A quemarropa (Point Blank, 1967) de John Boorman

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A quemarropa es cine negro de los sesenta… y Boorman enreda al espectador en una historia con todas las claves del género pero con una forma de contarla rompedora y especial que tomaba inspiración en los nuevos cines europeos, en nuevas fórmulas de narración cinematográfica que rompían el relato clásico cinematográfico para mostrar otra forma de contar. Innovación en la mirada. Así se anticipaba ya el paso al nuevo cine americano, nuevos realizadores que trataron de dar un paso más tanto en los temas como en la manera de abordarlos.

Así nos encontramos con una premisa simple: la historia de un hombre que quiere venganza y recuperar el dinero que robó junto a su esposa y su mejor amigo antes de que ambos le traicionaran y le dejaran tirado en una celda de Alcatraz, un edificio fantasma, con dos balazos… Ese dinero forma parte de un extraño entramado donde entra otro protagonista: la Organización, una especie de coloso mafioso-empresarial kafkiano con jerarquías, negocios, chantajes, luchas de poder y asesinos a sueldo. Así el hombre que quiere venganza dejará a su paso una estela de cadáveres a la vez que va dándose cuenta de que conseguir el dinero es un objetivo imposible y absurdo.

A quemarropa cuenta la historia de un asesino sin nombre de pila… sólo responde con el apellido de Walker (inspirado en un personaje de novela negra de Richard Stark, pseudónimo de Donald E. Westlake). Apenas habla pero sí recuerda y la película es como si transcurriera dentro de la mente de un muerto en vida. Y sus recuerdos tienen un aire de pesadilla, de insomnio, de cansancio y desencanto. De un duro enamorado y traicionado por la mujer que ama y por el amigo al que quiere. Una visión y una mirada distorsionada y cortante. Pero a la vez lúcida… la lucidez del superviviente, del que no quiere caer en más trampas.

Sus aliados de viaje son un misterioso personaje que algo quiere conseguir de la Organización y que cuenta con información privilegiada y su cuñada, que arrastra el mismo desencanto que el protagonista. Walker posee el rostro imperturbable de un duro entre los duros, Lee Marvin (y no es exagerado describirle así).

El espectador viaja junto a Walker en ese mundo kafkiano donde todos se traicionan y matan entre sí por algo intangible… en sus manos nunca pasa dinero contante y sonante. Y a la vez lanza unos destellos de romanticismo roto (la historia de Walker y su esposa… que nada tiene que ver con la relación que establece con su cuñada, con rostro de Angie Dickinson), un erotismo elegante, unas dosis de violencia y un asesino frío con su destino marcado en el rostro.

Al final el botín es lo de menos… Walker se da cuenta de que su venganza no ha servido de nada…, quizá para refugiarse más en las sombras y en la soledad. Aquel día en Alcatraz murió realmente… pisotearon su destino. Ahora solo es un fantasma vengativo que recuerda.

La narración no es lineal, se rompe por todas partes, en tiempo y espacios. En presente y pasado. En repeticiones. En encuadres imposibles… pero te sumerge en un ambiente especial que hace que no puedas apartar la mirada de momentos como su primer encuentro con su mujer después de la traición o la escena que se desarrolla en el club de jazz con esa extraña canción a base de gritos que se unen a los gritos que genera la violencia y la tensión.

A quemarropa es cine negro, que sigue siendo en los sesenta, un género capaz de renovarse y de innovar el lenguaje cinematográfico.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La ciudadela (The citadel, 1938) de King Vidor

 

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… King Vidor proporcionaba a sus mejores películas dosis de autenticidad, una autenticidad que traspasa la pantalla. Por cómo cuenta las historias, por los detalles que imprime, por los intérpretes elegidos… Y La ciudadela no es una excepción en esta característica de su cine. Así la película pivota entre un tema principal con múltiples ramas que enriquecen su visionado. Si bien observamos un camino entre los ideales y la vocación profesional y la pérdida de estos ante el enriquecimiento fácil, la falta de ética y un olvido del fin de la profesión… también se refleja la complicidad posible entre un matrimonio o la fuerza de las verdaderas amistades…

Tengo la inmensa suerte de ‘pasearme’ por distintos blogs riquísimos en contenidos de los que aprendo cada día. Y en esos blogs descubro nuevas miradas, otras visiones, películas que no conocía, otras que no recordaba u otras que nunca he podido ver, análisis originales… y mucha, mucha pasión por el cine. Así que, como es habitual, me encontraba un día navegando por uno de ellos, viajando por la sala oscura de Victor y empecé a leer su texto, siempre filosófico, siempre desde una mirada especial, sobre La ciudadela. Y me dije: esta película tengo que conseguirla como sea y que salga pronto del baúl de películas pendientes. Y misión cumplida. Gracias, Victor.

En la imprescindible autobiografía de King Vidor, Un árbol es un árbol, el cineasta recuerda con cariño y placidez su viaje a Inglaterra para el rodaje de la película. Recuerda un rodaje agradable, placentero, tranquilo… y eso se ‘respira’ mientras vas viendo la película. ‘Respiras’ que todos los implicados están disfrutando con lo que nos están contando.

Además King Vidor alaba a todos sus actores, y en especial realiza una hermosa radiografía (y transformación) de su protagonista, Robert Donat. Cómo trabajaba cuidadosamente hasta el más mínimo detalle de su personaje. Y esos matices también el espectador los siente. Vidor explica que le llamó la atención lo enfermizo y poquita cosa que le pareció Donat (protagonista también de 39 escalones…) la primera vez que le vio… y luego cómo se fue entusiasmando por la entrega generosa del actor a su personaje y a la película… y cómo se va transformando ante su mirada en una gran presencia…

Otra cosa importante que señala es cómo hubo un momento que no sabían cómo continuar la historia (su material de origen era una novela). El bache se encontraba en cómo hacer que el protagonista ‘despertara’ y volviera de nuevo a sus ideales y a su vocación intacta. Que realmente escuchara a su sabia esposa cuando en un momento le dice que él no trabaja para ganar dinero sino para transformar a la humanidad (y esta premisa no es válida tan sólo para la profesión que ejerce el protagonista sino para la mayoría de profesiones). Hasta que de pronto se les ocurrió que el mejor amigo del protagonista podría sufrir un accidente de tráfico y que éste fuese operado por uno de los nuevos amigos de profesión del protagonista… a partir de lo que ahí ocurre… el despertar doloroso cobra todo su sentido.

La ciudadela cuenta unos años cruciales en la vida de un joven médico (Robert Donat). Inicia su carrera médica con inexperiencia, ilusiones, sueños, ideales y un fuerte sentido de la ética médica que le hace enfrentarse con pacientes y compañeros. Nada le para. Trabajador e investigador incansable ningún obstáculo se le pone en medio para ejercer con la mejor calidad posible su profesión y con el mayor respeto hacia sus pacientes, tan complejos, tan humanos. Sus primeros puestos son como médico rural en zonas mineras donde la pobreza y la ignorancia asolan a sus habitantes… y donde muchos compañeros de profesión ‘aprovechan’ esa situación. La lucha le desgasta hasta tales niveles que cuando empieza a trabajar en Londres y se encuentra con un grupo de nuevos médicos a los que les interesa más enriquecerse que la propia profesión, no duda en incorporarse al grupo. Le ha pillado en un momento en que se encuentra cansado de obstáculos y de ser ‘expulsado’ de todos los sitios donde trabaja, de no poder prosperar y llevar una vida tranquila junto a su mujer. Entonces con ese nuevo grupo de ‘profesionales’ (donde nos encontramos con un jovencísimo Rex Harrison) siente tiene que luchar menos y que es más valorado por lo que tiene que por lo que es… hasta que su mejor amigo y su esposa (siempre a su lado, siempre crítica) le recuerdan su verdadera pasión.

Pero luego hay otras muchas historias que complementan el devenir del joven médico. Y entre ellas se encuentra la relación que establece con su compañera de vida. La joven maestra del primer pueblo donde trabaja (una maravillosa, natural y auténtica Rosalind Russell). Todas las escenas protagonizadas por ambos son una auténtica delicia, ‘otra película’ entrañable. Su primer encuentro infructuoso en la escuela, su conversación en la consulta, una declaración de amor absolutamente genial (donde aparentemente no hay cábida para el romanticismo… y sin embargo lo hay, y mucho), los dos compartiendo una taza de chocolate después de un momento de peligro, ambos trabajando juntos en la investigación de enfermedades, ella preocupada ante la pérdida de objetivos y de pasión de su amado…

La película de Vidor está llena de detalles y matices que hacen inolvidable su visionado. La vida y las duras condiciones de trabajo en los pueblos mineros, el cuidado en el reflejo de los interiores de las casas humildes, la falta de dotación y medios de los médicos rurales en sus consultas, la lucha infructuosa contra las altas instancias para la investigación y erradicación de enfermedades… Y por otra parte en Londres, cómo algunas clínicas privadas se aprovechan de sus clientes para sacarles la máxima cantidad de dinero posible con tratamientos inútiles o la falta de atención y abandono para aquellos ciudadanos que no tienen posibilidad de pagar por su curación…, las luchas entre colegas por mantener su influencia de poder, las trabas a la investigación y a la denuncia de malas prácticas…

Y por último King Vidor vuelve a mostrar que es grande como director. Con aparente sencillez realiza puro cine. Así es capaz de en un paseo de un médico feliz que acaba de salvar la vida a un recién nacido, enfrentarle con la muerte y la enfermedad cuando a través de la ventana ve cómo unos vecinos se encuentran alrededor de una tumba y cómo en la ventana hay un cártel que anuncia las fiebres tifoideas que está en manos de la administración solucionarlas (un arreglo y cambio de las alcantarillas) pero no quieren iniciar las obras ni gastar el dinero que supone… El doctor en un instante se da cuenta de que su lucha tiene que ser continúa e incansable. O la citada declaración de amor a una Rosalind Russell en bicicleta y con boina de un hombre que tiene claro que ella es su compañera y que además la necesita para que le den un puesto de trabajo… O la bajada a los infiernos, una mina insegura, para salvar la vida a un compañero atrapado… Así como el reflejo natural de los momentos cotidianos como las comidas en un restaurante italiano…

No será la última vez que la vea.

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Ambiciosa (Forever Amber, 1947) de Otto Preminger

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Entre sus obras más olvidadas y menos valoradas del director Otto Preminger se encuentra Ambiciosa. Llevaba tiempo detrás de ella y su visionado ha sido una buena sorpresa porque me lo pasé estupendamente con la ‘truculenta’ historia de Amber. Como siempre ha supuesto un placer analizar otra obra de Preminger.

La rodó entre la interesante Daisy Kenyon y La dama de armiño (un triste encargo: terminar la última película de Lubitsch cuando este había fallecido) durante los años en los que trabajó en la Fox. Ambiciosa fue otro encargo de Zanuck, el todopoderoso. Descontento por cómo iba una superproducción por la que apostaba mucho, decidió cambiar de director y actriz principal (además de proponer más revisiones y cambios de guion).

Todo empezó cuando el olfato del productor decidió que tenía que adquirir para el estudio el último éxito picante del mercado best seller (vamos, algo así como Las sombras de Grey), obviamente ahora caído en olvido. Se trataba de Forever Amber de la escritora Katheleen Winsor que situaba en el siglo XVII y en Inglaterra las aventuras de su protagonista Amber, una campesina que llegaba a lo más alto metiéndose en la cama de distintos pretendientes. Transcurre sobre todo durante el periodo de la Restauración y el reinado de Carlos II (uno de los protagonistas)… pasando por el gran incendio de Londres. Aunque la infancia de la protagonista se desarrolla durante un periodo inestable, de guerra civil y derrocamiento de la monarquía. Ella, Amber, es un bebé abandonado en la puerta de unos campesinos puritanos. Su origen es incierto…, como su vida y destino.

Así que la Fox quería un éxito similiar a Lo que el viento se llevo o Jezabel… una película donde una heroína de carácter fuerte llevara las riendas con las suficientes dosis de aventura, melodrama y sobre todo historia de amor imposible. Es decir, el estudio tiraba la casa por la ventana. Ante proyecto de tal magnitud pusieron al frente del proyecto al elegante director de melodramas John M. Stahl y se apostó como protagonista por una nueva actriz que venía del otro lado del océano, Peggy Cummins (que sería más tarde reina del cine de culto con películas como El demonio de las armas o La noche del demonio… cuánto demonio en su carrera hacia el éxito…). Pero ni Stahl estaba rodando el material que se esperaba Zanuck ni la Cummins tenía la suficiente experiencia como para llevar a cabo todos los matices de Amber.

Así que a pesar de que ya hubiese material rodado… partieron de nuevo desde cero. Quitaron a Stahl y pusieron al frente al colérico Preminger (que no le hizo ninguna gracia el encargo) y de protagonista a la sensual Linda Darnell teñida de rubio. El rodaje siguió oscilando entre la pesadilla y el horror pero la película pudo ser terminada. No fue el taquillazo del siglo, es decir, no se convirtió en digna sucesora de Lo que el viento se llevó y películas similares pero tampoco fue un resbalón en la carrera de ninguno de sus participantes.

Una película a mayor gloria de Linda Darnell, que se la valoraba más por su lozana y sensual belleza que por su calidad de intérprete (cuando varios papeles desmienten que solo fuera una actriz guapa), que se muestra versátil y dota al personaje de personalidad y matices.

Y, a pesar de que no fue en un principio del agrado de Preminger, la película tiene dos constantes que ‘pintarían’ su carrera cinematográfica: tener entre manos un material polémico que chocaba con los principios del Código Hays y tener un personaje principal que en su ‘retrato psicológico’ juega a la ambigüedad enriqueciendo los matices del personaje.

Lo primero a destacar de Ambiciosa es que es una película tremendamente entretenida. Y lo segundo es su puesta en escena y elegancia. Es una superproducción con todo lujo de detalles en peinados, vestuarios, escenarios y efectos (la niebla en el duelo, la penumbra en las escenas intimistas, el gran incendio…). Probablemente (no he leído la novela) la película tenga mejor gusto, más inteligencia y claro está menos picardía (pero sí mucha sensualidad… en parte gracias a la belleza natural de la Darnell)… pero sí un reflejo interesante del personaje femenino. Una mujer que se rebela contra el destino y que quiere tomar las riendas de su vida, una mujer que se equivoca pero vuelve a levantarse, una superviviente. Y aunque el final (abrupto) la deja totalmente sola… sabemos que, si la historia continuara, en la siguiente escena habría sabido reinventarse y salir adelante.

Desgraciadamente, aunque no está mal narrada ni construida… no existe una química eléctrica entre los dos protagonistas de una historia de amor imposible (fundamental para el éxito de estas superproducciones). El gran amor de Amber es el corsario (y caballero) al servicio del rey con rostro de Cornel Wilde. Este galán de la Fox (con carrera interesante… que también se puso detrás de las cámaras) no se sintió cómodo con el cambio de director… Su personaje es distante y frío (con algunos comportamientos algo incomprensibles) y además no le hizo ningún favor el departamento de peluquería (que hizo maravillas con Linda) que le plantó una peluca a lo príncipe de beckelar que no le favorecía lo más mínimo (ese peinado es absolutamente criminal en la cabeza del niño repelente e ilegítimo que ‘conciben’ ambos).

Sin embargo son disfrutables todos los amoríos de Amber: del corsario (su primer, intermitente, gran y desgraciado amor) a los brazos de un bandido que conoce en la cárcel, de ahí al capitán Morgan (pretendiente trágico), después a los brazos de un noble anciano insoportable y malvado (un magnífico Richard Haydn, secundario de lujo) para finalmente llegar a ser una de las ‘favoritas’ del rey Carlos II (encarnado por una maravilloso George Sanders que borda su personaje… al que siempre sigue una ‘jauría’ de perrillos). Así como los diferentes oficios de la dama: de campesina rebelde, a amante mantenida e inexperta pasando por ladrona profesional hasta llegar a ser actriz (las escenas del teatro son vitales), después noble dama para terminar de favorita del rey… Y después no sabemos pero el camino de esta superviviente será imparable…

Así Linda Darnell encarna a una de esas mujeres de la corte que se hicieron a sí mismas para alcanzar libertad e independencia, dos palabras vedadas a las damas. Sus parientas podrían ser la Leonor de Scaramouche, la Camilla de La carroza de oro, o la mismísima Lola Montès.

La película mezcla momentos intimistas como el primer encuentro entre Linda y Cornel durante la noche en una taberna o el proceso de enfermedad de Cornel (la peste) donde Amber le cuida día y noche en una casa abandonada… con otros espectaculares que transcurren en el teatro, en los bailes de la corte o escenas dramáticas como un Londres asolado por la peste o por un gran incendio. No hay ni un momento para el aburrimiento. Además de los actores nombrados (en especial un magnífico, como ya he dicho, George Sanders) nos podemos encontrar en roles secundarios a Anne Revere o Jessica Tandy.

… Otra buena película para rescatar del viejo baúl…

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Nebraska (Nebraska, 2013) de Alexander Payne

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Hacia tiempo que no tenía tantas ganas de llorar en una sala de cine. La persona que estaba a mi lado me dijo: ¿Estás llorando? Y yo le contesté que sí, llorando y riendo. Eso es lo que me pasó mientras miraba en una enorme pantalla blanca… una larga e interminable carretera en blanco y negro. Toda la película a punto hasta que las lágrimas cayeron. Sin remedio. Pero no eran lágrimas de tristeza, ni melodramáticas, ni de drama… eran de pura emoción contenida… por toda la historia que había vivido a través de los fotogramas.

Y es que tenía que ser en blanco y negro para reflejar esa vida en tonos grises de una familia de Montana. Para viajar por paisajes desolados por la crisis, por ciudades que se derrumban, por tabernas, karaokes, pequeñas empresas, granjas, hogares, tiendas, viejos despachos de periódicos locales… que se van deteriorando. Para reflejar unos rostros de supervivientes, con huellas, con arrugas o sin ellas.

Pero la película no va de perdedores sino de personas que se niegan a perder. De un padre y un hijo que emprenden un viaje de unos cuantos kilómetros. Una road movie… Una historia sencilla, muy sencilla. De un padre que quiere ir a recoger una cantidad de dinero que en una carta dice que le corresponde. Y de un hijo que alimenta la fantasía de un padre que va perdiendo la cabeza y la vida… Sabe que es un timo… pero se lanza a la carretera con un padre que siente de pronto, después de años, una especie de emoción, ganas de moverse, de seguir vivo aunque su mente le traicione. Tiene un objetivo y su desorientación continua encuentra un motivo que perseguir… Cobrar ese dinero.

El hijo le pregunta desde el principio que para qué quiere ese dinero y sólo consigue sacarle al padre que quiere una nueva camioneta y un compresor de pintura (porque el suyo lo prestó a un amigo hace años y todavía no se lo ha devuelto). Pero luego, casi al final, habrá una confesión… llana y simple. Humana. Que te parte el corazón en dos.

De Montana a Nebraska pasando por la localidad donde su padre tiene las raíces…, los recuerdos. Un pasado que se diluye, que se deteriora, como la casa vacía de su infancia. Entre buena gente y otros que siempre fueron mezquinos, padre e hijo van tras un botín imposible. Y en algunos puntos del camino se unen viejos vecinos, desagradables amigos,  algunos familiares con ganas de rascar viejas heridas, una antigua novia… También están presentes, a ratos, la esposa cascarrabias y el hermano desencantado. Pero a su manera los cuatro, cuando les vemos juntos en un coche (protagonizando una de las escenas más divertidas), sabemos que se quieren a pesar de los dolores, los sufrimientos y las frustraciones.

El padre y el hijo tienen el rostro de Bruce Dern y Will Forte y es una de las parejas más emotivas que últimamente han pisado la pantalla… Pero sin rastro de almíbar y sí con mucha humanidad. Con silencios y pocas palabras, las justas. Con miradas.

En Nebraska vemos nacer a un personaje de una manera maravillosa. El padre, Woody, un hombre enorme y muy anciano con la mente casi perdida… Lo primero que sabemos es que es una carga para su esposa, un agobio para el hermano mayor… y que su hijo pequeño trata de comprenderle… aunque nunca hayan hablado mucho. Parece que no les ha hecho muy felices sobre todo por sus problemas con el alcohol… pero a través del viaje conocemos, construimos, con las palabras de otros, y con los recuerdos sesgados de Woody, y con la mirada comprensiva e incondicional del hijo y con el cariño escondido de su esposa y su otro hijo… el retrato de un buen hombre. Y nos vamos sorprendiendo ante el descubrimiento como lo hace el hijo, que ya lo intuía.

Y ha sido maravilloso volver a reencontrarse con ese hombre enorme que es Bruce Dern, un hombre que se niega a perder, un hombre que no pierde su dignidad… aunque esta hace lo posible por huir. Un hombre que vemos grande, que fue fuerte, de pocas palabras… y que encontró en el alcohol una manera de alejar sus malos recuerdos de guerra, la monotonía de un paisaje en blanco y negro, de una vida con muchas puertas cerradas, que intentó ser buen padre, buen amigo, buen novio, buen esposo…

Mi primer recuerdo de Dern fue interpretando a otro hombre tremendamente fuerte en Danzad, danzad malditos. Ahí era un hombre joven enorme que trataba de ganar desesperadamente junto a su esposa embarazada una maratón inhumana de baile. Un hombre que no separaba ante nada con tal de ser un superviviente. Y fue una película que me marcó y en parte por su personaje.

Ahora veo que sigue siendo inmenso… y que me arrastra, con sencillez, a que llore en silencio.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Diccionario cinematográfico (208)

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Década de los setenta: Os confieso con el corazón en la mano que a la década de los setenta la tengo un cariño especial porque es la década convulsa (qué década no lo es) en que yo Hildy Johnson renací. Concretamente el año que sonaba por estas tierras todo un éxito discotequero aún presente en todo karaoke que se precie o local que reviva años pasados… Sí, sí el año que Las Grecas se pusieron a cantar: te estoy amando locamente…

Así que locamente, desesperadamente, locamente también buceo por el cine que se realizó en aquellos años… donde aquí por otra parte empezaron otros tiempos, convulsos pero hacia un camino totalmente diferente a todas las décadas anteriores de oscuridad (la vida en tonos negros o grises)… una dictadura enquistada terminaba con la muerte de Franco y llegaba un periodo revuelto pero donde todo estaba por hacer.

Y por qué de repente esta obsesión por la década de los setenta: ¡Bingo!, por la película que he ido a ver esta semana, La gran estafa americana de David O. Russell, que ha traído a mi vera esa década de nuevo… en su estética y también en la forma de contar la historia. Lo que cuenta transcurre durante el año 1978. Y os diré y confesaré que me gusta O. Russell (no le encumbro a los cielos pero tampoco le lanzo a los abismos… creo que es un director con una manera especial de contar y yo de momento estoy conectando).

Confesaré que hace poco (unos dos años, quizá) en una libreria de viejo conseguí con ilusión el volumen de Cine para leer. 1974. Historia crítica de un año de cine del equipo Reseña (por si alguno no había localizado todavía el año en que renací…, cómo dice Silvio, y como pasa el tiempo que de pronto son años…)… ¡con todas las películas que se estrenaron por estos lares en dicho año!: en aquel año se estrenaban películas de Saura, Armiñán (homenajeado este año en los Goya), Erice que proyectaban su cine más allá de nuestras fronteras. Así películas como La prima Angélica, El amor del capitán Brando, El espíritu de la colmena… viajaban por salas del mundo. Y había nacido una estrella que aparecía en toda producción cinematográfica nacional que se preciara de éxito: Ana Belén. Por otra parte seguía en marcha esa tercera vía de Dibildos que quería “hacer un cine popular con perspectiva crítica”. Por otra parte empieza a aparecer una nueva generación de directores con una mirada personal como Manuel Gutiérrez Aragón, Jaime Chavarri o Josefina Molina… Y por supuesto sigue en marcha ese star system del destape…

Y en las salas de cine españolas pudieron verse películas como American Graffiti de George Lucas, Bananas de Woody Allen, Chacal de Fred Zinnemann, Chinatown de Roman Polanski, Deliverance de John Boorman, Family life de Ken Loach, El golpe de George Roy Hill, La gran estafa de Donald Siegel (que acaba de ser reseñada por 39 escalones… y que casualidad la coincidencia de títulos entre esta y la de O. Russell), El gran Gatsby de Jack Clayton, Gritos y susurros de Ingmar Bergman, Harold y Maude de Hal Ashby, Hermano sol, hermana luna de Franco Zeffirelli, El hombre de Mackintosh de John Huston, Un hombre de suerte de Linsay Anderson, La huida de S. Peckinpah, Un largo adiós de Robert Altman, Luis II de Baviera de Luchino Visconti, Luna de papel de Peter Bogdanovich, Papillon de Franklin J. Shaffner, Pat Garrett y Billy The Kid de Sam Peckinpah, Avanti de Billy Wilder, Fake de Orson Welles, La semilla del Tamarindo de Blake Edwards, Tal como eramos de Sidney Pollack, Verano del 42 de Robert Mulligan…

Y al mirar estas películas vemos cómo queda una radiografía especial del cine de la década… Ese nuevo cine americano que convive con los realizadores del Hollywood de oro que siguen creando… Y un cine europeo en el que van surgiendo también nuevas voces y siguen asentándose las miradas de los nuevos cines que nacieron durante los cincuenta y sesenta, evolucionando.

Si me dijeran que definiera el espíritu de esta década y que la explicara en cine… quizá eligiera la obra cinematográfica de un director caído en olvido pero que su cine es los setenta, tanto en la forma de rodar como los temas que trata. Y ese director es Hal Ashby…

Locamente os digo que los setenta los llevo tatuados en el alma… (me ha quedado un colofón muy de estos años… y continuo tecleando).

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La herida (La herida, 2013) de Fernando Franco

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Después de la gala de los Goya una de las películas con varias nominaciones (y finalmente dos galardones importantes: mejor actriz y mejor director novel), que no había visto aún y más me apetecía era La herida de Fernando Franco. Ya lo había intentado más de un vez y no había podido ser (una por falta de entradas en la Cineteca —que me pareció maravilloso, últimamente me está pasando esto: que no puedo entrar en una sala porque ya no hay entradas… y hacía mucho que no me ocurría— y otras porque no encontraba momento o fecha) así que decidí por fin, y porque de nuevo se había reestrenado, ir a la sala de cine y verla. Me interesaba sobre todo cómo La herida trasladaba a la pantalla un tema de salud mental. Salud mental y cine. Cine y salud mental. Es un binomio que suelo perseguir. Esta vez la protagonista es Ana, una joven con trastorno límite de personalidad.

Y desde la primera escena sabemos que vamos a estar muy cerca de Ana (Marian Álvarez)… pero tan cerca que sentimos su angustia y sufrimiento. Porque La herida es una película violenta e incómoda… emocionalmente. Asistimos a la cotidianeidad de Ana durante más o menos un año… y asistimos impotentes a tal cantidad de sufrimiento y dolor inevitable que provoca una sensación de agotamiento, incomodidad y depresión. Te hundes con la protagonista en ese abismo del cual no puede —es incapaz de— salir. Y con ella asistes con impotencia a sus dificultades de relación, a sus estallidos de enfado y violencia, a sus intentos una y otra vez de salir del abismo, a sus fracasos, a su desesperación por comunicar, a sus autolesiones, a sus lágrimas…, y también a sus pequeños logros, a sus momentos fugaces de algo parecido a la felicidad (que sobre todo logra en su lugar de trabajo y en esporádicos instantes) y ese rostro que mira y sonríe a punto de romperse, con un fragilidad y vulnerabilidad que duele.

Pero también refleja cómo su enfermedad mental agrieta su presente, su día a día, y el de todos aquellos que la rodean. Incapaz de estar relajada ante sus amistades, de llevar una relación sentimental con una pareja, de mostrar a su madre una cercanía que las ayude a ambas (no puede, no pueden ayudarse), un padre que huye del problema y a la vez provoca dolor (con una pincelada oscura), un aferrarse fuertemente a las redes sociales donde busca de manera desesperada consuelo —único sitio donde puede expresar sus pánicos pero sin posibilidad de saltar la barrera de la pantalla—…, sin poder evitar ataques de angustia, pánico y dolor que hace que estalle o se rompa en mil pedazos, ese intento desesperado de huir de su aislamiento y su sufrimiento autolesionando su propio cuerpo, buscando sexo fácil o bebiendo y drogándose…

Solo logra cierta paz escasa en su lugar de trabajo. Ella trabaja en una ambulancia y se encarga, junto a su compañero (el único que más o menos sabe cómo relacionarse con ella o el único con el que Ana no siente miedo, pánico o dolor a la hora de relacionarse un poco más… pero saben muy bien ambos dónde están los límites), del traslado de enfermos con tratamientos especiales de sus hogares al hospital (un hospital donde se palpa la crisis, la marea blanca, la posibilidad de una interrupción lenta y agónica de la sanidad pública que afortunadamente parece que se ha alejado un poco…). Ahí, cuando tiene que ayudar a los demás (a gente más vulnerable y que llevan a cuestas más dolor e incluso la cercanía de la muerte), se siente bien…

Fernando Franco (montador profesional que esta vez ha dejado esta labor a David Pinillos, que a su vez también debutó en el largometraje como director recientemente) dirige su primer largometraje y opta por arriesgarse también en la forma de contar su historia. Y a mi parecer no se equivoca o por lo menos yo como espectadora sentí toda la angustia e impotencia de Ana, pude seguir su viaje íntimo y vislumbré el abismo… y pude comprender el horror de los que viven ese tipo de trastorno y también la dificultad que supone para ellos (y para los otros, aquellos que les quieren y rodean su vida) levantarse un nuevo día, sobrevivir un nuevo día. Levantarse de la cama para sufrir un día más…

Así el tono y la forma de contar esta película se acerca a la de los hermanos Dardenne donde no sólo la cámara sigue a sus protagonistas sino que sentimos lo que sienten, sin estridencias, música (la justa y necesaria… la que acompañe al personaje), sin efectos especiales, dando importancia al sonido (a lo que se oye y se percibe… al fuera de campo) y con unas elipsis arriesgadas y rompedoras (nunca olvidaré la elipsis brutal y genial de los Dardenne en El silencio de Lorna o el rostro angustiado de Rosetta). Pero también en la forma de contar esa historia sentimos otros ecos, vemos el nombre del coguionista junto a Fernando Franco, Enric Rufas… Y es el dramaturgo que ha trabajado como guionista en películas de Jaime Rosales. Así notamos la importancia del silencio, de una mirada, del efecto de unas palabras o de un gesto en el otro… y la soledad terrible de Ana, encerrada en una cárcel donde parece que la posibilidad de escape es imposible… y esa cárcel es ella misma.

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Y van tres de ciencia ficción…

Una británica, otra americana y la de más allá canadiense. Ninguna de las tres es absolutamente redonda pero las tres parten de buenas ideas (que luego tienen mejor o peor desarrollo) y poseen también una fuerza visual considerable. Además las tres son disfrutables y buenas tanto para el análisis como para una buena conversación después de su visionado. Dos de ellas crean dos distopías, dos sociedades futuras con brillantes ideas de partida. Y la tercera es ciencia ficción en estado puro con astronauta de protagonista allá en el espacio, en la luna. Y las tres son un claro ejemplo de los caminos actuales del género cinematográfico de ciencia ficción. Dos de ellas, Moon y Un amor entre dos mundos, suponen los segundos largometrajes de dos cineastas que empiezan a sonar y crecer. In time es otra distopía del guionista y director Andrew Niccol que ya creó en los noventa Gattaca.

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Moon (Moon, 2009) de Duncan Jones

La primera película que pude disfrutar de Duncan Jones fue Código fuente… me gustó tanto que pensé: tengo que ver Moon. Y ya lo he hecho. No pude evitar recordar al padre del director, David Bowie, y su canción Space Oddity. Es como si Moon fuera un homenaje y una continuación de esa canción. No extraña que el género elegido sea la ciencia ficción con un componente íntimo y trágico.

Viendo Moon, que no conviene desvelar aspectos de la trama, se reflexiona sobre la soledad, la fuerza de los recuerdos, la incomunicación, el deterioro mental de un ser humano ante el aislamiento… Si una escena tiene fuerza y contiene una emoción desgarradora es cuando Sam Bell, el astronauta protagonista (Sam Rockwell), se encuentra en la superficie de la luna dentro de un pequeño transporte y llora desesperado con una única frase: quiero regresar a casa… La importancia y la posibilidad de regresar a un lugar que se pueda considerar hogar…

Moon transcurre la mayoría de la trama en una nave y en suelo lunar. Sus protagonistas son un astronauta y un robot llamado Gerty (con voz de Kevin Spacey) que se convierte en un personaje vital para la trama (con giro argumental incluido). Y también las fotografías, vídeos, maquetas, sueños y visiones del astronauta componen un mundo extraño de soledad que se va complicando más y más según avanza la trama.

Sus influencias más evidentes, cinematográficas, son cuatro pero Duncan Jones sabe dar los giros adecuados para que sean sólo inspiración y dejar su firma personal. Así se pueden rastrear ecos lejanos de Solaris, 2001, odisea en el espacio, Alien y Blade Runner. Su máximo pero (y no único) a mi parecer es un desenlace demasiado precipitado y poco elaborado… para una historia que se estaba construyendo de forma adecuada y especial.

In Time (In Time, 2011) de Andrew Niccol

Desde que vi los traileres en las pantallas de cine y televisión me llamó la atención esta película de Andrew Niccol (que ya creó una distopía atrayente en Gattaca). Parte de una premisa magnífica: en un futuro lejano, muchos tienen que morir para que otros sean inmortales. Presenta así una sociedad distópica donde la moneda de cambio (la economía) se rige por el tiempo. La acumulación del tiempo hace a algunos seres humanos no sólo tremendamente ricos sino también inmortales y a otros tremendamente pobres en tiempo de vida y efímeros. El tiempo como moneda de cambio puede ser robado y también hay una cierta ‘estabilidad’ dentro de un sistema tremendamente injusto.

Por supuesto los pobres y los ricos viven separados. Y los que viven al día (nunca mejor dicho) porque si se quedan sin tiempo fallecen en el instante… van siempre corriendo y desesperados por conseguir el suficiente tiempo para seguir adelante… Los ricos viven, sin emoción alguna (la vida es larga), y procurando vivir con unas medidas máximas de seguridad y sin riesgo alguno para realmente no fallecer ni ser robados…

Los relojes de los seres humanos (cuando empieza la cruel separación entre ricos y pobres) se activan a los 25 años. Así el envejecimiento se para pero el tiempo corre. El tiempo acumulado es la diferencia entre la vida y la muerte. Para mantener el sistema injusto hay bancos, prestamistas, guardianes del tiempo, ladrones, trabajadores proletarios, millonarios, riqueza, pobreza…

Esta es la atractiva premisa de la que parte In time. Los protagonistas son un héroe proletario (Justin Timberlake) que decide dar un giro en su vida cuando descubre el mecanismo de ese sistema injusto en el que le ha tocado vivir y que sobre todo decide pasar a la acción cuando esto afecta de manera trágica a sus seres más queridos… y un golpe de suerte (acompañado de reflexión sobre la vida y el tiempo) le convierte en poseedor de casi un siglo. Y una millonaria (Amanda Seyfried) con todo el tiempo del mundo y con mucho miedo (siempre rodeada de guardaespaldas y de la protección de su millonario padre) a experimentar, vivir y disfrutar el momento.

Andrew Niccol pierde quizá el tono de la historia y las interesantes reflexiones que genera su mundo distópico cuando convierte a los protagonistas en una especie de nuevos Bonnie and Clyde o fugitivos enamorados pero no llegando hasta el final de las consecuencias y del halo trágico que hace tan atractivas estas parejas.

El halo trágico sí lo conserva el personaje quizá más atractivo de la trama, el guardián del tiempo (Cillian Murphy), un hombre serio e inmutable, sin escrúpulos y obsesivo, vestido siempre de negro, que dedica su vida a que el equilibrio injusto no se rompa y se convierte en el seguidor incansable de la pareja de fugitivos. Él también va siempre corriendo…

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Un amor entre dos mundos (Upside down, 2012) de Juan Diego Solanas

El argentino Juan Diego Solanas (hijo del documentalista y director de ficción Fernando Solanas…, cómo recuerdo Sur…, película que estoy deseando volver a ver) crea otro mundo distópico en Un amor entre dos mundos. Su historia de amor es un auténtico delirio y la inverosimilitud de la trama llega a extremos inimaginables, tan inimaginables que encuentras su encanto. Lo hipnótico de la película de Solanas es la plasmación visual de esos dos mundos, creando imágenes insólitas de gran belleza. Y si entras en ese mundo puedes llegar a disfrutar de una obra que se deja llevar por la inconscencia y el absurdo.

Así el mundo distópico creado son en realidad dos mundos con distintas gravedades. Dos mundos en oposición. En uno viven los trabajadores explotados y en el otro los millonarios… el punto de unión: un enorme edificio que es una multinacional donde pueden trabajar, de forma extraña, los de arriba y los de abajo.

Y surge entonces la historia de amor (el conflicto) entre un chico del mundo pobre (Jim Sturgess…, especialista en delirios románticos) y una chica del mundo rico (Kirsten Dunst) que se conocieron cuando eran niños… que viven además con gravedades diferentes… Y el delirio está servido. Mientras paseamos por el increíble lugar de trabajo donde ambos pueden coincidir (después de muchos años… en que una tragedia los separó) donde encontramos cientos y cientos de mesas arriba y abajo o el café Dos mundos con tango de fondo…, no podía ser de otra manera.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La ley de talión (The last wagon, 1956) de Delmer Daves

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Comanche Tod es un héroe complejo de un western que ha caído en olvido de Delmer Daves. Comanche Tod (con el increíble rostro de Richard Widmark) es presentado en las primeras escenas como un fugitivo y asesino a sangre fría de sus perseguidores. Finalmente es capturado y su superviviente capturador con estrella de sheriff es un hombre desagradable que en todo momento le tortura y le trata como si fuera un animal, peor. Inmediatamente el espectador se pone de lado de Comanche Tod (sin haber entendido todavía su frialdad matando a sus perseguidores) como les ocurre a muchos de los colonos que se cruzan en el camino de tan singular pareja, sobre todo a un niño y su joven hermana. Todos se encuentran además en el peligroso territorio apache. Empieza así un camino de redención del héroe, de Comanche Tod.

Delmer Daves es de esos cineastas que se sabe que existe pero se les deja en un discreto segundo plano. Sin embargo si se indaga en su carrera cinematográfica se descubre a un director interesante que además hizo evolucionar un género como el western, sobre todo a nivel de contenido. Daves fue de los primeros que trató desde otro prisma y punto de vista a los indios. Ya no eran los malos sino también las víctimas. El problema entre vaqueros e indios se ‘reviste’ de muchos más matices y complicaciones. Ni unos son tan malos ni los otros tan buenos. Daves muestra cómo el pueblo indio en realidad está siendo masacrado y lo que intenta es defenderse y defender lo que hasta ahora han sido sus tierras. Así Daves empieza a crear héroes-puente entre los dos mundos o concepciones de vida en el salvaje Oeste. Y así nació en 1950 Tom Jeffords (James Stewart), héroe que en Flecha rota trata de llevar a cabo un tratado de paz con el apache Cochise y su pueblo… y de paso se queda prendado de una hermosa india. Comanche Tod es otro héroe-puente, él es un hombre blanco adoptado de niño por los indios. Un fuera de ley muy especial.

Así La ley de talión se convierte en un viaje lleno de obstáculos donde un grupo de jóvenes colonos con niño se verán solos en un paisaje hostil cuando los apaches terminan con sus familiares. El único superviviente con más edad es un asesino que iba camino a la horca (así se lo han presentado), Comanche Tod. Deberán confiar ciegamente en él para sobrevivir. Y él no les abandonará en esta empresa…, es más está dispuesto incluso a morir por ellos. Siempre se dice que es de buen nacido ser agradecido… y especialmente lo será con tres de los jóvenes que mostraron simpatía y compasión desde que le vieron aparecer.

Así todos jóvenes están perfectamente construidos: algunos muestran su total rechazo ante el nuevo líder y otros no sólo le seguirán sino que se irá transformando su admiración hacia el héroe… Es más una de las jóvenes se enamorará y su hermano se sentirá atraído desde el principio por Comanche Tod (como el niño de Raíces profundas por el pistolero desconocido)que terminará sintiéndole como una figura paterna. Entre los jóvenes hay además dos hermanas con una compleja historia, ambas son hermanas de padre: una es blanca y la otra es mestiza. La blanca es una joven que odia profundamente al otro, al diferente: se avergüenza de su hermana y rechaza la autoridad y experiencia de Comanche Tod.

Delmer Daves presenta una aventura de ritmo trepidante en que no deja ni un solo segundo de respiro y a la vez va construyendo las relaciones y los lazos de esta ‘extraña familia’. Comanche Tod va dejando ver a un hombre desencantado que ha sufrido de pasado duro y oscuro que va recuperando una ilusión por el futuro incierto al recibir la admiración y el afecto sobre todo de una joven y su hermano. También deja una escena de romanticismo exacerbado, en un momento de máxima tensión, cuando Comanche Tod le cuenta a la joven (con rostro de Felicia Farr, habitual en varios de sus western y que se convertiría en señora de Jack Lemonn) que él prefiere tener a las estrellas por techo. Que para él hogar es estar con las personas que ama. Y le va contando un hipotético e imposible futuro… donde llevarán su tienda india a lugares hermosos y donde serán libres para amarse.

La ley de talión es un western para rescatar del olvido.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La Venus de las pieles (La Vénus a la fourrure, 2013) de Roman Polanski

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Una pieza cinematográfica aparentemente menor que conjuga un montón de ingredientes que demuestra cómo Polanski además de ser un mago a la hora de dar vida propia a los espacios donde ‘habitan’ sus personajes, es capaz de dar varios significados a las imágenes que el espectador está viendo… proporciona varias capas de miradas. Propone un juego sustancioso al espectador para que termine sufriendo la famosa catarsis que puede vivirse en un escenario teatral (y además puede reírse… en el intento).

Primero. Teatro y cine. Cine y teatro… y además Polanski. La Venus de las pieles transcurre en un teatro vacío donde todavía su escenario cuenta con los atrezzos de la obra anterior: ¡La Diligencia en clave musical! Butacas vacías, un escenario que puede transformarse, unos cuantos elementos que lleva la protagonista o que se encuentran en su bolso gigante (un traje de época, una estola de lana, un collar de perro, unos zapatos de tacón, un chaleco de mayordomo, un batín…), también un poco de imaginación y por último jugar con las luces, con la iluminación…

Segundo. Dos  únicos actores. Y que los dos además estén brillantes en un duelo interpretativo que brinda múltiples posibilidades. Pero ¿dos únicos personajes? Comienza el espectáculo y el baile de roles.

Por una parte Emmanuelle Seigner. Que es la señora de Polanski y lleva mucho vivido con él (y también trabajado). Que además también es una actriz que busca que la hagan una prueba, que llega tarde en un día de tormenta, que está cansada, que está empapada, que parece vulgar, inculta, macarra, llena de espontaneidad, que nunca calla, que dice lo que piensa… Que es Vanda personaje en el que se transforma que aprenderá a dominar porque es lo que ‘exige’ el hombre al que ama. Primero le costará… luego absolutamente nada. Y hay un contrato de por medio para dejar las cosas claras. Que es Venus, diosa del amor que somete y doblega, también castiga. Que es la mujer-diosa… aquella que cumple la profecía: “Dios le castigó poniéndole en manos de una mujer”… O es simplemente una mujer enamorada o una mujer que cuestiona una sociedad encorsetada y machista…

Por otra parte Mathieu Amalric. Que tiene un tremendo parecido en peinado e indumentaria a un Polanski más juvenil. Que es también un director-adaptador-actor que está malhumorado y cansado que quiere ir a cenar con su novia y que está convencido de ser un gran intelectual… y que de pronto tiene que hacer una prueba a una actriz maleducada y tardona. Que de pronto se convierte en un director ensimismado y entusiasmado cuando se da cuenta que ha encontrado a la actriz ideal para encarar el personaje… que dirige y se mete en el papel con el que da replica a la que se va transformando en una musa. Que es Severin aquel que necesita enamorarse a través del dolor y la humillación… Que es el creador que se queda aturdido cuando la musa cuestiona su obra, pone sobre la mesa su machismo (así como una futura monótona vida sin trasgresión alguna) y no solo eso sino que le ofrece mejores soluciones artísticas que las que él elaboró… Que se convierte en hombre fascinado y enamorado de una mujer-diosa con la que cambia rol para transformarse en un ser abandonado, castigado y humillado…

Tercero. Parte del texto de una obra de teatro que precisamente se llama La Venus de las pieles del dramaturgo norteamericano David Ives (que también es guionista junto a Polanski de la película) que toma como fuente de inspiración la novela del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch que iba a formar parte de un gran proyecto de seis libros temáticos… La Venus de las pieles es su novela temática sobre el amor. De su apellido y de los elementos autobiográficos que volcaría en esta obra literaria surgiría el término masoquismo.

Polanski ha disfrutado con la adaptación de obras de teatro y novelas que de alguna manera contaban o reflejaban algo que ‘toca’ su sensibilidad y su manera de ver el mundo pudiendo dejar así su firma de autor: La muerte y la doncella, Macbeth, Tess, Oliver Twist, Un Dios Salvaje

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Cuarto. El universo claustrofóbico de Polanski está presente así como la complejidad de las relaciones personales, la sumisión y el poder, y los cambios de roles. Los espacios que tienen vida. Así se vuelve a ese juego claustrofóbico a bordo de un barco en una obra temprana como El cuchillo en el agua en el que en vez de dos personajes había tres (aunque en La Venus de las pieles tenemos a una tercera, una ausente muy presente, la novia de Thomas, el director). O esos espacios vivientes (porque creedme el escenario tiene vida) como la casa de Repulsión o la de Un Dios Salvaje o los ambientes vivos en El escritor. Vuelven temas que obsesionan al director relacionados con la sumisión y el poder y las difíciles relaciones entre hombre y mujer en películas como Tess, La muerte y la doncella, o Lunas de Hiel.

Quinto. No desaparece un elemento que Polanski emplea muy bien en algunas de sus películas (no nos olvidemos de Un Dios Salvaje o El baile de los vampiros): el humor, un humor inteligente y negro que enriquece la trama. Una trama que juega con los límites. Con todos los límites. Qué es realidad, qué es ficción. ¿Hay un elemento fantástico? ¿Es todo representación?

Sexto. La Venus de las pieles es una película de Polanski aparentemente menor que con sólo un vistazo o un breve análisis deja ver mucho más además de convertirse en todo un deleite para el espectador que observa… Señores y señoras, damas y caballeros… comienza el espectáculo o la vida…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

El lobo de Wall Street (The wolf of Wall Street, 2013) de Martin Scorsese

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Esperpento. Es lo que pienso mientras van pasando las imágenes de El lobo de Wall Street. Me río. Me río mucho… pero mi risa es incómoda porque lo que me están contando no tiene ni pizca de gracia. Ni puta gracia, vamos. Más bien es un relato de terror y humillación. El ritmo de la película es salvaje… y ese ritmo ya lo proporciona la ridícula, primaria y salvaje canción que entona el primer jefe y maestro del protagonista, Jordan Belfort (Leonardo Di Caprio), el corredor de bolsa. Una canción que acompaña de golpes en el pecho y que pide a Belfort que siga ese ritmo… y vaya si lo sigue… (son apenas cinco minutos los que sale Matthew McConaughey y su ‘filosofía’ empapa toda la película).

Indago en la palabra Esperpento. Un hecho grotesco o desatinado. Entonces recuerdo todo lo que he visto. Todos esos personajes que pululan por los fotogramas donde no tienen medida para lo ridículo, lo extravagante, el mal gusto…, donde los seguidores de Belfort —los que le rodean— y él mismo hablan o proceden sin juicio ni razón casi siempre bajo los efectos de alguna sustancia que distorsiona… Me viene a la cabeza Ramón del Valle Inclán y sus espejos deformantes. Deformación de la realidad para plasmar el desgarro de una época. Y así veo lo que Martin Scorsese y equipo han creado con el libro de las memorias de Jordan Belfort. Mientras río sale un grito porque es brutal: el mundo de las finanzas, el destino de muchísimas personas, está en manos de un grupo de payasos amorales.

Así Martin Scorsese crea una comedia negrísima que contiene escenas que remueven, brutales. Y uno de los personajes que muestra que lo que nos están contando no tiene ni pizca de gracia es el agente del FBI (con rostro de Kyle Chadler) que cuando ha terminado su jornada laboral regresa a su casa harto y cansado en un vagón de metro… donde hay un montón de gente harta, cansada y desesperanzada… Y mientras los payasos amorales siguen haciendo de las suyas, arrasando. O ese público ensimismado, adormecido… (que puede ser una triste metáfora de los espectadores que hemos acudido a la sala de cine a escuchar lo que nos cuenta en primera persona Jordan Belfort) que acude a una conferencia de un caradura que les va a contar cómo hacerse ricos…

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Dentro de los payasos amorales nos encontramos con la pareja cómica por excelencia (los dos más amorales) que se convertirán en líderes de un grupo de pirados sin cerebro pero que absorben sus mandatos y sus enseñanzas… y por supuesto no tienen ningún reparo de llevarlas a cabo. Son tan pirados, tan estúpidos que no tienen ni conciencia, ni les importa (y eso da mucho miedo… porque se convierten en incondicionales). Y esa pareja de cómicos tienen el rostro de Leonardo Di Caprio y su compañero de andanzas, Jonah Hill. El gordo y el flaco en acción dejan escenas hilarantes y escalofriantes, una de ellas con Popeye incluido.

En El lobo de Wall Street fluye la fiesta desaforada, el sexo, los estupefacientes y la droga más potente de todas, el dinero. Los payasos amorales solo se mueven al ritmo de un cántico salvaje… y solo les mueve ganar dinero sin que importen los medios para conseguirlo. El mundo se derrumba a su alrededor pero no importa, la droga del dinero sigue afectándoles. Para ellos la mayoría de los ciudadanos son meras marionetas, objetos a los que manipular, objetos sin sentimientos. Y el máximo payaso Jordan Belfort se convierte en monstruo cuando descubre que las personas que tiene a su alrededor (entre ellas su segunda esposa) no son un objeto de su posesión… sino personas independientes que también actúan y que no están bajo su control.

Martin Scorsese, con su montadora habitual Thelma Schoonmaker, crea una sucesión de secuencias de ritmo trepidante donde unos payasos amorales hacen de las suyas y mientras el mundo se cae en pedazos, ellos no son conscientes en absolutamente ningún momento. Viven en una burbuja indestructible… Les da igual todo. Siguen tan solo los aullidos del lobo y el ancestral ritmo de una canción salvaje… y para no sucumbir ni pensar: mucha droga, mucho alcohol, mucho sexo…

Nos encontramos con toda una tragedia…, los payasos hacen daño y provocan risas congeladas. Después de la carcajada, toca irse llorando. Cómo está el mundo… en qué manos.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.