Ocho sentencias de muerte (Kind Hearts and Coronets, 1949) de Robert Hamer

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Lo bueno de tener lagunas cinematográficas, es que siempre tienes la seguridad de que vas a ir realizando descubrimientos que van alegrar varios días y momentos de tu vida. Por ejemplo, servidora tiene una laguna importante con los estudios Ealing que surgen inevitablemente si indagas lo más mínimo en la historia del cine británico. Poco a poco trato de solventar esta laguna y voy viendo obras cinematográficas del periodo dorado de la productora, después de la segunda guerra mundial. Ahora ha llegado a mis manos Ocho sentencias de muerte, única película que hasta ahora he visto de Robert Hamer. La sorpresa ha sido grata y un buen inicio para empezar a inmiscuirme en su filmografía donde ya hay por lo menos otros dos títulos que me apetecen: la película de episodios Al morir la noche y El detective que adapta uno de los relatos de El candor del padre Brown.

Ocho sentencias de muerte tiene varios elementos atractivos. Pero son dos los que destacan y hacen que el visionado de esta película pueda ser especial. El empleo sutil del humor negro y la ironía británica que hace que veas toda la película con una sonrisa perenne. No es comedia de carcajada, sino comedia de media sonrisa. De tono burlón elegante y disimulado.

Cada uno de sus personajes perfectamente construidos te enredan y te llevan por todo el metraje. Empezando por el protagonista y terminando por una galería prodigiosa de secundarios protagonizados por un único actor.

Después hay un tercer elemento que resulta atractivo y es la estructura, la arquitectura interna de la película, cómo está narrada y ordenada.

Ocho sentencias de muerte narra las memorias de un asesino en serie muy peculiar. Se trata de Louis D’Ascoyne Mazzini. Joven marcado por las historias continuas y la educación que recibe de su madre. Una aristocrática mujer repudiada por su familia porque se casó con un cantante italiano humilde que murió al nacer Louis. Una mujer que hace ver a su hijo que su vida ha sido una humillación constante y que a pesar de su pobreza inocula a su hijo que proceden de alta cuna y educación exquisita. Al fallecer su madre y volver a ser humillado al no permitir los D’Ascoyne que su madre ocupe un lugar en el panteón familiar…, decide cocinar a fuego lento su venganza.

Y esta venganza se articula mediante la ascensión social desde los puestos más bajos hasta alcanzar el título de duque y casarse con una mujer de posición. Para conseguir esto tiene que ir cargándose uno a uno cada uno de los miembros de la línea sucesoria que le preceden en el cargo… ocho sentencias de muerte.

La historia comienza la noche antes de su ejecución, no sabemos nada del personaje ni por qué se encuentra en esa situación. A través del verdugo (otro personaje secundario genial), sabemos que va a ejecutar a un noble. En su celda, tranquilo, Louis D’Ascoyne Mazzini ultima sus memorias. Nos narra su vida entera en un enorme flash back. Así se sucede su infancia, juventud y la planificación, ejecución de su venganza, detención y juicio (en la cámara de los lores). Así hasta regresar al presente y dejarnos al descubierto un irónico y genial final. A lo largo de esta detallada narración, son sus memorias, también nos destripa su vida sentimental y nos sumerge en un triángulo fascinante entre dos damas: Sibella, la mujer de su vida, y casquivana que desprecia su amor hasta que empieza a subir escalones, y así de manera natural se convierte en amante. Y Edith, mujer moralmente recta y seria, y que será la puerta de Louis para entrar con todos los honores en la familia D’Ascoyne.

Al visionar Ocho sentencias de muerte el espectador disfruta no solo de la elegancia e ironía de sus diálogos sino del avance de una venganza meditada y calculada que a veces deja paso a la improvisación, con sumo cuidado. De hecho, descubrimos finalmente que su detención tiene más que ver con el despecho y la también inteligente venganza de su amante que por su carrera de asesino en serie.

En la película se descubre con gusto una galería de actores británicos que merece la pena su encuentro con ellos. El protagonista lo plasma con exquisitez Dennis Price, actor atormentado (sobre todo porque tuvo que ocultar, como muchos actores de la época, su homosexualidad) y que como el director arrastró problemas con el alcohol (por otra parte, el alcohol está presente en varias partes de la película). También realiza otro personaje en la misma película, a su padre italiano que le conocemos cantando y cantando. Las dos damas son encarnadas a la perfección por dos actrices británicas con carreras bastante olvidadas pero interesantes: Valerie Hobson y Joan Greenwood. Pero la sorpresa, el do de pecho, es sin duda para un joven Alec Guinnes que logra componer ocho personajes diferentes, jóvenes, ancianos e incluso la versión femenina de las víctimas de Louis, los miembros de la familia D’Ascoyne. No solo se ayuda de la caracterización sino también de la voz y de la expresión corporal. Crea ocho personajes distintos e inconfundibles y llega al súmmum con su recreación de la rebelde y sufragista lady Agatha D’Ascoyne.

No se aparta nuestra media sonrisa ante la mala baba, pero elegante eso sí, que se derrama en este largometraje. Ocho sentencias de muerte no ha sido mal paso para empezar a conocer al realizador Robert Hamer, seguro que me esperan gratas sorpresas con él.

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