Diccionario cinematográfico (179)

Amish y otros: los amish, los cuáqueros, los mormones, los menonitas… grupos religiosos que han sido protagonistas de muchas películas donde se reflejan sus vidas por contraste con el mundo que les rodea. Grupos aislados que nada tienen que ver… con la vida moderna. Y como espectadores miramos asombrados su mundo, sus historias, sus comportamientos… son una representación de los otros. Distintos. Y a veces hay un encuentro entre dos mundos que suele ser enriquecedor para ambas partes pero también nido de historias imposibles, otras de amor y las de más allá de redención. Y en el encuentro hay choque pero también un intento de acercamiento para que sea posible el entendimiento. A estos grupos religiosos algunos espectadores solo los conocemos a través del celuloide… con la mirada de un director concreto.

Así surge el amor imposible entre un policía duro y una viuda amish en Único testigo. En una comunidad amish se desarrolla un thriller policial e intimista. Los amish son una comunidad incomprendida e incluso rechazada u objeto de burla. Ellos viven aislados. Así lo quieren porque el mal está fuera, en lo que se conoce por civilización o mundos urbanos. El tiempo no pasa por sus casas y formas de vida. Viven en comunidad y se apoyan unos a otros (con sus ventajas y desventajas). La ventaja está, por ejemplo, en la construcción entre todos de un granero para una pareja de recién casados… La desventaja en ser vigilado continuamente y en el seguimiento férreo de unas normas religiosas y morales que si son incumplidas puede recibirse el castigo del rechazo de toda la comunidad.

Ahora nos vamos a un clásico de 1950. En blanco y negro y dirigido por John Ford. La preciosísima Caravana de Paz. Y esta caravana está formada por unos mormones que se lanzan a la conquista del Oeste. Sin embargo necesitan protección y unos guías expertos y se la piden a dos vaqueros jóvenes… que en un principio se prestan por dinero pero terminarán realizando un viaje del que aprenden unos de otros. A esta singular caravana se unirá también un grupo de artistas ambulantes. Una auténtica gozada.

El turno ahora es de los cuáqueros con dos películas que me encantan. Una fue una agradable sorpresa. Un western intimista con un John Wayne desconocido y sensible (también ejercía de productor). Un pistolero herido que termina en una familia de cuáqueros que entre otras cosas rechazan visceralmente la violencia. Wayne se va haciendo con la vida de esta familia que le va queriendo bien además de conocer a la hija del matrimonio que le ha acogido. Ambos empiezan a sentir. Y a él cada vez le apetece más dejar su vida pasada de disparos y violencia. Pero no lo tiene fácil. Se trata de una pequeña joya, El ángel y el pistolero (1947) de James Edward Grant.

También el amigo Wyler se acercó a los cuáqueros en La gran prueba donde Gary Cooper y Dorothy McGuire son un matrimonio cuáquero a los que la cámara de Wyler sigue en sus alegrías y en sus penas. En sus quehaceres cotidianos. En sus discusiones y dilemas. En sus sueños y desventuras. Así la película pasa de la comedia y el costumbrismo al drama… como la vida misma. Pero todo en una comunidad cuáquera. El conflicto es cuando se declara la guerra de la independencia americana… y los cuáqueros son reacios a intervenir pues están en contra de la violencia y por tanto de la guerra. Sin embargo entre ellos también surgirán las diferencias…

El ejemplo más reciente ha sido el del mexicano Carlos Reygadas que nos cuenta una historia melodramática de amores imposibles y milagros en la maravillosa Luz silenciosa. Toda la historia transcurre en una comunidad menonita… Bajo la larga influencia de Dreyer el espectador no vislumbrará solo un milagro sino seres humanos que sufren por amor y pasión.

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Un cóctel de policias en el cine: Único testigo, Infernal affairs, Querido detective

… pues seguimos con los cócteles que con ellos me lo paso bien. Si ayer tocaba el turno de los hermanos, hoy damos paso a los policías. El cine con policías de distinta índole es todo un género. Aquí van tres ejemplos. Tres casos y tres policías… muy, muy diferentes.

Único testigo (Witness, 1985) de Peter Weir

Es curioso pero los amish, los cuáqueros, los mormones, los menonitas… son protagonistas de películas a tener en cuenta. Mañana mismo hago una entrada al diccionario cinematográfico. En los ochenta fue Peter Weir el que se adueñó de una película de encargo y realizó una hermosa historia de amor imposible entre policía duro y viuda amish. Así queda para siempre en la memoria de las escenas románticas ese granero oscuro y cerrado, la luz de una lámpara de gas, un coche destartalado… y una bella canción.

Único testigo es puro cine policíaco pero con una peculiaridad externa: el héroe encuentra un refugio que contrasta con su vida de policía en Philadelphia, encuentra un refugio en una comunidad amish. Tenemos un caso que resolver, unos testigos que proteger y una trama que desentrañar. Y por supuesto unas gotas de corrupción policial para que sea más brillante y entrañable nuestro policía héroe. Pero todo en un sitio por donde no pasan los siglos, un espacio nada habitual para resolver casos…una comunidad amish. Lejos del mundanal ruido y la violencia de la ciudad…

Peter Weir y su director de fotografía muestran su maestría a la hora de contarnos una historia de acción con muchas gotas de intimismo. Y dejan escenas para el recuerdo. Me la sé de pe a pa y siempre quiero volver a verla, siempre me fascina. Único testigo es una película de los años ochenta cuando se volvió otra vez a las grandes historias al servicio del carisma de sus estrellas… y cuando había un director con arte y maestría y mucho sentido de la narración cinematográfica surgían obras redondas como ésta. Gran parte del secreto de la longevidad de esta cinta es la química entre Harrison Ford y una olvidada pero bellísima Kelly McGillis. Por ahí vemos a un niño Lukas Haas que fue todo un descubrimiento. Danny Glover y Josef Sommer, secundarios siempre eficaces. Un bailarín convertido en actor, Alexander Godunov. Y una de las primeras apariciones de Viggo Mortensen.

Juego sucio (Infernal Affairs, 2002) de Wai-Keung Lau y Alan Mak

Lo confieso. Si no fuera porque Scorsese realizó en 2006 Infiltrados, probablemente no hubiese accedido al dvd de esta película de Hong Kong, Juego sucio (que se ha convertido en trilogía). Lei en varios sitios que Infiltrados era un remake de Juego sucio. A mí Infiltrados me gustó mucho pero se creó un debate sobre si Scorsese había realizado una mera copia del original, sin esfuerzo alguno en el lado creativo, consiguiendo además un éxito total. Ahora tengo más reciente Juego sucio… pero a mí parecer sí hubo creación y firma de Scorsese en Infiltrados… que sin duda, por otra parte, es un remake.

Juego sucio es un relato policial de ritmo trepidante con dos personajes muy atractivos. Dos topos que se introducen en dos mundos diferentes (intercambian sus mundos) al suyo cuando prácticamente son adolescentes. Uno al departamento de policía, y otro al mundo de las tríadas (la mafia, organizaciones criminales). De tal forma que cada uno se ‘crea’ un mundo propio, se ‘crean’ una identidad… y muy pocas personas saben realmente quiénes son de verdad. Esto según van pasando los años va haciendo mella en sus personalidades y formas de vida. En Juego sucio se da algo muy interesante que creo recordar no es tan evidente en Infiltrados y es que el topo que pertenece a la policía (que consigue una carrera muy exitosa) llega un momento en que hace una elección de vida (es un personaje quizá más trabajado en la versión de Hong Kong). El enfrentamiento entre ambos personajes se vive con tensión y sabes que sólo uno saldrá bien parado. Y ese enfrentamiento entre ambos profesionales, entre ambos topos, es lo que envuelve toda la película. Toda la narración está al servicio de este enfrentamiento… llegando a un muy buen final con un clímax altísimo.

Querido detective (The big easy, 1987) de Jim McBride

Otra película de los ochenta… que en su momento fue muy taquillera. Una película policial con erotismo de por medio y por supuesto con una pareja de estrellas de moda con química. Este tipo de películas era muy de los ochenta… Lo que se dice un ejercicio puro de entretenimiento efímero… pero que al cabo de los años se vuelve a ver con alegría y nostalgia y te vuelve a hacer pasar una buena tarde.

La pareja estrella: un Dennis Quaid, de pícaro divertido y sensual, y una Ellen Barkin que se convirtió en la fea más erótica y sensual de los ochenta. Por supuesto como en toda película con policía hay un caso que resolver. Aquí está el policía algo tramposillo pero muy cachondo y gran amante de su profesión (le viene ese amor de familia) y la seria fiscal que lucha contra la corrupción policial que encuentra en el policía tramposillo un aliado y un amante. Lo que parece una lucha entre bandas de narcotraficantes oculta algo mucho más oscuro. La película está ambientada en un Nueva Orleáns con toques canjún y con música de fondo (incluso Dennis Quaid nos canta a la guitarra…). Así en la película hay acción, sexo, amor, amistad, familia y violencia. Y aún hoy sigue siendo entretenida. Y como siempre hay un cuidado reparto de secundarios donde nos encontramos con Ned Beatty o John Goodman.

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Un cóctel de hermanos en el cine: American History X, Silencio de amor, La voz dormida

… últimamente he visto o he vuelto a ver películas donde se refleja una relación entre hermanos. Y es un tema realmente bonito (y complejo como todas las relaciones) para tratar en el cine. Ahí van las historias de Derek y Danny, Alessandro y Luigi, Hortensia y Pepita…

American History X (1998) de Tony Kaye

La he visto muchísimas veces y siempre me provoca el mismo impacto, la misma emoción. American History X cuenta de manera certera cómo los jóvenes pueden llegar a abrazar ideologías neonazis y por qué. Lo hace desde el punto vista de dos hermanos que abrazan esas ideas y se hunde en las profundidades para entender cómo se puede llegar a ese extremo.

Y te metes de lleno en la historia de Derek (Edward Norton) y Danny (Edward Furlog) —ambos actores impresionantes—. Caminas junto a Derek y su furia… le rechazas y después le compadeces y más tarde llegas a comprender cómo ha llegado a lo que ha llegado y das una segunda oportunidad al personaje que paga muy caro su despertar. El odio y la furia regresan con fuerza a todo su rostro, a golpearle la vida, a devolverle que sí es responsable de cómo ha actuado y pensado… y que la redención no va a ser fácil. Porque sus acciones, su pasado, rebotan en una de las personas que más ama, su hermano pequeño Danny. El hermano que observa, el hermano que le admira y que le ama, el hermano que trata de asimilar las acciones que ve de aquellos a los que ama con locura y aunque no entienda y le duela prefiere emular esas acciones que analizarlas. Pero tanto Derek como Danny son inteligentes y tienen capacidad de análisis, de comprensión y autocrítica y son capaces de mirar, de ver, de entender… de apartar el odio y la furia, de razonar… Y es en una última escena impactante como pocas y muy dura cuando nos damos cuenta de la fuerte relación entre los dos hermanos y la imposibilidad de un futuro juntos. Han mirado y comprendido… pero demasiado tarde.

Es un tema de dolorosa actualidad no hay más que leer un periódico o mirar las noticias…

Silencio de amor (2011) de Philippe Claudel

A mí hay películas-medicina que irremediablemente me emocionan cada segundo. Suelen ser películas sencillas, películas de personajes, de situaciones cotidianas. Bien contadas, bien rodadas. Y el otro día la emoción me iba embargando según iba disfrutando fotograma a fotograma de Silencio de amor.

El protagonista absoluto es un profesor universitario de música barroca (magnífico Stefano Accorsi), viudo e italiano que vive en Estrasburgo. Es padre de una adolescente de 15 años y además tiene un hermano siempre a su lado… Echa de menos a su esposa ausente. Prefiere la soledad y no darse otra vez la oportunidad de enamorarse. Adora a su familia, a sus amigos, su profesión… Además canta en un coro de música del pasado y es voluntario en un hospital de enfermos terminales donde asume el papel de lector. Así tenemos la oportunidad de recuperar a una anciana pero bellísima Anouk Aimée.

Nuestro protagonista vive además de con su hija con su hermano, anarquista que sin embargo es uno de sus mayores apoyos y viceversa (a pesar de sus discusiones diarias). Un hermano que ha prometido no salir jamás de la casa hasta que Berlusconi abandone su cargo en Italia. Cocina, ve telenovelas y pinta distintas variantes de una manzana y un móvil. Además está siempre pendiente, a su manera, de su sobrina y de su hermano.

El escritor Philippe Claudel en su segunda obra cinematográfica como director regala una película desde el sentimiento en forma de tragicomedia como la propia vida. Y de manera sencilla y elegante (en una película bien contada y mejor interpretada) nos va dejando derramar lágrima o asomar la sonrisa. Mientras, dos hermanos discuten en italiano en Estrasburgo u oímos en una pequeña iglesia (que se convierte en recinto sagrado donde están los presentes y los ausentes) cantar canciones barrocas como Silencio de amor

La voz dormida (2011) de Benito Zambrano

Benito Zambrano e Ignacio del Moral realizan su propia ‘mirada’ y ‘lectura’ de la obra literaria La voz dormida de Dulce Chacón y la convierten en celuloide. La novela coral, retrato de un amplio grupo de mujeres antifranquistas, se convierte en película intimista sobre dos hermanas en distinta situación después de la Guerra Civil. Una es presa política, embarazada y condenada a muerte. La otra es una superviviente que trata de estar al lado de su hermana… y que no quiere saber nada (aunque lo tiene difícil) de compromiso político, sino que todos puedan vivir en paz. Finalmente es una triste historia de dos hermanas que no volverán a estar juntas y donde una de ellas se da cuenta de que es imposible mantenerse al margen, que hay que implicarse… aunque cueste la vida.

Zambrano sabe de emociones y como en sus anteriores películas sabe llevar al espectador a un momento de catarsis sobre todo en los encuentros entre rejas de ambas hermanas. Al no querer sacrificar del todo el retrato coral femenino quedan muchos personajes muy desdibujados… y por lo tanto nos falta información…, a veces, hay personajes y situaciones inacabadas. La voz dormida de Zambrano posee, sin embargo, una mirada y una fotografía que refleja el lirismo y la poesía que tenían las páginas de Chacón.

Las dos hermanas no podrán ya tocarse o abrazarse durante toda la película aunque estén unidas por miradas, pensamientos y rejas… sólo queda como constancia de que una vez pudieron estar abrazadas físicamente una vieja fotografía, un instante, un momento roto por la Historia.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Joe Gillis, guionista y gigoló

 

Te regalo un fotograma…

donde ya estoy muerto en una piscina.

Floto.

Todavía no me hundo.

Quizá ya no era posible hundirme más.

Soy un fantasma que cuenta su historia.

No puedo remediarlo.

Quería ser un buen guionista en Hollywood.

Ya que no tuve oportunidad en vida…

desde más allá de la muerte escribo entonces el mejor de los guiones.

Mi propia historia.

Joven guionista y gigoló.

… rey de la decadencia junto a diva olvidada y alocada.

Norma Desmond vive en película continua

y me veo convertido en antagonista principal.

Su película, mi película se convierte en la cárcel de ambos.

La diva enamorada y despechada me deja protagonizar el mejor de los personajes.

Soy Joe Gillis.

Guionista y gigoló.

Y mi historia comienza con mi muerte en una gran piscina en la mansión de una gran estrella del cine mudo.

… Les voy a contar una historia… aunque me haya ido.

Aunque esté muerto.

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Al desnudo de Chuck Palahniuk (Mondadori, 2012)

 … es la primera novela que leo de Palahniuk que consiguió introducirse en la mitología cinéfila por la adaptación cinematográfica de su tercera novela (y primer éxito editorial) El club de la lucha. Al desnudo ha llegado a mis manos como buen regalo. Y lo he devorado en apenas unos días… porque como sabéis soy una buscadora innata de cuentos y novelas que tengan al cine como protagonista.

Palahniuk ofrece su personal visión del viejo Hollywood dorado en decadencia a través de varios referentes que vienen a la cabeza del lector apasionado por el cine cuando se hunde en sus páginas. Así lo que destaca sin duda es un ambiente decadente y unas situaciones extremas con gotas de humor ácido y negro. Y entonces surgen imágenes de aquel Aldrich (¿Qué fue de Baby Jane?) que unía a viejas glorias en la pantalla cinematográfica, a divas del viejo Hollywood, y las hacía protagonizar una relación enfermiza donde nada era lo que parecía (nada es lo que parece). Así Aldrich creó escuela y hubo otros directores que crearon películas con divas y relaciones desconcertantes como Harrington (¿Qué le pasa a Helen?).

… La historia de la decadente diva cinematográfica que pasea su vejez y el olvido, Katherine Kenton, con su colección de des-maridos y sus mascotas, siempre acompañada de la fiel Hazie Coogan, su amiga, su dama de compañía, su asesora, su vigilante… es como una película que pasa ante nuestros ojos en pantalla grande. Con sorpresas y giros. Detrás de la batuta puede estar Billy Wilder… cuando se produce el encuentro de la decadencia con un joven apuesto Webster Carlton Westward III (y probablemente ambicioso… y aprovechado) a lo El crepúsculo de los dioses. El peso de las arrugas en el rostro, la obsesión por borrar el rastro de la historia a través de operaciones, maquillajes, pelucas… nos lleva a Fédora. Katherine Kenton se refugia en una cripta donde va enterrando des-maridos y mascotas y donde en un ritual con Hazie esconde en un espejo (como el cuadro de Dorian Gray) su rostro sin máscara.

A través de lo grotesco, de los apuntes señalados, los giros inesperados de sus personajes ‘reales y ficticios’, es como si el mismísimo Anger siguiera aportando apuntes a su peculiar Hollywood Babilonia. Y varios de los nombres que aparecen pulularon por sus páginas.

Al hundirse el lector en las páginas de Palahniuk es meterse en la crónica grotesca y amarillista que alimentaron las famosas comadres de cotilleos y otros periodistas que crearon ‘otro Hollywood’ oscuro y funesto para alimentar las horas de ocio y vida gris de los lectores ávidos de luces y sobre todo sombras de las estrellas cinematográficas. Así no puede faltar el trío de Hedda Hopper, Louella Parsons y Sheila Graham (que acunó en sus brazos a todo un ‘personaje’ de la generación perdida, Scott Fitzgerald quien dejó una maravillosa novela inacabada sobre Hollywood, El último magnate).

Para al final Palahniuk dejarnos su reflexión o su discurso, lleno de interés y para remarcar una reflexión profunda, que podríamos resumir en una de las frases de la novela: “No, ninguno de nosotros da la sensación de ser muy real. No somos más que personajes secundarios en las vidas de los demás”. Porque por una parte existe la ‘ficción’ de las películas donde los actores y actrices con rostro van dando vida a distintos personajes. Y por otro está la ‘ficción’ de sus vidas. Es decir, la creación de ‘imágenes vivientes’ y de ‘mitos hollywoodienses’ sobre los que se vomitan litros y litros de tinta. Estas imágenes vivientes alimentan los sueños y las horas de los espectadores y tras esas imágenes se ocultan unos seres humanos a los cuales no tenemos acceso. Y en la creación de esas imágenes vivientes se crean sueños y monstruos para alimentar hojas y hojas de revistas, periódicos, libros, ensayos… o para alimentar las televisiones de los hogares a través de entrevistas, documentales, programas-homenaje… etcétera (todos los soportes, redes sociales y nuevas tecnologías que podáis imaginar).

Chuck Palahniuk se mete de lleno, incluso en su escritura y en su forma de presentar esta historia, en el mundo del cine. Así la narración de Palahniuk es pura narración cinematográfica siguiendo las técnicas de un guion. Y cada capítulo es una secuencia. Donde sabemos cómo va a mirar la cámara-lector y los detalles que va a ver o en lo que se va a fijar. Entre primeros planos y flash back… y distintas alternativas de finales vamos viendo la película que crea y construye la narradora de esta historia, una reina del montaje final.

No quiero terminar la reseña sin señalar el ‘personaje’ creado por Palahniuk para Al desnudo que más me ha llamado la atención y más me ha llenado (y sorprendido). Y es el reflejo que crea de la dramaturga y guionista del Hollywood clásico, Lilliam Hellman. Un ‘personaje secundario’ de la propia película que plantea Palahniuk que se va apropiando con fuerza de la historia y comiéndose casi a la pareja protagonista. Una Lilliam Hellman extravagante de imaginación desbordante que crea siempre argumentos imposibles donde es una mujer de acción que cambia continuamente el rumbo de la Historia. Este ‘personaje’ creado protagoniza los momentos más hilarantes y estrambóticos de esta interesante visión de un ‘viejo Hollywood’ que cuenta con innumerables miradas y matices.

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El suicidio en el cine y otros asuntos: Le père de mes enfants y Profesor Lazhar

Una película que vino de Francia y apenas se estrenó en unos cuantos cines (pero ¡se estrenó!) y ahora hay oportunidad de poder verla en DVD. Otra que actualmente está en las salas de cine y que estuvo nominada a los Oscar a la mejor película de habla no inglesa y viene desde Canadá. La primera, buen cine sobre cine. La segunda, un cine que expone su mirada sobre un espacio determinado: el de la enseñanza, el de la educación (un padre mira al profesor Lazhar condescendiente y le dice: enseñe a mi hija, no la eduque). Y ambas además de otros asuntos se unen por un tema: el suicidio, cómo asumirlo y la huella del ausente. Y ambas películas contadas con una sensibilidad extrema que deja al desnudo un tema crudo y duro en Occidente: hablar, reflexionar y pensar sobre la muerte.

Le père de mes enfants (2009) de Mia Hansen-Løve

Grégoire Canvel es un hombre apasionado que trabaja en lo que ama: es productor de cine con su propia empresa, Moon films y además saca adelante proyectos de cine independiente en los que cree. Es un hombre con energía y encanto que saca adelante los proyectos en los que cree y cuida a todos. Además también es un hombre con una vida familiar feliz. Ama y es amado por su esposa italiana y tiene tres hijas que le adoran. Además cuenta con amigos. Pero su sueño, su productora está en quiebra. Los problemas económicos se le van acumulando, la dificultad para acabar sus películas es cada vez mayor… Hasta que sin que nadie sea consciente, porque no lo exterioriza, Grégoire Canvel se agota. Se siente atrapado en un laberinto sin retorno. Siente que su imagen de hombre responsable y que todo lo controla se cae en pedazos… y no puede con ello. Se agota. No pide ayuda a aquellos que le quieren. Y en la soledad más absoluta y de la manera más radical decide quitarse la vida. Así Mia nos enseña toda una primera parte delicada de un hombre con encanto que se quiebra…

Y una segunda parte estremecedora de cómo sus hijas, su esposa, los trabajadores de Moon films, sus amigos siguen viviendo después de su desaparición y cómo trata cada uno de asimilar el vacío que ha dejado Canvel. Afloran todo tipo de sentimientos pero en un estado de calma… como la quiebra del productor que amaba el cine. Todos van asumiendo como pueden la ausencia y tratan de, a pesar de las deudas y de las soledades, seguir adelante con lo que él amaba. Y seguimos conociendo a Canvel tras su ausencia y suicidio.

Durante toda la película estuve con una emoción contenida al borde de la lágrima. Porque sentía el abismo en el que se hallaba Canvel y te hace pensar en cómo reaccionamos ante la cadena de problemas que te depara la vida en un estado de bienestar (que además ahora nos hacen ver que se va derrumbando a marchas forzadas). Y te hace pensar que si en un estado de bienestar puedes llegar a la fractura total y absoluta de quitarte la vida (al cansancio y hundimiento radical), cómo será para el gran número de personas que cada día es una supervivencia continúa. Le père de mes enfants te habla también de que a pesar de que estés rodeado de familia, amigos… cada uno de nosotros terminamos estando totalmente solos (y en momento de crisis es cuando vivimos nuestro aislamiento)… y es triste cuando la hija adolescente, después de la muerte del padre, descubre ese sentimiento de soledad. Y asusta como la vida parece en calma pero en realidad siempre es un puro polvorín donde las buenas formas pueden terminar desapareciendo para surgir el instinto de sálvese quien pueda. Y hasta un encantador y seductor de serpientes puede terminar agotado frente a las responsabilidades que se van contrayendo… y ni su pasión le puede salvar.

Y Mia Hansen-Løve presenta todos estos temas duros con delicadeza y sutileza y con una puesta en escena elegante donde somos testigos de ciertos rituales con la figura del padre y nos los vuelve a repetir sin su presencia (la visita a la ermita). Y donde los estallidos de dolor son silenciosos. Con calma, mucha calma, como el disparo inesperado que hace que Canvel acabe con todas sus responsabilidades…

La directora se inspiró en la figura del productor francés Humbert Balsan que acabó con su vida en el año 2005. Ahora mismo en cartelera se encuentra otro largometraje de la joven directora Hansen-Løve, Primer amor.

Profesor Lazhar (2011) de Philippe Falardeau

Profesor Lazhar comienza de manera brutal e impactante para terminar siendo una mirada a la vida, a la cercanía y al encuentro. Pero también una llamada de atención a cuidar la escuela como un espacio para la vida, el conocimiento y todo lo mejor para los más pequeños. Un espacio para aprender también los asuntos fundamentales de la vida (a la que inevitablemente va unida la muerte), para poder expresar nuestros sentimientos de una manera natural y saber canalizarlos. Un espacio para el aprendizaje intelectual y de espíritu.

En un espacio educativo aparentemente idílico con niños de clase media alta, un niño de unos once años va corriendo a su aula para realizar el reparto de leche en los pupitres de sus compañeros. De pronto se encuentra con su joven maestra colgada de una viga.

Desde ese momento en el día a día en esa ‘escuela bonita’ se abre un abismo entre los niños, los padres y los maestros. ¿Qué llevó a la joven maestra hacia el suicidio? Cómo asumirlo. ¿Hay que indagar en el porqué? ¿Por qué eligió la clase de sus niños? ¿Es mejor no hablarlo claramente para que los niños no se traumaticen? ¿Es mejor que no expresen cómo se sintieron? ¿Es necesario tan sólo la intervención de una psicóloga? ¿Los maestros deben callar y ocultar? ¿Qué ha significado para ellos? ¿Cómo se está enseñando en la escuela? ¿Los maestros no pueden ‘tocar’ o regañar bajo ningún concepto al alumno? ¿El maestro no puede consolar, cuidar o advertir? ¿Dictar a Balzac o ir a una obra de teatro es un nivel de enseñanza demasiado alto?

En esta vorágine emocional llega el profesor Lazhar, un hombre bueno (no un héroe). Lazhar es argelino y sólo a nosotros los espectadores se nos dejará conocer su situación, lo que arrastra sobre sus hombros. Y, sin embargo, es un hombre afable que no pierde la sonrisa ni la calidez y que da un valor trascendental, respetuoso y sagrado al espacio escolar (aunque su metodología no sea la más moderna…), algo que parece aparentemente olvidado. Y Lazhar piensa que es adecuado transmitir el respeto hacia todo ser humano, hacia esos niños y tratar de entenderles. Lazhar trata de comprender a la maestra aunque no comparte la manera en que ha expresado su dolor ni el sitio donde ha decidido acabar con todo. Y piensa que se debe hablar de la muerte, de lo sucedido, y que los niños tienen que expresarse y sentir y hablar. Y que todo debe fluir. Y que hay que escuchar. Y que la escuela es para enseñar y educar… un espacio de vida que merece toda la dedicación y el respeto. Y Lazhar pone en evidencia que los maestros también deben plantearse asuntos, dejar cartas sobre la mesa, hablar sobre educación. Y deja también al descubierto la actitud de unos padres que piensan que sus hijos tienen todos los derechos y todas las razones del mundo y no se plantean que también tienen que aprender unos deberes y a vivir y comportarse en una sociedad de la que pronto formarán parte activa.

Philippe Falardeau, con una puesta en escena sencilla, en una película que priman los personajes sobre todo el profesor Lahzar y sus niños, reflexiona sobre la vida, la muerte, la enseñanza, la educación, la psicología, los padres, los maestros, los niños… Y nos deja la incógnita de la terrible decisión que toma una profesora dulce, sensible y joven (cómo podemos ver a través de una fotografía que tiene uno de los niños) que se quita la vida en un aula. Un grito trágico y silencioso… Con su acto revuelve y remueve muchas cosas que hay que mirar…

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Muerte entre las flores (Miller’s Crossing, 1990) de Joel y Ethan Coen

Una de las películas que más me gusta de los Coen es Muerte entre las flores. No sólo su reinterpretación y homenaje al cine de gánsteres con gotas de cine negro sino la forma en la que está contada engancha al espectador. Así la historia está narrada bajo el punto de vista de Tom (Gabriel Byrne), el hombre de confianza del gánster Leo (Albert Finney), el dueño y señor de una ciudad americana poco antes del crack.

Los Coen aplican todos los ingredientes de una buena película negra de gánsteres y además cuidan, junto al director de fotografía Barry Sonnenfeld, la manera de desarrollarnos esta historia, la puesta en escena. Nos encontramos con ecos de La llave de cristal (aquella película de los cuarenta que contribuyó a convertir en leyenda a Alan Ladd y Veronica Lake) que adaptaba además a Dashiell Hammett cuyo espíritu planea por Muerte entre las flores.

Al igual que Alan en aquella película, Gabriel Byrne recibe continuamente palizas durante el largometraje… pero él siempre, hombre duro, vuelve a levantarse una y otra vez… y los golpes no anulan su capacidad de estrategia y pensamiento… Aunque juegan a su favor el azar y la suerte y su propia melancolía y desencanto ante el ser humano y ante sí mismo.

Muerte entre las flores es una película muy rica en matices, referencias y análisis. Casi imposible de abarcar en una reseña, sí permite apuntar la punta del iceberg. Como en una buena película de gánsteres no faltan las bandas rivales, sus correspondientes jefes y sus segundos, fieles. El conflicto es lo que hace saltar la guerra entre bandas. Diálogos certeros. Lealtades y traciones. Códigos de honor propios. Un especial tratamiento visual de la violencia. La mujer fatal. Los triángulos amorosos. Amores imposibles. Los bajos fondos. El desencanto. La amistad… y un humor negro presente en los Coen (jefe de policía y alcalde en los despachos de los distintos gánsteres… cambian de chaqueta según sienten quién es el más fuerte…).

La propia narración es compleja, como muchas buenas películas de cine negro con argumentos intrincados y laberínticos. Personajes, nombres, tramas, oscuridades y trampas. Azar, destino, inteligencia, estrategia, manipulación, personajes oscuros…

… son muchas las escenas que se quedan grabadas. Porque los Coen nos cuentan cinematográficamente una historia potente. El espectador queda envuelto visualmente por una puesta en escena inolvidable. Una de las más nombradas es el intento de asesinato del gánster Leo. Y es que una vez que la ves no la olvidas. En el cine de gánster éstos tienen un carisma que los hace atrayentes incluso a pesar de su brutalidad. Es uno de los grandes misterios del cine… cómo crea una imagen atrayente del mal. Así durante los años 30 preocupó este tipo de cine porque los espectadores se identificaban más con los gánsteres que con los ‘buenos’. Es un punto que merece un atento análisis e interpretación. Los Coen presentan a Leo en su mansión, en su cama, tumbado apaciblemente, fumando un puro y escuchando una hermosa canción en su tocadiscos. Pero Leo es perro viejo e intuye y escucha cómo unos matones suben las escaleras de su mansión. La música no deja de sonar. El apacible y tranquilo Leo (así le hemos conocido) apaga su puro… y vuelve a coger su metralleta y la agilidad de un hombre de acción… y ante la mirada perpleja del espectador ve cómo él solo se enfrenta a todos aquellos que quieren asesinarle además de quemar su mansión. Con una hermosa música de fondo y un Leo con metralleta y batín, asesina a todos sus matones. Es una maravilla cómo está contada visualmente esta escena.

Su manera de narrarnos cinematográficamente la historia… de presentar a los personajes no pasa desapercibida. Así el conflicto de la película empieza por un personaje: Bernie (un John Turturro espectacular), el hermano de Verna (Marcia Gay Harden), la mujer fatal (o no tan fatal… en el cine negro o de gánster nada es lo que parece o nada es tan fácil como creemos) que protagoniza un triángulo amoroso con Leo y Tom.

La primera vez que aparece Bernie en casa de Tom es como si fuera una aparición, un fantasma. Tom está en su cuarto, suena un teléfono, se sienta en el sillón, tarda en cogerlo… y justo hay un cambio de plano, se enfoca a otro sillón donde ya está sentado Bernie. Es como digo una aparición.

… Las apariciones de Bernie, un John Turturro increíble, deja escenas potentes como su famoso paseo hacia la muerte en Miller’s Crossing… y su súplica continua de ¡Mira en tu corazón! Bernie protagoniza además el segundo triángulo amoroso de la función. Entre él, Mink (un etéreo Buscemi… Mink es ese personaje fundamental de la trama pero que es el gran ausente…) y el matón y segundo de la banda rival.

El fetichismo hacia el buen cine negro y el de gánsteres… la importancia que toma el sombrero de Tom. Las gabardinas, las metralletas, las mansiones, los locales, los matones, las matanzas, las redadas… El fatalismo y el desencanto del personaje protagonista, Tom, que a pesar de los pesares le persigue la suerte y el azar aunque termine sin mujer fatal, sin mejor amigo, y sin enemigo… Más solitario que ninguno.

Tom ha caminado en la cuerda floja entre su mejor amigo y jefe Leo y el enemigo, el gánster rival de origen italiano (Jon Polito). Recibe golpes de unos, de otros, y además es un jugador empedernido con deudas (por lo que también recibe tundas). Tom aparece en cada fotograma y el espectador ve cómo le sigue la suerte… no sabemos si es estratega o simplemente el azar está siempre de su parte… pero le seguimos en su aventura vital y en su correría tras ese sombrero soñado que se niega a perder.

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Los profesionales (The professionals, 1966) de Richard Brooks

Hoy hace 100 años que nació Richard Brooks: director y guionista (de los buenos)… entre otras cosas. Y entre todas sus películas elijo hoy para un pequeño homenaje Los profesionales. Una película de tipos y tipas duras con diálogos absolutamente geniales. Una película entretenida y vital… y el colmo del romanticismo. Una película de frontera. De revoluciones y causas perdidas. ¡Viva México!

“La revolución no es una diosa sino una mujerzuela; nunca ha sido pura ni virtuosa ni perfecta. Así que huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos. Lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión. Y sin un amor, sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable”.

Los profesionales del título son cuatro, que ya se nos presentan desde los títulos de crédito… cuatro hombres duros, cuatro románticos, a su manera. Cuatro mercenarios, cuatro hombres con sus propios códigos y principios. El dinero no es lo que más los mueve y sí una cierta libertad de movimientos y un cierto desencanto… Y un sentido de la amistad, de la palabra dada, del trabajo bien hecho, de la fidelidad y el orgullo de sentirse bien con ellos mismos. Y las frases geniales de diálogo (guion Richard Brooks…) inundan cada uno de los fotogramas. Cada uno de ellos es profesional en un campo: uno es dinamitero, otro es estratega y bueno con las metralletas, el otro es el mejor con los caballos, y el de más allá es todo un rastreador y con buenísima puntería con el arco.

Cuatro profesionales que tienen el rostro de cuatro actores con carisma. Cuatro tipos duros: Lee Marvin, mi adorado Burt Lancaster, Robert Ryan y Woody Strode (que en el dvd le hacen el feo de estar su imagen en la carátula y sin embargo ignorar su nombre…). Estos dos últimos son más testigos y acompañantes de la historia narrada, ellos miran y entienden lo que va ocurriendo junto a los espectadores.

Toda película de este tipo arranca con una misión en un principio clara: un anciano y rico terrateniente busca a los mejores mercenarios para que rescaten a su joven mujer secuestrada por Jesús Raza, el cabecilla de una banda de revolucionarios mexicanos. Entre los mercenarios americanos, dos de ellos —Rico y Bill o Marvin y Lancaster— lucharon años atrás junto a Pancho Villa y junto a Raza (por lo tanto conocen al secuestrador, el idioma y el territorio —saben vivir en el desierto y otros lugares inhóspitos— en el que se mueven).

Pero nada es tan fácil o tan claro como parece. Y descubren otra cosa cuando van a por María, la joven esposa. Son testigos de una historia de amor y revolución. Y como dice Lancaster en un momento a Ryan en las revoluciones (o en otras situaciones vividas) el problema es no saber quiénes son los buenos. Y los cuatro duros desencantados vuelven a ilusionarse con que quizá no esté todo perdido… y aunque siguen pareciendo tipos duros dan la vuelta a la historia. Una historia que había empezado por dinero.

Así al texano millonario (Ralph Bellamy… el bueno de mi ‘futuro’ esposo en Luna nueva) le queda claro que no todo se puede conseguir con dinero… y que tan sólo es un maldito bastardo. Y que a unos tipos duros no se les puede comprar. Y que en el fondo son unos románticos. Y que la revolución no ha muerto del todo. Los antagonistas de esta historia tienen más puntos de unión con los profesionales que aquellos que los han contratado. Así se producen relaciones, diálogos e historias increíbles entre estos profesionales y Jesús Raza (ay, mi querido Jack Palance), o Chiquita, la guerrillera (Marie Gomez) o la joven esposa (una hermosísima y sensual Claudia Cardinale).

Así los ojos de los espectadores van emocionándose ante cada una de las escenas que aporta aventura, camaradería, amor y revolución. Y Brooks no sólo regala buenos diálogos sino una puesta en escena entre deslumbrante e intimista con unas gotas crepusculares. Los espacios abiertos toman importancia pero también lo que se ve tras una puerta o entre los vagones de un tren. Y cada uno de los actores aporta su carisma: no falta la fisicidad de Lancaster con su eterna sonrisa, la elegancia de movimientos de Strode, la voz profunda de Marvin o la melancolía en la sombra de Robert Ryan. Avanzan con sus caballos, tanto en una cortina de viento y arena, bajo la luz del sol o en las noches frías. Entre disparos, filosofías y sudores Los profesionales se apoderan de la mirada de un espectador ávido de aventura y romanticismo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Mildred Pierce (Mildred Pierce, 2011) de Todd Haynes

A Christian del Moral porque me descubriste la serie y no he parado hasta que he podido verla

 

Una serie de televisión

Mildred Pierce ha sido una perseguida y deseada serie de la HBO por servidora. Y cuando ha llegado a mis manos y he podido disfrutar sus cinco horas (cinco capítulos)… la espera ha merecido la pena. Todo lo que voy a escribir ahora es de un único visionado (y mucho antes de verla he leído bastante de lo que se ha escrito sobre ella)… pero sé que volveré a verla varias veces. Es de esas series que son cine. Que perfectamente pueden ser visionadas en pantalla gigantesca. Su lenguaje es el cinematográfico. Todd Haynes sigue indagando y abriendo caminos al melodrama. Como ya hizo en el largometraje Lejos del cielo donde volvía a meterse en los códigos del melodrama de Douglas Sirk tamizados en el siglo XXI.

Me imagino Mildred Pierce de Todd Haynes en una pantalla de cine en la sala oscura. Porque es una macropelícula. Recuerdo proyectos televisivos que luego han sido proyectados en la sala oscura (a veces en dos partes, otras en una versión adaptada al cine, es decir, un montaje con menos duración). Hace poco comentábamos Fanny y Alexander. Otro ejemplo fue La mejor juventud. Y quizá uno de los casos más recientes fue Carlos de Olivier Assayas (otra obra que tengo muchísimas ganas de hincarle el diente).

Mildred Pierce es una adaptación de una novela de James M. Cain (que me voy a leer en breve… aunque ahora no lo encuentro) y ya existía una notable versión cinematográfica de 1945 que catapultó de nuevo la carrera de Joan Crawford. Aquí se tituló Alma de suplicio. Y fue dirigida por Michael Curtiz… el de Casablanca. Curtiz aprovechó todo el meollo de la novela y además tuvo en cuenta la especialidad de Cain (en el mundo de las letras), la novela negra. Así mezcló de manera, para mí, muy acertada un cine negro y desesperanzado con el melodrama más exacerbado. E incluyó, para más negrura, y más complejidad de las almas… un asesinato. La reseña que hice en su momento se encuentra aquí.

Todd Haynes, sin embargo, toma con fuerza una etapa histórica: la depresión económica (algo con lo que el espectador actual va a empatizar así como con las situaciones que vive el personaje protagonista…), el ambiente, y las relaciones de Mildred Pierce… y se va por los derroteros de un melodrama pausado y elegante… con escenas de intensidad que conducen al espectador a la catarsis (un melodrama que no provoca catarsis… no es un buen melodrama).

Los únicos peros que se me ocurren es que en cinco horas no se puede permitir que ciertos personajes estén poco perfilados o desarrollados (diría que son más intensos en la de Curtiz). Personajes de un potencial increíble que saben a poco. Es uno de los aspectos que más cuesta en el cine del siglo XXI. Frank Capra, el propio Curtiz, Lubitsch, Ford… y sus guionistas eran capaces de construir un personaje secundario (y por supuesto el actor que lo representaba) aunque sólo apareciese un minuto… Y el otro pero es el transcurrir del tiempo… son diez años pero a veces no está tan claro ese paso del tiempo (cuando más claro se ve es por el paso de Veda de niña a adolescente).

Un buen melodrama siempre tendrá una banda sonora que merezca la pena. La música es importante en el desarrollo de la trama. Y la música es un elemento narrativo en la serie (que creará alguna de las escenas más hermosas como la primera vez que Mildred oye cantar a Veda en la radio). Además su banda sonora es exquisita tanto la banda sonora original para la serie como la selección de melodías y canciones que suenan a lo largo de los distintos episodios. Además de una buena ambientación Haynes crea una puesta en escena, una forma de rodar, que hace que no puedas retirar los ojos de la pantalla. El espectador sigue a Mildred Pierce a través de las puertas, ventanas, pasillos, tras los coches, dentro de su coche-refugio, espejos… Tiene una iluminación maravillosa. Y la inspiración de Haynes y su director de fotografía Edward Lachman (con el que ha trabajado más veces) ha sido la mirada de Saul Leiter (un deleite mirar sus fotografías)… Pero también ambos amantes del cine se fueron a los años setenta: al momento del nuevo cine americano y a la nueva lectura de géneros… y al trabajo de Gordon Willis. Una nueva lectura de los géneros desde una distancia que permite una observación intensa y fría pero que genera fuertes emociones… Willis estuvo presente en El padrino, El último testigo, Todos los hombres del presidente, Llega un jinete libre y salvaje o en algunas de las películas más emblemáticas de Woody Allen. Pero sí, hay en Mildred Pierce una cierta mirada del nuevo cine americano de los setenta. Como un Robert Altman y Los vividores o un Michael Cimino y La puerta del cielo (que puede considerarse el final de este tipo de mirada).

Crisis económica

¿Por qué un regreso de Mildred Pierce? Porque va a existir una identificación total del espectador con la ‘heroína cotidiana’ que vive en plena crisis económica y social. El lenguaje de Mildred va a ser reconocible por el espectador que sufre la crisis de hoy. El paro, el desamparo, la búsqueda de empleo, la lucha de clases (que aunque se empeñen en decir que no existe sigue existiendo), la búsqueda de soluciones, problemas sociales, familiares, la supervivencia…

Mildred Pierce, esposa y madre

Mildred Pierce presenta varias caras y lecturas de una mujer en una época concreta. Mildred Pierce presenta varias caras en un espejo. Y esas caras aún hoy son reconocibles. Mildred Pierce es una Kate Winslet que dibuja distintos matices a su personaje y lo mima hasta el final. Mildred Pierce es una madre y esposa que al principio de la historia, en el primer capítulo, sufre la descomposición familiar por varias circunstancias: un marido sin trabajo, un marido infiel, una situación económica y social insostenible… de la noche a la mañana su acomodada vida de ama de casa (que de vez en cuando realiza tartas) se cae en pedazos. Sus ambiciones para ella y sobre todo para sus hijas se derrumban. Se convierte en mujer divorciada con dos hijas que mantener y sin trabajo. Empiezan las visitas a la oficina de empleo, la búsqueda de trabajo (no siente todos los trabajos igual…, siente que trabajar en algunos puestos supondrá bajar de estatus social), el dolor de pies, la desesperanza, el miedo a no poder mantener a sus hijas… Al final se pone un uniforme (con lo que esto quiere decir para ella) y empieza a trabajar en un restaurante de barrio.

Mildred Pierce, empresaria

Mildred Pierce como mujer observadora y emprendedora a partir de su empleo como camarera empieza a aprender el negocio. Y ve el provecho que puede sacar a las tartas y a sus dotes culinarias. Al final se convierte en una empresaria con visión de negocio que crea una cadena de restaurantes peculiares de ambiente elegante. Y cada vez irá adquiriendo más dinero (más socias, dos amigas del alma… qué finalmente y lástima que sean dos personajes que no llegan a desarrollarse totalmente pero que en determinados momentos muestran la fuerza de la solidaridad entre mujeres y su espíritu práctico frente a los hombres en tiempos de crisis), más poder y más visión. Sin embargo nuestra heroína cotidiana es una mujer de carne y hueso… y su obsesión por la clase social, por no ser vulgar, por ser elegante, y porque su hija Veda pertenezca a un mundo que ella nunca ha alcanzado… la hará perder la visión de negocio y derrochará a favor de su hija y en detrimento de la cadena de restaurantes (además de sufrir alguna que otra traición). Pierde el norte. Logra salir adelante y crear un pequeño imperio pero también vuelve a caer. Pero Mildred ya se ha transformado y esta caída no será igual que la primera ruptura de su estatus.

Mildred Pierce… y los hombres

En la vida de Mildred hay tres hombres con los que establece tres tipos de relación diferentes. Aquí además se muestra un punto interesante que en la versión de 1945 era menos explícito y es el reflejo de la vida sexual de Mildred, su personal revolución e independencia así como también la exploración y apertura de pensamiento. Después de su divorcio descubre que su marido (con el que había caído en la rutina y también en el agobio por la situación de crisis) es su mejor amigo y apoyo. Una relación que culminará en segunda oportunidad para ambos. Está contada con sencillez, naturalidad y cariño.

Con el primero que se relaciona, después de volver a ser una mujer ‘libre’ es con un personaje curioso y complejo (y no el mejor desarrollado… y es una lástima porque el personaje tiene mucha pero que mucha miga). El amigo y socio del esposo (se da a entender que no jugó limpio con el esposo en el mundo de los negocios cómo no terminará jugando limpio con Mildred. Él tiene claro que el negocio es el negocio…) que la ayudará a dar sus primeros pasos en el mundo empresarial y se convertirá en un amante (no muy creativo). Sería algo así como el concepto, actualmente de moda, de ‘follamigo’ (fea palabra pero muy gráfica). Es el hombre de transición.

Y por último, cuando se convierte en mujer poderosa, se encuentra al aristócrata venido a menos (al cual también le ha afectado tremendamente la crisis) que se convierte en el ‘mantenido’ pero no pierde su ‘clase’ en las relaciones sociales, de cara al exterior. Y el sentirse en el mundo de Beragon a Mildred la seduce mucho. El hombre con elegancia que además le abrirá a la protagonista todo un mundo de sensaciones, sensualidad y sexo. Monty Beragon lo representa perfectamente Guy Pearce. Mildred se creerá enamorada pero cuando sufra una de las mayores traiciones verá una relación de poder y deseo.

Mildred y Veda

Pero la columna vertebral de todas estas caras de mujer. Lo que define la evolución del personaje es su relación con una antagonista poderosa: su hija Veda. La relación compleja que construyen ambas a lo largo de los años difíciles será el motor del melodrama (además de las cosas cotidianas de la vida de Mildred, como heroína del día a día). La personalidad de Mildred que contribuye también a la formación de la difícil (e insoportable) personalidad de su hija mayor pone sobre la mesa como el amor de madre produce serpientes. ¿Quién es la culpable del deterioro de la relación madre-hija? El espectador sentirá más empatía hacia Mildred pero no es totalmente inocente en la transformación de una hija (de niña Morgan Turner, de adolescente poderosa Evan Rachel Wood) que pone más interés en el estatus social, en la apariencia, en el éxito absoluto, en el poder, en el dinero… La compleja relación de ambas va creando los distintos clímax y momentos catárticos de la trama. Sus peleas y reconciliaciones van haciendo avanzar la trama y el destino de Mildred Pierce. Son madre e hija, son rivales, son víctimas y verdugos… son todo un abanico de posibilidades.

Mildred Pierce muestra un rico mundo de miradas e interpretaciones que exigen más de un visionado además de disfrutar de una buena narración cinematográfica. Me alegro de habérmela encontrado en mi camino…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Aunque tú no lo sepas (1999) de Juan Vicente Córdoba

“Aquella noche me partiste el corazón”.

A veces las películas más sencillas son las que más te llegan. Las que sientes más cercanas a experiencias vividas. ¿A quién no le han roto el corazón en alguna ocasión antes de los 20? ¿Quién no ha vivido amores no correspondidos? ¿Quién no ha imaginado o no ha vivido un reencuentro? ¿Quién no ha tenido miedo a arriesgarse? ¿Quién no se ha arriesgado?

Juan Vicente Córdoba parte de un mundo íntimo, de un mundo de los recuerdos, de la memoria… Juan Vicente Córdoba  revive un relato, un poema, unas canciones, unos barrios…

Juan Vicente Córdoba se recrea en la nostalgia. En una mirada atrás. Y en la posibilidad de las segundas oportunidades. De arriesgarse de nuevo. Juega con material sensible.

Juan Vicente Córdoba recrea también con sensibilidad. La historia de dos adolescentes que se hacen daño, sin quererlo. Y su posterior encuentro, cuando ya están en una fase de la vida en que pueden mirar atrás… Y no saben tampoco lo que les espera mañana.

Juan Vicente Córdoba se vale de dos balcones. Y surge una buena historia de amor. Buena porque te llega. Del chico de barrio, Vallecas. Y de la chica bien del centro de la ciudad. Y como no un Madrid vivo… que sabe bien lo que es la vida de barrio. Del barrio de los alrededores… del barrio en el centro de la ciudad. De los paseos. Los baretos de toda la vida, los descampados, las ferias, los pequeños comercios, las cafeterías, las vías del tren, las calles estrechas (y maravillosas… preciosas, qué rincones), mis amadas librerías (como con los cines cuando cierra una librería de barrio… me inunda la tristeza)…

Y suenan dos canciones que me siguen encantando. A cántaros de Pablo Guerrero y Lucía de Joan Manuel Serrat. ¿Hay algo más bonito que recibir un libro de alguien anónimo con una dedicatoria hermosa? “Si alguna vez la vida te maltrata, acuérdate de mí, que no puede cansarse de esperar aquel que no se cansa de mirarte”. Como no palabras de un poeta, Luis García Montero, que escribió otro poema que inspiró a Almudena Grandes para realizar un cuento El vocabulario de los balcones… que ambas creaciones ‘tocaron’ a Juan Vicente Córdoba que se inspiró en ellos para ‘pintar’ su mundo particular de recuerdos auténticos. Y es eso lo que se respira en esta película… Un aire de autenticidad, de recuerdo y memoria. Del reflejo de una época.

Así desde la primera escena de esta película, con puesta en escena sencilla y sin complejidades, te inmiscuyes en esa historia de reencuentro entre Lucía y Juan, dos adultos que arrastran desilusiones (y también logros y sueños). Y a través de los flash back que a veces son la memoria de Juan y otras la de Lucía. Y a base de miradas… recuperamos con ellos su historia de amor… y nuevas oportunidades para enmendar corazones heridos.

Dos balcones, unas cuantas miradas, muchos recuerdos, dos corazones rotos… Juan Vicente Córdoba también ‘bebe’ del cine. Y nos trae un poco de aquel cine del extrarradio, del cine quinqui, del cine que reflejaba los barrios y sus bandas sonoras que lo mezcla e inspira con un cine elegante e intimista. Los peinados imposibles de los setenta con los pantalones campana, los chalecos o cazadoras vaqueras, o esas botarras de taconazo… con la luz bonita de un atardecer o anochecer en un barrio del centro de Madrid, en una calle estrecha que incita al paseo. Con esos balcones que sólo tienes que levantar un poco la vista para deleitarte con ellos. Con un Madrid soleado o un Madrid con lluvia. Un cine intimista, un cine que le inspira, Juan Vicente Córdoba nombra en los créditos de su primer largometraje a Kieslowski… y viene a la memoria una de las partes de su decálogo, No amarás. Por una historia de amor entre balcones o ventanas (pero no han sido los únicos balcones o las únicas ventanas que nos han contado historias de amor a través del cine…).

Y como toda película sencilla nos llega más si nos llegan sus actores. Así nos dejamos llevar por las miradas adultas y adolescentes de Juan y Lucía… a través de los ojos de Gary Piquer y Andrés Getrúdix y de Silvia Munt y Cristina Brondo.

Juan Vicente Córdoba nos permite viajar entre la nostalgia, la tristeza, la memoria y el recuerdo… pero también a la posibilidad de un mañana…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.