Navidades en julio (Christmas in july, 1940) de Preston Sturges

… Antes de escribir unas palabras de esta maravillosa película de Preston Sturges, Hildy Johnson da un pequeño aviso: voy a estar ausente de este amado blog durante unos quince días… pero sólo por causas buenas. Un pequeño paréntesis para estar al lado de gente que quiero mucho pero que están lejos, muy lejos y me ha surgido la oportunidad de pasar horas y horas y horas junto a ellos… Volveré con fuerzas renovadas con muchas ganas de escribir, compartir, reflexionar y comentar… en este lugar que no viene en los mapas, pero es un lugar de encuentro.

Enfrentarse a una película de Preston Sturges siempre es una situación placentera. Como director y como guionista nos dejó un valioso y breve legado. Y descubrirle en cada película se convierte en un pequeño lujo. Ahora le llegó el turno a su segunda película como director (y guionista), Navidades en julio y muy recomendable para verla en estas fechas y en estos momentos. El poder disfrutarla me ha hecho plantearme una tarde de lujo con el visionado de tres películas que hablan de lo mismo: … Y el mundo marcha (The Crowd) de King Vidor, la que ahora nos ocupa y El apartamento de Billy Wilder. Aseguro una tarde plagada de emociones pero también de reflexiones profundas sobre el mundo que habitamos. Las tres nos harán vivir momentos amargos, pero también dibujarán una sonrisa en el rostro… porque son como la vida misma… con tragedia y comedia a la vez. Y quizá la que ‘parece’ más ligera de todas sea Navidades en julio pero escarbando un poco descubrimos que no es así…

Además esta película ya nos descubre a un Sturges que no sólo es un buen guionista sino que sabe contar a través de la cámara, con un buen uso del lenguaje cinematográfico. Que escribe con la imagen y nos deja fotogramas para el recuerdo, que filma y hace volar al espectador. Y, otro punto interesantísimo con el que cuentan estas comedias (y las de Lubitchs, La Cava, Leisen, Capra, Cukor, Hawks…): unos personajes secundarios que aunque sólo aparezcan en una escena tienes ya toda su historia…

Preston Sturges sin contar todavía, como director, con la absoluta confianza del estudio (Paramount) en sus dos primeras películas no obtuvo ni un presupuesto desorbitado ni estrellas (pero sí consiguió una rutilante galería de buenos secundarios)… así la pareja protagonista de Navidades en julio da una cierta autenticidad a la historia porque no eran grandes estrellas del firmamento cinematográfico sino actores con rostros de ciudadanos normales y corrientes que tratan de sobrevivir en el día a día. Jimmy y Betty tienen el rostro de Dick Powell (que en los años 30 había conseguido mucha popularidad en los primeros musicales como Calle 42) y Ellen Drew (que nunca consiguió el estatus de estrella). Jimmy y Betty son unos jóvenes novios que viven en un barrio humilde con lo justo, que sus padres son trabajadores humildes como ellos, y que sueñan con prosperar un poco en la vida, con destacar por encima de la multitud… están enamorados y tienen sueños, muchos sueños de una vida mejor. Ahora esperan ilusionados el resultado de un concurso al que se ha presentado Jimmy: encontrar un slogan para una importante marca de café… Y mientras tanto su día a día transcurre en una oficina de la compañía cafetera de la competencia, entre un montón de compañeros… en una interminable fila de mesas. Una broma de tres compañeros que mandan un telegrama falso… les hará creer durante unas horas que sus sueños se han hecho realidad… y llevarán a su humilde barrio unas Navidades en pleno julio…

Aparentemente Sturges realiza una comedia ligera pero sin embargo ofrece una reflexión seria sobre cómo las oportunidades del ‘sueño americano’ sólo les llega a unos pocos (no están al alcance de todos) y realiza una crítica mordaz al sistema capitalista que lo sustenta (advirtiendo sobre su cara oscura y que alimenta las desigualdades). Como otros directores de la época Sturges sí que apuesta por la vida en comunidad y por la solidaridad entre vecinos y compañeros para que el día a día sea menos duro…, por eso, al final de Navidades en julio queda una sonrisa. El jefe de la sala donde trabaja Jimmy también le dice una cosa al protagonista: está bien soñar y aspirar a lo más alto pero también hay que saber vivir con el fracaso y pensar que aunque la oportunidad soñada no llegue la vida tal y como viene también puede ser un éxito si se admite esa posibilidad de fracaso… (y yo me pregunto ¿es triste o alegre esta afirmación? ¿Veis cómo Sturges no es tan ligero?).

Preston Sturges empieza Navidades en julio de una manera portentosa… sus protagonistas están en el ático de un edificio con una radio esperando el resultado del concurso. Ahí en una noche estrellada y esperando ilusionados el resultado, sueñan, dicen en alto sus aspiraciones, discuten y finalmente se aman… El arranque no podría ser mejor. Soñar en las alturas. Por supuesto entre medias sentimos que se encuentran en un barrio vivo con muchos vecinos y también lo que va a hacer posible la broma de mal gusto de los compañeros de trabajo: el resultado no se emite por la radio esa noche porque el jurado no ha llegado a un veredicto…

Navidades en julio tiene un momento genial que es cuando los jóvenes novios llegan a su barrio humilde repletos de regalos para todos los vecinos y la calle se convierte en una fiesta… En ese momento llega la interrupción del sueño, los empresarios quieren arrebatar esa ilusión conseguida (por un malentendido y una broma pesada de unos arrepentidos compañeros de trabajo)… y todo el barrio se rebela (hay una pequeña victoria contra aquellos que ponen difícil el que todo el mundo tenga una oportunidad de prosperidad) porque se unen para que continúen esas Navidades en pleno mes de julio.

… Preston Sturges como siempre dando buenas sorpresas…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Dramaturgos que se convierten en guionistas…

1.- Este post ha surgido de mi cabeza porque ayer tuve el privilegio de vivir un momento artístico único e irrepetible: la lectura dramatizada de Eslavos de Tony Kusher en el ciclo El legado teatral del siglo XX. La Escena a la escucha de la historia (coordinado por Le monde diplomatique y Nuevo Teatro Fronterizo) en el auditorio de La Casa Encendida.

No me harté de aplaudir al final porque todo el elenco de actores estuvo sensacional pero además fue la primera vez que tuve la oportunidad de acercarme a una obra del dramaturgo Tony Kusher… en una obra que refleja la caída de la URSS y una reflexión inteligente sobre el socialismo con una pregunta formulada al final que sigue vigente ante la situación histórica actual: “¿Qué hacer?”.  Y una reflexión aguda sobre lo que supone responder esa pregunta… pero también queda claro que sólo respondiéndola se puede dar la posibilidad del cambio y la transformación… con todos los riesgos de que quien la responde somos nosotros, los seres humanos, terriblemente humanos, imperfectos, contradictorios, capaces de las mayores transformaciones y las mayores atrocidades. El equilibrio es lo más complejo de encontrar…

No quiero dejar de nombrar a ninguno de los actores que leyeron Eslavos porque todos captaron mi atención de principio a fin: Chema de Miguel, Juan Fernández, Amanda García, Lara Grube, Lola Manzano, Pedro Miguel Martínez, Inés Narváez y José Sanchis Sinesterra. La versión leida fue la de Carla Matteini y la dirección y adaptación dramatúrgica para la lectura fue llevada a cabo por Natalia Menéndez.

Así me entero entonces que Tony Kusher también tiene vínculos cinematográficos. Y una estrecha relación profesional con Steven Spielberg. El dramaturgo coescribió junto a Eric Roth el guion de Munich. Y también es el guionista único de Lincoln, última película rodada por Spielberg y que todavía no ha llegado a nuestras salas oscuras.

2.- Así empiezo a atar cabos y a recordar otros dramaturgos que hayan escrito guiones (algunos incluso han dirigido). Me viene a la cabeza Harold Pinter porque ya había escrito un post sobre él hace tiempo y sus conexiones con el cine a través de los guiones escritos. Su trabajo más reciente fue el remake de La huella… pero han sido varios sus trabajos cinematográficos. Tuvo una relación profesional interesante con Joseph Losey, de esta unión surgieron los guiones de: El sirviente, Accidente y El mensajero. Pero el nombre de Pinter está detrás de otros guiones que merece la pena recordar como puede ser el de La mujer del teniente francés.

3.- Entonces recupero a David Mamet, dramaturgo pero también guionista y director. Mamet se convierte en objeto de estudio interesantísimo. No sólo es un guionista solvente sino también un director a tener en cuenta. Y además ha adaptado varias de sus obras teatrales al lenguaje cinematográfico. Así nombro la impresionante Glengarry Glen Ross: éxito a cualquier precio (una película para volver a ver sobre todo en los tiempos que corren). También llevó a la pantalla su obra American Buffalo. La desconocida para mí El buque del lago (que dirigió el actor Joe Mantegna). Y, por último, Edmon (que tampoco he visto). Pero no puedo quitarme de la cabeza que fue Mamet quien elaboró el guion de esa joya que funde cine y teatro (y que curiosamente ya nombré en el post anterior): Vania en la calle 42 donde el espíritu de Chejov pulula por los fotogramas…

4.- Viene a mi cabeza Arthur Miller, un dramaturgo que me encanta, y su unión con el cine no sólo fue por su boda y triste historia junto a Marilyn Monroe (o porque muchas de sus obras teatrales hayan tenido sus versiones cinematográficas) sino porque creó un guion único para una película de ilusiones perdidas que dirigió John Huston y que fue protagonizada por actores crepusculares en unos papeles intensos: Marilyn Monroe, Clark Gable y Montgomery Clift (para Gable fue su última película, Monroe no terminaría la siguiente y Clift apenas rodaría algún trabajo más) todos ellos acompañados por Eli Wallach que todavía sigue en las pantallas de cine (El escritor de Polanski). Me refiero a Vidas rebeldes, el guion original para el cine de Arthur Miller, todo un dramaturgo.

5.- Por otra parte nos encontramos con Tennessee Williams, otro dramaturgo (también cultivó la novela y el relato) que amo con locura. Prácticamente toda su producción teatral (y también sus escasas novelas y algún relato) fue llevada al cine pero él participó en muchas de las adaptaciones cinematográficas (bien coescribiendo con otros guionistas o en solitario). Quizá su contribución más curiosa fue sus pinceladas (diálogos) al guion de Senso de Luchino Visconti porque no tiene nada que ver con su creación literaria. Uno de los directores que lo tenía como figura de cabecera fue Elia Kazan. De este modo Baby Doll tuvo como único autor del guion a Tennessee Williams. Pero su firma también está presente en los guiones de dos películas que adaptaron dos de sus obras más desconocidas y surgieron dos películas a reivindicar: Piel de serpiente y La rosa tatuada que además suponen la contribución de una maravillosa Anna Magnani al cine norteamericano.

6.- Y cierro el post con otra posibilidad: el dramaturgo que también se convierte en actor de cine además de guionista y director. Me refiero a Sam Shepard. Su rúbrica está en la aventura estadounidense de Antonioni, Zabriskie Point. O él es el único firmante del guion de una de las películas más recordadas de Win Wenders, París, Texas. Su rostro como actor ha paseado por películas tan diferentes como Días del cielo, Magnolias de acero, Mátalos suavemente o la española Blackthor.

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César debe morir (Cesare deve morire, 2012) de Paolo y Vittorio Taviani

Julio César entre rejas. Y un preso, que ha sido durante más de seis meses Casio, vuelve a su celda en el ala de máxima seguridad tras la representación final en el escenario del salón de actos de la cárcel de Rebbibia. Vuelve a las cuatro paredes que le rodean ya de por vida porque su condena es cadena perpetua por homicidio… y dice en voz alta: “Desde que he conocido el arte, mi celda se ha convertido en una cárcel”. Entonces va a su mesa, coge su cafetera y empieza a prepararse un café… fundido en negro. César debe morir de los Taviani ha terminado.

Los Taviani logran una unión emocionante entre cine y teatro puro. Yo hacía tiempo que no sentía esa comunión mágica entre dos de mis pasiones, una intensidad similar a la que sentí a principios de los noventa (en el pasado siglo…) cuando vi Vania en la calle 42 de Louis Malle. Así en César debe morir, los octogenarios directores (algo que sale siempre a relucir… su edad), dejan una obra cinematográfica que bebe de la esencia de la dramaturgia y donde las fronteras entre realidad, ficción, representación… se mezclan a sus anchas ofreciendo al espectador todo un abanico de emociones. Y yo si que destaco su edad, octogenarios, porque varios directores que sobrepasan los ochenta están creando un cine libre y sin ataduras (lo último que viene a la cabeza es Alan Resnais y Las malas hierbas).

¿Y cuáles son los ingredientes de esta obra cinematográfica? En un escenario real (las distintas dependencias de una cárcel romana), un grupo de reclusos ensayan Julio César de William Shakespeare para terminar representándola ante un público en el salón de actos del centro penitenciario. Su estructura es circular y llena de fuerza. Los hermanos Taviani nos muestran primero la escena final de Julio César, la muerte de Bruto, la alegría de la obra bien terminada frente a un público entregado y la entrada de nuevo a la rutina diaria de los presos en sus celdas… en colores templados. Cuando se cierra una de las celdas, vivimos un largo flash back en blanco y negro donde ante nuestros ojos se desarrollan la preparación y los ensayos antes de la representación. Desde la presentación del proyecto ante los presos con la presencia del director Fabio Cavalli, hasta el casting para la selección de los presos que representarán los diferentes personajes pasando por los ensayos en distintas partes de la cárcel (las propias celdas, los pasillos, los patios…) debido a que el salón de actos está de obras.

El espectador ve Julio César pero con los rostros de unos actores con tales experiencias en sus vidas que se empapan de la fuerza de los personajes shakesperianos vomitando una autenticidad emocionante. De tal forma que a veces no sabemos ya lo que es ensayo y lo que es real. Cada uno de los reclusos aporta al personaje su propio bagaje… y lo expulsa sin barrera alguna derramando una emoción intensa. El director Cavalli les pide que cada uno se exprese en su dialecto y que se empapen de sus personajes… y ellos, que como dice Casio, tienen todo el tiempo del mundo, se empapan sin máscaras. Así los rostros de Casio, Bruto, Marco Antonio, Julio César, Octavio, el adivino, los conspiradores se mezclan con los rostros con mucha historia en las arrugas de la cara y en la mirada de los condenados por crimen organizado, tráfico de drogas, homicidio…

Así es emocionante vivir, puro cine, rostros puros, el proceso de casting. Ser testigos de la muerte de César por parte de los conspiradores (con una intensidad dramática que lleva al espectador al borde del abismo) y escuchar los dos famosos monólogos de Bruto y Marco Antonio… en las dependencias carcelarias. Así volvemos de nuevo a la representación final con un conocimiento no sólo de la obra sino de los rostros que ‘crean’ de nuevo el universo de William Shakespeare… para que alcance todo su dramatismo la última frase de aquel que durante seis meses se convirtió en Casio.

Esta obra cinematográfica de los Taviani (me confieso totalmente inculta de su trayectoria en el cine italiano… digamos que esta película ha sido la primera puerta que franqueo de su obra… y también recuerdo pero hace ya mucho tiempo, y sólo tengo imágenes sueltas en mi mente, que vi Buenos días, Babilonia) no sólo tiene valor como tal sino también un bagaje externo interesantísimo. Porque estos talleres de teatro son reales en distintas cárceles italianas y algunos de los reclusos una vez que han cumplido su condena siguen esta puerta abierta de la representación. Por ejemplo en la película de los Taviani el recluso que tiene el rostro de Bruto se llama Salvatore Striano y ya cumplió su condena (fue puesto en libertad en 2006) pero a partir de estos talleres se dedicó a la interpretación y ha aparecido en varias películas italianas entre ellas Gomorra de Matteo Garrone. Es el único actor de la película de los Taviani que ha regresado al centro penitenciario sólo para actuar. El propio Matteo Garrone que conoce estos talleres, ha elegido como actor principal de su nueva película Reality (que todavía no he tenido oportunidad de ver) a Aniello Arena que continua cumpliendo condena en una prisión pero para el rodaje se le concedió un permiso especial. Aniello Arena es un partícipe activo de uno de estos talleres de teatro.

Así César debe morir pone de manifiesto como el arte puede ser una puerta abierta, una posibilidad de redención, de acceder a otros caminos, de reflexionar sobre la situación personal de cada uno, de indagar en el interior de las personas y que pueda salir lo mejor, algo que compartir con los demás… Unos hombres condenados y encerrados entre cuatro paredes son capaces de ofrecer, de dar arte, de emocionar.

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La sombra del diablo (The Devil’s Own, 1997) de Alan J. Pakula

Alan J. Pakula no sabía que La sombra del diablo iba a ser su última película. Tenía 70 años y seguía activo en el mundo del cine pero un fatal accidente de tráfico convirtió  esta obra en su testamento cinematográfico. Recuerdo que en el momento de su estreno fue un fracaso de público y crítica y, por otra parte, se valoró u ocupó más páginas el ‘enfrentamiento creativo y de egos’ entre sus dos protagonistas que parece ser no se llevaron nada bien durante el rodaje: Harrison Ford y Brad Pitt. Sin embargo yo fui a verla a la sala de cine en el momento de su estreno y no sólo me gustó mucho sino que me pareció muy acorde con la trayectoria de Pakula como director. De hecho las veces que la he pillado por la televisión la he visto, cuando salió en vhs la coloqué en mi colección de películas y en estos momentos también tengo mi correspondiente dvd. Así que ahora que la acabo de ver de nuevo recientemente voy a tratar de explicarme y sugerir aquellos puntos clave por los que me parece una buena película que permite un interesante análisis.

La sombra del diablo me parece un buen thriller con un sentido del ritmo que dosifica la tensión, la intensidad y el suspense. Además es un thriller con momentos intimistas que van enriqueciendo tanto la trama como las decisiones y acciones que tienen que ir tomando sus protagonistas. Como era habitual en Pakula toma un tema complejo y conflictivo para desarrollar el argumento. Esta vez indaga en el conflicto irlandés y el terrorismo. Su protagonista es Francis Austin McGuire (Brad Pitt), miembro del IRA, que después de salir indemne de un operativo montado para eliminarle, el jefe de su comando decide enviarlo a Nueva York para que adquiera más armamento. Allí sus contactos irlandeses (un respetado miembro de la Justicia) le proporcionan un hogar: el sótano en casa de una familia de origen irlandés cuyo padre de familia, Tom O’Meara (Harrison Ford), es un policía veterano en Nueva York. Entre ambos surgirá una intensa relación y dos formas de entender la vida y la violencia (dos maneras de entender el conflicto). Frankie (que se hace llamar Rory) lo mira desde la perspectiva de un irlandés que está conviviendo continuamente con la violencia en su piel, desde que era un niño. Tom O’Meara tiene la visión de un hombre que ha vivido durante años fuera del corazón del conflicto (y sin embargo cada día se enfrenta también a todo tipo de violencia debido a su profesión) y que cree que la violencia no es el camino para la resolución del conflicto. Sus miradas diferentes las resume a la perfección el joven Rory cuando en dos momentos clave de la película le recuerda al veterano policía que lo que esta ocurriendo no es una historia americana, sino una historia irlandesa…

Los ojos de Pakula creo que son los de Tom O’Meara… aquel que se acerca con respeto a un conflicto que no llega a entender del todo (o que lo ‘observa’ como testigo) pero que cree firmemente que hay otro camino distinto para conseguir la resolución del problema, y que ese camino no es la violencia aunque ésta diariamente se empeñe en resurgir una y otra vez de mil maneras diferentes… Al final La sombra del diablo es un estudio sobre la violencia instalada en el seno de las sociedades y la mella que hace en los ciudadanos (la violencia sólo genera más violencia). Por eso la película crea situaciones que hacen reflexionar al personaje encarnado por Harrison Ford cuando dos de las personas que más le importan en el momento que transcurre la película (su compañero de fatigas —Ruben Blades— y el nuevo inquilino con el que establece pronto fuertes lazos como los de un padre y un hijo) le ponen en una encrucijada moral precisamente por temas relativos a la violencia. Por eso es importante ese momento festivo en el que Tom se quiere fotografiar con los dos amigos donde se muestra su cariño y lealtad hacia ambos personajes antes de que surjan los conflictos… y cómo intenta seguir siendo un hombre bueno, coherente y justo. Y cómo porque quiere a ambos le resulta difícil encontrar la decisión o forma de actuar adecuada.

La dificultad de encontrar una solución y un acercamiento entre las partes en el largo conflicto irlandés queda totalmente reflejada en la conversación que mantiene el joven terrorista con uno de sus contactos irlandeses en Nueva York, una joven, hermana de otro miembro del IRA ya fallecido. Él habla de que  “claro que hay culpabilidad” y añade que “todo el mundo tiene sus fantasmas” para terminar diciendo que en ese conflicto y con el paso de los años “nadie es inocente”. La película refleja cómo pasan los años y como la virulencia y la incapacidad de diálogo (sólo la violencia como salida por ambas partes del conflicto) merman la capacidad de una posible tregua de paz. De hecho la película empieza en 1972 en una ruptura de paz (donde vemos como Frankie convive desde niño, con la brutal muerte de su padre, con una violencia endémica), de tregua, y continúa en 1992 cuando la imposibilidad de unas bases sólidas para trabajar hacia la paz continua con la ola de violencia… Tom O’Meara no está de acuerdo con que Rory esté comprando armamento para llevarlo de vuelta a Irlanda (ni con su historial terrorista) pero también se posiciona respecto a la forma de actuar del Gobierno británico (sus agentes encuentran colaboración en el FBI). Tom no aprueba que directamente ‘eliminen’ a Frankie/Rory, sin ni siquiera detenerle y juzgarle por los cauces democráticos y judiciales.

Pero la visión de La sombra del diablo sigue siendo interesante cuando nos centramos también en el personaje encarnado por Brad Pitt (Frankie/Rory), un chico duro a base de vivir desde siempre con la violencia en sus carnes cuando también es consciente de que en su vida no hay paréntesis posible. Cuando descubre que siempre vive en una espiral de violencia. Cuando descubre que aunque se aleje de su Irlanda natal, la violencia sigue incrustada en todas las partes del mundo y en Nueva York se cruza con una violencia salvaje que rodea también la ciudad. Allí se la encuentra con un hombre de negocios (Treat Williams) que se maneja en el mercado negro y que no tiene ningún miramiento para ser absolutamente exacerbado y violento en sus métodos para conseguir sus fines (el dinero de su negocio). Ahí Rory es consciente de que le es imposible huir de la violencia y fracasa en proteger a esa familia que le ha hecho sentir nostalgia sobre lo que es pertenecer a un núcleo familiar…, fracasa en sentir que es posible ‘sentir normalidad’, querer a las personas cercanas, tener la oportunidad de establecer una relación con una joven o poder disfrutar de veladas tranquilas y sin sobresaltos con sus amigos… Así que determina (después de una cadena de actos violentos en los que trata de deshacer los nudos imposibles de una madeja) regresar a la violencia que conoce pero que sabe que es también un callejón sin salida posible, sin esperanza alguna…

Así que La sombra del diablo teje una interesante trama que permite recovecos y reflexiones. La película me emociona sorprendentemente en los lazos que se establecen entre el policía y el joven terrorista donde ambos protagonizan varios diálogos que denotan la dificultad del conflicto y de su relación y sin embargo reflejan que el acercamiento es posible y que ambos terminan entendiéndose (respetándose y queriéndose) aunque no tienen oportunidad alguna de desarrollar esa relación que podría quizá haber abierto una puerta o haber permitido un mínimo rayo de luz.

Para terminar La sombra del diablo deja dos apuntes interesantes para su desarrollo: la relación e influencia irlandesa en el cine americano y las distintas maneras de reflejar al terrorista y el terrorismo en una pantalla de cine (éste es un estudio complejo y profundamente interesante…). Por ejemplo, el conflicto irlandés puede ‘contarse’ a través de la sala de cine desde distintas miradas y puntos de vista: desde los tiempos de El delator, El hombre tranquilo pasando por Carol Reed y la maravillosa Larga es la noche, aterrizando en En el nombre del padre, En el nombre del hijo, The boxer o El viento que agita la cebada.

Por todos estos aspectos creo que la última película de Pakula (perfectamente articulada y construida), La sombra del diablo, merece la pena ser vista y analizada de nuevo…

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El festín de Babette (Babettes gæstebud, 1987) de Gabriel Axel

No éramos muchos en la sala pero hubo un sentimiento unánime de risas, suspiros y un estado de tranquila felicidad mientras ante nuestros ojos nos contaban una historia que transcurría en una remota aldea danesa a finales del siglo XIX. El festín de Babette es una perfecta adaptación cinematográfica del relato de Isak Dinesen (que todo el mundo relaciona con Karen Blixen y sus Memorias de África, libro de carácter autobiográfico y también con una versión cinematográfica absolutamente alejada de las palabras escritas) y su nuevo visionado (es un bienvenido reestreno) me hace que asocie las sensaciones que siento ante esta película con otras dos memorables incursiones cinematográficas al mundo del relato. Así esa unión sagrada de los placeres de la vida (el arte, la sensualidad, la reunión y los ritos que conlleva, las celebraciones, las relaciones personales…) con lo trascendental y espiritual me viene a la cabeza cuando visiono  otras dos películas: Los muertos (curiosamente también de 1987) de John Huston que lleva a la pantalla a la perfección el cuento del mismo título de James Joyce y, por otra parte, me voy con Max Ophüls que en El placer (1952) adaptó tres cuentos de Guy de Maupassant, el fragmento central lo ocupa una magnífica adaptación cinematográfica del cuento La casa Tellier (1881).  Deparo buenos momentos ante la lectura de estos tres relatos y después disfrutando de sus adaptaciones cinematográficas. Unión entre lo más mundano y placentero con un sentido de la trascendencia que promete una tranquila catarsis en el lector o espectador.

El festín de Babette te sumerge en una historia delicada e intimista a través de una voz en off femenina que te va guiando hasta desaparecer para que tome un total protagonismo el anunciado festín y las reacciones que provoca en cada uno de los comensales. Los paisajes en esa aldea perdida, el mar, el frío, el cielo lleno de estrellas, el ambiente austero y silencioso de sus habitantes, la luz natural… envuelven todo en un abanico de placenteras sensaciones. Y nos arrastra a la historia de dos hermanas, hijas de un pastor, que son su mano derecha e izquierda y deciden dedicar su vida tranquila a buenos actos con sus vecinos, a un amor trascendente sin vivir un amor pasional y terrenal. Sin embargo hay dos momentos en que dichas hermanas se podían haber entregado a la pasión terrenal. Martine con un oficial Lorens Loewenhielm y Philippa con Achille Papin, un cantante de ópera francés. Los dos encuentros marcan profundamente a estos hombres y suponen un nuevo camino y sentido de la vida. Años más tarde ambos vuelven a aparecer de distintas maneras en la aldea perdida danesa donde viven las hermanas y los cada vez más ancianos seguidores del pastor fallecido, alterando sus austeras y tranquilas existencias…

Achille Papin regresa en forma de carta en manos de una misteriosa mujer, Babette, que pide el auxilio de las hermanas para tener un techo y quedar a su servicio. Tan sólo sabemos por la carta de Papin que huye de París durante el periodo de la Comuna que fue duramente reprimida, que se ha quedado sola sin su esposo e hijo que han fallecido y que sabe cocinar. A partir de ese momento Babette silenciosa se hace imprescindible facilitando la vida de toda la aldea y dando una nota austera pero ‘exótica’ a la vez. Su único punto de unión con París es un billete de lotería que compra todos los años a través de un amigo… y que un día en forma de carta se le informa de que le ha tocado. A partir de ese momento las hermanas están seguras de que Babette se irá de su lado así que no ponen peros cuando su fiel sirvienta les pide realizar y pagar una cena francesa para sus feligreses y ellas mismas en el aniversario del nacimiento de su padre, el pastor… Los preparativos de la cena alterarán a las tranquilas hermanas que ven cómo en su casa entran perdices, vinos, una tortuga gigante… y Martine tras una horrible pesadilla siente que debe avisar a los comensales de que aquello puede ser una “aquelarre de brujas” y todos comprenden y la dicen que se tranquilice, que no harán caso de absolutamente nada de lo que tomen… Inesperadamente el día de la celebración llega otro invitado distinguido, aquel joven oficial que se enamoró de Martine, ahora un hombre de mundo y con una importante carrera profesional, conocedor de sabores y buenos banquetes.

Así llegamos a la parte más maravillosa de la película que es esa preparación de la gran cena por parte de Babette en la cocina, toda una artista capaz de causar sensaciones, emociones y felicidad incluso en gentes que jamás se han preocupado de matices y variedades en los sabores… y la propia cena en ese comedor que en un principio se niega a disfrutar, excepto el inocente oficial que nos revelará el origen de la misteriosa cocinera, y esos feligreses que sucumben a un festival culinario arreglando antiguas rencillas, hablando de cosas trascendentes y emocionándose ante cualquier mirada o palabra. Y el espectador sufre esa transformación con todos ellos y observa cómo la directora y artista de todo es una Babette creadora que se adueña de la cocina y del momento derrochando todo su amor y su saber hacer en esa ‘última cena’.

Gabriel Axel (1918) es un director danés que sólo ha sobrepasado las fronteras de Dinamarca con esta película pero sin embargo ha trabajado durante muchísimos años en el cine y la televisión de su país. Yo no conozco nada más de su obra cinematográfica pero El festín de Babette es una película que me provoca emociones intensas. Y en cada visionado me fijo en nuevos detalles que convierten en una aventura el volver a verla (sobre todo es un festival de rostros que no se olvidan). Una película sobre lo sensual y lo espiritual y su hermosa unión con un excelente banquete de recetas exquisitas acompañadas de las bebidas adecuadas, un buen vino tinto, un suave champán o un delicioso amontillado… y de fondo una hermosa canción. Después quizá nos apetezca dar la mano a los demás comensales, rodear un pozo y cantar felices bajo las estrellas… O quizá nos dé por repetir una frase del oficial: “esta noche he aprendido que en este hermoso mundo nuestro todo es posible”…

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Skyfall (Skyfall, 2012) de Sam Mendes

Una escena clave: James Bond se encuentra sentado en un banco del National Gallery de Londres frente un cuadro de Turner: El Temerario conducido al desguace. Ahí se encuentra con Q un joven innovador y creativo que será el que le proporcione los dispositivos electrónicos necesarios para que 007 pueda llevar a cabo sus misiones. Q parece recién salido de la Universidad y 007 es un héroe cansado, su diálogo en este primer encuentro pone en evidencia el choque entre dos generaciones y dos maneras de enfocar la vida… que lejos de entrar en colisión cooperarán en un futuro próximo. El cuadro que observan simboliza lo viejo y lo nuevo y cómo puede ser posible que lo nuevo no lleve a lo viejo al desguace sino que cooperen. Así ocurre lo mismo con el espectador ante una nueva película de la saga Bond (que cumple ya 50 años)… Bond, James Bond es un mito cinematográfico que ha ido evolucionando con los tiempos y cambiando de rostro, ha estado en lo más alto y en lo más bajo en la estima de los cinéfilos, pero ahí sigue con el paso de los años y de vez en cuando deparando sorpresas como Skyfall… un héroe viejo que sobrevive en nuevos tiempos. Sam Mendes advierte al espectador de manera sutil: ésta es otra película de Bond, y es lo que vas a ver y reconocer. Así se lo dice el agente 007 a Q cuando le preguntá qué ve en ese cuadro: “Yo sólo veo un puto barco”. Pues eso otra película de Bond… pero con sangre nueva. Sam Mendes enriquece la psicología de los personajes con un ritmo vertiginoso y dispara la adrenalina del espectador desde la escena anterior a los créditos. Ahí agarra la mirada del espectador y ya no la suelta. Sam Mendes logra abrir nuevos caminos para que James Bond siga protagonizando otras aventuras posibles.

Así Mendes no claudica de los signos identificativos de la saga Bond: escenarios exóticos, persecuciones que disparan la adrenalina (la escena de apertura es magnífica para retener la atención del que mira), importancia de los créditos, un malvado carismático (pero con profundidad psicológica), chicas Bond bellas (una buena, agente cómplice; otra con aires de mujer fatal que finalmente, como suele ser habitual, se transforma en víctima), personajes secundarios (convirtiendo esta vez a M en un personaje principal de la trama) que acompañan a Bond en la resolución de su nueva aventura, canciones para los coleccionistas de bandas sonoras, trajes de etiqueta para nuestro agente (que sigue llevando corbata o pajarita como nadie incluso pegando bofetadas o dando doble pirueta mortal en el aire), sensualidad, un reconocible sentido del humor… Pero además el director pone su propia firma y añade elementos interesantes dando una dimensión más amplia a la personalidad del agente con el rostro de Daniel Graig. El rostro del agente tiene luces y sombras con traumas del pasado. Sam Mendes emplea lenguaje cinematográfico para narrarnos las nuevas aventuras de 007 y podemos quedarnos en la superficie o adentrarnos en su mundo simbólico.

Dentro de ese mundo simbólico el director no duda en ‘matar’ en la primera escena antes de los créditos a 007 y mostrar así su faceta de vulnerabilidad (no es un héroe eterno, no es un héroe que siempre triunfe en sus misiones)… lo hunde en el fondo de las aguas (ahí empiezan los creditos) para hacerle renacer con sus luces y sombras pero con fuerzas para seguir siendo ese agente 007 con licencia para matar que representó en sus orígenes el reflejo de un héroe europeo en plena Guerra Fría.

Así nos encontramos ante un agente que se siente traicionado, cansado, desentrenado, apático y con traumas de infancia y problemas de alcoholismo (Daniel Graig se muestra como un tipo duro de verdad en esa escena del alacrán en la misma mano donde sostiene una copa de alcohol que consume sin temblar…)… pero leal a lo único que le permite tener raíces y los pies en la tierra: el equipo de inteligencia británica liderado por M con mano férrea durante décadas. Así es significativo que el director ponga en evidencia algo que ya sabíamos: James Bond es un hombre solitario, sin raíces de ningún tipo. Si desapareciera muy poca gente lo echaría realmente de menos. Eso sí deja su sex appeal intacto así es significativa esa imagen de un 007 con una toallita blanca dispuesto a afeitarse con una navaja (de nuevo lo viejo y lo nuevo) y la aparición de esa agente cómplice que le sienta en una silla y empieza ella misma a afeitarle…

Y cuando el trabajo de M no sólo queda cuestionado sino también su persona (y la de los demás agentes) está amenazada… Bond vuelve, a pesar de las heridas. Vuelve para buscar a aquel que está atacando a esa M, que se convierte (con el rostro de Judie Dench) en una especie de madre rígida que pone disciplina entre sus polluelos (los agentes) y que como toda madre siente más preocupación por unos que por otros (aunque trata de que no se le note demasiado). Así Mendes sigue construyendo esta ‘extraña familia’ y nos mete de lleno en una historia de psicoanálisis cuando se descubre que el malvado con cara de Javier Bardem no es otro que un antiguo agente despechado. Y como en los melodramas más extremos Silva, el agente malvado, quiere enfrentarse de nuevo a esa madre que lo dejó desprotegido y quiere también la rebelión del otro agente-rata y ‘hermano’ a la vez. Pero Bond mantiene intacta su lealtad. Así el enfrentamiento está servido y tendrá una culminación shakesperiana, psicoanalítica y melodramática (pero llena de tensión y acción) en tierras lejanas y vinculadas con el pasado del agente. Y en ese enfrentamiento entra otra vez en acción ese enfrentamiento entre lo nuevo y lo viejo que recorre toda la película (con ayuda de un personaje que regresa del pasado íntimo de Bond con el rostro de Albert Finney).

Mendes no sólo muestra referencias cinéfilas de la propia saga (y devuelve a Bond a los orígenes escoceses del primero que lo representó, Sean Connery) sino que introduce elementos cinematográficos que identificamos de otras obras cinematográficas así Skyfall es una palabra que representa un pasado (algo parecido a Rosebud), el pasado del propio agente. Y la ‘estética’ del malo y su comportamiento recuerda a malos malísimos magnéticos como el Hannibal Lecter de El silencio de los corderos. También hay una escena que trae un recurso empleado por Coppola en Apocalipsis Now… y es un helicóptero amenazante que expulsa música por sus altavoces.

Así Sam Mendes deja a un Bond, vivo y dispuesto para otras aventuras trepidantes y llena la galería de nuevos personajes carismáticos que seguirán acompañando a 007 (el nuevo Q o Gareth Mallory, con cara de Ralph Fiennes, con un papel relevante en el M16) así como cierra la puerta a otros míticos dentro de la saga.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

 

En el ojo del huracán (Storm center, 1956) de Daniel Taradash

He aquí una película interesante como documento cinematográfico en sí que además desarrolla una buena historia para generar debate y que adquiere hoy primordial importancia. En el ojo del huracán contiene además muchos elementos de análisis que hacen que su visionado proporcione muchos frentes. Una película sobre cómo es más fácil manipular a una sociedad con miedo, sin capacidad de elección, sin apenas cultura y secuestrando la libertad. Una película que habla de los ‘peligros’ de tener conocimientos, información y ser cultos para la clase dominante y más en situaciones de crisis económica y social…

Bette Davis… buscando su lugar

Bette Davis la reina de las pantallas durante los años 30 y 40…, podía ser la más mala entre las malas o una mujer fuerte todo carácter, siempre protagonista de los más apasionados dramas y melodramas. Sin embargo en 1956 era una actriz madura que no encontraba su sitio en Hollywood y que su último gran éxito había sido Eva al desnudo en 1950.  Tenía 48 años y seguía siendo grande pero relegada al olvido. Este año, no obstante, pudo dar un giro a su carrera hacia una senda interesante de papeles cotidianos y realistas sobre temas sociales en las manos de una generación de directores y guionistas progresistas que iban dejando atrás la sombra de una Caza de Brujas que llegaba a su fin. Durante este año protagonizó no sólo la película que nos ocupa donde se convertía en Alicia Hull, una bibliotecaria de una idílica localidad norteamericana, que vive la peor de sus pesadillas al negarse retirar de sus estanterías una libro de la sección de Teoría política: El sueño comunista, sino también una pequeña obra de ‘neorrealismo americano’, Banquete de bodas de Richard Brooks (que estoy a punto de disfrutarla) donde Bette Davis es una madre humilde, casada con un hombre con rostro de Ernest Borgnine, que quiere ofrecer la mejor de las celebraciones a su hija (sin que ella se lo pida porque prefiere una ceremonia discreta y sencilla).

Esta que podría haber sido una senda rica en papeles para la actriz no tuvo sin embargo continuidad en años posteriores donde no volvió a brillar hasta que se convirtió (con permiso de Annie Manzanas) en el máximo exponente del grand guignol con su aparición en ¿Qué fue de Baby Jane? (1962). En parte también se debió a que el propio Hollywood y sus sistema de estudios estaba sufriendo su propia transformación…

Así, no obstante, 1956 pone en evidencia que Bette Davis podría todavía haber ofrecido muchos registros e interpretaciones interesantes y que no tenía por qué retirarse al ostracismo… Bette Davis no ponía peros a la hora de demostrar su valía aunque el papel de la bibliotecaria Alicia Hull no fuera pensado para ella en un principio. Este proyecto fue rechazado por varias actrices antes de que ella lo interpretara. Cuando se esbozó esta historia el personaje estaba pensado para que supusiera la vuelta de Mary Pickford a las pantallas cinematográficas… pero no fue así.

Daniel Taradash un guionista detrás de las cámaras. La Caza de Brujas

En el ojo del huracán es de esas pequeñas películas que son una singularidad por varios motivos, entre otros, porque fue el único trabajo como director cinematográfico de Daniel Taradash, un buen guionista y un discreto (no arriesgó nada a la hora de cómo contar su historia a través de la cámara) pero eficaz y correcto director en su único trabajo cinematográfico como tal. La fuerza de Taradash tras la cámara es contar con una historia potente (que hoy no ha perdido vigencia) a través de su propio guion en colaboración con Elick Moll y conseguir un buen reparto para llevarla a buen puerto. Y también en su empeño en llevar este proyecto a cabo costase lo que costase. Finalmente lo consiguió.

La intensidad de la Caza de Brujas iba cambiando cuando su máximo instigador, el senador Joseph Mcarthy y sus métodos eran puestos en duda por el propio Senado (la caída de su ‘reinado’ fue a partir más o menos de 1954). No obstante el daño ya estaba hecho: la Caza de Brujas que azotó varios estamentos de la sociedad en Estados Unidos reflejaba los primeros tiempos de la Guerra Fría donde todo lo que oliera a comunismo (o progreso) era antiamericano… De esta manera se forjó un espíritu paranoico donde funcionaba el chisme, la sospecha y el miedo y donde profesionales de distintas áreas sufrieron el acoso y la inclusión en listas negras (y algunos casos dramáticos llegaron a la pérdida de libertad en prisión o al suicidio) por sus ideas políticas. Cuanto más uniformes y temerosos eran los ciudadanos más fácil era la manipulación y la inclusión del miedo en las vidas cotidianas… y cuanto más camparan en la ignorancia más fácil era retener las libertades individuales.

Así En el ojo del huracán se convierte en un testimonio de esos tiempos, un testimonio de denuncia y ahí reside uno de sus importantes elementos de análisis. Porque dudo que 1956 (a pesar de que ya se iban desnudando las artimañas políticas de uno de los artífices de la Caza de Brujas) fuera el momento más fácil para sacar adelante un proyecto de este tipo.

Otro de los ingredientes de análisis de esta película es cómo el guionista refleja perfectamente un lugar idílico (donde los ciudadanos forman parte de ese sueño americano con doble filo) en el cual se esconden también sus partes más oscuras y destructivas. Como las gentes sencillas, los ciudadanos, pueden convertirse en la masa más injusta y acusadora. Y cómo los poderes políticos y fácticos pueden inclinar la balanza hacia el miedo (y ser ellos mismos los inspiradores e instigadores) o restablecer el orden sirviéndose de distintas herramientas para crear una sociedad más justa y equilibrada. Esta manera de contar historias siempre ha tenido un resultado efectivo a la hora de plantear distintas cuestiones. Y es una forma que se relaciona directamente con el melodrama pero también podemos encontrar sus huellas en directores cinematográficos más contemporáneos: David Lynch en Terciopelo azul o Twin Peaks, Sam Mendes en American Beauty o la maravillosa Revolutionary Road o Todd Haynes con Lejos del cielo y Mildred Pierce.

El propio guionista Taradash había obtenido el éxito con guiones que trataban estos temas: gente sencilla que oculta su parte más oscura (Picnic) o el acoso a las libertades y el empleo del miedo (De aquí a la eternidad). También le atraían aquellos argumentos que denunciaban fallas en una sociedad democrática (Llamad a cualquier puerta) y tenía un dominio de los distintos ingredientes del melodrama (Sueño dorado).

Las tramas

La película plantea una trama principal y dos subtramas que la complementan. Y en las tres el máximo protagonista es el miedo como herramienta de manipulación y poder. Así como una defensa magistral (y todavía necesaria) sobre las bibliotecas como centros de conocimientos y templos de la cultura, un respeto reverencial y sagrado por los libros y un llamamiento a lo necesario de fomentar la lectura desde edades tempranas. Por una parte nos encontramos con la trama principal: la bibliotecaria Alicia Hull que lleva más de veinticinco años dirigiendo con eficacia y dedicación la biblioteca de una localidad norteamericana tiene no sólo que abandonar su puesto sino que además es ‘condenada’ por la mayoría de los vecinos por un pasado de afiliación a organizaciones progresistas cercanas ideológicamente al comunismo. Y todo por negarse a retirar (por petición de los políticos que gobiernan el ayuntamiento) de las estanterías un libro titulado El sueño comunista. Los políticos de la localidad no dudan en votar unánimemente su expulsión del cargo. La posición de Alicia Hull además de no dar su brazo a torcer es evitar la lucha y el conflicto con los habitantes del pueblo y dejar que poco a poco minen su personalidad.

Las otras subtramas que fomentan el conflicto son: una familia ‘ideal’ de clase media cuyos integrantes son un niño que siente fascinación por la lectura y los libros (y de paso por la bibliotecaria, Alicia Hull), una madre sensible que trata de entender a su hijo y encauzar esa sensibilidad y un padre que hace gala de su incultura e ignorancia (y que se siente incómodo e inculto ante la sensibilidad cultural de su esposa y su hijo). Esta subtrama es muy interesante sobre todo en la transformación que va sufriendo el niño de un amor entregado a los libros y a Alicia a un odio irracional (influenciado además por un padre inseguro que ve ahí una oportunidad de conexión con su hijo) hacia esos mismo libros y Alicia (le confunde la actitud pasiva de la bibliotecaria y que no haga nada para regresar de nuevo). Y esta transformación genera el clímax dramático, lo que provoca el despertar de una sociedad adormecida. El miedo hace mella en el niño… y se convierte en un monstruo involuntario (recordemos esas tremendas transformaciones de niños ante las actitudes de sus mayores en La lengua de las mariposas o en Pa negre). Y la otra subtrama es la protagonizada por uno de los políticos que fomenta esa situación de censura y miedo que trata de establecer una relación sentimental con la en un principio ayudante de dirección de Alicia Hull, Marta (que cuenta con el rostro de una siempre estupenda Kim Hunter). Y como estos hechos hacen imposible su relación pues cada uno los vive desde una perspectiva muy diferente.

El dilema

El origen del conflicto, la conversación que se establece entre Alicia Hull y los políticos en los que ésta expone por qué no retira el libro es la escena clave de la película y está perfectamente dialogada y argumentada. Ahí expone que los libros de teoría política (porque es la sección a la que pertenece el libro de la disputa) deben estar al alcance de los ciudadanos para que ellos, libremente, a partir del conocimiento razonen  y lleguen a sus propias conclusiones y para que sepan en qué se sustentaban aquellos regímenes políticos que sustentaron y sustentan la historia  de la humanidad. Si desconocen sus bases y planteamientos de manera racional difícilmente podrán no repetirse los errores de la humanidad. Enfrentarse y entender los miedos también genera libertad. Entender los motores que van moviendo la historia nos hace ciudadanos más inteligentes y capaces, menos manipulables y con menos miedo… y por lo tanto con más capacidad de acción y de lucha. Así Alicia Hull dice que en las estanterías de teoría política tiene que estar tanto El sueño comunista como otro libro que le da repelús cada vez que mira sus amadas estanterías, Mi lucha de Adolf Hitler. Además expone otro punto importante: si cede a la retirada de este libro ¿cuál será el siguiente?…

La huella de Saul Bass

Por último comentar que ésta es una de las películas que cuenta con el trabajo tanto en los carteles como en los títulos de crédito de Saul Bass. Desde que empieza la película Bass muestra muy bien al espectador con qué se va a enfrentar y lo sumerge desde el principio en la inquietud. Unos ojos de un niño que mira de un lado a otro superpuestos a las páginas de un libro… de pronto ese libro empieza a arder…

En el ojo del huracán plantea un montón de temas que hoy están más vigentes que nunca. En tiempos de un miedo que paraliza… Entre las páginas de un libro o los fotogramas de una película se encuentran un montón de conocimientos que pueden hacernos más libres, menos temerosos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Carne (Flesh, 1932) de John Ford

Si miramos entre las páginas del kilométrico volumen Tras la pista de John Ford de Joseph McBride (cuenta con 846 páginas), lo que escribe el autor sobre Carne, en este completo análisis de la figura y obra del director, no llega ni a una página. El experto señala que es una “extraña” producción dentro de la obra de Ford. También explica el origen de su guion, una historia original del director Edmund Goulding… en el que hubo muchas manos entre ellas las del escritor William Faulkner sin acreditar (en su largo idilio amor-odio como guionista en Hollywood). También especifica que Carne no ha resistido bien el paso del tiempo (en mi humilde opinión yo no lo veo así). Y que de ser una comedia “vulgar pero simpática” pasa a convertirse en “una trágica historia de la degradación moral de un hombre”. Nos señala que fue la MGM la que contrató a Ford para que llevara a cabo esta película. Por eso, por política de estudio, justifica que tenga un triste final feliz (y añado yo, que es un final emotivo muy bueno y un precedente de muchos finales en películas posteriores). Y, por último, a nivel técnico explica que es una película fallida en cuanto querer mostrar una influencia del expresionismo alemán (y me pregunto: ¿era esa la intención de Ford y de su director de fotografía?).

Así esta obra cinematográfica de Ford es una de las grandes desconocidas (como muchas de sus primeras películas tanto del cine silente como de los primeros años del cine hablado) de su filmografía. Yo he vivido de otra manera mi visionado de Carne porque me ha ofrecido bastantes más luces que sombras. Llevaba tiempo detrás de conseguir el dvd que siempre que lo veía llamaba mi atención pero no me decidía a adquirirlo. Lo que me motivó finalmente (además de una buena oferta en la que se podía elegir cuatro dvd a un precio muy asequible) fue ver que su protagonista era Karen Morley. A esta actriz y su historia había accedido hacía muy poco cuando fue su interpretación y personaje lo que más me llamó la atención de Inspiración de Clarence Brown (aunque ya la había visto, pero en su momento no indagué, en una película mítica, Scarface, el terror del hampa, como la chica del gánster, Poppy… el papel que en la versión de Al Pacino heredaría Michelle Pfeiffer). Y en esta película demuestra que es de esas actrices que hay que recuperar del olvido.Y así Carne ha sido una adquisición feliz, de esas que merecen la pena.

El argumento de Carne toma un argumento universal y pone sus ingredientes originales (esto de los argumentos universales se explica de manera clara en un libro imprescindible de cabecera, La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine de Jordi Balló y Xavier Pérez). Y este argumento es raro que no funcione… Aquí, en esta película funciona totalmente: La bella y la bestia. La bella es Laura (Karen Morley), una ex convicta americana, encerrada en una cárcel alemana al igual que su amante Nicky (el latin lover Ricardo Cortez) por un delito que no es desvelado pero que por la trayectoria posterior tuvo que ser económico (de robo o estafa). La narración arranca con que dan la libertad a Laura pero no a Nicky y ésta empieza a deambular por las calles hasta que acaba en una popular cervecería donde también se organizan combates de lucha libre. Ahí los camareros y dueños forman una gran familia y entre esos camareros nos encontramos con la bestia (camarero y luchador), Polokai, muy querido por todos. Polokai (un Wallace Beery que emociona en cada escena que aparece) es una mole de carne, todo fuerza y todo bondad. Un hombre bueno y honrado pero no muy inteligente. Polokai tiene una humanidad desbordante y cuando Laura se mete en un problema porque no puede pagar la cena que ha consumido… Polokai, con una inocencia que desarma, no sólo paga su deuda sino que termina ofreciéndole un hogar y acogiéndola en ‘su familia’.

Laura traicionará una y otra vez a Polokai, le mentirá una y mil veces, pero también siempre será consciente de que es un hombre bueno e inocente y que la quiere de verdad (y eso también va haciéndola mella en su carrera vertiginosa carrera hacia la supervivencia… Laura se va transformando bajo el amor redentor y desinteresado de Polokai). Polokai es un hombre que ama, lleno de ternura, y siempre está dispuesto a perdonar a su amada. Polokai es capaz de todo por amor (hasta de traicionarse a sí mismo) y jamás obliga a Laura a que le ame. Es más él nunca se cree digno de su amor porque siente que sólo es una mole de carne sin atractivo alguno… hasta que los sentimientos de Laura van cambiando. Por eso es tan hermoso ese final que transcurre, como el principio, en una prisión, esta vez americana. Ahora quien está tras las rejas es Polokai (por amor, siempre por amor)… y aunque es un triste final feliz… es el apunte de una esperanza en una relación que parecía no tenía futuro alguno. Y es que ese triste final feliz lo veremos repetidas veces en otras películas posteriores como American Gigoló, por citar sólo un ejemplo.

Uno de los muchos obstáculos y mentiras con los que se encuentra Polokai en su carrera hacia lograr ser amado es Nicky, el amante de Laura. Nicky es seductor con dones de comunicación y relación, atractivo, elegante, manipulador, estafador, mentiroso, sibilino y un maltratador pero Laura se siente atada a él… Y Nicky será el motivo por el que Laura traicione y mienta una y mil veces a Polokai.

Dentro de la obra de Ford, Carne, aunque es una obra de encargo, puede relacionarse con varias películas del director. Esas películas en que John Ford retrata a los seres humanos más marginales (en sus westerns también los retrata)… películas con ecos humanistas donde el director no es ajeno a la realidad que le rodea, al sufrimiento. La primera película que me vino a la cabeza al conocer a los protagonistas fue El delator (1935) donde hay otra bella y otra bestia en Irlanda pero esta vez con final trágico donde América se queda como un sueño inalcanzable. La bestia fue un actor con un parecido físico a Wallace Beery, Victor McLaglen. Otro hombretón todo carne… que se equivoca por amor, por conseguir un sueño. Y delata. Y la bella es una prostituta (para sobrevivir) que es el amor del grandullón con el rostro de Heather Angel, una Laura más desencantada. Carne presenta un cierto realismo de las gentes sencillas (la ‘gran familia’ de Polokai) y los bajos fondos (la fauna en la que se mueven Nicky y Laura). Ese retrato de las gentes sencillas Ford lo llevaría hasta el extremo en los años cuarenta en una trilogía importante (Las uvas de la ira, Qué verde era mi valle, La ruta del tabaco). En Carne se ve la camaradería y cotidianeidad entre grupos humanos determinados así Ford, como demostró en sus westerns, refleja como nadie esos momentos cotidianos (reuniones, fiestas, conversaciones…) que vive Polokai con sus amigos y vecinos. Es rara la película de Ford donde no salga una lucha o un combate entre sus protagonistas (peleas espontáneas u organizadas), en Carne hay muchos combates de lucha libre con un aire muy realista. Polokai lucha en el ring y en la vida. Es un trozo de carne con mucha humanidad, una de sus características es que siempre termina levantando y abrazando a sus rivales, porque es un hombre honrado y bueno, y sabe que ese hombre al que ha derribado sólo es rival en el ring pero es un hombre como él. Recordemos otro boxeador ilustre en la obra cinematográfica de Ford, ese hombre tranquilo, boxeador americano, que viaja a Irlanda para encontrar sus raíces y olvidar…

Por último señalar dos asuntos. En el desarrollo de la historia, de los personajes y de los conflictos que surgen es evidente que todavía no había entrado al 100 por 100 el código Hays en las películas de Hollywood. Y por otro lado es evidente que Hollywood miraba al cine que se hacía en Europa y esto influenciaba en las producciones cinematográficas americanas (y viceversa también). Carne transcurre una parte en una Alemania de decorado y es una historia sensible e intimista donde se desarrollan temas ‘serios’ como la degradación moral de las personas (argumentos de películas europeas míticas como El último o El ángel azul) o también la redención. No sé si era la intención de Ford dar un aire expresionista a esta obra, es cierto que no hay huella alguna de este movimiento (o no lo consiguió junto a su director de fotografía) pero sí un aire europeo no sólo en la temática y en ese triste final feliz sino en el planteamiento de algunas escenas como esa idílica (más cercana al realismo poético francés… su parte alemana tiene ecos de este movimiento) escena del amigo de Polokai en una barca con Laura confesándole el amor del grandullón hacia ella, mientras el enamorado espera en otra barca con la esposa del amigo la respuesta de la amada…

Carne es un feliz descubrimiento en la trayectoria cinematográfica de John Ford.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Dos profesores en pantalla. En la casa (Dans la maison, 2012) de François Ozon/ El profesor (Detachment, 2011) de Tony Kaye

Uno habla en francés pero sus orígenes son españoles y el otro habla en inglés americano. Dos profesores muy diferentes que sin embargo comparten, quizá, un sentimiento: apatía y distanciamiento hacia su alumnado. Uno por pura decepción que afecta a su concepción de la enseñanza. Cree que es misión imposible enseñar con un poco de nivel a un grupo de estudiantes que no muestran motivación ni interés alguno. Él hace tiempo que se ha rendido (no hace gran esfuerzo para motivar) y se dedica a dar el temario y corregir los exámenes de manera irónica. El otro porque emocionalmente hace tiempo que está roto y es una especie de barrera que se autoimpone. Sí que piensa que lo que enseña puede servir de algo y sí que trata de motivar pero no quiere implicarse más de lo necesario con su alumnado. Uno es un profesor de plaza fija. El otro es un sustituto que va de un colegio a otro para cubrir ausencias de otros profesores. Los dos son profesores de literatura y los dos para descubrir cuál es el nivel de sus alumnos les mandan una redacción. En el caso del profesor que habla francés esa redacción es el motor de la película y en el caso del americano sólo es un momento más de su periplo educativo. Uno protagoniza una película redonda y el otro está en una película al que le faltan ingredientes para ser redonda pero tiene un montón de elementos rescatables.

Tanto el cine francés como el cine americano tienen una increíble tradición sobre cine y enseñanza (o educación). Normalmente el cine francés suele analizar y radiografiar el sistema educativo francés (pero siempre tratando temas universales) y pone sobre la mesa temas a debate. El cine francés siente un gran respeto por el sistema educativo y denuncia sus carencias como canta sus virtudes para que se vea lo necesaria que es una buena labor educativa que forme nuevos ciudadanos con oportunidades. Así podemos nombrar una lista interminable de buenas películas con el sistema educativo de fondo: Hoy empieza todo, La clase o los documentales Ser y tener y el más reciente (que aún no he tenido oportunidad de ver) Sólo es el principio. Sin embargo François Ozon se evade de esa tradición del cine francés (aunque toma alguno de sus elementos de fondo) y En la casa (adaptación de la obra teatral El chico de la última fila de Juan Mayorga) se convierte en un juego inquietante sobre el poder de la creación literaria. Así asistimos al juego peligroso pero tremendamente atractivo y a la intensa relación entre alumno-profesor (y al cambio de roles, ¿quién enseña a quién? ¿Quién guía a quién? ¿Quién manipula a quién?).

El cine americano también cuenta con una tradición de cine y enseñanza con elementos propios de un género propio. La estructura casi siempre es la misma y carece de sorpresas pero suele prometer un éxito seguro. Un profesor o profesora entra nuevo o nueva a un colegio y se pone al frente de una clase conflictiva (o también como en el caso de El club de los poetas muertos, alumnos apáticos que necesitan alguien que los despierte y les haga creativos)… con tesón y muchos obstáculos logra que los alumnos salgan adelante o que lleven a cabo un proyecto común con éxito. Normalmente hay alguna escena lacrimógena entre profesor y alumno… algún fracaso que llama al éxito. Normalmente el método de enseñanza del súper maestro choca con el programa educativo que impone el colegio. Todo comenzó con profesores como Glenn Ford o Sydney Poitier. Después vino Robin Williams. También ha habido maestras como Julia Robert, Whoopie Goldberg o Hilary Swank. En esta ocasión el director de origen británico Tony Kaye (American History X) vuelve con una película de ficción y vuelve de nuevo a los institutos norteamericanos pero esta vez al corazón de estos lugares… Se aleja totalmente de la fórmula habitual y toma el punto de vista de un profesor sustituto, roto emocionalmente, que llega a su nueva clase. Así presenta un puzle desordenado y caótico vomitando un estado de ánimo que contagia todo un ambiente. De esta manera queda al desnudo un duro sistema educativo americano que se resquebraja entre los ojos impotentes de los docentes. Desde lo emocional vemos cómo se responsabiliza de un sistema con peligro de defunción a una sociedad enferma que arrastra un montón de problemas que llegan al seno de la institución. Una institución quemada por la realidad, por una administración pirata a la que sólo le interesa privatizar y revalorizar las zonas, unos profesores agotados y pesimistas que no saben cómo enfrentarse a sus alumnos, unos padres hastiados que consideran que la educación no es su terreno y exigen todo a los centros educativos (y llevan también ahí su exasperación) y unos adolescentes que no sólo están perdidos sino que arrastran una apatía nociva ante un futuro sin expectativa alguna.

Ozon sorprende con una película aparentemente luminosa y ligera, con apuntes de ironía y comedia, que se va transformando en un apasionante e inquietante ‘relato’ cinematográfico (seguimos jugando) en el que nos sumerge ese ‘artista’ de la creación literaria, un adolescente, que atrapa en una red de araña a todos los habitantes de una casa (‘la típica familia feliz de clase media’…) y a un matrimonio intelectual y burgués (maestro y esposa, galerista de arte contemporáneo). Así llega un momento en que como el último chico de la fila Ozon también atrapa al espectador en ese juego (apasionante pero también cruel y destructor) narrativo. El realizador francés sigue seduciendo con una obra cinematográfica interesante que siempre ‘juega’. No es la primera vez que se sumerge en este terreno entre la realidad y la ficción. Es un realizador elegante que sorprende y siempre motiva la reflexión. Todavía me queda bastante por descubrir de su filmografía pero lo visto hasta ahora (que no es mucho) me lleva a un director-autor que me llama la atención (8 mujeres, Swimming Pool o Potiche, mujeres al poder).

El polifacético Tony Kaye no tiene una trayectoria cinematográfica amplia. Tras su debú en la ficción con American History X apenas se ha prodigado en las pantallas cinematográficas. Ha llevado a cabo proyectos pero al margen de los circuitos de las salas de exhibición. Regresa con un relato poderoso que no redondo (su mayor defecto es que a pesar de vomitar un estado de ánimo desolador es tal la cantidad de situaciones dramáticas —no por ello poco verosímiles— que termina apabullando y anestesiando al espectador… de tal manera que en teoría un momento-clímax de la trama, el espectador está ya tan tocado que no sufre el shock que sí tuvo con el final de American History X). En su relato mezcla un tono documental con un desgarrador discurso emocional que se sustenta por una compleja interpretación de Adrien Brody. El profesor funciona en segmentos aislados y en esa mezcla de estilos visuales que conforman el desordenado puzle emocional de su protagonista principal. Imágenes como de super 8 para los traumáticos recuerdos de su infancia. Transiciones que son visuales animaciones en una pizarra. La importancia de la fotografía que además es el alma (la forma de expresión) de una de las adolescentes protagonistas (que además es la hija del propio realizador). Potentes imágenes de un instituto que cobra vida… Monólogos impresionantes y crudos de otros actores (por ejemplo, un increíble James Caan)…

Así nos esperan en la sala oscura dos profesores que tienen mucho que contarnos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Medianeras (2011) de Gustavo Taretto

Necesitaba una película linda a ser posible del denostado género de la comedia romántica (pero como todos los géneros plagado de sorpresas y buenas obras cinematográficas)… y encontré la medicina, el remedio, en una película argentina que apenas duró unos días en sala de cine el año pasado pero que me quedé con muchas ganas de visitarla, Medianeras de Gustavo Taretto. La espera mereció la pena… he podido ver justamente lo que quería, una película linda.

Sus pequeñas imperfecciones no empañan una historia tierna y bien contada sobre dos personajes que viven cerca pero no se encuentran en la gran ciudad de Buenos Aires. Dos personajes que intuimos que si logran coincidir en el tiempo y en el espacio están condenados a conocerse y acabar con sus respectivas soledades…

Él es diseñador de páginas webs. Y vive en una apatía continua encerrado en su caja de zapatos y comunicado con el mundo a través de Internet. Un mundo virtual. Su estado se debe en parte al abandono de una novia que se fue a Nueva York y ya no regresó. Ella es arquitecta pero no ejerce, vive en otra caja de zapatos, y se dedica a la decoración de escaparates, vive rodeada de maniquíes sin vida y ha dejado una relación larga con su novio. Su libro favorito es ¿Dónde está Wally? Y nunca lo encuentra en las páginas dedicadas a Wally en la ciudad. Lo busca y lo busca y no lo halla entre la multitud. Él se llama Martín. Ella se llama Mariana. Y continuamente se cruzan pero no se encuentran.

Gustavo Taretto realiza su primer largometraje abordando las posibilidades de un cortometraje con el mismo título (y los mismos personajes) que realizó en 2004. Medianeras nos habla de la soledad y la incomunicación en las grandes ciudades. Explica que las nuevas tecnologías no pueden sustituir el calor humano sino complementarlo. Habla del destino de dos personas que pueden encontrarse o no encontrarse nunca. Y junto a Mariana y a Martín hay otra gran protagonista-metáfora, Buenos Aires.

Es curioso pero Medianeras que también se centra en la caótica y además especial arquitectura de esta ciudad y habla de esas paredes medianeras que separan a los distintos inquilinos que las habitan… y muestra cómo la apertura de una ventana ilegal para que entre un poco de luz se convierte en metáfora de la luz que entrará en la solitaria vida de sus personajes… tiene un planteamiento similar pero con un fin distinto (y para contar una historia diferente) que otra buenísima película argentina El hombre de al lado de Mariano Cohn y Gastón Duprat. Ahí las paredes medianeras separan mundos y clases sociales diferentes y la apertura de una ventana es el origen de un conflicto vecinal que se torna en tragedia.

Gustavo Taretto, desde el principio, nos da las claves románticas en las que oscila su película linda. Así hay dos referencias cinematográficas en su historia. Y las dos tienen todo su sentido. En un contestador Mariana escucha la voz de su ex que le pide que vean juntos la película de El día de la marmota (Atrapado en el tiempo)… Como en aquel mítico y romántico film, la vida de sus protagonistas parece que se repite una y otra vez en los distintos días que transcurren… pero parece que Taretto nos dice: no importa la monotonía de los días si de pronto encuentras con quién compartirlos. Y el otro referente más evidente a lo largo de la historia de Martín y Mariana es Manhattan de Woody Allen. En otro momento de la película tanto Mariana como Martín se emocionan frente al televisor ante la última escena de esta película de Allen. Así Taretto como Allen hacía con Manhattan canta su amor y sus fobias hacia una ciudad, Buenos Aires, y su forma de vida. Y adquieren importancia los espacios, la arquitectura, la vida de las calles… Sus personajes, como los de Allen, tienen sus manías, neurosis, fobias y obsesiones… visitan al psiquiatra, y están empapados de melancolía y romanticismo.

Pero además, y ya por último respecto referencias cinematográficas, Taretto en su forma de contar la historia y de presentar la ciudad, en el estatismo y peculiaridades de Martín en un mundo en el que no se siente cómodo (tan sólo en caja de zapatos-refugio) trata de realizar un leve homenaje (y cantar su admiración) a Jacques Tati… El protagonista en una mochila de supervivencia que se prepara cada día para pasear por las calles mete películas de Tati entre ellas Play Time.

Mariana busca a su Wally particular y Martín a alguien que le haga encajar en un mundo que le incomoda. Siempre están a punto de encontrarse. Sus destinos se cruzan varias veces pero nunca logran mirarse cara a cara. Taretto cuenta esta historia de manera tierna y minimalista y se atreve con originales giros formales (de pronto puede convertir una escena en una viñeta o contar la historia o el pensamiento de un personaje a través de fotografías fijas) y aprovecha arquitectura y diseño no sólo para mostrar sino para contar. Los espacios son un protagonista más: las escaleras de un edificio, la piscina pública, un restaurante, las propias casas… Los sonidos, las canciones y las nuevas tecnologías también se encuentran al servicio de la narración cinematográfica (¡que nadie se pierda los créditos!). También emplea las estaciones del año para estructurar su historia y un uso (a veces en exceso) correcto de la voz en off para meternos en la piel de los personajes protagonistas (una buena química entre Pilar López de Ayala y Javier Drogas).

Medianeras es una película linda sobre desencuentros y encuentros, soledades y nuevas tecnologías, Internet y maniquíes, canciones y youtube, ventanas y apagones… y cómo encontrar a Wally en Buenos Aires.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.