Diccionario cinematográfico (233). Gafas II

Las gafas de Extraños en un tren.

Hace muchos años realicé la primera parte. Ahí hablaba de las gafas de Harold Lloyd (¿sería el mismo sin ellas?), de las de Clark Kent antes de convertirse en Superman o las de Lolita en forma de corazón. Y es que hay gafas icónicas. ¿Identificaríamos a Harry Potter sin ellas? Sin duda, son un objeto totalmente cinematográfico.

Cuando da clases como un tímido y apocado profesor de universidad, Indiana Jones se pone unas gafas redondas. O el álter ego de Woody Allen al igual que él las lleva en todas sus películas, faltaría algo si no las tuviese.

Alfred Hitchcock rueda uno de sus asesinatos más tremendos a través del cristal de unas gafas de la víctima en el suelo en Extraños en un tren. O en Impacto criminal de Richard Fleischer, estas se convierten en todo un símbolo, en un detonante y en una duda durante un juicio.

¿Veríamos a Audrey Hepburn igual sin sus gafas de sol chic en Desayuno con diamantes o en Dos en la carretera?¿Hubiesen sido tan icónicos los protagonistas de Reservoir dogs sin ellas?

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Tuya para siempre (Merrily we go to hell, 1932) de Dorothy Arzner

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Así lo dice Jerry Corbett (Fredric March), periodista y dramaturgo, “… nos iremos alegremente al infierno” (maravilloso título original de la película) y así, al pie de la letra, sigue este dicho su esposa Joan Prentice (Sylvia Sidney) porque como le confiesa en una de sus discusiones: “Prefiero ir alegremente al infierno contigo, que ir sola”. Y de nuevo Dorothy Arzner ofrece una película de apariencia ligera pero extremadamente compleja sobre las relaciones amorosas y la institución del matrimonio. Así la historia de amor entre Jerry Corbett y Joan Prentice no será un camino de rosas… sino algo más real, un camino que conduce alegremente al infierno.

Y para ello la directora trabaja con dos personajes atractivos y muy bien interpretados y construidos además de ayudarse de unos diálogos que no pasan desapercibidos. Tuya para siempre es una gozada por varios elementos que aportan a la película de una personalidad interesante. Además cuenta de nuevo con una firma de la directora y es el gran uso del primer plano (no solo a nivel estético sino también narrativo) y en concreto de los primeros planos de sus protagonistas femeninas. Esta vez le toca el turno a una bellísima Sylvia Sidney que construye un personaje frágil y fuerte a la vez que ama incondicionalmente, desde que le conoce, a Jerry pero que se sumerge en una relación que no es nada fácil. Su rostro presenta en segundos matices, emociones y sentimientos contradictorios. A través de la mirada, la sonrisa o la forma de empolvarse la nariz…

Si Sylvia Sidney está perfecta como Joan, no menos brillante se muestra Fredric March, un actor que trabajó en varias películas de la directora (fue una de las primeras que confió en March como protagonista). También consigue construir a un Jerry irresponsable pero con dosis de encanto y muestra ya la versatilidad de un actor que seguiría interpretando a buenos personajes durante décadas.

Por otra parte es una película realizada antes de la creación e implantación del código Hays, una película de ese periodo tan rico e interesante llamado pre-code, lo que permite una mirada especialmente realista y moderna a varios temas, entre ellos, la institución del matrimonio o un tratamiento natural y sin juicio moral del alcoholismo. Porque el alcohol en la vida de Jerry y de sus amigos es un centro neurálgico importante. Jerry se siente feliz y seguro entre copas y la barra de un bar es su mejor centro de reunión, su felicidad. Una fiesta sin alcohol no es fiesta. Jerry, bohemio, parlanchín, despreocupado… oculta tras el alcohol su miedo al fracaso sentimental y laboral, su miedo a la toma de responsabilidades en la vida, el dolor que le causa que le rompan el corazón (como, por ejemplo, su exnovia, una actriz que aparecerá de nuevo en su vida con consecuencias nefastas para su matrimonio…). Precisamente así conoce a Joan en una fiesta, totalmente bebido. De hecho cuando ella se despide ilusionada, él ni siquiera logra enfocarla ni reconocerla.

El alcohol es un problema más en su vida conyugal. Un problema que conduce a la destrucción. Pero hay más. A Jerry le cuesta responsabilizarse, es casi un niño grande, extremadamente difícil vivir con él pero a la vez encantador. Así cuando vuelve a aparecer su exnovia en su vida, no puede evitar irse tras ella y beber más todavía… En otra escena clave, Jerry le pide a Joan que cierre la puerta de su hogar, que le impida ir al encuentro de la amante. Joan enfadada abre la puerta y le espeta que ella no es ninguna carcelera. Pero Joan decide apostar por Jerry, aunque la duela que nunca le diga un te quiero (solo un continuo adjetivo que termina enfermándola, su marido no deja de decirle, desde que la conoce, que es fantástica) o continuamente la relegue a un segundo plan. Así Joan le propone que van a ser un matrimonio moderno. Él hará su vida, y ella la suya… y alegremente irán al infierno. De esta manera Joan regala otra frase genial con sus amigos de fiesta y borrachera: “Caballeros, les presento el sagrado matrimonio, estilo moderno. Vidas separadas, camas mellizas y antidepresivos por la mañana”. Pero llegará un momento, y por un hecho concreto, que esta situación se haga insostenible para la protagonista. De esta manera realiza, a una amiga de Jerry, una confesión amarga: “¿Recuerdas que una vez me dijiste que me fuera a tiempo? ¿Que te rebajas más por amar a alguien que por odiarle?”. Y cerrará la puerta del hogar conyugal… pero saliendo por ella. Cuando esa puerta se cierra, un Jerry ebrio empieza a reflexionar.

Por último hay un tercer obstáculo, que también es tratado en más de una película de la directora, ambos pertenecen a clases sociales diferentes. Mientras Jerry desempeña una profesión liberal (es periodista pero su deseo es ser un dramaturgo de éxito) y forma parte de una clase media que soporta la crisis… “alegremente”, Joan es hija de un prestigioso empresario y vive, cuando conoce a Jerry, en un mundo de lujo con un padre que la ama y la protege en exceso (hasta el final). De hecho el padre nunca ve con buenos ojos a Jerry, tanto por su posición social como por su alcoholismo (es el único personaje de la película que con su comportamiento y actitud, juzga).

Pero aún se esconden más motivos para descubrir esta película y es centrarnos en sus brillantes personajes secundarios (desde su mejor amigo hasta su amante), con frases y comportamientos que enriquecen los matices de una película aparentemente ligera (vuelvo a repetirme), para encontrarnos además con una de las primeras apariciones de un jovencísimo Cary Grant, como uno de los acompañantes de Joan, en su aventura de esposa moderna. La película es todo un melodrama pero regada continuamente con toques de humor e ironía, así en la emotiva (e importante) escena de la boda, Jerry le pone a su esposa un anillo ‘muy especial’ para salir del aprieto de uno de sus muchos olvidos…

Así Tuya para siempre se convierte también en otro buen hallazgo de la carrera cinematográfica de la pionera Dorothy Arzner.

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Murmullos en la ciudad (People will talk, 1951) de Joseph L. Mankiewicz

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Hay películas que te atrapan por un personaje y por algunas de las escenas que se vierten en ella. Y eso es lo que me ha pasado con Murmullos en la ciudad, una de las películas más desconocidas de Joseph L. Mankiewicz (director y muchas veces guionista de sus propias películas). No es redonda pero tiene muchos puntos de interés. Puede ser una de esas películas a las que llamo película-medicina.

El protagonista de esta sencilla historia es un doctor, el doctor Noah Praetorius (Cary Grant) que le interesa no sólo curar la enfermedad a través de la ciencia sino tratar a las personas enfermas en su totalidad. Indagar en lo que les pasa por dentro. Entender sus vidas. Y sobre todo tratarlos desde la cercanía. Escucharlos. Ser tremendamente humano. Como dice, sus pacientes están enfermos no son reclusos (al referirse al trato que reciben en los hospitales)… Pero no es Noah Praetorius el personaje que centró mi atención. Noah tiene el rostro de un Cary Grant que no pierde nunca el tipo ni se despeina un pelo… Como dice su amada (Jeanne Crain) es un “pomposo sabelotodo” pero desde el principio nos cae simpático porque transmite muy buen rollo. Es de esas personas que conoces y sabes que te vas a sentir seguro o segura a su lado.

No, el personaje que me tiene subyugada desde el principio es el silencioso, enigmático y extraño señor Shunderson (interpretado por un maravilloso Finlay Currie). El señor Shunderson no se despega ni un minuto del doctor Noah. Y al doctor le agrada su compañía. Todos piensan que es una especie de mayordomo o asistente. Pero el doctor Noah siempre insiste en que es su amigo. El señor Shunderson recibe el mote de El murciélago porque es siniestro pero a la vez inspira una infinita ternura. En un momento de la película calma a un perro malhumorado llamado Belcebú y ya el perro no se separa de él. En un momento Noah le pregunta por el perro y él dice que sólo es un perro que tiene miedo y se siente solo… a lo que Noah contesta que eso es lo que le pasa a la mayoría de la humanidad… Todos sabemos que el señor Shunderson sería capaz de todo por el doctor Noah y que siempre le va a ser fiel. Pero ¿por qué? Esa es una de las incógnitas de la película.

Y es que en Murmullos en la ciudad sus personajes hablan. Nos cuentan cosas. Y de todos los personajes construimos su vida… Y ahí está el espectador al acecho. Si a Mankiewicz no le sale redonda es porque no queda muy claro qué es lo que nos quiere contar. Y creo que esto le pasa porque se va enamorando de cada uno de sus personajes (y de sus historias) y no quiere abandonarlos. ¿Es la historia de amor entre el doctor Noah y su paciente suicida Deborah? ¿Es la historia del doctor Noah y su relación con los pacientes, las enfermeras, los estudiantes, sus compañeros de profesión? ¿O nos quiere contar cómo el trabajo bien hecho puede causar envidias y generar investigaciones injustas para desacreditar a una persona? Porque ésa es la otra trama. La del frío, gris y desalmado profesor Rodney Elwell (con otro secundario de oro, Hume Cronyn) al que le corroe la envidia y se dedica a investigar el pasado del doctor Noah y de paso de su extraño acompañante, Shunderson, para lograr desacreditarle en la Universidad. Al final consigue que el doctor Noah tenga que pasar ante una especie de juicio ante el decano y demás profesores…

No hay una trama principal y otras subhistorias que la enriquecen sino varias tramas principales… pero sin embargo esto no impide que haya momentos mágicos, diálogos para no olvidar y personajes para llevarlos a tu lado.

Mismamente la presentación del doctor Noah y su ayudante (así como de la futura enamorada) en una clase de anatomía. El doctor destapa a un cadáver desnudo de una mujer joven y bonita. Y les dice a los alumnos que diseccionarán durante varios días su cuerpo, sus órganos y aprenderán ciencia. Pero que no olviden que antes de ser cadáver había una joven con sus sueños, una mujer que amaba apasionadamente o que odiaba, alguien con miedos, con alegrías y penas… y que ahora nada de ello queda. Y mientras al lado de un esqueleto, impávido, el señor Shunderson. Me cae bien el doctor Noah porque habla de la vida y de la muerte de forma humana y cercana. Así también tiene un diálogo brillante con una anciana que espera la muerte. Y se la describe de tal manera, que la anciana que en un principio está muy asustada, le dice que le hace pensar que la muerte puede ser un momento plácido… Y pensamos que eso es lo que va a intentar el doctor, que tenga una muerte digna.

Quizá la historia de amor no esté de la mejor manera planteada como tampoco el pasado del doctor Noah pero eso no impide que haya buenos momentos cotidianos. Cómo cuando Deborah enseña la vaquería al doctor Noah… y termina siendo una escena de puro romanticismo. O que el momento del ‘juicio’ del doctor sea brillante por la actuación de cada uno de los personajes principales y secundarios.

Murmullos en la ciudad es de esas películas que plantean temas que te hacen pensar bastante después de verlas. Es de esas películas que no son redondas pero que sabes que no te importaría volver a verlas… porque hay buenos diálogos y buenos personajes a los que tratan con cariño (incluso al malvado profesor que en su derrota protagoniza una hermosa escena de soledad). Y sobre todo mucha humanidad…

Joseph L. Mankiewicz la hizo entre medias de Eva al desnudo y Operación Cicerón. Y en un momento delicado de su vida profesional. Es como si quisiera hacer un paréntesis. Le apetecía contar una historia amable pero a la vez denunciar, con elegancia, los males y los daños que estaba provocando entre los compañeros la Caza de Brujas. Cómo se estaban viviendo situaciones parecidas a las que vive el doctor Noah porque un compañero con envidias inicia una investigación injusta sobre su pasado…

Murmullos en la ciudad no es la película más brillante de Mankiewicz pero sí tiene mucho que decir y se la puede analizar y diseccionar para que surjan sorpresas varias. Y sobre todo tiene un personaje inolvidable, el señor Shunderson con su perro Belcebú.

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