Lejos del mundanal ruido (Far from the madding crowd, 2015) de Thomas Vinterberg

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Lejos del mundanal ruido es una película que cuenta con varios puntos de interés. Primero es una adaptación cinematográfica de la novela de Thomas Hardy con el mismo título, segundo es también un remake de una película de John Schlesinger, con Julie Christie de protagonista (que pronto volveré a ver para refrescar mi memoria) y tercero es la primera obra cinematográfica del danés Thomas Vinterberg fuera de su país. El reto es encontrar las huellas de este director danés en este drama romántico, de época, y de orígenes literarios ilustres y muy británicos (Hardy con esta novela y su éxito pudo dedicarse para siempre a la literatura). De nuevo desconozco el universo literario de este autor pero sí alguna de sus adaptaciones cinematográficas, como Tess, una película de Polanski de 1979, ya analizada en el blog, que me entusiasma. Y también encuentro huellas de otros universos cinematográficos en esta nueva versión de Vinterberg…, siento esa melancolía y arrebatos amorosos de esa joya cinematográfica de David Lean, La hija de Ryan.

Thomas Vinterberg fue uno de los cineastas que se puso en órbita a finales de los noventa y de nuevo hizo hablar del cine danés, como firmante y creador junto a Lars von Trier del Dogma 95. Golpeó a todos los cinéfilos con una dura historia familiar, Celebración, que transcurría durante el 60 cumpleaños del patriarca de una familia de la alta burguesía danesa. Se perdió en varias obras cinematográficas que apenas se vieron hasta que volvió a golpear con la historia paralela de dos hermanos a los que les separa una tragedia familiar, Submarino, y con una compleja historia con un testimonio de una niña que cambia brutalmente la vida de un hombre honrado en un pequeña localidad, La caza. ¿Qué hay de Vinterberg o qué pudo llamar su atención para hundirse en el mundo literario de Hardy? Las emociones fuertes. La tragedia que persigue a algunos seres humanos y les marca. La dificultad de las relaciones humanas… La familia como sello. La violencia emocional. Son muchos los temas que Vinterberg encuentra en la novela y que también están presentes en su cine. Por eso Lejos del mundanal ruido se convierte en una película del director danés y no rompe con su trayectoria. Ahora, de la frescura, modernidad, provocación e innovación delprimer Vinterberg queda menos, el director danés va dando pasos hacia un cine visualmente más clásico pero con un correcto uso del lenguaje cinematográfico y una cada vez más elegante y depurada puesta en escena.

Hay algo que sin embargo me ha llamado la atención de Lejos del mundanal ruido… y que me ha hecho no disfrutar del todo de su resultado final. Dentro de la narración cinematográfica y en el montaje final no se logra plasmar el paso del tiempo. El transcurso de los años no está bien marcado, de tal manera, que crea confusiones en la trama y falta de entendimiento de algunas reacciones de los personajes pues es difícil darse cuenta de que ha pasado el tiempo (días, meses, incluso años)…

El Lejos del mundanal ruido de Vinterberg cuenta con buenos momentos que reflejan la vida en el campo a finales del siglo XIX así como una protagonista que se convierte en una mujer excepcional en aquella época (se vuelve dueña y señora de una próspera granja) pero que refleja perfectamente la situación de las mujeres en aquel tiempo. Bathsheba Everdene (esta vez con el rostro de Carey Mulligan) además de llevar su negocio y hacerse respetar en un mundo de hombres, tiene también que lidiar con las dificultades de ser una mujer independiente completamente en sus relaciones con los hombres en un momento que esa cuestión era prácticamente imposible. El drama está servido. Son años y años los que Everdene tarda no solo en convertirse en una mujer a la cabeza de un negocio próspero sino también en encontrar al verdadero compañero (pese a varios obstáculos en el camino que casi la obligan a vivir un futuro incierto, oscuro y en el ocaso) que le haga encontrar esa difícil libertad conquistada.

Mulligan ofrece una Bathsheba más terrenal (… Julie Christie era casi un sueño, una mujer distante e imposible de alcanzar), una heroína que además de enfrentarse a un mundo de hombres tiene también que encontrar y construir los sentimientos y emociones que la hagan ser feliz… y en el camino, como toda persona joven, se equivoca… Los tres hombres que se cruzan en su camino son: el pastor de ovejas Gabriel Oak (imparable Matthias Schoenaerts), el rico terrateniente de edad avanzada William Boldwood (Michael Sheen) y un apuesto e inestable militar Frank Troy (Tom Sturridge). Así como es un acierto el carisma y la química sexual que surge desde el minuto uno entre la Bathsheba de Mulligan y el Oak de Schoenaerts, creo que no son adecuados en el casting ni Michael Sheen porque no me parece que represente esa edad avanzada, patetismo y desencanto de su personaje como, por ejemplo, Peter Fich en la versión anterior ni Tom Sturridge como el militar que hace perder el norte a Bathsheba, no es tan inquietante y carismático como Terence Stamp en la versión de 1967. Desde el minuto uno sabes cuál es el compañero ideal de Bathsheba, ninguno le hace sombra.

Si bien estoy desarrollando varios peros (y uno de ellos bastante importante, el paso del tiempo, que afecta a muchos momentos claves de la película), no obstante Lejos del mundanal ruido es un nuevo paso en la obra cinematográfica de Vinterberg que muestra su capacidad y buen hacer para contar tanto buenas historias como regalar buenos momentos cinematográficos. La importancia que da este director (como en varias del sus películas) al empleo de la luz (el primer encuentro de Bathsheba con Troy), cómo sabe filmar los momentos trágicos y desgarradores (la muerte de las ovejas) y también cómo controla los momentos corales, donde hay varios actores en escena y varias tramas y significados, como esa cena festiva entre Bathsheba y sus trabajadores a la que acude el rico propietario… hace que el visionado de Lejos del mundanal ruido sea un goce para los sentidos y se disfruten de momentos cinematográficos realmente hermosos… por eso sus peros o defectos se hacen notar más o dan más rabia a aquel espectador que está disfrutando de instantes brillantes.

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El héroe anda suelto (Targets, 1968) de Peter Bogdanovich

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El espectador asiste al final de la proyección de El terror de Roger Corman, que se presenta en Targets como la última película del actor de cine de terror de la vieja escuela, Byron Orlock (Boris Karloff). De pronto se encienden las luces y nos encontramos en una pequeña sala de cine donde los responsables del film están viendo esa nueva película que se estrenará al día siguiente. Orlock está ya cansado pues siente que ya no pinta nada, que ya no da miedo, que es una vieja gloria, que ya no tiene hueco en los tiempos nuevos… y tiene claro que quiere retirarse, dejar todo. Aunque se lleve por el camino el nuevo guion de un joven director (Peter Bogdanovich) que había pensado en él como protagonista (¿puede que su argumento fuera parecido a lo que estamos a punto de visionar como espectadores tranquilos?). Orlock sale de la productora y el joven director va detrás de él para convencerle antes de que se meta en el coche…, de pronto, vemos que el viejo actor se ha convertido en un objetivo de tiro, se encuentra en el punto de mira de un fusil que está probando un joven, Bobby Thompson (Tim O’Kelly), en una tienda.

Y así Peter Bogdanovich, en una de sus primeras obras cinematográficas, une a los dos protagonistas del film y a las dos metáforas que se enfrentan durante la narración cinematográfica. Por una parte, el viejo actor que protagonizaba a los monstruos del pasado, un terror inocente, donde se sabía perfectamente de dónde venía el mal. Esos monstruos a los que se tomaba cariño porque también reflejaban indefensión, soledad así como su condición de seres marginales… Las pesadillas iban al terreno de la imaginación: vampiros, momias, Frankenstein, malvados asesinos pero con cara de asesinos, fantasmas de la ópera, hombres menguantes y otros invisibles… Y por la otra un tipo de terror más escurridizo, más real e irracional, porque Bobby Thompson es un joven de clase media americana con toda su vida solucionada, aparentemente normal y dentro del estilo de vida americano, del sueño americano. Vive en una casa perfecta con una familia perfecta y su aspecto es impecable. Es el vecino ideal. Pero, gracias a una puesta en escena (de la que hablaremos en breve) excelente, descubrimos que algo no funciona en ese mundo perfecto. Thompson evoluciona hasta convertirse en un asesino frío, irracional y sin sentimiento ni empatía alguna por sus víctimas. Mata por matar. Sus víctimas son objetivos, latas a las que apuntar en su campo de tiro. El joven rubio y angelical es una bestia.

Peter Bogdanovich cuenta de manera paralela las andanzas de Orlock y de Thompson. Del último día de Orlock como actor de cine de terror, antes de su retiro, que culminará con su aparición en un cine drive-in (un autocine) después de la proyección de su película. Y el día en que Thompson se convierte en un asesino despiadado y que también terminará en el cine drive-in sembrando el terror.

Y la puesta en escena de esas vidas paralelas son diferentes. Las escenas donde está Orlock nos muestra a un monstruo tierno y cansado que solo busca su retiro y descanso. No falta la nostalgia y el sentido del humor. El viejo monstruo hablando de sus limitaciones como actor pero cómo trabajaba con directores que sabían contar historias mientras disfruta de una vieja interpretación en televisión (donde se emite El código criminal de Howard Hawks) o el viejo monstruo asustándose de su propia imagen nada más levantarse ante un espejo. El viejo monstruo con dos jóvenes que quieren que siga teniendo un hueco, que no quieren que se marche, que se preocupan por él y le escuchan… Los sitios donde se mueve: la sala de cine de la productora, su coche con chófer, una habitación de hotel y el cine drive-in. Él siempre va elegantemente vestido y peinado… pero con cara de monstruo cansado.

Las escenas donde está Thompson son inquietantes porque dentro de la normalidad donde vive…, en esa casa perfecta con padre, madre y esposa, nos vamos dando cuenta poco a poco de que algo no funciona en su cabeza… y la cámara no deja de seguirle, como para avisarnos. Y asistimos a una comida familiar o a un momento cotidiano donde todos antes de acostarse ven la televisión… pero tenemos miedo porque todo son avisos… desde el principio. Las armas siempre están presentes y la mirada de Thompson sobre ellas. Y lo más escalofriante es sentirle en la oscuridad de su dormitorio fumándose un cigarro en silencio y cómo pide a su esposa que llega del trabajo cansada que no encienda la luz, que le molesta. Los sitios donde se mueve: su casa perfecta, las tiendas de armas, unos depósitos de combustible y el cine drive-in. Es el vecino monstruo, el monstruo cotidiano, el que no se espera, el que de pronto mata porque algo no funciona en su cabeza… Y los dos monstruos se encontrarán frente a frente en el cine drive-in. Uno, el viejo monstruo, ve cómo su película se proyecta y cómo los espectadores, familias, parejas, padres, niños… ven protegidos en sus coches el terror del viejo monstruo en la gran pantalla de cine. El joven monstruo se esconde tras la pantalla y desde ahí saca su arma y genera un terror real ante los espectadores del drive-in que sienten una amenaza y terror real e inevitable.

Peter Bogdanovich no solo realiza un canto al cine dentro del cine sino que además reflexiona sobre el terror y muestra cómo ahora los protagonistas que van a dar miedo (también lo sabe Orlock, que enseña el titular de una noticia escalofriante al joven director) en las pantallas de cine van a ser otros, como ya había adelantado Michael Powell en El fotógrafo pánico o el gran William Wyler en El coleccionista.

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Ramillete de minicríticas. Dos americanas y dos españolas

Jurassic world (Jurassic world, 2015) de Colin Trevorrow

Jurassicworld

Hay un cine al que te acercas de vez en cuando y si hay niños en tu vida diaria más (en mi caso una sobrina de 5 años que ama a los dinosaurios desde los 3 y le encanta toda película en que salga uno o una manada). Entonces Jurassic world se convierte en una experiencia con un halo de tu pasado infantil. Te descubres de nuevo en la sala de cine enorme con pantalla gigante, con chuches y palomitas y un poquito de bebida refrescante… para sorprenderte con una historia entretenida que alimenta tu imaginación. Y mi sobrina me dice todo el rato en bajito: “No me da nada de miedo. Es que esta no es de miedo como la primera, es más de aventura”. Y ahí que nos sumergimos en la aventura del domador de velociraptores, de la estirada con tacones pero con un corazoncito, de los hermanos que viven una situación familiar vulnerable pero que van a vivir toda una aventura inolvidable… en un enorme parque temático de dinosaurios. Y en el plácido lugar todo se pone patas arriba cuando un dinosaurio modificado genéticamente y muy enorme y fiero además de inteligente se convierte en el terror de la zona. Da igual todo tipo de incoherencias, de personajes planos, de secundarios poco dibujados casi inexistentes, de injusticias hacia la heroína (que a pesar de mostrarse brava y con tacones…, sus sobrinos solo tienen ojos para su novio domador y motero)… todo te lleva a una trepidante batalla final entre los velociraptores, el dinosaurio inteligente, el T-Rex y el mosasaurio, un gigantesco dinosaurio marino… donde los humanos son meras hormigas, que emplean un poquillo su cerebro para no perecer bajo uñas o colmillos gigantes. Así vas viviendo continuos guiños nostálgicos a la primera parte (camiseta de uno de los técnicos o encontrarse entre las ruinas del primer parque con sus coches de safari…) con homenajes evidentes a películas como Los pájaros en ese ataque que sufren los pobres e inocentes visitantes de los amenazantes pterosaurios… mientras bebes y comes palomitas y disfrutas con la mirada de una niña que se lo está pasando en grande…

El niño 44 (Child 44, 2015) de Daniel Espinosa

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El niño 44 toca demasiados frentes para una película que podría haber sido realmente interesante y brillante. Y ahí quedan sus continuas huellas. La película fluctúa entre el género histórico y político que recrea el periodo más duro de la Rusia stalinista durante los años cincuenta y las purgas y el thriller más inquietante de investigación ante un asesino en serie, que deja un recorrido de niños muertos en el mapa. La investigación de este asesino ocurre en un país que dice ser un paraíso donde no hay sitio para el capitalismo ni sus enfermedades (que provoca, entre otras cosas, que surjan los asesinos en serie) lo que provoca distintas y variadas reflexiones. También es una película psicológica sobre vivir continuamente bajo el yugo del miedo y una emocionante e intensa historia de amor. Son tantos los frentes que finalmente no desarrolla ninguno del todo ni logra por ello cierto equilibrio. Pero la película, sin embargo, se mantiene por el magnífico trabajo de su pareja protagonista (también presentes en La entrega) el carismático Tom Hardy y una brillante Noomi Rapace ganando peso la trama amorosa. Otro pero a esta película es que se desaprovechan los personajes secundarios que cuentan con los rostros de Vincent Cassel o Gary Oldman (y que desde sus apariciones prometen mucho más peso en la trama… y se quedan en meras intuiciones)… Su director Daniel Espinosa cuida la ambientación y también la atmósfera, el tono oscuro y gris de la época además de resolver algunos momentos con un buen uso del lenguaje cinematográfico pero no es suficiente para realizar una obra redonda. El material de partida es un best seller, la inspiración en un asesino en serie ruso de los años 70 (que tuvo su propia película, Ciudadano X) y un fallido y evidente eco a M, el vampiro de Düsseldorf de Lang. El niño 44 es la película que pudo ser y no fue…

Requisitos para ser una persona normal (2015) de Leticia Dolera

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La actriz Leticia Dolera (que ya se había entrenado con sus cortos) se lanza a su primer largometraje como directora con Requisitos para ser una persona normal. Toma los elementos de la comedia romántica chica encuentra chico y los rocía con aires indies así como con un cuidado estético en la presentación de su obra cinematográfica. De esta manera Dolera sigue la estela de comedias románticas independientes tipo Beginners o (500) días juntos donde a la importancia de lo estético también eligen el tono tragicómico y melancólico, todo rociado con un aire de imagen de publicidad chic y moderna (convierte en escenario romántico y del clímax de la historia a una marca de muebles sueca que uniforma todos los hogares… y con unas campañas de publicidad muy características, muy bien hechas). Leticia Dolera también protagoniza su película, ella es María de las Montañas… una treintañera en crisis que se elabora una lista con los requisitos que tiene que cumplir para ser considerada una persona normal. Con las etiquetas que debe uno tener para la representación de una persona feliz y triunfadora. En su camino se cruza con Borja, un dependiente gordito de una tienda de muebles con aires hipster, y ambos construyen una amistad a base de conseguir objetivos: hacer de María una persona normal y de Borja un hombre contento por poseer un cuerpo delgado y atlético. Lo que es cierto es que Dolera consigue meter al espectador en el universo creado para María de las Montañas y Borja (con un montón de personajes secundarios, algunos muy bien construidos, con caras de Miki Esparbé, Alexandra Jiménez, Silvia Munt…) y es posible empatizar y coger cariño a sus personajes así como creerte y desearles un final feliz, como se merece toda comedia romántica normal. Todo rociado con momentos entre divertidos y entrañables con unas gotas de melancolía.

Hablar (2015) de Joaquín Oristrell

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Hablar es una interesante experiencia cinematográfica. Sus 75 minutos transcurren en un plano secuencia en el barrio de Lavapiés donde se suceden varias historias de los más variopintos personajes. Oristrell y sus actores tratan de conseguir captar la vida en un barrio madrileño en un periodo concreto, ahora. Y hay momentos en que el espectador se cree esa ebullición de vida y otros que se los cree menos. El recorrido de la cámara comienza en la boca del metro, de la cual surgen varios de los personajes, y termina en una sala de teatro… creando un juego de metaficción. En realidad Hablar es un buen recital de intérpretes (unos te hacen vibrar más que otros) donde la comunicación-incomunicación, la palabra y la soledad son las herramientas de trabajo. Es prácticamente un proyecto cinematográfico colectivo donde se implicaron un montón de personas. Algunos actores improvisaron directamente tras unas pautas y otros se escribieron y se construyeron un personaje. Es de esas películas irregulares que merecen la pena y que arrastran encanto. Una calle viva donde se suceden historias trágicas y otras cómicas o tragicómicas, donde se reconoce el momento histórico, social y político que se está viviendo. Está muy presente la crisis tal y como ha ocurrido en otras películas españolas recientes. Y el gran atractivo de una galería de buenos actores que regalan buenos momentos como Sergio Peris Mencheta, María Botto, Juan Diego Botto, Antonio de la Torre, Raúl Arévalo, Alex García, Petra Martínez, Juan Margallo, Goya Toledo, Secun de la Rosa, Marta Etura, Melanie Olivares, Miguel Ángel Muñoz, Carmen Balagué, Mercedes Sampietro, Nur Al Levi… y un largo etcétera. Un paseo por Lavapiés donde seguimos a dos barrenderas con el desencanto a cuestas, a un chico que tiene una cita a ciegas, a un empresario que tiene que pagar a su empleada, a una mujer en crisis pegada a su móvil, a una joven que no encuentra trabajo pese a estar altamente cualificada, a un iluminado que recorre las calles, a una mujer que ahoga las penas en alcohol, una madre con su bebé que tiene hambre, un joven enganchado al porno e intentando explicárselo a su madre… Un recorrido donde en una esquina nos aguarda un escaparate con una televisión que pasa un anuncio o un rincón donde un hombre canta un fandango para finalmente adentrarnos a un escenario donde hay dos actores y…

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Los siete magníficos (The magnificent seven, 1960) de John Sturges… en siete momentos y una propina

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Un western con gotas de crepúsculo que sigue el destino de siete perdedores en una aldea de humildes campesinos mexicanos aterrorizados por un bandolero y sus hombres. Aventura y melancolía con una pizca de romanticismo por la pérdida y desaparición en el salvaje Oeste de la figura del forajido. De los centauros sin hogar que encuentran todavía menos su lugar mientras avanza “la civilización” que marca un mapa que antes era inexistente. La muerte ronda por un original remake de la película japonesa Los siete samuráis de Akira Kurowasa… desde la misma presentación de Yul Brynner y Steve Mcqueen que se conocen llevando un carro fúnebre con un indio, al que nadie se atreve a enterrar, hasta el cementerio… Emoción, ritmo y mucho entretenimiento de la mano de un creador artesano como John Sturges.

El chiste de Steve Mcqueen

A los siete magníficos les cuesta más hablar que expresarse por signos. Pero siempre hay alguno con más labia que otros. Y ahí está Steve Mcqueen, que siempre echa de menos la compañía de una mujer, que nunca siente ganas de asentarse aunque le vienen golpes de raíces, que también le gusta expresarse por gestos y sonrisas irónicas… y en distintos momentos le encanta ilustrar su situación con un chiste…

… Y curiosamente uno de ellos es similar al chiste que sirve de leitmotiv para El odio de Mathieu Kassovitz. Un chiste que expresa perfectamente la vida de estos siete forajidos…

Y dice Steve Mcqueen: “Me recuerda a un tipo de mi tierra que se cayó de una casa de diez pisos. Mientras iba cayendo la gente de cada planta le oía decir: ¡Por ahora, bien! ¡Por ahora, bien”. Faltaría sin duda añadir la coletilla de El odio: “Lo importante no es la caída, sino el aterrizaje”.

Charles Bronson y los niños

El más duro entre los duros, el forajido, el mercenario que trabaja por altas sumas en horas bajas… encuentra un lugar donde morir y ser recordado. Se convierte en el héroe adorado de tres niños mexicanos que sienten el mismo amor y la misma adoración que aquel niño rubio, hijo de granjeros, por Shane… Solo que ellos realizan una promesa… su tumba siempre tendrá flores mientras ellos vivan. De paso Bernardo, el personaje de Bronson, que encuentra una manera de expresar su ternura y sensibilidad oculta, les hace admirar también a sus padres, supervivientes en el día a día y siempre asumiendo responsabilidades…

El tesoro

El bromista, el que va por el oro, el que no se puede creer que vayan tan solo a defender a los campesinos por casa, comida y 20 dólares. Él (Brad Dexter), grandullón, cree que hay algo más: un tesoro. Oro, plata, joyas… ocultas. Al final esconde fidelidad y nobleza hacia los suyos y convive, se relaciona y se ríe con aquellos a los que defiende… por el interés. Y se ilusiona como un niño… cuando el divino calvo, su amigo, le da la razón… Están ahí por un tesoro. Puede cerrar los ojos feliz…

La navaja de James Coburn

El silencioso, largo y espigado, de andar cansino. Independiente, no soporta las órdenes. Que le dejen a su aire. Tranquilo. Y así hasta el final. Solo y en silencio. Siempre en compañía de su navaja, su firma, y su pistola. Nunca le tiembla la mano. Se lanza a la muerte… pero deja su navaja clavada en una piedra. No quiere desaparecer del todo…

El magnífico campesino

Érase una vez un joven campesino (Horst Buchholz) que quiere convertirse en pistolero y aventurero. Su vitalidad y ganas de salir del hoyo le juega malas pasadas… pero tanta transparencia y verborrea atrae a los demás magníficos. Aunque se lo hacen pasar mal hasta que se convierte en uno más…, sus nuevos compañeros de viaje quieren demostrarle que la vida del forajido no es para nada envidiable. El joven campesino está destinado a echar raíces…

El miedo

… El miedo se ha vuelto su compañero de viaje (Robert Vaughn). Él es el más complejo y extraño. Huye incluso de sí mismo. Agotado de ser siempre perseguido. De tener la sensación de estar en el infierno a todas horas. Se mantiene distante, con la compañía de las pesadillas y el alcohol. Los campesinos le dicen que le comprenden, ellos tienen miedo cada día. Cada día se sienten en la cuerda floja como él. Aprovecha la oportunidad de dejar de huir…

El divino calvo de negro

Todo de negro y divino calvo (Yul Brynner). Emplea las palabras justas y su compañero es el silencio. Cuando da su palabra… no hay marcha atrás. Reúne al grupo. Todos se sienten seguros bajo su mirada de hombre forajido pero siempre honesto. Tiene presencia en cada paso que da. Es imposible que pase desapercibido y nunca el peligro le hace que renuncie de un buen puro…

Un malvado con rostro de Eli Wallach

El malo, malísimo (Calvera)… no es más que un forajido más. Desde su presentación Eli Wallach hace gala de su carisma… Provoca terror pero nunca le abandona un oscuro sentido del humor de aquel que disfruta dando miedo porque se sabe invencible y dueño y señor del lugar. Según explica quiere seguir aterrorizando a la aldea que le proporciona alimentos y sustento sin tener ni problemas ni conflictos. Pero le tocan las narices y reacciona, no quiere que toquen su territorio. Pero termina cerrando los ojos con la incertidumbre en la mirada: por qué van hasta el culo del mundo siete hombres a joderle la vida…

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Descubriendo más cine musical. Las chicas de Harvey (The Harvey Girls, 1946) de George Sidney/A chorus line (A chorus line, 1985) de Richard Attenborough

La sesión doble de hoy nos lleva a un viaje especial por una época clásica en los musicales, aquellos mimados especialmente por la MGM en el departamento musical bajo la batuta de Arthur Freed; y la corriente, que hoy en día sigue, de llevar a la pantalla grande los musicales que triunfan en los escenarios de Broadway. Así descubrimos la historia de unas chicas que buscaban ganarse la vida en la cadena de los restaurantes Old West Harvey o la vida dura de los bailarines de Broadway en una complicada y larga prueba de selección. Para la primera contamos con un director relacionado normalmente con el colorido, la aventura, la vitalidad y varios musicales en su filmografía. Y en la segunda un director y actor que firma el único musical de su obra cinematográfica y que no salió mal parado.

Las chicas de Harvey (The Harvey Girls, 1946) de George Sidney

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Esta película no se encuentra en la memoria cinéfila de los amantes del cine musical pero sin embargo es una obra cinematográfica con muchas de las características de las producciones del departamento de Arthur Freed. Vitalidad, alegría de vivir, ritmo, estrellas de la canción y del baile, canciones brillantes, bailes, espectáculo y color mucho color. Así es uno de esos westerns que se convierten en musical y se inspira además en un hecho real: en las vidas de las camareras que recorrían el salvaje oeste para trabajar en la cadena de restaurantes Old West Harvey para atender a los viajeros de los trenes… El tema tenía jugo para explotarlo bien y realizar un buen musical pero se queda en una película simpática (que ya es mucho), nostálgica, con algún número para el recuerdo y con un reparto maravilloso de estrellas que protagonizaron musicales inolvidables. Además de contar con la vitalidad y alegría de varias de las producciones de Sidney.

La estrella de la función es Judy Garland que no solo cumple como cantante sino que se muestra pizpireta pero también con esa mezcla de fragilidad y fuerza que derramaba sobre sus personajes. Ella es una de esas chicas que trata de buscarse un futuro, un cambio, en otra parte, en otro paisaje. Y es ella la que lleva la voz cantante en On the Atchison, Topeka and the Santa Fe, la canción que muestra la llegada en tren de las chicas a su nuevo hogar. Y además dicha canción ganó el Oscar aquel año.

Judy Garland es una joven soñadora que se ha atrevido a dar el paso de casarse en un lugar lejano a su hogar, Ohio. A su amor lo conoce a través de unas cartas… pero cuando llega su hombre soñado en nada se parece al que le escribe las cartas. Es un borrachín sin el don de la palabra. Todo tiene explicación. Ha sido objeto de una broma pesada: las cartas eran escritas, en realidad, por el empresario de la casa de citas y juegos de la localidad que ha actuado como si fuera un Cyrano de Bergerac. Un don juan caradura (John Hodiak) que quiere redimirse desde el mismo momento en que aparece en pantalla y para mí el punto más débil de la película tanto por la construcción del personaje como por el actor elegido, que no parece cómodo del todo en su rol. Así el futuro del personaje de Judy cambia: no se casa y entra a formar parte de las chicas de Harvey… pero además tiene ojos para el tipo duro que se ha reído de ella.

Otra de las debilidades de la película es que se podría haber explotado con mucha más riqueza y se queda tan solo en la superficie el enfrentamiento entre las chicas del Saloon, capitaneadas por una genial Angela Lansbury, y las chicas de Harvey, con Garland de líder. Se queda en un enfrentamiento muy plano entre las chicas de mala vida y las buenas chicas con refinadas costumbres. Un enfrentamiento gris sin ricos matices.

Pero entre los encantos de este musical, además de dar esa alegría de vivir que conseguían estos musicales, se encuentra el poder disfrutar no solo de Judy Garland o Angela Lansbury sino de disfrutar del arte en el baile y el increíble lenguaje corporal de Ray Bolger (cuyo papel más recordado es su espantapájaros en El mago de Oz) y ver los primeros pasos de la bellísima Cyd Charisse o descubrir a Virginia O’Brien y disfrutar también de esa secundaria que fue Marjorie Main. Y también otro encanto es reconocer el paisaje y los elementos del western en un musical que podría haberlos aprovechado mucho más como el momento brillante de Virginia O’Brien cantando The wild, wild west en una herrería mientras se prepara para herrar a un caballo ante un desfallecido herrero (Ray Bolger) que teme a estos animales. No faltan los códigos del viejo Oeste: el tren, sus peleas, las ciudades sin ley, los tipos duros, las celebraciones, las dificultades… pero en clave de sol.

A chorus line (A chorus line, 1985) de Richard Attenborough

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Richard Attenborough sorprende con este musical que fue un éxito en el Broadway de los años setenta. La premisa es sencilla: la prueba de selección de un grupo de bailarines para un musical de éxito. A partir de ahí, empieza el espectáculo. Pese a las debilidades en la trama (esa historia de amor puesta con calzador), hay números de danza y canciones (como número estrella, One) tan bien resueltos y momentos tan brillantes visualmente que hace que el espectador, amante del cine musical, disfrute con esta película.

Sigue la premisa del espectáculo debe continuar (que ha dado maravillas como All that Jazz pero que ya tenía antecedentes en La calle 42 en los años treinta) donde se refleja la dura vida de los bailarines (paro, la edad, los prejuicios, la salud, el sacrificio, la fama y la caída…) y las dificultades para levantar un espectáculo musical.

Toda la película transcurre encima de un escenario, en un teatro, durante una prueba de selección. Por supuesto hay un director duro (que actúa casi como un dios, tiene el destino de los participantes en sus manos… y que tiene el rostro de Michael Douglas, es el que dirige la función, la prueba de fuego), un buen coreógrafo que sigue sus órdenes y un grupo de jóvenes con distintos sueños y problemáticas que vamos descubriendo en distintos números musicales.

Hay dos bailarinas que en un momento dado hacen referencia a una joya del cine musical y explican ambas que fue el motivo por el que quisieron dedicarse a esa profesión: Las zapatillas rojas (1948) de Michael Powell y Emeric Pressburger. Esta referencia implica una reflexión sobre A chorus line. Pese a ser una película disfrutable, con muchos elementos del género entre sus fotogramas, no alcanza la maestría e intensidad así como profundidad del clásico de Powell y Pressburger. Porque allí además de la premisa del espectáculo debe continuar, hay profundidad en los personajes y sus relaciones personales (una historia de amor potente) y una buena construcción de los elementos melodramáticos y musicales. A chorus line se queda en la superficie del espectáculo vistoso pero no hay corrientes ocultas bajo los fotogramas perfectamente ejecutados…

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Qué difícil es ser un dios (Trydno byt bogom, 2013) de Aleksey German

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… Después de tres horas en la barbarie, en la brutalidad… entre heces, vómitos, mocos, sangre, vísceras… caminando entre barro, mierda y otras sustancias resbaladizas… Después de un viaje a través de un infierno en blanco y negro con la mirada fija en lo decadente y en lo humillante… Al final queda un paisaje nevado, un paseo tranquilo entre un padre y una hija y la música.

Hay películas que se lo ponen difícil al espectador, muy difícil. Pero te llaman. Y llaman fuerte. Una de ellas es Qué difícil es ser un dios del ruso Aleksey German. Era un proyecto soñado por su creador… y han tenido que pasar trece años hasta que ha podido verse en una sala de cine (el sueño tenía más años). Tan solo unos meses antes German, el director, falleció y fueron su hijo y su viuda quienes siguiendo los apuntes del creador terminaron su obra póstuma.

El director ruso realiza una libre adaptación de la novela de ciencia ficción del mismo título de los hermanos Arkadi y Boris Strugatsky (otros nombres a apuntar en mi lista de océanos literarios desconocidos). Estos hermanos fueron también los autores de la novela en la que se inspiró Andrei Tarkovsky para realizar Stalker en 1979. Otro realizador ruso, que como Aleksey German, tuvo dificultades para desarrollar plenamente su obra cinematográfica.

Lo que en su momento a los hermanos les sirvió como metáfora para reflejar la impotencia de los intelectuales ante un estado totalitario, se torna en más triste, cuando German ha cumplido su sueño de trasladar esta novela de 1964 al cine en pleno siglo XXI y la metáfora sigue siendo tremendamente potente. El horror sigue ahí, los ojos cerrados y la impotencia de muchos también.

¿Cómo hace viajar el director ruso al espectador al infierno? Una voz en off nos cuenta que lo que estamos viendo no es la tierra sino el planeta Arkanar que vive como si estuvieran todavía en la Edad Media y que han ido unos observadores de la tierra para ver si sucede una especie de Renacimiento…, estos observadores no pueden interferir en la vida del planeta, tienen que estar al margen, adaptarse a la vida que están observando. Uno de ellos, Don Rumata (qué voz la del actor Leonid Yarmolnik), ha sabido labrarse un pasado que prácticamente le convierte en un dios en un mundo fétido. Todo es en blanco y negro y tal como nos cuenta la historia el director ruso nos convierte en observadores. Ante la cámara, ante el objetivo, van pasando rostros. Continuamente lluvia, niebla y muchas veces no sabemos ni a lo que asistimos: barro, lodo, letrinas, pescados malolientes, animales en estado de putrefacción, hombres y mujeres ahorcados, esclavos que sufren humillaciones continuas… Todo aquel que sea sabio, que sea artista o científico o escritor o maestro es castigado, ejecutado, perseguido. Hay monjes extraños y desagradables, igual que nobles indesables, esclavos sometidos, niños harapientos… y Don Rumata entre ellos, como uno más o uno menos… Entre todos un continuo enfrentamiento. Violencia y pelea. Cada día es un infierno y para eso planos secuencias en laberintos imposibles en castillos llenos de objetos inservibles, con restos de comida o de otro tipo o callejuelas estrellas y embarradas u otros paisajes inhóspitos. No sabes dónde mirar, de pronto escuchas un diálogo y el objetivo se mueve y te das cuenta de que ha ocurrido algo horrible fuera de cámara. Fundidos en negro que muestran que la pesadilla no ha terminado. Don Rumata enloquece o envilece o estalla…, qué difícil es dios. Y nada es bonito o bello… o ¿sí? Hay que llegar al final del viaje… arrastrarse por una Edad Media pero como si a El Bosco o Brueghel el Viejo les hubieran arrebatado los colores pero no su forma de mirar…

No sé si recomendaría este viaje a alguien. Ni siquiera sé decir si me ha gustado o si lo repetiría…, lo que sí sé que aunque a veces es difícil ser espectador, si te dejas arrastrar o llevar, “lees” y sientes la última obra de German, sabes que ahí has tenido una extraña experiencia, un viaje en el que nadie más te podría haber embarcado…

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Phoenix (Phoenix, 2014) de Christian Petzold

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Nota: Si todavía no la has visto, no leas este post pues desvelo partes de la trama. Y esta película es para verla sin saber absolutamente nada.

… Desde el principio surgen las tristes notas de Speak low, una canción que dota de una circularidad perfecta a Phoenix del alemán Christian Petzold. Las notas tristes de los créditos nos devuelven a una mujer sin rostro y esa misma mujer, reconstruida, recuperará la voz en un final, hermoso y triste por igual, que esconde un reconocimiento que abre una puerta (a la vez que la cierra). Un reconocimiento que rompe y rasga, que dota de todo su significado el periplo de Nelly, la protagonista (Nina Hoss)…, un reconocimiento que remueve al que mira. La sensación es algo así como ese reconocimiento de la florista, en un pasado reciente: ciega, cuando toca el rostro del sin hogar, que sonríe triste al ser “descubierto” por el ser amado en Luces de la ciudad.

Solo que en Phoenix hay unas gotas de cine negro en color y raudales de desencanto. Solo que en Phoenix es la historia imposible de recuperar un amor fantasma del pasado para poder vivir y enfrentarse a un presente insoportable. Solo que Phoenix es una película sobre cómo reconstruir una identidad arrebatada brutalmente. Solo que Phoenix es cómo ocultar un pasado que avergüenza, bien por sentimiento de culpa, por el silencio o por ser partícipe…

Nelly regresa sin rostro de Auschwitz… y lo único que la ha mantenido viva es seguir enamorada del tiempo que vivió con Johnny (Ronald Zehrfeld), su marido. Ella era cantante. Él, pianista. Nelly le busca, necesita ser reconocida… aunque su amiga Lene (Nina Kunzendorf) le recomienda que empiece desde cero (irse ambas a Palestina), incluso un cirujano le dice que casi es mejor reconstruirse un rostro nuevo… Hay sombras de traición sobre Johnny… que Nelly se niega ni siquiera a escuchar. Solo quiere ser la Nelly de antes del campo de concentración, ser ella misma. Y un día andando, en busca de su marido, por un Berlín en ruinas entra en un cabaret, su nombre brilla en luces de neón como una aparición entre tanta desolación, Phoenix…, allí recibirá otro mazazo a su identidad rota cuando su propio marido, Johnny, no la reconoce. Y en ese instante una triste película de cine negro, a lo Robert Siodmak, sobre un amor imposible nacerá en cada fotograma… que recogerá ecos de Vértigo pero mucho más desoladores y tristes.

La pista sobre Robert Siodmak la aporta el propio director cuando en varias entrevistas le preguntan por sus referentes cinematográficos y no duda en nombrar a este realizador alemán, que después sería el creador de un cine negro especial en Hollywood. Un cine de luces y sombras en sus personajes y de amores trágicos, obsesivos e imposibles rozando el amor fou en ambientes en ruinas, con brumas de pesadilla. Así en Phoenix hay huellas de Luz en el alma y de la desolación y el desencanto que campan en Forajidos o El abrazo de la muerte… Christian Petzold atrapa para su historia la atmósfera que creaba su compatriota en estas películas de blanco y negro.

Los ecos de Vértigo están en el aire… Porque lo que Nelly trata es de resurgir de su pasado para poder de nuevo reconstruirse. Reconocerse. No quebrarse. No romperse definitivamente. Nelly quiere resurgir de entre los muertos. Aunque a ella misma le cuesta someterse al juego que propone su esposo, que no la reconoce pero sí intuye un parecido a una esposa que él da por muerta (pero no quiere saber ni cómo ni dónde ni por qué…, de esta manera se protege de la culpa y el remordimiento), que también quiere que regrese una Nelly sin traumas, que todos la reconozcan (que nadie guarde sentimiento de culpa)… Y quiere que todas la reconozcan por un motivo poco romántico, muy poco romántico. Ella misma es consciente de lo inverosímil que es bajar de un tren perfectamente maquillada, con un traje rojo y unos zapatos parisinos… Todos, por distintos motivos, quieren ahuyentar el horror, borrar la huella…

Nelly quiere recuperar lo perdido, ser aquella Nelly profundamente enamorada… hasta que otro hecho traumático la hace descubrir que no puede seguir viviendo esta ficción, que tiene que ponerle un final… Lo trágico es que a veces ambos, ella y él, sienten irremediables ganas de hundirse en la ficción que están creando para huir cada uno de sus pesadillas… Las miradas lo dicen todo. La llegada de un tren con una sombra del pasado y el encuentro serán perfectos… porque nada les gustaría más que ese pasado próximo no hubiese irrumpido en su historia… pero sobre todo Nelly sabe, en ese momento, que ya es demasiado tarde… y entiende que no puede recuperar algo que ya no existe (y quizá ni siquiera existió).

Phoenix haría una buena sesión doble con Ida del polaco Pawel Pawlikowski porque las dos en cierto sentido hablan de identidad y de cómo un pasado rompe y desgarra, de lo difícil que es enfrentarse al presente. Porque las dos muestran rostros de mujeres que, cada cual a su manera, tratan de reconstruirse (Ida y Wanda/Nelly y Lene). Y como a veces los más fuertes esconden un daño que les quiebra definitivamente y cómo los aparentemente más débiles consiguen, finalmente, reconstruirse por extraños caminos. Y porque las dos películas se plantean diferentes formas de cómo representar o acercarse al horror del Holocausto y a las secuelas posteriores.

La canción de Kurt Weill, que envuelve su banda sonora, avanza a través de la historia de Nelly. Y si las primeras notas las oímos en la absoluta oscuridad, con una mujer sin rostro… Nelly termina cantándola a la luz del día sintiéndose de nuevo, otra vez, ella y sin necesidad de ocultar su identidad y su pasado… pero ya es demasiado tarde, amor. Me has reconocido pero ya es demasiado tarde…

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Atmósferas en David Cronenberg. La zona muerta (The dead zone, 1983)/Inseparables (Dead ringers, 1988)

De muchas películas señalamos que lo que más nos ha llamado la atención ha sido la atmósfera. Y es cierto, hay directores reyes en extrañas atmósferas. Y uno de ellos es Cronenberg que no ha perdido esa capacidad de crear universos, atmósferas inquietantes al borde de la pesadilla. Da igual que sea en película de encargo o en proyecto cinematográfico más personal, ahí está su capacidad para hipnotizar con una atmósfera que recuerda nuestras pesadillas más interiores. Y es que es en ese ambiente donde se repiten las obsesiones y reflexiones del cineasta canadiense.

La zona muerta (The dead zone, 1983)

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Una película de encargo y una adaptación cinematográfica de una novela de Stephen King… pero David Cronenberg logra plasmar su peculiar universo y hace que esta película tenga su firma personal. Y es de gran ayuda contar con el rostro de un actor inquietante (Cronenberg sabe elegir muy bien a sus actores principales)…, Christopher Walken, como el protagonista, Johnny Smith. E inquietud y pesadilla es la sensación continua que devuelve esta película.

Desde que vemos a Johnny como profesor mientras lee, recita, de memoria El cuervo y además recomienda a sus alumnos la lectura de La leyenda de Sleepy Hollow hasta su extraño dolor de cabeza en la montaña rusa junto a su novia, Sarah, también maestra. Después Johnny sufre un accidente de coche y a continuación abre los ojos en una extraña clínica. Todo adquiere aire de pesadilla aunque va descubriendo hechos traumáticos: el cree que todo fue ayer y se entera de que han pasado cinco años, que su amor se ha casado y tiene un hijo (pero siente lo mismo por ella), que sus padres sobre todo su madre se ha deteriorado en la espera… y que de pronto con el contacto físico con otras personas (sobre todo a través de las manos) logra viajar al pasado o predecir el futuro más próximo o lejano.

La recuperación es lenta y los cambios y sus poderes van afectando a su forma de ser sobre todo cuando es consciente de que puede cambiar en el presente el futuro… Se convierte en su ser solitario, extraño, que tan solo se relaciona con algunos alumnos a los que da clases particulares. Sus poderes no le traen la calma sino profundos dilemas morales que le harán tomar una determinación drástica para tratar de salvar el mundo de un hombre dañino. Esta decisión es sacrificio pero para muchos no será más que un perturbado mental, pero ¿lo es?

Todo es inquietante y con aires de pesadilla. Desde la clínica donde despierta Johnny, hasta su físico según va conviviendo con su nuevo poder (le queda siempre la secuela de su cojera y esa sonrisa entre tierna, frágil y desequilibrada), pasando por las casas y los escenarios en los que transcurre la trama (el túnel donde han asesinado a una muchacha…), la pequeña localidad donde vivía que esconde un asesino en serie (o más) o algunos de los objetos que forman parte de la historia (ay, esas tijeras…). Así como los personajes que rodean la actual vida de Johnny como ese oscuro y manipulador político (Martin Sheen) con guardaespaldas.

La zona muerta ofrece continuamente zonas de incomodidad e inquietud, de pesadilla… Del universo Cronenberg

Inseparables (Dead ringers, 1988)

Inseparables

… y de nuevo Cronenberg crea inquietud desde los títulos de crédito con esas ilustraciones de instrumental clínico. Y es que esa será la obsesión de dos gemelos (representados por Jeremy Irons, otro actor de rostro especial… para el universo del director canadiense) hasta alcanzar un grado patológico. Instrumental ginecológico específico y especializado para indagar en el interior del cuerpo femenino… hasta llegar a un instrumental que da grima y miedo… para la mujer mutante. De piezas de museo de las torturas…

Así el director nos va introduciendo en una historia enfermiza entre dos hermanos con una relación tan especial y tan en equilibrio que una causa externa (una mujer, una actriz) desestabiliza y destruye a dos hombres que son uno. Así Cronenberg habla sobre la identidad del ser humano y sobre si es única e indisoluble… presentando la historia de dos hermanos que no pueden vivir el uno sin el otro (pero que uno de ellos se rebela y quiere ser individual), que cuando se rompe su equilibrio, su mundo se desmorona.

Pesadilla, inquietud, extrañeza… y una atmósfera que absorbe y envuelve: el apartamento de los gemelos, su clínica ginecológica, la deformación física (aunque esta vez sea interna) como metáfora y sobre todo su sala de operaciones (donde visten de rojo), las relaciones que establecen, los personajes secundarios que perturban más que equilibran…

Todo incomoda en Inseparables (no hay ni un respiro… ni en los recuerdos de la infancia y juventud de los gemelos) y a la vez todo arrastra a querer saber qué va a ser de ellos que van cayendo en una espiral de autodestrucción. Al final no importa tanto el elemento perturbador (la mujer con una deformación interna con la cual establecen los dos una relación muy distinta) ni su relación con ellos sino su drama, que son inseparables… para lo bueno y para lo malo. Que están encerrados en su propia cárcel, en su propia pesadilla.

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Regreso a Ítaca (Retour à Ithaque, 2014) de Laurent Cantet

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Entre un atardecer luminoso, con “Eva María se fue buscando el sol en la playa…” de fondo, y un amanecer hacia un futuro incierto pero con verdades reveladas, hay un amplio paréntesis de horas donde campan la añoranza, la nostalgia, el desencanto, la melancolía y una tristeza que sobrecoge. Regreso a Ítaca recoge el universo de una generación en una azotea de La Habana. Durante un tiempo concreto, en un espacio determinado, cinco amigos van desnudándose y contando a la vez la historia de los últimos años de Cuba, un país que ahora avanza a la incertidumbre con una legión de desencantados y otra, los jóvenes, que no cree que nada se pueda conseguir en su país y que piensa qué es mejor volar fuera. Los desencantados una vez creyeron en una vida mejor, y apostaron por conseguirlo, y se consumieron en el intento y en los miedos (algunos se siguen aferrando a creer, otros tratan de sobrevivir). Sintieron el cambio y la utopía en la punta de los dedos…, soñaron. Y de distintas maneras, con distintos obstáculos, vieron cómo sus vidas, sus ideales, fueron robadas…, arrebatadas. Les correspondió vivir una vida que nunca habían soñado, ni imaginado. Se apagaron las velas…

Y esa incertidumbre que devuelve el amanecer vomita ecos desoladores… porque el libre mercado y el neoliberalismo también destruye países, sume en crisis y además aumenta las diferencias sociales y de otro tipo. Ahora hay posibilidades de incertidumbre y cambio… pero los caminos no son de rosas ni de baldosas amarillas.

Amadeo regresa después de dieciséis años en España a su tierra, a su Ítaca. Y ese es el motivo de reunirse con sus viejos amigos: Tania, Aldo, Rafa y Eddy. La alegría del encuentro se mezcla con la amargura, los reproches, los dolores del pasado y también otros momentos que fueron bellos. Todos ríen, pero también todos se desgarran. Son amigos, se gritan, pero también se confiesan. Entre viejas fotografías, cigarrillos, viejas canciones de Serrat o bajo las notas de California Dreamin, buen whisky, apagones, frijoles y arroz, los cinco amigos reflexionan, a través de sus secretos más íntimos, sobre su historia pasada y su presente. El clímax va llevando a los secretos no revelados. Y de fondo los sonidos y las voces de una ciudad viva, La Habana, como otro personaje más que les rodea. Que se cae a trozos pero se las ingenia para que la vida siga, prosiga. Que se cae a trozos pero a la vez se mantiene bella.

Si hay algo que consigue el cine de Laurent Cantet es que cada fotograma respire verdad y emoción, un cóctel que estalla en la cara del espectador. Y en Regreso a Ítaca es imposible no hundirse en la tristeza y en el desencanto pero también en la apuesta por seguir. Los protagonistas no pueden hundirse en culpabilidades y sueños rotos pero sí apostar, como dice la madre de Aldo, en esa amistad que no se ha roto después de tantos años. Una amistad que les permita reconocerse, ser ellos mismos, verbalizar sus terrores y errores…, desvelar secretos y confesiones, entenderse y quizá volver a construirse, avanzar…, rescatar creencias e ilusiones…, vivir.

Basta fijarse en los ojos tristes de Aldo, en la mirada crispada de Rafa, en los ojos desencantados de Tania, en la mirada derrotada que se deja corromper de Eddy y en los ojos nostálgicos de Amadeo para quedarse atrapado entre sus palabras y gestos. Laurent Cantet se rodea de buenos actores (Pedro Julio Díaz Ferrán, Fernando Hechavarría, Isabel Santos, Jorge Perugorría y Néstor Jiménez) y de un guionista-escritor (Leonardo Padura) cubanos para entender de manera íntima las complejidades de un país que una vez trató de alcanzar un sueño. Que dio pasos para atrapar una utopía. Pero ese sueño se fue transformando para muchos en pesadilla cotidiana…, y la utopía se fue alejando de nuevo.

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Nuestro último verano en Escocia (What we did on our holiday, 2014) de Andy Hamilton, Guy Jenkin

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Así dejaba caer en un whattapp lo que me había gustado esta película a un grupo de amigos: “Nuestro último verano en Escocia tiene un punto vikingo, bajo el mandato de Odin, con notas armónicas sobre la muerte y la vida… y lo ridículos pero tremendamente humanos que podemos ser… A veces los niños en sus mundos lo tienen todo mucho más claro. A mí me ha sorprendido gratamente…”. Y todo empezó porque tuvimos un suculento debate en una cena sobre qué es una película de buenos sentimientos, o como yo suelo llamar películas medicinas, al mostrar mis ganas e interés por ver esta película. Debatíamos sobre su verosimilitud o no, sobre si son falsas o no lo son, sobre si son maniqueas o no, sobre si hay una buena película de buenos sentimientos, sobre cuál es la definición exacta y qué películas entrarían dentro de esta denominación. Fue un debate encendido y apasionado. Se habló también de dónde estaban los límites de este subgénero y si era uno de esos subgéneros que pueden volar o se queda en lo políticamente correcto…

Después de disfrutar en la sala de cine, pensándola me di cuenta de que, mientras me dejaba arrastrar por paisajes que hicieron que nacieran en mí unos deseos inmensos de regresar a Escocia (fui en dos momentos muy especiales y siempre me genera bonitos recuerdos), me venían a la cabeza dos películas: una americana y otra británica. Pequeña Miss Sunshine y Un funeral de muerte. Sentí un fino hilo que unía estas tres películas, familias normales en un momento crítico de su existencia que nos las devuelven como familias disfuncionales; la vida y la muerte dándose la mano de manera natural, las máscaras de la comedia y la tragedia enlazadas; lo ridículo de los seres humanos pero también el eterno lado tierno oculto en cada uno y la infancia como mirada que observa el mundo de manera, cercana, especial; así como la cercanía de comunicación entre el niño que le queda todo por vivir y aquel que ya apenas le queda un tiempo por estar…

Nuestro último verano en Escocia es una película con encanto de personajes y situaciones (con una buena galería de actores, desde el más mayor hasta el más pequeño). La premisa es sencilla (tanto como su dirección): unos padres que están en proceso de separación van con sus tres niños a una gran fiesta de cumpleaños en Escocia. El cumpleaños es del abuelo (por parte paterna). Los niños, a pesar de que viven en sus mundos, se dan cuenta de que no encajan en un mundo de adultos que no entienden. El que mejor se explica es el abuelo. Sus padres están en una discusión eterna. Sus tíos son personas que hablan un lenguaje extraño, y su primo está demasiado perdido. Unas horas antes de la gran macro fiesta con más de doscientos invitados, el abuelo decide ir a su playa favorita con sus tres nietos… Nuestro último verano en Escocia te deja con la sonrisa asomando en la boca… la vida es tan sencilla y tan compleja a la vez. En la vida ríes y lloras… y existe también el humor suave, el tierno y el negro. Y como dice el abuelo a una de sus nietas: “¡Tienes que vivir más y pensar menos!”… y dejarte llevar por un amanecer en una playa y desconectar del sonido del móvil, y saber que las personas que quieres, como tú a ellos, a veces te ponen de los nervios…, y darte cuenta de que puedes equivocarte o estallar… En fin, me he ido a gusto a Escocia. Me sentó bien la medicina, con niños incluidos. Nuestro último verano en Escocia es una película de buenos sentimientos con un punto vikingo que la distingue y deja que te sorprenda como espectador.

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