Tres secretos (Three secrets, 1950) de Robert Wise

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Si al lado de una película veo el nombre de Robert Wise me entran unas ganas irrefrenables de echarla un ojo. Porque Wise es de esos directores que se formaron en el sistema de estudios y que dominaban el oficio de hacer películas. Así llegaban a conseguir un dominio del lenguaje cinematográfico que les permitía una carrera llena de títulos sorprendentes. Y así dejaba buenas obras de cine negro, ciencia ficción, terror, comedia romántica, musical o melodrama. Y lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a sorprenderme. Esta vez con un drama sobre vidas cruzadas y destinos: Tres secretos. Que además cuenta con el aliciente de tres actrices protagonistas de altura: Eleanor Parker, Patricia Neal y una olvidada Ruth Roman.

Hay un suceso que une a las tres damas que se sigue de principio a fin y tres flashback que nos explican por qué estas mujeres coinciden en un mismo lugar. La película empieza con el rostro de un niño en un avión preguntando cuánto falta para llegar y a continuación se intuye que se ha producido un horrible accidente. Entonces se pone en marcha la rueda de los medios de comunicación para cubrir un hecho trágico: era un avión privado donde viajaban los padres y el niño. El equipo de rescate localiza el avión desde el aire y realiza unas fotografías y se dan cuenta de que el niño puede estar vivo. Pero el accidente ha ocurrido en una montaña donde sólo se puede acceder escalando y no por ningún otro medio. Así que se crea un equipo de montañeros voluntarios para rescatar al niño. Desde el centro de operaciones, al pie de la montaña, se reunen curiosos, equipo militar, policía local, Cruz Roja y prensa para cubrir tal evento. Por un periodista nos enteramos de que el niño —que iba a cumplir cinco años ese mismo día— era adoptivo, sabemos de qué centro lo recogieron y que vuelve a quedarse solo… Y entonces empiezan a aparecer las tres protagonistas.

Susan (Eleanor Parker) es una mujer acomodada casada con un abogado pero que arrastra el peso de una culpa (y un secreto) que no la deja ser plenamente feliz. Justamente hace cinco años —junto a su inflexible madre— tomó la decisión de dejar en adopción a su hijo… cuando su novio en aquel momento no sólo tiene que entrar en combate en la II Guerra Mundial sino que le confiesa que siempre ha habido otra mujer…

Phillips (Patricia Neal) es una ambiciosa periodista y buena profesional que tiene claro que la puede más el superarse en su trabajo cada día que cuidar más su relación de pareja con su esposo Duffy. Trata de salvar su pareja pero es una mujer independiente e intrépida y no puede darle el tipo de relación que espera su esposo. Así que se divorcian… pero justamente se entera de su embarazo. También acude al mismo centro que Susan para entregar a su hijo en adopción. No quiere que se entere su ex que además ha vuelto a  casarse y quiere seguir trabajando…

Y por último la más castigada de las tres, Anna, una bailarina que sale con un hombre de negocios y de la noche a la mañana, y sin explicación alguna éste la abandona. Pero la abandona de una manera tan cruel que Anna pierde la cabeza y le mata (y se convierte en un ‘personaje’ marcado por la prensa). Está embaraza. En prisión le dicen que quizá la mejor solución para el niño que viene es la adopción.

Las tres coinciden en el centro cuando van a entregar a sus hijos (la más atenta a todo lo que le rodea es la periodista) y las tres vuelven a coincidir en el pie de la montaña porque piensan que el niño que va a ser rescatado puede ser suyo.

Así Robert Wise encadena no sólo las tres historias de estas mujeres (muy bien interpretadas y muy bien creados los personajes) sino que además crea la tensión del rescate y una reflexión sobre el oficio del periodismo (donde da una de cal y una de arena… los periodistas más protagonistas son cínicos, sin sentimientos y capaces de todo por una noticia pero también son los que finalmente toman ciertas decisiones nobles, cambian sus comportamientos y consiguen la información necesaria)… y esa raya tan tenúe entre el derecho a informar o la noticia como espectáculo.

Se nota el oficio de Wise en la forma de contar la historia y además se sirve muy bien de sus intérpretes que ninguna le falla. Las tres además se encontraban en un momento álgido en sus carreras y esta película corrobora que son buenas dando los matices necesarios a sus personajes. Las tres, sin embargo, sobre todo Roman, han caído bastante en olvido. Así que Tres secretos es una buena oportunidad para recuperarlas y conocer su trabajo como actrices. Y una buena razón para darse cuenta de que Robert Wise es un director a tener en cuenta.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Ella y sus maridos (What a way to go!) de J. Lee Thompson

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Una viuda, toda de negro, baja las escaleras de una mansión pintada toda ella de rosa. Detrás seis hombres de negro desciende un ataúd rosa… uno de ellos tropieza y el ataúd primero y los hombres después o viceversa resbalan por las escaleras… así empieza Ella y sus maridos, una agradable comedia con suaves tintes negros, una cuidada estética y una original estructura. Una comedia caída en olvido por su complejidad y extraña mezcla de estilos visuales que logra sin embargo un equilibrio final… Es de esas historias que o bien entras en el juego o te quedas fuera. Y si entras el disfrute está asegurado.

La viuda es Louisa May Foster (Shirley MacLaine)… su siguiente paso es querer donar al Estado toda su fortuna. Obviamente la toman por loca y la llevan a un psiquiatra (Robert Cummings) que escuchará su historia. Louisa cree que es bruja pues siempre se ha querido casar por amor… pero, sin embargo, siempre propició que sus esposos, cuatro, se hicieran asquerosamente ricos (excepto uno que ya lo era pero sí logra dar un giro en su vida…) y ella se quedará como una esposa solitaria florero y posteriormente viuda.

El poder de esta viuda negra comienza cuando es una joven a la que su contradictoria madre (una divertida Margaret Dumont sin los Marx) la insta a que se case con el millonario del pueblo, Leonard Crawley (Dean Martin)… pero ella tiene los ojos puestos en el sensible, fracasado, pobre y lector de Henry David Thoreau, Edgar Hopper (Dick Van Dyke… no sólo fue deshollinador y fiel compañero de Mary Poppins)… todo lo contrario al prentendiente ideal.

… El primero que fallece por exceso de trabajo es Edgar Hopper (tras una humillante visita de su contrincante Crawley… al que decide desbancar de su puesto de hombre más rico de la localidad)… y luego todos los demás irán encadenados. Un pintor americano bohemio de París (divertida crítica a los artistas vanguardistas con un Paul Newman delirante), un súper millonario solitario que echa de menos sus raíces granjeras (elegante Robert Mitchum) y un mediocre artista de vodevil que termina convertido en una súper estrella de Hollywood (Gene Kelly).

Entre los divertimentos de esta película, además del sugerente reparto, está que cada historia —cada matrimonio de Louise— forma parte de un género o una forma de emplear el lenguaje cinematográfico. Siempre que narra sus cuatro matrimonios al ‘alucinado’ psiquiatra lo compara con un tipo de película (y así queda reflejado): una película de cine mudo, una película intelectual francesa en el periodo de Nouvelle Vague, una película glamurosa hollywoodiense emulando los lujosos melodramas o un musical…

La película también es una rareza dentro de la filmografía irregular del británico J. Lee Thompson donde la comedia no sería su género. Es recordado por producciones como Los cañones de Navarone o la interesante El cabo del miedo… y terminó sus días dirigiendo a un Charles Bronson justiciero. El guion estuvo en manos de dos especialistas en musicales, Betty Comden y Adolph Green (por ahí anda Gene Kelly… y una parte bastante musical con reminiscencias a Cantando bajo la lluvia). Este proyecto estaba pensado para Marilyn Monroe (que la verdad no hubiera estado nada mal en el papel) pero debido a su trágica muerte no pudo ser y el relevo fue para una McLaine pizpireta y divertida. También la película es puro lucimiento para el trabajo en vestuario de la famosa Edith Head… la viuda negra sale con un montón de vestidos, bañadores y complementos (y también peinados) según los maridos que tiene y sus ensoñaciones de película.

Inolvidable una Louisa May Foster feliz, por fin, con un hombre (no digo quién), besándole y abrazándole y diciéndole: mi querido fracasado…

Así no está mal en este verano que finaliza disfrutar de una extraña comedia con estética, glamour y una gran galeria de actores.

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Renoir (Renoir, 2012) de Gilles Bourdos

 

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En el salón de mi casa hay un cuadro que no se cambia así que vayan pasando los años. Lo tenía mi abuela paterna. Y ahora yo. No tiene ningún valor. Es una copia del cuadro Almuerzo de remeros (Le déjeuner des canotiers) de Pierre-Auguste Renoir. Muchas veces lo miro y me causa mucha calma y paz además de tranquilidad. Así me ocurre con muchas de las películas de su hijo Jean Renoir sobre todo con Una partida de campo, que no deja de ser un homenaje al padre.

Gilles Bourdos recrea un año que pudo ser crucial en la vida de los Renoir, 1915. Jean Pierre Renoir se encuentra en la Costa Azul en un sitio idílico donde no renuncia a seguir pintando a pesar de los dolores artríticos que le tienen postrado en una silla de ruedas. Su esposa acaba de fallecer y él se siente muy enfermo. Pero a pesar de los pesares quiere seguir siendo un obrero del pincel y el dolor no le va a parar su pasión: plasmar lo bello. La naturaleza que le rodea o el cuerpo joven de una mujer desnuda.

Con pinceladas impresionistas, con escenas que son como cuadros en movimiento, Gilles Bourdos recrea un posible momento en la vida de la familia Renoir: el ocaso del pintor pero sin ser vencido siempre pintando y el nacimiento de una vocación por parte del joven Jean que le encontramos en un momento crucial de su vida. Herido en una pierna en la Primera Guerra Mundial regresa al hogar para curarse… pero parece que le va a quedar una cojera crónica. Es un joven indeciso ante el futuro… y a la vez horrorizado por la crueldad de la guerra y, sin embargo, siente la importancia de la camaradería entre sus compañeros de lucha…

Y en esta ‘lucha’ de sensibilidades, una mujer. La última modelo de Jean Pierre y la futura primera esposa de Jean (además de musa de sus primeras películas mudas): Andrée Madeleine. La mujer que provoca que los dos hombres tengan un enfrentamiento templado, una declaración de respeto y cariño mutuo y un relevo de sensibilidades y de la importancia de pase lo que pase seguir creando y creando…

Andrée Madeleine mostrando su cuerpo y su fuerte personalidad despierta a Jean y le dice a gritos lo que su padre trata de explicarle sin que le salgan las palabras (pues nunca le salieron con sus hijos…): qué fácil es dejarse morir… porque muchas veces lo difícil y complejo es vivir…

Y en estas pinceladas impresionistas vemos el matriarcado formado entre las antiguas modelos y sirvientes del pintor que amenizan el día a día con los cuidados que le proporcionan, con sus cánticos, con la preparación de las comidas, sus paseos y sus discusiones… Nos enteramos de las ausencias. No sólo la esposa muerta sino la de aquella niñera-modelo-musa, Gabrielle. O la de sus dos hijos mayores Pierre y Jean. O la presencia casi invisible de un hijo pequeño, que sufre las ausencias y los silencios, Coco. Y le duele la presencia continua del dolor… Todo envuelto en la belleza de un cuadro y en la frialdad de una naturaleza muerta… Todo arrastra hacia la melancolía.

Y en la historia de Jean y Andrée (futura Catherine Hessling) se esconde un destino triste (que ella siempre tiene presente)… cumplirían un sueño y también se divorciarían. Y los dos morirían el mismo año: 1979. Él como un cineasta reconocido, ella totalmente en olvido.

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Maratón veraniego de películas en varias pinceladas

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Elysium (Elysium, 2013) de Neill Blomkamp

Max (Matt Damon), hombre rapado y tatuado, héroe elegido y trágico (y bestia entre los bestias)… tiene un sueño: alcanzar Elysium. Él vive en la tierra que se ha convertido en un vertedero, superpoblada y explotada donde la sanidad no llega para todos, los trabajos son mal pagados y no hay ninguna seguridad y donde cada día es un sálvese quien pueda. Max habita en el caos. Pero él no ha perdido su capacidad de soñar… Trata de alcanzar sueños: recuperar un amor y amistad de la infancia o conseguir un billete para Elysium, un paraíso en el espacio exterior. Donde todo es inmaculadamente perfecto y donde todo puede ser curado… El abismo entre ricos y pobres es ya no abismal sino espacial. Además existe la inmigración clandestina… pero Elysium tiene unos métodos de seguridad poco éticos liderados por Rhodes (Jodie Foster), del gabinete de Gobierno de Elysium y también cuestionada por sus mandatarios, y no deja que ni un sólo inmigrante se quede en el paraíso… Un accidente laboral grave cambiará el destino de Max que luchará con todas sus fuerzas para sobrevivir… pero el destino le depara otro final.

Neill Blomkamp lo tenía todo para haber creado una buena película de ciencia ficción. Contaba con una buena metáfora (siempre se va al futuro pero lo que refleja es muy pero que muy actual), un héroe carismático con toques bíblicos y unos personajes que le podían haber respaldado. Por otra parte tiene capacidad para crear una imagenería visual atrayente y unos efectos especiales y técnicos virtuosos sin ser estridentes. Así contaba con un buen armazón que se deshincha convirtiéndose en una entretenida y típica película de acción con más de una incoherencia insostenible… Sus personajes secundarios desaparecen o mueren y no pasa absolutamente nada. Tan sólo la sostiene un héroe atormentado que cuenta una historia muy vieja que siempre ata (pero se queda demasiado solo en el camino y no le dejan ni interactuar con los malos malísimos): érase una vez un hombre elegido para cambiar el mundo… pero esto tiene un precio muy alto… Lástima. Es de esas películas que podían haber sido… y no fueron…

 

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Manderlay (Manderlay, 2005) de Lars von Trier

Primero fue Dogville, después Manderley… y todavía nos queda la tercera de esta trilogía, Washington. Lars von Trier realiza un particular viaje por EEUU, la tierra de las oportunidades pero plasma asuntos universales donde el ser humano no sale muy bien parado. Buen cine-tesis para debates encendidos. Su protagonista es Grace, hija de un mafioso. Primero vive una pesadilla en un ‘amable’ pueblecillo rural de la América profunda, Dogville, en la época de la depresión. Y más tarde desemboca en Manderley, una mansión sureña donde todavía está instalada la esclavitud…

Grace siempre se convierte en la heroína desestabilizadora. Llegue donde llegue, todo lo pone patas arriba y hace que salga lo peor del ser humano. Y lo realmente increíble es que Lars von Trier con su distanciamiento en la manera de narrar la historia (con voz en off y en capítulos —como ya ha hecho en otras ocasiones—) y de visualizarla realiza una radiografía dura pero tremendamente realista de un mundo que es complejo, contradictorio y cruel… Así plantea cuestiones y temas incómodos desde ópticas que nos ponen en situaciones desagradables pero que nos hacen pensar. Grace es un personaje interesantísimo y complejo (esta vez tiene el rostro de Bryce Dallas Howard y no el de Nicole Kidman) porque parte siempre de un rostro angelical y un comportamiento donde aparentemente prima el idealismo, la buena fe y la bondad para terminar metiendo la pata una y otra vez y sacar siempre lo peor de cada uno… Al final termina siempre con la huida de Grace a los brazos de su ‘odiado’ padre, un gánster, y comportándose como ha negado desde el principio que se comportaría. Esta vez sus intentos se vuelcan en acabar con la esclavitud de Manderlay, conseguir la igualdad entre blancos y negros, alcanzar la libertad, instaurar un sistema democrático, el trabajo en equipo y que entre todos saquen  adelante la finca. No será misión tan fácil ni llevadera…

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El callejón de los milagros (1994) de Jorge Fons

Antes de Amores perros existió El callejón de los milagros donde su director Jorge Fons entralaza la historia de sus personajes trágicos inspirándose en la novela del egipcio Naguib Mahfuz. Pero en vez de ser un callejón de El Cairo es un callejón de un México D.F. contemporáneo. Un callejón que no deja volar a sus habitantes y que si vuelan no es para tener experiencias precisamente bonitas. Todos regresan al callejón… y lo de los milagros es un insulto. Sus vidas son tragedias que arrastan… y destinos que sólo traen a la cabeza canciones tristes. Y si en Ámores perros en sus historias trágicas entrelazadas en la parte más marginal terminaba surgiendo una cierta belleza y poesía… esa semilla ya estaba plantada en este callejón de los milagros. Un hombre mayor, dueño de una cantina, casado y con un hijo con el que no se lleva bien… se deja llevar por lo que siente de verdad: decide vivir su historia de amor con un joven dependiente. Pero no será una idílica historia de amor, sí una historia de rechazo, incomprensión y violencia… Alma una chica joven que sueña, que quiere salir del barrio, de su casa… y que son muchos los que la prentenden. Sobre todo el peluquero, Abel, que sueña con prosperar en EEUU y poder así volver rico para casarse con ella para que no les falte de nada. Y una vieja solterona que sueña con que la amen y que se cree a una vecina que le lee las cartas, la mamá de Alma, cuando ésta le dice que pronto encontrará el amor… Todas las historias empiezan en el mismo momento… después, en un lapso de tiempo todos se volverán a encontrar las caras y precisamente no nos contarán historias con finales felices… Por cierto fue la carta de presentación de Salma Hayek.

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M. Butterfly (M. Butterfly, 1993) de David Cronenberg

… Cronenberg nos lleva de la mano a sus ambientes inquietantes, a sus identidades extrañas y crea una historia de amor trágico (adaptando una obra de teatro que parte de una historia real). Así un diplomático francés en China (en la China de la Revolución de Mao) se enamora de un ideal ‘una mujer perfecta’ que es la representación de un ‘mito’, Madame Butterfly, la triste heroína de la ópera de Puccini. Y ese ideal es una ‘diva’ de la Ópera China… un hombre que actúa como una mujer. Y no hago spoiler porque lo que Cronenberg muestra es que todos sabemos la verdad desde el primer instante, todo es cuestión de identidades. Y nuestro protagonista lo que hace es enamorarse del amor, de un ideal que crea que tiene otra percha. Por eso cuando se descubre esa percha, él pierde a su amor. Se hunde. Cuando se descubre el engaño, todo carece de sentido… Y ahí Jeremy Irons, digna ‘diva’ del melodrama, nos regala un final que nos lleva hasta el extasis, hasta el extremo del dolor… se convierte en una Madame Butterfly que entiende el concepto de pérdida.

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Escalofrío en la noche (Play Misty for me, 1971) de Clint Eastwood

Antes de que existiera la tramposa y exitosa Atracción fatal en los 80, Clint Eastwood empezó su carrera como director con Escalofrío en la noche donde Jessica Walter da bastante miedo como amante obsesiva que se apodera del tiempo y del espacio del donjuán de turno, un locutor de radio especializado en Jazz y programa nocturno. Y así Eastwood entrega un thriller inquietante revestido de años setenta bajo la atenta mirada (y algún consejo) de uno de sus directores de cabecera Don Siegel (al que le proporcionó un papel como camarero colega). Clint Eastwood ya muestra que le gusta contar historias y sabe cómo filmar una vida aparentemente tranquila que se va perturbando poco a poco por una presencia anómala… una chica encantadora pero que se obsesiona hasta la médula del amante y que saca toda su rabia cuando percibe el rechazo. Agradable sorpresa.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

George Méliès. La magia del cine

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Cuando hay conocimiento pero también pasión y cariño de por medio ocurre que de pronto un ciudadano puede entrar en un mundo mágico donde la ilusión y la fantasia son los ingredientes principales. Y eso ocurre con la magnífica exposición Georges Méliès. La magia del cine y es que es un lujo cuando una muestra está tan bien hecha y cuidada. Hildy Johnson entró a las 10.00 de la mañana y no salió hasta la 13.30…

Y es que el viaje merece la pena… porque se aterriza en el universo de Méliès (1861-1938). Y no se quiere salir de él. Así la imagen icónica de esa luna cuyo ojo es atravesado por una nave espacial simboliza cómo el realizador-creador (y mil cosas más) se dio cuenta de que el cine era algo más que imágenes en movimiento. El cine podía plasmar lo imposible. Todos los sueños se reflejarían en la pantalla blanca. Y así en ese estudio acristalado (desgraciadamente desaparecido), Méliès dio rienda suelta a la imaginación. Y se podía ir a la luna o al fondo de los mares. Y surgían demonios, bailarinas que salían de linternas mágicas, magos que hacían desaparecer a damas, una luna que era seducida por el sol, cabezas que se volvían gigantes y estallaban, fantasmas, muertos vivientes, magos, monstruos, bellas mujeres sentadas en estrellas…

Además no sólo disfruta el cinéfilo sino también el curioso porque Méliès era una especie de Leonardo Da Vinci que protagonizó una vida de película. Así era capaz de realizar todo tipo de dibujos para atrapar todo lo que producía su mente. Se convirtió en un buen mago y arrendó el mítico teatro de Robert Houdin. Allí aprendió a ser director de teatro, actor, decorador, técnico… Después descubrió las primeras proyecciones de los hermanos Lumière y se enamoró de esa nueva forma de expresión… y entonces fascinado se convirtió en realizador, productor, actor, director artístico y de efectos especiales y distribuidor… A principios de siglo tenía casi un imperio de sueños. Pero en la década siguiente todo se fue desinflando hasta que terminó arruinado y en olvido como vendedor de juguetes en el vestíbulo de la estación de tren de Montparnasse en París.

Y es que ahora mismo Méliès no es un gran desconocido sino que todavía es reciente el fenómeno editorial de La invención de Hugo Cabret, un cuento ilustrado de Brian Selznick, que fue llevado al cine en 2011 por Martin Scorsese que realizó un sentido homenaje al cine. Y el centro del libro y la película es George Méliès. Así el realizador es un rostro reconocible. Cercano. Un rostro que despierta curiosidad…

Cada sala, exquisitamente cuidada, muestra un aspecto del universo de este creador que vio en el cine la posibilidad de lo fantástico. Así indagamos en todas sus influencias y damos un paseo interesantísimo por el pre-cine. Los espectáculos de magia se mezclan con las sombras chinas o las linternas mágicas y otros aparatos, antes del proyector, que atrapaban el movimiento. En un espacio nos encontramos con el fascinante mundo de las fantasmagorías y en otro descubrimos esas primeras imágenes que proyectaron los Lumiére. Más allá nos enfrentamos con el escenario del teatro Houdin y sus carteles o con todos aquellos artilugios que hacían posible fenómenos donde la lógica no tenía sitio.

Después cuando Méliès ya tiene todo su arsenal de imaginación y fantasia y dispone de una cámara de cine se despliega su mundo en la pantalla blanca y entonces el visitante se convierte en ‘espectador’ de sus obras cinematográficas y monta en la nave que le hará llegar a la luna. Así en un viaje increíble irá pasando pantalla por pantalla a mundos inimaginables. Porque si algo destaca en el universo de este realizador es que no hay sitio para la lógica o la coherencia y sí para la sinrazón y los fenómenos extraños.

De alguna manera el visitante se convierte en un viajero de sueños de celuloide que no quiere abandonar la nave y que espera llegar a esa luna imaginada… que sobrevive en su subsconsciente.

Nota: la exposición ha sido organizada por la Obra Social ”la Caixa” en colaboración con La Cinémathèque française y se puede visitar en Caixaforum Madrid (Paseo del Prado, 36) hasta el 8 de diciembre… Es una buena disculpa para una escapada. Está abierta todos los días de 10.00 a 20.00 horas y la entrada al recinto es de 4 euros.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

10 razones para amar El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, 1962) de John Ford

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Razón número 1: El senador y la mentira

Ransom Stoddard es un mítico senador del Congreso de los Estados Unidos y un día llega en tren a una pequeña localidad del Oeste, Shinbone. Para sorpresa del periódico local el senador está ahí para asistir al entierro de un hombre que nadie recuerda, Tom Doniphon.

En una destartalada funeraria sólo acompañan el ataúd: el senador, su esposa Hallie, el amigo fiel Pompey y un hombre anciano que fue en tiempos lejanos comisario, Link Appleyard. Uno de los periodistas quiere saber por qué el senador está ahí y le dice que tiene derecho a saberlo porque él es noticia. El senador mira a su esposa. Ésta asiente. Y se lleva a los periodistas a otra sala. Y empieza a contar su historia.

Éstos son los cimientos sencillos de un relato cinematográfico complejo. El hombre que mató a Liberty Valance es un western desencantado, íntimo,  tremendamente romántico y poblado de idealismos y sueños rotos. Como acostumbraba John Ford, sus historias aparentemente parecen simples y sin complicaciones pero es en lo que no se dice donde se hayan las complejidades y las otras lecturas.

El personaje del senador es tremendamente rico en matices. Nos lo presentan ya mayor y con éxito… distinguido y tranquilo. Sin embargo, vamos viendo a un hombre desencantado, distante y cínico, que arrastra una historia que quiere contar. Y que no le hace más feliz y sí carga más peso en sus espaldas. Le hace reflexionar sobre su vida y méritos políticos. Al final toma una decisión que implica la felicidad de su esposa, Hallie. Descubrimos tristeza, y también ese desencanto, en el matrimonio.

Y todas las claves se van desvelando según vamos escuchando los hechos que relata el senador… Todas las piezas van encajando. Así descubrimos los inicios de un joven abogado que en un pequeño pueblo del Oeste pierde su idealismo y gana su prestigio político y su estabilidad emocional. A su favor decir que todo le vino dado, incluso el convertirse en leyenda. Y que realmente creía y cree en los ideales políticos… piensa que puede mejorar la vida de los habitantes del salvaje Oeste.

Para este papel nadie mejor que un James Stewart capaz de dar todos los matices, todas las luces y sombras, a su personaje. Un personaje que arrastra a su pesar una mentira sobre la que se ha cimentado su carrera y prestigio político.

Y ahí está John Ford para convertirse en un trovador de buenas y emocionantes historias y contar en imágenes una maravillosa y extremadamente compleja. Una de sus últimas historias. Nada es plano. Nada sobra. Nada falta. El hombre que mató a Liberty Valance surge del relato corto de una mujer, Dorothy M. Johnson y de la visión y añadidos de John Ford que guiaron la escritura del guion de James Warner Bellah y Willis Goldbeck.

Razón número 2: El héroe protector

Tom Doniphon es el héroe protector y sólo podía tener el rostro y la presencia de John Wayne. No habla mucho, no tiene el don de la amabilidad aunque sí un sentido especial del humor y la lealtad. Ante todo es fiel a sus amigos y al amor. El hombre duro es despiadadamente romántico.  Y cuando no consigue a la mujer de sus sueños y cuando ya no es necesaria su protección, cae al abismo en silencio. Cae en el olvido. Y no se queja ni acude a nadie. Sólo permite que se quede a su lado otro amigo y compañero de trabajo fiel, Pompey. Él se sacrifica por lo que cree y por el amor de su vida. En silencio. No quiere glorias, prefiere la soledad. Prefiere morir en vida.

Cuando llega ese joven abogado, valiente con la palabra pero un desastre con las armas, se convierte en su sombra protectora. Y en sombra se queda. Porque siempre ha actuado así. Sólo sabe actuar así. Todos los del pueblo lo saben. Los dueños del restaurante. La mujer de su vida, Hallie. Cada uno de los habitantes: el periodista, el doctor, el comisario…Todos saben que pueden contar con él. Y todos saben que está ahí, protegiéndoles en silencio ante los desmanes de Liberty Valance y su pandilla. Valance sólo siente cierto respeto por Tom Doniphon.

Y él vive trabajando, protegiendo, y labrándose un futuro tranquilo. Por eso en su casa lejana está construyendo una hermosa habitación… para cuando la ocupe con Hallie. Nunca da el paso de pedir su mano pero va dejando pistas: no sólo la protege sino que la regala un hermoso cactus con flores, siempre tiene una palabra amable y le encanta cuando Hallie se enfada…

Pero dicen que cuando a los hombres duros se les rompe el corazón ya no tienen consuelo. Se retiran a beber y morir lentamente, en olvido. Y nadie mejor que John Wayne para mostrarnos a ese héroe protector que se derrumba.

Razón número 3: Las armas y la ley

Y El hombre que mató a Liberty Valance tiene diversas capas. Y una de ellas es glosar o trovar el fin de una etapa en el lejano Oeste. Y en esa línea de cambio, dos hombres.

Tom Doniphon representa al vaquero del Oeste, al héroe a su pesar que sobrevive en un territorio sin ley. Diestro con las armas se hace respetar y cuida a los suyos. Primero los enemigos fueron los indios (¿o los enemigos fueron ellos?), también los ladrones y saqueadores de los caminos, después los rancheros que no quieren compartir la tierra y que sólo conocen la ley del más fuerte y el lenguaje de las armas. Si no admites lo que te propongo, te mato. Mientras sobrevivo.

Y el senador Ransom Stoddard representa el futuro. La fuerza de la palabra. La construcción de nuevos ciudadanos. El joven Ransom cree en la educación, en el poder de la escritura y la lectura. Cree que se puede enseñar lo que es la democracia por eso sabe la importancia que tiene la información (el periodismo). No cree que tenga que imperar la ley del más fuerte sino lo que opine la mayoría. Él llega al pueblo y es recibido con máxima violencia por Liberty Valance que le deja moribundo… y él quiere combatir con Valance con la ley en la mano y meterle en prisión. Ransom Stoddar muestra el siguiente paso del salvaje Oeste, él cree en el progreso, en la comunicación, en la política, en el paso de la diligencia al tren, en la construcción de un estado…

Sin embargo la gran ambigüedad del asunto (y es un tema ya tratado por John Ford varias veces) es que para poner los cimientos al progreso y para construir la democracia (para entender la historia de ese lejano Oeste)… hace falta que existan héroes como Tom Doniphon que no tienen problema en empuñar un arma…

Razón número 4: Los malos y otros secundarios

Como es habitual en el universo fordiano, la galería de secundarios es un lujo de buenos personajes. Así entre los malos nos encontramos a un pistolero y mercenario (que se une al mejor postor) que hace la vida imposible a todos los habitantes del tranquilo pueblo del Oeste. Él es Liberty Valance, un hombre excesivo que deja su firma con un látigo… especialista en desestabilizar, crear violencia y no tener un atisbo de piedad. Pero sí se da cuenta y por eso los toma inquina que esos hombres que emplean la palabra y el saber pueden acabar con su reino de miedo y terror. Por eso se convierten en objetivos el periodista y el abogado… Y el rostro de Valance con su risa incluida no podía ser más que el del mítico Lee Marvin. Le acompañan dos secuaces, uno de risa desagradable y el otro siempre callado y frío. Y en ese secuaz silencioso descubrimos al futuro rey del spaghetti western, Lee Van Cleef.

Pero como no podemos pararnos en todos los secundarios, nombraremos a los más cruciales en la trama.  Así nos encontramos que Pompey, el amigo fiel de Tom, es otro ser marginado como él y cuenta con el rostro de un siempre eficaz y carismático Woody Strode. Un hombre negro no lo tenía fácil en el salvaje Oeste pero Pompey siempre se mantiene como un hombre íntegro, fiel y con la dignidad intacta. También nos encontramos con ese comisario puesto en su cargo por su inutilidad y cobardía para que no sea un estorbo ante los desmanes de Liberty Valance y su pandilla. Y ese comisario tiene el rostro de Andy Devine, inolvidable secundario. No obstante al comisario se le regalan no sólo momentos cómicos y de cobardía sino un enfrentamiento verbal con Valance y una fidelidad hacia todos aquellos que considera amigos. También se ilustra el nacimiento de una democracia donde ya se ve el poder de la oratoria, la artimaña y el proceder de los políticos para conseguir sus fines, la importancia del espectáculo y los mítines para conseguir votos, el peligro del populismo… Y ahí se nos regala la interpretación de John Carradine como oponente político del joven senador.

No son los únicos… hay muchos otros rostros identificables del universo fordiano. Y uno de ellos me lo guardo para un único apartado, el periodista Dutty Peabody con el rostro de Edmond O’Brien.

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Razón número 5: La memoria, de la diligencia al tren

El hombre que mató a Liberty Valance es también un tratado sobre la memoria. Así nada como la muerte de un ser querido para activar los mecanismos del recuerdo. El senador le dice al periodista que él es un hombre joven que sólo sabe lo que ocurrió a partir del descubrimiento del tren… pero que su mundo era muy diferente. Y en ese mundo iban en diligencia. Y entonces en esa funeraria (que sirve para más negocios) hay una polvorienta diligencia. El senador señala esa polvorienta diligencia para dar a entender su pasado… y de pronto quita el polvo y descubre la inscripción y cree, emocionado, que puede ser la misma diligencia que le trajo a ese lejano pueblo. Entonces se pone en marcha la memoria, el recuerdo y la nostalgia… y ya el espectador queda atrapado ante esa historia rescatada del pasado en las brumas de la memoria.

Razón número 6: El triángulo y el amor

Una de las razones por las que amo eternamente a El hombre de Liberty Valance es por su romanticismo extremo pero sin estridencias. Y así entre el senador y el héroe protector surge el tercer personaje de un triángulo: Hallie, la chica voluntariosa, inteligente, llena de vida, con carácter y analfabeta (pero con muchas ganas de aprender), que trabaja duramente en el restaurante con los dueños —un matrimonio que ejercen prácticamente de padres adoptivos—, y que marca la vida de los dos protagonistas. Y marca sus vidas porque los dos la quieren. Así su vida se construye a partir de una elección. Esa elección la sigue para siempre. Al final queda como un halo de nostalgia alrededor del personaje. Sobrevuela una duda, ¿se equivocó en la elección?

No lo sé. Creo que esa duda hubiese también sobrevolado si hubiera elegido a Tom. Hallie siempre dudaría porque los amaba a ambos (pero de manera diferente) y cada uno le ofrecía un mundo y posibilidades diferentes. Y además Hallie sabía cómo tratarles a ambos y no sólo eso, se da cuenta de que ambos están y estaban totalmente enamorados de ella…

Y es Hallie la que precipita el sacrificio de Tom pues éste decide retirarse del juego del amor cuando descubre que ella quizá quiere vivir tan sólo al lado del hombre de letras y ahora héroe mítico.

Hallie arrastra la pena de la pérdida porque sí valora el sacrificio de Tom e incluso parece que, suavemente, se lo echa en cara a su flamante marido, el senador. El senador significaba un mundo de conocimiento, apertura y aventura fuera del pequeño pueblo. Y ése fue el camino que tomó. Y Tom hubiese sido quedarse donde estaban sus raíces, en una casa construida para ella, vivir en una comunidad pequeña, rodeada de naturaleza y quizá con una pasión más profunda. Hacia el senador sintió una admiración honda…, y con Tom quizá fue una mujer enamorada que no dio el paso porque él tampoco se atrevió o se le pasó el momento.

Hallie tiene el rostro de la actriz Vera Miles, actriz que compone dos hermosos papeles tanto en Centauros del desierto como en esta película. Aquí Ford le regala un buen papel y la actriz despliega su arsenal y se apodera del personaje.

Razón número 7: Desmitificación de la leyenda

Si por algo también me entusiasma El hombre que mató a Liberty Valance es porque aparentemente parece que está contada de una forma sencilla… pero la sorpresa que la convierte en película imprescindible es que es una de las más demoledoras historias de desmitificación de una leyenda. De desmitificación del acto de un hombre.

Construye el engranaje completo de cómo el senador se convirtió en el hombre que mató a Liberty Valance. Un hombre por ello admirado, respetado y querido. Y cómo este hecho es una leyenda y cómo su protagonista lo sabe. Así cuenta los sucesos acaecidos a unos periodistas ávidos de noticias… pero cuando éstos se dan cuenta de que la leyenda se quiebra, uno de ellos dice frase demoledora: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se escribe sobre la leyenda”. Así que el senador se queda con la leyenda que cada vez más le pesa… y Tom relegado al olvido. John Ford nos cuenta la verdad, los hechos de una historia, pero se nos dice que se prefiere la leyenda…

Y lo que parece una bella historia se convierte en una culpa oculta. En una mentira sobre la que se construye una carrera política. Y eso termina doliendo al matrimonio Stoddard. Y a todos los que rodean el ataúd.

Ford nos cuenta de manera magistral y en el momento justo de dos maneras diferentes, desde dos puntos de vista distintos, el instante en que Liberty Valance cae abatido por un tiro. Primero la gente del pueblo, y nosotros los espectadores, vemos cómo el senador gravemente herido (y valiente, eso no se lo quita nadie) con su mandil y su pequeña pistola dispara a Valance y éste cae moribundo. Pero en el momento crucial de su carrera política, en un momento que va a abandonar, Tom le cuenta lo que pasó aquel día. Y vemos la misma escena desde un callejón donde se encuentran Pompey y Tom… y como siempre el héroe protector está ahí a tiempo de actuar.

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Razón número 8: La libertad de prensa y Dutton Peabody

El periodista Dutton Peabody es el personaje secundario que hace que uno se quite el sombrero. Protagoniza además uno de los momentos más increíbles cinematográficamente que muestra a un Ford maestro del lenguaje en imágenes.

Dutton Peabody es además el alcohólico del pueblo… tanto cuando bebe como cuando no bebe le gusta hablar y contar verdades pero se encuentra tan desencantado en un mundo de locos que prefiere parecer un cínico que nada le importa y que lo único que le interesa son sus botellas. Sin embargo la llegada del joven abogado le hace volver a creer que el cuarto poder sirve para algo y este propietario, editor, director, reportero… y también, para qué engañarnos, el que barre el local del periódico local empieza a emplear sus páginas para la denuncia y termina, sin quererlo ni beberlo, en el mundo de la política. Pero también se convierte en objetivo de Liberty Valance y sus hombres y en un defensor acérrimo de la libertad de prensa…

Así protagoniza una escena increíble en su local. Está escribiendo su próxima portada pero a la vez se encuentra muy bebido (el miedo: se sabe en peligro y que Liberty Valance va a por él y a por el senador). En esa portada cuenta la derrota de Valance en una votación… queda claro que no sirve para la política ni para la democracia. Descubre una errata y que tiene que corregirla… pero antes decide ir a por más alcohol. Vemos cómo apaga la luz de su quinqué y cómo su sombra se proyecta en la pared del local. Va a la cantina a por más alcohol. Y cuando regresa, sólo vemos su sombra en la pared. Todo está oscuro. Alcanza su quinqué y lo vuelve a encender y ante la tenue luz aparecen de pronto Liberty Valance y sus dos secuaces. ¡Una pasada de escena! A partir de este momento recibe una brutal paliza… que le deja prácticamente muerto.

Dutton Peabody está magistralmente interpretado por Edmond O’Brien en uno de los mejores papeles de su carrera cinematográfica. Me quito el sombrero.

Razón número 9: Lo que no se dice

Ford es el rey en contar silencios. En sus películas hay que estar atento a lo que no se dice, a lo que se muestra con una mirada o con un gesto. Y surgen otras historias y otras lecturas. Y en El hombre que mató a Liberty Valance hay que estar atento a las miradas de Tom, a las de Hallie, a las de Pompey, a las del senador… Cómo Tom se sienta en la mesa de un restaurante, cómo el senador mira a Hallie cuando descubre que ésta no sabe leer, cómo Hallie sale a la puerta para despedirse de Tom pero no le llama y cómo Pompey mira a cada uno de los protagonistas de esta historia y sufre con dolor el sacrificio de Tom.

Si seguimos tan sólo las miradas encontramos un subtexto que enriquece cada vez más la película en cada nuevo visionado.

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Razón número 10: Flores de cactus encima de un ataúd

Y llega entonces para mí una de las escenas más hermosas: un humilde y sencillo ataúd de madera con unas flores de cactus encima. Y los que ya sabemos los hechos nos damos cuenta del significado de esta escena y entendemos la mirada del senador…

Y eso es El hombre que mató a Liberty Valance la flor de cactus en la filmografía de John Ford. En el momento de su estreno fue vapuleada por la crítica, fueron pocos los que supieron ‘leerla’. Sólo hizo falta que pasara el tiempo para descubrir el potencial y la complejidad de una historia que destruye, con delicadeza, la leyenda y la épica del Oeste…, y muestra un mundo brutal y duro.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Programa doble de verano: Un invierno en la playa (Writers, 2013) de John Boone / Guerra mundial Z (World War Z, 2013) de Marc Forster

Una película de un debutante (dirección y guion) y otra de un cineasta con una interesante carrera cinematográfica a sus espaldas. Dos propuestas para el verano. Ninguna de las dos cambiará la historia del cine pero sí son capaces de proporcionar una buena tarde veraniega (y eso no es fácil). Una apela a las relaciones familiares, a los distintos tipos de amor y a la creación literaria. La otra a un mundo apocalíptico con zombis de por medio. Ninguna presenta innovación alguna sino temas y estructuras ya vistas y ‘vividas’ en las pantallas de cine pero ambas muestran que se pueden contar bien historias ya sabidas.

Un invierno en la playa (Writers, 2013) de John Boone

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Un invierno en la playa transcurre en un año, entre dos comidas de Acción de Gracias, y nos cuenta la crónica sentimental de la familia Borgens. Así la película forma parte de la tradición de tragicomedias sobre familias casi disfuncionales que superan obstáculos. Ni contigo ni sin ti. Me vienen a la cabeza títulos como A casa por vacaciones de Jodie Foster, Pequeña Miss Sunshine o Los descendientes. La mayoría de los Borgens son escritores (éste es el título original de la película, creo que más adecuado) y la creación literaria les sirve para expresar sus miedos y vivencias… y seguir en el día a día.

Cuando empieza el año el padre lleva tres años separado de su mujer pero todavía con la esperanza de que va a regresar. Ella se fue con otro. Pero él espera… y no escribe. Se dedica a ‘vigilar’ la vida de su ex por una de las ventanas de su nuevo hogar y de vez en cuando se acuesta con su vecina, una activa y joven mujer casada. También está pendiente de sus dos hijos: un adolescente que vive con él y una joven hija que ya es universitaria… los dos tienen maneras distintas de vivir el amor en un año que será crucial. Él está enamorado de una chica de su clase que arrastra problemas con las drogas. Es tímido y romántico… y un amante de las novelas de Stephen King. Ella prefiere el sexo al amor, no comprometerse nunca. Dice que es realista. Está muy enfadada y resentida con su madre. Y además va a publicar su primera novela… y va a conocer a un chico que no quiere sólo sexo con ella…

Y así entre el amor y el desamor transcurre Un invierno en la playa con buena banda sonora de fondo y una galería de actores absolutamente creíbles. El matrimonio Borgens está formado por Greg Kinnear y Jennifer Connelly (a mi parecer saca adelante el papel más complejo. Ella es la ‘musa’ de la familia pues a parte de ser la única que no crea, es la que desestabiliza el ‘orden’ familiar… y la que hace que todos sufran su personal transformación… incluida la propia). Los hijos tienen los rostros de Lily Collins y Nat Wolf y te los crees absolutamente como jóvenes adolescentes en fase de descubrir la vida. Y pese que las sorpresas de argumento son más bien pocas, sin embargo, el espectador se siente enganchado a cada uno de los personajes y a sus avatares amorosos… mientras pululan en una playa que se convierte en testigo de sus vicisitudes (y tópicos, sí no os voy a engañar). Así en un año cada uno de los miembros de la familia Borgens tiene un recorrido y una transformación. Un cuento familiar con final feliz donde no hay sitio para la desgracia o la mala baba y el cinismo… Y que queréis que os diga, a veces, apetece uno de estos finales. Aunque lo sepas desde el principio… pero te alegra enormemente que suene el teléfono y que llamen a la puerta.

Guerra mundial Z (World War Z, 2013) de Marc Forster

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Siento debilidad por Marc Forster. Es uno de esos directores a los que a partir de una película les guardo fidelidad cada vez que estrenan en la sala oscura. Forster lo que toca sabe darle un toque especial, sabe rodarlo y dirigir bien aunque los últimos derroteros de su carrera me han desconcertado (de un cine intimista a cine de acción pura). Así Guerra mundial Z es más que el blockbuster del verano y más que todos los rumores que han rodeado su rodaje (digno de formar parte de los míticos rodajes infernales. Además los fans de la novela que adapta se han mostrado más que desencantados)… queda una película apocalíptica y de catástrofes con zombis (la metáfora estrella del siglo XXI sobre el futuro comportamiento de la humanidad) de fondo y la lucha de una familia (de nuevo otra familia) por sobrevivir en el caos. Dentro de esos argumentos que no varían demasiado nos encontramos con otro héroe a su pesar (con el rostro del actor y productor Brad Pitt) y con una ‘aventura apocalíptica’ que no deja un respiro al espectador. Desde la primera escena toma un ritmo vertiginoso y ya no te suelta hasta un final que es sólo un principio.

Así Marc Fosters hace que el espectador no pueda respirar tranquilo ni un solo segundo. Primero es un embotellamiento de tráfico misterioso, después nos vamos a una Corea fantasmal, desembocamos en Israel, volamos en un avión infectado y acabamos en un hospital donde quizá haya una mínima esperanza… Los humanos se transforman en zombis y se comportan como un ejército de hormigas que no dejan a nadie en el camino… Es una plaga que se extiende sin piedad, la naturaleza no perdona. Y el héroe tiene que encontrar el antídoto antes de que todos se conviertan en zombis…

Así Guerra Mundial Z forma parte de un subgénero —donde los protagonistas son los zombis (o seres más que extraños pero que les gusta comer carne humana)— que está resucitando con fuerza en este siglo con películas (con referentes literarios) como La carretera, Soy leyenda, Zombieland… donde las metáforas que pueden crearse son potentes. Así vemos ese Israel militarizado que se ha convertido en un estado-muralla donde la obsesiva seguridad no vale de nada y donde se advierte que se han equivocado siempre de ‘enemigos’.

Yo estuve durante toda la proyección en tensión… no pude estar tranquila ni un sólo segundo. Desde ese embotellamiento de tráfico hasta ese paseo por los pasillos de un hospital lleno de amenazas… pasando por ese avión donde algo ocurre tras las cortinas.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El extraño caso de Angélica (O Estranho Caso de Angélica, 2010) de Manoel de Oliveira

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Y la palabra clave para ‘mirar’ esta película de Manoel de Oliveira es ‘extraño’. Hagamos un experimento. Miremos los distintos significados de extraño en un diccionario (RAE) y ‘leamos’ esta película.

Extraño es raro, singular.

Como el fotógrafo protagonista, un joven sefardí del cual no sabemos nada de su pasado. Tan sólo su presente. Vive solo en una pensión en una región de Portugal (Peso da Régua). Es un hombre trabajador, tímido e introspectivo. Obsesivo y silencioso. Frágil. Apenas se relaciona con los demás, es educado y siempre va vestido de negro con una camisa blanca, un sombrero, y en el hombro su bolsa de fotógrafo.

Extraño es extravagante.

También le podríamos denominar extravagante. Como casi todos los personajes que le rodean en su extraña historia. Los habitantes de la pensión, los de la quinta, los labradores… son fisionomías extravagantes ancladas en el tiempo. Poseen un extraño humor, una extraña forma de ser.

Extraño es el adjetivo que acompaña a una persona o a una cosa que es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual forma parte.

Escuchamos que la historia transcurre en el siglo XXI en plena crisis económica… pero parece sin embargo que el tiempo, el lugar, la historia que se nos cuenta, la forma de contárnoslo… todo es ajeno al mundo de hoy. Y esto causa el mayor de los extrañamientos.

Extraño es permanecer extraño a algo, no formar parte.

Y nuestro protagonisa, el fotógrafo, no pertenece a este mundo como tampoco la joven muerta que tiene que retratar, Angélica. Los dos son ajenos a este mundo y por ello capaces de protagonizar una historia de amor y de muerte. De obsesión extraña…

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Extraño es un movimiento súbito, inesperado y sorprendente… y ésa es la clave de El extraño caso de Angélica… Manoel de Oliveira nos presenta una historia inesperada y sorprendente. Pero a la vez sencilla. Como un viejo relato o cuento sobre la vida y la muerte y el amor más allá de estos dos conceptos. Y lo inesperado y sorprendente provoca una película donde lo fantástico convive con lo cotidiano. Sin estridencias. Así es posible ese fotógrafo enamorado de la mujer muerta que a través del objetivo le sonríe y mira o le hace volar mientras recorren juntos un río…, una mujer muerta que atormenta sus sueños y transforma su realidad.

Así el centenario Manoel de Oliveira cuida una historia, que escribió hace tiempo (por eso quizá ese extrañamiento atemporal), y la trae a su mirada del siglo XXI del que todavía es testigo. Y así surge un relato donde lo viejo y lo nuevo conviven, como lo cotidiano y lo fantástico. Y así ese fotógrafo que en plena época digital sigue con su Leica y revelados protagoniza un cuento contemporáneo donde el amor sigue venciendo a la muerte. Así nos regala un relato cinematográfico entre lo onírico y lo poético que forma parte de una tradición cinéfila que ha dejado huella en Las tres luces, El séptimo cielo, Jennie, La muerte se va de vacaciones, El fantasma y la señora Muir o Sueño de amor eterno donde el amor se salta el tiempo, el espacio y la muerte.

Todo en un Portugal donde todavía conviven en armonía la modernidad y lo antiguo bajo una insistente lluvia y bellos paisajes donde el canto popular de los labradores que todavía trabajan la tierra de manera tradicional se mezcla con el piano de Maria Joao Pires que toca a Chopin… Donde todavía un gato puede mirar expectante a un pajarillo en su jaula, donde las ventanas se abren para dejar pasar la brisa, donde un coro infantil ensaya en una vieja iglesia o un cementerio puede verse a través de la reja. Donde todavía uno puede desayunar tranquilamente un café con leche, conversando. Donde los muertos son velados cuando antes se les ha puesto con sus mejores galas. Y donde un rostro joven como el de Angélica, que acaba de fallecer, puede de pronto mirarte y sonreír… y quizá esperarte.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Tres comedias y una tragicomedia: Llévame a la luna (Un plan parfait, 2012) de Pascal Chaumeil / Una mujer difamada (Libeled lady, 1936) de Jack Conway / La comedia de los horrores (The comedy of terrors, 1963) de Jacques Tourneur /Una canción para Marion (Song for Marion, 2012) de Paul Andrew Williams

El cine puede proporcionarnos unas vacaciones inolvidables. Y esta vez me voy a la risa. Tres comedias y una tragicomedia (como la vida misma). Grandes estrellas, glamour, viajes a lugares lejanos… incluso a la luna (o algo parecido con escala en África), amor mucho amor (con alguna lagrimilla), alguna que otra canción y ocio (especialmente pesca)… y unas dosis de humor negro (con homenaje a Richard Matheson).

Llévame a la luna (Un plan parfait, 2012) de Pascal Chaumeil

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A veces me pasa que sólo pido evasión y risas cuando entro en la sala de cine. Sí, soy así de simple. Así que cuando me sirven una buena comedia romántica con toques clásicos de screwball comedy y guerra de sexos me siento contenta. Y así me ocurrió la tarde de Llévame a la luna, comedia francesa, con una pareja insólita pero que funciona muy bien: Diane Kruger y Danny Boon (nuevo rey de la comedia francesa). Pero ¿quién da la sorpresa?: la hermosa y gélida Diane Kruger que posee una magnífica vis cómica (que ya dejaba intuir en Malditos bastardos).

Llévame a la luna es previsible (pero no importa) y quizá olvidable (tampoco importa) pero tiene varias escenas que provocan la carcajada y deja buen sabor de boca. A Diane y Danny siempre les quedarán sus aventuras africanas. Y Pascal Chaumeil emplea correctamente los mecanismos de la comedia romántica con dosis suaves de locura y mala leche.

Una mujer difamada (Libeled lady, 1936) de Jack Conway

Ahora nos vamos a una screwball comedy de los años 30. Ya sólo por su increíble reparto merece la pena inmiscuirse en Una mujer difamada de Jack Conway. Tenemos un cuarteto de oro y el secundario imprescindible: Myrna Loy y William Powell (actuaron juntos en un montón de películas y siempre proporcionaban una sensación de elegancia, glamour, risas —y a veces, las menos, drama— y burbujas…), Spencer Tracy y Jean Harlow. Del cuarteto la sorpresa es disfrutar de una Harlow en su papel de rubia tonta, descarada y sensual pero sensible y mujer enamorada. Además el secundario de oro es Walter Connolly, en un papel de millonario excéntrico.

La trama es compleja y enrevesada pero llena de encanto donde todo el lío ocurre a partir de una noticia falsa en un periódico y una demanda millonaria. Jack Conway sabe imprimir un ritmo trepidante y unos diálogos chispeantes así como varias escenas delirantes. Lo que más me ha llamado la atención es que quizá a Howard Hawks le vino la inspiración, si vio en su momento esta película, para una de sus más delirantes y divertidas comedias, Su juego favorito. Tanto William Powell como Rock Hudson regalan escenas divertidísimas como pescadores ‘expertos’.

La comedia de los horrores (The comedy of terrors, 1963) de Jacques Tourneur

Otra sorpresa inesperada ha sido toparme con La comedia de los horrores y disfrutarla en cada momento con un divertidísimo guión repleto de humor negro de Richard Matheson (que nos dejó hace poco y está siendo recordada su contribución al mundo del cine… así que ahí va mi homenaje). Así Tourneur crea un divertimento de humor negro lleno de encanto con una genial galería de actores y un gato inolvidable.

Así nos topamos con el enterrador borracho y su ayudante (Vincent Price, Peter Lorre), la esposa frustrada cantante de ópera (Joyce Jameson) o el padre anciano y sordo (Boris Karloff)… pero la sorpresa es ese muerto ‘tan especial’, el papel que me produjo más carcajadas en cada una de sus apariciones (¡Basil Rathbone a tus pies!).

Una película artesanal, realizada con cariño y mucho buen humor (aunque sea negro), donde todo provoca sonrisa y carcajada. ¡Y qué bueno volver a encontrarse con la cara especial de Joe E. Brown (… que alcanzó la inmortalidad con su ‘Nadie es perfecto’)! Así esta vez en la intimidad del hogar el espectador va de la funeraria al cementerio o a mansiones de hombres solitarios con carcajadas en el recorrido.

Una canción para Marion (Song for Marion, 2012) de Paul Andrew Williams

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Película británica sencilla, tragicomedia amable que deja ver el buen trabajo de dos intérpretes que son leyendas del cine. Buen cine británico con fondo social con momentos musicales para el recuerdo. Y sólo por los dos ancianos actores protagonistas merece la pena disfrutar de Una canción para Marion. Ellos son Vanessa Redgrave y Terence Stamp. Ambos se convierten en un matrimonio: ella, enferma de cáncer; él, abuelo cascarrabias con pánico a perderla. Ella consigue sacar fuerzas para acudir a un coro de personas mayores muy especial… y él encontrará ahí la energía para seguir adelante. Una pieza clave será la joven profesora (Gemma Arteton). Una canción para Marion es la versión en ficción del documental Corazones rebeldes. El documental mostraba un coro muy especial de abuelos que interpretaban canciones muy pero que muy rockeras.

Y a mí me ganó por los solos musicales que tienen en distintos momentos de la película Vanessa Redgrave y Terence Stamp. Momentos filmados con sencillez y elegancia y que ambos son capaces de que el espectador más exigente llegue a echar una lágrima, aunque sea disimuladamente. Paul Andrew Williams guarda bien el equilibrio entre comedia, tragedia y emoción. Así la película fluctúa entre la melancolía, la tristeza y la sonrisa tranquila de que la vida a pesar de los pesares continúa… y puede guardar momentos bonitos. En varias reseñas se ha señalado que Una canción para Marion es el reverso amable (y no tiene por qué ser peyorativa esta visión) de Amor de Michael Haneke. Y estoy muy de acuerdo.

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Odio entre hermanos (House of strangers, 1949) de Joseph L. Mankiewicz

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A veces basta una sola secuencia para sentirte atrapada ante la visión de una película. En Odio entre hermanos ocurre. Y sólo por esa secuencia ya sabes que Mankiewicz además de escribir buenos guiones sabe emplear de manera prodigiosa el lenguaje cinematográfico y sobre todo un recurso que emplea muy bien (y no es fácil) en alguna de sus películas más inolvidables: el flashback.

Odio entre hermanos nos hace conocer a Max (Richard Conte). Nos enteramos que acaba de salir de la cárcel. Que lleva siete años encerrado… Y que siente un especial resentimiento contra sus tres hermanos. Se nos va dosificando la información. Su padre ausente, omnipresente en varios retratos, era dueño de un banco que ahora regentan los tres hermanos. Max llega exigiendo a sus hermanos el tiempo perdido. Y se percibe desde el principio una tensión insoportable. También descubrimos a Irene (Susan Hayward), una mujer ajena a la familia que ama a Max y le ha esperado. Una mujer que trata de que Max expulse todo el odio que tiene acumulado en su interior y la influencia tan destructiva del padre omnipresente.

Entonces Max, en soledad, va a visitar la casa paterna… y ocurre la secuencia prodigiosa. Sólo por ella merece la pena su visionado. Se dirige a un salón muy barroco que está presidido por un enorme retrato del padre ausente, encima de una chimenea y al lado hay un gramófono. Max levanta la tapa y pone un disco y suena una ópera italiana, éste se sitúa entre el gramófono y el retrato de su padre y se queda pensativo… la cámara se va alejando de Max y va saliendo del salón hasta llegar a la escalera principal, y ésta va subiendo las escaleras hasta llegar a los aposentos de arriba se queda un momento fija en una ventana donde entra una luz tenue y hay un imperceptible fundido que nos devuelve a esa misma ventana y entonces la cámara sigue su recorrido por los aposentos hasta llegar a un dormitorio y entra a un aseo donde un hombre, en una bañera, tararea la misma ópera italiana que estábamos escuchando en el salón… ese hombre es el padre del protagonista (increíble Edward G. Robinson)… el magistral flashback está servido.

Así entramos en un drama familiar con aires de cine negro y gotas de melodrama donde la personalidad arrolladora del padre, un italoamericano que se ha hecho a sí mismo, influye de manera nefasta en sus cuatro hijos. Un inmigrante italiano que ha prosperado en la tierra prometida pero a la vez se ha ido corrompiendo. El padre ha pasado de regentar una humilde barbería a un banco (que lleva sus cuentas de manera irregular) y que aprovecha la crisis económica del crack del 29 para enriquecerse a costa de sus compatriotas más pobres.

… es una tragedia así podemos ver aires shakesperianos del rey Lear o gotas de relato bíblico de odio entre hermanos. El hermano más querido y respetado por el padre (pero al que también le influye la fuerte personalidad paterna) es el pequeño, Max. Un abogado triunfador y mujeriego que se muestra leal y fiel al padre. Los otros tres hermanos son continuamente machacados y humillados por su padre que les suelta todo tipo de lindezas. Así somos testigos en una comida familiar la fuerte tensión que vive esta familia día a día… Lo que más me ha sorprendido es el reflejo de esta familia italoamericana, su historia y su evolución en la tierra prometida. Las relaciones entre ellos y sus comportamientos. Un retrato magnífico que me ha recordado a una trilogía que adoro: El Padrino de Francis Ford Coppola. ¿Conocería el director esta obra cinematográfica antes de realizar la trilogía?

Odio entre hermanos ha supuesto un buen descubrimiento (gracias Alfredo, 39 escalones) que además permite disfrutar de todos los matices interpretativos de un Edward G. Robinson espectacular, muy bien acompañado por la contención de Richard Conte. El personaje de Conte tiene unos diálogos para enmarcar con Irene (una de las reinas del melodrama, Susan Hayward), la mujer que ama. Los secundarios para quitarse el sombrero como la enorme Hope Emerson, una jovencísima Debra Paget o una mamma italiana sufridora con el rostro de Esther Minciotti.

Es una película que cuida los ambientes (algo que también siempre ha sabido hacer muy bien Mankiewicz): la casa paterna, la casa de Irene, los bares que frecuentan los personajes, el propio banco… Y que te atrapa hasta llegar a un clímax donde el odio entre hermanos estalla de la manera más cruda y donde se refleja la influencia (tanto para bien como para mal) que tienen los padres sobre los hijos…

Odio entre hermanos es una obra cinematográfica más olvidada que otras entre la filmografía de Mankiewicz. Y es una buena sorpresa recuperarla. Aunque sólo sea para disfrutar cómo se emplea (y cómo se plasma) de manera magistral un flashback.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.