Ciudad en sombras (Dark city, 1950) de William Dieterle

Ciudad en sombras

William Dieterle es de esos hombres que nació con el cine y tocó todos los caminos hasta llegar a la dirección, un pionero. Fue de aquellos que emigraron de Europa (en concreto de Alemania, era judío) a Hollywood, aprovechando ese periodo en que se hacían versiones de películas sonoras, según el idioma (cuando todavía no existía ni el doblaje ni los subtítulos). Dieterle es un director en el sistema de estudios, que trabajó muchos géneros. Bucear por su filmografía permite encontrar todo tipo de sorpresas: desde una película como Blockade (1938), que transcurre ni más ni menos que en la Guerra Civil española, con Henry Fonda y Madeleine Carroll, a una de las películas más delirantemente románticas en Hollywood como Jennie (1948). O responder a Roberto Rossellini con su Stromboli e Ingrid Bergman…, con la misma Anna Magnani en Vulcano (1950). Y ese mismo año dirige también la interesante Ciudad en sombras. Una película con aires de cine negro, gotas de suspense y asesino en serie, con hilos de redención y melodrama. Además de ser el primer papel protagonista de Charlton Heston en Hollywood.

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Una de las constantes de la obra cinematográfica de Welles (y una de sus tragedias) es que salvo contadas ocasiones sus películas no pudo llevarlas a cabo tal como él quería por distintos motivos (no conseguir los medios económicos suficientes para ponerlas en pie o hacerlas tal y como estaban en su cabeza o imposiciones drásticas de los estudios). Lo conseguido en Ciudadano Kane (la absoluta libertad de creación) se convirtió en un triste espejismo para un creador peculiar… que siguió el rastro de aquellos cineastas malditos fuera de los circuitos del cine clásico y el sistema de estudios, aquellos como, por ejemplo, Erich von Stroheim.

La obra de Orson Welles sigue siendo de extremos. Alabado como un genio o menospreciado. Su obra sigue creando pasiones y odios. Lo cierto es que tan interesante es él como personaje histórico (su vida es una película que no acaba) que es una auténtica gozada analizar cada una de sus obras para entender por qué era un cineasta especial (y un actor con un carisma que le hacía diferente). Y es que sin duda poseía una mirada y un universo visual que vomitaba en cada una de sus películas.

Ya estaba empezando a rodar su obra en otros países, fuera de EEUU, cuando tuvo la oportunidad de volver al sistema de estudios en la Universal tanto como actor como director y guionista (parece ser que Heston, una de las estrellas del momento, al enterarse de la presencia de Welles en la película dio por sentado también que sería el director y el estudio así lo hizo). La película era Sed de mal, el argumento partía de una novela de Whit Masterson (seudónimo de dos novelistas que escribían algunas obras literarias juntos). Un título interesante para estudiar el cine negro como género y su evolución. Si Welles pensó que volvería con toda la gloria, le hicieron ver que regresaba con toda la pena (ya había empezado a rodar en Europa). El estudio no quedó nada contento con el resultado y manipularon la obra del creador (cortaron, modificaron, añadieron otras escenas sin el visto bueno de Welles) además de no realizar un estreno a lo grande sino como una más, del montón, como de segunda categoría. Orson Welles, cuando vio el desaguisado, escribió unas notas en las que pedía que no se destrozara su película y en la que explicaba cómo tenía que ser. Como este documento no se había perdido en 1998 se realizó una versión aproximada de lo que hubiese querido Welles (y ese es el dvd que se ha visionado para este post).

¿Por qué Sed de mal puede considerarse una película distinta, distinguida y especial… independientemente de que guste o no guste? Lo primero destacar su atmósfera asfixiante, decadente y oscura que precipita a los personajes a un destino fatal desde el primer fotograma. Cine negro en vena. Y la presencia continua de la ambigüedad… Una película de frontera donde el bien y el mal se mezclan, sin saber muy bien dónde se encuentran los límites. Violencia y sexualidad, comportamientos irracionales. En esa frontera entre México y EEUU… nada es lo que parece, los héroes y los antihéroes se confunden. Todo además envuelto con ecos de tragedia shakesperiana, tono tan querido por Welles. La pianola se une con notas de jazz y melodías que traen aires nuevos de rock and roll… con un Mancini creador.

Welles es de esos cineastas con una imaginería barroca, un mundo visual recargado y una manera de filmar que no solo confiere un ritmo especial sino unas composiciones que se quedan en la retina. Planos picados, contrapicados, plano secuencia, primeros planos, muchas personas en un mismo plano, o una persona en espacio inmenso, profundidad de campo, luces y sombras… todo entra en Sed de mal.

Extrañamiento y aires de pesadilla. Sed de mal es como vivir dentro de una pesadilla, despertar de un mal sueño. Conviven en sus fotogramas el inconsciente, la irracionalidad, los comportamientos incomprensibles de los personajes: esa esposa sensual (Janet Leight como extraña heroína, cuya Susan Vargas sería el precedente de otros personajes de la actriz en Psicosis o en El mensajero del miedo) que va a la deriva, como una marioneta, y siempre acaba a manos de personas que pretenden hundirla y corromperla o ese portero extraño de noche al borde de la locura en un motel solitario. Ese grupo de jóvenes matones con pinta de rockeros que parece que tienen la premisa de sexo, drogas y alcohol cada día de su vida. Uno de esos matones que trata de asustar a Mike Vargas tirándole ácido a la cara. Esa pitonisa ¿también prostituta? del pasado (Marlene Dietrich) en un local de frontera con una pianola de fondo, que parece ser guardiana de la memoria de uno de los protagonistas.

¿Dos policías opuestos o dos policías espejo? Dos personajes potentes enfrentados: el policía corrupto y racista Hank Quinlan (Orson Welles), totalmente decadente, desencantado y desgarrado, que arrastra una cojera, un pasado que le pesa y le destroza, un alcoholismo que vuelve y unos métodos poco ortodoxos para imponer la ley en la frontera. Mike Vargas (Charlton Heston), policía héroe que lucha contra el narcotráfico, recto y honrado, que se convierte en denunciante de los métodos de Quinlan. De nuevo ambigüedad en ambos personajes. Nada es lo que parece. A Quinlan, a pesar de su decadencia nos lo pintan con un pasado en el que pudo ser un hombre diferente y en el que se explica su decadencia presente. Así como la mirada que lanzan sobre él, la pitonisa de frontera, Tanya, y su fiel compañero de profesión (un increíble Joseph Calleia). A Vargas, nos lo pintan a punto de sucumbir a un pasado parecido al de su antagonista Quinlan, le vemos al borde del extremo, sentimos la fragilidad de su rectitud. Y en ambos uno de los motivos de la caída (además de la dificultad de su trabajo, de las presiones, del día a día) puede ser el amor hacia una mujer (uno la pierde de manera horrible, el otro a punto está a punto de perderla).

Una vez que se entra en el universo de Sed de mal es imposible olvidar varios de sus momentos increíblemente filmados: el famosísimo plano secuencia que abre la película y que expone el conflicto. La fiesta salvaje y orgía involuntaria de sexo y drogas a la que someten en un aislado motel a Susan Vargas. El horrible asesinato de uno de los Grandi (familia de narcotraficantes a los que persigue Vargas) en una habitación decadente de hotel con una Susan adormilada bajo los efectos de las drogas de fondo…, el shakesperiano y trágico final de Quinlan así como su último diálogo con su compañero de hazañas (un triste y patético Calleia, el gran secundario de la película)…

Todo hace de Sed de mal una película a tener en cuenta en el rico y complejo universo de Orson Welles. Como curiosidad, el director hizo que participaran amigos actores en cameos a lo largo de la película así podemos localizar a Joseph Cotten o a Mercedes McCambridge.

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