Diccionario cinematográfico (169)

Susurro: “ruido suave y remiso que resulta de hablar quedo”. Bonita definición de la RAE. O lo que resulta cuando Pepe LeMoko con cara de Charles Boyer le susurra a la bella Hedy Lamarr: Vente conmigo a la Casbah (Árgel).

Las palabras de amor suelen susurrarse al oído.

O también las de agonía.

Como hace el pequeño niño que ha caído al suelo tras un disparo y susurra a Noodles: Me resbalé (Érase una vez una América).

También se susurran los secretos y los horrores.

Así susurra su dolor, Hanna al hombre ciego de la plataforma petrolífera… en La vida secreta de las palabras.

Y también hay secretos de niños, premonitorios.

Así se lo susurra al oído, del cual no oye, una niña a George Bailey. Le dice que le amará siempre… Y así es. Ella será Mary…, la mujer que estará a su lado en los buenos y malos momentos…, y que a pesar de los pesares será una de las personas que le hagan creer ¡Qué bello es vivir!

Espera.

Busco una frase que susurrar al oído…

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Un dios salvaje de Roman Polanski

Como otros directores amantes de los retos técnicos, Polanski se encierra en un hogar de clase media y nos cuenta en tiempo real la reunión entre dos parejas unidas por un pequeño suceso (sus niños se han peleado en el parque y uno ha terminado agrediendo al otro con un palo…, los espectadores somos testigos de este hecho, como si lo estuviéramos mirando desde una ventana). Polanski no tiene miedo a los espacios cerrados (no tiene miedo a rodar en las casas películas intensas, recordemos Repulsión, La semilla del diablo, La muerte y la doncella…) y los convierte en un personaje más. Según va creciendo la intriga más agobiante nos parece esa casa que es como una ratonera… de la que se ha escapado un hámster. Más siniestro ese ascensor que nunca llega… Los cuatro protagonistas enjaulados, sin remedio, y entre strudel de manzana y pera, unas copas de whisky, unos libros de arte, un secador, un ramo de tulipanes y un móvil infernal que no deja de sonar se quitan las máscaras… y tras una aparente civilización, surgen de sus entrañas sus frustraciones, violencias, dolores y anhelos más profundos. Surge el dios salvaje que se agazapa en cada uno… Una batalla campal que sube el tono y termina en eructo.

Polanski no sólo es virtuoso con su cámara y su mirada, con dosis de humor entre irónico y cínico, sino que además cuenta con buenos ingredientes de partida. Así para la elaboración del guión colabora con él la propia autora de la obra teatral, Yasmina Reza, y además se rodea de cuatro actores que construyen sus personajes con mimo y logran dar vida al texto, a la casa, a las relaciones que tienen entre ellos y a lo que se les ponga por delante…

Así Kate Kinslet y Christoph Waltz son el matrimonio del ‘verdugo’ que acude a la llamada de los padres de la ‘víctima’ (Jodie Foster y John C. Reilly) para arreglar la situación creada por sus vástagos de manera pacífica. Y poco a poco vamos descubriendo la importancia del lenguaje y de las palabras. Y la forma de usarlas. Y poco a poco descubrimos las máscaras o las capas de cebolla que todos llevamos y cómo cuando caen surgen nuestros más hondos instintos pero también nuestra más profunda humanidad…, salvaje, sí, salvaje.

Y los cuatro son fantásticos (aunque lanzo una lanza por Waltz genial como cabronazo y finalmente el personaje más transparente. Desde el principio sabemos de qué va…). Así en ese pequeño apartamento descubrimos un pequeño universo que muestra las máscaras de una clase media (baja y alta… fluctuante) que vive en un estado de bienestar, en una economía capitalista, y dentro de unos modales y comportamientos dictados para mantener la armonía y la convivencia social… y cómo esta armonía puede romperse y resquebrajarse con una anécdota que termina siendo mínima. Así los cuatro personajes van quitando capas a la cebolla y van teniendo distintos enfrentamientos verbales que los hacen formar ‘insólitas’ alianzas según el momento. Así se ponen sobre la mesa, con un humor exacerbado que finalmente duele, las relaciones de pareja, la guerra de sexos, la lucha de clases, las diferentes ideologías y concepciones frente a la vida, los distintos modelos de educación…, los miedos, las frustraciones, los sueños rotos, las mezquindades que también construyen al ser humano.

Como el personaje de la Kinslet los demás también vomitan a raudales lo que llevan dentro. Lo que realmente piensan y sienten. Y no lo que aparentan. Acaban en una espiral sin salida que acaba de manera absurda con un eructo… y una esperanza. Porque a pesar de la vorágine en la que se han metido los cuatro personajes, los espectadores de nuevo (sí que salimos de las cuatro paredes) y regresamos al parque. Y vemos cómo de forma natural los dos niños vuelven a hablar, a ser amigos, a compartir… olvidando que apenas unos días habían discutido…, también corretea un hámster libre.

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La muerte de Elías

Te regalo un fotograma.

Que me rompe las entrañas.

Elías muere.

… y al fondo Adagio para cuerdas de Samuel Barber.

Y no es que la música dirija mis sentimientos…

… es que la muerte de Elías pide a gritos ese Adagio.

Dentro de una guerra horrible,

Elías guardaba todavía algo de cordura…

Pero se la quitan de golpe.

Desde las alturas sus soldados, sus compañeros, ven su muerte.

Y sólo dos de ellos saben que no le tocaba morir en ese momento…

Una mirada lo dice todo.

Elías está solo.

Bajo el fuego enemigo.

Corre.

Nada puede hacer ya.

El horror le atrapa.

Y Elías eleva los brazos por el impacto de las balas.

Parece una súplica.

Ruega que esa carrera hacia la muerte termine cuanto antes…

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El desfile del amor (The love parade, 1929) de Ernst Lubitsch

El desfile del amor es de esas películas cargadas de sorpresas y secretos. Cargadas de historia. El desfile del amor es buen cine. Y representa el paso de una época. La época del cine silente al cine sonoro. El elegante estudio de Paramount con sus producciones sofisticadas tenía a Lubitsch bajo su techo —empezó a rodar en América desde el año 1923 donde continuó su carrera de cine silente con películas tan valiosas como Los peligros del flirt o El abanico de lady Windemerer— que deleitó con sus primeros trabajos sonoros cinematográficos. Especializándose en un género genuinamente americano que recopiló grandes éxitos, el musical. El desfile del amor es uno de esos grandes primeros musicales, toda una opereta llena de picardía y vodevil pero con un uso del lenguaje cinematográfico portentoso. Lubitsch sabía lo que era el cine. Su trayectoria europea y americana durante el periodo silente le proporcionó todos los secretos.

El desfile del amor es cine de evasión. Se inspira en una obra de teatro y la adorna con unas cuantas canciones. De grandes escenarios y también ironías. De grandes palacios, salones y llamativos vestidos. De muchas puertas cerradas y virtuosidad en la forma de contar, en el uso de la elipsis. De ese toque Lubitsch que permitía contar lo que no se podía. Es película frívola pero con elegancia, opereta sofisticada, que supuso el principio de un dúo cinematográfico hoy caído en olvido pero que merece la pena que sean rescatados: Maurice Chevalier y Jeannette MacDonald (esta película fue el debú cinematográfico de la dama). Ella es una reina de un país imaginario llamado Sylvania y el un conde libertino que no ha parado de seducir y escandalizar con su conducta en París. Ambos unen sus destinos… y terminan casándose. Pero él es tan sólo el príncipe consorte, no tiene ni voz ni voto, sólo ser marido de la reina y con mucho tiempo libre por delante. Ésa es su única función. Y ella es mujer de Estado que tiene que llevar todos los asuntos políticos que conciernen a su país, que apenas tiene tiempo, que llega tarde a casa, que ordena… Así se nos propone un cambio de roles y una especie de La fierecilla domada pero al revés (no sabemos si la MacDonald terminará domando a su príncipe consorte o… jugarán infinitamente al juego de yo te castigo pero tú me dices cómo). Al final es una película de ‘guerra de sexos’.

La MacDonald se muestra pícara, con sus trajes transparentes, dejando ver sus formas, sus piernas, y bañándose claramente desnuda en una bañera mientras cuenta un sueño picante. Se muestra picarona aunque cante opereta. Así la muestra siempre Lubitsch en el futuro demostrando que es buena comediante. Sin embargo luego su carrera irá por otros derroteros que nos darán otra imagen de la dama. Frente al travieso Chevalier formará pareja con galán serio, Nelson Eddy, donde la picardía y el punto fresco y frívolo desaparecía… Chevalier hombre de escenarios y vodevil consiguió popularidad en el cine americano de los años 30 como galán divertido, rey del gesto y mago todavía de la pantomima y la canción ligera. Era el hombre francés, el europeo por excelencia. Después a finales de los cincuenta, viviría su segunda etapa de oro en el cine, ya más anciano sería el acompañante mayor imprescindible en películas como Ariane, Gigi o Fanny.

Y esta pareja está acompañada por una serie de secundarios impagables, reyes también de los escenarios. La ‘otra pareja’ son los plebeyos…, los que forman parte del servicio y nos hacen mirar desde otra perspectiva la relación de la reina y el conde. Lupino Lane, de una familia de artistas, cuyos números musicales en la película son los mejores o los que más captaron mi atención como tales. Lupino es familiar de la posteriormente famosa Ida Lupino. Y su acompañante es otra mujer de vida fascinante, y artista, Lillian Roth. Después como ministro de guerra y con un par de intervenciones divertidas tenemos a uno de los futuros imprescindibles secundarios: Eugene Pallette (uno de sus papeles más recordados es el de peculiar ‘religioso’ en la película de Robin Hood de Errol Flynn).

Película de éxito arrollador en el momento de su estreno cuenta con escenas magistrales por la manera de contar de Lubitsch. Muchas puertas cerradas que dejan volar la imaginación del público. Elipsis inteligentes y no vanas. Hay una muestra magistral de su forma de rodar y es la primera vez que quedan a cenar la reina y el conde… no vemos esa cita, sólo la imaginamos a través de la mirada de otros y lo que nos cuentan con sus palabras: de las damas de compañías que miran por la cerradura de la puerta, de los ministros que están en el jardín y observan lo que pueden vislumbrar a través de la ventana y la pareja de servicio que está subida a un árbol… ¿Genial, no?

De nuevo Lubitsch nos da una lección de cine y además nos hace pasarlo bien con película frívola, opereta, música, pantomima, picardía y salones fastuosos. Hoy también hace que hagamos volar la imaginación y se nos escape más de una sonrisa.

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La boca de la verdad

Esta nueva sección siempre empezará con la misma primera línea

Te regalo un fotograma.

Esto es que se era una princesa perdida en Roma por elección.

Porque está harta de protocolos.

Y de máscaras.

Y quiere por un día ser una mujer de carne y hueso.

Sin responsabilidades.

Ni encorsetamientos.

Y la princesa se cruza con el periodista.

Y como es una mujer de carne y hueso…

Ambos se aman locamente.

Sin caretas.

Con intensidad porque saben que sólo son unas horas.

Y se van de paseo en Vespa.

Y visitan la boca de la verdad.

Porque entre ellos aunque esconden muchos secretos sólo hay verdad…

Y juegan.

Y ríen.

… y son felices, doblemente felices, porque saben que esa felicidad será breve.

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Melancolía de Lars von Triers

Entre la belleza y la frialdad Von Triers muestra lo recóndito de la melancolía. Entre el relato apocalíptico y la crítica velada a la alta burguesía Von Triers es capaz de articular imágenes maravillosas. Entre la descricipción psicológica y la relación de dos hermanas opuestas Von Triers ofrece una película hermosa, fría y muy razonada. Y entre medias se cuelan un montón de referencias culturales que se nos escapan de los dedos, del corazón y de la mente y crean un mundo propio.

Von Triers encierra al espectador entre un prólogo (que es una sucesión de imágenes oníricas, hipnotizadoras y tremendamente hermosas que invaden los sentidos del espectador cautivado además por la música de Tristán e Isolda de Richard Wargner que rodea todo de una belleza visual que todavía no comprende) y un final dolorosamente bello. En las imágenes pausadas del prólogo el espectador pasea despacio por las video instalaciones, de en vez un Bill Viola, un Von Triers que sabe ser mago con la imagen. Llegar hasta al final es vivir un Apocalipsis donde después probablemente sólo quede el vacío. Final desgarrador y poético… Y en medio de todo, de ese prólogo y ese final danza la melancolía siempre presente.

En Justine, primera parte, rescata el Dogma en la manera de filmar y lo que más interesa es notar el descenso o la caída de la hermana melancólica (Kirsten Dunst) a los abismos de la depresión. Así de esa limusina —que no puede avanzar en una estrecha curva— que parece un principio una novia vestida de blanco va descendiendo en absoluta soledad a los infiernos de la depresión ante la mirada de una hermana impotente. Y en un ambiente de apariencias felices donde todos quieren algo y todos le repiten que está radiente y feliz (excepto esa madre borde, amarga y esquiva que la confiesa el secreto eterno: todos tenemos miedo siempre) la novia vestida de blanco sufre su propio Apocalipsis y desgarro a la luz de la noche. Y su hermana y su cuñado que todo se lo organizan en enorme mansión la repiten continuamente que sólo quieren que sea feliz, la exigen que sea feliz. Pero ella no puede. Y Claire (Charlotte Gainsbourg), la hermana segura, la repite desesperada que a veces la odia. Y Justine ya en el descenso hacia la depresión nota cómo se acerca Melancolía un planeta que todo lo trastoca. Ya no tiene miedo a la autodestrucción. Como dice su pequeño sobrino es su tía fría y hecha de acero…

Y en Claire, segunda parte, se vive la espera a un fin del mundo que a Justine ya no le asusta ni padece. Ella ya está rota y por eso termina actuando cuerdamente, esperando, e incluso construyendo una mágica cueva para crear un cuento a un sobrino asustado. Aquí la que se desmorona es la que siempre la ha sostenido, nunca la ha abandonado aunque siempre, a veces, la odie. Claire no espera el fin del mundo. Claire no quiere la destrucción de su mundo seguro. Y sobre todo quiere sostener, proteger y mantener al hijo. Ella no sabe de abismos y autodestrucciones. Quiere vivir. En la enorme mansión Melancolía se acerca. Y cada habitante de la casa Justine, Claire, el cuñado (Kiefer Sutherland) y el sobrino viven el final de una manera diferente. Melancolía lo más hermoso y aterrador capaz de alterar las fuerzas de la naturaleza, que enfoca a una mujer desnuda, que espera. Melancolía que devora al mundo…, que lo altera. Y Claire corre para salvarse, y Justine de manera brusca, para que la odie a veces, la pone la realidad al frente: no hay salvación, estamos solos.

Y con sus heroínas (siempre mujeres rotas que me sublevan), y unos hombres que pasan como sombras y obstáculos que no las sostienen, y un niño esperamos el final en una cueva mágica.

Mientras Von Triers nos sacude con ecos de un romanticismo alemán, nos sacude con Resnais a lo Marienbad o con el Antonioni de La Noche todo rodeado de un halo extremo y operístico a lo Visconti que hace magia con escenografías y puestas en escena. Y allí al fondo la sombra de Tarkovsky con Sacrificio. Ofrece drama psicológico y familiar con tintes apocalípticos sin un atisbo de cine catastrófico y sí una poesía seca, fría pero tremendamente hermosa. Donde hay sitio para una novia vestida de blanco solitaria, para unos globos de luz, para un planeta que se acerca cada vez más tremendamente atrayente, para una mujer desnuda en medio del caos, para otra mujer que corre desesperada bajo la nieve con un niño en brazos… Y para un planeta Melancolía que arrasa.

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Voces de muerte (Sorry, wrong number, 1948) de Anatole Litvak

Nota: ruego que si nunca la has visto no leas el siguiente post pues desvelo partes muy importantes de la trama y puedo empañar el gustazo que es verla por primera vez…

El rostro de Barbara Stanwyck en Voces de muerte convierte esta película en inolvidable. Pero son muchos los ingredientes que la hacen especial. Nos la cuenta Litvak, con sobria elegancia y ambiente asfixiante, con una mujer enferma, un teléfono, sus interlocutores y varios flashbacks muy bien colocados.

Litvak no va a partir para realizar esta película de un guion original, una novela, un recorte de periódico o una obra de teatro… sino de una obra escrita exclusivamente para la radio. Donde la voz juega un papel importante. La voz y el teléfono. El teléfono como vía única de comunicación, como vía de enganche con el exterior, como vía para enfrentarse a la soledad, los recuerdos, la enfermedad, el peligro, el miedo, la tristeza; como vía para encajar las buenas y las malas de noticias… Un montón de películas y escenas se me vienen a la cabeza donde el teléfono tiene misión especial y es protagonista único de secuencia o historia. Y en especial siempre viene Voces de muerte.

Y uno de los muchos elementos que hace de Voces de muerte especial es el personaje femenino bajo el que recaé toda la obra cinematográfica. Una Stanwyck, que como acostumbra, devora al personaje a pedazos y lo escupe dejándonos autenticidad en toda la pantalla blanca. Porque esa mujer a la que se nos presenta durante los primeros minutos como una dama inválida y solitaria enamorada y preocupada por un marido que no llega, que se asusta ante lo que escucha en un cruce de llamadas donde dos hombres ultiman detalles para eliminar a una mujer a las 23.15 de la noche… va evolucionando cada minuto dejándonos el retrato de una mujer compleja a la que aprendemos a ir odiando (porque es mujer manipuladora, castradora, egoísta y niña eterna con dinero y poder acostumbrada a hacer siempre lo que le da la real gana sin tener cuidado en si hace daño o no a aquellos a los que quiere) poco a poco pero que también nos sobrecoge en su vulnerabilidad, nos empuja a esa compasión que hace que sintamos totalmente empatía con su persona y nos pongamos totalmente de su parte. La Stanwyck logra trasladarnos su angustia, su miedo, su reconocimiento y análisis de todo lo pasado, su terror, su arrepentimiento final… y nos deja las ganas de que no se convierta en la víctima de un asesinato que sentimos de todas, todas injusto, muy injusto… Porque nos deja el retrato de una mujer con todos sus defectos, pero también virtudes, con toda su vulnerabilidad al descubierto… y no queremos que finalmente muera asustada y sola.

Al igual que finalmente le ocurre al esposo sobrepasado y desesperado por las circunstancias… y culpable de una situación calculada y planeada por haberse sentido siempre hombre perdido, manipulado y atrapado (sólo quiere ser un hombre libre que maneje los hilos y no un mero títere en manos de su esposa y de su suegro) tras su imagen de tío duro y emprededor con pasado que le ha curtido… y también desequilibrado. Un, como no, correctísimo Burt Lancaster, que comenzaba a despuntar, y que en sus inicios se pone como nadie en la piel de tipos duros pero vulnerables que cometen errores que les destrozan la vida y les dejan sin segundas oportunidades.

Así Voces de muerte deja el retrato de dos personalidades dolorosamente humanas que protagonizan una tragedia provocada por la construcción de una relación equivocada y compleja que va minando y destruyendo a cada uno. Aunque los dos se atraigan…, los dos se van autodestruyendo poco a poco. Los dos son hombre y mujer fatal, los dos son víctima y verdugo. Y ésa es la fuerza de esta película que tras en principio una anécdota banal se va construyendo una compleja red de situaciones que derivan en un final trágico.

Y Litvak (hombre a tener en cuenta con títulos interesantes en su carrera cinematográfica) sólo necesita una Stanwyck grande y brillante en una habitación amplia que se convierte en jaula y un teléfono que la va descubriendo toda una trama (de la que también se siente culpable) que perturba su hasta ahora ‘tranquila’ vida. El director nos hace salir de la ‘jaula’ de la víctima para presentarnos los ambientes de los interlocutores al otro lado de la línea que van despejando incógnitas (¡benditos secundarios!) y también en largos flashbacks que nos cuentan esa historia que explica la situación a la que se ha llegado en una noche oscura donde una mujer inválida se encuentra sola en su habitación acompañada tan sólo de un teléfono…, ya apenas queda tiempo, se acercan las 23.15…, y un hombre sube las escaleras.

Escalofriante.

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Acción ejecutiva (Executive action, 1973) de David Miller

Diez años después del asesinato del presidente JFK se estrenó Acción ejecutiva una película que mostraba ya una teoría de conspiración política y que daba su explicación explícita sobre dicho asesinato. Acción ejecutiva no es una película buena pero sí resulta interesante en varios aspectos.

Las conspiraciones en el cine han dejado su huella (y siguen dejando) en la gran pantalla. Conspiraciones que nos hacen ver que el mundo es un gran teatro de marionetas sólo manejado por unos cuantos y que nuestros destinos varían según sus designios. A veces estas conspiraciones pueden ser frenadas y otras (las más terroríficas) no…, el mundo sigue en manos de unos pocos.

Frankenheimer fue un director que reflejó varias conspiraciones escalofriantes como El mensajero del miedo o Siete días de mayo. En los desencantados años setenta se convirtió en un género recurrente con películas como Los tres días del cóndor, El último testigo, Todos los hombres del presidente, La conversación… Sin embargo Acción ejecutiva sería un antecedente de la mastodóntica obra cinematográfica de Oliver Stone en 1991, JFK, donde elaboraba su teoría de la conspiración a través de un fiscal de New Orleans, Jim Garrison, que reabre el caso del asesinato del presidente. El Stone barroco crea una megaproducción de horas y horas (no carente de interés)… David Miller, el discreto director de Acción ejecutiva se monta la conspiración en hora y media y con métodos eficaces. Directo al grano.

Acción ejecutiva se rodea de un halo de producto serio (frío, objetivo y sin pasión) con dos pesos pesados en el apartado de interpretación, con un guionista con mucha historia detrás y que arrastraba un pasado político y una carrera con obstáculos debido al periodo negro de la caza de brujas y con una manera de presentar el producto infalible: entre el documental y la ficción más fría.

Entre los intérpretes destacan unos ya muy maduros Burt Lancaster y Robert Ryan (que fallecería ese mismo año) como los ‘dioses’ que manejan los designios del planeta tierra, los cerebros de la conspiración. Con diálogos escalofriantes y fríos donde hablan de esa ‘acción ejecutiva’, del asesinato de JFK, con unos argumentos para hacernos temblar. Donde muestran que el mundo además no está en manos de los políticos sino de otros grupos de presión y poder (poderoso caballero es don dinero). Ellos ejecutan y organizan el plan desde sus reuniones, paseos, proyecciones, llamadas telefónicas y despachos. Todo fríamente y racionalmente. Haciendo uso de las más modernas tecnologías (en aquellos años, claro. Así la película se convierte en un interesante documento de ‘tecnologías ya obsoletas’ pero avanzadas para la época en que se desarrolla el film). Ambos son los cerebros de ese ‘mundo oculto’ que el ciudadano ignora y que mueven los hilos a su antojo cambiando el rumbo de la ‘historia’. Protagonizan una conversación que pone los pelos de punta y qué es una semilla ya plantada de lo que luego propiciará el interesante estudio que escribió Susan George en 1999, El informe Lugano.

El guionista de Acción ejecutiva será Dalton Trumbo, uno de los Diez de Hollywood, de los más afectados y perseguidos durante el macarthismo. Tuvo que trabajar durante varios años bajo pseudónimos hasta que pudo recuperar de nuevo su nombre… todo empezó a cambiar a partir de que Kirk Douglas le contratara para realizar el guion de Espartaco en 1960. A partir de ese momento empezó a recuperar de nuevo su nombre. En Acción ejecutiva realiza uno de sus últimos trabajos con un tono muy sobrio. No es de sus trabajos más recordados pero sí forma parte de la coherencia de su carrera en el que le interesaron trabajos comprometidos y con contenido ideológico.

Por último David Miller mezcla el tono documental de este trabajo cinematográfico en el que se aprovechan tanto grabaciones reales de actos, discursos y noticias (y también fotografías) protagonizadas por JFK (con, por ejemplo, el famoso discurso en que JFK recuperaba las palabras de Shaw donde expresaba que las personas ven las cosas y dicen ¿por qué? pero que él soñaba con cosas que nunca habían sido y se decía, ¿por qué no?) , Martin Luther King (recuperando su discurso famoso de ‘yo tengo un sueño’) o  Lee Harvey Oswald (con una recreación ‘impagable’ de las técnicas de fotografía para poder manipular una famosa imagen) con objetivas y frías imágenes de ficción donde se recrea la preparación de la ‘acción ejecutiva’ por parte del grupo de presión (los poderosos) con sus reuniones y planteamientos y el entrenamiento de los hombres que llevarán a cabo el asesinato.

Acción ejecutiva ha caído totalmente en el olvido, no es película redonda, ni buena ni perfecta pero no deja de tener elementos que la hacen interesante además de mantener la atención del espectador que ése ya es un paso importante.

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David O. Selznick y Jennifer Jones, hacia el romanticismo extremo

El obsesivo Selznick fue productor de un montón de películas memorables (sí, Lo que el viento se llevó y las primeras de la aventura americana del maestro del suspense, Hitchcock) y también impulsó la carrera de varios actores y actrices. Hombre complejo y siempre recordado (a veces únicamente) por las largas anotaciones que mandaba a sus sufridos directores y guionistas (y a otros trabajadores del mundo del cine) con cada uno de los puntos que veía que había que tener en cuenta o que había que cambiar en una película… Le gustaba tener el control completo de todo el proceso cinematográfico. Mimaba la película en la que se aventuraba. Se convertía en obsesión.

En la época de los grandes estudios, él luchó por convertirse en productor independiente y lo consiguió. En su andadura muchos actores y actrices se cruzaron en su camino y en los años cuarenta se enamoró de una actriz que estaba trabajando y actuando para lograr el estrellato… y él se convirtió en guía obsesivo de su carrera profesional y en su futuro esposo. Ella era Jennifer Jones. A partir de su unión profesional (primero) y sentimental (después. Se casaron en 1949 y permanecieron unidos hasta la muerte del productor en 1965), Selznick con mano férrea controló la carrera de Jones, tanto si era él productor de las películas que protagonizaba como si no (siempre estaba su mano…). Jones logró carrera interesante y bajo la batuta del productor Selznick fue protagonista de películas que se han convertido en parte de la memoria cinéfila colectiva. Reconozco que no profeso amor hacia Jennifer Jones, quizá porque en un ciclo que la dedicaron hace muchos años en la 2 me pareció la reina de la llorera y la exageración…y la cogí un pelín de manía. Aunque ahora estoy volviendo a recuperar su obra cinematográfica y mi percepción ha ido cambiando (está asombrosa en Carrie de William Wyler).

De este peculiar dúo destacaré aquellas películas en las que Selznick se acreditó como productor independiente. Y también dos coproducciones donde Selznick estuvo detrás de su esposa y de la obra cinematográfica dando curiosas situaciones.

Desde que te fuiste (1944) de John Cromwell

Primeras lágrimas de Jennifer Jones en una obra cinematográfica de Selznick, fruto de una época (Segunda Guerra Mundial). Película para animar a los ciudadanos estadounidenses que ven cómo sus vidas han cambiado con una guerra dura donde se ausentan los hermanos, padres, hijos, novios… (y quizá nunca regresen o vuelvan heridos física y mentalmente). Tipo señora Miniver, pero con familia americana unida jamás será vencida y sus vicisitudes en tiempos de guerra. Importante reparto femenino con Claudette Colbert a la cabeza y secundada por una joven y enamoradiza Jennifer Jones y una adolescente Shirley Temple. El que se ha ido a la guerra obviamente es el esposo y padre. Las cartas de la Colbert se suceden contando su día a día. De metraje interminable y con una lista de maravillosos actores secundarios. Estaría también presente un Joseph Cotten que actuaría varias veces como pareja amorosa de ficción de Jennifer Jones. Cotten, en esta película, no ama a la actriz sino que se muestra más pendiente del personaje de la Colbert. La joven Jennifer Jones en la película suspiraría por el personaje con rostro de Robert Walker (su marido en aquel momento y en trámites ya de divorcio).

Duelo al sol (1946) de King Vidor

Película a lo grande con producción de Selznick y por supuesto toda su atención en cada parte del proceso. La estrella no podía ser otra que su enamorada, Jennifer Jones. Que le da papel bombón, sensual y escandaloso, la mestiza Perla Chávez, en un historia de amor y pasión más allá de la muerte. Perla, una fuerza de la naturaleza, revuelve la vida de una familia, los McCandless. Y ahí están dos hermanos (como Caín y Abel) suspirando por su amor. Ellos son Gregory Peck y Joseph Cotten, el mal y el bien se dan la mano para amar a la misma mujer, una pasional Perla.

Lo demás ya es leyenda cinéfila… esos colores arrebatadores y ese final de amor más allá de la muerte en una montaña. El paroxismo.

Jennie (1948) de William Dieterle

Película de culto con producción de un hombre independiente que apuesta por la historia compleja resuelta de manera sencilla. Recuerdo su blanco y negro y la historia de un amor que sobrepasa el tiempo. Tiene apariencia mágica e irreal. De una niña que pronto se convierte en joven y en mujer… y que enamora a un pintor, a un creador en un momento artístico complicado, de vacío creativo. Él es Joseph Cotten. Ella es Jennifer Jones. Un romanticismo suave entre un creador y una musa fantasmal… Aquí es donde sale mi vena contra la pobre Jennifer Jones… no me la creo como tierna musa (imagino a otras).

Pasión bajo la niebla (1952) de King Vidor

De nuevo Selznick se va por una historia de tórridas pasiones al servicio de su señora esposa. Vuelve a confiar en Vidor y pone como amante al actor de moda, un rudo Charlton Heston. Apenas recuerdo este melodrama que quiero recuperar. Me encantará volver a verlo. Jennifer es Ruby Gentry, una campesina, despechada en amor y desgraciada siempre, llega a alcanzar estatus social al casarse con un hombre poderoso. Ruby es una mujer rechazada…, cuando accidentalmente muere el esposo, empezará un nuevo y tortuoso camino para cerrar heridas.

Adiós a las armas (1957) de Charles Vidor

Otra macroproducción de Selznick que sigue obsesionado con la carrera de su amada esposa. Esta vez es volver a llevar a las pantallas Adiós a las armas (adaptación de la novela de Hemingway). Espectáculo a lo grande que no consigue remontar y apasionar… y sí aburrir a veces. Además cuenta con un problema importante, la no química entre Rock Hudson y Jennifer Jones, que vuelve de nuevo a llorar desconsoladamente. No se consigue el aura mágica de Gary Cooper y Helen Hayes en la versión de los años 30 ni la elegancia de Frank Borzage. Fue el último trabajo profesional de Selznick y Jennifer Jones.

Dos curiosidades

También el productor actuó en la sombra (no tan en la sombra, bastante presente) en dos coproducciones para lanzar a su señora esposa fuera de las fronteras norteamericanas. Para que fuera dirigida por prestigiosos directores europeos afincados en Europa… Jennifer Jones estuvo presente en el mundo especial y mágico de Powell y Pressburger (en una película que no he podido ver ninguna de sus dos versiones… espero poder hacerlo pronto). El productor quería intervenir una y otra vez y no quedó satisfecho con el resultado de la película británica que se estrenó en 1950, Corazón indómito. De modo que curiosamente el productor obsesivo volvió a estrenar en EEUU otra vez la película en 1952 con varios cambios y escenas nuevas (dirigidas por otro, Rouben Mamoulian)… y otro título, Corazón salvaje. De nuevo la Jones se vuelve a poner, con el color especial de Powell y Pressburger, en la piel de una mujer salvaje y libre.

También consiguió que Jennifer Jones trabajara en producción europea con uno de los artífices del neorrealismo, Vittorio de Sica. La película fue todo un fracaso pero yo siempre que puedo la reivindico, Estación Termini (1953), una historia de amor en tiempo real, una larga y maravillosa despedida entre una mujer americana y su amante italiano (un bello Montgomery Clift) en una estación de tren.

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Diccionario cinematográfico (168)

Heroínas Brönte: soy Jane Eyre, amo al señor Rochester, habito en Thornfield que guarda entre sus muros un secreto. Soy institutriz de infancia desgraciada. Soy mujer solitaria e independiente. Pero quiero amar y ser amada. El serio señor Rochester me trata como nunca me han tratado, conectamos, somos iguales y él me valora… y aunque no soy agraciada, me siento hermosa cuando me mira.

Me llamo Catherine Earnshaw. Y soy bella, y soy orgullosa, y soy apasionada, y soy salvaje… un día padre vino con Heathcliff. Y nos juramos amor eterno y salvaje más allá de la vida y la muerte. El destino nos separó. Enterré mi pasión para volverme señorita… y que Heathcliff se fuera despreciado y regresara con sed de venganza… me fue rompiendo poco a poco. Sin embargo los dos a pesar de hacernos daño una y otra vez sabíamos que nos amábamos…

Las novelas de Charlotte y Emily Brönte siguen siendo leídas, amadas y llevadas a la pantalla por distintas generaciones. Ahora esperamos dos nuevas versiones para poder volver a apasionarnos o volver a evocar el amor y la sensualidad en grado de paroxismo absoluto llegando casi a la locura: Jane Eyre de Cary Fukunaga con Mia Wasikowska y Michael Fassbender y Cumbres borrascosas de Andrea Arnold.

Antes han sido objeto de distintas versiones en cine y televisión con menor o mayor fortuna. Así Jane Eyre ha contado con el rostro de Joan Fontaine, Susannah York, Charlotte Gainsbourg, Samantha Morton y Ruth Wilson. Y Catherine se ha transformado indistintamente en Merle Oberon, Fabienne Babe, Juliette Binoche… Ha cruzado fronteras y ha tenido rostro japonés y mexicano.

Sin duda las heroínas Brönte más desconocidas (por lo menos para mí) son las de la tercera hermana Brönte, Anne. No he leído ninguna de sus novelas: ni Agnes Grey ni La inquilina de Wildfell Hall. Ambas editadas en castellano y en edición de bolsillo (me lo recuerdo a mí misma para terminar con esta laguna). Ninguna de las heroínas de Anne ha conseguido inmortalidad en la memoria cinéfila… ¿Serán reivindicadas a través de la imagen?

Las propias hermanas Brönte han sido heroínas cinematográficas, las tres, en película clásica americana que nunca ha llegado a mis manos, Predilección (La vida de las hermanas Brönte) con presencia de Ida Lupino y Olivia de Havilland. Y en otra que sí he podido ver pero que queda lejana en mi recuerdo, Las hermanas Brönte de André Téchiné. Por supuesto, en ambas no faltaba el también trágico y único hermano Brönte, Branwell.

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