Hambre de cine clásico. De la Ida Lupino más oscura al Frank Borzage más romántico

Les girls

Kay Kendall, todo un divertido descubrimiento en Les girls

Sí, confieso. Me he pegado últimamente un atracón de cine clásico. Y no puedo más que regocijarme de gozo. Así que he decidido emprender un viaje y compartir los secretos, las pinceladas y la algarabía por los momentos descubiertos. Diez van a ser las paradas.

Primera parada. El autoestopista (The Hitch-Hiker, 1953) de Ida Lupino

Puro cine negro de serie B, Ida Lupino se convierte en una realizadora que imprime carácter y ritmo a la película. Una road movie que atrapa y que no deja respiro al espectador. Así la actriz-directora deja un retrato inquietante de un asesino, pero también descubre su vulnerabilidad y puntos débiles. Aunque este personaje no dejará ni un momento de paz para los dos amigos a los que secuestra. El fin de semana de diversión y fuga se convierte en una pesadilla. Y los tres van arrastrando una relación cada vez más insana y violenta. No falta el actor fetiche de Lupino, Edmond O’Brien.

Segunda parada. Las Girls (Les Girls, 1957) de George Cukor

Las Girls es un musical de Cukor gozoso por varios motivos. Primero su forma de contar una historia. Una misma historia desde tres puntos de vista diferentes. Algo así como un Rashomon musical y frívolo. Y segundo por reconocer el brillo de una bella comediante que se fue demasiado pronto: Kay Kendall. Sus momentos etílicos son de lo mejor de la función. Por otra parte, un París bohemio de decorado en el que dan ganas vivir un rato.

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Ciudad de conquista (City for Conquest, 1940) de Anatole Litvak

Ciudad de conquista

Un sin hogar (Frank Craven) se convierte en el narrador omnisciente de Ciudad de conquista. Es él quien nos presenta el caos de una gran ciudad como Nueva York para terminar centrándose en pequeñas historias que se desarrollan en sus calles. El sin hogar nos lleva de la mano para que conozcamos la infancia de los protagonistas, y cómo la ciudad marca sus vidas. Este personaje desemboca en un barrio humilde y bullicioso… y nos presenta a los personajes, como niños: Googi, un niño superviviente que tiene hambre y se busca la vida en las calles; Peggy, una niña que tiene claras sus aspiraciones: llegar a ser una gran bailarina; Danny, un niño noble, que ama su barrio, sus amigos y que quiere y protege a Peggy incondicionalmente, sin excesivas aspiraciones, pero que sabe defenderse cuando es necesario; y su hermano Eddie, que desde pequeño trata de formarse para ser un buen músico… Y de pronto una larga elipsis y ya todos los niños son adultos jóvenes. Ahí empiezan sus historias en la ciudad y, de vez en cuando, retomaremos el rostro del sin hogar, ese narrador que siempre está presente, como testigo anónimo… hasta el final, en que todos vuelven a ser engullidos por las calles… pero ya hemos conocido y vivido su historia.

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El cielo y tú (And this, and heaven too) de Anatole Litvak

elcieloytu

El título en castellano fue lo primero que me llamó la atención de esta película, El cielo y tú, y después la pareja protagonista (única vez que trabajaron juntos), Bette Davis y Charles Boyer y, por último, el director de este drama romántico con ambientación histórica, Anatole Litvak. Y después vino el disfrute.

El cielo y tú es una larga crónica de un amor imposible en un lejano siglo XIX, en concreto, en Francia en los momentos previos y agitados de la instauración de la Segunda República antes de la abdicación del rey Luis Felipe I de Francia. Esta historia de amor imposible tiene dos protagonistas que nunca verán la culminación de su amor por las circunstancias que les rodean: una institutriz solitaria y un duque infeliz.

Este amor es narrado por una institutriz marcada por su historia pasada y que trata de empezar una nueva vida en EE UU. Así se dispone a dar su primera clase de francés a unas alumnas que no la reciben precisamente bien… Entonces la protagonista les pide que le escuchen y comienza a contar su historia. Y esa crónica supone un enorme flashback que nos conduce a la institutriz cuando va a buscarse la vida en París y entra en el hogar de los duques Praslin. Ya desde el primer momento un anciano sirviente le advierte que no es la mejor casa para entrar a trabajar voluntariamente. Desde el primer momento se nota la tensión existente entre el matrimonio y la falta de cariño, sobre todo materno, que tienen sus cuatro hijos (tres niñas y el pequeño).

Así la institutriz firma su destino y cambia el ambiente de la casa. Sus clases y actividades se convierten en un refugio no solo para los niños (los niños son los que protagonizan los momentos más edulcorados o quizá los momentos que peor han envejecido porque ningún niño se comporta ahora como los de la película –así como las escenas de las niñas americanas– pero sí quería destacar a la más natural y buena actriz infantil Virginia Weidler) sino también para el duque. Ambos crean una complicidad de miradas y gestos… y construyen una historia de amor imposible. Un amor en el que nunca pueden expresar sus sentimientos, ni siquiera decirse que se aman. Y para esa historia sutil, íntima y emocionante están las interpretaciones de una Bette Davis delicada y un Charles Boyer elegante y misterioso. El mayor obstáculo de ese amor es la duquesa que está poseída por unos celos enfermizos y una personalidad emocional inestable que impide un atisbo de esperanza en el futuro. La duquesa no para hasta que consigue no solo la expulsión de la institutriz sino que genera una corriente de rumores falsos alrededor de una pareja que nunca culminará su amor. Desde el exterior, la nobleza, la iglesia y un pueblo descontento juzgarán irracionalmente a los amantes silenciosos. Y ese amor sin salida derivará en un final trágico para los tres implicados.

El director Anatole Litvak dirige este drama con elegancia y con decisiones de puesta en escena originales y sutiles para dar siempre el punto de vista de la protagonista. Movimientos de cámara a través de las ventanas o siguiendo a la protagonista por las escaleras. El cielo y tú tiene un cuidado excesivo en las ambientaciones, en los espacios y vestuarios. Y por último unos diálogos magistrales sobre ese amor que no se puede expresar. Así como simbolismos hermosos como esa bola de cristal con una casa y la nieve cayendo que es la mejor manera que tienen ambos de expresar sus sentimientos en silencio.

Pero si algo retiene al espectador son las increíbles interpretaciones y magnetismo de los protagonistas principales y secundarios. Bette Davis crea una de esas institutrices de película, su personaje y vivencias tiene ciertas similitudes de fondo con Jane Eyre (institutriz atraída por un noble en una casa hostil). Una Davis contenida que emplea sus ojos y mirada para expresar mil y un sentimientos. Charles Boyer logra un duque elegante, triste y atormentado que encuentra momentos de fugaz alegría y paz junto a la institutriz y sus hijos. Barbara O’Neil (la recordada madre de Scarlatta O’Hara en Lo que el viento se llevó) como duquesa celosa con los nervios rotos deja una composición estremecedora. O también Harry Davenport, un secundario (el doctor de Lo que el viento se llevó) que como viejo sirviente se convierte en roba escenas.

El cielo y tú es de esos dramas románticos que hacen que, como los protagonistas y su bola de cristal y nieve, el espectador durante un tiempo se centre en la pantalla de cine y olvide todo lo que le rodea.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Cóctel de películas variadas

El gran McGinty (The great McGinty, 1940) de Preston Sturges

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No hace mucho disfruté de la segunda película de Preston Sturges como director, Navidades en julio. Y hace menos tuve en mis manos el dvd de su primera vez como director El gran McGinty y de nuevo ha sido otra sorpresa esplendorosa. Por su tremendísima actualidad. Esta ópera prima, donde Sturges es un guionista que se convierte en director, deberían verla todos los políticos inmersos en tramas de corrupción. Porque Sturges no tiene pelos en la lengua aunque al final se encariñe de sus personajes (porque no les quita un ápice de humanidad). Viajamos a un local perdido de las Bahamas, un tugurio. Ahí coinciden en una barra un camarero que dice que fue gobernador de un Estado y un empleado de banca desesperado que también ha terminado con sus huesos ahí por un fallo cometido. Sturges les presenta como uno que nunca fue recto en su vida hasta que tuvo un momento de lucidez y al otro como uno que siempre llevó una vida recta hasta que falló sólo una vez.

Y la película es un flashback del camarero contando al empleado de banco desesperado su carrera política. El bueno de McGinty (un grandullón y efectivo Brian Donlevy) era un sin hogar de la Depresión. De pronto le sale la oportunidad de colaborar en un fraude electoral para la elección del alcalde (auspiciado por el mafioso local)… y lo hace muy bien. Así empieza su carrera política trepidante… hasta llegar a gobernador para lo cual incluso protagonizará un matrimonio de conveniencia. Y ahí es donde nos encontramos la debilidad de McGinty, los buenos sentimientos de su señora esposa hacen mella en él… Y llega un momento en que quiere actuar por sí solo como político y realmente ejercer haciendo lo mejor para los ciudadanos. Misión imposible y fallida… que le lleva con su mafioso a un tugurio dejando los ideales para otros. Ante la historia de ‘un caradura’ sincero la chica de mala vida preocupada por el ‘buen’ empleado le anima a que arregle las cosas y regrese de nuevo…

Los años no han pasado por esta película… tremendamente actual.

Anastasia (Anastasia, 1956) de Anatole Litvak

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La elegancia de un director se deja ver en una sola escena. Y eso es lo que le ocurre a Anatole Litvak en Anastasia. Por encima del glamour que supone la vuelta de una Ingrid Bergman a Hollywood representando a una mujer sin identidad y que trata de recuperarla (ella es Anastasia, ¿o no?). O de dejarse llevar por el magnetismo animal y la sensualidad de un Yul Brynner que ocupa toda la pantalla (¡cómo me gusta!). Así como disfrutar de las viejas glorias como Helen Hayes mostrándose como gran señora y actriz… Por encima de todo ese reparto y una historia atrayente (con sus dosis de misterio, ambigüedad, romanticismo, zares rusos, revoluciones y finales precipitados), nos encontramos con la puesta en escena especial de un director a reivindicar, Anatole Litvak (y del que me queda mucho por descubrir).

La escena es la de una habitación majestuosa con dos puertas abiertas frente a frente. Detrás de cada una de esas puertas hay un personaje diferente: en una el ambiguo Yul Brynner (¿un noble desencantado y aprovechado o un hombre enamorado? y en la otra la etérea Ingrid Bergman (¿verdadera Anastasia, mujer sin memoria, o estafadora?). Ella ha subido de una cita (impuesta por el maestro de ceremonias y estafa, Yul) algo bebida. Les oímos a los dos hablar y sólo escuchamos sus voces, la cámara está todo el rato en la habitación vacía. Sin embargo sentimos la tensión sexual que recorre el cuarto y la preocupación de ambos. De pronto ella deja de hablar, entendemos que se ha dormido. Y sólo entonces Yul sale de su cuarto, cruza la habitación y entra en el dormitorio de Ingrid para taparla… y quizá también contemplarla.

Tierras de penumbra (Shadowlands, 1993) de Richard Attenborough

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… Richard Attenborough se basó en las reflexiones que vertió C. S. Lewis en el libro Una pena en observación (que no he leído y ganas me han quedado) tras la muerte de su esposa y amor, Joy Gresham. Así el director deja tras de sí una película que reflexiona sobre el amor tardío, el dolor, la soledad, la enfermedad terminal, la muerte y lo que supone la ausencia del ser querido (en una escena contenida y magistral entre C.S. Lewis y el hijo pequeño de su amada).

No sólo nos dejamos llevar por las interpretaciones de Anthony Hopkins y Debra Winger sino que algunas frases que se pronuncian se quedan para siempre en la memoria. En este caso, entre tierras de penumbra, atesoro una frase que le dice un alumno a C.S. Lewis: “Leemos para saber que no estamos solos”. Y ya solo por esa frase la película merece la pena ser vista por lo menos una vez en la vida.

Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) de Nure Bilge Ceylan

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El otro día viajé al cine turco y me llevé una sorpresa enorme con Nure Bilge Ceylan (del cuál sólo había visto Lejano, película que en su momento me costó digerir). La película se encuentra ahora en las salas de cine, Érase una vez en Anatolia e impone su propio ritmo al espectador. Si te dejas llevar el viaje merece la pena. Lo que en un principio tiene estructura de thriller y road movie extraña: vamos entendiendo qué es lo que hacen tres coches por las carreteras de Anatolia (buscar un cadáver), termina convirtiéndose en un viaje de humanidad. Y lo que se nos presenta es un grupo humano variopinto: dos detenidos, los policías, los militares, los conductores, el médico forense y el fiscal…

Y vamos con ellos en este viaje nocturno en busca de un cuerpo y asistimos a las conversaciones y miradas que tienen entre ellos. Y poco a poco vamos adentrándonos en distintas historias y vamos construyéndolas. Unos van cediendo protagonismo a otros a lo largo de la búsqueda, con una cotidianeidad que impregna todo, que hace que este grupo de hombres hagan su trabajo y choquen con la burocracia más rancia y la humanidad más profunda. En una parada a cenar, en casa del alcalde de la localidad, se quedan en un momento sin luz. Y surge un momento casi mágico, donde una bella joven con un quinquel que ofrece té, se convierte en una aparición y no será la única. Asistimos durante más de tres horas a un viaje con final: la búsqueda del cuerpo, la parada en casa del alcalde, la confesión, el encuentro del cuerpo, el camino hasta el hospital donde se le hará la autopsia… y la vida sigue. Pero mientras hemos conocido un poco más el mundo de cada uno de los hombres que protagonizan esta historia, hemos transitado en sus secretos y silencios. Y también hemos conocido a las mujeres ausentes.

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