Sospechosos de David Thomson (Random House Mondadori, Colección Roja&Negra, 2010)

A veces un regalo te abre un mundo. Y así ha ocurrido. En un momento especial me regalaron este libro: Sospechosos del crítico cinematográfico David Thomson. Y ha sido uno de los libros que últimamente más he disfrutado. Thomson recibió un encargo: un diccionario de personajes de cine negro (género que como sabéis a Hildy le encanta). El crítico elaboró su lista de personajes pero pronto se dio cuenta de que podía caer en el aburrimiento así que decidió arriesgarse y crear una obra muy especial.

Una apuesta con una estructura que engancha donde el ensayo cinematográfico se transforma en novela de ficción y viceversa. Donde los personajes de ficción del cine negro (sorprende la elección de ciertas películas para enmarcarlas en este género aunque queda plenamente justificado en el epílogo del crítico donde explica maravillosamente el nacimiento del libro y las razones de algunas de sus elecciones) cobran vida de tal manera que se convierten en personajes reales con una existencia propia. Thomson elige un narrador único (que se descubrirá su identidad al final —que seguro sorprenderá a más de uno— de esta insospechada novela) para que vaya desplegando la historia de cada uno de los personajes y con varios de ellos va creando una red de conexiones que conforman una historia única, una novela puramente negra.

Así Sospechosos brinda un mapa clave donde pululan personajes de cine negro de los cuales sabemos lo que nos contaron las películas que protagonizaron pero Thomson nos aporta el más allá. El pasado, lo que conocemos de ellos a través de sus historias filmadas y el futuro (si hay ocasión, si sobrevivieron a su historia)… y a algunos los conecta a unos con otros. De este modo somos testigos de un universo propio de cine negro donde se crea otra historia, una novela, de giros sorprendentes.

En este universo danzan los protagonistas de películas como Casablanca, El halcón maltés, El último refugio, Laura, Forajidos, Anatomía de un asesinato, Chinatown, Atraco perfecto, American Gigoló o Taxi Driver. Lo maravilloso de Thomson es que con su uso del lenguaje crea pura literatura noir y además construye un ensayo cinematográfico completo y complejo. Así si has podido disfrutar de las películas disfrutarás plenamente de su lectura y además te sorprenderá el destino que depara Thomson a alguno de los personajes (o el pasado que les rodea). Y si no has disfrutado de ellas te enganchará por la fuerza del relato que une todas estas historias o porque cada uno de los personajes, independientes, te arrastran por su descenso a los infiernos con sus momentos tiernos. Así también te deja con las ganas de ampliar y revisitar películas del universo noir que propone Thomson.

Obviamente yo me he quedado con ganas de descubrir y poder ver aquellas películas que todavía no he podido disfrutar y que Thomson me aporta las ganas de acercarme a ellas. Así este libro además de acercarme de nuevo a los personajes que amo de películas que ya he visto más de una vez me deja al descubierto: El jugador de Karen Reisz, El largo adiós de Robert Altman, El rey de Marvin Gardens de Bob Rafelson, Mentira latente de Mitchel Leisen, La burla del diablo de John Huston, Yo vigilo el camino de John Frankenheimer, El reportero de Michelangelo Antonioni, El camino de Cutter de Ivan Passer, Nieve que quema de Karen Reisz, A quemarropa de John Boorman, Fuego en el cuerpo de Lawrence Kasdan (sí, sí no la he visto), Atrapados de Max Ophuls, Melvin y Howard de Jonathan Demme y, por último, La noche se mueve de Arthur Penn.

Suspiro, cuánto me queda aún por ver y descubrir.

Sospechosos es una lectura que recomiendo fervientemente a todo amante de Ilsa, Rick, Victor, Harry Lime, Jake Gittes, Noah Cross, Waldo Lydecker, Laura Hunt, Norma Desmond, Cora Papadakis, Frank Chambers, Pete Lunn, Roy Earle…

Desde aquí también hago un llamamiento… ¡¡¡por favor traduzcan al castellano obras clave de la crítica cinematográfica!!! David Thomson tiene escritos varios libros imprescindibles… que me muero de ganas por leer. Sospechosos ha sido un primer paso maravilloso.

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Retrato en negro (Portrait in black, 1960) de Michael Gordon

Lana Turner fue durante los años 50 y algo de la década de los 60 una reina del melodrama. Mujer experta en sufrimientos varios. Mujer tormenta de emociones siempre vinculadas a la pasión. Pasiones que retuercen su vida hasta exprimirla. Hasta la última gota. Y todo esto siempre con un buen peinado y unos modelos impecables.

La Turner cuenta con un cuarteto de películas de sentimientos extremos. Todo empezó con Vidas borrascosas continuó con una de las obras maestras del rey del melodrama de el estudio Universal, Douglas Sirk, e Imitación a la vida. Llegó al culmen con el melodrama más oscuro y enfermo, el que hoy nos ocupa, Retrato en negro. Y finalizó con el canto de cisne del género, La mujer X.

Todas en un Technicolor de destellos, una música que arrastra y un sinfín de actores secundarios que convierten las películas en galerias de rostros en la oscuridad. Y el más oscuro de todos es Retrato en negro. Oscuro y despiadado con los personajes principales porque están absolutamente enfermos y obsesionados de pasión y poder. Los personajes secundarios son a cada cual más siniestro. Sólo se salva de la quema el niño que pulula entre la ignorancia, la inocencia y la pesadilla.

La Turner retrata a una mujer que responde al nombre de Sheila. Sólo sabemos que es la segunda esposa de un hombre rico y despiadado, un empresario sin escrúpulos, que está postrado en la cama por el dolor de una larga enfermedad. Intuimos que no tiene una buena relación (aunque nunca se nos explica el porqué) con la hija adolescente fruto del primer matrimonio de su esposo, la niña-pimpollo Sandra Dee. Descubrimos que además mantiene una relación con el doctor de su marido. La intuimos frágil pero que no prescinde de sus vestidos fastuosos y sus abrigos de pieles o del servicio o de la casa… Y finalmente bajo su piel de cordero descubriremos una loba manipuladora y enfermiza. Fragilidad y mujer fatal en un único rostro y cuerpo.

Retrato en negro mezcla el melodrama con gotas de cine negro e intriga y tensión. Así cuenta con escenas que atrapan al espectador por la tensión que hay en ellas. Todos los personajes secundarios, desagradables, son sospechosos de chantajear a la pareja protagonista que para conseguir su felicidad han ‘acortado’ la vida del patriarca dominador. Pero este acto lejos de dejarlos tranquilos les enferma y su relación se dirige a otros derroteros muy distintos a los de la pasión. Ambos Sheila y el doctor construyen una relación enfermiza que nunca deja satisfecho a ambos y les va enredando a una maraña de actos cada cual más irracional.

Por último la galeria de secundarios construye personajes siniestros y sospechosos que oscurecen más si cabe una trama que ahoga, que deja un sabor de boca agrio. Y merece la pena nombrarles y recordarles a todos. En papel principal pero en un registro bastante diferente al habitual Anthony Quinn como el doctor amante (personaje que tiene transformación escalofriante). Secundario inquietante y personaje desagradable el de Richard Basehart (al que podemos recordar en su papel de artista ambulante de triste destino en La Strada… junto a Anthony Quinn). El servicio, chófer y sirviente fiel, corre de la mano de dos rostros: Ray Walston y Anna May Wong. Y por último el magnate enfermo de dolor con rostro de Lloyd Nolan.

Retrato en negro es someterse en technicolor a los sentimientos más oscuros y enfermizos de una relación que en un principio sólo parece una infidelidad justificada y por amor.

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Misterios de Lisboa de Raúl Ruiz

Una de las maravillosas cualidades del cine es que se convierte en una manera visual de contar historias. Un medio de expresión rico en oportunidades. Historias que pasan a través de la pantalla blanca, sombras que cobran vida y narran peripecias de personajes que llevan al espectador a otros mundos. Misterios de Lisboa es un ‘milagro’ cinematográfico que engancha. El director chileno, que vive en Francia, adapta una novela con aires folletinescos escrita con el espíritu del Romanticismo por el escritor portugués Camilo Castelo Branco. Raúl Ruiz se permite el placer de contar proporcionando un folletín y un fresco histórico de un periodo pasado enganchando con una estructura de historias dentro de historias que atrapa al espectador al que le gusta que le narren…

Así Raúl Ruiz se toma su tiempo y su dedicación para contarnos una historia de cuatro horas y media (en su versión para televisión es más extensa) de manera exquisita y empleando recursos y lenguaje cinematográficos que conforman una obra 100 por 100 cine puro. La que esto suscribe sugiere que el espectador logre verla en sala grande con pantalla enorme y a ser posible en versión original… en un portugués bellísimo que canta en los oídos.

Desde la primera imagen atrapa. No sólo por los personajes y sus historias y pasiones sino por la forma de contarla. Y Raúl Ruiz en todo momento nos avisa de que nos va a transmitir una larga historia, de que él, el creador, se convierte en narrador omnisciente. Nos traslada a un periodo histórico y a muchos personajes unidos por el destino y las casualidades para contarnos sus desgarradas historias de amor. Todas las historias confluyen en un niño que vive sus días en un orfanato bajo la sombra alargada del padre Denis. Un niño cuyo origen es un misterio que se nos va desvelando junto a otros muchos que van recobrando fuerza como la del propio padre Denis. Un niño que arrastra su destino por las vidas de sus antecesores, un destino marcado.

De pronto el espectador se ve inmerso en un rompecabezas de historias de hijos bastardos, condesas con el corazón roto, otras ávidas de venganza, caballeros despechados, otros torturados por sentimientos que les rompen, duelos, bailes, guerras, muertes, destinos truncados, hombres con distintas identidades, mercenarios y piratas que se convierten en elegantes hombres de negocios, curas y frailes que tuvieron un pasado, nobles que terminan como mendigos… espolvoreadas con un espíritu tremenda y extremamente romántico. Exquisitez, amor al detalle de la época, cuidado en el lenguaje, cuidado en la ambientación, en los escenarios elegidos (de Lisboa a Venecia, Francia o Brasil)… Como si Raúl Ruiz, con salud delicada, pidiera a gritos que no quiere prisas sino contar bien una historia de sentimientos y emociones, con sentido del espectáculo empleando las técnicas narrativas del siglo XIX, un amor inusitado al teatro barroco y vomitando puro cine.

Así cada plano secuencia es un regalo. Nos deleita con maneras de contar cinematográficamente que atrapan al espectador que se siente totalmente hipnotizado por estas historias de pasiones humanas que piden un comportamiento de “solidaridad con los hombres” como dice el padre Denis. Que no es otra cosa que empatizar con los personajes y entender sus acciones o sus maneras de actuar porque todos tienen un pasado determinado y un motivo para ser como son.

Raúl Ruiz nos lleva a través de un teatrillo de cartón, que acompañará siempre al niño del orfanato, a un mundo de historias complejas pero hermosas. A un puzle de personajes que se encuentran y desencuentran pero que sus acciones terminan conformando el destino del personaje del niño, Pedro da Silva.

Se hace misión imposible describir la cantidad de imágenes de puro cine que pululan por Misterios de Lisboa. Sólo sabes que los recursos embellecen un folletín de sentimientos disparados. Los recursos de las puertas y ventanas, de los planos secuencia, de las habitaciones, las camas y las sillas, de los puntos de vista empleados, de los fuera de plano, la importancia de los matices y de la función de personajes secundarios (el papel de sirvientes, criadas y servicio… son una maravilla que deja imágenes inolvidables de testigos silenciosos), el recurso de los cuadros, del teatrillo de cartón, de los personajes secundarios que aparecen porque cuentan información importante del destino de los personajes que nos interesan… hacen de Misterios de Lisboa una obra de puro cine y deleite.

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Cisne negro de Darren Aronofsky

Metamos en una coctelera relaciones complejas entre madre e hija que se balanceen entre Esplendor en la hierba de Elia Kazan, La pianista de Michael Haneke y Carrie de Brian de Palma. Agitemos. Echemos una pizca del mundo onírico de Michael Powell y Emeric Pressburger en Las zapatillas rojas donde también una bailarina tiene que entregarse con pasión desbordada a la perfección de la danza y elegir entre el arte o el amor…, y el sacrificio que esto supone. Cambiemos el argumento de la pieza maestra por El lago de los cisnes. Volvamos a agitar. Mezclemos todo con una cucharada de grand guignol a lo Baby Jane o sweet Charlotte donde grandes damas de la pantalla comparten sus frustraciones, soledades, fracasos, pizcas de locura, odios y enfrentamientos y se despedazan ante el ojo voyeur del espectador que acude a la sala oscura.

Agitemos y bebamos Cisne negro de Darren Aronofsky que con su efectismo visual (plenamente justificado en esta obra cinematográfica y que te hunde de lleno en el universo frágil e irracional de Nina) arrastra al espectador a un mundo inquietante que incomoda desde la emoción más instintiva y te lleva de la mano a los miedos y terrores irracionales y por ello no controlables.

Darren Aronofsky involucra al espectador en la mente compleja de la joven bailarina Nina que ofrece su realidad distorsionada dejando ver un mundo deformado y terrible a través del espejo fracturado de su mente.

Las marionetas feroces cuentan con los rostros una Natalie Portman que trata de rozar la perfección de su obsesión-pasión (la danza) para alcanzar el extasis en su interpretación de El lago de los cisnes. Con su doble papel de cisne blanco y cisne negro explora los miedos interiores de la bailarina. Blanco y negro. Su lucha bascula entre la perfección de la técnica y la belleza de lo natural, de lo que surge de las entrañas. Entre la pureza virginal y la fuerza de lo sexual. Entre la contención y el huracán de los instintos naturales… Y esa exploración dirige a la frágil Nina a un camino de autodestrucción. A una mujer que se descompone en fragmentos incapaz de reconstruirse.

Barbara Hershey es la reina madre que trata de savalguardar la pureza virginal de una hija frágil. Barbara es la represión de los instintos, de las emociones profundas. Encierra a su niña en palacio de cristal y se convierte en guardiana-bruja que vela por la perfección pura de su dulce niña que lucha por descontrolarse. Sus apariciones causan horror y a veces es tan fantasmagórica como la señorita Danvers.

Winona Ryder es la princesa destronada. La figura en decadencia del cuerpo de ballet. La solista que cae de su pedestal para ceder a la fuerza el puesto. Y que muestra a Nina que a pesar de que logre plasmar al cisne blanco y al cisne negro, aunque logre desatarse el final, haga lo que haga, recorra el camino que recorra no va a ser feliz. Tome un camino u otro… el sacrificio lleva a la autodestrucción.

Por último Mila Kunis es la bailarina desatada y natural. La que trabaja desde las entrañas. La sensualidad bruta, lo tiene por naturaleza. El alter ego de una Nina que busca desesperadamente sus instintos naturales, el placer del arte, el extasis… y ve como la Kunis apenas realiza un esfuerzo para ser pasión bruta que desborda. Mila Kunis es la amenaza y el deseo de Nina.

Y todo este huracán de mujeres-marionetas que danzan en la pantalla blanca se desata por la figura del coreógrafo-creador. El hombre que corteja y desnuda a las damas para que ofrezcan lo más íntimo a su nueva creación de coreógrafo. El que exige que surja el cisne negro-cisne blanco y que no depara en el camino de autodestrucción de las damas sino al que le interesa el resultado final de la obra de arte. Que maneja los hilos aunque no sepa controlarlos para ofrecer al público la obra desnuda y perpleja que cause la catarsis. Vicent Cassel descoloca a sus damas como el creador Aronofsky con su universo visual descoloca al espectador.

Así como a veces el efectismo y barroco universo de Aronofsky hacía mella en el resultado final de su obra (como era visible en Réquiem por un sueño o La fuente de la vida) en Cisne negro compone y conforma la mente fracturada de Nina dejando un viaje inquietante, de miedos y frustraciones, al interior de un espíritu atormentado. Así el espectador siente el terror y la angustia del personaje porque viaja a su mundo más interior y oculto. Entonces sentimos la fragilidad del cuerpo y la carne: esos pies que crujen, ese sarpullido que invade, esa piel que se desgarra. El horror del desdoblamiento, de la fractura, esos juegos terroríficos de espejos. O ese desequilibrio entre la pureza virginal y la frigidez por miedo y el terror por el volcán de sensualidad y sexo que lleva a un terreno desconocido al que no se sabe cómo echar el freno. Y explotando así su viaje interior Nina logra la perfección en la creación de una obra artística en la que sacrifica su estabilidad mental. No hay vuelta atrás.

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Sus ojos violetas se cerraron…

Últimamente al rostro de ojos violetas la tenía muy presente.

El 4 de febrero escribí su rostro en la oscuridad.

El 7 de enero escribí una reseña sobre el libro El amor y la furia.

El 12 de diciembre de 2010 escribí en El viejo baúl de películas sobre Castillos en la arena.

El 7 de julio de 2010 visitó también El viejo baúl de películas con Un lugar en el sol.

Ayer sus ojos violetas se cerraron…

Y hoy miro el fragmento de una obra de teatro que adoro donde Liz Taylor realizó una interpretación de quitarse el sombrero.

Así lo transcribo. Mi particular homenaje. Ella, Liz, se convierte en Martha en ¿Quién teme a Virginia Woolf? de Edward Albee.

¡Va por tu vida de amor y de furia!

«Martha.- Todos sois unos fracasos. Yo soy la Madre Tierra, y todos sois unos petardos. Me doy asco. Me paso la vida con mezquinas infidelidades sin pies ni cabeza… o casi-infidelidades. ¿Montar a la Anfitriona? Menuda risa. Un atajo de cerebros de mosquito como una cuba… impotentes todos. Martha hace chiribitas con los ojos y todos los cerebros de mosquito hacen un mohín y también lanzan miraditas con sus ojos tan tan hermosos, y otro mohín, y Martha les lame las cachas, y los cerebro-de-mosquito echan un trotecito hasta el bar para armarse de valor, y se arman de valor, y luego, de rebote, a por la vieja Martha, que les baila un poquito, que los calienta a todos… mentalmente… y ellos otra vez de cabeza al bar, se arman de más valor y sus esposas y sus novias ponen las narices en alto… a veces hasta el techo… y de nuevo los cerebro-de-mosquito vuelven al surtidor de soda donde se recargan un poco más, mientras que Martha-chán se queda sentadita, con las faldas levantadas hasta la nariz, casi ahogada -no te imaginas lo asfixiante que es estar con el vestido por encima de la cabeza-, ¡asfixiante!, a esperar a los cerebro-de-mosquito; ahora ya parece que por fin se han armado de valor… ¡pero eso es todo, monada! Cielos, es verdad que de vez en cuando hay un hermoso potencial, pero, ¡cielos! Cielos, cielos, cielos. Pero así son las cosas en la sociedad civilizada. Todos esos guapísimos cerebro-de-mosquito. Pobrecitos. En toda mi vida, sólo un hombre… me ha hecho feliz. ¿Lo sabías? ¡Uno!

(…)… me refería a George, por supuesto. Eh… George; mi marido.

(…)… George, que anda por ahí, en la oscuridad… George, que es bueno conmigo, y a quien trato a patadas; que me comprende y a quien rechazo; que sabe hacerme reír pero me contengo; que me abraza, por la noche, para darme calor, y a quien muerdo hasta hacer sangrar; el que siempre aprende nuestros juegos tan deprisa como yo cambio las reglas; George que quiere hacerme feliz, y yo no quiero ser feliz; y también sí, quiero ser feliz. Pobre George, pobre Martha, triste.

(…)… a quien no perdonaré haber echado el ancla; que después de verme dijera: sí; aquí me quedo, que ha hecho el odioso, lacerante, insultante error de amarme y ha de ser castigado por eso. Pobre George y pobre Martha.

(…)… que soporta, por insoportable que parezca; que es tierno, que es cruel; que comprende, por incomprensible que parezca…

(…)… Un día de éstos… ¡Ja!… una noche, una noche tonta, empadada de alcohol… me pasaré de la raya… y acabaré por descalabrarlo… o lo echaré para siempre.. y eso es lo que me merezco.»

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Diccionario cinematográfico (155)

Bicicletas: las bicicletas son para el verano y la abuela madame Souza y su perro Bruno viajan hasta Belleville para rescatar al nieto secuestrado pegado a una bicicleta, Champion. Sólo ahí el nieto triste es feliz, pedaleando, pedaleando… con esfuerzo. El niño de ET sigue mirando las noches de luna llena y recuerda cuando casi la alcanzó en su bicicleta de verano. Butch Cassidy nos muestra con gotas cayendo sobre su cabeza la cantidad de malabarismos que pueden hacerse sobre una bicicleta. Etta siempre le mira y ríe. Y él lleva a Etta. Los chicos de Cabaret y los del Jardín de los Finzi Contini van por hermosos parques en un transporte inocente que les hace libres, sin saber ni esperar el horror que se esconde tras la esquina. Para un obrero en la Roma de la posguerra una bicicleta es el sustento de cada día, cuando se la roban su vida es más drama de lo que ya era. Y con su hijo de la mano va vagando por las calles buscando al ladrón que convirtió su jornada laboral en pesadilla.

Ghislain Lambert es un ciclista belga que ama ese deporte. Su fama le llega no por ser un vencedor y sus continuos intentos (alguno con trampa de por medio) sino ser un fracasado feliz montado en su bicicleta, el último de la carrera… pero encima de la bici. Por ahí también anda Tati que en un mundo de inventos extraños y modernos él sigue siendo feliz llevando a su sobrino en bicicleta sin complicaciones. El otro día se acercó el cartero eterno, con su bicicleta, a llevar cartas de amor como le mostró Neruda. Y en el pueblo vecino un niño proyeccionista pidió a otro que en su bicicleta llevara un rollo de película al cine de la aldea vecina… y que se trajera el segundo enorme carrete de la proyección. En aldeas del país en plena posguerra las mujeres van en bicicleta por los campos para que los maquis tengan sus avisos o para que algunos no pierdan la sonrisa, para romper el silencio…

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Lana Turner

Quizá mirando ahora una fotografía de Lana Turner no se entienda el influjo sexual que supuso su figura en los años cuarenta y cómo en los cincuenta y sesenta fue la mujer tipo del melodrama desatado. Sólo leyendo su vida y cómo se mezcla con las películas que protagonizó podamos entender a la Turner como icono. La rubia glamurosa siempre peinada (incluso cuando tiene que estar desaliñada) e impecablemente vestida que va yendo de brazos en brazos de hombres de distinta calaña que o destrozan su vida o vuelven a levantarla. Y ella como mujer hielo ejerce de mujer-fatal-objeto sexual o de mujer que del arroyo salta a las altas esferas pero siempre con componente melodramático va pisando los caminos que depara la vida.

La Turner desnuda sus emociones bajo su apariencia de glamour… y muestra cómo si rascas surge la mujer vulnerable que vencida, muchas veces, por el alcohol sólo busca una estabilidad emocional que no encuentra o llenar una vida vacía que la destroza.

La Turner mujer de carne y hueso, la Turner actriz se entremezcla y surge una personalidad apasionante. Lana, de vida tormentosa supo ofrecer las dosis de sufrimiento suficiente a sus papeles melodramáticos y el glamour necesario a películas insípidas. Sus peinados de señorona, sus vestidos soñados, sus escándalos ficticios y reales… construyen un mito especial. Todavía recuerdo sus últimas imágenes de gran señora con mucha vida a cuestas en esa visita que realizó a Donosti con ese traje rojo…

Son varias películas las que la definen. El nacimiento de un mito erótico en la película donde Lana es más carnal y real, sin el glamour artificioso del futuro, en esa especie de neorrealismo americano que supuso El cartero siempre llama dos veces en 1946. Entre víctima y mujer fatal, entre vulgaridad y glamour, entre mujer mármol y vulnerabilidad latente su Cora supuso el nacimiento de una personalidad con carácter de mito.

Después el artificio y la aventura de una mujer glamurosa y objeto, pérfida que se lleva todos los claveles del público, que seduce a todas horas y ejerce de mala inolvidable en Los tres mosqueteros como una Lady de Winter inolvidable. Ay, ese lunar negro.

Actriz insegura que surge de las cenizas, del alcohol que la corroe, del amor que la destruye… pero que finalmente ahí resurge una y otra vez en un Hollywood que mina pero construye mitos aunque sean dolorosos. Actriz con glamour y con vulnerabilidad a cuestas así es Lana Turner en Cautivos del mal.

… Llegan los melodramas que la convierten en mito inolvidable. Mujeres inestables emocionalmente que hacen sufrir a los espectadores llevándoles a estados de paroxismo con altas dosis de glamour pero con una autenticidad en el fondo de sus ojos. Así nos dejamos arrastrar por la Lana de Vidas borrascosas que presenta toda la violencia emocional y sexual de una pequeña localidad americana en los años cincuenta. Llegamos a las lágrimas extremas en una de las obras cumbres del melodrama desatado en Imitación a la vida. Y nos ‘deleitamos’ con el ascenso y caída de una mujer en el exagerado pero por eso mismo contundente melodrama cisne, La mujer X. Todavía me queda por descubrir pero pronto será desterrado del cajón de pendientes el melodrama más oscuro que construye completamente el mito de Lana, Retrato en negro.

Y la vida de sus heroínas no supera o iguala la vida de la Turner mujer de carne y hueso con amistades y amores peligrosos que la hicieron siempre tambalearse de un lado a otro. Una vida demasiado intensa con traiciones, sexo, tragedia, alcoholismo, asesinato, chulos, también algún hombre bueno, playboys y gánsters que fueron construyendo una máscara glamurosa que a veces se caía a pedazos de vulnerabilidad…, la historia de una mujer con cabello rubio impoluto que huía de una soledad que la aterrorizaba…

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Se fue mi hombre tranquilo…

Se fue mi hombre tranquilo. Mi hombre tranquilo era mi padre.

Nos dejó el lunes por la noche.

Mi hombre tranquilo me deja miles de kilómetros de película de recuerdos bonitos.

Mi hombre tranquilo, bueno y tolerante. El hombre que escuchaba a todos. Y que supo ser entre otras muchas cosas un buen hijo, un buen padre, un buen marido y un buen amigo. Que trataba de hacer las cosas lo mejor que sabía.

A mi hombre tranquilo le gustaba mucho pensar. Y le gustaba mucho la vida. Decía que todo era cíclico. Todo nacía, crecía, moría y volvía a nacer… como el ciclo de la Naturaleza.

Mi hombre tranquilo disfrutaba de los placeres de la vida. Le encantaba la buena mesa, la buena música clásica, las reuniones con los buenos amigos, las reuniones con sus hijos y su mujer, mi mami querida, los viajes, las exposiciones… y como no, como tenía unos hijos y una esposa muy cinéfilos… el cine.

Mi hombre tranquilo era hombre feliz en la cocina…, haciendo sus planes de comidas para todos. Bajaba al mercado y con un amor enorme nos preparaba unas comidas exquisitas. Siempre ilusionado. También disfrutaba descubriendo nuevos restaurantes o lugares donde ofrecían buenos manjares.

Mi hombre tranquilo todos los días desde su jubilación realizaba la ronda diaria telefónica a casa de cada uno de sus hijos. Y tranquilo y con pausa nos iba dando sus lecciones de vida. A mí siempre intentó transmitirme tranquilidad, que me parase a pensar las cosas, que contuviese mi torrente de palabras, de acciones, que trivializara mis miedos… hasta el final. Y ahí bien guardadas quedan su palabras. Yo a veces me exasperaba por su tranquilidad y pausa pero siempre terminábamos riéndonos de nuestros enfados. Mi padre disfrutaba con todo lo que le contábamos cada uno de sus hijos de nuestras vidas y nuestros trabajos. Se mostraba feliz cada vez que acudía a algún evento que organizáramos alguno de sus ‘locos’ hijos.

A mi hombre tranquilo siempre le emocionó una película y un final. Siempre. Una película que unía a las vivencias de su infancia. Esa película era Raices profundas de George Stevens. La mirada de ese niño que vive en la granja con sus padres rodeado de naturaleza, esa granja a la que un día llega un forajido, un sin ley, un pistolero que responde al nombre de Shane… Mi padre siempre decía que se emocionaba cuando el niño veía que el pistolero se alejaba en su caballo, solitario… y ese niño con rostro de Brandon de Wilde salía corriendo gritando su nombre

Mi hombre tranquilo era gigantesco. Grande, alto, enorme, orondo, con unas manos enormes, protector… pero ahí estaba un cáncer, que fue muy cabrón, tan cabrón que devoró su enorme fuerza. Que le apagó. Pero incluso así nunca dejó de ser un hombre tranquilo, pausado, sin odio… no dejó de estar preocupado por su familia y sus amigos. Por repartir palabras preciosas y sobre todo se quejó muy poco, poquísimo.

Si yo vivo, disfruto de la vida y he podido realizar, sentir y hacer ciertas cosas ha sido gracias a mis padres.

Mi hombre tranquilo se fue.

Y ahora tengo un vacío muy grande pero mucha película que recordar y procesar.

Papá, no hay olvido.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.  

Guerreros de antaño (Once Were Warriors, 1994) de Lee Tamahori

Nueva Zelanda.

Suburbios.

Y en la marginalidad, los mahoríes.

La ciudad es dura.

Antros enormes donde se sirven litros de alcohol a buen precio.

Una familia.

Padre, bestia parda lleno de músculos. Desempleo, alcohol, frustración. Descendiente de esclavos. Violento con todos los que le rodean. Especialmente con su mujer. Trata de evadirse del mundo pero los problemas le golpean y va cayendo. Ama a golpes… no aprendió nunca de otro modo.

Madre, descendiente de una familia de guerreros mahoríes. Princesa que se bajó del pedestal y se fue con el hombre con músculos pues era mujer enamorada. Alcohol, violencia, aguantar los golpes y las broncas. Madre amamantísima ejerce como puede. Nunca, nunca quiere peder su dignidad. El problema es que mira a los ojos del marido y descubre que todavía le quiere.

Hija, guarda su cuaderno y sus historias como un tesoro. Son su vía de escape. Quiere ser inocente en un suburbio que la devora. Su mejor amigo vive debajo de un puente. No soporta la violencia que vive a diario y cuando la agraden directamente pierde toda esperanza de poder salir alguna vez del suburbio que la devora la dulzura.

Hijo mayor, quiere prescindir de la familia y busca otra en una pandilla callejera de caras tatuadas. Prefiere desaparecer. No soporta al padre. No puede ver la decadencia de la madre. Se pone una careta de duro pero por dentro se quiebra…, quiere rescatar a la madre y hermanos y no sabe cómo.

Hijo mediano, perdido. Las malas compañías hacen que termine recluido en un reformatorio que le hace encontrarse con su raíces mahoríes. Encontrar la dignidad del guerrero de antaño. Él encuentra la puerta que la hija no logra abrir…

Escenas que desgarran.

Padre y madre cantan una canción de amor bajo los efectos del alcohol rodeados de amigos igual de bebidos. A los diez minutos padre, músculos, estalla ante la furia de su mujer y la pega el primer brutal puñetazo…

La hija cuenta a sus hermanos pequeños historias maravillosas. También se evade debajo de un puente junto al amigo que esnifa pegamento, fuma porros y tiene mirada dulce.

Hijo mayor acude a ritual para formar parte de su ‘nueva’ familia y recibe paliza sin rechistar. Todos los días padece ya bastante en su casa. Ya no le quedan gritos.

Hijo mediano entona los gritos de los guerreros mahoríes…, canaliza la rabia, encuentra la calma.

Hay esperanza de vivir un momento familiar tranquilo, en un coche alquilado, un día de picnic que culminará en el reformatorio porque todos van a ver al hermano. Se paran ante paisaje hermoso y madre cuenta sus orígenes y padre los suyos. Nunca llegarán al reformatorio…, el antro ‘secuestra’ al padre que olvida.

La hija es agredida… y se quiebra.

La hija se cuelga de un árbol.

Y el dolor de una madre rompe y rasga.

El grito.

Basta.

Recuperar la dignidad del guerrero.

Recuperar a los hijos.

Dejar a un hombre con músculos, al que ya no tiene miedo, solo, roto, desesperado y con mucho odio dentro. Con mucho temor dentro. Con mucho fracaso dentro… Con la esclavitud a cuestas…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.  

John Huston. Biografia. Historia de una dinastía de Hollywood de Lawrence Grobel (T&B Editores)

Apenas me quedan 150 páginas en este libro de más de 800 páginas. Y sobre todo surge el retrato del cineasta John Huston como hombre con sus recovecos, laberintos, oscuridades y luminosidades y como ser creativo y artista. Pero ahí están también los retratos de Walter Huston, Angelica Huston, Tony Huston y Danny Huston… y todas las personas importantes que giraron alrededor de sus vidas.

La saga Huston con los secretos al descubierto. Con sus defectos y virtudes. El libro de Grobel es una radiografía familiar. Pero también muestra la filmografia sobre todo de John…, pero también de Walter (y su trayectoria como actor de vodevil o como actor de teatro que se enfrentaba a obras de Eugene O’Neill). Los primeros pasos de Angelica, Tony y Danny en el mundo del cine. Es un paseo por la intimidad de una familia combinada con la vida pública que todos conocemos. Es tal el volumen de asuntos íntimos revelados, asuntos tan delicados, que a veces como lectora he sentido pudor. Aunque sí es cierto que como explica Grobel contó con el consentimiento de John Huston y familia.

Y en el libro de Grobel hay por supuesto mucho pero que mucho cine. Así no sólo viene a nuestra mente la rica filmografia de Walter (de la que no estuvo siempre satisfecho) sino que recorremos la trayectoria como cineasta de John con grandes obras, altibajos, baches y resurrecciones gloriosas.

Yo a Walter sobre todo le recuerdo en la impresionante El tesoro de Sierra Madre (donde Walter trabajó bajo la batuta de su hijo). Pero también le tengo grabado en dos películas muy diferentes. Por una parte un reverendo complejo, oscuro, castrador… pero que cae en lo más profundo del abismo en Rain su contrincante es una mujer de mala vida con cara de Joan Crawford y en una obra cinematográfica del gran Wyler, Desengaño.

Y a John Huston más que en sus películas de cine negro, que me apasionan también, como El halcón maltés, Cayo largo, La jungla de asfalto… O la ya mencionada El tesoro de Sierra Madre que me impresiona, le guardo gran cariño por La Reina de África o Sólo Dios lo sabe. Me encantan rarezas que fueron grandes fracasos como Los que no perdonan, Vidas Rebeldes o me fascina La noche de la iguana.

Le disfruto en obras extrañas como El juez de la horca o Reflejos de un ojo dorado. Pero es que lo disfruto hasta en sus producciones más alejadas de su forma de hacer cine como Evasión o Victoria (que me parece título de lo más entretenido). O en esos intentos de buen cine que se quedaron a medias como Moby Dick o Moulin Rouge.

No puedo evitar que me fascine totalmente su obra póstuma, que tantas veces he visitado, como es Dublineses o Los muertos donde adapta de manera magistral (el guión es con su hijo Tony) el relato de James Joyce.

Y además me queda todavía por descubrir mucha de su obra como la apetecible La burla del diablo o Fat City…

Como siempre te sorprenden retratos de ciertas situaciones como la relación entre Walter y John, tierna, como de colegas más que de padre e hijo. La compleja relación de John con su madre… y la posteriores complejas relaciones con las mujeres de su vida (esposas y amantes). Las relaciones de amistad, por ejemplo, con Humprey Bogart. Las relaciones tirantes de John con sus hijos. El trabajo de John con actores y actrices como Marilyn, Mongomery Clift, Katharine Hepburn o Ava Gadner.

Tampoco deja de la lado la labor artística de los hijos de John Huston y sus trayectorias que aún no han terminado.

Al final el libro es una saga familiar fascinante que casi tiene ecos de novela donde junto a la creativad y el arte se mezclan los sentimientos más íntimos de amor y de odio.

Perdonad que os deje pero voy a seguir disfrutando de sus páginas…

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