La mariposa

Te regalo un fotograma

sobre el sinsentido de la guerra.

Donde un soldado encuentra la belleza en una mariposa

que aletea en un campo devastado por el horror y la muerte.

Y cuando trata de tocar, de alcanzar lo inalcanzable,

cuando por primera vez pierde la noción de la supervivencia…

entonces se deja ver por el francotirador.

Y la belleza de la mariposa será su perdición.

No es una muerte de héroe.

Es una despedida triste de la vida.

Quizá hubiera disfrutado de la mariposa en tiempos de paz…

Ya saben sin novedad en el frente.

En tiempos oscuros siempre es tiempo de amar, tiempo de morir.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Destellos de cine

Liliom (Liliom, 1934) de Fritz Lang

Antes de su exilio a EEUU, cuando Lang dejó Alemania pasó por Francia. Y creo una película. Pocas veces nombrada o estudiada se convierte en sorpresa. Y como no puede dejar de hacer Lang hay destellos de puro cine. Así toma a un jovencísimo y vital Charles Boyer y lo hace pasear en una historia que respira realismo poético francés y que termina decantándose por lo fantástico con un tono de broma. El pesimismo y también la sensualidad de Lang envuelve la cinta pero con un punto de humor negro. Así nos deja imágenes imborrables de las que sólo nombraré unas pocas: la presentación de la trama en el espacio de una feria con protagonismo especial de un tiovivo. Donde con precisos y vitales movimientos de cámara conocemos a Liliom, el golfo seductor, y a la que será la amada, la ‘chica extraña’.

Su escena de amor en el banco bajo la luz de una farola dará paso a una transición preciosa: los nuevos amantes escriben sus nombres en la madera… y entonces van superponiéndose otros nombres encima… el tiempo pasa.

El fallecimiento de Liliom nos deja escenas claves como la liturgia de la feria que guarda unos minutos de silencio por la muerte del ex trabajador (y el amor perdido de la ‘patrona’ que le dio trabajo en el tiovivo) así se produce un buen efecto de sonido. Lo que demuestra que el cine también cuenta con lo que deja oír. O con el silencio. El cuerpo yacente de Liliom entre velas, y la despedida de la ‘chica extraña’, que a pesar de la vida perra que la ha hecho sufrir, es dulce con él (a pesar de ser tristemente consciente del maltrato recibido). Y la transición sencilla al mundo fantástico y onírico cuando el ‘alma’ de Liliom es elevada a los cielos por dos inspectores vestidos de negro.

Y una de las mejores sorpresas: Dios es un cineasta. Y a todos nos tiene controlados a través de las películas de nuestras vidas… además en la banda de sonido capta también los pensamientos. Tiene un ojo similar al de Lang así que nos deja vislumbrar que no es mal director. Y viene la duda: ¿fue antes Dios o el ojo de Lang?

… Y los destellos de cine siguen interminables… danzando por esta obra desconocida con muchas sorpresas.

Fish Tank (Fish Tank, 2009) de Andrea Arnold

A la espera de su Cumbres borrascosas me adentré en su película anterior y de nuevo vislumbré destellos de cine. Andrea Arnold tiene una personal manera de mirar. Y aunque la historia de la adolescente cabreada con el mundo no me sedujo en exceso, sí lo hizo la manera de contármelo.

Así vislumbré la importancia de los espacios y las arquitecturas para la personalidad y el espíritu de una ciudad. Y cómo los espacios determinan también las formas de vida de los ciudadanos. Las diferencias entre las casas de la periferia y una buena urbanización. La falta de espacios de encuentro, creación y de ocio para los jóvenes. Los elementos extraños pero bellos como esa vieja yegua atada que obsesiona a la protagonista en medio de un descampado urbano.

La directora nos deja ver también su comunión con la naturaleza. Y nos deja imágenes poéticas y sensuales como la pesca del pez o la secuencia final de la protagonista con una niña que huye.

Nos narra también el lenguaje de los cuerpos. Sobre todo a través del baile. Para eso toma un papel fundamental la música y el movimiento. Llegando al máximo nivel al mostrar como la familia de la protagonista (formada por la madre y una hermana pequeña) la única forma que tienen finalmente de comunicarse y expresarse es a través de sus cuerpos, la música y el baile.

Y por último la evolución de un personaje con el rostro de Michael Fassbender que muestra de nuevo su versatilidad y matices. Fassbender nos hace creer en una aparición casi de cuento (no olvidemos que lo vemos bajo la mirada de una adolescente que lo idealiza —y nos regala imágenes bellísimas de esta idealización—… cree que puede llegar a comunicarse con él y que él traerá la felicidad a su familia) hasta mostrarnos las partes más oscuras y mezquinas (que desgraciadamente le vuelven humano) del personaje que representa.

Poesía (Shi, 2010) de Lee Shang Dong

Ya era la segunda vez que la veía. Y la emoción vuelve a embargarme. Más destellos de cine. Esta vez Shang Dong hace hincapié en la mirada a través de un personaje luminoso: una dulce y sonriente abuela (que muestra que es especial y peculiar desde la primera vez que aparece)… su sonrisa y dulzura esconden una tristeza y amargura honda. La protagonista se siente perdida pero trata de encontrar un rumbo. Sin embargo no pierde su capacidad de observar, de aprender, de sorprenderse. Ni tampoco de buscar o atrapar la belleza en un mundo gris que la rodea. Un mundo de un capitalismo salvaje que apenas la deja sobrevivir. Y dentro de este mundo salvaje que habita (que permite el suicidio de una colegiala y una frialdad en la manera de ‘vivir’ este suceso)… encuentra imprescindible apuntarse a un curso de poesía con el objetivo de lograr escribir un poema.

Todo lo que la rodea es sórdido, triste y conflictivo pero ella, que va olvidando ya los sustantivos (la diagnostican un principio de Alzheimer), trata de mirar el mundo y extraer la belleza.

Así Lee Shang Dong acompaña a su heroína y nos hace vislumbrar lo bello en el horror. Y su filme se convierte en un poema.

Incendies (Incendies, 2010) de Denis Villeneuve

Incendies es la adaptación de una obra teatral de impacto. De contenido político. Nos cuenta la historia de la mujer que canta, la presa número 72. Nos narra el sinsentido y la violencia de las batallas, como la guerra del Líbano (la de 1975 a 1990), que provoca tragedias y víctimas. Y como una tragedia griega (a lo Edipo y a lo Medea) con escena catártica Incendies remueve al espectador. La tragedia se centra en una familia: una mujer libanesa que vive en Canadá con sus dos hijos gemelos. Cuando muere deja como herencia dos cartas, muchos secretos y acertijos. Dos cartas, una para entregar a un hermano y a un padre desconocidos. Los gemelos inician un viaje interior y exterior donde conocerán a su madre (que guardaba múltiples secretos y nunca se había comunicado con sus gemelos) y su historia, y donde sabrán mucho de sus orígenes y raíces. Un viaje pesadilla y de aprendizaje. Un viaje al ayer para entender su presente. Un viaje de odio y violencia pero también de un amor desatado…

El destello de cine del canadiense Denis Villeneuve se produce en la estructura que da a la historia. En las claves que nos va dosificando y nos va devolviendo para construir un puzzle que lleva al espectador al golpe y la catarsis. En el viaje de la hija (y después su hermano gemelo) a los mismos sitios donde transcurrió la historia de la madre. Una vivió y la otra va descubriendo. Ambos entienden por qué en Canadá su madre era una muerta en vida… Los misterios dispersos que finalmente serán revelados…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diez pasos de cine y pintura

… Hoy he estado toda la mañana y parte de la tarde en el Museo del Prado… así que cuadro a cuadro iba pensando en las interesantes relaciones entre el cine y la pintura. Y así poquillo a poco voy avanzando diez pasos… siempre reflexivos.

1.- Retratos inolvidables. De alguna manera me vienen a la cabeza varias películas memorables donde un retrato cobra suma importancia dentro del relato cinematográfico. El cuadro que todo lo domina. Así por ejemplo se podría crear una galería con cuadros de cine: el cuadro que mira en estado de extasis una hermosa Kim Novak en Vertigo, el misterioso retrato de Carlota Valdés. El retrato de Laura que enamora al detective McPherson. El cuadro en el que se basa la pobre esposa sin nombre de De Winter para disfrazarse y sorprender al amado en Rebeca…, una broma pesada de la señora Danvers. Los retratos inspirados en la prostituta Suzie Wong que realiza un pintor americano en Hong Kong. La mujer del cuadro en esa maravilla de cine negro de Lang. El retrato de Dorian Gray en las distintas versiones cinematográficas. El cuadro de la amargada esposa de un noble asesino en Pasos en la niebla. El cuadro entre fantástico y mágico de Jennie…

2.- Jean Renoir y el impresionismo. El padre de Jean Renoir era Pierre Auguste, maravilloso pintor impresionista (o por lo menos para mí) que creo uno de mis cuadros favoritos El almuerzo de los remeros. El padre tomó como instrumento de creación el pincel, y el hijo la cámara de cine. Pero Jean Renoir llevó las pinturas de su padre al celuloide y se puede notar como una de sus influencias sobre todo en Una partida de campo.

3.- Vincente Minnelli pinta en la pantalla blanca. Así recordamos uno de sus musicales Un americano en París donde Minnelli muestra su amor a la pintura y no sólo Gene Kelly recrea a un pintor sino que con su danza da vida a famosas pinturas de artistas franceses como Toulouse Lautrec. Pero Minnelli que no sólo conoce bien el uso del color y los colores en sus películas (y el significado de esos colores para poder contar de una forma visual su historia) sino que es un amante de la pintura y se atreve con un biopic que trata de captar de nuevo en celuloide la pintura. Esta vez el elegido es Van Gogh. Y también su amigo Gauguin. Todo al alcance del espectador ávido en El loco del pelo rojo.

4.- John Huston traslada el trazo de Toulouse Lautrec a los fotogramas. Huston y su director de fotografía Oswald Morris estudiaron a fondo la obra de Lautrec para plasmarla en la pantalla y lograr captar su colorido y su mundo en Moulin Rouge. Interesante biopic del pintor que atrapa el mundo que recreaba con su pintura.

5.- La influencia de la pintura en el cine es alargada. Stanley Kubrick en Barry Lyndon. John Ford en sus westerns. Visconti en películas como Senso o El Gatopardo. Pintores que se convierten en cineastas como Julian Schnabel. Pintores que se convierten en personajes de ficción (¿o no?) como Barceló en Los pasos dobles (todavía pendiente). Pintores que son el motor de documentales como Antonio López en El sol del membrillo o Piccasso en acción creativa en El misterio de Picasso

6.- Pintores como personajes. Los pintores son personajes cinematográficos. Porque son creadores. Porque son hijos de la época que les tocó vivir. Porque sus cuadros son radiografías del momento… Vermeer en La joven de la perla. El monje pintor Andrei Rublev en la Rusia medieval según la mirada de Tarkovsky. Rembrandt con cara de Charles Laughton. La desgraciada vida de Modigliani que pasea su vida de amante autodestructivo por Montparnasse. Miguel Ángel con cara de Heston intentando pintar la capilla Sixtina. Las contradicciones y la fuerza creativa de Diego Rivera en esa joya que se llama Abajo el telón. Los tormentos de Basquiat o Pollock…

7.- La última cena. Hay cuadros que influyen e influyen y vuelven a influir. Hay cuadros misteriosos que son reflejados de mil maneras en otras artes como el cine. A veces son el centro de la trama. Otras es pura recreación. Pongamos un ejemplo La última cena de Leonardo Da Vinci. Muchas son las últimas cenas cinematográficas. Como parte de la trama, primero fue la novela El código da Vinci y luego su plasmación en la pantalla. Como inspiración nos encontramos la famosa última cena de Viridiana de Luis Buñuel. Más allá de la pantalla blanca nos encontramos con la última cena en la serie Perdidos e incluso en los Simpson.

8.- Salvando el arte. ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar por salvar un cuadro de un peligro? Así podemos encontrar reflexiones a esta pregunta en la maravillosa El tren o en la entrañable La hora de los valientes.

9.- Dali. Dali y el cine. El cine y Dali. Se retroalimentaron. Amigo de Buñuel juntos emprendieron la creación cinematográfica que llevaba el surrealismo puro al cine: Un perro andaluz. Pero Dali (que también lo demuestra en sus pinturas) se sentía atraído por Hollywood. Y emprendió la aventura (aunque en algunos casos los proyectos se quedaran en fallidos). Así recordamos su presencia en el mundo onírico de Recuerda del maestro del suspense. Y su proyecto inacabado de cortometraje animado con Walt Disney…

10.- Museos, galerias y cuadros en el cine. Y recorremos galerías y museos en compañía de personajes cinematográficos. Así corremos con los jóvenes de Soñadores por el Louvre (antes corrimos con Jules, Jim y Catherine por un puente). Los personajes de Woody Allen tienen encuentros inesperados o buscados en Match Point o Manhattan en museos o galerías de arte. Robos, museos y cine como El secreto de Thomas Crowe y Pierce Brosnan robando un Monet en el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York.

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Shame (Shame, 2011) de Steve McQueen

… Si recordamos la energía y vitalidad de Liza Minnelli en su interpretación de New York, New York en la película del mismo nombre de Scorsese y nos viene a la memoria el significado de esta canción en ese momento de la historia… y cómo mira Robert de Niro a la artista. Y la vida pasada de ellos en común… Nada tiene que ver con el significado que adquiere New York, New York en la interpretación pausada, cual Marilyn Monroe destrozada-muñeca rota, de una Carey Mulligan que da otro sentido a su letra… Y la mirada de Michael Fassbender con esa lágrima que resbala por su mejilla nos susurra que sabe lo que está cantando su hermana en la ficción. Así los dos andan perdidos y desubicados en un siglo XXI que recoge a seres humanos enfermos emocionalmente.

Así esta escena se convierte en la esencia de Shame de Steve McQueen que lejos de escandalizar en algún sentido, de parecer polémica por lo explícito en lo sexual (pero ¿aún sorprende algo en ese sentido?) o los que ven sólo una historia moral, exprime las emociones de sus personajes y nos presenta una historia triste y desoladora con dos de los antihéroes-perdedores más deprimentes de los últimos tiempos. Esos dos antihéroes son dos hermanos perdidos en Nueva York, Brandon y Sissy que arrastran traumas emocionales y cada uno sobrevive como puede. Ambos se aman y se destrozan… y sus almas pululan por las calles nocturnas. Ambos viven su particular carrera hacia sus infiernos interiores y ambos tratan de salir a flote y redimirse como pueden. Pero siempre inevitablemente unidos mientras tratan de huir de un “lugar malo” o mejor dicho un estado emocional que les rompe. Ya lo dice Sissy no son malas personas, sólo vienen de un “lugar malo”.

Steve McQueen se vuelve virtuoso en sus maneras de contar una historia cinematográficamente. Así nos encontramos con una manera de reflejar la noche, con la importancia de los reflejos, las ventanas y los espejos. Escenas virtuosas donde las nucas adquieren significados y torrente de emociones. Los primeros planos rompen. Las miradas o las lágrimas llenan un fotograma. Las conversaciones a dos comunican más de lo que parece… y una carrera por las calles nocturnas se convierte en una vía de escape a una situación emocional. Y de nuevo New York es un personaje más y un reflejo del estado de ánimo del personaje principal, Brandon, que se ve involucrado en un infierno que crea él solo. Que vive su sexualidad y adicción como una jaula emocional. Todo son barreras para transmitir sus emociones, sentimientos y miedos. Al final su manera de mostrar que tiene el control de la situación… se desmorona. El sexo es su cárcel. Y su apariencia perfecta de Romeo conquistador, su cara impávida, su cuerpo perfecto como creado para el arte se va resquebrajando cuando siente el peso de la responsabilidad ante una relación que le duele. La relación con su hermana, otro ser roto, que no es más que un espejo de su propia desesperación. Una relación que le duele tanto, un pasado vivido que le marca tanto, que le provoca terror a unas relaciones personales más allá de lo físico.

Así el Brandon, yuppie y triunfador, impecablemente vestido, que parece tiene todo bajo control. Su trabajo, su apariencia, su vida, su apartamento, su forma de entender las relaciones… se va desnudando a lo largo del metraje para descubrir a un personaje enfermo emocional y absolutamente perdido y descalabrado en el mundo. Un personaje que se desmorona… y que se convierte en un ser absolutamente vulnerable y desvalido. Autodestructivo y golpeado. Y el rostro y el cuerpo de Fassbender nos lo van comunicando de mil manera distintas.

Y McQueen nos deja una historia ya vivida y reflejada en otras ocasiones en el séptimo arte pero nos la cuenta de una manera tan especial que nos quedamos atados a la pantalla de cine. Así ecos de Brandon y Sissy los podemos encontrar en películas de distintas facturas y géneros pero su descenso nos lo cuenta de una manera tan personal que lo vivimos como algo nuevo. Así hay ecos en La Dolce vita o en La Noche. Hay voces en El último tango en París, en Desayuno con diamantes, en los ojos tristes de Marilyn… Hay pasos o indicios en Días de vino y rosas o Días sin huella. Y más allá en un American Gigoló… o en las más cercanas Atrapada entre dos hombres o Two lovers y así se podrían seguir citando huellas de personajes emocionalmente en el abismo arrastrando sus humanas dependencias y vulnerabilidades…

A McQueen me lo apunto en mi lista de pendientes. Ésta es la primera vez que veo una película suya pero sin duda me apetece descubrirle en su anterior largometraje Hunger y esperar su próximo trabajo cinematográfico 12 years a slave. En las tres ha contado con Fassbender, su actor fetiche.

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El caballo de Turín (A Torinói ló, 2011) de Béla Tarr

Y dice el Génesis que Dios creo el mundo en seis días y el séptimo día descansó. Y Béla Tarr filmó la desesperación y la nada en seis días y el séptimo día se retiró.

Así la primera película que veo de Béla Tarr es la que el propio creador dice que va a ser su última obra cinematográfica. De El caballo de Turín sales con el corazón encogido y con la desolación en el rostro. Así como otras creaciones cinematográficas me parecen absolutamente vitalistas, El caballo de Turín es despiadamente hermosa pero nihilista. Te enfrenta con la nada, con la cotidianidad del eterno retorno. Todos tus días serán iguales con pequeños cambios… importantes. Todo dirige hacía un final. La vida es un largo día repetido hasta que llega la oscuridad absoluta. Despiadadamente hermosa porque sus imágenes te acompañan en el día a día y el estado que te provoca también.

Despiadamente hermosa porque su puesta en escena deslumbra. En un blanco y negro impecable y unos planos secuencia eternamente largos, eternamente detallistas vamos pasando día a día. Naturalezas muertas. Dos patatas hervidas. Una botella de aguardiente y dos pequeños vasos. El sonido del viento interminable… Una cierta distancia hacia lo que estamos viendo… y una extrañeza. Un narrador omnisciente y dos personajes… Rituales cotidianos. Un pozo… Un paisaje solitario, como de western pionero. Una ventana, única salida a un mundo cerrado. Y un caballo que se rebela o se rinde ante la nada…

En un fondo oscuro la voz en off nos cuenta una anécdota que tiene como protagonista a un caballo y al filósofo Nietzsche. Una anécdota que relata la muerte en vida del filósofo. La voz cuenta cómo en 1889 en una plaza de Turín, el filósofo vio cómo un cochero maltrataba a su caballo y cómo Nietzsche se lanzó al cuello del caballo pidiéndole que perdonara a la humanidad. A partir de ese momento el filósofo no volvió a escribir una palabra, y cayó en la locura. Dicen que momentos antes de morir tan sólo dijo: “Madre, soy un idiota”… La voz añade… que nada se supo del caballo.

Entonces empieza un espectacular plano secuencia de un caballo y un cochero que regresan a una casa en paisaje desolado e invadido por una tormenta de aire. Ese caballo y ese cochero viven con una muchacha-mujer, que es la hija del cochero… y así vivimos seís días con ellos. En sus repetitivos días, de miseria y tristeza, se suceden sus hábitos cotidianos que les obligan a vivir el día a día, a despertarse y existir. Pero algo sucede. Algo que hace que cada día sea distinto. Un día las carcomas dejan de sonar. Otro día llega un vecino para pedirles aguardiente y suelta un discurso sobre los otros, sobre la corrupción…, otro día llegan unos gitanos que se van a las Américas, otro el caballo se niega a moverse y a comer, otro ocurre algo inesperado en el pozo… Y al final la oscuridad. Aunque nos quedan las palabras del cochero: mañana, volveremos a intentarlo. Tienes que comer, debemos seguir comiendo… Un esfuerzo por repetir, por no hundirse.

Llega la oscuridad y los títulos de crédito. Y te levantas como si salieras de un estado de hipnosis. Con angustia en el alma, desolación… y muchas ganas de reflexión. Pero llegas a tu casa, despacio, y piensas y entiendes. “Madre, soy una idiota”. Y puede que llores. Y que no olvides las imágenes… ni el ruido del viento.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (173)

Carreras: pero me refiero a la acción de correr las personas cierto espacio o a la pugna de velocidad entre personas que corren (como señala en dos de sus infinitas acepciones la RAE). O también a la carrera de un personaje porque le persiguen, tiene miedo, quiere llegar a un sitio en concreto por amor, por impedir algo, por… La carrera, sí señor, es muy cinematográfica. Hay carreras para siempre grabadas en la retina.

A punto de ver la carrera de un Michael Fassbender por las calles neoyorquinas en Shame…, después de haber visto a Romeo y Juliette corriendo en su personal declaración de guerra o a un George Clooney desesperado, correr con sus bermudas y chanclas, después de que su vida personal se derrumbe en Los descendientes… me vienen a la cabeza otras carreras cinematográficas.

Así no olvido la carrera hacia la muerte de Tony en West Side Story cuando se encuentra con María y quiere ir a sus brazos porque pensaba que ya no iba a verla nunca más… pero Chino también corre para quitarle la vida. Los Sharks y los Jets se pasan el metraje corriendo y huyendo… Además de bailando, claro está.

Como huye por las calles parisinas Antoine Doinel en Los 400 golpes para finalmente correr hacia su libertad en un paraje con mar. Cuando parece que todo está perdido.

Como corre Harry para terminar en los brazos de su amada Sally… para llegar a una fiesta de fin de año que no quiere que termine sin decirla que no sólo es amiga sino que también la ama y desea.

Como corre Holly para buscar al gato sin nombre… y sin dueño.

Como corre Jack con el corazón roto para llegar alguna vez a su sueño con destino a Alaska… Nunca ha parado de correr. Empezó desde niño y ya no paró.

Como corren Terry y Edie, desesperados, porque un camión quiere atropellarles en un lugar donde la ley es el silencio.

Como corren tantos amantes fatales de destinos tristes como Bonnie and Clyde…

O como corren tantos amantes por diversión como Jim, Jules y Catherine…

Hay carreras de muerte. Como la de dos amigos australianos, que primero corren para competir, y después en plena primera guerra mundial en la batalla de Gallipolli… corren de manera distinta hacia la muerte…

Así corre también Elias en pleno Vietnam. Una carrera sin esperanza alguna.

Hay carreras para competir. Como la de los protagonistas míticos de la lenta Carros de fuego.

Hay personajes que no paran de correr, primero por placer, después porque se les va la vida en ello, como el universitario Babe Levy en Marathon Man.

Y en el free cinema también se corre y así acompañamos a la soledad del corredor de fondo…

Hay personajes que nunca dejan de correr. Que siempre andan huyendo. Hasta que tienen que parar de puro cansancio como la carrera escalofriante de un perdedor en Noche en la ciudad.

… Otros corren, les disparan, y siguen corriendo a pesar de los pesares como Belmondo en Al final de la escapada.

A veces el problema es que nunca puedes parar de correr sobre todo si te ponen unas zapatillas rojas… y puedes terminar exhausta.

Otros corren porque se asustan y entonces alguien malinterpreta la carrera, y se desencadena la tragedia… como Platón en Rebelde sin causa.

… el secreto es no parar. El secreto es que no te paren. El secreto es parar cuando tú quieres.

Correr.

Correr.

Correr.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Retazos de cine: hilera de descubrimientos entre Allan Dwan y el grand guignol

1.- Continúo con la filmografía de Allan Dwan que sigue evidenciándome que tras productos de bajo presupuesto, malos guiones y otros asuntos… hay un director con poderosas “artes” cinematográficas que deja vislumbrar escenas de cine. Esta vez las películas son Passion (1954) y El jugador (1955). Dejando a parte los ejercicios kitschs de en la primera ver a la reina del Technicolor, Yvonne de Carlo en un doble papel (hay una familia y dos hermanas, ella es las dos hermanas, sólo explicable por un asunto de presupuesto… no hay otra justificación) donde la distinta personalidad de ambos personajes es por la ropa que lleva, el corte de pelo y el gesto aguerrido de una y el femenino dulce de la otra; y en la segunda quedarte en estado de shock al descubrir que el amigo sin dobleces, leal, valiente y recto tiene el rostro del futuro presidente de los EEUU, Ronald Reagan (que no puede evitar su falta de química), es evidente que se pueden vislumbrar sorpresas sobre todo en la puesta en escena de estas historias.

El jugador es bastante mejor en muchísimos aspectos (desde un guion mejor armado a una puesta en escena más regular) que Passion donde hay que indagar más aunque tiene cierta gracia kitsch. En Passion nos vamos a una California mexicana… con un imposible Cornel Wilde como héroe vengativo mexicano, Juan Obregón o más alucinación ante un representante de la ley con atuendo mexicano y rostro de Raymond Burr. Así Passion es una historia de venganza y violencia en un mundo pionero y duro donde Dawn deja sitio para peleas violentas entre caballos (maravillosamente planificada), paisajes nevados (que ponen en evidencia la pequeñez del ser humano frente la naturaleza hostil y su violencia) o escenas intimistas donde una vela encendida desde una ventana cobra otro significado.

En El jugador, una peculiar historia de amistad entre hombres en un mundo (localidad) hostil, nos muestra de manera original la presentación de los personajes y de uno de los ambientes desde donde va a transcurrir la mayoría del relato cinematográfico. Ya sólo por su arranque merece la pena. Un personaje secundario baja de su caballo y llama a una puerta donde no le dejan entrar, le dicen que vaya a la trasera. En un cartel donde se anuncia una especie de escuela para chicas que ‘buscan’ marido nos conduce a la curiosidad. Entonces el personaje mira ‘dentro’ de la casa a través de las ventanas hasta su llegada a la puerta trasera… y vemos que es una casa de prostitución y juego regentada por una explosiva pelirroja, Rhonda Fleming (que se pega en otro momento cinéfilo un baño lleno de erotismo y con una delicada puesta en escena), y donde están jugadores del calibre del protagonista (John Payne, en su habitual representación del hombre duro)…

2.- … bienvenidos al grand guignol de la mano de Curtis Harrington. El pistoletazo de salida de película excesiva, enfermiza y barroca donde dos divas maduras de la etapa de oro de Hollywood se mueven en ambientes enfermizos, de pesadilla y terroríficos lo dio Robert Aldrich con la maravillosa Qué fue de Baby Jane (1962). Así surgió un nuevo subgénero exagerado que además proporcionaba a nostálgicos la posibilidad de encontrarse con divas divinas (y ya maduras… y caídas en olvido o sin posibilidades profesionales) en papeles desproporcionados y decadentes que mostraban su genialidad como intérpretes (además de una nueva relectura de su personalidad cinematográfica y a veces de su arquetipo por el que eran reconocidas por el gran público, convirtiendo estas interpretaciones en una subversión de sus papeles como estrellas en el pasado). Curtis Harringotn en 1971 nos trae la enfermiza y atrayente ¿Qué le pasa a Helen? donde sus protagonistas Debbie Reynolds y Shelley Winters nos atrapan en una atmósfera asfixiante y de pesadilla para dejarnos una escena final (que no revelaré) altamente grotesca y a la vez fascinante. La Winters pone los pelos de punta con su sonrisa de inocente y trastornada fanática y la Reynolds sorprende (y se revela en lo que podría haber sido otro registro de su carrera siempre matizado con sus aires inocentes y virginales) en el papel de seductora y compleja rubia que trata de alcanzar su sueño de gloria (y empezar desde cero una vida golpeada por los fracasos). La época en la que está ambientada y siempre como referencia el mundo del cine —es la época de la depresión y donde Shirley Temple era reina del celuloide— (y su ‘especial y peculiar’ reflejo de cine dentro del cine con aires de decadencia) es un aliciente más para inmiscuirse en su visionado.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Director y actriz: comuniones reales y ficticias

Bajo la fórmula DIRECTOR + ACTRIZ = PELÍCULA se puede vislumbrar la radiografía de marido y mujer, trabajador y trabajadora, que unieron sus vidas privadas y también sus vidas laborales. Matrimonios tormentosos, matrimonios largos y cortos, felices e infelices… además de compartir su intimidad también pudieron crear juntos. Algunos fueron dúo trabajador en varias producciones, otros sólo se unieron en la pantalla blanca una sola vez pero fue suficiente. Aquí sólo reseñaremos una obra cinematográfica que los mantendrá juntos siempre…

Charles Chaplin + Paulette Goddard = Tiempos modernos (1936)

La chispa y la modernidad de Goddard dieron luz y vivacidad al divertido y melodramático Charlot en Tiempos modernos. El regalo más hermoso es que la chica finalmente no dejará solo a Charlot en su largo camino hacia el amanecer. Entre Chapln y Goddard el asunto fue diferente.

Orson Welles + Rita Hayworth = La dama de Shanghai (1947)

Tortuosa, de pesadilla, pero también de pasión y amor. Como su historia misma. Welles quiso apagar el fuego rojo de la Hayworth y la tiñó de rubio mostrando que era actriz camaleónica y versátil. Ella sintió que la anulaban. Él trató de darla un papel de actriz. Ella se quiso un poco menos. Él no supo echarla una mano. Autodestrucción como los protagonistas tormentosos de La dama de Shanghai. La Hayworth se transformó en mujer fatal… Ella nunca quiso… pero bordó su papel.

Vincente Minnelli + Judy Garland = El pirata (1948)

El rey del estallido y color, del gusto exquisito, se enamoró de la atormentada cantante que siempre tenía que mostrarse feliz en la pantalla. Así le pone a sus pies vehículo barroco… lleno de fantasía, colorido, decorado, imaginación…aventura, emoción… pero recuerda que la vida siempre es un espectáculo… y que lo que se vive fuera es otra cosa. Apariencias, luz y color. Sueños cumplidos. En El Pirata le dio a la Garland los sueños que nunca se pudieron cumplir. Un mundo de color, sin problemas. Un mundo de canciones donde siempre podría lucirse. La propuesta no funcionó. Demasiada felicidad y fantasía… Y un rostro triste.

Roberto Rossellini + Ingrid Bergman = Europa 51 (1952)

Amor escándalo. Amor moderno. Amor tormentoso. Amor desarraigado… y un cine nuevo en su trabajo en común. Europa 51, cine moderno y espiritual. Donde una mujer tiene una manera revolucionaria de entender el vacío de su vida. De superar su sufrimiento y remordimiento. Finalmente su historia también tuvo un final desgarrador (a pesar del amor que hubo)… seguro que ambos vivieron revelaciones.

Federico Fellini +  Giuletta Masina = La Strada (1954)

Para la mujer payaso la película más melancólica en un ambiente circense, pero duro y ambulante, el realismo imaginativo y poético de un Fellini que muestra su ternura por una Masina poeta y cándida. Seguirán juntos más allá de las rarezas y otras imaginaciones…

John Cassavettes + Gena Rowlands = Una mujer bajo la influencia (1974)

Un nuevo cine fuera de los estudios de Hollywood. Una nueva manera de entender el cine y las relaciones. Otra manera de enfrentarse al amor y a la locura. A lo distinto. A la inestabilidad emocional. Y un director y una actriz que mostraron pasión e intelecto en los márgenes del celuloide.

Sam Mendes + Kate Winslet = Revolutionary Road (2008)

… una historia sobre el hastío y sobre cómo el amor se apaga… aunque deja un fuerte poso. Sobre cómo el amor autodestruye. Sobre cómo los sueños se apartan. Sobre como los fracasos abruman… Una actriz inmensa y un director que la enfoca en su desesperación y tristeza. Un punto y final.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Dejad paso al mañana (Make way for tomorrow, 1937) de Leo McCarey

 

Dejad paso al mañana es la historia de una despedida. De un adiós. La historia es sencilla y no muy alejada de un presente en crisis. Un matrimonio ya mayor pierde su casa porque no puede hacer frente a la hipoteca. La casa se la queda el banco. Hacen una reunión familiar y ninguno de sus cinco hijos puede acoger a sus dos padres. Así que llegan a un primer acuerdo para que cada uno se vaya a casa de un hijo distinto y según se arreglen las cosas conseguir volver a estar juntos. Pero en el fondo de su corazón saben que ése no es más que el principio de una despedida de toda una vida juntos. Y que apenas les queda ya tiempo para disfrutar.

En Dejad paso al mañana no hay ni buenos ni malos (aunque, no puedo evitarlo, los hijos que vemos en pantalla se me hacen antipáticos y grises). Sólo hay personas humanas con todas sus virtudes y sus defectos. En Dejad paso al mañana se cuenta que la vejez es un viaje que puede ser triste. Un apagón de la vida. Dejad paso al mañana cuenta, de la manera más simple y por eso más pura, una de las despedidas más hermosas. Y sobre todo refleja cómo los más mayores de esta historia son absolutamente conscientes de todo lo que pasa… aunque ya se sientan cansados de enfrentarse a los hechos, al final son los únicos (sobre todo ella, la madre) que se siguen enfrentando a una realidad que en ese momento se les ha puesto difícil. Aunque, como le confiesa a su nieta, a ella le hubiera gustado poder seguir fingiendo que no tiene que enfrentarse a esa realidad.

Leo McCarey que ha alcanzado la eternidad por sus dos versiones de Tú y yo, hitos de buen cine romántico, supo enfrentarse a esta historia con delicadeza, pudor, sencillez y un amor inusitado hacia sus personajes. Así ese matrimonio con los rostros de Victor Moore y Beulah Bondi nos deja entrar en su intimidad y en todas sus emociones.

Y la película nos va preparando a base de pequeñas escenas hacia esa larga despedida absolutamente emocionante. Contienes la lágrima porque los personajes la contienen. Y en esa despedida se ve el halo fugaz de una felicidad compartida durante largos años. Y vuela la sensación de que a pesar de los pesares fue un acierto unirse y pasar juntos la aventura de la vida. Aunque la etapa de crisis no les permita un final el uno al lado del otro. Aunque el egoismo de sus hijos (agobiados con otro tipo de problemas o acaso los mismos) y sus parejas no echen una mano para que se produzca ese final compartido. Al final sólo se tienen el uno al otro… y esos recuerdos que ya se van perdiendo en su memoria.

Son tres meses de prueba y separación. Y aunque los hijos tratan de ser educados su antipatía rebosa y hacen lo posible para que quede explícito que tanto él como ella son un estorbo más que una oportunidad. Y ellos en todo momento son conscientes. Así sus intentos de comunicación son realmente emotivos, nostálgicos y tristes. Como esa conversación telefónica que tiene la madre en el salón de su hijo George (el magnífico Thomas Mitchell) en voz alta delante de todos los alumnos de bridge de su nuera. O esa lectura de carta por parte del amigo del padre, un tendero del barrio, porque a éste se le han vuelto a romper las gafas. Una carta tan íntima que el tendero la dejará de leer…

Finalmente cada uno irá a un destino diferente muy diferente al soñado. Pero de nuevo pueden encontrarse en Nueva York y tienen cinco horas para disfrutar… antes de que él coja el tren y ella se dirija al más triste de los sitios (no junto a sus hijos). Y ambos son conscientes aunque sólo lo verbalicen al final de que puede que sean sus últimas cinco horas. Y entonces deciden vivirlas intensamente. Hacer lo que les dé la gana (y así se lo comunican a los hijos… que tristemente son conscientes de que no se están comportando a la altura de las circunstancias). Y ser felices. Así recorren ese Nueva York que visitaron en viaje de novios, la única vez que también pudieron disfrutar en soledad. Entonces hablan, pasean, beben, cenan, bailan… Y todos los personajes secundarios que salen en su despedida contribuyen de alguna manera a que sea la despedida soñada. Agradable. Así es una declaración de amor perpetua. Y el espectador les acompaña con pudor en ese beso que no se dan por vergüenza de que alguien les vea en público, en ese vals, en esas confesiones íntimas… y en esa última despedida en una estación de tren.

Dejad paso al mañana es una pieza cinematográfica llena de momentos íntimos para guardar en la memoria. Cada visionado nos descubre un detalle. Nada sobra. Un gesto, un objeto, una mirada, un cártel, una música, una canción…

Hay un momento en su última cena que él recuerda un libro de poemas que tenía ella donde estaban sus versos preferidos y con los marcaba con una flor seca. Le pregunta que si el banco se llevó también el libro. Ella dice que sí que ya no tiene ese libro pero que no le han podido quitar los versos. Y se los recita. Es una declaración de amor maravillosa, los versos contienen toda su vida:

«Un hombre y una doncella estaban cogidos de la mano

y sonaba una pequeña marcha nupcial.

Ante ellos había años inciertos

que prometían alegrías o tal vez lágrimas.

Querida, dijo con voz tierna, dime, ¿te arrepientes de tu elección?

No sabemos dónde nos llevará el destino

o con que extraños vericuetos nos encontraremos.

¿Tienes miedo?, le dijo el hombre a la doncella.

Ella levantó los ojos y habló al fin:

Querido, dijo, la suerte está echada,

se han dicho los discursos, se ha tirado el arroz.

En el futuro viajaremos solos.

Contigo, dijo la doncella, no tengo miedo…».

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Declaración de guerra de Valérie Donzelli

Declaración de guerra no es una obra maestra. Declaración de guerra es maravillosamente imperfecta. Declaración de guerra es una película vital construida de emoción. Y respira verdad. Mucha verdad. Declaración de guerra es una propuesta necesaria. Una propuesta política. Declaración de guerra deberían verla muchas personas que desde puestos de poder no cuidan la Sanidad Pública y quieren instalar otro modelo que no es el ideal porque no sería un servicio público y de calidad para todos. Y Declaración de guerra es sobre todo honesta porque refleja esa Sanidad Pública con veracidad (con todo lo bueno que representa y también con una pátina crítica —porque por suerte todo es mejorable—).

Valérie Donzelli sabe de lo que habla. Y sabe lo que muestra porque lo ha vivido. Y su pareja en ficción y en la realidad, Jérémie Elkaïm (que firma junto a ella el guion), también. Por eso ambos son creíbles. Y no buscan caer bien, mal o regular. No buscan que el espectador se conmueva, llore y sienta compasión. Sino que realizan una ficción (y la cuentan de la forma que les sale del alma) a manera de autobiografía o diario para contar una declaración de guerra a la enfermedad de su hijo de 18 meses, un tumor maligno cerebral. Un cáncer.

Y Donzelli y Elkaïm no se van por la fórmula lacrimógena de padres coraje que superan obstáculos y luchan desesperados por la recuperación de la salud del hijo. Ni presentan el sufrimiento del pequeño que genera lágrima y dolor. Ni emplean la fórmula telefilm basada en hechos reales. Donzelli y Elkaïm regalan su propia mirada personal de padres con miedo pero que apuestan por el optimismo aunque la lucha durante ocho años acabe minando y desgastando una relación. Presentan batalla ambos rodeados de amigos y familia. Y una de sus armas para combatir es el humor.

Estos dos últimos años por distintos motivos he pasado bastante tiempo en hospitales de la Sanidad Pública. Por eso sé lo que sienten y lo que viven los personajes de Romeo y Julieta (que cuando se enamoran saben que les une un destino trágico pero no el shakesperiano) y comparto sus amores, agradecimientos y también aquello que critican. Y su defensa a un modelo de sanidad que tiene que ir mejorando y no ir minándolo, recortándolo y destrozándolo.

Valérie Donzelli cuenta la historia de dos jóvenes que se enamoran, tienen un hijo y éste enferma. Y a partir de ahí su paso por hospitales se convertirá en la rutina necesaria. Donzelli realiza una película con estética de los primeros años de nouvelle vague, da un protagonismo esencial a la música que acompaña los sentimientos de los personajes, espolvorea sentido del humor, y mucho, mucho, mucho amor. En un momento dado hasta se escapa el espíritu de Demy… y sus protagonistas cantan canciones de amor o nanas. Donzelli cuenta de manera y forma personal.

Declaración de guerra conmueve. Es vital. Y por eso es maravillosamente imperfecta.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.