Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939) de William Wyler

Siempre he hablado de mi amor incontrolado por la carrera cinematográfica de William Wyler. No puedo evitarlo. Cada una de sus películas me descubre un hombre de cine con un dominio del lenguaje brutal. Cumbres borrascosas es una de esas películas para analizar con cuidado pues posee un montón de matices.

Primero es la adaptación de una novela universalmente conocida y mil veces estudiada (a la que tengo gran cariño). La única novela de Emily Brönte…, una de esas hermanas que vivían encerradas y vomitaron lo que guardaban sus cabezas en páginas inolvidables. Cumbres borrascosas se la ha definido a veces como una de las mejores historias que reflejan un amor loco. Y con eso se quedaron y eso fue lo rescataron de una novela con un montón de personajes, pensamientos, reflexiones e historias secundarias los guionistas Ben Hetch y Arthur MacArthur. Se centraron en ese amor irracional entre Cathy y Heathcliff.

La maquinaria del sistema de estudios se puso en marcha. Cumbres borrascosas es de esas películas que tienen una larga historia detrás de cámara que constituiría una novela entera donde los protagonistas principales serían el director perfeccionista y cabezota, Wyler; un productor que estaba hasta en la sopa y que quería innumerables cambios y el control absoluto de la producción; un actor británico, niño bonito de los escenarios que vomitaba todo su desprecio hacia un medio que consideraba menor, Laurence Olivier; y una actriz impuesta por el productor con cara de estrella bella, Merle Oberon, que sufría —a pesar de ser mujer de carácter— las imposiciones del productor (que sin embargo la mimaba en exceso), el perfeccionismo del director que se hartaba de hacerle repetir escenas y todo el odio de su compañero de reparto…

De todo este anecdotario, batiburrillo de sucesos y decisiones queda como fruto final la versión que conocemos de Cumbres borrascosas con la fotografía del experto Greg Toland y la música arrebatadoramente romántica de Alfred Newman así como un trabajo de puesta en escena brillante que nos traslada esta historia de amor fou y de pasión más allá de la muerte a un ambiente salvaje y libre con gotas de terror gótico. Una historia donde los contradictorios, bipolares e irracionales Cathy y Heathcliff dan rienda suelta a un amor sin ataduras pero que ellos mismos se empeñan con cada encuentro en romperse el corazón y ponerse mil y un obstáculos para no estar nunca juntos… en vida.

Como es de esperar los protagonistas cuentan con la compañía de actores secundarios solventes. Todos británicos. Y si una destaca entre todos sin duda es la olvidada pero llena de talento Geraldine Fitzgerald como la cuñada de Cathy, Isabella. La joven que se enamorará de verdad de Heathcliff sin darse cuenta de que ella no significa nada para él… y que se apagará en una casa donde sólo sentirá vibraciones de odio. También el rival en el caprichoso corazón de Cathy será un correcto e impecable David Niven, de señorito aristocrático que no puede entender cómo alguien tan despreciable, un mozo de cuadras, puede influir en el carácter de su señora esposa. O también destacamos la ama de llaves fiel y la narradora y testigo de este amor loco, Flora Robson. Su personaje es clave, es la que narra en flash back esta historia apasionada a un alucinado viajero que no comprende la oscuridad de la casa que le acoge en un día de tormenta y la oscuridad de los personajes que la habitan.

Mientras Wyler nos deja una historia romántica y pasional de amor más allá de la muerte en las manos de dos personajes complejos que igual se odian mortalmente en una escena como se aman desesperadamente en otra. El mozo de cuadras, sucio y soñador y hombre enamorado con cara de Olivier, que humillado se va a las Américas para volver como caballero elegante y vengantivo para saldar cuentas con todos los que lo humillaron de joven. A todos estos señoritos ricos que sobre todo le arrebataron a su único amor. Olivier está al borde de la exageración, pero sólo al borde, logrando así personaje intenso de una inocencia dolorida a un caballero oscuro y elegante que se desarma tan sólo con el nombre de Cathy. Merle Oberon es bella como una estatua que igual ama apasionadamente que golpea con sus aires de señora… y capaz de morir como nadie en brazos del hombre que realmente siempre ha amado. Aquel mozo de cuadras con el que se iba a su montaña donde ambos construyen su propio castillo aislados del mundo que les rodeaba, aislados de reglas, apariencias, clases y muros…

Así Wyler junto a Toland dan un tono fantasmagórico a la obra ayudados por el salvajismo del paisaje y lo siniestro en la casa de los protagonistas. Así logran dar el tono adecuado en los dos bailes que suceden en la narración puesto que ambos son claves para entender la psicología de los personajes y momentos importantes en el clímax de la historia. Así deámbula por las luces apacibles de la mansión del aristócrata que supone un mundo que Cathy quiere alcanzar pero que no le da la felicidad y el mundo oscuro y de sombras que supone su hogar con hermano lleno de odio y alcoholizado y con su caballero con pies de barro, el mozo de cuadra. Wyler pasea con su cámara por sus queridas escaleras, mira a través de las ventanas y de los espejos y logra un cierto ambiente poético y romántico que va más allá de la razón de los personajes…

Para visionar Cumbres borrascosas y dejarse todavía arrastrar por esta tenebrosa historia del siglo XIX hay que entornar los ojos y no dejar paso alguno a la razón…, si se puede ver con el corazón desbocado, mejor.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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