Sobre la ilusión cinematográfica…

los viajes de sullivan

Un relato me sirve para empezar a dar rienda suelta a mi reflexión. En La vieja del cinema de Vicente Blasco Ibáñez se cuenta la historia de una anciana pobre que vende verduras por las calles parisinas y es alcohólica. Son los últimos días de la Primera Guerra Mundial y una de sus penas es la pérdida de su nieto Alberto “un obrero aficionado a los libros” en el frente. Un día entra en un cinema atraída por el cartel de una película… una alsaciana perseguida por un malvado alemán. Allí empieza a ver la película y escucha a un ‘espectador entendido” que algunas escenas de la película son imágenes de archivo, recortes y demás. De pronto la anciana pierde la cabeza porque al mirar una de las escenas de la película, esta transcurre en una trinchera donde hay un montón de soldados descansando, “uno ellos escribía una carta sobre sus rodillas puesto de espaldas al público. Poco a poco volvió la cabeza y sonrió a las gentes, yo dudé, creyendo que veía mal. Luego debí gritar. ¡Era mi nieto!”. A partir de ese momento la anciana empieza a ir todos los días al cinema y les dice a todos sus conocidos que se va allí porque su nieto trabaja todas las noches… Hasta que pasados los siete días (el día justamente que se anuncia la paz)… hay un cambio de cartelera. Y para esa abuela “me lo han matado por segunda vez”… ¿Es una ilusión, es una imagen de archivo que atrapa a su nieto con vida, es un extra parecido a su nieto…?

Y es que esta mujer, esa abuela, en una sala de cine… ante la ilusión de una imagen ha logrado resucitar a su nieto… Ese es el poder que a veces ejerce en el espectador el cine (o una fotografía, o una serie de televisión, o una novela). Un poder que es difícil de explicar y que crea situaciones reales y extrañas, muy extrañas, aunque parezcan empapadas de cotidianidad. En eso reside parte de la fascinación y la necesidad del cine.

No hace mucho escribía sobre Persiguiendo a Betty de Neil LaBute. Ahí la protagonista lograba huir de lo gris de su vida siguiendo un culebrón televisivo. Su protagonista, un cirujano, era un motivo para seguir adelante. Hasta tal punto que al vivir un hecho traumático y quedarse en estado de shock…, crea una realidad paralela en la que da vida real a los personajes del culebrón y decide irse a por el cirujano, porque en realidad es un amor de su adolescencia. Después de dejarle, todo empezó a torcerse en su vida… Al escribir sobre la película de Neil LaBute, recordaba también a la protagonista de La Rosa Púrpura del Cairo de Woody Allen que también trataba de superar su situación de mujer maltratada en plena Depresión norteamericana en la sala de cine. En una película de aventuras, se enamora de un personaje, un explorador. Y de pronto esa ilusión, esa imagen, cobra vida y también se enamora locamente de la espectadora que busca consuelo…

También Woody nos regala una maravillosa escena de ilusión cinematográfica en Hannah y sus hermanas, su personaje está buscando un sentido a la vida, en su desesperación intenta suicidarse pero falla y sale a la calle desesperado: “Me metí en un cine. No sabía que estaban poniendo. Solo necesitaba unos instantes para poner orden en mis pensamientos y volver a ver el mundo desde una perspectiva racional. Subí al primer piso y me senté (En esos instantes, en la pantalla de cine se ven imágenes de una película de los hermanos Marx, uno de sus momentos musicales). Ponían una película que había visto varias veces desde que era niño y siempre me encantaba. Me puse a mirar la pantalla y la película me enganchó. Empecé a pensar: ¿cómo puedes pensar siquiera en suicidarte? Mira a toda esa gente de la pantalla. Es divertidísima. Y ¿qué mas da si lo peor es cierto, si Dios no existe y solo pasas por la vida una vez?¿No quieres vivir esa experiencia? No todo es una pesadez. Pensé: Debería dejar de amargarme la vida buscando respuestas que nunca tendré, y disfrutar de ella mientras dure. Y después, ¿quién sabe? Quizá haya algo. Nadie lo sabe. Sé que ‘quizá’ es algo muy frágil a lo que aferrarse, pero es lo que hay. Empecé a relajarme a pasármelo bien”.

O tampoco puedo olvidarme de Los viajes de Sullivan (1941) de Preston Sturges, su protagonista –un director de cine de comedias que harto de este tipo de películas decide que tiene que rodar películas reales y que para eso tiene que vivir en el mundo real, empaparse de realidad… y decide aventurarse fuera de la burbuja que vive en Hollywood– termina en una cárcel dura. Uno de los días llevan a los presos, atados, a una iglesia humilde, muy humilde, donde tanto el cura como todos los feligreses son negros (que también se encuentran al margen, como los presos) para la proyección de una película. Empieza la proyección y se produce un momento mágico. Es un corto Disney y su protagonista es Pluto. De pronto, el protagonista ve cómo todo el mundo empieza a reír a carcajadas. Un montón de hombres y mujeres con circunstancias muy duras en sus vidas… ríen sin parar, lloran de la risa… y de pronto él se ve arrastrado por esas risas. Y descubre de pronto, de golpe, el valor de sus comedias cinematográficas…

Recuerdo que una de las cosas que más me llamó la atención de un libro del profesor José María Caparrós Lera (100 películas sobre Historia contemporánea) fue cuando ilustra con películas la etapa de la Depresión americana y en un momento dado se refiere a una tesis doctoral sobre el mundo rural de otro profesor, Andreu Mayayo, que tiene una parte que habla sobre Las uvas de la ira de John Ford y ahí escribe: “El cine durante el New Deal se convirtió en un espectáculo de masas, desde 1927 con la banda sonora incorporada. Los norteamericanos, en plena depresión económica, reivindicaron la entrada gratis para el cine, ya que lo consideraban una necesidad básica como el pan y el vestido. Había hambre de cine…”.

Tampoco olvido mencionar (hace poco escribí sobre él) la vida de François Truffaut, director que siempre reconoció que el cine fue el que le salvó de una vida errática. Así fue, para él el cine fue una tabla de salvación continua. Su vida era el cine, y el cine le hizo vivir… Y sus películas le sobrevivieron…

Lo que trato de reflexionar finalmente es por qué el cine crea adicción o engancha tan poderosamente (y como hablo del cine, hablo de fotografías, series de televisión, novelas…) y cómo a veces no tiene que ver la vía racional y sí, la emocional, la de los sentidos. Trato de desenredar el misterio del cine u otras artes creativas. Y su poder sobre el ser humano. Yo también he vivido situaciones en que la sala de cine ha sido mi salvación (o simplemente el poder ver en el salón de casa una película) o me ha ayudado a superar situaciones que me parecían imposible de encajar. Y otras personas me han contado situaciones similares. Recuerdo un gran amigo mío, que estaba muy enfermo, y siempre me decía que la sala de cine para él era un sitio que le traía una tranquilidad que no conseguía en otros sitios. He vivido algunas situaciones en la sala de cine, dignas de contar, como la proyección de Million Dollar Baby… y en un momento desgarrador, una señora gritar a pleno pulmón (refiriéndose a uno de los personajes) e impotente: “Pero, cómo puedes ser tan hija de puta”. O en otra de Eastwood, como El gran Torino, un señor en su butaca comentando con su amigo cada salida del personaje protagonista como si fuera un colega de toda la vida. O como en un cinefórum de El Odio, una chica salió disparada terminada la proyección porque me comentó que había sufrido tanto y estaba tan tocada por cada uno de los personajes protagonistas que no podía quedarse a reflexionar absolutamente nada. ¿Por qué enganchan y seducen ciertas series interminables de televisión y a veces de calidad ínfima –los famosos culebrones– (aquí no olvido uno de los mejores personajes de Caro Diario, el intelectual enganchado a la televisión y la propia película de Moretti que no sería posible sin el cine y su influencia sobre el ser humano) o de calidad magnífica? ¿Por qué te aferras a ciertos personajes cinematográficos y no los olvidas? ¿Por qué ciertas películas, que sabemos a ciencia cierta que no son obras de arte, permanecen en nuestra memoria o de algún modo nos marcaron? ¿Por qué el visionado de ciertas películas –verdaderas obras maestras– pero vistas sin la conciencia de que lo sean, te remueven hasta tal punto que algo cambia en tu interior? ¿Por qué no dejamos de ver cine…?

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Boyhood (Boyhood, 2014) de Richard Linklater

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Para poder entender qué significa Boyhood y el paso que ha dado Linklater en la narrativa cinematográfica, vayámonos a una película clásica que cuenta la historia de una familia, como Boyhood, en un periodo de tiempo determinado. Esta es solo una manera de analizar esta película pero como veremos las posibilidades son infinitas. Porque Boyhood expone una idea que Linklater pone al final en boca de dos jóvenes universitarios que miran el horizonte con la conciencia de muchos años por delante: quizá la premisa de carpe diem no es la adecuada para expresar el paso del tiempo. No es que aprovechemos el momento, es darnos cuenta de cómo el tiempo nos atrapa… y es imposible prescindir de él, detenerlo o cambiarlo.

Detengámonos en Gigante de George Stevens. Si se hubiera rodado como Linklater plantea Boyhood, hubiese sido una obra cinematográfica imposible porque la película abarca la historia de una familia desde los años 20 a los 50 ¡y el argumento no existía hasta que Edna Ferber escribió su novela en 1952… pero obviemos este inconveniente! Una familia texana que ve cómo su forma de vida cambia y el mundo que conoce se transforma. Algunos miembros de la familia llevan mejor los cambios y otros no. La película se hubiera encontrado con un cambio tecnológico que hubiera podido jugar a su favor a la hora de contar la historia de esta familia: el salto del cine mudo al hablado… Del blanco y negro al color… Por otra parte difícilmente el director de este proyecto hubiese podido ser George Stevens (demasiado joven y haciendo de momento otras labores en Hollywood, debutaría como director en el año 1934). Hubiese sido un proyecto suicida y totalmente fuera del sistema de estudios. Quizá una idea de directores rebeldes como un Erich von Stroheim… Por supuesto un reparto totalmente diferente y dificilmente de estrellas del star system… y etcétera, etcétera. El resultado nada hubiese tenido que ver con el Gigante que todos conocemos (donde el paso del tiempo por un personaje como Liz Taylor se nota tan solo porque en su rostro sin arrugas se le planta un pelo blanco con un tipito de dama de veinte años).

Pero la radicalidad de Linklater va mucho más allá (no sólo en haber rodado en doce años una película con un total de treinta y nueve días de rodaje). Porque no solo nos cuenta ese paso del tiempo de una manera radical (valga la redundancia) sino que también representa el fluir sin escenas de transición ni rótulos explicativos del paso del tiempo. El director nos cuenta la historia común, normal y corriente, de una familia con sus alegrías y penas, sus obstáculos y sus logros. Y el punto de vista elegido es el de Mason. Le conocemos cuando tiene seis años en el año 2001 y le dejamos con dieciocho en el 2013. Tenemos referencias del paso de los años. Sabemos que empieza más o menos a finales del 2001 porque por algunas pistas sabemos que ya ha ocurrido el atentado de las torres gemelas. O también vivimos el cambio presidencial con Obama y otras pinceladas que nos van situando los años. Y ese paso del tiempo lo sentimos sobre todo por cómo cambian y se transforman Mason y su hermana mayor (Lorelei Linklater). También percibimos la rapidez con la que se van transformando las nuevas tecnologías o los leves cambios en peinados y ropas.

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Linklater atrapa momentos de Mason y su familia y va contando su historia. Una historia normal, no una gran epopeya. Con alegrías, miedos, desilusiones, conversaciones, frustraciones… Mason pasa de ser un niño que cree en elfos y magia (como muchos niños… que soñaron con Harry Potter y compañía) a enfrentarse a un primer amor fallido o a un futuro profesional incierto. Mason habla con su hermana, con sus padres (las conversaciones con cada uno de los padres son una joya), con sus amigos, con compañeros de trabajo… y su tiempo va pasando. Fluye como el agua de un río… que es una metáfora fácil pero realmente así pasas por esta película. Con ese ritmo pausado y a veces con piedras, remolinos o pequeñas cascadas… Linklater logra plasmar así una de las obsesiones de su filmografía, el tiempo.

Y Mason se va dando cuenta de que él está perdido pero que los mayores no lo están menos. Así le dice en un momento su padre (Ethan Hawke) que vivir es lidiar con la improvisación lo mejor posible. O su madre (una magnífica Patricia Arquette), de manera amarga, le confiesa cómo siente que su vida se le ha ido de las manos, luchando siempre, y cómo siente un camino de soledad hasta algo seguro: la muerte.

Entre improvisaciones, elipsis y saltos se cuenta la historia familiar de Mason. Doce años de su vida que le llevarán a la madurez. Improvisaciones que va superando, sin grandes aspavientos. La separación de sus padres, los fracasos sentimentales de su madre, las continuas mudanzas, los cambios de colegios y de amigos… Mason y su hermana ven cómo su padre errante y rebelde termina construyendo una familia con una mujer con unos padres conservadores de biblia y rifle o son testigos de la lucha continua de su madre que logra el éxito profesional pero no así el sentimental. Mason y su hermana se hunden en las contradicciones de la vida, esa vida compleja e improvisada que nos atrapa… Y Linkater demuestra que toda vida, hasta la más normal y cotidiana, puede y merece la pena ser contada y convertirse en una buena y bella película como Boyhood.

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Blonde de Carol Joyce Oates (Alfaguara, 2012)

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La dama que escribe y escribe tragedias norteamericanas recrea en sus páginas la historia de la pobre doncella con distintas caras y aristas. Deconstruyendo a Marilyn… Porque Joyce Carol Oates en cada novela desgarra, rompe en pedazos ese sueño americano que sigue destrozando página a página. En Blonde le toca el turno a un icono cinematográfico… Y por eso la autora tiene la libertad de poder documentarse, informarse, leerse bibliografía interminable, observar las fotografías y empaparse de sus películas… para imaginar y crear una novela ficticia donde su protagonista es Marilyn Monroe. Joyce Carol Oates se mete en las entrañas, en las vísceras de la actriz, y las vomita en cada una de las páginas.

Y nace una fábula triste de una pobre doncella que sueña en convertirse en bella princesa que conoce a un príncipe… O de una niña triste que descubre a una amiga mágica del espejo que finalmente la atrapa y la engulle. O la historia de la actriz rubia atrapada en la telaraña de una productora malvada que la trata como un trozo de carne más… pero que como da dinero, la mima y la ata en sus redes. O la niña de infancia atroz que arrastra sus miedos y sus traumas hasta que se vuelve dependiente de todo tipo de drogas para seguir sobreviviendo. O la principiante que conoce al amor de su vida, un dios oscuro… que siempre estará presente a pesar de la continua ausencia. O la niña que adora a su madre pero su madre tiene graves problemas de salud mental y marca su vida para siempre. O Norma Jeane Baker, que siempre buscó a su padre. O la actriz rubia que se convertía en sus personajes y les daba un toque personal y especial que traspasaba la pantalla. O la mujer amada por un objetivo fotográfico… O la mujer que veía como la amiga mágica del espejo enamoraba a todos los hombres y era más que deseada, pero ninguno quería (o soportaba) quedarse con Norma… de carne y hueso. No hay duda de que es una fábula triste. Una tragedia americana, con esa lírica que golpea, con esa emoción desbordante, con esa dureza que noquea… Deconstruyendo a Marilyn.

Así Joyce Carol Oates (cómo me gusta esta novelista) logra construir a una Marilyn especial… Sabe que el lector conoce mucho de su personaje y juega con toda la información conocida para crear una novela que no puede dejar de leerse y dejar rastros, interrogantes y nuevas puertas hacia un personaje mil veces diseccionado. Así Oates toma algunos episodios de su vida y otros los elimina totalmente, y de la anécdota crea toda una subhistoria secreta.

En la vida de la Marilyn de Blonde hay varios ejes que van desembocando en el trágico final de la actriz. Por una parte, su compleja relación con su madre Gladys –que estará siempre presente en su vida así como el miedo a la locura– y su padre ausente. Ya desde su infancia, La Productora es un ente ambiguo que engulle primero la vida de la madre y después de la hija. Por otra parte, su relación con los diósoscuros que la marcará para siempre (con ellos descubre algo parecido a la felicidad en pareja, digo en trío): Cass Chaplin (presentado como el amor de su vida) y Eddy G. Robinson Jr. Por otro, su desesperado deseo de ser madre… Más allá, la presencia siempre inquietante de un francotirador que vigila los pasos de la actriz…Y por último su desesperante lucha porque Marilyn Monroe no haga desaparecer a Norma Jeane Baker (pero a la vez solo se siente protegida y segura cuando la Monroe aparece en su rostro).

Alrededor de ella se van sucediendo una galería de personajes que o contribuyen a hundirla más en el abismo con humillaciones continuas o tratan de que flote o le dan una de cal y otra de arena. Pero ella siempre aparecerá como un ser extremadamente solitario y torturado… que quiere destacar y ser una verdadera y respetada artista. Así Joyce Carol Oates crea retratos inesperados de Marlon Brando (Carlo para Marilyn y ella es Ángel para él), o de los diósoscuros, de Bob Mitchum… Recrea momentos sobradamente conocidos y los convierte en momentos cruciales como el posado de Marilyn desnuda sobre el fondo rojo o su affaire con el presidente Kennedy (aquí trasladado como una historia degradante para una mujer destruida y rota). También llaman la atención la ausencia de ciertas personas importantes en su vida… pero que la autora los elimina conscientemente pues su Marilyn es protagonista de una novela de ficción de su creación.

Sus dos matrimonios reflejados como dos tragedias, como dos desgarros. A Di Maggio lo llama el ex deportista y a Arthur Miller, el dramaturgo. Y con ambos la actriz rubia protagoniza tristes historias de amor.

O elige distintos personajes cinematográficos para ilustrar momentos de su vida y caracteres de su personalidad así como ilustrar su trayectoria como actriz nunca satisfecha (queriendo dar siempre algo especial y perfeccionar incluso los papeles más ingratos): Ángela de La Jungla de Asfalto, Nell de Niebla en el alma, Rose de Niagara, Lorelei Lee de Los caballeros las prefieren rubia, la vecina de La tentación vive arriba, Chérie de Bus Stop, Elsie de El príncipe y la corista, Sugar de Con faldas y a lo loco y por último Roslyn de Vidas rebeldes (que cierra un círculo, Angela y Roslyn fueron personajes de películas de John Huston. Si en la primera supuso la llamada de atención de la industria cinematográfica, Roslyn supuso el canto triste de cisne y despedida).

Joyce Carol Oates deja su radiografía de Marilyn Monroe, mujer trágica y decadente convertida en icono cinematográfico… y expuesta a la deconstrucción y fabulación. Convertida para siempre en símbolo de la trágica de ojos azules y piel pálida que a veces hacía papeles cómicos de rubia tonta.

Adaptación cinematográfica

Mis ganas por leer esta novela aumentaron cuando me enteré de que iba a ser adaptada cinematográficamente. Lo último que se sabe es que el director que se encuentra detrás del proyecto es el australiano Andrew Dominik que ya ha mirado de manera peculiar y especial la historia de EEUU en distintas épocas con sus dos obras anteriores: El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford y Mátalos suavemente. Y no me extraña que su siguiente proyecto sea Blonde, otro retrato oscuro de EEUU de una pluma trágica y lírica. En un principio se volcó en el proyecto la actriz Naomi Watts pero parece que se ha retirado y que la candidata para ejercer de la actriz rubia es Jessica Chastain (no olvidemos su papel en Criadas y señoras… una especie de Marilyn con final feliz). Con la cámara de Andrew Dominik y las palabras de Joyce Carol Oates creo que puede surgir una interesante y dolorosa recreación de Blonde

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Into the abyss (Into the abyss. A tale of death, a tale of life, 2011) de Werner Herzog

into the abyss

Hay documentales que revuelven, remueven e inquietan. Hay rostros que revuelven, remueven e inquietan. El rostro del fotograma tiene un nombre y una historia: Michael Perry. Werner Herzog disecciona, como un Truman Capote en su novela realidad A sangre fría, un triple asesinato y todo lo que se mueve alrededor. Michael Perry junto a Jason Burkett fueron detenidos en el año 2001 y acusados por el asesinato de tres personas en la localidad de Conroe, Texas: Sandra Stotler, Adam Stotler y Jeremy Richardson. Michael y Jason tenían 19 años. Y lo que salió a la luz es que estas muertes se debieron al robo de un coche, un Red Camaro. Michael Perry fue condenado a muerte y Jason Burkett a cadena perpetua. Cuando Werner Herzog entrevista a Michael Perry, que lo primero que llama la atención en cuanto aparece es su rostro de niño (en esos momentos tenía 28 años), quedan ocho días para que sea ejecutado. Han pasado diez años de aquel día de 2001…

Into the abyss, en el abismo, es mucho más que un alegato contra la pena de muerte. Lo que vemos y oímos realmente nos hunde en un abismo complejo, en un laberinto emocional, que plantea reflexiones y cuestiones que incomodan.

Werner Herzog construye Into the abyss y no busca una mirada fácil. Realiza varias entrevistas, además de a los implicados, Michael y Jason. Habla con los familiares de las víctimas, con un sheriff que reconstruye con objetividad los hechos del asesinato y de la detención con imágenes de la policía de Texas de los distintos escenarios de los crímenes, con distintos testigos, con un funcionario que tras explicar el procedimiento que se lleva a cabo para las ejecuciones y contar que llevaba ya 120 ‘procedimientos’ al asistir a la ejecución de una mujer…, decidió abandonar su labor; además introduce imágenes del corredor de la muerte y de la sala de ejecución… Desde su prólogo, Herzog remueve.

En un campo verde lleno de cruces con números, se nos informa, a través del primer entrevistado, el capellán que se encuentra hasta el final con los prisioneros (si estos se lo permiten), que es el camposanto adonde van a parar los cuerpos de aquellos que nadie reclama tras su ejecución. El capellán describe su trabajo… pero en un momento en que está hablando de algo tan banal como que le gusta mirar a las ardillas, expresa que le conmueve mirar la vida y que le encantaría, pero no puede, frenar las ejecuciones… Después Herzog nos lleva al corredor de la muerte, vemos el rostro de Michael Perry, y se nos narra de manera fría, objetiva y brutal el día de los asesinatos.

Y es una de las partes (Herzog divide su documental en capítulos) donde da la clave de este magnífico documental: la parte oscura de Conroe. Y sobre todo se desarrolla la reflexión central en las partes de una entrevista que se va desarrollando a lo largo del documental: al padre de Jason, condenado también a cadena perpetua. Porque lo que Herzog va destapando a través de distintas entrevistas a testigos, amigos y familiares es una sociedad enferma, envuelta en la violencia. Unos jóvenes encerrados en una espiral de marginación social y exclusión. Familias a las que les engullen las desgracias y los historiales delictivos…, de padres a hijos. Y de pronto, en las palabras del padre de Jason se expresa la inutilidad de la pena de muerte… porque esta no palía, no cambia, no transforma, no va al centro del problema… Lo que se necesita es remediar y curar un entorno enfermo. La pena de muerte o la reclusión para siempre es un proceso que destroza más a unos y a otros y no soluciona nada, que ahonda en el dolor de unos y de otros. Y que no impide que haya más violencia, más horror… más caídas en el abismo, más muertes injustas, más familias desgraciadas.

De hecho sorprende y remueve más todavía, el comprobar como en un principio queda clarísimo cómo fue el asesinato de las víctimas, cómo realizaron el asesinato y el robo y como alardearon en los alrededores, antes de la rápida detención, de su nueva adquisición, el coche. El sheriff que cuenta todo habla incluso que tras la detención, Perry confesó dónde estaban los cuerpos de dos de las víctimas. Y otros muchos testimonios de testigos y familiares, no dejan duda de que fueron los responsables de la muerte de tres personas… Después de expresar todo esto con claridad, chocan los testimonios tanto de Michael Perry como de Jason Burkett: ambos después de diez años se declaran inocentes de los asesinatos, eluden su responsabilidad de los hechos. Uno se refiere a que se encontró en el lugar y momento equivocado y el otro expresa que solo estaba ahí… Tras oírles surgen un montón de cuestionamientos, preguntas, motivos… y miradas diferentes. ¿Estaba tan claro lo que ocurrió el día del asesinato? O ahondando en la inutilidad de la pena de muerte o la cadena perpetua, ¿Michael y Jason se muestran ajenos a lo que ocurrió aquel día, eluden su responsabilidad, para sobrevivir y no se cuestionan en ningún momento qué les pudo conducir a esa espiral de violencia e irracionalidad?

Herzog no deja de remover e inquietar al espectador con las imágenes y los distintos testimonios. Hace que uno piense, reflexione y se plantee… No deja al espectador en lugar cómodo. Deja destellos de luz en el abismo, pero destellos de luz que no logran que cada uno salga a flote. Habla de arcoíris, de amor en la cadena perpetua, de la preocupación de un padre por un hijo (se siente más responsable el padre por lo ocurrido, por lo que hicieron su hijo y su amigo), de una mujer que no quiere que suene más el teléfono, de un embarazo, de llegar o regresar a casa… pero deja al descubierto demasiadas zonas oscuras. Logra meter en el abismo al espectador…

Una mirada en la oscuridad

Into the abyss inauguró el ciclo de La Casa Encendida, Una mirada en la oscuridad, donde se proyectarán siete largometrajes. Las películas “servirán para reflexionar sobre las relaciones que se establecen entre el crimen, la posibilidad del castigo o su impunidad, la presunción de inocencia y el castigo comunitario, así como la naturaleza individual del mal y su aplicación sistemática a gran escala”. Después de las películas, se llevarán a cabo coloquios con distintos profesionales que aportarán su mirada. En Into the abyss estuvo presente Miguel Ángel Calderón, director de Comunicación de Amnistía Internacional. Las otras proyecciones que nos esperan son: El asesino de Pedralbes de Gonzalo Herralde, Caníbal de Manuel Martínez Cuenca, The act of killing de Joshua Oppenheimer y Christine Cynn, La caza de Thomas Vintenberg, Proyección de Sobibór, 14 octobre 1943, 16 heures de Claude Lanzmann y Punishment Park de Peter Watkins. Para mirar fechas, horarios y coloquios consultar aquí.

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Persiguiendo a Betty (Nurse Betty, 2000) de Neil LaBute

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Cuando la vi hace bastantes años no me gustó tanto como ahora que he vuelto a visitarla. Persiguiendo a Betty era la tercera película como director del dramaturgo Neil LaBute y la primera que no contaba con un guion escrito por él. LaBute ha continuado con una trayectoria muy irregular jugando al despiste. Si en un principio mostraba una personalidad extraña y arrolladora en el panorama cinematográfico, y dejando al descubierto los complejos y oscuros mecanismos de las relaciones entre sus poliédricos personajes (alimentando sus argumentos de sus obras de teatro)… , poco a poco fue perdiendo su ‘estilo y universo personal’ pero estamos a la espera de que regrese con fuerza.

Persiguiendo a Betty es una tragicomedia extraña y especial con un reparto repleto de sorpresas. Emana una emoción constante pero a la vez unas reflexiones a tener en cuenta sobre la relación de los seres humanos con la ficción y la realidad y con lo que proyectamos o idealizamos para sobrellevar nuestras vidas.

Los ingredientes en un principio son: una dulce camarera de una pequeña localidad de Kansas con una vida triste y gris que logra evadirse de su realidad unos minutos al día con un culebrón televisivo titulado Un motivo para amar. Betty está enamoradísima de uno de los personajes, el cirujano David Ravell. En su vida gris debe lidiar, sobre todo, con un marido que no solo la anula sino que le es infiel, machista y metido en oscuros negocios que ella desconoce (la tapadera es un negocio de coches de segunda mano). Debido a estos negocios oscuros, llegan a la localidad una pareja de asesinos a sueldo (muy habladores y filósofos, cada uno a su manera. Uno maduro y otro muy joven) para asustar al marido por un mal negocio que ha llevado a cabo… y finalmente terminan matándole violentamente, siendo testigo Betty…, que se encontraba en un cuarto viendo uno de los capítulos de su serie. Así Betty entra en estado de shock, borra la muerte de su marido, y fabula con que le abandona para ir a buscar a Los Ángeles a su primer novio, el doctor David Ravell, en uno de los coches de la empresa de su marido (que este se había negado a dejárselo)… Así es la historia pero a grandes trazos porque la película está llena de detalles, matices y significados.

Nuestra Betty tiene muchos puntos en común con la Cecilia de La rosa púrpura del Cairo pero la resolución de sus historias y cómo se cuentan son muy diferentes. Las dos tienen motivos para huir de sus realidades y refugiarse en la ficción (una acude a los culebrones televisivos, la otra a la sala de cine). Y ambas se enamoran de un personaje de ficción. También las dos en un momento dado descubrirán de manera cruel que el actor que representa a su personaje nada tiene que ver con la imagen de la cuál se enamoraron.

En Persiguiendo a Betty además la protagonista sufre la persecución (no solo de sus amigos que están muy preocupados porque no saben su paradero) sino la de los dos matones que también tienen su particular transformación, sobre todo el más maduro. Este crea una imagen idealizada de Betty, es como si tratara de encontrar la redención a una carrera delictiva en un personaje inocente y puro. Así los dos asesinos se convierten en una extraña pareja (que descubriremos al final el porqué de su convivencia) que recorren la carretera… persiguiendo a Betty, y son una especie rara de Don Quijote y Sancho…

Así la película debido a las proyecciones idílicas de los dos personajes principales y antagónicos (Betty –que además se pasa media película en estado de shock– y el asesino a sueldo maduro) transita en una especie de estado de ensoñación continuo adornado con una banda sonora especial. Y así se mezcla la comedia y la tragedia en momentos extremos. Para al final dejar una premisa fría y dura, no hay príncipes azules para Betty, no hay redención para el asesino a sueldo… pero este le revela una verdad importante: no necesitan a nadie, se tienen a sí mismos y eso los hace especiales. No existen por nadie, no son proyecciones ni objetos de nadie, no dependen de nadie… aunque durante toda su vida han arrastrado una u otra condición. Ellos son únicos, y pueden decidir, ser ellos mismos y vivir en consecuencia. Y después de esta revelación cada uno, tendrá su destino.

En Persiguiendo a Betty se pone en evidencia también la fuerza que tiene la ficción hasta el punto de poder ser absorbidos por ella y olvidarnos de vivir nuestra vida (eso como aspecto interesante a analizar: no olvidemos que dos de los personajes ‘pierden’ la cabeza al llegar un momento en que les cuesta distinguir la realidad de la ficción: uno en estado de shock, otro cansado del rol que ha arrastrado durante toda su vida…)… o con la relevancia de hacernos hacer cosas que nunca hubiésemos soñado, o ayudarnos a entender el mundo o servirnos en determinado momento de refugio y terapia ante una realidad imposible y dura que destroza a los seres humanos. También la película refleja de manera mordaz y cruel que una cosa es la ficción que nos envuelve y otra los artífices de esa ficción y su mundo (realizando una crítica al universo de los culebrones televisivos). Es decir, una cosa es el personaje y otra muy distinta el actor que le da presencia. Así como una cosa es la proyección que realizamos de una persona porque necesitamos que así sea, y otra es cómo es en realidad esa persona.

Así en Persiguiendo a Betty surgen referencias continuas al mundo de ficción creado por el cine y la televisión que ha calado en la realidad hasta tal punto que existe un personaje precioso en esta película que realiza su sueño de conocer Roma, solo porque quería revivir esa ciudad que conoció a través de un pase en vespa de Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma. O como el asesino a sueldo proyecta en Betty una especie de novia de América con rasgos y comportamientos del persojane que tuvo que repetir varias veces Doris Day durante los cincuenta.

Por último otro de los puntos a favor de recuperar Persiguiendo a Betty es su galería de actores empezando por su protagonista una brillante Renée Zellweger que crea a su dulce Betty (y demostrando que es una actriz, aunque ahora ande en horas bajas), una mujer en estado de shock que termina recuperando las riendas de una vida que iba directa a la alineación, la soledad y la tristeza perpetua. Morgan Freeman, como un filosófico asesino a sueldo cansado que se crea una ilusión de redención a través de Betty. Y los dos acompañados por una galería de actores interesantes. Aaron Eckhart (un actor que ha trabajado más de una vez con LaBute) como el desagradable marido de Betty. Greg Kinnear, impecable como el actor vanidoso y superficial que está atado a su personaje de culebrón. Y también Chris Rock como el impulsivo joven asesino a sueldo. Pero la galería sigue y podemos encontrarnos, por ejemplo, al extraño Crispin Glover (tanto en su carrera cinematográfica y artística –al margen del sistema y de Hollywood–, como en los peculiares personajes que construye en las películas que sí llegan a las salas de cine convencional) que a muchos nos dejó marcados su papel de padre de Michael J. Fox en Regreso al futuro.

Así que recuperar de nuevo Persiguiendo a Betty ha sido una buena sorpresa porque deja al descubierto una interesante tragicomedia que a veces alcanza la locura de aquellas screwball comedies que además de un buen sabor de boca y risas, dejaban críticas bastante duras sobre el mundo que habitamos…

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Diccionario cinematográfico (214)

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Tiros y tiroteos…: disparo de un arma de fuego…, disparar repetidamente armas de fuego contra personas y cosas. Tiros y tiroteos. Desde aquella escena de cine mudo, aquel primer western, Asalto y robo de un tren de Edwin S. Porte, que deja unos últimos fotogramas de un hombre disparando a pantalla… como si el tiro fuese directamente al espectador, los tiros y tiroteos han sido protagonistas de grandes momentos cinematográficos.

Nunca podré olvidar:

1. La muerte de Sonny Corleone en una emboscada en un peaje. Un montón de hombres con ametralladoras salen de las garitas y de un coche… y disparan sin dejar tregua posible. Sonny logra salir del coche, gritar y caer… quedando al final tan solo su cadáver en la acera. En silencio.

2. La muerte de Carlitos Way en la estación de tren. Huyendo de mil y un disparos… y al final, a punto de alcanzar un sueño, incapaz de sortear el balazo inesperado…

3. La muerte de un niño de un tiro tras una carrera desesperada para esconderse del ‘delincuente jefe’ del barrio, cerca del puente de Brooklyn. Y solo una palabra al adolescente amigo, “Me resbalé”. Después cierra los ojos… en Erase una vez en América de Sergio Leone…

4. La muerte de Bonnie y Clyde. Y esa mirada que se lanzan los dos antes de ser acribillados a balazos.

5. La no muerte de Butch Cassidy y Sundance Kid, un tiroteo donde sabemos que van a salir sin vida pero que justamente, con las bromas de siempre, cuando se enfrentan a ser acribillados a balazos sus imágenes se quedan congeladas y por lo tanto ellos convertidos en leyenda.

La historia de Bonnie y Clyde me recuerda que hay muchas parejas que han visto sus historias terminadas a base de tiros:

1. A veces se mataban entre ellos porque se odiaban y se amaban a la vez y claro eso es bastante complejo. Se traicionaban los dos y luego se fundían en un beso. Los que mejor lo hicieron fueron Perla y Lewton en su duelo al sol.

2. Obsesionados por las armas hasta el final, solos en el bosque y entre la niebla, y no dejan nunca de disparar… Eros y Tanatos se dan la mano. Ellos tienen el demonio de las armas dentro (mucho más ella)… Son Bart y Annie…

3. La pareja trágica que muere a balazos. A los dos les sigue la mala suerte. Lo único que pueden conservar es su amor pero no en la tierra. Así Fritz Lang lleva el romanticismo al extremo cuando dos amantes fugitivos solo viven una vez… Viajan en un coche, huyendo. Y ambos siguen soñando. Ella le enciende un cigarro, él tararea… Y al final de una curva la muerte en forma de policía con metralleta acecha. Eddie sigue conduciendo… hasta que su coche se choca. Y salen los dos malheridos. Las balas les han dado. Y Eddie toma a Joan en sus brazos… y los dos siguen huyendo enamorados. Pero los policías les alcanzan y uno, a través de la mirilla de su escopeta, da el disparo certero…

Y entonces me vienen a la cabeza los duelos con pistola. Los tiroteos en el lejano Oeste. O esos gánsteres que dejan su huella allá por donde pasan. Y me doy cuenta de que los tiros y tiroteos nunca dejan de salir en una pantalla blanca y de dejar momentos cinéfilos en la cabeza. Uno de los últimos pistoleros tiene el rostro de Ryan Gosling… en Drive, Cruce de caminos, Solo Dios perdona, Brigada de Élite… protagoniza tiros y tiroteos. Los da y los recibe.

Tiros y tiroteos… es la historia de nunca acabar.

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La piel dura (L’argent de poche, 1976) de François Truffaut

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“Quería deciros que si elegí el oficio de maestro fue porque guardo un mal recuerdo de mi juventud y porque no me gusta la forma en que se trata a los niños. La vida no es fácil, es dura, y es importante que aprendáis a endureceros para que podáis enfrentaros a ella, ojo, endureceros no ser insensibles”. El que habla es el profesor Richet en La piel dura de François Truffaut. Pero no es un profesor heroico. Es un hombre normal y corriente que va todos los días a la escuela de una pequeña población francesa, Thiers. No se le presenta como un profesor sufridor que es finalmente adorado por todos los alumnos. Él es un profesional que trabaja y ama su trabajo. Y que tiene muy clara su función como docente y sobre todo respeta a los niños… y les prepara para la vida.

Truffaut presenta un universo infantil que atrapa. Esos dos hermanos traviesos, esa niña mimada que grita por la ventana con un altavoz que sus padres la han dejado sin comer, ese niño enamorado de la madre de su amigo, ese otro que empieza a ligar con chicas en el cine, el día a día de un niño solitario que vive en una chabola y ya guarda secretos duros… Con delicadeza y sensibilidad presenta la vida cotidiana de varios pequeños. Niños de infancias felices, niños con ausencias importantes en sus vidas, niños que se enfrentan por primera vez a algo parecido al amor, a la muerte, niños que juegan, que hacen travesuras, que aprenden, que recitan, que sufren en silencio…

Los niños atrapan la película, su mundo y universo igual de complejo e importante que el mundo adulto. Los adultos son presencias que dan pinceladas a sus vidas: los maestros, los padres, los vecinos… Y que también les marcan.

Está el niño que busca enamorarse (que trata de llenar la ausencia de la madre y la situación de un padre enfermo que no puede cuidarle), la niña que va a recibir el primer beso, los hermanos que desayunan solos (y no paran de hacer travesuras), el niño de apenas dos años que cae al abismo… y es protagonista de un momento sorprendente, el que realiza los primeros hurtos… Los niños también sobreviven cada día. Algunos son muy felices y se saben queridos. Otros andan heridos… y solos, sin poder defenderse, permanecen en silencio… hasta que alguien descubre las marcas de su piel dura.

En La piel dura la vida fluye. Las anécdotas cotidianas en el colegio, en el cine, en sus hogares o en las colonias construyen una película delicada y hermosa a la vez. Es sencilla, fresca, espontánea… como sus protagonistas. Y sobre todo se nota la mirada de un hombre que los quería, los entendía y los respetaba, Truffaut. Y este habla a través del profesor Richet en un hermoso y largo monólogo donde describe la importancia de que los niños vivan una buena infancia… porque ese es el camino que se extiende para enfrentarse a una vida compleja… Saber endurecerse y enfrentarse a los conflictos… pero a la vez ser sensibles, sentir y vivir.

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Últimos coletazos del verano… Tres estrenos

Locke (Locke, 2013) de Steven Knight

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85 minutos de película. Un coche. Un actor. Y un manos libres. Un trayecto corto. Resultado: Locke. Y funciona. Ivan Locke (Tom Hardy) recibe una llamada cuando va a regresar a su hogar. Esa llamada lo cambia todo y le hace tomar una decisión. Locke durante toda su vida ha funcionado así: toma las riendas… en todo momento. Responsabilizarse siempre de sus actos.

Ivan Locke ha ido construyéndose su vida, como los edificios que arma. Es un jefe de obra eficaz. Si la obra está en sus manos, no hay nada que temer. Es responsable, tranquiliza a su equipo y siempre sabe buscar soluciones a los problemas. No pierde la calma.

Y ante esa llamada que desmorona su vida laboral y familiar… Ivan Locke decide comportarse como siempre, responsabilizarse de la situación. Flaquear en algún momento… pero tomar las riendas. Buscar siempre soluciones. Funcionar en el límite. Controlar que todo esté correcto. Todo se cae alrededor pero Ivan Locke se enfrenta a sus fantasmas. Se responsabiliza de sus actos. Trata de no perder la calma. Y sigue buscando soluciones.

Steven Knight es un escritor que se convirtió en guionista (de dos películas que me gustan mucho Negocios ocultos de Stephen Frears y Promesas del Este de David Cronenberg) y después en director. Locke te mantiene en el asiento. Escuchas las llamadas y llega un momento que te parece imposible que Ivan Locke no mande todo a freír espárragos… Domina la situación, aunque todo su mundo se vaya al carajo. O mejor dicho aunque ahora no sepa que le depara el día de mañana… Su vida que era un edificio recio, se ha desmoronado. Su hijo pequeño trata de darle una solución en una de las mejores llamadas, donde le dice que han grabado el partido que tanto deseaban ver todos juntos en casa. Pero que no hay problema, que cuando regrese pondrán otra vez el partido como si no se hubiese celebrado… y lo estuviesen viendo en ese momento por primera vez con todos los planes que tenían pensados… Aunque Locke sabe que no va a ser posible. Algo ha cambiado…

El Niño (El Niño, 2014) de Daniel Monzón

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El Niño parte con una desventaja: una agresiva campaña de publicidad que solo permite dos caminos: o estás conmigo o estás contra mí. O me alabas con desmesura o me descalificas con esa misma desmesura. Y al canal privado que produce le da igual la controversia o le agrada, lo único que importa es convertirla en otro fenómeno como Ocho apellidos vascos y en un éxito de taquilla. De esta manera se obvia el sentarse tranquilo a ver la película y analizarla como tal, como película. No como fenómeno.

Daniel Monzón se mueve en el cine de género y se mueve bien. Esta vez deja un thriller con tintes de cine policial, con narcotráfico internacional de por medio y crítica social. Es cierto, nada nuevo bajo el sol. Monzón mueve a sus personajes por el estrecho de Gibraltar. Por un lado la policía y sus investigaciones. Y por el otro tres jóvenes que se meten en el mundo del narcotráfico; todo empieza casi como un juego, como una manera fácil de conseguir dinero y aventura. Pero pronto descubren que ese juego tiende trampas que pueden ser mortales y ellos solo son pequeñas fichas… En un momento estos dos mundos cruzan sus caminos. Y mientras tanto Monzón logra no perder el equilibrio y mantener la tensión. Aunque hay tópicos y estereotipos, también logra cierta frescura y hallazgos visuales. Así como una película que sigue el devenir de sus personajes y logra interesar y enganchar al espectador.

Si en Celda 211 la trama giraba alrededor de un gran personaje, Malamadre (Luis Tosar, con el que ahora también repite) en otra película de género, esa vez el carcelario; El Niño es una película coral y equilibrada y a mi parecer más elaborada. Hay dos antagonistas por obligación: el policía duro con rostro de Luis Tosar y el Niño (al que alude el título y que tiene el rostro de Jesús Castro)… sus destinos se unen y son sobrepasados por una trama que vuela sobre sus cabezas…

Uno de los asuntos más criticados ha sido la elección de Jesús Castro como El Niño. Y todo por la campaña publicitaria que se ha creado a su alrededor. La culpa la tiene una frase de guion, cuando uno de los policías en un momento de acción (el Niño es un virtuoso en conducir las lanchas que transporta la droga) grita a sus compañeros: “Pero este que se ha creído, Steve McQueen”. Se saca de contexto la frase y así le han comparado con este actor y por sus ojos azules nada más fácil que decir que es un Paul Newman. También se publicitó que fue un descubrimiento de un casting, Que Castro nunca había actuado para el cine. Que era oro en bruto. Pues bien defiendo la elección de Jesús Castro porque funciona como ese personaje que existe junto a otros dos (Jesús Carroza y Saed Chatiby), sus compañeros de correrías. Los tres están perfectamente definidos y son personajes bien construidos. Y el carisma de Jesús Castro funciona para el personaje que representa, con sus dos colegas. Después veremos si crece como actor, pero su cometido en la película de Monzón, lo cumple.

Una cita para el verano (Jack Goes Boating, 2010) de Philip Seymour Hoffman

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Tras el fallecimiento de Philip Seymour Hoffman, llega a las pantallas de estos lares la única película que dirigió. Es una película que adapta una obra de teatro que ya había trabajado en los escenarios como integrante del LAByrinth Theater Company (como algunos compañeros de su reparto). La obra precisamente es Jack Goes Boating de Robert Glaudini.

Seymour Hoffman busca una manera sencilla de plasmar en imágenes la obra de teatro. Surge así una película irregular pero con cierto encanto donde brillan las interpretaciones de sus cuatro protagonistas. Así Una cita para el verano cuenta el nacimiento de una historia de amor entre dos seres humanos que viven al margen y bastante complejos en su forma de ser y comportamientos y el desmoronamiento del amor en una pareja estable, que son precisamente los que han tratado de unir a los dos solitarios. Lo mejor de la película en todos los sentidos (y por lo que merece la pena verla) es la escena en la que estalla el conflicto (un amor que nace, otro que muere) de manera cruda. Y esa escena corresponde a una cena crucial para los cuatro personajes (Philip Seymour Hoffman, Amy Ryan, John Ortiz y Elizabeth Rodriguez) llena de momentos hermosos, musicales, incómodos y crueles. Donde los cuatro intérpretes expresan un abanico de emociones en un espacio íntimo.

Y por último Una cita para el verano constata que fue una pena que Seymour Hoffman nos dejara porque da rabia saber la cantidad de papeles e interpretaciones que nos quedaban por disfrutar de un actor-camaleón. En esta película te engancha su extraño e introvertido personaje, ese chófer de limusina callado que quiere aprender a nadar y cocinar para tener una oportunidad con la mujer amada… y que trata de alegrarse los días grises con música reggae.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Boccaccio 70 (Boccaccio 70, 1962) de varios directores

Todo fue idea de Cesare Zavattini. Reunir a cuatro directores italianos para rodar cuatro minihistorias que actualizaran el estilo y el discurso de Boccaccio y sus relatos sobre amor y moral. De tal manera que surgiera una radiografía a todo color de la Italia contemporánea que dejaba atrás una dura posguerra y empezaba una época de desarrollo. Cuatro cuentos sobre amor y moral… Una idea que no disgustó al productor Carlo Ponti que decidió poner en pie el proyecto. Cada historia sería protagonizada por una mujer de armas tomar: dos italianas y dos extranjeras y las cuatro dejan cuatro retratos femeninos muy diferentes (y apasionantes para analizar).

Renzo y Luciana de Mario Monicelli

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Mario Monicelli presenta con Renzo y Luciana una Italia que va hacia el desarrollo pero todavía con muchos escollos que superar. Y cuenta los esfuerzos y las dificultades de una joven pareja para prosperar. Renzo y Luciana es un paseo por la Italia de los trabajadores que además van también accediendo y cuidando su tiempo de ocio.

Monicelli realiza una radiografía maravillosa de esa Italia de los sesenta donde descubrimos los espacios laborales, los transportes públicos, la moderna iglesia con su jukebox especial de la que surge la melodía nupcial, las casas familiares y los nuevos hogares en propiedad para los trabajadores, los lugares de ocio como la sala de cine (maravillosa la escena que transcurre allí… en un cine tan lleno que hasta hay público de pie para ver ¡una película de vampiros!), la piscina pública o la sala de baile.

Pero además la historia cuenta los avatares de Renzo, un mozo de almacén, y su novia Luciana, una contable de la gran empresa en la que trabajan ambos (donde los empleados no pueden casarse ni tener hijos). Dos jóvenes que quieren estar juntos, tener un empleo, una casa amueblada, un futuro estable para formar una familia… y los obstáculos cotidianos que van encontrando pero aun así siguen juntos y con sueños… Aunque uno tenga que trabajar por la noche y otro de día, aunque tengan que renunciar a ciertas comodidades, aunque no puedan encontrar un espacio de intimidad…

Mario Monicelli crea una pequeña historia realista y costumbrista con unos espacios que radiografían un momento histórico y se deja ayudar por el rostro recién descubierto para el cine de Marisa Solinas, muy bien secundada por el desconocido Germano Gilioli. Curiosamente fue el segmento más perjudicado, cuando se presentó en Cannes, decidieron llevar una versión más corta con solo tres de las historias y eliminaron la de Monicelli. Sus compañeros ante esta medida decidieron no acudir al festival para respaldar la película. En su guion colectivo intervino el escritor Italo Calvino ya que se inspiraba este segmento en uno de sus relatos.

Las tentaciones del doctor Antonio de Federico Fellini

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La más satírica, delirante, imaginativa y absurda es la historia de Fellini. Donde convierte a la escultural Anita Ekberg en una especie de ‘peligrosa’ King Kong que quita el sueño y la cordura de Don Antonio (Peppino de Filippo, comediante italiano), un vigilante de la moral italiana. Por supuesto no falta Nino Rota (y momentos musicales mágicos) así como su galería de rostros inolvidables.

Volvemos a esa Italia en desarrollo donde un hombre radicalmente conservador queda consternado cuando frente a su casa plantan un enorme anuncio donde una exuberante Anita ánima a los consumidores a beber leche. Esta imagen le obsesiona, le altera. Además alrededor del cartel publicitario situado en un solar se va creando un espacio de vida y desenfreno. Don Antonio convierte en cruzada el quitar de su vista a Anita Ekberg con su gran vaso de leche… hasta que una noche la diva del deseo cobra vida y se sale del cartel en el que reside. La lucha con Don Antonio será tentadora…

Totalmente reconocible el universo especial de Fellini y la actriz sueca convertida en la máxima tentación rubia…, una tentación exuberante que vencerá al puritanismo absurdo… Fue la primera vez que el director italiano se vio con el color… Y lo aprovecha al máximo.

El trabajo de Luchino Visconti

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El mejor segmento para la que esto escribe es sin duda el de Luchino Visconti donde Romy Schneider ofrece todo un recital interpretativo junto a Tomas Milian. Él es un conde de la aristocracia italiana. Tiene títulos y palacio pero ni un duro. Ella es hija de un importante empresario alemán, tiene dinero. En su matrimonio se mezcla la conveniencia, la atracción física y también (como iremos descubriendo por parte de ella) algo parecido al amor. La historia empieza con la vuelta del conde al palacio después de un escándalo sexual en un prostíbulo que ha salido en toda la prensa nacional e internacional. Allí mantiene una larga conversación con su esposa.

Con la elegancia habitual de Visconti se presenta la historia más subversiva (que es una adaptación de un cuento de Maupassant). En un palacio que alberga a una pareja de una aristocracia y una burguesía inútil y decadente con su personal de servicio como sombras y testigos del desmoronamiento moral. Como ya publiqué en Las prostitutas de Maupassant en el cine, un texto para un libro colectivo: “Visconti atrapa la premisa del cuento Junto al lecho (1883) que narra la conversación de un matrimonio de la alta burguesía donde la esposa propone al marido infiel, que quiere volver a acostarse con ella, convertirse en la prostituta que busca en las noches y recibir su compensación económica por ello. La esposa se convierte en prostituta y subvierte el significado del matrimonio común.

En Il lavoro Visconti mantiene esta idea. (…) Pupe (Romy Schneider) cuenta a su marido que se ha pasado toda la noche hablando con las prostitutas. Le dice que ha pensado mucho y que ya no cuente con su dinero porque ella no se lo va a pedir a su padre empresario sino que va a trabajar: ‘Yo respeto el dinero hasta tal punto que he decidido hacer de él una cuestión vital y ganármelo’. Y entonces le pregunta que si ella hubiera estado entre el grupo de prostitutas si la hubiese elegido. Y el marido confiesa que sí. Entonces Pupe le ofrece a su marido noches de placer si le paga. Visconti va más allá de la subversión pues intuimos que Pupe además ama a su esposo por eso llora cuando su padre llama: ‘Dile que no me puedo poner porque estoy trabajando. Ya he encontrado un empleo’”.

La Rifa de Vittorio de Sica

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Y llega la última: la más popular y representativa de la comedia italiana. Vittorio de Sica se sirve de la maggiorata en su máximo esplendor, una Sofia Loren exageradamente voluptuosa y hermosa (era inevitable que estuviese ella, estando Carlo Ponti por ahí…). Ella es una napolitana, ignorante y analfabeta pero con mucho carácter y sueños de prosperidad, es una mujer de armas tomar que va de feria en feria. Trabaja con un matrimonio de feriantes en una caravana con juegos de tiro (que se intuye que más que amistad se aprovechan de ella). Pero el plato fuerte es la rifa. Entre los hombres de los pueblos que visitan, se reparten unas papeletas y se organiza una rifa, el que gana se acuesta con la maggiorata. Y estos pierden la cabeza y los papeles. De Sica se mueve en el terreno de la comedia italiana costumbrista con una galería de personajes (sobre todo los hombres que pierden la cordura…) que no tiene desperdicio. Desde el padre de familia que va a por todas (y que su hijo montado en bicicleta siempre le suelta alguna frase) hasta el tímido sacristán que sueña con acostarse con la dama. Todo se complica cuando se cruza por el camino de la maggiorata, un joven enamorado que no sabe nada de la rifa que está a punto de celebrarse…

Boccaccio 70 es una película de episodios para rescatar del olvido y para acercarse más al trabajo y a la esencia de sus directores y actrices. Es una película rica en miradas, matices y análisis.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.