Marie Curie (Marie Curie, 2016) de Marie Noëlle

Marie Curie

Últimamente hay títulos en la cartelera con nombre de mujer… Mujeres de ficción o mujeres de las que se reivindica su historia real. Hay como un deseo en el aire de escribir la Historia con protagonistas femeninas. Películas que resaltan la modernidad de ciertas mujeres en el momento en que aparecieron y su tesón para cumplir sus sueños. Algunas desconocidas u olvidadas y otras, como en el caso de Marie, muy conocidas, pero que también nadan en el olvido algunos aspectos de sus vidas. Por ejemplo, además de Marie Curie, ahora está en la pantalla Paula (sobre una pintora alemana) y hace poco también se repasó la vida de Loïe Fuller en La bailarina (que curiosamente está presente de una forma muy especial en los créditos finales de Marie Curie). Si pongo estas tres películas juntas es por algo: las tres sirven para descubrir a tres mujeres pioneras; las tres tienen una buena ambientación y formalmente están muy cuidadas; las tres buscan y consiguen una actriz protagonista carismática que está brillante en su papel y recreación; las tres contienen momentos de gran belleza, pinceladas, ráfagas; las tres demuestran un trabajo de documentación y de conocimiento de la figura biografiada brillante; las tres tratan de captar la parte íntima de la protagonista; las tres muestran a mujeres que tuvieron que luchar por conseguir su puesto en un mundo de hombres… pero las tres terminan siendo películas preciosistas, frías, que no hacen vibrar… pese a tener ráfagas de alma.

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Antes del código Hays. Pack de cinco películas pre code de la RKO

Pre code RKO

Antes de que entrara en vigor el código Hays o el código de censura en 1934 (su redacción fue en 1930), Hollywood mantuvo un combate férreo entre seguir las medidas de la censura o continuar rodando libremente: sin necesidad de ser políticamente correctos o mostrando un abanico amplio de dilemas morales, sociales, políticos… Así durante este periodo, conocido como pre code, se rodaron películas que reflejaban que todavía el sexo y la dropodependencia no eran temas tabú o que una escena violenta o un desnudo podía enseñarse en la pantalla blanca. Además era un periodo fructífero y experimental en Hollywood: acababa de llegar el cine sonoro y por lo tanto el lenguaje cinematográfico y la puesta en escena estaba en pleno proceso de evolución hacia una nueva época, que dejaba atrás la perfección alcanzada con el cine silente. La incorporación del sonido ampliaba las posibilidades para el séptimo arte, pero también abría un periodo de adaptación y de aprendizaje de las oportunidades que ofrecían el sonido y la imagen juntos. Por otra parte, el público tenía hambre de cine, un hambre que aumentó ostensiblemente con el crack del 29. El cine era una posibilidad de ocio, que no era muy cara y que el público, de momento, se podía permitir… y permitía que ese mismo público pudiera evadirse en la sala de cine de la oscura y aciaga realidad o, por otra parte, sentirse reflejado e identificado y crear otros héroes anónimos o ánimos para la lucha.

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Sobre la melancolía. Los temerarios del aire (The Gypsy Moths, 1969) de John Frankenheimer/ Bienvenido a casa (Welcome home, 1989) de Franklin J. Schaffner

 … si miramos el adorado diccionario y nos centramos en la palabra melancolía, nos dice una de sus acepciones: “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada” (RAE). El cine puede provocar ese sentimiento en el espectador, esa tristeza vaga, profunda y sosegada (… no permanente, gracias) ante el visionado de ciertas películas empapadas en melancolía. Y eso es solo una de las características que une a las dos obras cinematográficas de nuestra particular sesión doble. Pero las similitudes son más.

Ambas se estrenaron al final de una década… y unen a la melancolía, el desencanto. Y ambas fueron filmadas por directores de esa buena generación de la televisión, preludio del nuevo cine americano. John Frankenheimer y Franklin J. Schaffner, dos realizadores a tener en cuenta con filmografías interesantes. Ninguna de las dos películas funcionó en términos comerciales. La primera se ha ido revalorizando con el paso del tiempo, la segunda ha caído en el más absoluto olvido y solo es recordada con sinopsis desacertadas (Los temerarios del aire, también cuenta con sinopsis antológicas por absurdas) y críticas negativas. Y creo que estas valoraciones son injustas ante una obra póstuma que no es perfecta sino inacabada…

Ambas películas son dramas sensibles e intimistas que dejan al espectador en un estado de tristeza sosegada. Quizá el primer impulso, tras verlas, es quedarse mirando un punto en el vacío… y recordar las melodías de dos grandes de las bandas sonoras: Elmer Bernstein y Henry Mancini.

Los temerarios del aire (The Gypsy Moths, 1969) de John Frankenheimer

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Imposible no sentir la melancolía, la apatía y el desencanto ante Los temerarios del aire. La película transcurre en tan solo unas horas y su argumento es aparentemente sencillo. Tres hombres se dedican a arriesgar sus vidas en saltos acrobáticos por los aires en paracaídas. Ofrecen su espectáculo por distintas localidades estadounidenses. Lugares apáticos, aburridos, monótonos… donde sus habitantes se han encerrado en el conformismo y el aislamiento. Muertos en vida que cuidan las apariencias y tratan de escapar de su ‘cárcel particular’ con las simulaciones tímidas de dobles vidas (vidas subterráneas tan cinematográficas…) igual de vacías… que de pronto se ven asaltados por la ‘emoción’ de un espectáculo que les acerca a la muerte, a sentir algo en sus monótonas vidas.

A cada uno de los protagonistas le mueven distintas motivaciones. Son tres hombres muy diferentes. Está aquel que parece más práctico, extrovertido, fanfarrón y que dice que todo es por el negocio (magnífico Gene Hackman), el joven que está experimentando con todo su miedo y prudencia a cuestas y con un pasado triste en la mochila (un sensible Scott Wilson) y por último un hombre silencioso, introvertido, que parece que no tiene miedo a nada pero que oculta un desencanto profundo y un nihilismo que le hace tirarse al abismo (siempre carismático Burt Lancaster)…

Frankenheimer cuenta la parada en una localidad más… que sin embargo cambiará drásticamente la vida de los tres. Tres perdedores conscientes de su agonía… y la de los demás. Uno disimula esa agonía y se aferra a sueños y creencias; otro el más joven trata de entender esa agonía, comprender a los otros. Y por último, el héroe perdedor que se hunde más y más en el abismo… aunque trate de aferrarse a clavos ardiendo… que finalmente se hielan.

Esa localidad más… no es así para el más joven de los paracaidistas, que recuerda ese punto de inflexión en el pasado que cambió su vida y le convirtió en un ser errante. Ahí vivía con sus padres, un accidente supuso un cambio radical de su existencia… y ahí están todavía unos tíos suyos, lejanos, casi desconocidos. Los Brandon, que habitan una casita burguesa y que además tienen como inquilina a una joven universitaria (brillante Deborah Kerr, William Windom y Bonnie Bedelia). El joven los llama y estos invitan a los tres hombres a su hogar.

Frankenheimer logra una de esas películas donde lo importante es lo que no se cuenta, lo que se intuye. Lo queda atrapado en los silencios, en las miradas, en lo que no se dice o lo que queda atrapado en el subtexto de lo que se declara. Y con una sensibilidad e intimidad extrema muestra a unos habitantes del mundo adormecidos y atrapados. Aburridos, melancólicos, monótonos, desencantados… con miedo a la vida. Solo los paracaidistas consiguen una sensación de libertad y riesgo en sus peligrosas acrobacias pero cuando pisan tierra firme…, continuamente huyen y huyen de un sitio a otro, errantes…

John Frankenheimer coronaría así su fructífera relación profesional con Burt Lancaster (fracaso comercial del tándem). Uno de los atractivos de la película era recuperar a un Burt Lancaster y una Deborah Kerr… que como en 1953 en De aquí a la eternidad vuelven a protagonizar una infidelidad. Aquí sin censuras pero sí con mucha delicadeza y con una desesperanza dolorosa. Kerr muestra a una mujer encarcelada y congelada en su cárcel particular de vida monótona…, para Lancaster supone una ilusión fugaz de no caer en el abismo…

Frankenheimer se muestra virtuoso tanto para mostrar la emoción, la tensión y la acción en las escenas acrobáticas (con cámara subjetiva…) como para pasearnos por la vida gris de una localidad estadounidense de los sesenta, arrastrarnos por la melancolía latente y continúa y asentarnos en una intimidad que oprime…

Bienvenido a casa (Welcome home, 1989) de Franklin J. Schaffner

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Un drama injustamente olvidado y también, creo en mi opinión, injustamente valorado. Bienvenido a casa es la obra póstuma de Schaffner que no pudo realizar el montaje final y esconde así todo el potencial de la película que podría haber sido. Drama melancólico, delicado y con momentos muy hermosos que plantea el duro regreso a EEUU de un ‘desaparecido’ en la guerra de Vietnam. Ha tardado casi veinte años en volver… Y su regreso no es un camino de rosas.

Es un regreso que quiere ser enterrado y poco o nada publicitado por el ejército de los EEUU. Después de una guerra tan impopular como Vietnam, que marcó a toda una generación de jóvenes, y que trajo todo el desencanto de un país que se creía todopoderoso…, no les conviene reconocer que se cometieron más ‘errores’ y que es posible que haya más desaparecidos en combate como el protagonista, vivos, al otro lado del Pacífico. Es un regreso que remueve vidas: la de la joven esposa que quedó ‘viuda’ demasiado pronto y con un niño entre sus brazos que ahora ha rehecho su vida y la de un padre al que devolvieron a un hijo en un ataúd. Y la de un soldado que no se siente héroe, arrastrando mucho horror, miedo y dolor en su mirada, que tan solo trató de sobrevivir. Y esa supervivencia suponía también olvidar su vida pasada y aferrarse a su presente junto a una campesina y sus dos hijos atrapados en ese momento en un campo de refugiados camboyano.

Es una película de curar heridas, de recuperar un pasado, de redefinir lazos… y todo lo hace a través de la melancolía, con un ritmo pausado, con un tempo de calma. Una melancolía que quiere ser superada… Así Schaffner atrapa momentos íntimos y delicados con sus protagonistas y los convierte en cercanos.

Schaffner aprovecha la química entre sus actores y crea escenas muy limpias y elegantes con una emoción cercana. El desaparecido es Kris Kristofferson. A su regreso a EEUU, además de intentar por todos los medios que su familia al otro lado del mar pueda estar a su lado, vuelve a contactar con el pasado. Así vuelve a contactar con el padre (el veterano Brian Keith), sus conversaciones destilan verdad. Y también con la esposa (JoBeth Williams) que dejó que junto al hijo adolescente de ambos (al que nunca pudo conocer, ni siquiera sabía de su existencia) han construido otra existencia junto a un buen hombre (Sam Waterston), que tiene sus dudas y que no sabe cómo enfrentarse a la nueva situación pero lo intenta hacer lo mejor posible.

Así el director deja a Kristofferson recrearse en un baúl de los recuerdos donde encuentra una vieja cazadora de su juventud. A un padre tratando de volver a reír con su hijo, de conectar con él y con su dolor. A una mujer también aferrada a los recuerdos del pasado junto a un hombre que amó… pero que ahora tiene otra vida que también la reconforta… mientras escucha un disco de vinilo con una canción de Elton John, Your song. A un marido que entiende a la esposa y al hijo adolescente pero que no sabe cómo ayudarles y que tiene mucho miedo a perder lo que ha construido durante años. O el dilema de un adolescente que se creó una imagen del padre ausente y muerto… y ahora se encuentra con otro padre que no esperaba…

Los momentos más débiles, endebles y carentes de fuerza son los que suceden al otro lado del Pacífico y toda la trama militar que son los que nos recuerdan que es una obra inacabada que podría haber sido perfecta y seguir la estela de obras como El regreso de Hal Ashby. Sus puntos fuertes, el desarrollo del drama familiar, las redefiniciones de las relaciones, la recuperación del pasado y la reconstrucción de un futuro posible para el protagonista al lado de los que le conocen y quieren…

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La usurpadora (Back Street, 1932) de John M. Stahl

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Si a principios de este año escribí que la característica del melodrama La calle de atrás de David Miller en los años sesenta era el paroxismo emocional que culminaba en un desatado triple final, sorprende cómo la primera adaptación de la novela de Fannie Hurst, Back Street, dirigida por John M. Stahl en 1932 sea un melodrama contenido y por eso emocionante. Contiene verdad. Porque se acerca más a la premisa del amor sin condiciones. Se entiende perfectamente el drama de Ray (Irene Dunne), una mujer que asume, con dolor y sacrificio, ser ‘la otra’ sin querer serlo… cuando además tiene varias oportunidades de acabar con ese papel pero ya se sabe que a veces no se puede controlar al destino… ni de quién te enamoras. El espectador se da perfecta cuenta a qué se refiere el título original, qué significa vivir siempre en la calle de atrás. Y curiosamente mientras La calle de atrás de Miller se queda como un disfrute total del melodrama desatado pero a la vez algo trasnochado y pasado de moda, La usurpadora se convierte en una película por la que no pasa el tiempo, moderna y transgresora que además supone otra obra cinematográfica a tener en cuenta de un periodo rico en posibilidades, el pre code. Y esa modernidad se debe a la sinceridad, el realismo y los matices que plantea en un tema muy cinematográfico, el adulterio… y sobre todo el personaje que sale ganando es Ray, muy por encima de su oponente masculino que sí se rige por los cánones de la época, ese principio de siglo XX entre la tradición y el modernismo.

Muchas de las películas de los años treinta de John M. Stahl tuvieron su remake en los cincuenta y en los sesenta. Digamos que Douglas Sirk convirtió a Stahl en una sombra. Por eso su obra es bastante más desconocida pero cada nueva incursión en sus películas se desvela a un director sensible y pausado capaz de construir melodramas mucho más racionales y coherentes que sus hermanas de los cincuenta y sesenta (que es su locura, colorido y exageración emocional lo que por otra parte les convierte en especiales). Es descubrir a un director con un trazo suave al realizar narración cinematográfica de calidad.

Así La usurpadora presenta escenas de puro cine sin exaltación y sí mucha emoción además de reflejar cómo el destino interviene en las vidas de sus protagonistas (como en tantas películas de romanticismo exacerbado… y siempre viene a la cabeza, Tú y yo). El que Ray llegue tarde a la cita de un concierto al aire libre con su enamorado y su madre (cuando éste aún no se ha casado oficialmente con su prometida y puede parar, quizá, el enlace) supone el momento en que sus vidas cambian para siempre. Ella convirtiéndose en ‘la otra’ cuando años después vuelve a encontrarse con él. Y él en un hombre ‘condenado’ a una vida de apariencias (y también bastante egoísta porque no renuncia a la posición social y laboral que le da su matrimonio pero no deja que Ray reconstruya su vida y se aleje de él).

La usurpadora es Irene Dunne y recorre toda una vida… desde una joven llena de vitalidad y libertad que decide por sí misma (y muy válida profesionalmente) hasta una mujer anciana y madura que ha sacrificado (porque lo ha querido así, también ha sido libre) todo por amor a un hombre que vive una doble vida… pero la confina a ella a la calle de atrás (por las presiones sociales). Así Ray no se realiza ni en el mundo laboral, en el trabajo. Ni tampoco puede ser madre. Ni puede tampoco relacionarse y crearse su propio círculo de amistades, no puede prosperar socialmente… Ella se sabe mujer enamorada y decide ser ‘la otra’, asumir ese papel con todas las consecuencias. Asumir el egoísmo del amado. Y asumir la soledad y el rechazo.

Así Stahl cuenta con elegancia una historia que transcurre en el tiempo y que tiene como protagonista a una mujer que asume su papel de ‘la otra’ sin reprochar ni pedir nada a cambio. Sin exigir. Una historia construida a través de esperas, silencios, miradas y conversaciones cruciales. Y además una historia inteligente porque no estamos hablando de una mujer sumisa sino de una mujer que decide libremente o que no ve otra salida para estar con el hombre que realmente ama en esos momentos. Ella tiene oportunidad de irse con un amigo que siempre la ha querido, de trabajar y de realizarse como madre… pero sabe que se engañaría porque todo eso lo hubiera querido con el hombre que no puede estar a su lado.

En muchos momentos sientes la soledad de Ray… la mujer en la sombra. En ese transatlántico donde todo el mundo se relaciona menos ella que pasea por la borda y mira el mar, mientras espera que el hombre que ama pueda hablarla o acercarse a escondidas. Que sufre la mirada de odio y rechazo de unos hijos que ven como su padre engaña a su madre… y no saben toda la versión.

No hay ningún momento de paroxismo emocional o exaltación exagerada y sin embargo los momentos finales te tienen sin respiración y te trasladan también a una catarsis emocional… triste, real, creíble…

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