet

El amor inalcanzable e ideal tiene como protagonistas a Mark (Andrew Lincoln) y Juliet (Keira Knightley). Ella está casada con su mejor amigo. Ella cree que él apenas la estima. Sin embargo, la realidad es otra muy distinta. Mark está apasionadamente enamorado de Juliet pero no puede confesarlo.

Esta historia tiene las escenas más románticas. Cuando Juliet va a casa de Mark para ver el vídeo de la boda y se da cuenta de que sólo la ha grabado a ella ante la mirada angustiosa de él. Y la escena en que finalmente Mark en silencio —y con el mejor amigo ausente viendo un programa de televisión— y con unos carteles le confiesa a una emocionada Juliet su amor eterno.

El primer ministro y Natalie

La historia entre el primer ministro (siempre Hugh Grant) y su ayudante (Martine McCutcheon) es todo un cuento de cenicienta y príncipe. Mientras el primer ministro arregla el mundo y humilla —a pesar de pertenecer a un pequeño país pero muy suyo— a la gran potencia política, EEUU, se enamora locamente de su ayudante, un poco gordita y desastre, que además vive en la parte chunga de un barrio de Londres.

Por supuesto, genial la búsqueda del primer ministro de la amada en el barrio chungo llamando puerta por puerta.

Sarah y Kart

También el amor regala historias tristes como esa chica trabajadora y tímida (Laura Linney) absolutamente entregada al cuidado de su hermano recluido en un sanatorio de salud mental. Es tal su entrega que cuando por fin tiene la oportunidad de conquistar y enamorar a su bello compañero de trabajo Kart (Rodrigo Santoro, dios, qué hermoso) pierde ese momento precioso para atender al hermano enfermo.

Bella la escena en la que por fin se van a acostar y sin embargo esa noche de pasión es interrumpida por las llamadas del hermano. O esa última escena de ella en el despacho, con lágrima por el momento perdido, en que vuelve a despedirse como siempre de un Kart al que ha dejado escapar…, suena el móvil. Y ella habla con el hermano.

Harry y Karen

Un típico matrimonio de clase media alta (Alan Rickman y Emma Thompson) con dos hijos y una vida ya construida quizá aderezada de monotonía se rompe cuando él coquetea con una joven secretaria. La escena en que una dolorida Emma descubre la infidelidad del esposo a través de un regalo no tiene desperdicio.

Colin y sus sueños eróticos

El típico joven metepatas que sólo piensa en ligar cumple su sueño erótico viajando a los EEUU… Entra en un solitario bar americano y una a una van apareciendo lindas y jóvenes muchachas ávidas de sexo con… él que no puede creerse el cumplimiento de sus máximos sueños eróticos.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La mujer del granjero (The farmer’s wife, 1928) de Alfred Hitchcock

Poco a poco voy descubriendo la etapa británica del maestro del suspense que recoge la etapa silente y toda la década de los treinta…, hasta que en 1940 rueda en EEUU, Rebeca. Y es una etapa que me está gustando y sorprendiendo porque siempre me gusta indagar cómo se va construyendo el cine de un director desde el principio de los tiempos (sus comienzos) hasta su última película.

En el caso de Hitchcock es hermoso (como de otros directores clásicos que empezaron como pioneros en el silente y luego alcanzaron la cumbre de su éxito en el sonoro) porque se va viendo cómo construye su personalidad fílmica y cómo va dominando esta nueva forma de expresión. Como va conociendo el lenguaje cinematográfico y cómo va desarrollando aquellos temas que construyen su mundo o definen su marca.

La mujer del granjero no es una joya del cine mudo pero sí una película interesante dentro de la obra del autor. Por varios motivos. Primero, porque se aleja totalmente de la temática que le haría famoso y que ya en su etapa muda estaba tratando (tan sólo un año antes había creado El enemigo de las rubias). El rey del suspense se decanta por una historia pequeña absolutamente costumbrista y rural que adapta una obra teatral (pero él por supuesto se olvida del lenguaje teatral y trata de contarla a través del lenguaje cinematográfico).

Segundo, porque muchas de las obras del cine silente van mostrando al realizador las posibilidades técnicas para la construcción de una obra cinematográfica. Lenguaje cinematográfico, el arte del montaje y la habilidad de Hitchcock para construir y contar una historia. Los detalles, dónde se fija la cámara (su mirada), cómo contar una historia, cómo presentar a un personaje… Todos estos pasos se dan en esta película previsible pero bien contada.

Tercero en esta obra costumbrista se plantean dos asuntos: el humor del realizador que siempre de alguna manera estaría presente a lo largo de su cinematografía (bien en una situación bien a través de un personaje). Y también quedaría plasmada la misoginia del director (la verdad es que se podría realizar un estudio emocionante sobre el tratamiento que da Hitchcock a cada uno de los personajes femeninos que aparecen en sus películas…) en los retratos femeninos de La mujer del granjero.

La trama es bien sencilla: un granjero se queda viudo (el actor Jameson Thomas que muestra sus registros). En la boda de su hija siente que no quiere seguir solo y que quiere por tanto volver a casarse. Todo esto ocurre bajo la atenta mirada de la bella, servicial, honrada y digna sirvienta (la digna sirvienta es ¡¡¡una morena!!! Lilliam Hall-Davis que ya había trabajado con el director en The ring) que conoce todo los secretos del granjero. El buen señor elabora junto a su sirvienta de confianza una lista de las posibles candidatas (cuatro mujeres de la localidad). La película va transcurriendo ante las desilusiones del señor granjero cuando una por una de las damas van dándole calabazas…, hasta que se da cuenta (todos los espectadores lo sabemos desde el principio) que la candidata ideal es su fiel sirvienta, hermosa, bella e incomparable a las otras cuatro candidatas. Y ella, por supuesto, no le rechaza.

Sin embargo, ya hay detalles que dejan vislumbrar al hombre que sabe contar historias a través del nuevo arte: el cine. Desde la primera escena que es una delicia. Vemos a un hombre serio, mirando por la ventana de su granja. Nos deja ver los campos, los alrededores, los animales, en especial a dos perrillos maravillosos que esperan la salida de otro personaje, el fiel sirviente y el graciosillo de la función. El fiel sirviente sale de la casa y mira pesaroso hacia la ventana donde el hombre serio le dice que no con la cabeza. El hombre serio se da la vuelta y asistimos a una escena dramática: todos están alrededor de la cama de su esposa moribunda que está a punto de fallecer. Y, de pronto, después del choque, toque de humor negro del autor. La mujer antes de morir levanta su cabeza y se dirige a la sirvienta fiel y la dice, agonizante: ¡Recuerda airearle siempre los calzones! Y muere. Así vemos una elipsis en que vamos viendo como distintos calzones del esposo son aireados y que preludian su soledad hasta que saltamos a la boda de la hija que obviamente deja la casa paterna dejando más en evidencia su soledad.

Otro buen recurso cinematográfico de Hitchcock para esta sencilla historia es alimentar la nostalgia de su pasado conyugal y la soledad del protagonista en sus miradas continuas a dos mecedoras al lado de la chimenea ardiente. Una de ellas, ahora siempre vacía. Ahí él imagina a la nueva esposa. Ahí sitúa a las candidatas en su imaginación y ahí en esa mecedora es donde se da cuenta que a su nueva mujer ya la tenía en casa, su joven, bella y fiel sirvienta que además airea todos los días sus calzones…

También el director sabe emplear con destreza los distintos espacios de la casa del granjero (el ir con la cámara de una habitación a otra, las escaleras como recurso dramático, el uso de las puertas…) así como de las casas de sus pretendientas. O, por ejemplo, rueda de manera genial las reuniones de los vecinos: la comida de la boda, la fiesta de la solterona —a la que llegan más y más invitados— y no faltan los detalles y las situaciones cómicas así como los personajes graciosos… Sobre todo se ceba en la personificación de cada una de las cuatro candidatas para resaltar en todo momento que el granjero se equivoca y que la joya se encuentra en su propia casa. La solterona con tics nerviosos, la rica con pretensiones de independencia, la señora gorda con ataques de histeria e ilusión de juventud eterna, la tabernera basta… Ninguna hace sombra a la bella sirvienta que desde el principio aparece como mujer ideal.

Así La mujer del granjero se deja ver con una sonrisa y sirve para descubrir el medio cinematográfico tal y como lo estaba descubriendo y experimentando el maestro del suspense. En la ya mítica conversación con Truffaut, Hitchcock no da mucha importancia a esta producción pero sí señala que le sirvió para aprender más técnica sobre todo en el tema de la iluminación y para tener distintos registros a la hora de contar una historia cinematográficamente.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Los inútiles (I Vitelloni, 1953) de Federico Fellini

Aprovecho película de Fellini para recordar la buena exposición que se encuentra ahora mismo en Caixa forum Madrid hasta diciembre sobre el director. Alrededor de la exposición también se articularán tanto proyecciones de películas como conferencias.

De su primera etapa, cercana al costumbrismo y a los supuestos del neorrealismo aunque ya con su toque personal, me quedan todavía por ver alguna de sus películas y una de ellas era Los inútiles. Ya he subsanado esta falta.

Y a pesar de polémicas varias que rodearon esta primera etapa yo me enternezco y me seduce en La Strada o Las noches de Cabiria. A mí me gusta Fellini, su mundo y su evolución. Lo veo sin polémica alguna. Y lo disfruto tanto cuando era algo más realista con sus propios toques personales ya reflejando parte de su mundo como la etapa a partir de La dolce vita (que a mí personalmente me entusiasma) en la cual Fellini reconstruye su mundo, sus recuerdos, sus sueños, sus memorias y obsesiones. Ese mundo de Cinecitta que crea continuamente ilusiones.

Los inútiles es un retrato duro y tierno a la vez de un grupo de amigos (Leopoldo, Ricardo, Alberto, Fausto y Moraldo) en una pequeña ciudad de provincias italiana durante los años cincuenta. Todos rozan o han sobrepasado la treintena. Sus familias económicamente más o menos se mantienen y ellos perecen por dentro en una ciudad que les encierra, les vuelve conformistas y se come sus sueños…, sus vidas se consumen en una cotidianeidad repetitiva donde ellos no toman responsabilidades de ningún tipo. Les mantienen sus familias y ellos no tienen ninguna gana de formar una. Tampoco trabajan ni luchan por conseguir sus sueños o por salir de la localidad sino que viven la vida en las esquinas de las calles, en sus bares, jugando al billar o apostando a los caballos…y ligando con una u otra mujer, divirtiéndose y burlándose de aquellos que tienen que trabajar. El espectador sabe cómo van a ser sus vidas. Sin sorpresa alguna o sobresalto. Con las penas y alegrías de todo ser humano y ellos siendo eternos niños grandes que no abren los ojos a un mundo más grande lleno de acontecimientos.

La historia comienza por un suceso que rompe la armonía del grupo. Fausto deja embarazada a la hermana de Moraldo, la dulce y bella Sandrina y tiene que casarse con ella y conseguir un trabajo (en una tienda de artículos religiosos). Sin embargo, a Fausto le cuesta asumir esas nuevas responsabilidades. Este hecho hace ver al grupo su forma de vida, a algunos de manera consciente, a otros en una borrachera y a otros cuando están a punto de conseguir su sueño…, y a Moraldo le provoca una crisis personal que le hace observar su vida y la de sus amigos de otra manera. Moraldo llega a sentirse plenamente consciente de que es protagonista de una vida futura que no desea ni quiere. Él sabe que el tren puede ser la vía de escape.

Fellini en un impecable blanco y negro con la música de su inseparable Nino Rota y creando ambientes como sólo él sabía hacerlo nos muestra la triste vida de este grupo de inútiles que viven su prisión y conformismo con alegría. Así nos regala escenarios como la gran fiesta de carnaval o esa increíble tienda de artículos religiosos. Nos habla también de su pasión por el cine en esa escena maravillosa de Sandrina y Fausto en la sala de cine como espectadores. Donde Sandra se deja llevar por la película que está viendo y Fausto trata de ligar con la bella espectadora que tiene al lado. Por otra parte, nos regala un final bellísimo. Ese final en que hay un personaje que despierta, por fin, y decide traspasar las cuatro paredes de la pequeña ciudad que les aprisiona. Moraldo coge el tren…, para vivir realmente. Y vamos pasando, como si fueramos en el tren con Moraldo, por los dormitorios de todos sus amigos que verán como sus vidas se consumen en un abrir y cerrar de ojos sin haber hecho nada… O nos quedamos con la sonrisa de ese niño trabajador en la estación que crea una amistad con Moraldo y que le ve partir hacia otra vida…, y le admira.

Y Fellini nos presenta una película sencilla, cotidiana, costumbrista pero con una triste carga porque además hace que nos encariñemos con estos inútiles y suframos con sus ‘previsibles’ aventuras. Narra de manera clásica pero dejando ya imágenes que definirían su posterior estilo: como esa escena donde el tonto de la localidad queda encargado de guardar la estatua de un ángel en una playa desierta… Además emplea una voz en off para enmarcar los hechos de los protagonistas. Una vez donde nunca queda claro quién es realmente. Se podría pensar que es Moraldo pero no, puede ser la voz del mismísimo director-creador que pudo conocer a su particular grupo de inútiles y recrear sus vidas.

Sobre todo lo que Fellini consigue en Los inútiles es emocionar… No quiero terminar sin recordar que tres años después en España, Juan Antonio Bardem rodaría la estupenda Calle Mayor donde también realizaría un retrato maravilloso sobre un particular grupo de inútiles en una pequeña ciudad de provincias española. La diferencia con Fellini es que Bardem no los retrata con ternura sino con más mala baba y crudeza.

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Diccionario cinematográfico (140)

Sonrisa de Julia Roberts: sonrisa amplia, muy amplia. Enorme. Labios desplegados y una dentadura perfecta y blanca. La sonrisa de Julia es su rasgo de distinción, su sello. Y así ha recogido el premio Donostia, sonriendo. Como las grandes divas de Hollywood, Julia tiene su sello. De Liz Taylor eran sus ojos violetas, de la Davis sus enormes ojos saltones, de Audrey Hepburn su sonrisa y cuello de gacela, de Jean Harlow su melena platino y de la Hayworth su melena pelirroja, de Cyd Charisse sus largas piernas, de Claudette Colbert sus pomulos marcados, de la Monroe su sensual lunar junto a su melena también platino, de Lauren Bacall su voz…, y de la Roberts, su sonrisa.

Su sonrisa la convirtió en la Novia de América (ya saben que por esos lares cada época tiene su novia, la primera creo que fue Mary Pickford) en su juventud y ahora en su madurez elegante sigue haciendo estragos allá por donde pasa. Allá por donde actúa. Su sonrisa infalible en comedia romántica o drama. Siempre tiene tiempo de reír y sonreír.

La Pretty Woman por excelencia, la magnolia de acero diabética, la estudiante de línea mortal, la mujer maltratada que duerme junto a su enemigo, la campanilla malhumorada, la mujer luchadora por sus derechos, la musa de los Ocean Eleven, la fotógrafa de closer, la novia que se fuga, la estrella desgraciada que encuentra amor en Notting Hill…, todas, todas lucen una sonrisa que ilumina la pantalla… Ahora come, reza y ama… y sonríe a diestro y siniestro a Javier Bardem. ¡Oh, por Dios, y seguro que también al bellísimo James Franco!

Incluso los que la atacan, la atacan por su sonrisa. Pero no se puede negar lo innegable. La sonrisa de Julia Roberts es su marca, su sello…

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Cine musical raro, raro, raro…, extrañas joyas

Cuando me refiero a raro, me refiero a que no sigue los elementos clásicos de este género. Algunos son híbridos, otros muestran extrañas historias, otros son de directores no habituados al cine musical, otros son películas donde nos extrañamos que de pronto se cante o se baile (¡y queda bien!), otras nos encontramos con actores no habituados al cine musical…, otras son raras y punto.

Toda esta empanada mental empieza por un motivo. Veo por primera vez ese extraño primer éxito de Brian de Palma en 1974, El fantasma del paraíso. Y me quedo con la boca abierta por varios motivos: no sé si reír, si llorar, si creerme lo que estoy viendo… y mientras pienso todas esas cosas, esta especie de musical extraño, barroco, hortera y especial me atrapa y lo veo hasta al final. Y resulta que algunas canciones me gustan. Y resulta que no está mal esa historia de fantasma de ópera en local rock metido en una historia de Fausto y Dorian Gray. Y claro De Palma, como siempre, mostrando su cinefilia, y que sabe rodar. ¡Qué desagradables son los dos personajes masculinos! A uno le perdonamos un poquito por ser el creador de las canciones (Paul Williams).

Sin duda alguna disfruté muchísimo más de esa otra película de culto…, musical por supuesto. Me muero de la risa y disfruto cada vez que veo The Rocky Horror Picture Show. ¡Me entran unas ganas de bailar tremendas! Y me apetece mucho más disfrazarme…, ¡y todos los personajes son monísimos! Y sólo es de un año después.

También me muero de la risa y de la parodia que hace el bueno de John Waters con las pelis tipo Grease. Es divertidísimo ver todos los frikies años cincuenta que presenta Waters incluido Depp. Por ahí nos encontramos a Traci Lords que sale de las pelis porno para convertirse en la chica mala del colegio, especie de pin up, hasta un Iggy Pop pasado de rosca. Pero los malotes incluido Cry Baby tienen corazón de oro. Son los años 90.

Nos vamos a otro país, a Francia, François Ozon nos lleva a una mansión burguesa donde se juntan ocho mujeres, actrices glamorosas de todas las generaciones del cine francés, y se comete un crimen. La del único hombre. Hay una investigación y todas tienen un motivo. Y entre misterio y misterio una canción. Me quedo con la de Danielle Darreux, con la Isabelle Huppert y con la de Emmanuelle Béart. Estoy hablando de 8 mujeres, una rareza del siglo XXI.

Y ¿qué me dicen ustedes si de pronto una película sobre la Guerra Fría con toques policiacos y de espías… se nos presenta como un musical? Es posible. Con dos pedazos de bailarines surge una extraña y hermosa gema (por lo menos para Hildy) que se llama Noches de sol y se rodó en los ochenta. Los bailarines eran Mikhail Baryshnikov y Gregory Hines. Uno nos deleita con el ballet clásico y el otro con el claqué…

Sigamos delirando con los musicales. Dos musicales bufos pero con gracia…, el regreso de las variedades. De lo esperpéntico…, y musical, mucho musical. Uno es de Richard Lester y el otro es de Mel Brooks. Y ambos con un único actor que decían era un monstruo en los escenarios teatrales, Zero Mostel. Los delirios son Golfus de Roma (con la oportunidad de ver a un Buster Keaton que anda toda la película perdido y aun así nos hace reír y reír en una Roma absurda) y la otra Los productores donde Mostel se acompaña de un histérico Gene Wilder para capitanear la obra que va a suponer el mayor de los fracasos…, nada más lejano. La obra musical que surge a partir del libreto de un nazi loco es tan absurda que sólo puede ser tomada como parodia y por tanto se convierte en un éxito inesperado… Ambas están rodadas en los años sesenta.

Y nos vamos de nuevo a Francia. Nos ponemos al lado de una de sus musas, Catherine Deneuve y ella, única, es protagonista de dos películas donde todos los personajes no paran de cantar y en la segunda también bailan. La primera es un tristísimo drama, la segunda es de las que da alegría de vivir (además es una oportunidad de ver a Deneuve con su adorada hermana, que desgraciadamente murió al poco tiempo y que era una actriz grande y prometedora, Françoise Dorléac. También aparece Gene Kelly, genial. Y la sorpresa… Bernardo, el bello de West Side Story, dígase George Chakiris). Ambas dirigidas en los sesenta por Jacques Demy. Me refiero a Los paraguas de Cherburgo y Las señoritas de Rochefort.

Para terminar este listado que tiene el peligro de convertirse en infinito…, me voy a un clásico musical extraño. Primero, su director no volvió a dirigir un musical. Segundo, ninguno de los dos actores protagonistas había protagonizado jamás un musical y menos con aires de comedia. Tercero, los protagonistas son una pareja extraña: un jugador chuleta y una miembro del Ejército de Salvación. Por ahí ayuda un Frank Sinatra y una rubia llamada Vivian Blaine. Nos vamos a 1955 con ¡Joseph L. Mankiewicz! que se deja acompañar por Marlon Brando y Jean Simmons para crear una deliciosa Ellos y ellas.

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