Las evocaciones del paciente inglés

A todos los que vemos películas.

Porque tenemos infinitos años nuevos.

Vivimos infinitas historias…

Además de celebrar nuestros años nuevos, además de vivir nuestras vidas…

Hay películas que son evocación pura… Retazos de recuerdos. Imágenes en la retina. Diálogos en la memoria. El paciente inglés (The english patient, 1996) de Anthony Minghella es una de ellas. Y es la película que he elegido para mirar este último día del año. Y otra vez me he ido a ese desierto que posee una montaña con forma de espalda de mujer. Y otra vez he sentido las emociones y sensaciones entre la enfermera Hanna y el sij Kip. Entre Katherine y el conde Almasy. La sensualidad.

Y otra vez he evocado…

Tu escotadura suprasternal me pertenece.

El bósforo de Almasy.

…Y Katherine cuando apenas le quedan ya fuerzas escribe en la Cueva de los Nadadores palabras al amado, al conde Almasy, que ha prometido que irá a buscarla. Que no la dejará morir allí.

“Lo quiero todo marcado en mi cuerpo.

Somos los auténticos países. No las fronteras en los mapas con epónimos de poderosos.

Sé que me sacarás al Palacio de los Vientos.

Eso es todo cuanto he deseado recorrer un lugar así contigo… con amigos.

Una tierra sin mapas”.

Lo quiero todo marcado en mi cuerpo… mientras el conde Almasy susurra en mi oído los distintos vientos… Y me asegura que no debo tener miedo…

Mientras en otro tiempo, cuando el paciente inglés se está muriendo lentamente entre recuerdos, surge otro tipo de amor entre Hanna y Kip (el personaje más complejo y más hermoso en la novela de Michael Ondaatje). En esa casa de la campiña italiana se han reunido personas que se debaten entre la vida y la muerte. Entre Eros y Tanatos… Y ahí intensamente se unen los cuerpos de la enfermera y el sij. Y desnudos en una cama ella le pregunta:

“Si una noche no viniera, ¿qué harías?”.

El sij contesta: “Intentaría no esperarte”.

… Hanna insiste: “Sí pero ¿y si se hiciera tarde y no hubiera venido?».

Kip serio vuelve a hablar: “Pensaría que hay una razón”.

La enfermera, mientras acaricia su pelo, parece que no se queda satisfecha con esas palabras:

“¿No irías a buscarme? Eso hace que no desee volver. Pero me digo: se pasa el día buscando. De noche, quiere ser encontrado”.

Entonces Kip se da la vuelta, la mira, y dice sonriendo:

“Sí, quiero que me encuentres. Quiero ser encontrado”.

Y así nos pasamos los días encontrando personas… que se cruzan en nuestros caminos. Queremos ser encontrados… y a veces retenidos.

Al conde Almasy no le gusta la propiedad… hasta que un día encuentra y recorre el omoplato de Katherine… Y entonces ve ese hueco en el cuello de la amada. Un hueco que puede recorrer, donde puede también beber el sudor de su cuerpo… y entonces lo bautiza como el Bósforo de Almasy.

Mientras Kip y Hanna visitan una antigua iglesia y vuelan entre las viejas pinturas… y quedan para siempre en ese lugar… Saben que es suyo. Allí el tiempo no pasa.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons 

De óxido y hueso (De rouille et d’os, 2012) de Jacques Audiard

Alain está preparado para recibir golpes en su cuerpo una y otra vez. Es una mole de carne que ha decidido dejar de sentir porque tiene pánico a sufrir mientras cae.Teme ser abandonado por eso siempre prefiere marcharse. Él boxea y golpea…

Stéphanie sufre un grave accidente y las secuelas la dejan sin ganas de vivir. Era mujer de agua. Ella entrenaba orcas en un zoo y esos peces gigantes y el agua eran su vida, donde ella se encontraba a gusto. Y de pronto flota en un mundo que no es el suyo. Antes sólo quería sentirse amada y deseada, ahora sólo quiere tener ganas de estar.

De nuevo la historia de la bestia y la bella. Una bestia con terror a sentir y una bella herida que quiere sentir a toda costa. Los dos están en un momento de sus vidas en que tienen que cambiar y sólo tienen dos opciones: caer al abismo o alcanzar la luz. Y entonces en ese instante se encuentran. De óxido y hueso no es más que una historia de amor…

Jacques Audiard sigue aportando esa mirada cruda y dura a la que nos tiene acostumbrado desde De latir mi corazón se ha parado pasando por Un profeta. Y en De óxido y hueso la pone al servicio de una historia de amor sobre dos personajes que nunca se habrían podido encontrar pero circunstancias complejas les unen… y crea así un melodrama que te hace llegar al paroxismo con un montón de imágenes poéticas y una música que todo lo envuelve.

Pero sobre todo llegamos al éxtasis con las interpretaciones de Marion Cotillard y un sorprendente Matthias Schoenaerts, una bestia que conecta con una bella fracturada con una delicadeza que nunca se había atrevido a mostrar (por no sentir los zarpazos que golpean un alma rota). Dos cuerpos que se unen… y a través de la unión de esos cuerpos heridos, unen también sus almas heridas. Jacques Audiard cuenta esta historia con los sentidos. En todo momento están presentes el óxido y el hueso… los cuerpos que chocan, caen, se rompen y se fracturan. Y es la manera en que inyecta al espectador las otras heridas, las emocionales, las que realmente quiebran del todo a los protagonistas.

Y es a través de los cuerpos cómo empiezan a comunicarse Stéphanie y Alain. A veces con dulzura, otras con frialdad, dureza y crudeza… y en ocasiones como dos robots con emociones oxidadas pero que necesitan salvajemente aferrarse el uno al otro. Pero siempre en contacto. De ahí surge el entendimiento porque en ninguno de los dos hay un atisbo de pena o compasión hacia el otro sino una naturalidad desbordante. Y a partir de ese contacto se irán conociendo e irán explorando las brechas y heridas del otro. Y avanzarán en una relación inesperada. De la amistad a la confianza. De una relación de amigo con derecho a roce a un roce con ganas de ser amado, aceptado, querido… y nunca abandonado. Y no es fácil, porque como casi siempre Jacques Audiard no presenta personajes planos y atractivos sino personajes complejos, ambiguos y con una acusada parte oscura.

Jacques Audiard nos arrastra a través de los sentidos a una crudeza poética que nos rompe pero a la vez nos hace estremecer porque asistimos a una belleza seca y dura.

Dos llamadas telefónicas son fundamentales en la transformación de ambos personajes. Después de su terrible accidente una Stéphanie devastada se pone en contacto telefónico con Alain con el que tuvo un primer, intenso y breve encuentro después de una pelea en la puerta de la discoteca donde él trabaja… Alain acude a verla y con naturalidad sin máscaras de pena y compasión la hace salir a la calle. La lleva a la playa. Y ella por primera vez en mucho tiempo accede, de nuevo, a sumergirse en el agua. Ahí empieza de nuevo a despertar. Y Alain la toma en sus brazos… como un mulo de carga y con una lealtad que no se rompe.

La segunda llamada, también de Stéphanie, se produce tiempo después, cuando ambos han conectado cuerpos y almas. Sin embargo Alain, la bestia con miedo a sentir, sufrir y recibir golpes en su interior decide huir, dejar todos sus problemas atrás, no sentir. Seguir cayendo en soledad. Rompe con todo, incluso con Stéphanie… Lo único que le aferra al pasado (aparte de los recuerdos) es Sam, su hijo de cinco años al que casi nunca sabe cómo tratar. Y como todo melodrama un nuevo dolor y accidente trágico hace despertar a Alain que se desmorona ante la llamada de Stéphanie… La bestia llora desconsolada y reconoce que tiene pánico a perder a los seres queridos… Y le susurra a esa mujer lo que no se ha atrevido nunca a pronunciar…

Jacques Audiard construye un melodrama con imágenes que no se pueden borrar de la cabeza después de varios días y con una banda sonora que acompaña a la perfección cada una de las emociones de sus personajes. Nos dejamos llevar por el agua, las lágrimas, el sudor, los golpes… las miradas, los cuerpos desnudos, la luz, los músculos, el óxido, los huesos… Y entendemos cómo Stéphanie y Alain, a su modo, se ayudan el uno al otro para no caer en el abismo…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Ya no creo en el amor (La paura, 1954) de Roberto Rossellini

Crónica de una historia de amor terminada. Se acabó el amor. Rossellini regaló a Ingrid Bergman el retrato de cuatro mujeres a cada cual más insatisfecha. No eran las heroínas que imaginábamos para una historia de amor que se gestó entre actriz y director. Así esa historia de amor empezó en la sala de un cine cuando la actriz sueca, que había triunfado en Hollywood y era la actriz mimada y amada, se quedó ensimisma con Roma ciudad abierta… Siguió con una carta de esa misma actriz al director en la que escribía que sólo sabía decir en italiano Ti amo… Continuó con uno de los mayores escándalos que se produjeron en los cimientos de un Hollywood mojigato cuando la superestrella dejó una carrera de éxitos para inmiscuirse en el cine de autor, un cine independiente, cuna de la modernidad cinematográfica… Y fue, sin embargo, siempre reflejado en una especie de radiografía del desamor… en cuatro historias donde las heroínas estaban encerradas en jaulas emocionales, eternamente insatisfechas.

Esa actriz que llegó del frío se sumergió en el cine más independiente y se convirtió en la musa triste de Rossellini… Es curioso que una vez que terminó su historia con el director italiano (y que dejó de rodar con él) y antes de entrar de nuevo a Hollywood, se pasó por Francia para protagonizar una película a todo color, vital y alegre donde sonrió a sus anchas, Elena y los hombres. Es como si la actriz se liberara de la tristeza y las insatisfacciones que arrastraron sus heroínas en Italia. Primero fue Stromboli, después Europa 51, para más tarde desembocar en Te querré siempre y Ya no creo en el amor (La paura), la película que nos ocupa.

Nunca había visto Ya no creo en el amor y lo que más me ha llamado la atención es que parece una película inacabada. Termina de manera abrupta, seca. Inesperada. Pero sin embargo logra trasladar al espectador el desasosiego de su heroína principal, de esa Irene desesperada y devorada por la culpa y la mentira. Ese miedo que siente a ser descubierta y que la hace caer en el chantaje y el estrés. Rossellini llega a jugar muy bien con el suspense. Es de esas películas de las que se realizaron más de una versión (no sé si por problemas de distribución en determinados países o por cuestiones del director-autor)… por lo que sí deja una sensación de historia no concluida.

Como base de su historia Rossellini parte de unas raíces literarias, un relato corto de Stefan Zweig que se titula Miedo… y también sigue ‘reconstruyendo’ esa Alemania de después de la guerra. Una Alemania que le hizo vomitar la impresionante Alemania, año cero y que continúa con Ya no creo en el amor. Dos retratos pesimistas donde pululan personajes rotos emocionalmente.

La Irene de Ingrid Bergman es una mujer que se confiesa ante el espectador (una voz que funciona al iniciar este ‘relato cinematográfico’ pero que después va perdiendo fuerza). Confiesa su miedo. Irene es una directiva de una gran empresa farmacéutica, una mujer de éxito, su marido trabaja en los laboratorios… Nos esboza un pasado cercano complicado —se entiende que por la guerra— donde se ha sentido muy sola. Tiene dos hijos que viven retirados en el campo. Su miedo es porque aparentemente ha recuperado su estabilidad familiar (que no emocional) y quiere dejar una relación que había empezado con otro hombre, Enrico… su amante. Todo se va complicando en exceso cuando aparece en escena una ex de Enrico que chantajea a Irene continuamente exigiéndola dinero porque si no lo hace se lo dirá a su esposo.

Lo más conseguido de Ya no creo en el amor es precisamente ese estado de inquietud que vive la protagonista hasta que la historia da un giro inesperado (e interesante pero muy poco desarrollado ya que Rossellini decide cortar la película de manera abrupta… y con una decisión firme de la protagonista de no creer en el amor de pareja para centrarse en otro tipo de amor… Deja también la ciudad y se aisla junto a sus hijos en el campo). Así, con este giro final, queda absolutamente desdibujado un personaje que se va volviendo más y más inquietante según avanza la historia… el esposo de Irene (Matias Wieman). Un hombre que va desvelando una parte oscura muy fuerte y que influye como luz de gas en su esposa Irene.

El estado mental del personaje principal no es sólo por la interpretación de Bergman que es muy buena sino también por decisiones de puesta en escena de Rossellini que sabe cómo rodar la angustia. Así contrastan las imágenes de una ciudad oscura (callejones, casa del amante, local donde queda con la chantajista, pasillos largos, impersonales e inquietantes en la fábrica, su casa en la ciudad con una escalera y puertas que encierran secretos…) con la luminosidad del campo, único lugar donde nos encontramos con una Irene algo más relajada. También son excelentes las escenas en la fábrica farmacéutica y en los laboratorios donde se produce la mejor escena de Bergman en un momento de desesperación en el que piensa terminar con su vida. A lo largo de toda la película la protagonista se siente como una cobaya a la que inoculan venenos (sentimientos y emociones) que la van matando poco a poco… y siente que tiene que encontrar un antídoto contra su angustia e insatisfacción (… el antídoto lo encuentra de una manera tan abrupta que corta todo el tono de esta película oscura).

Ya no creo en el amor cuenta con buenos momentos como esas conversaciones de pareja en las que vemos la presencia del desamor. No faltan escenas en un coche (como ocurre en Te querré siempre) donde el matrimonio habla… Quizá de todas las películas que rodaron juntos Bergman y Rossellini, esta película sea la que menos me ha llegado pero esconde múltiples asuntos para el análisis y se reconoce en cada fotograma el estilo de Rossellini y su innovación a la hora de rodar cine. Es un cronista del desamor cotidiano entre parejas. Cronista de la insatisfacción.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Una campana, un libro, una vela… y Felices Fiestas

Os miro a los ojos fijamente.

Y mi gata también.

… Quiero lanzar un hechizo.

Un poco de magia.

Un encantamiento.

Las brujas del siglo XXI no podemos acabar con la crisis.

Ni detener las guerras.

Ni frenar el odio.

Ni acabar con las soledades, las penas y las tristezas…

Pero tenemos pequeños poderes que sí pueden recargarnos de energía para que nosotros mismos podamos ir cambiando poco a poco este loco mundo que nos rodea.

Podemos ofrecer instantes de felicidad.

De esos que no se olvidan y sirven en momentos malos para recordarnos que hay cosas que merecen la pena.

… Mi gata y yo podemos hacer que una noche vayas paseando por tu ciudad…

Y de pronto desde una ventana oigas una canción que te traiga un recuerdo…

Entonces quizá haya una bonita farola que dé una luz tenue… y puedas dar unos pasos de baile. Y sonreír.

Sentirte bien.

… Mi gata y yo podemos hacer que vayas a casa de un ser querido y tenga preparada tu comida favorita y una conversación amena.

… Mi gata y yo podemos hacer que si estás enamorado o enamorada te gusten hasta los ronquidos del ser amado… y los eches de menos cuando haya tenido que irse un día o dos.

… Mi gata y yo podemos hacer que te apasiones con lo que lleves a cabo cada día de tu vida como si fuera el último…

En fin encantamientos para la vida diaria.

… Yo tengo una campana para que suene después de cada embrujo.

… Un libro para pasar las horas y poder viajar a mundos inimaginables…

… Y una vela para acordarme siempre de los ausentes a los que amo…

Y si echo una lágrima…, ya sabéis que las brujas no lloran, es porque quizá siento una sonrisa, una risa o carcajada en algún rincón cercano… un instante de felicidad conseguido… Y eso hace llorar de emoción.

Queridos míos, mi gata y yo os deseamos FELICES FIESTAS…

Recordad a la vuelta de la esquina… podéis encontraros con una bruja o un hechicero.

No temáis, somos buena gente.

Solemos vivir con un gato…

Y tratamos de realizar nuestros pequeños encantamientos cada día.

Y a veces se nos caen las lágrimas… pero son de felicidad… porque sentimos que habéis vivido un instante para recordar…

Os dejo, tengo que encender una vela. Pasar las páginas de un buen libro. Y de vez en cuando tocar la campana…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Una pistola en cada mano de Cesc Gay

Dos hombres se encuentran… al abrirse la puerta de un ascensor. Uno de ellos está llorando, acaba de salir de la consulta del psicoanalista. Hace años que no saben el uno del otro. Y en un diálogo breve, conciso, contándose todo, contándose nada; a través de gestos y miradas construimos la historia de ambos. Conocemos sus éxitos y fracasos. Sus miedos y frustraciones. Nos reímos pero también vivimos su terrible angustia vital. Entendemos y sabemos de lo que hablan, tanto los hombres como las mujeres. Y por eso seguimos paso a paso cada una de las situaciones que transcurren en una gran ciudad, Barcelona.

Situaciones que parece que ocurren en un mismo día. Pequeños acontecimientos que nos cuentan toda una vida y nos descubren el futuro. Parece que no pasa nada y también pasa todo. Cesc Gay esta vez se centra en un grupo de hombres, que más tarde sabremos que muchos de ellos forman parte de un mismo grupo de amigos, y antes de reunirlos en una escena final con dosis de humor y melancolía, como la vida misma, sabremos mucho sobre sus vidas. Están en la cuarentena pero continuan en la vida como en una fina cuerda de equilibristas, con miedo pero avanzando. Con silencios, anhelos y mentiras… con una soledad a cuestas, que la amistad no subsana… Perdidos en la gran ciudad y en las relaciones con sus mujeres, compañeros de trabajo, amigos… ¿A alguien le suena esto? Cesc Gay, como logró ya En la ciudad, realiza un efectivo retrato coral de una generación. Allí tenían unos treinta, aquí unos cuarenta… pero los intentos de comunicación y de salir a flote… de ir viviendo el día a día son los mismos.

Gay no sólo es bueno creando las situaciones y los diálogos sino que además tras una aparente sencillez y elegancia refleja cinematográficamente al hombre perdido en la gran ciudad. Así surge una Barcelona especial, de calles transitadas, de rincones apacibles, de parques, bares y casas donde sus personajes se mueven e interactuan. Donde se miran, callan, reflexionan y hablan. Donde es importante la puerta que se abre o la que se cierra. El personaje que está de espaldas o de frente. El ascensor que sube o baja… El telefonillo que suena. La calle por la cual perderse. Un hombre cansado se encuentra a la mujer de su mejor amigo, los dos se dirigen a la misma reunión, ella le dice al amigo que suba a su coche. En un parque un hombre solitario sentado en un banco mira una terraza, se encuentra con un conocido del verano que pasea con su perro. Otro va caminando por la calle, mira un escaparate y se encuentra con una amiga. El de más allá va a llevar a su hijo a casa de su ex mujer. Otro termina su jornada laboral y se fija en una compañera de trabajo que le atrae… y decide acercarse.

Por otra parte como en sus cinco largometrajes anteriores reune a una generación de buenos actores que construyen personajes muy creíbles que hacen que cada situación sea en sí misma una gozada disfrutarla (… ríes, lloras y te desesperas con ellos… te sientes identificado). Los dúos entre Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia por una parte y el de Ricardo Darín y Luis Tosar son un lujo. Pero tampoco se quedan atrás Javier Cámara y Clara Segura, Alberto San Juan y Leonor Watling, Jordi Mollá y Cayetana Guillen Cuervo o Eduardo Noriega y Candela Peña…

Lo mejor, con una pistola en cada mano, es perderse por la ciudad y las historias de unos hombres que ya no son John Wayne pero tampoco se sienten con fuerzas para llorar y expresarse, quitarse las máscaras de duros… y mostrarse como hombres vulnerables y fragiles que aprenden golpe tras golpe a encajarlos de la mejor manera posible… Ser fuertes y transitar por ese camino que es la vida…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (191)

Ceguera: He visto hace poco Sublime obsesión (1935) de John M. Stahl, uno de los maestros del melodrama que tenía como arma para contar historias su sencillez y elegancia. Lo imposible de los argumentos era superado por la naturalidad en la narración y la interpretación de sus actores. Así la historia de la viuda Hudson (Irene Dunne), que se queda ciega en un accidente, con el playboy millonario Merrick (Robert Taylor) que se convertirá en un reputado cirujano para curar a la amada consigue emocionar por su sencillez narrativa a pesar de lo poco verosímil. Por el contrario Douglas Sirk en su remake de los años cincuenta con Jane Wyman y Rock Hudson hace del barroquismo, la exaltación y la crítica del modo de vida americano su mejor arma en Obsesión. A Dunne la vemos aprendiendo a leer en braille y pasando multiples pruebas para ver si puede ser curada. A la Wyman la vemos con elegantes gafas oscuras y pasando las mismas pruebas…

Así de esta manera me han venido a la mente más películas donde los protagonistas sufren de ceguera física (porque hay otro tipo de ceguera, la emocional). Así una de las ciegas más recordadas es sin duda la protagonista de Sola en la oscuridad con el rostro de Audrey Hepburn… Una mujer ciega que se enfrenta en su apartamento con unos delincuentes. Y otra es la dulce violetera con rostro de Virginia Cherrill en Luces de la ciudad de Charles Chaplin. Por su ceguera y el sonido de la puerta de un coche surgirá una de las historias de amor más emocionantes y dolorosas de Charlot.

Entre los hombres ciegos recordamos a un Vittorio Gassman o un Al Pacino protagonizando, uno el original y otro el remake, Perfume de mujer/Esencia de mujer. Cada uno representa a un militar de alto grado que se ha quedado ciego y es cuidado durante un corto periodo por un joven que recibe lecciones de vida de un hombre con mucha historia a sus espaldas. El acompañamiento marcará a ambos.

El milagro de Ann Sullivan de Arthur Penn llevó a la pantalla la historia de Helen Keller una niña ciega y sordomuda que con ayuda de una maestra llegará a convertirse en universitaria, escritora y conferenciante…

Otro hombre ciego difícil de olvidar es el proyeccionista de cine Alfredo, uno de los protagonistas de ese canto al cine que es Cinema paradiso. Alfredo pierde la vista tras un incendio en la sala de proyecciones donde es salvado por Totó, un niño que ama el cine.

Si nos trasladamos a la actualidad tenemos dos maneras de tratar la ceguera como metáfora. En un musical especial de Lars Von Triers, Bailar en la oscuridad, muestra la progresiva ceguera de su protagonista (a través de escenas musicales) pero también la de la sociedad en la que vive sus extremas desgracias. Por otra parte Fernando Meirelles se atrevió con esa adaptación de la genial novela de Saramago (Ensayo sobre la ceguera) y realizó A ciegas. En un país donde se propaga una epidemia de ceguera, los afectados son recluidos… surge un estado de terror. Entre todos los ciegos recluidos hay un matrimonio donde ella es la única que no ha perdido la vista pero no lo dice para estar junto a su esposo…

Buñuel a lo largo de su filmografía plasmó la ceguera física y emocional. Los ciegos están presentes en sus películas como en Los Olvidados o Viridiana. Por estos lares también Almodóvar muestra a un director de cine (Lluis Homar) que se queda ciego tras un accidente en Los abrazos rotos que lucha por no olvidar el rostro de la amada. O Isabel Coixet en la maravillosa La vida secreta de las palabras muestra la especial relación entre una mujer solitaria y un hombre que ha perdido durante un periodo de tiempo la vista (por un accidente laboral en una plataforma petrolífera).

A veces el humor también ha estado presente en temas de ceguera. Recuerdo a un director de cine con el rostro de Woody Allen, que se queda ciego cuando debe realizar una película y decide ocultar su ceguera y seguir adelante con su proyecto cinematográfico. Desternillante. Se trata de Un final made in Hollywood.

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… Una película que salvó vidas…

En una de las salas del impresionante Museo Memoria y Tolerancia que se encuentra en México DF, la guía nos leyó unas palabras de un pequeño panel que despertaron mi curiosidad. Era una parte en la que se comentaba cuál había sido la forma de actuar de los ciudadanos ante el holocausto. En la parte de los ciudadanos comprometidos se citaba un ejemplo, se describía cómo Vittorio de Sica contrató como extras a unos 300 judíos para una película y cómo se alargó el rodaje para poder salvarlos de su deportación… Después pregunté a la guía (muy buena en su trabajo) si sabía el título de la película. En ese momento no pudo informarme y entonces me invitó a que visitara la biblioteca del Museo para que pudiera hacerme con el dato… pero me estaban esperando y en ese instante no conseguí el título.

Me quedé con esa frase… Y de ahí surgió una historia apasionante. Una historia con lagunas que espero poder completar algún día (¿habrá algún libro sobre ello?).

En 1945 se estrenó sin pena ni gloria La puerta del cielo (parece ser que apenas hay copias originales y creo que no es muy fácil acceder a verla). La productora de la película fue el Centro Católico Cinematográfico. La película contaba la historia de un grupo de peregrinos enfermos que realizan un viaje en tren para llegar al santuario de Loreto… todos tienen la esperanza de un milagro. El director era Vittorio de Sica. Entre el reparto se encontraba la actriz catalana María Mercader con la que vivía un ‘amor prohibido’ (pues era un hombre casado) y que sería su futura esposa (otro ‘personaje’ a tener en cuenta en esta historia). La puerta del cielo podría ser tan sólo una película más para estudiar la trayectoria de De Sica antes de su consagración definitiva con las estremecedoras El limpiabotas y El ladrón de bicicletas. Pero su interés es extracinematográfico pues su larga filmación, un año (del verano de 1943 a la verano de 1944), supuso la salvación de un elevado número de personas. Su estreno sólo fue una anécdota… lo interesante es el proceso…

Ahí estaba Vittorio de Sica inmerso en este proyecto cinematográfico financiado por la productora del Vaticano. Parece ser que el Papa Pío XII estaba enterado de todo y que había designado a un monseñor responsable de llevar a cabo este proyecto, que sería el futuro Papa Pablo VI. Así también la iglesia católica italiana puso su granito de arena en esta aventura (en un comportamiento ambiguo y complejo pues también se vio la pasividad y la no responsabilidad ni el compromiso de las altas jerarquías eclesiásticas —ni la denuncia ni la protesta— frente a las atrocidades de los nazis).

Vittorio de Sica también estaba en una situación difícil puesto que un emisario de Goebbels le había ofrecido que montara en Venecia el centro de la industria cinematográfica para que representara a la República de Saló. El director italiano no quería en ningún caso ese puesto de trabajo. Pero era difícil negarse en esas circunstancias. La propia María Mercader cuenta en una entrevista a Televisión Española que ella le echó una mano pues dijo que actuaría en la película si Vittorio era quien la dirigía. Fuera como fuese, De Sica pudo eludir ese puesto aduciendo que tenía un compromiso laboral con el Vaticano y se quedó en Roma.

Según distintas fuentes contrataron a 300 personas entre las que había una mayoría de judíos pero también políticos antifascistas y homosexuales (ambos grupos perseguidos por los nazis). Todos con nombres falsos y se les asignaban puestos de extras, figurantes y técnicos. El rodaje transcurrió en su mayoría en la basílica de San Pablo Extramuros (con convenio de extraterritorialidad, y esto es algo así como una ‘ficción’ jurídica por la cual todo aquel que more en sus muros está fuera del territorio donde se encuentran) y allí en sus patios se refugiaron estas 300 personas. La condición del rodaje es que debía alargarse lo más posible… hasta que llegasen los aliados y no hubiera peligro para el grupo de ‘extras’.

Se pasaron momentos duros y era difícil su mantenimiento sin levantar sospechas y sobre todo tener alejados a los alemanes. Sin embargo no se evitó la tragedia cuando en febrero de 1944 fueron detenidos 60 sospechosos (que no regresaron) cuando un temido fascista Pietro Koch y sus hombres pudieron entrar en la basílica. En junio del mismo año llegaron los aliados y Roma quedó liberada. Las puertas de la basílica se abrieron y se dio el último golpe de claqueta, el rodaje finalizó. Y un grupo de personas se salvó de un destino horrible…

La historia se ha ido difundiendo pero no es muy conocida. Además a principios del siglo XXI hubo una polémica porque es un proyecto acariciado por los descendientes de De Sica el convertirlo en película (sobre todo por su hijo Christian y ahora también por el nieto del director. Se habla de que es posible que se lleve a cabo con Christian en el papel de su padre… hasta la fecha que yo sepa todavía no se ha realizado) pero en el año 2003 el realizador Maurizio Ponzi se inspiró en esta historia para su película Con las luces apagadas. Y Christian le denunció por plagio. Lo que no cabe duda es que es una historia con todos los ingredientes para realizar una buena e interesante película…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.