To Leslie (To Leslie, 2022) de Michael Morris

A Leslie le acompañan a veces tan solo las canciones que escucha en los bares…

Con una canción de fondo, un álbum de fotografías y un vídeo con una noticia grabada de un telediario, Michael Morris cuenta mucho de su protagonista, Leslie (Andrea Riseborough). Basta escuchar la preciosa canción country de Dolly Parton, «Here I am», para saber sobre qué va esta historia: es una historia de segundas oportunidades.

A través de las fotografías conocemos a una niña, adolescente y joven que se convierte en madre. Su sonrisa siempre desarma. Y un ojo morado nos dice muchas cosas también. Al final, el vídeo con la noticia: nos encontramos con una joven exaltada que ha ganado la lotería y a un niño triste a su lado, que la mira preocupado. Justo ahí acaban los títulos de crédito y nos encontramos con unas letras que nos avisan de que han pasado ya unos cuantos años.

Nos topamos con una Leslie más mayor, sola, alcoholizada y recién expulsada de un motel. Sin dinero, sin pertenencias, sin nada. Con su maleta rosa de la que no se separa. Tiene fotografías en un sobre y un papel roto con unos cuantos teléfonos tachados. No puede estar más en el límite del abismo o sí. Sí, porque va donde su hijo, que la acoge, cariñoso, aunque llevan años sin verse, pero ella está enferma y rompe las reglas. Miente. No solo roba al compañero de piso de su hijo, sino que no deja de beber.

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10 razones para amar El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947) de Edmund Goulding

El monstruo de El callejón de las almas perdidas es la clave de esta historia.

Razón número 1: Una historia negra

No es fácil encajar El callejón de las almas perdidas en un género concreto. Es una película negra, muy negra. Oscila entre el cine negro más puro y el drama psicológico. La ambigüedad moral de la mayoría de sus personajes, el que todo conduzca al protagonista a un destino cruel, el relato de una caída sin redención posible, la atmósfera que atrapa, el uso certero del blanco y negro, la construcción perfecta de sus personajes, el buen reflejo de la manipulación… Es una obra cinematográfica pesimista sobre el ser humano y la supervivencia en un mundo hostil, propia de los tiempos que corrían, con una Segunda Guerra Mundial todavía cercana y mucho desencanto a cuestas. Es tal la fuerza de esta historia tan negra, que aún hoy sobrecoge.

La película cuenta como base con la novela de William Lindsay Gresham, que publicó en 1946 (editada en castellano con el mismo título que el film) y tuvo éxito inmediato. El autor fue un hombre con una vida tormentosa y perseguido por la sombra del alcoholismo. El motor de arranque para escribir dicha historia fue precisamente una anécdota que le contaron durante su estancia como voluntario en la Guerra Civil Española. Dicha anécdota versaba sobre un número de feria para el que se empleaba a un hombre alcoholizado.

Razón número 2: El relato circular perfecto: el monstruo

Uno de los puntos fuertes de El callejón de las almas perdidas es la perfección del relato cinematográfico en su estructura. Es una historia circular sobrecogedora. Nada más conocer a Stanton Carlisle (Tyrone Power) sentimos lo que le atrae y le sobrecoge «el monstruo» de la feria donde ha recalado para ganarse la vida y prosperar. El monstruo nunca se ve, solo sabemos que es uno de los números que más atraen al público. Un ser salvaje que se come a animales vivos y crudos (le tiran a una poza gallinas vivas y la gente se asombra de cómo las devora).

Tan solo se refieren a él. Stanton se pregunta que cómo alguien puede caer tan bajo, no lo entiende, pero a la vez le fascina. Porque por lo que nos van revelando «el monstruo» fue un artista de feria que tuvo su momento de gloria, pero que cayó en la pesadilla del fracaso y el alcohol. Ahora es una persona enferma con deliriums tremens, que consigue sus dosis de alcohol y cobijo con ese trabajo degradante en la feria.

Lo que aterra es cómo se nos va revelando poco a poco que «el monstruo» solo era un aviso del destino que le espera a Stanton, que también prospera y tiene éxito hasta que su propia ambición y malas artes le hacen caer desde lo más alto. La película plasma uno de esos finales que no se olvidan.

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Paul Newman. La extraordinaria vida de un hombre corriente. Una autobiografía (Libros Cúpula, 2022)

Paul Newman como Brick en La gata sobre el tejado de zinc. Uno de sus personajes emblemáticos.

Entre 1986 y 1991 Paul Newman y su amigo el guionista Stewart Stern empezaron por deseo del actor un proyecto que quedó inacabado. Newman siempre se sintió incómodo con la imagen que proyectaba la prensa sobre él. Deseaba que sus hijos sobre todo supieran realmente cómo era. La tarea mastodóntica consistía en entrevistar con una grabadora a todo aquel que conociese al actor (familiares, amigos, profesionales…) y el requisito fundamental que se les pidió fue la sinceridad. Después Paul iba contando su propia vida. Sin tapujos. Con lo bueno y lo malo. Y todo ese material se iba transcribiendo. Quizá abrumados por la cantidad de material generado, ambos lo fueron dejando.

Paul Newman falleció en 2008 y Stern, siete años después, y sin saber dónde se hallaban todas las transcripciones que llegaron a recopilar. Años más tarde, en concreto en 2019, fueron localizadas. Como cuenta su hija Melissa fue la productora Emily Watchel quien dio con ellas mientras realizaba inventario de material almacenado, propiedad de la familia. Tras la lectura de esta documentación empezaron a dar vueltas a finalizar el proyecto de Newman y Stern.

De todo esto han surgido dos obras. Por una parte, el actor Ethan Hawke accedió a dicho material y le sirvió de base para realizar una miniserie documental de seis capítulos: The Last Movie Stars (2022). Por otra parte, se ha llevado a cabo un libro, que recientemente ha sido traducido al español (traductor: Francisco Javier Pérez). A falta de ver todavía la serie, me he empapado de las páginas del libro y me ha sorprendido el retrato que surge de Paul Newman.

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Otra ronda (Druk, 2020) de Thomas Vinterberg

No es sencilla ni fácil la lectura de Otra ronda, pues se construye a partir de contradicciones. Cuando ves la explosión final de Martin (Mads Mikkelsen) en una danza vital, bajo la letra What a life del grupo danés Scarlet Pleasure, una canción que canta a la algarabía de ser joven, de vivir el presente, a esa sensación de comerse el mundo y de no tener planes de futuro ni querer preocupaciones, de no pensar más allá de disfrutar de la vida y de determinados momentos. A esa sensación de vitalidad, sin miedo; a esos deseos de celebración eternos. A esas ganas de vivir la vida como una borrachera perpetua, entonces quizá solo quizá se puede entender la premisa de la que parte la experiencia en la que se embarcan cuatro profesores daneses.

Thomas Vinterberg realiza un largometraje lleno de nervio y vida, pero también de tristeza y frustración. El tono arranca en clave de comedia, transcurre en tiempo de tragedia y finaliza en un chute de vitalidad. A decir verdad, Otra ronda no es una película redonda ni equilibrada, pero también es cierto que la historia termina fluyendo pese a los baches (planteamiento de algunos personajes y tramas). Es de esas obras con alma, que se permiten las imperfecciones, porque así somos los seres humanos, llenos de contradicciones, de dudas, de comportamientos incomprensibles… Thomas Vinterberg se mete de lleno en la sociedad danesa, que vive en un aparente estable estado de bienestar, pero, sin embargo, sus protagonistas son devorados por la insatisfacción y la apatía en la que se van hundiendo sus existencias. Sus sueños de juventud han sido devorados con el día a día y las responsabilidades cotidianas. Sus propósitos no se han cumplido, y el futuro asoma gris. Sus vidas nada tienen que ver con la belleza exaltada que entona el himno danés, leitmotiv del largometraje, cuya letra se convierte en una triste ironía.

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Así ama la mujer (Sadie McKee, 1934) de Clarence Brown

Joan Crawford como Sadie McKee, toda una heroína pre code en una buena película de Clarence Brown.

Hay infinitos caminos para llegar a una película y verla. ¿Cómo he llegado a Así ama la mujer? A través de un título de culto, mítico: ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), de Robert Aldrich. En la primera secuencia, después del prólogo donde se nos presenta a las hermanas Hudson, Blanche (Joan Crawford) mira emocionada en la televisión una reposición de una de sus películas. Justo cuando era una estrella dorada del Hollywood de los años treinta y no estaba postrada en una silla de ruedas. Ahora, durante los sesenta, Blanche vive aislada en una mansión junto a su hermana Jane (Bette Davis), una antigua niña prodigio. Baby Jane, este fue su apodo, posee una frágil salud mental, que además se agrava por el alcohol.

En unos momentos frente al televisor, Blanche vuelve a revivir sus momentos de gloria. Incluso expresa en voz alta algunas cosas que hubiese mejorado de su actuación, pero está satisfecha porque ve una buena película. Pues bien, los fragmentos de ese largometraje corresponden al largometraje pre code de Clarence Brown que hoy reseñamos, protagonizado por una joven y vital Joan Crawford, ya con todos los ingredientes que la harían famosa.

Y es que Clarence Brown ya ha visitado más de una vez este blog, pues cuenta con títulos de lo más interesante en su filmografía. Si bien pueden no ser redondos del todo, como este que estamos analizando, presentan motivos argumentales para pararse en ellos despacio. Además cuenta con algunas secuencias que dejan patente el domino de Brown para el lenguaje cinematográfico. Por otro lado mira a sus heroínas de forma especial al representarlas en pantalla, y en este caso es evidente con Joan Crawford. Con unos primeros planos que realzan su rostro especial, y que actúa como una especie de faro luminoso que hace posible la identificación con el personaje además de construir la imagen de una diva del cine dorado.

El título original se refiere al nombre propio y el apellido de mujer en concreto, Sadie McKee, poniendo el énfasis en un carácter concreto. Sadie es la hija de una cocinera de la adinerada familia Alderson. Esta, mientras les sirve durante una comida, se rebela cuando Michael (Franchot Tone), el hijo de los Alderson, que acaba de regresar después de estudiar derecho y que va camino de convertirse en un prestigioso profesional, menosprecia delante de todos a su novio Tommy (Gene Raymond). Sadie escucha cómo dudan de su honradez como trabajador en la empresa familiar, además ha sido recientemente despedido. Antes de este incidente, sin embargo, hemos sido testigos de la complicidad existente desde la infancia entre Michael y Sadie, que vuelve a renacer cuando se reencuentran después de unos años.

No obstante, Sadie dolida por cómo han dudado del hombre que ama, y que en concreto haya sido atacado con frialdad por su amigo de la infancia, toma una decisión: huye con Tommy a Nueva York para buscarse la vida allí y casarse. Pero las cosas no salen como Sadie espera. Su novio la abandona en cuanto le sale la oportunidad de trabajar como cantante con una artista de variedades que conoce en la pensión donde se hospedan la primera noche. Sin embargo, Sadie decide no regresar a casa, y gracias a una nueva amiga, consigue un trabajo como bailarina en un club nocturno. A los pocos días conoce a Brennan (Edward Arnold), un millonario alcohólico, que se queda prendado de ella y que además, casualmente, tiene como abogado a Michael.

Así iremos conociendo las vicisitudes de Sadie con los tres hombres de su vida: Tommy, Brennan y Michael. Y como ella no se amilana para hacer lo que realmente piensa, para ser independiente en sus decisiones y equivocarse o acertar. Al final, lo que tiene claro es que hay que salir adelante en la vida, así como ser absolutamente sincera con sus sentimientos, aunque no sea fácil.

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Diccionario cinematográfico (234). Melopeas

Las melopeas es, en tono coloquial, como se nombran las borracheras o los estados de embriaguez… En el cine se han representado desde sus inicios las distintas borracheras de sus protagonistas. Y estas tienen una doble mirada: o desencadenan la tragedia o la comedia.

El millonario de borrachera con Charlot en Luces de la ciudad.

Melopeas de comedia. Charlot sabía muy bien hacer de borracho; de hecho uno de sus cortos, Charlot a la una de la madrugada, es una pantomima pura y dura sobre un hombre en plena melopea. El personaje de Chaplin regresa a casa después de una juerga nocturna con una borrachera considerable encima, y, claro, todos los objetos de la casa se le vuelven en contra. Pero en Luces de la ciudad parte de sus gags cómicos vienen de un personaje que no es Charlot, un millonario borracho (Harry Myers). Cuando está bebido, siente amor y amistad por el pequeño vagabundo, pero cuando está sereno no recuerda absolutamente nada y se convierte en un hombre de lo más estirado.

Muchas comedias basan algunos de sus gags en las melopeas de sus personajes principales. Por ejemplo, no hay borrachera más glamurosa y romántica que la que protagonizan James Stewart y Katharine Hepburn, dos personas no muy acostumbradas al alcohol, en Historias de Filadelfia. O Preston Sturges, que parte de una borrachera de su personaje principal para desarrollar la loca trama de El milagro de Morgan Creek, una comedia divertidísima. En ella una joven de un pueblo, después de una noche de juerga con varios soldados que se hospedan en la aldea, amanece sola sin acordarse de nada, con un anillo de casada, y poco después, embarazada.

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Ciclo Gus Van Sant (I). No te preocupes, no llegará lejos a pie (Don’t worry, he won’t get far on foot, 2018)

No te preocupes, no llegará lejos a pie

John Callahan y Donnie, dos hombres tratando de no caer en No te preocupes, no llegarás a pie

El hombre del pelo rojo en silla de ruedas que hace caricaturas irreverentes, voz de la contracultura en Portland, John Callahan… Él es la figura sobre la que gira No te preocupes, no llegará lejos a pie de Gus Van Sant, frase de una de sus viñetas, donde dos vaqueros se encuentran una silla de ruedas vacía y uno de ellos suelta la frase en cuestión. La película se mueve en el universo reconocido del director: personaje al margen, Portland, adicciones, homosexualidad, la búsqueda de la madre, lo creativo… y, finalmente, un optimismo hacia el ser humano, con sus luces y todas las sombras que arrastra.

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El ferroviario (Il ferroviere, 1956) de Pietro Germi

El ferroviario

El cine italiano en los años 50 fue toda una explosión de talento. Pero no solo surgieron Roberto Rossellini, Vitorio de Sica, Luchino Visconti o Federico Fellini…, sino muchos otros realizadores, que bajo la influencia del neorrealismo italiano y su evolución, o fuera de él, crearon sus carreras cinematográficas, pero ahora sus nombres están más a la sombra y el acceso a su obra es algo más complejo. Uno de esos nombres fue Pietro Germi que conoció todas las fases de cómo hacer una película y que en algunas de sus obras fue el actor principal, el guionista y el director. Germi supo lo que era la pobreza, pues su familia era humilde y no lo tuvo fácil, pero trabajó desde muy niño y no descuidó tampoco su formación hasta que fue accediendo poco a poco al mundo del cine (y en múltiples oficios). Y me parece importante contar sus orígenes para poder describir la emoción y la verdad que encierra El ferroviario.

Pues precisamente la mirada que predomina en El ferroviario es la de un niño, Sandro Marcocci (Edoardo Nevola), que ve cómo su familia de clase media baja va desestructurándose de una Navidad a otra (transcurre un año) bajo la fuerte y demoledora influencia de su padre, Andrea Marcocci (Pietro Germi). Cómo su familia va cayendo de desgracia en desgracia a un pozo que parece que no tiene final. El ferroviario es un triste y emocionante cuento de Navidad. Y Germi sabe de lo que habla: es absolutamente creíble en su personaje de Andrea, y convence en la forma que cuenta esta historia así como su mano en el guion. Es como si Germi rescatara ese niño que tiene dentro, que vivió en una familia pobre, y proyectara su mirada…

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Whisky a gogó (Whisky Galore, 1949) de Alexander MacKendrick

Inauguro también alegremente la temporada en el cine Doré, Filmoteca Española, con una proyección dentro del ciclo Tiempo de comedia.

Whisky a go-go

Whisky a gogó es el primer largometraje de ficción de Alexander MacKendrick en los Estudios Ealing y forma parte de ese tipo de comedia elegante, inteligente, sutil, satírica y, a veces, teñida con pinceladas negras que se daría en dicha compañía después de la Segunda Guerra Mundial. De esas comedias que no quitan la sonrisa de la boca. Y con este largometraje empezaría la andadura de un perfeccionista de carrera breve pero con títulos mayúsculos, MacKendrick, que al no encontrar la libertad artística que deseaba durante su carrera (sobre todo cuando regresó de nuevo a EEUU), prefirió terminar dedicándose a la enseñanza de cine.

El argumento de Whisky a gogó parte de una premisa sencilla: en una pequeña isla escocesa sus habitantes, sobre todo los hombres, están deprimidos y con tristeza perpetua, no solo por los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, sino porque una de las consecuencias es que no llega whisky a la isla. Esa bebida, de tradición gaélica y con muchos ritos a su alrededor… casi sagrada, es su elixir de la vida. Sin embargo, el día a día continúa: con sus peticiones de mano, sus reuniones, su trabajo en el mar… Entonces un barco naufraga, el Cabinet Minister, y su tripulación abandona dicho barco antes de que se hunda, pero antes informa a uno de los habitantes de su carga: 50.000 cajas de whisky.

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Antes del código Hays. Pack de cinco películas pre code de la RKO

Pre code RKO

Antes de que entrara en vigor el código Hays o el código de censura en 1934 (su redacción fue en 1930), Hollywood mantuvo un combate férreo entre seguir las medidas de la censura o continuar rodando libremente: sin necesidad de ser políticamente correctos o mostrando un abanico amplio de dilemas morales, sociales, políticos… Así durante este periodo, conocido como pre code, se rodaron películas que reflejaban que todavía el sexo y la dropodependencia no eran temas tabú o que una escena violenta o un desnudo podía enseñarse en la pantalla blanca. Además era un periodo fructífero y experimental en Hollywood: acababa de llegar el cine sonoro y por lo tanto el lenguaje cinematográfico y la puesta en escena estaba en pleno proceso de evolución hacia una nueva época, que dejaba atrás la perfección alcanzada con el cine silente. La incorporación del sonido ampliaba las posibilidades para el séptimo arte, pero también abría un periodo de adaptación y de aprendizaje de las oportunidades que ofrecían el sonido y la imagen juntos. Por otra parte, el público tenía hambre de cine, un hambre que aumentó ostensiblemente con el crack del 29. El cine era una posibilidad de ocio, que no era muy cara y que el público, de momento, se podía permitir… y permitía que ese mismo público pudiera evadirse en la sala de cine de la oscura y aciaga realidad o, por otra parte, sentirse reflejado e identificado y crear otros héroes anónimos o ánimos para la lucha.

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