La imagen perdida (L’image manquante, 2013) de Rithy Panh

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¿Cómo narrar el dolor? ¿Y por qué contarlo? ¿Cómo desnudar el alma y por qué es necesario? Rithy Panh realiza un documental político porque recupera la imagen perdida, la memoria mutilada. La imagen perdida es más que una autobiografía, es una demostración de que los jemeres rojos y su sistema social, económico y político fracasaron… Un superviviente como Rithy Panh cuenta en imágenes y escribe sobre el horror vivido. Denuncia y cuenta para que no caiga en olvido…, para que ninguna víctima caiga en olvido.

Desde los años ochenta su filmografía (tanto de ficción como de cine documental, de la que no he visto nada hasta ahora) ha reflejado cómo fue y cómo afectó el genocidio a Camboya, y ha tratado también de encontrar en el pasado una explicación de lo que aconteció.

Cuatro años de genocidio atroz (1975-1979)… los jemeres rojos, el líder Pol Pot, Kampuchea democrática y la destrucción sistemática de las ciudades, de la población urbana, de la cultura… de todo lo considerado burgués para crear un sistema de economía agrario y un control férreo militar que dominaba a través de la muerte y el terror.

Pero nunca había empleado la primera persona. No había contado su historia. Único superviviente de su familia…, todos fallecidos durante los años del terror. ¿Cómo tocar algo tan cercano, tan doloroso? Primero habló de sí mismo en un libro La eliminación (Anagrama, 2013) a partir de su experiencia al entrevistar a uno de los responsables del genocidio (un libro que tengo enormes ganas de leer), después ha sido en este bello documental. En La imagen perdida, el director camboyano ha encontrado la manera de narrar lo que le duele y destroza.

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De fondo, una voz en off va lanzando sus reflexiones, sus recuerdos… vierte su memoria dura pero con una delicadeza que hace que el horror de lo que narra abofetee dulcemente al espectador. Crea con las palabras metáforas tan bellas pero a la vez tan duras y desoladoras… Y esa voz en off va acompañada de hermosas maquetas llenas de figuras de arcilla (arcilla y agua… vida) que ‘ilustran’ sus recuerdos del pasado y el terror del genocidio. Figuras estáticas con alma… porque son las víctimas. Hay figuras que representan a su padre, a su madre, a sus hermanos, a sus amigos, a otras víctimas que acompañaron su calvario… y hay una figura que representa al niño que fue él, el superviviente. Ese niño que arrastró y arrastra años después un sentimiento de culpa por no haber podido ayudar más a los suyos. Un niño que trataba de olvidarse de su ropa negra (y se imaginaba distinto, con una camiseta de colores brillantes… y su figura de barro así lo representa), de su vida oscura. Un niño que se aferraba a la ternura de su infancia, a su padre leyéndole poesía, a los juegos con sus hermanos, el rostro alegre de la madre, a las reuniones, a la risa, al bullicio de las calles, las sesiones de cine donde se proyectaban danzas de bailarinas hermosas.

Y esas secuencias de figuras de barro…, se mezclan con imágenes del pasado. Con aquel legado cinematográfico y musical que trataron de destruir y saquear (pero que algo sobrevivió) para sustituirlo por un cine propagandístico que mostrara esa Kampuchea democrática falsa, esa mentira dolorosa. Esas imágenes que ocultan el hambre, la muerte, las fosas, el miedo…

Durante años, Rithy Panh ha tratado de encontrar una imagen real del horror, una fotografía de una ejecución… pero ante su ausencia (no la ha encontrado pero sabe que se hizo), él se sirve del cine (que ya amaba desde pequeño) para construir la memoria perdida, las imágenes que recuerda, que le duelen… pero que hacen que las víctimas no sean números sino personas (su padre, su madre, sus hermanos, sus vecinos, sus amigos…) y las pone frente a esa propaganda cruel. Unas figurillas de arcilla y agua articulan la memoria perdida, el horror… y unas palabras que son poesía dura y desgarrada (que alcanza la luna) permiten que el espectador sea capaz también de percibir o sentir mínimamente lo que es casi imposible de contar, lo que realmente ocurrió. Y sentir así un escalofrío del que todavía no me he desprendido…

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