Ocho reflexiones en torno a la última película de Woody Allen, A Roma con amor

1.- A Roma con amor es una película caótica donde Woody Allen se deja arrastrar por un descuido formal a la hora de narrar cinematográficamente su cascada de historias en la capital italiana. Así vuelve a ese caos de sus primeras producciones donde había una supremacía del gag sobre la historia y la forma de contarla. Y aun así dentro de este caos esconde escenas que muestra que puede ser cuidadoso en este ámbito (como la visita nocturna y con tormenta a gloriosas ruinas romanas), el formal. En A Roma con amor le interesan las situaciones en las que sus personajes se mueven en una ciudad que presenta caótica (y sin embargo hermosa, llena de callejuelas y rincones).

2.- En este caos formal que es A Roma con amor, Woody Allen se salta toda la coherencia temporal entre las historias y en el interior de las propias historias. De tal manera que una claramente transcurre en un día, otra en varias jornadas, en alguna pasan meses… y en otra crea un juego temporal con el espectador: en la historia de Alec Baldwin no sabemos si es él el fantasma (gana esta teoría) o si los fantasmas son el grupo de jóvenes protagonistas (son una proyección de la juventud de Baldwin)…

3.- Dentro del caos antes descrito Woody Allen realiza sin embargo guiños que muestran su amor al cine. Guiños que recorren el cine italiano o películas que han tenido como principal protagonista la ciudad con ojos de cineasta del otro lado del mar. Primero su estructura en diferentes historias y episodios que nada tienen que ver las unas con las otras. Las películas en episodios era una fórmula bastante empleada en el cine italiano durante los años cincuenta y setenta que reunía varias historias dirigidas por distintos directores o por el mismo. Aquí Woody Allen las intercala, también caóticamente, pues normalmente los episodios eran continuos, empezaban y terminaban, en un mismo largometraje. La fórmula empleada para que transcurran las historias es muy simple: primero un policía de tráfico que trata de poner orden en el desorden sin muy buen fortuna se dirige al espectador diciendo que él, a ras del suelo, es testigo de muchas historias que se desarrollan en la ciudad y para poner el broche final un romano nos dice que éstas son unas historias pero que hay otras esperando desde su balcón…

Otra de sus inspiraciones más evidentes es la de Federico Fellini sobre todo en uno de los ‘episodios’: el de la joven pareja de provincias que llega a Roma y por circunstancias se separan durante toda la jornada (una historia de cine dentro del cine). El referente más cercano es una de las primeras películas de Fellini, El jeque blanco.

También el personaje de Penélope Cruz (española ejerciendo de ‘italiana’) pone de relieve el tipo de estrella italiana de los años cincuenta y sesenta que fue reconocido a nivel internacional: las mujeres-musas, las maggioratas, que exportaron su carácter de sex symbol, la belleza italiana (y luego muchas de ellas evolucionaron hasta convertirse en grandes actrices), a otras cinematografías. Me refiero a las Silvana Mangano, Sofia Loren, Claudia Cardinale…

Y, por último, esa visión de turista del ciudadano norteamericano a un país mediterráneo como Italia. Así no es de extrañar que el propio Woody Allen vuelva a actuar en esta película y se otorgue el papel de turista-visitante. El cine americano está poblado de esta ‘visión del turista’ de Italia. Podemos recordar Vacaciones en Roma o Avanti y ejemplos más recientes como Bajo el sol de la Toscana.

4.- El gag estrella, uno de los momentos más divertidos de estas ‘episódicas’ historias, que nos devuelve el humor absurdo de sus primeros tiempos, es sin duda el cantante de ópera bajo la ducha… y toda la resolución de este gag. No tiene desperdicio. Así nos encontramos con ese turista americano, un Woody Allen representando su álter ego habitual, un intelectual ya jubilado y casado con una psiquiatra, que descubre en el padre (que lleva una funeraria) del prometido de su hija a una estrella de la ópera en potencia. Pero con una peculiaridad que Allen trata de subsanar en una delirante y absurda ‘transgresión’ cultural.

5.- No puede faltar la historia típicamente woodyliana donde varios personajes, hombres y mujeres, viven complejas relaciones personales entre ellos. Y donde claramente el director reflexiona sobre ellas con un punto de humor y varias gotas de nostalgia. Regresamos a la historia de Alec Baldwin, un arquitecto de prestigio que pasea solitario por una Roma que le trae recuerdos de juventud. Cuando llega a una calle que cree que puede ser en la que vivió hace años se cruza en su camino un joven estudiante de arquitectura (Jesse Eisenberg), que vive en Roma con su novia. De pronto Baldwin se convierte en una especie de voz de la conciencia que es testigo de una historia sentimental. Baldwin ‘invade’ la intimidad del joven Eisenberg y los va aconsejando. Todo se revoluciona cuando aparece una joven amiga de la novia, una aspirante a actriz (con aires de intelectual, neurótica y libre en sus relaciones personales… caótico personaje con un poso de frivolidad y egoísmo) con cara de Ellen Page, y pone patas arriba el hogar de la joven pareja. El personaje de Ellen Page pasa como un torbellino que desbarata, sobre todo, la seguridad emocional del personaje de Eisenberg que tiene un ‘espejismo’ de enamoramiento y pone en evidencia su inmadurez…

6.- También Woody Allen introduce una crítica a la Italia berlusconiana y los medios de comunicación con la historia de Roberto Begnini, un oficinista, padre de familia de clase media, que de un día para otro y sin explicación alguna se vuelve un famoso personaje de la crónica diaria donde cualquier paso que dé en su cotidianeidad es cubierto por televisión, prensa y radio. Y como esa fama por no hacer nada transforma su vida. Una fama efímera que desaparece igual que aparece. Una fama que termina trastornando al gris oficinista, una fama que crea adicción y que cuando el protagonista de este ‘drama’ termina su ‘aparente’ pesadilla (la persecución continua de periodistas y paparazzis, la imposibilidad de intimidad y soledad) vive otra pesadilla que es la de sentirse totalmente ‘anónimo’ en la caótica ciudad.

7.- Así de nuevo Allen presenta tras una aparente y simple película todo su mundo y filosofía de la vida. Y sin cuidar apenas lo formal vomita todo su universo particular trasladado a Roma. Encontramos al Allen filósofo, al Allen que ama el cine, al Allen intelectual que se ríe de sí mismo, al Allen que estudia las relaciones personales y el amor, al Allen cómico que regala momentos de humor absurdo…

8.- Conclusión: A Roma con amor no es de las películas más redondas de Woody Allen pero tampoco es una obra vacía en la que no haya un planteamiento cinematográfico del director ni tampoco se desmarca de su trayectoria. Las señas de identidad continúan presentes así como su universo. Y como siempre pasa con el director hay situaciones, momentos y personajes que merecen un buen análisis y que provocan interesantes reflexiones. Woody Allen aterriza en Roma y con su mirada de turista (no nos miente), como su personaje, nos cuenta cuatro historias que transcurren en diversos rincones de la ciudad.

Me voy a cantar a la ducha… o a mojarme en una tormenta entre ruinas romanas solitarias…

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Fat city, ciudad dorada (Fat city, 1972) de John Huston

… por las calles de Stockton, una ciudad americana durante los años setenta, pasea la desolación y la lírica triste, tras las notas de una balada country una galeria de rostros perdidos, sin posibilidad de un mañana. Y entonces la cámara se para en un rostro concreto, el de un hombre solo, en la habitación de un hotel cochambroso que busca una cerilla para encender un último cigarro. En la mesilla también hay una botella de alcohol. El no poder encenderse ese cigarro activa a ese hombre a vestirse… empieza un nuevo día. Y la voz de Kris Kristofferson acompaña a Billy Tully (Stacy Keach, me quito el sombrero mientras me cae una lágrima), un fracasado más que trata cada día de ser un perdedor con la dignidad intacta. Y esa balada triste habla de que el ayer está muerto, que el mañana todavía no se ve y es triste estar solo… y realiza un ruego “ayúdame a pasar la noche”… Ésa es la situación que arrastra (y nos arrasa) Billy Tully, un treintañero que vivió su momento de gloria en el boxeo. Ahora es hombre acabado con toda la vida por delante… un superviviente entre soledades, recuerdos de glorias, alcohol y trabajos esporádicos en el campo. Cuentan que fue su ex mujer quien le abocó a la desgracia… pero Tully lleva en la cara que está perdido… aunque una y otra vez trata de levantarse, igual que hacía en el ring.

Pero es un perdedor que no está solo. En Stockton está rodeado de ellos. En los bares cutres que visita, en los camiones que le llevan a su trabajo de jornalero, en las calles donde pasea… con aquellos que se relaciona. Y Billy Tully nos arrastra a un mundo de perdedores que se ahogan pero tratan siempre de salir a flote. Y el mundo es triste. Tully nos hace conocer a otra mujer igual de sola que él, alcohólica y autodestructiva que se llama Oma (Susan Tyrrell)… y ambos tratan de no pasar las noches solos. “Puedes contar conmigo, lo sabes ¿no?” (en una de las escenas más tiernas que ambos protagonizan donde ambos se permiten una pequeña esperanza que pronto perece). También nos presenta a un joven luchador sin mañana que se ve atrapado y perdido en un mundo de fracaso, Ernie (con el joven rostro de Jeff Bridges), un buen chico abocado a ser el perdedor superviviente. Nos hace pasear con ese entrenador Ruben (Nicholas Colasanto) que hace todo lo posible por no ver su vida gris e inventarse siempre noches de gloria. Y vuelve a luchar contra Lucero (Sixto Rodríguez), perdedor cansado y enfermo con la dignidad intacta y la soledad a cuestas. Nos enfrenta al otro hombre de Oma, un perdedor que comparte su tristeza con Tully, ambos reconocen que ella les quita cierta sensación de soledad… Y se intercambian cajas de cartón con sus ropas… La galería es amplia hasta llegar a ese camarero anciano y a todos los clientes tristes que pueblan un bar, imagen congelada. Y ése es un mañana que merece un silencio y la cabeza baja. Un reflejo que es mejor olvidar. Mañana con otra botella.

John Huston se vuelve poeta de perdedores (él siempre supo de esta raza de personajes) que aun así siempre tratan de levantarse para alcanzar una ciudad dorada que siempre se les escapa… Y la vida golpea, como en el ring. Y la vida noquea, como en el ring. Y a veces como en un combate caes y vuelves a levantarte. Unas veces te vas, venciendo y otras te quedas solo. Y la vida te hiere. Billy Tully y Lucero protagonizan uno de los combates más tristes de la pantalla de cine, cuerpo a cuerpo. Pero un combate de dos perdedores que respetan las reglas del juego y sobre todo se respetan a ellos mismos. Al final se abrazan.

Y John Huston que siempre pobló sus películas con perdedores míticos supo empaparse de triste poética en Fat city. A él, un viejo narrador cinematográfico del Hollywood dorado, no le costó seguir la senda de un momento cinematográfico en que otros jóvenes realizadores pintaban un lienzo de esa otra América triste y desesperanzada. Primero vino del otro lado del océano John Schlesinger para mostrarnos a unos solitarios cowboys a medianoche perdidos y anónimos en un New York que los invisibiliza. Después Jerry Schatzberg nos hundió en el lado más triste en un mundo poblado de drogodependientes (Pánico en Needle Park) o en el viaje sin rumbo de dos sin hogar (impresionante, El espantapájaros). Más allá Scorsese nos hace acompañar a una solitaria ama de casa a alcanzar un sueño que siempre se escapa (Alicia ya no vive aquí)… Y ahí continuaba John Huston que siempre supo sobre rebeldes perdedores o sobre vidas fracasadas.

Fat city cuida los lugares donde transcurre… y los acompaña de una luz ténue: esas habitaciones de hotel, el gimnasio, las salas de combate, las barras de bar, las carreteras, las escenas del campo… todo delata tristeza. Los diálogos, las miradas, los tiempos muertos… todo nos cuenta una caída. La película podemos estructurarla en los tres o cuatro encuentros que tienen Tully y el joven Earl… y entre medias las distintas situaciones que protagonizan ambos por separado y largas elipsis de sus vidas que no necesitamos saber porque con lo que vemos podemos imaginar lo que ha pasado… Demoledor es su encuentro final. Un golpe bajo. En el fondo de las entrañas.

Fat city es una triste balada country… Y ahí en esa calle vemos avanzar a Oma y Tully. Ella se tropieza porque va alcoholizada. Y él la rodea en sus brazos y la besa con cariño. Puedes contar conmigo. Y los dos ríen y lloran a la vez… porque saben que esa noche no van a estar solos.

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Diccionario cinematográfico (188)

Manifestaciones: una manifestación es una reunión pública y libre en los espacios públicos como las calles o plazas en la cual los ciudadanos que asisten reclaman algo, expresan su indignación hacia una situación determinada, protestan… Hay muchos tipos de manifestaciones pero están las manifestaciones que pueden mostrar el descontento de los ciudadanos. Y es un ejercicio democrático donde el ciudadano puede mostrar su parecer y puede ejercer la crítica. Las manifestaciones pueden ser brutalmente reprimidas desde las altas instancias cuando incomodan, cuestionan el poder, cuando reivindican un cambio o evidencian fisuras y carencias. Pueden ser silenciadas por la fuerza o manipuladas. Recurro al cine y recuerdo que también en la pantalla blanca se ha reflejado la protesta, las manifestaciones… A veces estas manifestaciones pueden portar el espíritu de una idea o de una nueva posibilidad de futuro. Pueden ser el principio de un cambio…

En el cine de estos lares… las manifestaciones disueltas con cargas policiales en el Madrid de los años setenta en Aunque tú no lo sepas de Juan Vicente de Córdoba. Las protestas con perfomance de fondo, la manifestación contra un sistema injusto a través de la cultura y el teatro en Noviembre de Achero Mañas. Las manifestaciones por la situación laboral en Lunes al sol. La manifestación final como metáfora de otro mundo posible en El método. Las manifestaciones de las madres que denuncian un problema social en Heroínas de Gerardo Herrero…

Después recorro algunas marchas que considero míticas y semillas de cómo se representarán cinematográficamente en el futuro. Y claro tengo en mente el cine mudo ruso. Y esas impresionantes manifestaciones brutalmente reprimidas como la del Acorazado Potemkin, La madre o La huelga.

Me voy a esa manifestación donde Charlot, inconsciente de la protesta pero símbolo de ella, es detenido en Tiempos modernos. O me inmiscuyo entre las mujeres que secundan la huelga y concentración de sus esposos mineros en La sal de la tierra (una película que es otro tipo de manifestación contra la Caza de Brujas). El grito del pueblo —y el peligro de que las manifestaciones también pueden ser manipuladas… aunque al final pueda surgir la verdadera voz, el verdadero espíritu— en la interesantísima (me gusta mucho) Juan Nadie.

En grandes epopeyas históricas las manifestaciones ocupan escenas culminantes y dramáticas. Y ahí donde la gente lucha y grita… transcurren las historias íntimas de algunos participantes. Así es en Doctor Zhivago o así ocurre viviendo Rojos. Manifestaciones de todo tipo y cariz recorren esa buenísima película de Tim Robbins que es Abajo el telón. En Gandhi asistimos a esa forma de manifestación que creó el líder hindú, el movimiento de la no violencia.

… Y Ken Loach y su cine también saca a sus personajes a la calle. Hoy nos quedaremos con las manifestaciones por el tema laboral en Pan y Rosas. Y es que las manifestaciones por las condiciones laborales ofrecen películas recordadas como Norma Rae o Silkwood.

Mayo del 68 (con la implicación de distintos cineastas no sólo en la pantalla blanca), Primavera de Praga, matanza en la Plaza de las Tres Culturas (en México), las protestas contra Vietnam, el movimiento de Martin Luther King… todo reflejado en el cine… Miles de imágenes en mi mente conforman un abanico de películas y de manifestaciones: Soñadores, La insoportable levedad del ser, El regreso, Nacido el cuatro de julio, Rojo atardecer…

Las calles siguen llenas de protestas, reivindicaciones y críticas aunque traten de silenciarse cuando el tema incomoda o cuestiona el poder. Y aunque haya ciudadanos que no salgan a las plazas… sí que siguen con interés lo que ocurre en ellas y despiertan, piensan, leen y actuan en consecuencia en su vida cotidiana, en sus entornos… Así el cine seguirá recogiendo las manifestaciones de Otro mundo es posible, las antiglobalización, las de la primavera árabe, el movimiento de los indignados, el 15M y ahora el 25S…, algunos de estos movimientos ya tienen o tendrán reflejo en el cine documental… Otros ya están bullendo en la mente de los cineastas para ser reflejados en la pantalla blanca.

Las calles no se callan…  

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La dama de armiño (That lady in ermine, 1948) de Ernst Lubitsch y Otto Preminger

… Mientras veía La dama de armiño he soltado varias carcajadas. Pero, sin embargo, es ésta una película que navega en el olvido por varios motivos. La dama de armiño fue la última película de Ernst Lubitsch. Lubitsch ya se encontraba con todo el proyecto cinematográfico en marcha y llevaba ya ocho días de rodaje cuando sufrió un ataque al corazón que terminó con su vida. Tomó las riendas del rodaje otro director europeo y amigo de Lubitsch, Otto Preminger, que trató de no salirse ni un ápice del plan trazado… Los análisis, quizá, se volvieron un trabajo triste y arduo… nunca se lleva bien la despedida de alguien que tanto hizo disfrutar con sus comedias.

Para entender qué sentido tiene La dama de armiño en la trayectoria del director hay que retroceder a los primeros trabajos del Lubitsch sonoro. A esas operetas y vodeviles (todo a la vez) que transcurrían en unos ambientes palaciegos o de altos vuelos totalmente idealizados. Películas que mezclaban el amor, la picardía, la comedia, la música, la alta aristocracia y los bajos fondos… con buen oficio cinematográfico. Tendríamos que recordar El desfile del amor, Montecarlo, El teniente seductor, Una hora contigo o La viuda alegre… donde Lubitsch mantenía y desarrollaba su famoso ‘toque’ (término a veces desvirtuado pero que no carece de sentido en la especial trayectoria del director).

A finales de los cuarenta el director vuelve a las temáticas de ese periodo y vuelve a rodar enredos en la corte, en unas cortes idealizadas. En su primer intento de vuelta a esa temática, La Zarina (1945) sufrió otro de sus infartos y también fue sustituido por Preminger (esta obra cinematográfica aún no he podido verla). La segunda vez ocurrió con La dama de armiño… y ya no hubo regreso posible. Esas operetas de inicio del sonoro eran películas frescas, un canto al amor y la risa que transcurren en un mundo inexistente e idealizado con puertas y ventanas cerradas (y abiertas en el momento justo), con elipsis imaginativas, diálogos chispeantes, personajes secundarios inolvidables y una puesta en escena especial que definía así ese toque. Eran tiempos en los que la gente quería olvidar momentos duros cotidianos, eran los tiempos de la crisis del 29… y Lubitsch les servía paraísos artificiales. Después de la segunda guerra mundial esos tiempos volvían de nuevo a ser sombríos. Y el director, quizá, de nuevo vio el momento de crear paraísos artificiales… aunque ya eran paraísos artificiales caducos. En La dama de armiño roza lo fantástico y el humor absurdo… y es en ese mundo barroco, artificial y caduco donde reside su rareza, su encanto y extrañeza. Su peculiaridad.

Cuando te metes de lleno en su visionado notas señas de identidad de Lubitsch en algunas situaciones y personajes secundarios maravillosos. E incluso diálogos brillantes y con chispa. Sus huellas están presentes. Apenas hay números musicales (así que no lo calificaría de cine musical) y sí bastante risa, fantasía y romanticismo (tiene hasta una escena de balcón a lo Romeo y Julieta pero con un punto de ironía). Los escasos números musicales que hay están al servicio de su estrella, Betty Grable en la cumbre de su éxito, la chica rubia de las preciadas piernas (que pocos años después cedería su trono de sex symbol a Marilyn Monroe). De hecho a nivel de anécdota, la canción más famosa de la película fue nominada a los Oscars (y bonita desde luego es), This is the moment

Preminger trata de seguir y respetar los dictados del director fallecido pero ‘su toque’ especial se le escapa de las manos. Normal, no era el suyo, así que bastante hace con una dirección correcta e intentando conservar en lo posible el espíritu de Lubitsch. Además quizá sobre todo hacia el final de la historia no hubiera tantas indicaciones como las deseadas. La dama de armiño conserva un aire de historia casi inacabada… Pero estos puntos no quitan que sea una película de visión divertida (y en momentos tremendamente romántica). La sonrisa se empieza a dibujar en el primer fotograma y no se borra hasta el último… Incluso con una protagonista tan diferente a las heroínas de Lubitsch. Betty Grable no parece ni mucho menos una elección personal y posible… a no ser que le recordara a una primeriza y resultona Jeannette MacDonald… (¿?). Betty Grable no entra dentro de los cánones femeninos del director pero sin embargo dota a su personaje de lozanía, salud, frescura… Sin embargo, lo que sí es cierto es que en esos momentos era una de las actrices de moda.

El argumento ya es hilarante y fantasioso de por sí. La duquesa Angelina de Bergamo se casa con su amor de toda la vida, el conde Mario. Nos encontramos en pleno siglo XIX. Angelina arrastra un linaje con siglos de historia y cada uno de sus familiares tiene su correspondiente cuadro en su castillo. Angelina tiene un parecido sin igual a una familiar de hace trescientos años, Francesca, la dama de Armiño (con su correspondiente y surrealista cuadro), que salvó a su castillo de la invasión de un temible duque al que enamoró y después mató… Ahora justo cuando se va a celebrar la noche de bodas de Angelina y Mario, les invanden los húngaros, y un malhumorado coronel irrumpe en el castillo. Mario debe marcharse con sus hombres para luchar contra los húngaros… Entonces esa misma ajetreada  noche los cuadros cobran vida y reclaman que Angelina debe hacer algo para salvar a los suyos y al castillo… Y ahí está Francesca para recordar su historia…

Los momentos brillantes (toques) e hilarantes están en las manos de cuatro intérpretes masculinos a cada cual más divertido. Realmente divertido en su doble papel de coronel húngaro y duque está Douglas Fairbanks Jr. El conde Mario es un desatado Cesar Romero. Pero se llevan la palma los secundarios: el mayordomo de Angelina, Luigi (Harry Davenport, ¿recuerdan al doctor de Lo que el viento se llevó?) y el soldado a las órdenes del coronel húngaro y el duque (maravilloso Walter Abel). Con ellos se recupera la magia Lubitsch. Cesar Romero convertido en gitano adivino tiene una escena graciosísima junto a Angelina y el coronel húngaro. El coronel húngaro, Douglas Fairbanks Jr., no sólo está divertido sino también atractivo y romántico. Luigi (Harry Davenport) tiene las frases justas y adecuadas para provocar la risa. Y por último el maravilloso Walter Abel que siempre acude a los gritos-llamadas de sus correspondientes jefes para que le hagan todo tipo de observaciones o para que simplemente le digan buenos días o buenas noches… a gritos. Sus caras son un poema. Y él jamás pierde ni la humanidad, ni la dignidad. Tiene uno de los diálogos más jugosos en el que dice al coronel húngaro que el mundo está dividido en los que gritan y los que saltan ante esos gritos. Le explica que él está en el grupo de los que saltan y el coronel es de los que grita…

La escena culminante, divertida y romántica hasta el paroxismo es el sueño que tiene el coronel húngaro con Angelina. Ahí cantan la canción más conseguida. Bailan encima de la mesa… siendo el súmmum del amor. Ahí el coronel es inspirado por su dama y capaz de hacer lo imposible… (incluso dejarse matar por la amada…). Ahí se muestra la fuerza femenina (en las películas de Lubitsch siempre llevan la voz cantante) y hay un cambio de rol divertidísimo donde una Betty Grable con un salero increíble toma en los brazos a su amado y le sube por las escaleras… descabellado.

No sabemos cómo hubiera quedado el testamento fílmico de Lubitsch si hubiera estado absolutamente rodado por él… pero lo que queda de su espíritu (y el tesón de Preminger en no traicionar del todo su esencia) es una obra cinematográfica que despierta más de una risa. Un paraíso artificial para tomar como medicina en tarde otoñal…

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La huida (The Getaway, 1972) de Sam Peckinpah

¿Por qué La huida se encuentra en el imaginario cinéfilo?, me pregunto ante el espejo cual madrasta mala (ahora que distintas versiones de Blancanieves invaden las pantallas cinematográficas). ¿Será por ser una de Sam Peckinpah? ¿Será por su temática? ¿Será por su pareja protagonista? ¿Será por cómo está contada? ¿Será por algún personaje secundario? ¿Será por la estética? ¿Será contradictoria? ¿Será…? Y todas las preguntas responden a la primera pregunta. No es la mejor de Peckinpah, no es la mejor de McQueen, no es el mejor road movies visto en la pantalla blanca, no es la mejor película de acción, no hay nada nuevo bajo el sol… No importa… te quedas enganchado de principio a fin. Es de esas extrañas películas que perduran en el tiempo y en la retina del espectador. No la olvidas. No es la mejor, ni la peor… pero se meten de lleno en el imaginario cinéfilo… Y si las ves de vez en cuando, no decepciona.

¿Cuáles son esos ingredientes mágicos? Hay una escena clave en La huida: Doc y Carol (Steve McQueen y Ali MacGraw) en uno de los tramos de su trepidante huida terminan en un camión de la basura… que precisamente echa toda su carga en un vertedero… incluidos a los dos protagonistas. En este momento hay un punto de inflexión en la relación entre los dos personajes principales, entre la basura. Esa relación que estaba a punto de romperse vuelve a fortalecerse… pero el sitio elegido es un auténtico vertedero como el mundo en el que habitan. Un mundo donde no hay ni un solo personaje positivo…, nadie en quien confiar (a no ser que sea la una en el otro y la otra en el uno… como deciden que así sea). Ni siquiera ellos, los protagonistas, se salvan de la quema. Su moral es otra… El público se siente sin embargo al lado de estos dos fuera de la ley, fuera del sistema, porque dentro de todos los personajes representados poseen unos “ciertos principios”.

Doc y Carol siguen esa estela de parejas fuera de la ley que siempre ha poblado el cine pero que se impuso, de nuevo, a finales de los años sesenta con Bonnie and Clyde. Bonnie and Clyde se convirtieron en símbolo de esos nuevos tiempos de jóvenes airados contra el mundo establecido. Parejas de fugitivos que desafiaban el sistema. Sin embargo estas parejas casi siempre contaban con un destino fatal y trágico que siempre veíamos imprimido en cada uno de sus pasos… sabíamos que nunca iban a llegar a la frontera. Que su amor estaba condenado a perecer. Que nunca alcanzarían sus sueños de libertad…

No les ocurre lo mismo a Doc y Carol que después de una espiral de violencia se encuentran en su camino a una especie de personaje benévolo (en el que ambos confían) que les ayuda a pasar la frontera. Y es este mismo personaje el que les augura un feliz final sin continuan juntos y ‘forman una familia’ tradicional. Eso es lo que quieren nuestros dos protagonistas ser una pareja normal y corriente con sus problemas económicos ya solucionados y empezar de cero en el terreno de la legalidad. Un final poco progre pero, en su momento, un final con éxito… puesto que los fugitivos no son castigados sino que formarán una pareja domesticada y nueva en el sistema.

Doc es un antihéroe perfeccionista, violento y puntilloso más hombre enamorado, soñador, leal, cumplidor de su palabra y celoso. Llega un momento que se siente traicionado por esa esposa soñada que para sacarle de prisión se ha acostado con el mediador… Doc no soporta estar en prisión, cree que perderá la cordura (como refleja ese principio que revela pautas de la personalidad del protagonista que se consume en la rutina diaria de la prisión). Así que pide a su esposa que vaya a ver al hombre que puede sacarle… Y es precisamente ese mediador corrupto el que pone un precio a esa libertad (además de llevarse a la dama a la cama) y es que la pareja lleve a cabo un robo minucioso a un banco con dos hombres que él también les proporciona (y no muy fiables). Por supuesto el robo es un caos… y empieza el conflicto y la huida. Así McQueen crea uno de sus héroes de pocas palabras de espíritu romántico a su manera (con poesía a su manera… como esa escena en la que imagina un baño con Carol ambos vestidos… y después cumple su fantasía) con una fuerte estética visual. Imposible olvidarle con traje de chaqueta negro, camisa blanca y enorme escopeta (ya vimos en Mátalos suavemente que esto sigue funcionando)… dando a la galeria otro delincuente bestia más bestia enamorada…

Su compañera, Carol, es morena, hermosa y puede llegar a ser igual de violenta. También le ama aunque le cabrea que no confíe en ella. Se muestra dura, sensual y a la vez sumisa esposa. El rostro es de Ali McGraw, la actriz de moda en aquel momento pero con falta de carisma. Da belleza y posee bastante química con Steve McQueen (saltó el amor en el mundo real entre los dos actores… y terminaron con sus respectivas relaciones para casarse a continuación) creando momentos de intimidad y sensualidad en las situaciones en las que pueden estar con un poco de calma.

¿Por qué también nos ponemos siempre al lado de Doc y Carol además de lo ya descrito? Porque les persiguen una ristra de malos malísimos sin ningún principio ni moral (y además bien feos…). Sobre todo el asesino corpulento y malvado que les quiso traicionar durante el atraco. Ese asesino tiene un rostro que no se olvida fácilmente y protagoniza una historia paralela que hace ver cierta ‘pureza’ en la relación entre Doc y Carol. El malo malísimo tiene la cara del actor Al Lettieri. Y en su persecución toma a dos rehenes, un veterinario y su esposa. El veterinario será humillado continuamente ante la relación enfermiza y perversa que se establece entre el asesino y su mujer.

¿Dónde está Peckinpah? En la coreografía de la violencia. En esa mezcla de lirismo, basura y sangre. En el ritmo frenético y trepidante a través del montaje. En las relaciones perturbadoras entre sus personajes donde ya se encuentra la semilla de la tremenda y maravillosa Quiero la cabeza de Alfredo García. En cómo cuenta una historia y el uso de la narración cinematográfica en ella. En la tensión creada… En el desencanto pero esta vez con un atisbo de final feliz… En ser creador de antihéroes que se quedan en la retina…

Así crea momentos de tensión recordados como la recuperación por parte de Doc del maletín lleno de dinero que les ha robado en la estación de tren un timador de poca monta. Esa persecución ocurre en los vagones de un tren en marcha… intercalando imágenes de una Carol solitaria en la estación que no sabe cómo va a terminar esta historia. El propio y minucioso robo al banco. O como no el clímax peckinpahiano final con uno de sus tiroteos sangrientos donde uno a uno van pereciendo los malos malísimos… con sus brotes de sangre y cámara lenta.

La huida supuso un buen paso taquillero en la carrera de Steve McQueen y Sam Peckinpah. Y un proyecto lleno de recovecos complejos. Ambos necesitaban un éxito que pusiera sus carreras en órbita en un sistema de estudios que se derrumbaba y dejaba paso a un nuevo panorama. Así éste fue el primer proyecto que Steve ofrecía a la productora Firts Artists, una nueva simulación de United Artists, donde se encontraban Barbra Streisand, Paul Newman, Sydney Poitier… en esos momentos McQueen y más tarde también Dustin Hoffman. A Steve le gustó la novela de Jim Thompson e incluso quiso que fuera el propio autor quien realizara el guion… pero al actor no le gustó su final, un final bastante más pesimista del propuesto… y cambió de guionista dándole la historia a Walter Hill. Sam vio una oportunidad con este encargo de un éxito de taquilla… y lo tuvo. Así cotinuó reflejando su mundo… Y todo se fue encadenando de una manera u otra hasta crear La huida tal y como la conocemos hoy.

La huida no es una de las mejores road movies pero forma parte de la memoria cinéfila… Seguro que tras su visionado siempre recordaremos alguna imagen…

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Mátalos suavemente (Killing them softly, 2012) de Andrew Dominik

Antes de ver la película ya todos conocemos su frase clave, la que pronuncia el mercenario Jackie Cogan (Brad Pitt) en la barra de un bar de mala muerte: “América no es un país, es un jodido negocio”. Una frase a la que sólo hay que cambiar el país para que funcione en numerosos lugares del mapa mundi. A lo largo del metraje el director neozelandés (que ya llamó mi atención en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) representa y pone en boca de más de un personaje que todos los seres humanos están absolutamente solos en este momento de crisis económica, política y social…

Su título hace referencia a una ‘manera’ de trabajar del mercenario. Mata a sus víctimas desde una determinada distancia… prefiere matarlos ‘suavemente’ sin que le salpique la sangre. Pero también es una metáfora de este momento histórico: ante la doctrina del shock (doctrina del miedo), que tan bien explica Naomi Klein, los ciudadanos del mundo vamos muriendo suavemente ante un sistema que arrasa cualquier atisbo de humanidad y que lo que menos le importa son los ciudadanos libres. En los extremos hay fugas de movimientos e indignaciones pero a los que mueven los hilos no los vemos, son abstractos… Parece o da la sensación de una soledad trágica de David contra Goliat… y parece que Goliat va derribando obstáculos y venciendo. Así en Mátalos suavemente los de arriba (mafiosos o altos cargos políticos, el paralelismo es tristemente evidente), los que mueven los hilos, son también invisibles, pero dan órdenes y mueven sus piezas despiadadamente. Y tienen a sus órdenes sicarios, mercenarios y mafiosos que sólo conocen el lenguaje del dinero y del negocio. Jackie Cogan está inmerso en las reglas del juego. Porque todo es un jodido negocio y si quieres estar en el barco hay que jugar y sobre todo no fallar nunca. Siempre controlar la situación.

Así Brad Pitt crea un personaje cinematográfico de esos que dejan huella. Y es ese asesino que no pierde el control. Frío, impacable, chulo. Con sus gafas oscuras, su cazadora de cuero negro, acojona. Con sus palabras tranquilas y sus golpes en el hombro, acojona. Y así se mueve por la ley del miedo y el horror para mantener el ‘orden y el juego’. Recibe órdenes de los de arriba a través de un mediador con cara de Richard Jenkins (siempre magistral) y las ejecuta con limpieza de movimientos, como si protagonizara una coreografía de violencia. De trabajo bien hecho para que sea bien pagado. Da igual la naturaleza del trabajo.

La película transcurre en lugares del extrarradio de una gran ciudad. Espacios solitarios. Bares oscuros, habitaciones de hotel, puentes solitarios, una estación, carreteras… Y ahí siempre de fondo una radio, un televisor, que desgrana las palabras de Bush y Obama sobre la situación política y económica del país. Son los momentos previos a la victoria de Obama… y la ironía y la desesperanza tras las palabras y los discursos que escuchamos y lo que acontece es desolador.

Si Dominik me cautivó en su anterior obra cinematográfica no fue sólo por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta y su potente fuerza visual. En Mátalos suavemente me ha ocurrido lo mismo… me dejé llevar por lo que me contaba pero también por cómo lo contaba. La sinopsis pudiera parecer sencilla (y ya vista) pero encierra toda una reflexión y radiografía pesimista —una mirada— sobre el mundo actual: dos pringados de poca monta expertos en chapucillas (dos personajes tristes encarnados por Scoot McNairy y Ben Mendelsohn) a instancias de un tercero deciden atracar una partida de cartas ilegal que organiza un mafioso de la zona (Ray Liotta, impresionante). Esta chapuza no queda impune sino que ‘altas instancias’ del crimen organizado a través de un mediador (Richard Jenkins) contratan a un mercenario (Brad Pitt) para que solucione este entuerto (lo contratan a precio de crisis)… Todo debe estar bajo control.

La película está construida a base de diálogos entre los personajes que pueblan la trama. Entre los dos raterillos. Entre los raterillos y el que organiza el golpe. Entre el mercenario y sus víctimas. Entre el mercenario y el mediador que le contrata. Diálogos poblados de ironías y humor negro que llegan a la caricatura por lo perverso y lo horrible que reflejan (provocan la risa incómoda)… El mercenario siguiendo las reglas para llevar a cabo un impecable trabajo que no deje huella exige la presencia de otro asesino (James Gandolfini que se come la pantalla a dentelladas con su personaje excesivo) para eliminar a una de las víctimas… pero en vez de encontrarse el glorioso asesino que recordaba se encuentra a un hombre cansado, devorado por el alcohol, a punto de ingresar en la cárcel, a punto de estallar, a punto de perder el control… que no le vale para el trabajo enconmendado. Es un negocio. Tiene que planificar otra manera de realizar lo mandado.

Otro aspecto de análisis interesante es que en este mundo de los bajos fondos despiadado y poblado de hombres y violencia no hay sitio para las mujeres. Sólo son protagonistas en las conversaciones de los personajes masculinos y de la manera más vejatoria ‘como seres follables para pasar el rato poseedoras de culos impresionantes’, como ‘objetos deseables’. El único personaje femenino de toda la trama es una prostituta que sale unos dos minutos y sólo recibe un trato verbal vejatorio por parte de los dos hombres presentes… Y las reflexiones complejas que surgen de este tratamiento de lo femenino en esta película son escalofriantes. También dan miedo. Pero otra lectura puede ser que a la mujer se la sitúa en el terreno de los sentimientos, de la emoción, de lo humano y cercano… y en el mundo reflejado no hay hueco ni para el sentimiento, ni para la emoción, ni para lo humano ni lo cercano.

Y en esta radiografía desesperanzada y oscura del mundo surge la mirada de un cineasta que deja imágenes y un uso del lenguaje cinematográfico que hipnotiza a servidora. Toda la secuencia del atraco en la partida de cartas clandestina, la importancia de los sonidos (lo que se cuenta a través de lo que se oye y de los silencios), la muerte por parte de Jackie Cogan de uno de los mafiosos, uno de los diálogos de los dos raterillos, uno de ellos sobre todo bajo los efectos de la heroína, la puesta en escena de cada una de las apariciones de Jackie Cogan… todo regado con un buen repertorio de canciones de fondo y sonidos de lo urbano. Como anécdota la aparición casi en categoría de cameo de Sam Shepard como otro mercenario que tiene más importancia por lo que es nombrado a lo largo del metraje por otros personajes…

Mátalos suavemente no deja indiferente y motiva distintas reflexiones sobre la situación actual. Quizá todo no sea tan negro o quizá sólo sea un esbozo y todo sea peor… la doctrina del schock nos está arrastrando suavemente… Los que mueven los hilos son invisibles y contra lo invisible es difícil enfrentarse…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (187)

Bailarinas de danza clásica: etéreas y disciplina férrea. Romanticismo y sacrificio. Fragilidad y dureza. Éxito y caída. Bailarinas de danza clásica que han poblado el celuloide con sus zapatillas en punta, sus dobles piruetas, sangre, sudor y lágrimas…

En una película tristemente fallida (porque partía de una buena premisa de fondo), Matt Damon es un político joven en carrera ascendente que se topa con una misteriosa joven, Elise (con rostro y cuerpo de Emily Blunt). Elise es bailarina de danza clásica y contemporánea en una compañía. El político no debe enamorarse de la dama, no está en su plan de vida diseñado y controlado por unos hombres de negro con sombrero. Pero el azar interviene y se encuentran… los hombres de negro lo ven todo perdido si el joven político logra ver bailar a Elise… Y esto ocurre. Todos los hombres tienen un Destino oculto… pero a veces está en la mano de los propios hombres cambiar el curso de ese destino…

Deborah es una niña judía en Brooklyn con ambiciones de bailarina. Con disciplina férrea ensaya con su gramófono en la parte trasera del bar que tiene su familia. Desde pequeña sabe que ambiciona una vida de niña rica con éxito y fama por compañeras. Baila y danza con su melodía favorita, Amapola, y se sabe ya admirada por unos ojos que la observan desde un agujero secreto en el baño. Él es Noodles. Y ambos vivirán décadas y décadas de un amor-desamor que les consume y rompe. … Érase una vez en América.

Nina vive absolutamente absorbida por la danza clásica… y su mente frágil vive encerrada en un cuerpo que se exige hasta llegar a la perfección… Un coreógrafo la exprime. Éste hace que vea cómo tiene la técnica y no el alma. El secreto está en el alma… para sentir el baile. Y Nina viaja hasta sus miedos más profundos y remueve su frágil cabeza… para sentir. Todo es amenazante: hasta su propia sombra. Su madre castradora, la compañera competitiva y la diva caída de su compañía de danza. El Cisne negro renace de sus terrores para destruirla… aunque ejecute una danza perfecta.

Danza clásica y striptease parece una mezcla imposible. Sin embargo esta combinación ha existido en el cine. Uno es difícil que olvide a un Carlito Brigante bajo la lluvia mirando en dirección de un estudio de danza clásica mientras el amor de su vida, Gail, baila para conseguir un sueño lejano. Mientras ella tiene que sobrevivir… así que danza en un club nocturno. Él atrapado por su pasado trata de recuperar lo único rescatable de años atrás…

Y la otra bailarina de striptease con ambiciones de danza clásica se llama Alex. Soldadora de día, bailarina de striptease de noche… y el tiempo que le queda ensaya para entrar a una prestigiosa academia de danza clásica. En su sueño le ayuda una anciana que fue diva de la danza clásica… Esto es Flashdance

En la danza clásica hay grandes divas. Divas que se sacrifican a la soledad más absoluta. Divas dispuestas a todo tipo de renuncia con tal de bailar. U otras que no llegan a serlo… porque deciden retirarse y vivir otra vida, otro amor. Las divas ven como otras más jóvenes y mejores las quitarán de los escenarios. Y la próxima parada es convertirse en coreógrafas o profesoras de ballet. Pero también viven la fuerza de sentirse amadas en los escenarios. Las jóvenes que empiezan saben que es una vida de dureza y disciplina. Algunas siguen en esta carrera férrea, otras abandonan. Todo esto puede verse estupendamente bien en una olvidada película de finales de los setenta: Paso decisivo. Las grandes divas tienen rostros de Anne Bancroft y Shirley McLaine. Y la joven promesa en la bailarina Leslie Browne.

Otra diva de aire trágico tiene el rostro de Helen Mirren. Ella es bailarina clásica rusa en tiempos de la guerra fría. Y prefiere seguir bailando en su país a pesar de la limitación del repertorio y de ser constantemente vigilada (luego nos enteramos que su situación también es por amor)… Oye música prohibida a escondidas y llora en un escenario vacío cuando su antiguo amor le dice que él no quiere ser un héroe, que sólo quiere bailar… que le ayude a escapar… Eso ocurre en Noches de sol.

“Buscáis la fama, pero la fama cuesta, pues aquí vais a empezar a pagar, con sudor”, ésa es la famosa frase de la profesora de danza clásica de la academia de artes más dura de New York. Allí se mezclan músicos, con cantantes, con actores y por supuesto con bailarines de danza clásica… que sudan en las clases, y tienen los primeros fracasos, éxitos y complejas elecciones. Yo me quedo con la Fama de Alan Parker.

También Robert Altman quiso indagar en el seno de una compañía de ballet clásico y contemporáneo… y nos cuenta los sueños y frustraciones de sus integrantes. Bailarines, coreógrafos, amores, desamores, éxitos y fracasos, enfrentamientos, rivalidades… y la danza de fondo. The company indaga en los entresijos que no siempre son hermosos…

Por supuesto el cine clásico también tiene a sus bailarinas de danza clásica de oro. Rescataremos algunas. El viejo Chaplin ya no es Charlot ahora es un payaso anciano refugiado en el alcohol en el Londres más pobre enamorado pérdidamente de una joven bailarina a punto de suicidarse porque no puede mover sus piernas… entre Candilejas resurge una triste historia de amor no correspondido. Michael Powell y Emeric Pressburger ya pusieron a Moira Shearer en una difícil posición: la entrega profesional sobre todas las cosas o el sacrificio del amor… con una Zapatillas rojas. Vivien Leigh era una hermosa bailarina de danza clásica enamorada de un joven soldado… no podía faltar el melodrama. De bailarina a prostituta… son tiempos de guerra, tiempos de supervivencia… es una triste historia en El puente de Waterloo.

Mientras recuerdo, sigo en un escenario con mis zapatillas de punta… moviendo mis brazos y mis piernas, casi etérea. Frágil y dura a la vez…

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Diane Keaton y Woody Allen, una pareja con risa de fondo

De todas las musas del director que ama Manhattan quizá con la que más afinidad siento (y también más cariño) es con Diane Keaton. Cuando pienso en ellos me viene una risa de fondo. Y el recuerdo de unas langostas vivas por el suelo de una cocina, gritos de terror y risas ante la caza de tan incómodos bichos… Es inevitable les imagino a ambos y me carcajeo. Y es que la química mostrada traspasa la pantalla. Vivieron un romance durante los setenta pero… actualmente siguen siendo muy buenos amigos. Mejores amigos.

Ella alta, morena, de pelo liso, de atuendo diverso pero siempre elegante (o al menos a mí me lo parece… aunque varias veces ha aparecido en la lista de las peor vestidas…), algo neurótica, insegura, divertida y de amplia sonrisa. Él, bajito, pelirrojo, con sus gafas de pasta, también neurótico, obsesivo, maniático, compulsivo y divertido. La mezcla de ambos vomitó películas inolvidables durante los años setenta que supusieron una evolución en la carrera artística del director transformándose del rey de los gags y el humor absurdo al rey de la comedia sofisticada con gotas de inteligencia, filosofía y siempre buscando el sentido de la vida y las relaciones…

Una obra de teatro les unió…

Su encuentro se produjo a partir de una obra de teatro de Allen, Play it again, Sam (1969)… Humor, romanticismo, infidelidad y mucho amor al cine (y en especial a Bogart y a Casablanca)… Después esta obra pasó de los escenarios al cine en 1972, Sueños de seductor de Hebert Ross. Y ambos ya se conocían y sabían de su química en el trabajo. Y lo que les unía: el sentido del humor. Así Sueños de seductor es una de mis películas-medicina de cabecera. Ahí están Allan y Linda unidos por una amistad que termina en amor y vuelve de nuevo a ser amistad para no hacer daño a terceros… (el esposo y mejor amigo). Nunca olvidaré sus escenas juntos… ni lo peligroso que puede llegar a ser un secador…

… los caminos del humor absurdo

Woody empieza a dirigir sus primeras películas y poco a poco va dotándolas de un sentido, una historia de fondo, pero son alocadas y absurdas aunque cada vez más elaboradas. Así parodia el futuro y el pasado y siempre de la mano de Diane Keaton fiel compañera e igual de payasa que su compañero de pantalla. Surge así la historia futurista de El dormilón donde la comida basura sustituye a la macrobiótica y donde fumar es bueno para la salud. En un mundo así despierta Miles clarinetista y defensor de la comida sana que no tendrá más remedio que convertirse en héroe a su pesar. Y es que éste es el camino de un Allen primerizo, héroe a su pesar. Como le ocurre en la siguiente película La última noche de Boris Grushenko donde se enfrenta al mismísimo Napoleón. Y en ambas su fiel compañera será un Diane Keaton loquísima… En las dos el binomio Allen-Keaton nos hace reír. Por ejemplo, en El dormilón hay una escena en la que Woody Allen se transforma en la Blanche Dubois (como si estuviera poseído por el espíritu de la Vivien Leigh más dramática) de Un tranvía llamado de deseo y Keaton le hace réplica como Stanley (con la mandíbula de Marlon Brando). O en La última noche de Boris Grushenko… con sus largas y exageradamente profundas conversaciones en cualquier momento para descolocar al personal…

… hasta llegar a dos declaraciones de amor…

Y la primera declaración de amor es sin duda Annie Hall. El relato de una relación desde el inicio hasta la ruptura. Con una Diane y un Woody rebosantes de química. Entre la diversión y la nostalgia. Entre la sonrisa y la tristeza. Y dos personajes que nos cuentan su historial personal y por ello única: Alvy Singer y Annie Hall. Annie Hall está construida a través de recuerdos. Alvy nos confiesa sus sentimientos más íntimos y nos deja ser testigos de su historia con Annie. Así reímos, sonreímos y también nos decepcionamos o lloramos.

Después viene una declaración de amor a Manhattan con Diane Keaton de fondo. Él es Isaac Davis y en su vida más o menos construida y desordenada se cruza Mary, mujer alocada e inteligente, que le vuelve a desbaratar la vida o hace que vuelva a empezar. O partir de cero. Davis siempre parte de cero. Destruye y reconstruye pero siempre en el corazón de su ciudad amada, New York. Ahí están siempre Mary e Isaac sentados al anochecer en un banco viendo un Manhattan iluminado y el largo puente de Brooklyn… conversando, conversando y conversando. Y ahí están los dos con el amor y el desamor a cuestas. A veces ríen, otras chocan y más allá hablan de la imposibilidad del amor…

… la rareza

Woody Allen dirigió a su musa de aquellos años, los setenta, en un melodrama que se alejaba de la risa. Allen se ponía serio y hablaba de la soledad y la desintegración familiar. Revestía Interiores del espíritu de su adorado Bergman y presentaba la historia de una madre rota y sus tres hijas que no quieren verse abocadas a la pena. Una de las hijas, Renata, tenía el rostro de Diane Keaton. Aquí Woody Allen se mostraba ante el mundo como un filósofo de la tristeza y la desintegración personal y familiar. Y mostraba a una Keaton dramática.

 … y el feliz reencuentro

Después llegó la separación profesional. En la vida de Allen se cruzó otra musa y otra mujer que ocupó su corazón: Mia Farrow. Y Diane Keaton probó otros retos profesionales. Pero nunca dejaron de estar en contacto. En unos momentos personales difíciles para Allen… decidió refugiarse de nuevo en el cine y la risa. Quiso recuperar la comedia, el romanticismo, lo absurdo… y nos hizo llorar de la risa… Me recuerdo en una sala de cine rodeada de carcajadas con los ojos llenos de lágrimas de alegría. Corría el año 1993 y Woody Allen dirige Misterioso asesinato en Manhattan. Una película de intriga y risa donde homenajea a Hitchcock y a Orson Welles… Su compañera de aventuras es de nuevo una divertida y encantadora Diane Keaton. Los dos son un matrimonio donde ella más que él desea no caer en la rutina… así que se convierte en detective tras la muerte misteriosa de una vecina suya… y arrastra a su amantísimo esposo y a toda su pandilla de amigos. Hilarante y romántica… de nuevo Diane y Woody vuelven a hacernos reír.

… Diane Keaton y Woody Allen siempre que regresan a la sala oscura que se esconde en mi memoria lo hacen para arrancarme una sonrisa… o una carcajada.

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Luces y sombras de Gangs of New York (2002) de Martin Scorsese. Melodía de una obra inacabada

A Alfredo (39escalones. Reflexiones desde un rollo de celuloide). Lo prometido es deuda. Ahí va un intento de responder a tus preguntas con la esperanza de que no llegues a clavarme los colmillos en mi desgraciado cuello.

 ¡Me quedaré sin voz pero NO sin el teclado de mi vieja máquina de escribir!

 

Grandiosa e imperfecta. Entre estos dos adjetivos navegan las luces y sombras de Gangs of New York. Obra inacabada y épica. Los contrarios se encuentran en los suburbios de New York. En toda épica se rememora un pasado. Se reconstruye, con elementos de realidad y de ‘mitología’, un acontecimiento histórico. En la épica puede haber un narrador. En Gangs of New York es el propio héroe el que reconstruye entre ensoñaciones, “vagos recuerdos”, leyendas urbanas e imaginación la batalla entre pandillas para dominar la zona de Five Points en 1846. En esa violenta batalla a Ámsterdam Vallon se le quedan grabadas varias imágenes, varios rostros, una frase de su padre (que le indica que no limpie la sangre de una navaja con la que se ha cortado la cara. La sangre debe permanecer en la hoja)… y la muerte de éste en las manos de su rival, Bill El Carnicero, aquel que porta un ojo de cristal con el águila americana.

Pero ésta es una historia épica de la otra historia América. De la América que nadie quiere ni recordar ni ver, de la América de los bajos fondos, de los suburbios, que también formaron parte de la Historia. Es el enfrentamiento entre los Nativos que ven como amenaza a los que llegan en barcos desde el otro lado del océano, como esos irlandeses que forman los Conejos Muertos, la otra pandilla dispuesta a encontrar su sitio. Y por eso es una triste historia de supervivientes…

Primera batalla

Y aquí nos encontramos con la primera escena impresionantemente contada. La preparación de la batalla en una especie de catacumbas con signos religiosos y bíblicos. En primer lugar marcha el líder que toma de la mano a su hijo. Detrás se van uniendo todos los que se van a acudir a la lucha hasta llegar a una puerta donde está el mercenario del mazo con las muescas que matará junto a los Conejos Muertos a cambio de dinero… Oscuridad. Éste, el mercenario, pega un patadón a la puerta y se vislumbra un Nueva York blanco y nevado… Contraste. Salen a la zona y se extienden en fila, como un muro… y pronto van apareciendo los rivales con sus especiales atuendos (unos llamativos sombreros de copa). Quedan frente a frente.

Scorsese llevaba años queriendo realizar este proyecto descabellado (como muchos de los proyectos cinematográficos de los cachorros del Nuevo Cine Americano… proyectos grandiosos en los que se arruinaban o arruinaban, rodajes de infierno, para vomitar obras como Las puertas del cielo de Michael Cimino o Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola. Proyectos que o acababan con sus carreras o les daban el éxito definitivo. O caían y volvían a surgir como aves fénix). El director cuenta que en 1970, en una reunión de amigos, se topó con la crónica histórica escrita en 1928 de un periodista Herber Asbury, Gangs of New York. Bandas y bandidos en la Gran Manzana,1800-1925 (¡Francisco todavía no me lo he leído!). Le interesó lo que ahí se contaba y removió en su bagaje histórico, en las leyendas urbanas, tomó varios personajes, mezcló otros… para que surgiera un universo propio que no pudo poner en pie hasta que llegó el siglo XXI. Y los hijos de los supervivientes de Gangs of New York poblaron las primeras películas de Scorsese. Esa América de bajos fondos tiene a sus herederos en el New York cinéfilo de Scorsese. Por eso Gangs of New York tiene sentido en la evolución de su carrera cinematográfica. Ahí están los bisabuelos o los tatarabuelos de los personajes de Malas calles, Taxi Driver o Uno de los nuestros.

 

Amsterdam Vallon y Bill El Carnicero

Nos encontramos que ese niño que vio la batalla ahora es un joven que acaba de dejar un reformatorio en 1863 y que vuelve a Five Points para encontrarse el mismo caos que cuando se marchó pero bajo el mandato de Bill El Carnicero, máximo jefe de las pandillas. “No era una ciudad era un horno”. Y toda la imaginería del caos presente para describir un momento convulso… los momentos previos a los disturbios provocados por los alistamientos obligatorios de la Unión para luchar en la Guerra Civil Americana. Poco a poco se va desarrollando esta situación que va a ser el detonante que ‘engulla’ la historia personal de los personajes protagonistas y que estalle en los disturbios finales.

Otra de las escenas magistrales es un plano secuencia que muestra cómo según llegan irlandeses a la tierra prometida en grandes barcos los reclutan como voluntarios para La Unión y para que a cambio de sustento para sus familias vayan directos al campo de batalla. Bajan del barco, van a las mesas de alistamiento, les dan sus uniformes y les suben a otro barco para luchar en una batalla que no es la suya… mientras de ese mismo barco van descendiendo un montón de ataúdes de soldados muertos…

Amsterdam Vallon, héroe épico, cree que tiene una misión: vengar a su padre. Es esa obsesión la que le ha convertido en un superviviente. Y se ha entrenado a fondo para ello (entre otras cosas no ha muerto). Vuelve al mismo sitio donde se celebró la batalla y descubre el distinto destino de los que lucharon junto a su padre (uno se ha vuelto policía corrupto, el otro es uno de los hombres de confianza de Bill, la otra está alcoholizada, el mercenario sigue siendo independiente y es coherente con sus acciones…). Ahora los Conejos muertos se han dispersado. Nadie habla de ellos. El único que venera la memoria del sacerdote Vallon es el propio Bill, porque le considera un rival digno y a su altura. Y todos los años celebra el aniversario de la victoria en la batalla entre pandillas. Ahí será, en esa celebración, donde Amsterdam pretende ejecutar su venganza. Pero para ello se trabaja, al lado de una pandilla de rateros (donde está un niño que le ayudó a intentar huir del reformatorio al finalizar la batalla donde murió su padre), el acercarse e ir ganando méritos para convertirse en persona grata para Bill El Carnicero. Y poco a  poco vamos viendo su ascenso al ‘poder’. Así se establece una relación de admiración mutua entre dos supervivientes del Five Points… algo que Vallon no es capaz de controlar porque El Carnicero se transforma en una figura paterna que no pudo tener… Y para El Carnicero, el joven Ámsterdam es el discípulo avanzado que puede seguir su legado…

Y mientras, el caos y los contrastes siguen en un caótico New York que va mostrando una brutal y salvaje brecha entre las distintas clases sociales. Se nos muestra la diferencia de oportunidades y de vida en ese New York residencial ajeno a la situación que hierve en Five Points de la mano de la raterilla (protegida de Bill El Carnicero y enamorada de Ámsterdam) Jennie, que ejerce de tórtola en los barrios altos. Es decir, va a las grandes residencias disfrazada como una criada del servicio y se inmiscuye en las casas para realizar sus hurtos. Grandes casas neoyorquinas donde transcurrirá años después, alrededor de 1870, la historia de La edad de la inocencia. La visión de Scorsese al New York de Edith Warthon.

Así conocemos algunas familias de la zona alta que sólo se dignan a visitar Five Points para observar el ‘espectáculo’ de la miseria y hacer sus ‘obras de caridad’. También están interesados en Five Points los políticos corruptos que ven la posibilidad de muchísimos votos que les ayuden a escalar en el poder. De vez en cuando se toman medidas drásticas para mostrar a unos y a otros que se ‘combate la criminalidad endémica’ y entre el político de turno y Bill El Carnicero se preparan unos ahorcamientos que sirvan de ejemplo y de que se van a tomar futuras medidas reformistas… Otra de esas escenas imprescindibles: el ahorcamiento de los cuatro rateros y a continuación la celebración de un baile para los ciudadanos de Five Points donde se afianzará la relación entre Amsterdam y Jennie (y también el conflicto para que no prospere su relación)… El juego de los espejos y el baile de las velas de los dos amantes. Contraste brutal.

Amsterdam sigue su ascenso hasta que un día en un teatro popular (espectacular puesta en escena) ve que El Carnicero va a sufrir un atentado y le salva… en ese momento el joven se da cuenta del rumbo distinto que están tomando los acontecimientos. Se da cuenta de que está perdiendo la cabeza y el norte. De que se está desplazando del plan de venganza. Que algo no está saliendo bien. Que sus sentimientos están revueltos. Ahí está el mercenario que ya le ha reconocido como el hijo del sacerdote y le advierte de que todo se está convirtiendo en una tragedia shakesperiana (o como en la mitología en una lucha extraña entre dioses)… y le pone otra vez en vereda. Le dice que sea listo que no sea un “cachorro irlandés ignorante y bárbaro, como tu padre” pero también le habla de que por lo menos su padre quería a los suyos y luchaba por una vida mejor para todos… Ahí el joven Amsterdam sufre una catarsis envuelto en mujeres desnudas, alcohol, opio y su enemigo admirado, El Carnicero. Delante de todos y borracho se levanta y dice: “Estamos en deuda con él”… Ahí también decide arriesgarse y aunque sabe que es la protegida de Bill, meterse de lleno en su relación con Jennie.

Y entonces ocurre otra escena íntima brutal y es un Bill envuelto en la bandera americana herido frente a la cama donde duermen Jennie y Amsterdam juntos. Y donde éste confiesa a un Amsterdam en éxtasis de donde viene su brutal supervivencia: “¿Sabes cómo me he mantenido vivo? Por el miedo. Eso mantiene el orden de las cosas?”. Le explica que él y el sacerdote tenían los mismos principios y les separaba la fe. Y se convierte en profeta: “La civilización se viene abajo”…

La transformación del héroe de los bajos fondos…

A partir de este momento Amsterdam fracasa en su intento de atentado (toda la puesta en escena de la fallida muerte de Bill por parte del joven en la fiesta de conmemoración de la batalla es un alarde de ritmo y suspense) y fracasa como líder porque no ha ido más allá… Es el amigo de la infancia, un joven irlandés superviviente como él, el que le traiciona. Todos están separados. Bill no mata a Amsterdam porque “no merece que yo lo mate” pero sí le clava un puñal y le destroza la cara a cabezazos.

Cuando Amsterdam se recupera junto a Jennie que le cuida… entiende que ése no era el camino. La venganza personal. Una venganza en solitario. Y ahí vuelve el mercenario que guardó durante años la navaja de su padre, quien le pone en un camino que puede poner en peligro la ‘estabilidad’ de Bill. Amsterdam se convierte en un líder que vuelve a unir a los irlandeses, a las antiguas pandillas, para que vuelvan a encontrar, todos juntos, su sitio. Revive el espíritu de los Conejos Muertos y reta a Bill. Se convierte en otro líder a tener en cuenta en Five Points… pero ya nada de esto tiene sentido.

… lo que menos importa es la venganza

Porque es la Historia con mayúsculas lo que cambia el rumbo de la ciudad de manera brutal. Y el destino de Jennie que no puede soñar con llegar a San Francisco, o el sueño de Vallon de encontrar un sitio para los suyos, o el sueño de Bill de perpetuar su reinado del terror… los disturbios que ponen en evidencia las brechas entre las clases sociales, las injusticias, las contradicciones brutales de la guerra (por ejemplo, los brutales linchamientos a los ciudadanos afroamericanos), el polvorín de una ciudad de rica multiculturalidad (que se fusiona… música irlandesa y bailes africanos… claqué y jazz) que estalla en sus bajos fondos porque no hay posibilidades de futuro o de justicia social… sólo el acudir a una guerra (y una vuelta en ataúd) porque no pueden pagar los 300 dólares que sí pueden los hijos de las familias pudientes (los que llevan la batuta de la guerra). Y ese polvorín es silenciado con una represión brutal por un ejército ordenado y frío que avanza y mata.

Y en ese contexto histórico el enfrentamiento personal entre Amsterdam y Bill queda como una triste y estúpida caricatura… porque a nadie le importa cómo mueren ni su historia personal de supervivencia… Son seres anónimos. Es una triste historia irlandesa o una triste historia americana. Terminó la épica. Se cierra el ojo con el águila americana de Bill…

Son las luces y sombras de Gangs of New York. Donde Martin Scorsese ofrece una melodía de una obra inacabada… grandiosa e imperfecta.

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Shanghai (Shanghai, 2010) de Mikael Hafström

Sí, señoras y señores, Shanghai cuenta con una frase clave que no se convertirá en clásico de la memoria cinéfila porque quizá no sea de esas películas que el público vaya a ver masivamente. Y esa frase es: “El corazón no es neutral”. Y ahí, les aseguro, ya tenemos una historia. Shanghai es de esas obras cinematográficas donde los espectadores salen y dicen: ésta es una película de las de antes, una película clásica. Y ¿qué quieren decir esos términos? Trataré de explicarme a lo largo de una retahíla de palabras.

Si me dijeran que redactara una sinopsis. No me centraría en todos estos ingredientes que sí contiene: espionaje, intriga, thriller, años cuarenta, Segunda Guerra Mundial, drama… No. Hablaría de una ciudad multicultural y lejana donde por una serie de circunstancias coinciden tres hombres románticos: uno, el espía americano (y el narrador en primera persona de esta historia, con el rostro de John Cusack); dos, el militar japonés (Ken Watanabe) y tres; el mafioso chino (Chow Yun-Fat)… Los tres tienen objetivos y cometidos distintos en sus vidas pero sólo coinciden en un punto: son de naturaleza romántica y aman profundamente a las mujeres que significan algo para ellos. Los tres coinciden en un momento crucial de la historia en Shanghai meses antes del ataque a Pearl Harbor (y por lo tanto antes de la intervención de EEUU en la Segunda Guerra Mundial). Mucho tiene que ver en su encuentro el romanticismo exacerbado de un personaje ausente (Jeffrey Dean Morgan), el amigo del espía americano, que se convierte en el detonante del conflicto… y también hombre enamorado.

Las dos damas que organizan tal revuelo entre hombres tan diferentes tienen la fisonomía de mujer fatal pero ambas poseen un espíritu comprometido y un corazón entregado y sufriente: una es la esposa del mafioso chino (Gong Li) y la otra aparece como una víctima (Rinko Kikuchi)… pero lo que nos dejan claro en Shanghai, desde el principio, es que nada es blanco o negro… sino que existen distintos tonos y matices.

El director sueco Mikael Hafström ejecuta una película en un estilo clásico con un guion que narra bien una historia con una galería de estrellas norteamericanas, chinas, japonesas y otras nacionalidades (como la alemana Franka Potente). Y a qué me refiero con estilo clásico: a un uso correcto del lenguaje cinematográfico y puesta en escena, a una buena presentación de personajes (y unas actuaciones correctas), bonita y llamativa ambientación (incluyendo locales, calles, viviendas, vestuario, peinados…) y una adecuada banda sonora. Shanghai (ni ofrece más ni ofrece menos) es lo que pretende, una historia de las de antes, con suspense, espías, enfrentamientos y romanticismos exacerbados en periodo de guerra. Y todo enmarcado en una ciudad exótica. Así pasaba en Casablanca, así pasaba en El expreso de Shanghai, así pasaba en Árgel… o hace relativamente poco en El paciente inglés.

Sus recursos cinematográficos ya nos suenan o bien del cine de espías o algunos prestados del cine negro (no innova en nada Shanghai ni es ésa su intención): voz en off del espía americano desencantado, mejor amigo del espía (un tipo heróico, noble y romántico) asesinado, largo flash back para explicarte el origen de toda esta historia, investigación y peligro por parte del protagonista, enfrentamiento entre personajes antagónicos pero unidos por un rasgo de su personalidad (espía, militar japonés, mafioso chino), distintos grados de suspense, bellas y misteriosas damas fuente de desvelos de los protagonistas masculinos, acción, muerte… y mucho, mucho romanticismo.

Shanghai es una película para ver en una tarde de otoño (de esas que no hace ni frío ni calor donde los colores de la calle ofrecen distintos matices…) y salir con una sonrisa en los labios porque lo has pasado bien. No pretende ni más ni menos.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.