The grandmaster (Yut doi jung si, 2013) de Wong Kar Wai

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¿Qué fue lo que me hizo entrar a la sala de cine a ver The grandmaster? Leer en una revista de cine (Caimán. Cuadernos de cine, enero 2014) que en su banda sonora se escuchaba el Tema de Deborah de Ennio Morricone de la película Érase una vez en América de Sergio Leone. Sí, únicamente. No sabía con qué iba a encontrarme. No soy seguidora de la larga tradición que existe de cine de artes marciales… soy una auténtica ignorante en ese terreno. Y tampoco conozco bien los acontecimientos históricos que se reflejan. A Wong Kar Wai tan solo le conocía por dos de sus películas Deseando amar y My Blueberry nights pero ninguna de las dos las tengo suficientemente frescas en la memoria pues tan sólo las he visto una vez. De Deseando amar hay tanto escrito, tanta buena literatura y análisis crítico, que finalmente parece como si Wong Kar Wai no pudiera superar lo realizado en aquella película… Así que entraba con un sentimiento de sorpresa, ¿qué iba a encontrarme? Y con unas ganas enormes de volver a escuchar e identificar uno de los temas musicales que más me gustan.

… Salí de la sala de cine totalmente conquistada y emocionada con The grandmaster… Una obra bellísima no sólo visualmente sino también en la forma de contar esta historia (curiosamente su montaje-montajes ha sido lo que ha levantado sus mayores críticas negativas… y una de las cosas que a mí sin embargo me ha atraído como espectadora) y con un personaje femenino poderoso. Son muchas las sensaciones y emociones que fui viviendo durante su proyección. Mi obnubilación iba en crescendo hasta llegar a una de las declaraciones de amor más hermosas que he visto últimamente con una música que estaba a punto de hacerme llorar para a continuación empezar a sonar el Tema de Deborah… entonces ya mi clímax emocional no podía ir a más…

The grandmaster no es sólo una película de artes marciales e historia sino que está contada como si de un poema visual se tratase dejando al descubierto lo que Wong Kar Wai nos cuenta en realidad: un amor imposible.

Pero es que la película también es un festín para los amantes de artes marciales y la filosofía del kung fu (dos palabras, horizontal y vertical). Los combates son coreografías puras y de una belleza trágica, a pesar de la violencia. El combate entre los dos amantes imposibles o la lucha al lado de un tren que va pasando a gran velocidad… Siempre digo que mirar los créditos de una película supone información valiosa porque te quedas con un nombre y después puedes buscar cuál es su papel en la película. Y uno de esos nombres es Yuen Wo Ping… que es quien ha diseñado las escenas de acción, un coreógrafo. Los amantes del cine de artes marciales unen su nombre no sólo a Jackie Chan sino a sus trabajos recientes en películas como Tigre y Dragón o Kill Bill. Sin conocer el cine de artes marciales, yo me veía disfrutando de cada una de las coreografías de The grandmaster.

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Y es que el gran maestro que alude el título no es sólo Ip Man, conocido por lo visto por haber sido el maestro de Bruce Lee, sino que se refiere a una galería de maestros especialistas en una escuela o estilo de arte marcial que tienen su protagonismo e historia en la película de Wong Kar Wai. Porque de The grandmaster es una película coral. Y los que más destacan son la hermosísima Gong Er (Ziyi Zhang) para mí el mejor personaje —el más rico y complejo—, su enamorado imposible, Ip Man (Tony Leung); el antagonista de ambos, Ma San (Zhang Jin); y por último el misterioso personaje de El Navaja (Chang Chen). Pero hay muchos más maestros porque el kung fu es tradición y ahí está el viejo maestro que desencadena el conflicto, el padre de Gong Er. Así a través de estas escuelas y estilos se habla de la división entre norte y sur o de cómo afectó la guerra china-japonesa que se inició durante la década de los treinta… y el destino de muchos exiliados en Hong Kong ya en los años cincuenta…

La estructura de la película va hacia delante y hacia atrás, de un escenario a otro. De pronto un personaje es el protagonista y en el siguiente segmento desaparece. Wong Kar Wai va dejando versos visuales, un botón de un abrigo, una gota de agua manchada de sangre, un primer plano de un rostro del que cae una lágrima, un mechón de pelo que se quema, otro rostro que sonríe tras fumar opio (homenaje a Sergio Leone)… intertítulos no sólo informando del año y lugar donde transcurre la trama, sino palabras de amor o descripción del destino de algunos personajes. Kar Wai juega con las composiciones y con los colores que invaden cada momento. Así es capaz de en breves versos visuales contarnos el matrimonio de Ip Man… con una luz de una lámpara de gas que se enciende y se apaga, o unos pendientes verdes. Cada momento histórico se ilustra con una fotografía determinada de sus personajes…

The grandmaster cuida cada espacio sea exterior o interior así como las vestimentas y complementos de cada uno de sus personajes. El pelo negro recogido de Gong Er con una flor blanca, el sombrero de Ip Man, el barroquismo preciosista del burdel, la majestuosidad de un paisaje nevado, las callejuelas de Hong Kong con los carteles de las escuelas…

No pude retirar ni un instante los ojos de la pantalla y además descubrí (en esa triste declaración de amor de una mujer agotada) gracias a un artículo de Juanma Ruiz (de nuevo en Caimán) otra banda sonora de Morricone hermosa, La donna romantica de una película italiana de los años sesenta.

El director chino ofrece un retrato sobre el paso tiempo (como Sergio Leone hiciera en Érase una vez en América… Kar Wai se inspira en su forma de contar esta historia en el director italiano), los amores imposibles, las causas perdidas, las decisiones tomadas, el peso de la Historia con mayúscula en la vida de los individuos y visualiza el sentir de sus personajes. Describe la existencia de alguien de una forma tan hermosa como le hace pronunciar a Ip Man y su voz en off: hasta los cuarenta años mi vida fue primavera, después llegó el invierno…

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La clave del enigma (Blind date, 1959) de Joseph Losey

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Otra película muy interesante e inquietante del realizador norteamericano Joseph Losey por aquello que subyace en sus imágenes y en las relaciones entre los personajes más que por la propia historia. Losey ofrece una película de intriga para mostrar las complejas relaciones humanas y la lucha de clases. Joseph Losey es un cineasta que voy descubriendo poco a poco y del cual me queda mucha filmografía en la que indagar. De momento voy muy poco a poco con El merodeador, El sirviente, El mensajero y la que ahora nos ocupa.

La clave del enigma forma parte de su etapa británica. Losey fue uno de los afectados por la caza de brujas y que optó por el exilio para seguir rodando tras la cámara. Así crea una intriga con todos los ingredientes necesarios (asesinato, falso culpable, investigación policial, mujer fatal…) para en realidad contarnos otra cosa que le interesa más: la lucha de clases.

Hay varios puntos a destacar de esta película: su internacional reparto con tres intérpretes protagonistas olvidados (pero con carreras a sus espaldas para inmiscuirse en ellas al igual que en sus vidas de cine) con una construcción de personajes interesante. El británico Stanley Baker, el alemán Hardy Kruger y la francesa Micheline Presle. El primero es el inspector de policía de origen obrero Morgan, el segundo es el pintor holandés sospechoso de asesinato y la tercera es la víctima en cuestión… De los tres el personaje más complejo y con más matices es el realizado por Stanley Baker y su inspector Morgan. Pero las relaciones que se establecen entre los tres personajes son apasionantes. El centro siempre será el atractivo pintor holandés (también de origen obrero). Él es el nexo de unión. Es continuamente interrogado por el inspector y por otra parte describe y cuenta a través de flash back la relación que mantenía con la víctima.

La película empieza mostrando un tono que nada tiene que ver con lo que luego se irá desarrollando ante nuestros ojos. Los créditos transcurren con una música alegre siguiendo a Hardy Kruger que se baja de un autobús y pasea feliz y alegre por las calles. Va sin duda al encuentro de alguien que le hace feliz, compra un pequeño ramo de flores, parece sin duda un hombre enamorado. Hasta que llega a una casa donde la puerta está abiera. Entra y llama a una mujer “Jacqueline”. No está. Le seguimos en su recorrido por toda la casa. Deja el abrigo en un sillón y va por todos los aposentos. Toca ilusionado los objetos de la mujer amada. De pronto ve un sobre a su nombre con una importante cantidad de dinero dentro, que en un principio deja donde lo ha encontrado. Pone música hasta que de pronto irrumpe una pareja de policías… Y entonces empieza la intriga y la pesadilla del protagonista, que se verá a partir de ese momento encerrado primero en la casa de la víctima y después en la comisaría como principal sospechoso de un asesinato.

En un principio el que toma el mando de la investigación es un rudo inspector de policía (Morgan) que primero se muestra bastante contundente con el sospechoso (le considera culpable) hasta que poco a poco va dejando paso a la certeza de la duda. Por una parte siente la presión de sus superiores y compañeros (de buenas familias y con otros modales) que tratan de proteger a un tercer implicado en el caso (un ‘poderoso’) y que tienen prisa en que se declare culpable el pintor y que no trascienda demasiado lo ocurrido, y por otro, quiere realizar correctamente bien su oficio con un acusado sentido de la justicia aunque sepa que puede suponer una traba para su carrera profesional. En definitiva quiere llegar al final del caso e indagar en todas las dudas que se le presentan. Así se va estableciendo una interesante relación entre el pintor y el inspector porque ambos además actúan bajo presión… y terminan colaborando juntos para la resolución del caso.

Entre medias está la dama en cuestión. La víctima. Para el pintor holandés es una dama importante, casada y con clase, que inicia una tormentosa relación con él. Pero para el inspector (al indagar en su casa y al oír a algunos testigos) no es más que una mujer vulgar de mala vida. Por ahí viene su primera duda y certeza: no casa lo que va descubriendo de la víctima con la descripción que realiza el pintor de su amante. Y esa ambigüedad enriquece cada vez más la trama. A la víctima la vamos conociendo además por los flash back del pintor holandés que nos cuenta su pasional, erótica y compleja relación (no sólo les afecta el factor diferencia de edad —el pintor es bastante más joven— sino también los distintos orígenes y maneras de comportarse en ciertos aspectos cotidianos). La autenticidad bruta del hombre, su naturalidad y su fisicidad ante la sofisticación, apariencia y distancia de la mujer.

Un elemento interesante en el cine de Losey es el empleo de los espacios cerrados como ‘cárceles’ o ‘jaulas’ para los protagonistas y el uso de los espejos en las distintas escenas donde se refleja el estado de ánimo del personaje o las relaciones complejas entre los personajes. Estos dos elementos —espacios cerrados y espejos— son también claves a la hora de analizar El sirviente.

Lo que parece una historia clara y simple. Lo que parece un caso de resolución rápida… va dando paso a otra historia más compleja. Una historia donde choca el amor y la lucha de clases. Y ahí está precisamente la clave del enigma…

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Banderas de nuestros padres (Flags of our fathers, 2006) de Clint Eastwood

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Llevaba mucho tiempo arrinconando dos dvd: Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima de Clint Eastwood donde el realizador mostraba su mirada a esta batalla en una isla del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Y reconozco que siempre me daba cierta pereza enfrentarme a su visionado. Esta semana vencí mi rechazo inicial y me puse Banderas de nuestros padres. Y me vi frente al televisor absolutamente enganchada a lo que contaba esta historia y en varios momentos muy emocionada porque no sólo me estaba atrayendo cómo estaba estructurada la película (el armazón) sino que también me atrajo la construcción de sus personajes. Y me ha dejado lista y con ganas para enfrentarme a Cartas desde Iwo Jima.

Narra los acontecimientos a partir de una fotografía: la de seis hombres levantando una bandera norteamericana en el monte de Suribachi. Una fotografía identificada por todos. La película es un mosaico de recuerdos, testimonios, sensaciones que reconstruyen una batalla desde la mirada de los soldados norteamericanos. Y esa mirada no es plana, ni patriotera, ni heroica… es una mirada compleja, muy compleja, y sobre todo como acostumbra Eastwood, tremendamente humana. Así Eastwood se apunta a la tradición de películas que muestran que la guerra no es ninguna maravilla sino un acto tremendamente trágico y horrible que lleva a muchos hombres a una muerte segura y violenta. Hombres que pasan miedo, mucho miedo, que ven cosas horribles, sufren cosas horribles y hacen cosas horribles… a veces solo para mantenerse con vida o para aguantar un día más. Y que es muy distinto lo que viven esos hombres en el campo de batalla a cómo lo viven los ciudadanos y políticos desde sus países de origen, en las casas y en los despachos. También refleja cómo hirió la guerra y sobre todo el regreso a toda una generación de jóvenes (en este caso norteamericanos) que vivieron lo peor en el campo de batalla y que luego fueron relegados al olvido e incluso excluidos de una sociedad que los quiso elevar a una categoría inexistente, la de héroes de una mitología inventada.

Otra mirada excelente que lanza Eastwood es como a partir de una fotografía se pone en marcha la maquinaria propagandística para recaudar fondos para continuar una guerra en la que sus hombres siguen muriendo. Y como esa foto además del afán recaudatorio, levanta la moral de un país desencantado que busca a lo que aferrarse. Un país que no quiere discursos complejos o pensamientos elevados… sino una imagen que valga más que mil palabras, algo sencillo que identificar. Y cómo ‘los protagonistas’ de esta fotografía son elevados a un altar, convertidos en grandes marionetas, para elevar la esperanza de las gentes y conseguir más dinero (tremenda paradoja). No importa cómo se encuentren, cómo lo viven, si tienen traumas o no… forman parte de una maquinaria y están obligados a convertirse en leyenda aunque no lo quieran. Y cuando dejan de servir para ‘esa causa’ son expulsados sin ningún miramiento. Relegados al olvido.

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Eastwood toma como cabecilla de los recuerdos a un soldado enfermero, uno de los protagonistas de la fotografía, John Doc Bradley. Él es un hombre mayor a punto de morir al que le sobrevienen todos los recuerdos de Iwo Jima. Y ahí está uno de sus hijos que trata de reconstruir todo lo que no le contó su padre en vida… La película es un puzle que se puede ir construyendo y que va calando a un espectador que primero puede mostrarse confuso y después absolutamente absorbido por lo que le están contando. Así dos son los escenarios claros cuando la memoria rescata el pasado: la camaradería y los momentos cruentos de la batalla de Iwo Jima y la gira norteamericana a la que se vieron obligados tres de los supervivientes de la famosa y conflictiva fotografía: John Doc Bradley, Rene Gagnon e Ira Hayes.

Y es ahí donde Eastwood muestra su fuerte: en la representación de los tres supervivientes y sus historias futuras. John Doc Bradley es la memoria a pinceladas, el observador sensible. Rene Gagnon, el Tyrone Power, que aprovecha su momento de gloria orgulloso, que quiere ser un buen ciudadano y que no  logra retener la fama y sí el olvido. Y por último, Ira Hayes, el indio, el soldado que lleva en sus carnes la tragedia y el horror, que se siente culpable por haber sobrevivido a sus compañeros, que no puede con la manipulación y la mentira, que muestra que los sentimientos xenófobos no se borran y que será cruelmente excluido, es el poema triste de esta historia.

El director termina su ‘epopeya’ de caída del mito con una imagen más hermosa y cercana a lo real: rescata uno de los pocos momentos hermosos y de camaradería que vivieron todos los protagonistas de esta historia en Iwo Jima, un baño en el mar…

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Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’echafaud, 1957) de Louis Malle

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Si vemos la primera obra cinematográfica de ficción de Louis Malle (Ascensor para el cadalso) y la última (Tío Vania en la calle 42) descubrimos a un realizador muy especial con una mirada a tener en cuenta. En su primera ficción, que llevó a cabo con 25 años, adaptaba una novela negra y dejaba su firma. Jugaba con el lenguaje cinematográfico, con sus actores, con las fotografías y empleaba una ya mítica banda sonora para ‘contar’ el interior de un personaje. Así dejaba puro cine negro de autor donde el fatalismo acompañaba a dos parejas muy distintas. No faltaba nada: suspense, tensión, destino trágico para las parejas de amantes, policías, testigos… ambientes ambiguos… Y sin embargo era una película absolutamente personal. Y en su última obra, con 62 años, adaptaba una obra de teatro rusa, Tío Vania, y dejaba una obra cinematográfica brillante y experimental donde asistiamos a un ensayo en un viejo y decadente escenario. Dejaba también su mirada y su firma. Entremedias una hilera de películas que ilustraba la pérdida de la inocencia o la hipocresía de la burguesía sin dejar de experimentar con la narración cinematográfica. Entre Francia y Estados Unidos fue construyendo su mirada. Todavía me queda por descubrir filmografía… pero sé cómo empieza y cómo termina.

Podríamos resumir Ascensor para el cadalso con una llamada telefónica de dos amantes, un crimen perfecto, un descuido, el robo de un coche por unos jóvenes inconscientes, un paseo nocturno con voz en off de fondo (y una melodía), un hombre encerrado en un ascensor con un mechero y una navaja, un doble asesinato en un motel, un suicido fallido, una acusación, una posibilidad de salvación y el revelado de unas fotos…

Con todos estos ingredientes se construye una historia apasionante que transcurre en menos de un fin de semana. El azar  juguetea de tal manera que desde el principio sabemos que la fatalidad está presente. Ya nos avisa el título. Por una parte los dos amantes que planean la muerte del marido poderoso… Una muerte que les dará a ambos la felicidad y la posibilidad de amarse sin preocupaciones. Una premisa fundamental para que arranque una buena película de cine negro. Por otra dos jóvenes despreocupados e inconscientes, locos, con  muy mala suerte. La vida de ambas parejas se cruzará para depararles unos cambios inesperados.

Los amantes que iban a encontrarse no pueden por una cadena de infortunios… ya lo presagia un pequeño gato negro que presencia el asesinato. Él encerrado en un ascensor y tratando de no perder la calma… Ella angustiada sin saber qué es del amado inicia una búsqueda nocturna por locales y por las calles. Llueve, no deja de pensar, no quiere perder la cabeza, piensa en la traición al ver pasar su coche y a una joven florista dentro… Pero no obstante sigue buscando. El fatalismo es evidente desde que nos presentan sus grandes rostros en primer plano hablando por teléfono…

Los jóvenes, ella una humilde florista y él un delincuente juvenil, van dando tumbos y viviendo rápido el momento, no piensan… primero roban el coche y después se lanzan a la autopista. Y también todo se enreda. Son como esos amantes de la noche que nada les sale bien y van de la mano al abismo.

Y a estos personajes les sigue la cámara de Malle que hace angustioso y hermoso a la vez un paseo nocturno en una noche de lluvia, que planifica perfectamente un crimen perfecto y otro que no lo es. Que regala un suicidio fallido con disco de vinilo que no deja de sonar. O plasma un interrogatorio de la policía con un hombre que solo quiere dormir… en un cuarto oscuro tenuamente iluminado. O nos deja un hermoso final trágico sobre la fragilidad de la vida y el amor (y un azar que proporciona un destino fatal) con unas fotos que se revelan en una cubeta…

Ah, se me olvidaba. La música de fondo es  de Miles Davis. Y la amante que pasea por las calles o habla por teléfono tiene el rostro de Jeanne Moreau… y ama fatalmente a Maurice Ronet…

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La palabra es vida. Ruby Sparks (Ruby Sparks, 2012) de Jonathan Dayton, Valerie Faris / La ladrona de libros (The book thief, 2013) de Brian Percival

Tanto en la Torá como en los Evangelios existen alusiones sobre que la palabra es vida. Así la palabra (el verbo) toma un significado trascendente y espiritual. Y aquel que domina el arte de la escritura o la oratoria logra ‘trascender’ porque transmite. Posee un poder. El poder de comunicar o de emocionar y por lo tanto de crear una reflexión, una idea, una sensación, un sentimiento en el otro. El que posee el don de la palabra, posee un don que le permite crear. Por eso la palabra y su buen uso suponen no sólo conocimiento sino libertad y amplitud de miras. Pero la palabra y su buen uso dan miedo en muchos ámbitos y en vez de fomentar su conocimiento se prefiere la existencia del analfabetismo y la ignorancia. Por eso se prefiere un conjunto de ciudadanos pobres en palabras y lecturas porque será más llevadero, más fácil de manipular y someter… más sencillo el arraigo de una simple frase (orden o prohibición) sin posible reflexión…

El axioma La palabra es vida (¿realmente se admite sin necesidad de demostración?) puede ser el hilo conductor de una buena programación cinematográfica donde la palabra es la protagonista porque da vida… Y podríamos empezar este ciclo con dos estrenos recientes (uno del año pasado y otro actualmente en cartelera).

Ruby Sparks (Ruby Sparks, 2012) de Jonathan Dayton, Valerie Faris

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Ruby Sparks es una interesantísima película que juega al género de comedia romántica (otra demostración de las valiosas variantes y evoluciones que están produciéndose en dicho género) para hablarnos de cómo la palabra genera vida. Y lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Así toma por otra parte un argumento universal (poderosa herramienta la que proporcionaron los profesores J. Balló y X. Pérez): Pigmalión, y crea un relato cinematográfico original que lleva a la reflexión continua. Recordemos el mito: el artista Pigmalión busca a la mujer perfecta… así que va esculpiendo esculturas hasta que crea a Galatea y se enamora de ella. Por obra de Afrodita, diosa de amor, Galatea cobra vida…

En Ruby Sparks nos encontramos a un joven escritor que en su adolescencia escribió la gran novela pero que ahora se encuentra en una situación en la que es incapaz de escribir una sola línea. Está llevando a cabo un tratamiento psicológico y su estado emocional es frágil. Es un creador de éxito solitario e incapaz de relacionarse con los demás. Su mundo se limita a las conversaciones con su hermano, su psiquiatra y un chucho muy feo pero tierno… Un día su psiquiatra le hace una sugerencia. Y su máquina de escribir empieza a teclear. El joven escritor crea a una joven, Ruby Sparks, que le encanta tal y como es su feo chucho. A partir de ahí no deja de crear un personaje… y un día, de la noche a la mañana, de una manera simple, Ruby Sparks se materializa en su vida. Ahí está la joven… de carne y hueso.

Así el joven escritor pretende que su ‘creación’ sea libre hasta que siente el temor de perderla. Y entonces no puede evitar su intromisión como creador. Y seguir escribiendo y moldeando… pero esto no le hace feliz porque Ruby le ama porque él lo escribe, no por la propia libertad del personaje de amarle a él como persona. Y esto termina convirtiéndose en una tremenda encerrona y una triste jaula. La culminación llega cuando el joven escritor confiesa a Ruby su procedencia y ante una máquina de escribir y con ella presente la ‘somete’ a su poder ante la impotencia del personaje femenino… Impresionante.

La ladrona de libros (The book thief, 2013) de Brian Percival

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Hay algunas películas que tienen una cualidad en sí mismas: son contadoras de historias. Y como tales hay que vivirlas. Y esa es la máxima cualidad de La ladrona de libros: que narra muy bien una historia. Y esa historia transcurre en un periodo de tiempo determinado de 1938 hasta el final de la segunda guerra mundial en una pequeña localidad alemana (que hablan en inglés con algún término en alemán… una de las maravillas de la inverosimilitud en el cine que nada importa cuando te mece en una historia). Una historia que ilustra el poder de la palabra y que cuenta cómo la palabra es vida. Así el narrador irónico y tierno de esta historia es ni más ni menos que la muerte, una muerte cercana, que a todos nos llega. Y él es el cuentacuentos. Nos acerca a la historia de una niña, Liesel, y su relación con las palabras. La muerte es la que mantiene el equilibrio de esta historia, entre lo sublime y lo mundano sin tocar la fina línea del ridículo o de lo cursi, porque su narrador es inteligente.

Así nos cuenta el paso a la madurez de Liesel en un mundo complejo, de prohibición de libros y palabras… para sepultar la humanidad, lo humano. Y ese paso a la madurez será a través de la palabra, de la lectura, de la escritura, del poder de contar historias y mantener viva la memoria (y con ella a las personas). Del poder de las palabras para reflexionar, para dudar, para ser más libres, para cuestionar y criticar (pero crítica constructiva). Contará con varios maestros: su padre adoptivo (que le enseñará a leer y creará para ella un diccionario muy especial en las paredes del sótano), una mujer triste por la ausencia del hijo que abrirá las puertas de una biblioteca llena de libros y un joven judío que se oculta en casa de sus padres adoptivos que la animará a que ‘mire’ con las palabras. Que cuente. Que escriba… y será el que le diga un secreto de la Torá, la palabra es vida. Así le proporcionará un valioso regalo: un libro con las páginas en blanco… en espera de ser creado.

La muerte así sigue la trayectoria de Liesel para realizar la confesión de que conociendo a personas como ella… a veces le entra cierta nostalgia por entender la vida…

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Dos clásicos y un moderno

Noble gesta (L’onorevole Angelina, 1947) de Luigi Zampa

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… los indignados han existido (hemos existido) siempre y también han sido reflejados por el cine. Así tras la Segunda Guerra Mundial y en pleno neorrealismo para analizar y reflejar la época (que influenció todo el cine italiano del momento) no eran fáciles las cosas en Italia. De tal manera que no queda lejos de la situación actual, lo que cuenta Noble gesta: unos vecinos hartos de las injusticias urbanísticas, sociales y políticas que se levantan y revolucionan para conseguir sus derechos… capitaneados por Angelina (como siempre, una maravillosa Ana Magnani), una mujer de la barriada de familia numerosa harta ya de no llegar a final de mes y de romperse la cabeza cada día para poder alimentar a sus hijos. Así la película ilustra el recorrido de esta mujer, casada con un pobre suboficial de policía, que pasa de ser una más a convertirse en líder de las protestas. Vivirá un ascenso y una caída en picado donde todos le retiran la palabra hasta volver a resurgir. Angelina es una mujer del pueblo con conciencia que lucha por mejorar su situación. La convierten en líder por lo bien que protesta e incluso llega a idear un partido político pero ella misma se da cuenta de que esa tarea ya le queda grande. También sufrirá la manipulación de los poderosos y la retirada de confianza de los que la siguieron… hasta que vuelve de nuevo a restablecerse su popularidad. Finalmente se quedará junto a su familia… renuncia a la política pero no a la lucha diaria y a la indignación continua (crítica y necesaria)… Luigi Zampa dirige con solvencia este largometraje de indignados con aires neorrealistas.

 ¿Qué fue de Baby Jane? (What ever happened to Baby Jane, 1962) de Robert Aldrich

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Mucho se ha escrito sobre Baby Jane y es que esta película de culto del interesante realizador Robert Aldrich mantiene su magnetismo aunque vaya pasando el tiempo. Además también inauguró un género, el grand guignol, que sigue teniendo tradición en el actual cine americano (podemos perseguir sus huellas en Killer Joe, Stoker o El consejero).

Son muchos los alicientes para inmiscuirse en esta historia. Por una parte ese clima de suspense y misterio claustrofóbico. Sus personajes oscuros hasta resultar desagradables. No se salva ni uno (ni siquiera las plácidas y ‘pesadas’ vecinitas de al lado, madre e hija, hasta el siniestro pianista y su desagradable madre). La visión de la fama y el éxito efímero seguido de una larga decadencia, el cine dentro del cine. El ocaso del vodévil ante el nuevo arte, el cine (el espectáculo de Baby Jane en los escenarios de teatro y el posterior éxito en el cine de su hermana). Las enfermizas relaciones familiares (entre las hermanas, entre el pianista y su madre…). La locura, el alcoholismo, la decadencia, la dependencia emocional…

Pero sobre todo se sigue sustentando esta película por las increíbles interpretaciones de sus dos protagonistas: dos grandes divas del cine. Bette Davis y Joan Crawford se unen para ser las decrépitas hermanas Hudson. No fue un rodaje fácil, la lucha de egos de las actrices benefició el resultado de la película pero convirtió el proceso en una pesadilla. Jane Hudson-Davis y Blanche Hudson-Crawford se apoderan de sus personajes y la película y dejan dos interpretaciones memorables. Inolvidable la actuación de una anciana Jane cantando una canción a su padre o la angustia de una mujer en silla de ruedas encerrada cruelmente…

Vidas contadas (Thirteen Conversations About One Thing, 2002) de Jill Sprecher

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Desde un Robert Altman en Vidas cruzadas, pasando por González Iñárritu, Guillermo Arriaga, Paul Thomas Anderson, Rodrigo García… las películas de vidas cruzadas se han convertido casi en un subgénero que ha dejado interesantes propuestas cinematográficas (y otras que no lo son tanto)… Y una de ellas es esta película. Con un buen reparto coral donde brilla sobre los demás Alan Arkin y donde vemos ya la semilla del hoy prolífico y arriesgado Matthew McConaughey. La historia dividida en trece segmentos habla precisamente de felicidad y ‘juega’ con este concepto a través de la vida (y el azar) de varios personajes: una empleada de limpieza, un exitoso y joven fiscal, un trabajador de una empresa de seguros y un matemático. La directora Jill Sprecher, junto a su hermana Karen, crea un buen guion y dirige una obra elegante, interesante y sensible con diálogos certeros. Una película a reivindicar. La sonrisa de Alan Arkin cierra de manera brillante esta reflexión sobre la felicidad humana.

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A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013) de los hermanos Coen

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Los hermanos Coen acuden a universos míticos, religiosos, literarios y cinematográficos para que sus héroes, muchos de ellos perdedores, protagonicen sus historias. Así A propósito de Llewyn Davis sigue a mi parecer la estela de la extraña pero sugerente de Un tipo serio donde el protagonista es un perdedor que vive esa situación con conformidad y con una sensación de no poder salir del círculo de desgracias. Si para Un tipo serio, los Coen se centraban en la tradición judía y en el libro de Job… en A propósito de Llewyn Davis se van a la mitología clásica y rescatan a un Sísifo muy especial que es una y otra vez ‘castigado’ y condenado a ser un perdedor. Y vuelven a recurrir de nuevo a la Odisea de Ulises… si bien este personaje mitológico se transforma en gato. La idea de vuelta a casa o vuelta a la rutina del perdedor sin posibilidad de escape.

La Odisea ya había estado presente en O’Brother que cuenta el ‘viaje’ de tres presos en plena época de la Depresión. Época en la que están en los vagones de tren y en otros espacios populares cantando míticos artistas de folk como Woody Guthrie y Pete Seeger. Ahora los Coen se van a principios de los sesenta, en el Greenwich Village de Nueva York, para presentarnos a un Llewyn Davis que vive la ‘bohemia’ del cantante de folk como condena. Como todo un perdedor. Jamás conseguirá fichar por una discográfica grande. Condenado a los escenarios de bares, a largos viajes para poder tocar, y a pasar la noche en aquel sillón que esté disponible, a pedir dinero a sus conocidos, a veces sin abrigo, otras sin comida y siempre con su guitarra a cuestas. Arrastrando ya fracasos familiares, sentimentales y de amistad… Siempre con frío y con su guitarra. Sin posibilidad de salida. Cuando parece que toma una determinación, todo vuelve al principio. Y en esta ‘Odisea’ particular, conocemos el mundo que rodea a Llewyn. Su familia, sus amigos, su desastroso mundo en las relaciones, sus actuaciones, sus managers, los productores, los dueños de los locales, los desconocidos que se cruzan en su camino (memorables esos compañeros de coche que le tocan en suerte para ir a Chicago)…

Los hermanos Coen además no presentan a un Llewyn Davis encantador sino más bien a un joven complicado y bocazas que puede llegar a ser muy desagradable con los otros (sean amigos, familiares o desconocidos)… Siempre serio, siempre triste. Amargo. Finalmente no se rebela o desespera ante su situación ‘bohemia’ que finalmente se nos muestra como que no es elegida. Malhumorado y cansado, no puede salir del círculo. Sin embargo inspira ganas de protección cuando avanza por las calles frías, sin abrigo, y con un gato en brazos (Ulises, un gato que no debe perder de vista… y lo pierde varias veces). Arrastra la tristeza y el drama de sus canciones. Arrastra la humanidad de un ser condenado y perdido que echa de menos al amigo o que se siente incapaz de construir relaciones estables, se va con las novias de sus amigos o va dejando historias sin terminar…

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Lo que más me ha gustado de A propósito de Llewyn Davis es cada una de las actuaciones de este cantante folk (libremente inspirado en un personaje real, Dave Van Ronk, que habitaba en este barrio de Nueva York, e interpretado por el actor Oscar Isaac) y esa poética del perdedor a su pesar (justo al final ve cómo sube un joven al escenario… con cierto parecido a Bob Dylan, un triunfador de otra época dorada del folk norteamericano). Sus actuaciones en el bar (al principio y al final del film), la canción que interpreta al productor (con rostro de F. Murray Abraham), cuando llega a Chicago, en un silla, frente a frente… O esa canción a su padre que se encuentra postrado en un sillón… Y es que su vida es como sus tristes canciones (algunas rescatadas del repertorio folk)… y las buenas canciones siempre se repiten. Un deleite fijarse en las letras de las canciones…

Llewyn Davis está condenado al fracaso y a ser ‘bohemio’… y mientras sigue su triste senda circular, otros pasarán a la historia. Antes subirán al mismo escenario de Davis… pero tendrán algo que conectará con la gente. A Davis ni siquiera le regalan la posibilidad de conectar con su público…

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Agosto (August: Osage County, 2013) de John Wells

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Ya lo dijo Tolstoi en Ana Karenina, “todas las familias felices se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera”… y la familia desgraciada es el leit motiv de varias obras de teatro memorables así como parte central de buenos argumentos cinematográficos. Dentro de la dramaturgia norteamericana la familia desgraciada ha subido en numerosas ocasiones al escenario. Y dentro de esta tradición se pasea ahora el actor y dramaturgo Tracy Letts (que también está siendo trasladado su universo a la pantalla de cine… William Friedkin ya lo ha hecho dos veces). Su obra Agosto ha sido representada en los escenarios de muchos teatros del mundo, aquí también (fue una de las obras que pena penita pena me perdí).

En Agosto hay huellas de la familia desgraciada norteamericana, toda una tradición. Así encontramos ecos de Eugene O’Neill y su impresionante mausoleo familiar Largo viaje hacia la noche (la obra también pululaba alrededor de una madre drogodependiente, un padre alcohólico y unos hijos que arrastran la ‘influencia’ de sus progenitores). Se encuentra el melodrama exacerbado con gotas de sudor sureño como en Tennessee Williams (en Agosto hay reunión familiar traumática, tensa que estalla en violencia verbal y difíciles relaciones paterno filiales y también entre hermanos así como secretos que se van desvelando como ya hiciera Williams en La gata sobre el tejado de zinc o El zoo de cristal). Reuniones familiares alrededor de una mesa, reuniones familiares dolorosas y tensas, relaciones complejas como las que sabía reflejar un Arthur Miller en alguna de sus obras más recordadas como La muerte de un viajante o Todos eran mis hijos. Y en Agosto hace aparición el empleo del lenguaje y el diálogo como arma arrojadiza contra el ser querido. Como el ‘juego’ destructor que a la vez provoca la catarsis necesaria… tal y como hizo Edward Albee con Quién teme a Virginia Woolf.

Así la obra es trasladada de los escenarios a la pantalla: se toma una dirección cinematográfica muy correcta pero no innovadora (de la mano de John Wells) y se confía plenamente (como en los escenarios) en la fuerza de las interpretaciones del grupo de intérpretes que se meten en la piel de personajes perfectamente construidos… y como el texto de Letts es potente y la tradición en la que se sustenta es fuerte, el artefacto cinematográfico funciona. El recital interpretativo, los diálogos incisivos y los momentos climáticos logran atrapar la atención del espectador y hacerle reaccionar. La familia Weston es una familia desgraciada que se reúne en un momento en que todos y cada uno de sus miembros están en un momento emocional complejo y con una vulnerabilidad creciente. Los Weston giran alrededor del matrimonio formado por Violet (a la que han diagnosticado un cáncer de boca y totalmente enganchada a todo tipo de pastillas… curioso que el personaje que más dolor provoca con sus palabras tenga la dolencia que tiene) y Beverly (un intelectual poeta y alcoholizado que se va hundiendo en un pozo de desesperación). Así les rodean sus tres hijas, Barbara-Ivy-Karen y sus respectivas parejas. La hermana de Violet y su esposo así como el hijo de ambos. Y la hija adolescente de Barbara. Como testigo silencioso del drama y violencia familiar pero también de los lazos de amor se encuentra Johnna, una mujer cheyenne que ha contratado Beverly para que cuide de su esposa.

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Así el reparto gira alrededor de la figura de Violet y la relación con su hija mayor Barbara. Violet tiene el rostro de Meryl Streep, que se toma el papel como gran dama del teatro, como si estuviera en un escenario y no en una pantalla de cine, así acentúa en cada escena su carga dramática y su lengua viperina pero a la vez amarga envuelve muchas de las secuencias. Y Barbara es una Julia Roberts que juega con la contención violenta que estalla en los momentos oportunos. Pero lo maravilloso de Agosto es que las dos damas están maravillosamente acompañadas por un reparto que brilla con luz propia. Cada uno tiene sus momentos imprescindibles. Así el matrimonio formado por Mattie Fae (hermana de Violet) y el tío Charles ‘cuentan’ otra historia maravillosa que desemboca en su frágil hijo Charles (un Benedict Cumberbatch emocionante). Y esta espectadora se pone de rodillas ante Chris Cooper (ya había repetido con Wells y es lo mejor de The company men, su anterior largometraje) y Margo Matindale.

Así como las tres hermanas que protagonizan una reunión  nocturna que nos habla de manera magistral de las relaciones entre ambas y de su historia (Julia Roberts, Julianne Nicholson y Juliette Lewis). Ningún personaje ni actor queda fuera de la ecuación: un contenido Ewan McGregor, Dermot Mulroyne (que demuestra como ser un nuevo rico macarra y vulgar), una adolescente Abigail Breslin que arrastra en su personalidad a su ‘extraña’ familia, una silenciosa Misty Upham (inolvidable en Frozen River) o un Sam Shepard que arranca la trama con su genial monólogo con la frase de Eliot, “La vida es demasiado larga”. Las relaciones que se tejen entre los personajes crean un universo familiar claustrofóbico pero a la vez lleno de matices, complejidades y detalles. Y también posibilitan escenas de una sensibilidad y hermosura extrema como la que protagonizan Cumberbatch y Nicholson frente un piano.

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A favor de la dirección correcta de Wells comentar que consigue que nos traslademos a un paraje sureño, que sintamos el calor y el sudor. Así da vida propia al paisaje árido, a las carreteras sin coches y al hogar amplio pero claustrofóbico de los Weston, como una madriguera que les atrapa. Así como la manera que tiene de rodar, con elegancia extrema y sin que perdamos detalle, algo que siempre digo que es complejo, una comida familiar…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (207)

priscilla

Autobús: hoy me he despertado y me he dicho: me apetece montar en un autobús y a ver dónde me lleva… Porque son muchos los autobuses que han salido en el cine y muy distintos los motivos del viaje.

En la screwball comedy no faltan los autobuses. Recuerdo una película que se llama Una chica afortunada, me parto de risa. Todo comienza en un autobús. Y también termina ahí. Mary (Jean Arthur) se dispone como cada mañana a ir a trabajar en el medio de transporte que puede permitirse. De pronto le cae del cielo un abrigo de piel… y toda su vida cambia. También se conocen en un autobús la millonaria Ellie Andrews (Claudette Colbert) —que huye de su padre y además esconde su identidad— y el periodista intrépido Peter Warne (Clark Gable)… en esa joya de Frank Capra que se titula Sucedió una noche. Como siempre ocurría con este director los compañeros de viaje de los protagonistas no tienen desperdicio.

Por otra parte se hacen viajes en autobús que transforman. Que se lo digan a las tres drag queens que protagonizan Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Las tres artistas de cabaret recorren Australia en un autobús muy especial y a la vez van construyendo relaciones y como toda buena road movie que se precie es un viaje que cambia sus vidas.

Otro autobús con mucha vida es el de Bus Stop donde una soñadora cantante de cabaret, maleada por la vida, y un inocente vaquero pasarán del odio al amor. Del miedo al cariño. Cada uno vivirá su particular infierno y paraíso en un viaje en autobús.

Hay películas que terminan con un final incierto y abierto… pero con sus protagonistas montados en un autobús. Así ocurre en El graduado. El joven Benjamin y la bella Elaine vestida de novia nos miran desde los asientos traseros de un bus…

Y es que los viajes pueden ser de todo tipo. Incluso de acción. Pero de acción trepidante. Así ocurre en Speed. Un policía y una viajera lo pasan canutas sin poder parar un autobús que cada vez va más rápido y que si su trayectoria se interrumpe todos los viajeros morirán al explotar la bomba que esconde en su interior.

… Especialmente trágico es el viaje en autobús de una madre y su hija (y todos los viajeros) en La Soledad de Jaime Rosales en una de las escenas más impactantes de la película. O Alfred Hitchcock nos hace que lo pasemos muy mal durante el trayecto en autobús de un niño con una caja en Sabotaje (1936). Él no sabe lo que porta en esa caja, los espectadores sí: una bomba.

Todo puede ocurrir en un autobús: desde conocer a la persona que cambiará tu vida como le ocurre a Michelle Pfeiffer como un ama de casa americana de los sesenta obsesionada con Jackie Kennedy que quiere acompañarla durante los funerales de su esposo asesinado, el presidente John F. Kennedy, y se sube a un autobús donde conoce a un hombre negro con una niña que no habla apenas… en Por encima de todo de Jonathan Kaplan.

A conocer al amor de tu vida o al amigo del alma como le ocurre a Forrest Gump. En un autobús escolar conoce a Jennie. Y en otro autobús, cuando se alista para Vietnam, conoce a Bubba, su mejor amigo. Además es en una parada de autobuses urbanos donde empieza a contar toda su historia…

El autobús lleva a los personajes a un destino concreto donde empezar una nueva vida o para arreglar cuentas pendientes. Todo puede depender del asiento que esté libre o el compañero de viaje que toque. El viaje en autobús significa también huida o alcanzar un sueño. Que se lo digan a los personajes, a los peculiares amigos, de Cowboy a medianoche. Los dos harán un último viaje, Joe (John Voight) y Rizzo (Dustin Hoffman)… a punto de rozar un sueño.

Próxima parada.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

10 razones para amar La decisión de Sophie (Sophie’s choice, 1982) de Alan J. Pakula

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Razón número 1: ¿No lo ves, Sophie? Nos estamos muriendo

… El joven Stingo no olvida Brooklyn. Tenía 22 años y quería ser escritor. Dejaba su mundo sureño y se iba a conquistar mundo… digo aprendizaje. Así durante el viaje él mismo informa a todos que no tiene experiencias ni con el amor ni la muerte. Ni con Eros ni Tanatos. Es el verano de 1948 y todo va a ser un descubrimiento.

A sus vecinos primero los conoce a través de una nota y parecen encantadores. Firman Sophie y Nathan. Le dan la bienvenida con un libro de poemas de Walt Whitman. Después llega la tormenta. Observa desde su habitación una discusión violenta en las escaleras… en la que su vecino huye enfadado y sólo le salen por su boca palabras crueles. Y Sophie se queda sola. Desolada. Después la mujer con rostro triste y una serie de números en el brazo le baja la cena… Y Stingo se queda con su cara grabada en la memoria.

Cuando le va a dejar la bandeja de la cena, la ve a través de la puerta semidormida y oye que alguien ha entrado… es Nathan. Stingo se oculta. Y entonces ve cómo Nathan la abraza y la besa y ella le devuelve los abrazos y los besos… y oye cómo desesperado dice: “¿No lo ves, Sophie? Nos estamos muriendo”.

Y ahí empieza todo. Ahí comienza la escuela de Stingo. Su relación con Eros y Tanatos.

Razón número 2: La casa rosa

La historia donde Stingo, Sophie y Nathan estrechan los lazos de su amistad y relación transcurre en la casa rosa, una casa de huéspedes. Ahí han creado su mundo especial Sophie y Nathan… y acogen a Stingo.

Así conocemos la habitación de Stingo, la de Sophie, la de Nathan… y vivimos momentos con ellos. Instantes alegres y otros trágicos. Una persiana que se baja. Un piano que suena. Una lámpara que se mueve. Gritos o una pareja haciendo el amor. O tres amigos riéndose… Una llamada de teléfono.

Parece que en esa casa donde se encierran los tres sólo pueden ocurrir cosas especiales… La casa rosa es un refugio. Ahí parece que se detiene el tiempo y el mundo. Ahí los tres son especiales…

Razón número 3: Mentiras y salvación

Sophie miente. Nathan miente. Ambos tratan de salvarse. Mienten para no morir. Crean un mundo que les aferre a la vida. De pronto sienten la necesidad de compartir esas mentiras, esos excesos con el joven escritor sureño, un creador. El joven creador sureño que no sabe nada de Eros y Tanatos.

Pronto sin embargo descubre las grietas porque a veces el mundo ideal de Sophie y Nathan se resquebraja, se cae a pedazos. Vienen los gritos, el alcohol, las drogas… los recuerdos, las confesiones. Son dos animales heridos…

Stingo va rompiendo el cascarón, en el exterior (fuera de las paredes de la casa rosa) le cuentan cosas de sus amigos, descubre las mentiras y ve cómo el mundo de sus amigos (aquel mundo que les aferra a la vida) se desmorona en mil pedazos. Pero él ya está enamorado de Sophie y ama a su amigo Nathan…

Descubre a dos personas excepcionales y maravillosas que él admira. Ella es polaca, católica y sobrevivió a un campo de concentración. Él es judío y científico. Ella no cree ya en nada solo en su relación con Nathan… dice mentiras y mentiras para poder modelarse cada día, para lidiar el dolor. Él miente para no enfrentarse a su locura…

Razón número 4: Trío

Y es que Alan J. Pakula crea una película de sensibilidad extrema y nos mete de lleno en un trío donde hay amistad y amor… pero también es poderosa la presencia de la muerte, el dolor, la destrucción y la locura.

El punto de vista que toma es el de un narrador que desde su madurez mira al joven de 22 años que fue. Así es un relato cinematográfico en el cual convive la memoria y la nostalgia. La sensibilidad y la ternura. La recreación de tiempos felices y a la vez dolorosos.

Pakula se empapa de la novela de William Styron y atrapa su esencia… Y además deja tres rostros para el recuerdo. La recreación excepcional de Sophie por parte una Meryl Streep que se crea y se apodera de un personaje complejo. Nathan, hombre sensible, culto, romántico, buen amigo, con don de gentes… alguien al que se admira, un líder… pero como dice su hermano, loco de remate. Una locura que le va minando a él y a los que están a su alrededor. Nathan tiene el rostro de Kevin Kline en su debut en el cine… y ya no se fue de la pantalla. Y la mirada y sonrisa amable de Stingo con la cara de un genial Peter McNicol que borda su papel de joven escritor sureño que va descubriendo a Eros y Tanatos…

Y este trío protagoniza momentos maravillosos como un paseo nocturno por el puente de Brooklyn donde brindan con champán por el futuro literario de Stingo… Unos momentos que dejan imágenes difíciles de olvidar como su paso por el parque de atracciones de Coney Island… donde ya Nestor Almendros hace de las suyas (o esas imágenes bellísimas en las habitaciones de la casa rosa). Ahí los tres amigos se miran en los espejos deformantes… o les vemos dando vueltas sin parar, atrapados.

Razón número 5: Creación y memoria

Y es que Pakula nos ofrece un relato cinematográfico potente donde ‘juega’ con el poder de la creación y la memoria. La decisión de Sophie es la novela de un hombre maduro que recuerda sus jóvenes años. Una recreación de un momento de su vida.

La admiración que siente el joven sureño por una pareja, sus vecinos…, Sophie y Nathan que también crean y lidian con la memoria. Sus vecinos son creadores de un mundo mágico e ideal en la casa rosa para luchar contra recuerdos complejos y dolorosos. La culpa va minando a Sophie. Por sus raíces, por el padre que amaba y odiaba, por una decisión en concreto (pero son tantas las decisiones que tiene que tomar), por el desmoronamiento de sus creencias, por su supervivencia… por aguantar el dolor por estar viva. Y Nathan siente que cada día que pasa se vuelve más loco y se agarra a la cordura. Al mundo que crea con y para Sophie donde es un hombre protector y salvador, un gran científico…

Los personajes y el propio relato cinematográfico (así como la novela) son una radiografía sobre la creación (de historias, de recuerdos, de mundos íntimos…) y los efectos de la memoria.

Razón número 6: Teclados

Ya nos lo cuenta Sophie en una escena. Hay dos teclados importantes en el relato cinematográfico. Esos teclados tienen que ver con el pasado de la protagonista. En su casa, durante su infancia, oía dos teclados. El del piano, su madre lo tocaba. Y el de la máquina de escribir, su padre era un profesor universitario de Derecho y tecleaba sus artículos.

Ahora en la casa rosa vuelve a contar con los dos teclados. Abajo está Stingo en su habitación creando una novela con tintes autobiográficos. Sobre la memoria y el recuerdo. Un niño de 12 años que pierde a su madre. Arriba, Nathan le regaló a Sophie por su cumpleaños un piano… y a veces lo toca para ella.

Pakula escribió él mismo en su teclado el guión de esta historia. Él trabajó la adaptación al cine de la novela de Styron. Y algo que se queda en el recuerdo es la música (no sólo las piezas de música clásica) sino la elegante y nostálgica creación musical de Marvin Hamlisch.

Razón número 7: Locura

¿Y sólo está la locura de Nathan en la película? Él es un esquizofrénico paranóico que trata de construirse un mundo ideal y cuerdo.

¿Y cómo puede reconstruirse una mujer como Sophie? ¿Cómo puede hacer para no caer en el abismo de la locura y el alcohol? ¿Cómo aferrarse a la cordura? ¿Cómo arrastrar la culpa? ¿Cómo olvidar?

Cómo soportar el dolor.

Qué hacer cuando la vida hace daño.

Cuando la locura te arrastra al abismo…

Y luego está ese otro tipo de locura que da mucho más miedo. La que arrastraron los SS que estaban al mando de los campos de concentración. Hombres que borraban sus sentimientos. Se volvían sádicos y violentos. Ejecutaban órdenes sin pensar, con la mente en blanco. Sin sentir. Muchos bebían para poder realizar actos impensables. Otros daban rienda suelta al sadismo. Y como en la película, algunos arrastraban horribles dolores de cabeza o se les quitaban las ganas de comer. ¿Cómo pudieron también borrarse la memoria? ¿Seguir viviendo con lo que hicieron cada día? ¿Cómo podían justificar sus acciones?

Razón número 8: Poema de Emily Dickinson

Ya lo he escrito alguna vez en el blog. Porque rescato escenas de cine donde los personajes leen poemas. Y La decisión de Sophie tiene su poema. Uno de Emily Dickinson. Y tiene que ver con un objeto que se encuentra en la casa rosa… con una cama. El lecho donde Nathan y Sophie se aman con pasión. Es un poema íntimo, que describe una cama… Primero lo leen Nathan y Sophie cuando empiezan a conocerse. Y lo leen encima del colchón, abrazados. Después se lo dedica Stingo, que llora, cuando ellos yacen en la cama y ya no pueden leerlo más.

Haz amplia esta cama,
haz esta cama con prudencia;
espera en ella el postrer juicio,
sereno y excelente.

Que sea recto su colchón
y redonda sea su almohada,
que ningún rayo dorado de sol
llegue jamás, a perturbarla.

Razón número 9: Una carta

Y adoro también las cartas en las películas. Sophie escribe una de despedida a Stingo… que sueña con llevarla a una granja sureña y convertirla en su amor, en la madre de sus hijos… Ella le regala una noche de entrega y pasión. Le despide diciéndole que es un gran amante y que está segura de que encontrará a la mujer que le haga feliz. Pero ella lo siente, tiene que regresar con Nathan, no puede imaginarle solo. Tiene que irse con él, sea cuales sean las consecuencias… Entre líneas le dice que están rotos, quebrados. Le dice que ha sido muy importante conocerle. Pero es una despedida de Eros y Tanatos.

Razón número 10: Decisiones

La vida se va construyendo muchas veces a base de decisiones. Y algunas destrozan. Así vamos asistiendo a las decisiones de Sophie, de Nathan y de Stingo. Decisiones que les construyen y les destruyen. Cada momento, es una decisión. Y las decisiones les llevan a caminos muy diferentes. Lo malo de Sophie es que la obligan a tomar decisiones que nunca imaginó que tuviera que tomar… Y una decisión obligada es la que definitivamente la enemista con la vida y la hace arrastrar la culpa para siempre.

Primo Levy describió en algunas de sus obras (Los hundidos y los salvados o Si esto es un hombre) el sentimiento de culpa que arrastraban muchos supervivientes al Holocausto por el mero hecho de estar vivos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.