Mil veces buenas noches (Tusen ganger god natt, 2013) de Erik Poppe

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En 2010 la danesa Susanne Bier dirigió En un mundo mejor donde contaba la historia de Anton, un médico de un campo de refugiados en África. El protagonista vivía entre su trabajo al límite en el campo (donde experimentaba un fuerte conflicto moral) y su vida en familia en una próspera localidad danesa. En todo momento se encontraba en un tsunami emocional, a las complicaciones laborales, éticas y morales en una zona conflictiva del mundo donde la injusticia social es el pan nuestro de cada día, se unían las complicaciones emocionales y la violencia silenciosa en una sociedad próspera. Así Bier planteaba temas sumamente interesantes.

Con una estructura similar, el director noruego Erik Poppe (primera película que veo de él) afronta también temas de interés en Mil veces buenas noches, además de reflejar con verosimilitud una profesión compleja: el fotógrafo de guerra. La protagonista es Rebecca (con el rostro de Juliette Binoche en el que los directores esculpen sentimientos), una reportera de guerra de prestigio, que trata de equilibrar su vida entre una profesión que la apasiona, que continuamente la pone en complejos dilemas (y en la que es capaz de arriesgar sin medir las consecuencias), y sus relaciones familiares con un marido y dos hijas (una de ellas adolescente) a los que adora que viven en Irlanda esperando siempre su llegada.

Erik Poppe antes de ser director fue reportero gráfico en zonas de conflicto y se nota la carga autobiográfica en la película, se siente que sabe de lo que habla y lo que refleja. Y ese es uno de los fuertes de esta película. Solo por la primera media hora (en la que apenas hay diálogos) y los minutos finales merece la pena no dejar escapar el visionado de esta película. Durante esos tiempos vemos a Rebecca en Kabul realizando un reportaje gráfico que golpea al espectador. Detrás de cada fotografía, hay una historia que contar. Una injusticia que narrar y denunciar. Y Rebecca tiene ese concepto de su profesión en sus venas.

La segunda parte de la película narra un conflicto familiar. Tanto a su marido como a sus hijas se les hace cada vez más difícil la espera y entienden menos los riesgos que la reportera asume. Tanto el marido como las dos hijas (sobre todo la adolescente) temen esa llamada que anuncie la pérdida definitiva. La presión es tan fuerte (la nueva vuelta a casa ha sido después de un reportaje que casi acaba con la vida de la fotógrafa) que su marido la pide que elija entre los dos mundos: su profesión o ellos. Pero para Rebecca vivir en la normalidad, sin que se le dispare a cada segundo la adrenalina, sin sacar fotografía alguna, se le hace casi misión imposible. Este sentimiento de no saber vivir en la cotidianidad y en la normalidad con los problemas habituales de las sociedades de los estados de bienestar, ese no saber vivir en una situación de paz pero con otro tipo de dificultades, también fue reflejado magníficamente por Michael Haneke en Código desconocido con otro fotógrafo de guerra que regresaba durante unos días a París, al hogar de su novia (precisamente ella era Juliette Binche).

Rebecca trata de aferrar los lazos con su marido y sobre todo con su hija adolescente (que termina entendiendo a su madre –sobre todo cuando comparte con ella un viaje a un campo de refugiados en Kenia– y aprende a vivir con el miedo de la pérdida). Así Erik Poppe es absolutamente sutil, delicado y elegante en el reflejo de la relación entre madre e hija logrando momentos de una emoción intensa. Quizá el personaje peor construido y la relación más desdibujada sea con su marido (un desaprovechado Nikolaj Coster-Waldau) aunque cuenten con escenas en las que se siente la química entre ambos.

Erik Poppe plantea varias cuestiones en Mil veces buenas noches para un debate o tertulia intensa y además posee una mirada cinematográfica que deja momentos de gran belleza. Pero sobre todo muestra un amor y toda la pasión por una profesión necesaria: la del fotógrafo en zonas de conflicto. Porque detrás de una fotografía, hay una historia que contar. Porque ante una fotografía… se hace reaccionar al ciudadano ante situaciones injustas. Porque ante una fotografía, se evita el olvido. Porque detrás de una fotografía, hay una denuncia…

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