Descubrimientos veraniegos (1). Le soldatesse (Le soldatesse, 1965) de Valerio Zurlini

Este verano viajaremos por distintos descubrimientos cinematográficos que nos hagan viajar por películas, libros, exposiciones y alguna que otra curiosidad.

Le soldatesse, una triste historia de guerra.

Hay películas inexplicablemente en el olvido y no solo eso, sino que también es difícil acceder a ellas. Eso es lo que pasa con la película italiana Le soldatesse del realizador Valerio Zurlini, poco prolífico, pero con obras extremadamente bellas y delicadas como La chica con la maleta y Crónica familiar.

Le soldatesse narra un viaje muy especial en plena Segunda Guerra Mundial. Se centra en uno de esos episodios de los que poco se habla: la invasión italiana en Grecia. Y en algo mucho más concreto, chicas griegas en situaciones extremas de supervivencia buscan salida como prostitutas para subir la moral de los soldados italianos. La película narra el viaje en camión de tres militares de distintos rangos que tienen que asegurarse de que quince prostitutas vayan llegando a los distintos destacamentos. El territorio clave de esta invasión fue Albania.

El material del que parten el director y los guionistas es la adaptación de una novela con el mismo título de un escritor y también guionista, que además fue soldado durante la Segunda Guerra Mundial, Ugo Pirro, guionista de películas como Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha y El jardín de los Finzi-Contini.

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Diccionario cinematográfico (239). Madres

Madres e hijos en el centro de 20.000 especies de abejas.

Madres idílicas, madres coraje, madres tóxicas, madres terroríficas, madres divertidas, madres valientes, madres emprendedoras, madres malas… Las madres en el cine siempre han sido un buen tema. La galería es interminable, pero merece la pena el recorrido. ¡Todos hemos tenido una madre…, y, efectivamente, madre solo hay una… y este post va por ellas! La figura de la madre ha dejado unos cuantos buenos personajes cinematográficos.

Últimamente, en la sala de cine, he visto a tres madres en el centro de tres películas que por muy distintos motivos son interesantes. Dos son el debut en el largometraje de ficción de dos directores españoles y la tercera es de una directora francesa con una filmografía que merece mucho la pena.

Por una parte, 20.000 especies de abejas de Estibaliz Urresola Solaguren, donde Ane (Patricia López Arnaiz) es madre de tres hijos y no está precisamente en su mejor momento ni profesional ni emocional. Es verano y se va con ellos a la casa materna, entre otras cosas para intentar superar la crisis existencial en la que se haya hundida. Allí se reencontrará con su madre y su tía, una criadora de abejas. Las tres son figuras maternales y con caracteres fuertes y definidos que se enfrentan a la vida y a los problemas de distinto modo. Ane está especialmente preocupada y presta atención al sufrimiento y la sensibilidad que detecta en su hijo de ocho años, que está intentando exteriorizar y que todo el mundo se dé cuenta de su identidad sexual.

También he disfrutado de la última película de Mia Hansen-Løve, Una bonita mañana. Su protagonista, Sandra (Léa Seydoux), es madre de una niña de ocho años y se enfrenta al deterioro mental y físico de su padre, un profesor de filosofía. En este duro proceso se encontrará a un amigo al que hacía tiempo que no veía, Clément (Melvil Poupaud). En la película está muy presente también la madre de Sandra, Françoise (Nicole García), con una personalidad arrolladora, que en su momento dejó a la familia que había formado para perseguir una vida que la satisfaciera.

Y, por último, Matria de Álvaro Gago Díaz, protagonizada por una mujer gallega, Ramona (María Vázquez), que ve que su precario equilibrio de madre y mujer trabajadora se resquebraja, pero trata de no romperse del todo y hacer lo que ha hecho toda la vida, salir adelante. Por una parte, pierde el trabajo que más estabilidad le aportaba y, por otra, ve cómo su joven hija no solo se está independizando, sino eligiendo una vida que no es la que ella deseaba.

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Diccionario cinematográfico (238). Maletas

Maletas de cine

Esta Semana Santa he visto una de las películas que tenía pendientes, Ali y Ava de Clio Barnard, y de ahí ha salido la inspiración para una palabra más para el diccionario: una pequeña maleta que hace Ava para pasar un fin de semana con Ali. Ava es irlandesa, Ali es paquistaní; ambos viven en Bradford. Y ambos por distintos motivos se sienten solos (ella volcada en su profesión de maestra y en cuidar a sus nietos; él, tras una tragedia, a punto de separarse de su esposa) y aman la música. Ambos cargan mucho dolor sobre sus hombros, pero no pierden la alegría.

Los dos se conocen y conectan. Los dos se dan una oportunidad y uno de los pasos que dan es pasar un fin de semana juntos. Ava hace feliz una maletita, le quita un poco de ilusión en el viaje una de sus hijas, y después espera en la estación de tren junto a esa maleta… y sus dudas se disipan cuando llega Ali corriendo con su mochila y ambos suben para hacer su particular viaje. En esta película de Barnard hay un legado, con menos crudeza y desgarro, de Ladybird, Ladybird de Ken Loach.

Las maletas son objetos muy presentes en el cine: la forma de hacerlas, lo que se mete en ellas, las que se olvidan, cómo se cierran, dónde se guardan e incluso las que son fundamentales para la trama.

Por ejemplo, una de las comedias más divertidas de Peter Bogdanovich, Qué me pasa doctor (1972), todo su enredo empieza por la confusión que se establece con varias maletas en un aeropuerto, pues ¡varios personajes tienen la misma maleta!, pero con cosas muy distintas dentro.

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Ráfaga de películas que no tuvieron un texto propio

Siempre hay una alfombra roja de películas que una va viendo y se quedan sin texto propio. En un verano que no he parado, también he sacado tiempo para ver largometrajes que me apetece confesar qué huella me han dejado. He decidido ir nombrándolas e ir destacando algo de ellas para que no caigan en olvido en mi memoria. Tal vez alguna de ellas en un futuro tenga su propio texto. Pero por si acaso, aquí va una breve presencia en el blog. No voy a seguir orden alguno, iré escribiendo sobre ellas según las vaya recordando.

Nop de Jordan Peele, con un héroe de rostro inmutable (un estupendo Daniel Kaluuya).

La primera es para recordarme que tengo que volver al ritmo habitual de pisar la sala de cine, pues además hay varias que espero no perderme próximamente. Me apetecía ver Nop de Jordan Peele, ya que no me he perdido las dos anteriores: Déjame salir y Nosotros. Pues bien en ese cine espectáculo donde hay idas de olla, fuerza visual, amor al cine, un héroe en estado de shock con rostro imperturbable (un estupendo Daniel Kaluuya), influencias de cine de terror, de western, de cine serie B, de aventuras, de ciencia ficción…, yo me lo pasé de miedo. No buscaba más, por cierto. Lo mejor para mí es lo que más controversia genera: el chimpacé Gordy.

Una de las películas que me faltaba para completar la filmografía de Ingrid Bergman era Las campanas de Santa María (Bells of St. Mary’s, 1945) de Leo McCarey. Después del éxito de Siguiendo mi camino (Going My Way, 1944), sobre las aventuras del padre padre O´Malley (Bing Crosby) en una parroquia, McCarey decide continuar sus andanzas con una secuela. Dicho padre llega a un colegio de monjas, donde la madre superiora es ni más ni menos que Bergman. Leo sabía filmar con emoción, y esta película tiene una secuencia reveladora de este arte: el ensayo de una representación navideña alrededor del portal de Belén por un grupo de pequeños alumnos, que terminan cantando el cumpleaños feliz alrededor del nacimiento.

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Centenario de Pasolini. Querido Pier Paolo (Galaxia Gutenberg, 2022) de Dacia Maraini

 

Querido Pier Paolo, un libro de cine emocionante. Pasolini en estado puro.

Pasolini que estás mis sueños, así podría titularse también el libro de Dacia Maraini. «Es tan extraño que después de todos estos años, en el sueño, siga encontrando la manera de recordarte y de verte. Sigues siendo el joven de cincuenta años que frecuenté en los años sesenta y setenta: cuerpo ágil, deportivo; cara seria, no adusta, sino pensativa; mirada soñadora; paso decidido y siempre a punto de echar a correr».

De los libros de cine más bonitos y emocionantes que he leído este año. Llevaba un tiempo que quería escribir algo sobre Pier Paolo Pasolini. Este año se celebra su centenario, pero es un realizador que no conozco en profundidad. No obstante, siempre me ha llamado la atención su personalidad y su vida. De la filmografía de este director todavía me quedan bastantes películas por ver, pero es cierto que nunca me he puesto a fondo a analizarla al igual que he hecho con la de otros creadores. Pasolini me cuesta a la vez que me atrae profundamente. Quería acercarme a él de alguna manera. Y entonces apareció este libro. Lo vi en un artículo de una revista de cine, fui a la librería días después y el flechazo fue inmediato por varios motivos.

Primero, su autora, la italiana Dacia Maraini. Tampoco he leído muchas de sus obras, tan solo una antología de cuentos, pero me entusiasmó: Amor robado. Sabía, sin embargo, porque indagué en su momento, que fue amiga de Pasolini. Segundo, porque era un libro de cartas y el género epistolar es una de mis debilidades. Maraini a sus 85 años escribe una colección de cartas al amigo ausente. Tercero, la autora se aproxima con una sensibilidad especial a Pasolini a través de los sueños y recuerdos y aporta un retrato que emociona.

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Sesiones dobles de verano (y IV). Viva el cine italiano. Señoras y señores (Signore e signori, 1966) de Pietro Germi / Huellas de pisadas en la luna (Le orme, 1975) de Luigi Bazzoni

Señoras y señores y Huellas de pisadas en la luna, dos películas a reivindicar del cine italiano. Siempre me ha interesado y enamorado el cine hecho en Italia, pero en los últimos años estoy accediendo a películas y directores que no dejan de confirmarme la riqueza de esta filmografía. Las sorpresas que me estoy llevando son continuas. En esta última sesión doble de verano propongo dos películas radicalmente distintas, pero absolutamente imprescindibles para indagar en por qué el cine italiano merece la pena ser explorado.

La última sesión doble de verano trae a dos directores que merece la pena reivindicar: Pietro Germi y Luigi Bazzoni. Uno ofrece una de esas comedias que no dejan títere con cabeza (Señoras y señores). Los italianos son brutales criticándose a sí mismos en tragicomedias donde logran la carcajada, pero también dejarte el corazón encogido. El otro obsequia con una película tremendamente innovadora y moderna, inclasificable y extraña, pero que atrapa ante la pantalla de cine (Huellas de pisadas en la luna).

Señoras y señores (Signore e signori, 1966) de Pietro Germi

Señoras y señores o la imposibilidad de la felicidad.

Señoras y señores de Pietro Germi es una película coral que se convierte en una crítica feroz de la sociedad en una pequeña ciudad italiana de los años sesenta, justo en el momento del milagro económico italiano. Los personajes se mueven por las calles y alrededores de la ciudad de Treviso en Veneto. El director italiano apuesta por contar tres historias en la misma ciudad, pero los personajes son los mismos en las tres. Solo que según el segmento, sobresalen más unos personajes sobre otros.

La primera historia presenta a la mayoría de los personajes que se dirigen todos hacia una fiesta. Matrimonios que se mueven en un mundo de hipocresías y apariencias. De cara a la sociedad son de una manera y en su mundo privado son de otra. Las infidelidades deben quedar en el ámbito privado, porque si se desvelan públicamente todo está perdido.

Pietro Germi no tiene piedad a la hora de mostrar a sus personajes. Las distintas situaciones nos hacen reír, pero también dejan una carcajada amarga. El ritmo de la primera historia es frenético, de fiesta nocturna. Juerga hasta al amanecer. Una huida del aburrimiento porque sí. Un intento de ocultar frustraciones y miedos.

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Nos habíamos amado tanto (C’eravamo tanto amati, 1974) de Ettore Scola

Nos habíamos amado tanto, crónica de la historia de Italia después de la Segunda Guerra Mundial a través de tres amigos con ideales de izquierda.

«Creímos poder cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros», suelta en un momento dado Nicola (Stefano Satta Flores), uno de los tres amigos protagonistas de una crónica histórica de Italia. Y con esta frase resume la idea principal que sobrevuela alrededor de Nos habíamos amado tanto, una hermosa tragicomedia de Ettore Scola.

El director italiano no solo captura el espíritu de una época, sino que también realiza un canto de amor al cine. A través de tres hombres que se conocen luchando contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, la película cuenta sus vidas desde que acaba la guerra hasta los años setenta (de 1944 a 1974). A lo largo de varias décadas les acompaña también una mujer que deja su huella en cada uno de ellos: Luciana (Stefania Sandrelli).

Los tres amigos simbolizan tres maneras de enfrentarse a la vida y a unos ideales políticos. Los tres dibujan de alguna manera el desencanto ante la dificultad de ser fiel y llevar a cabo unos ideales. El abogado Gianni (Vittorio Gassman), el camillero Antonio (Nino Manfredi) y el intelectual Nicola ven pasar el futuro delante de ellos, sin ser apenas conscientes…, tal y como dice Gianni en el reencuentro final.

Los cineastas italianos son únicos para filmar crónicas de la historia de su país con un acento tragicómico, igual que en la vida real. Scola acierta no solo con el tono de la historia, sino también soltando verdades dolorosas de manera cotidiana y sencilla, con unos personajes extremadamente humanos. Nos habíamos amado tanto es un ejemplo de cómo filmar la nostalgia, esa melancolía que se origina por el recuerdo de momentos perdidos.

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Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio, 2021) de Paolo Sorrentino

La familia de Fabietto…

Fue la mano de Dios es un grito, una confesión. Paolo Sorrentino esconde un dolor en su interior que marcó su vida de adolescente. Quizá fue el principio de su camino como cineasta…, porque la realidad no le gustaba. Su alter ego, un adolescente con rizos, el dulce Fabietto Schisa (Filippo Scotti), pasea por el Nápoles de los años 80 y, de golpe, tiene no solo que aprender a mirar, sino emprender un camino. Entre la risa y el desgarro fluctúa el gran secreto de su capacidad creativa.

Muchos cineastas convierten su pasado en una película, en un intento de atrapar el recuerdo y entenderse un poco más. En realidad se puede construir un largo tapiz de autobiografías convertidas en fotogramas, donde cineastas se desnudan ante las cámaras para contar lo más íntimo, y convertirlo en arte.

El viaje merece la pena: Los 400 golpes (Les Quatre Cents Coups, 1959) de François Truffaut, Fellini, ocho y medio (Otto e mezzo, 1963) o Amarcord (Amarcord, 1973) de Federico Fellini, El espejo (Zerkalo, 1975) de Andrei Tarkovsky, Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1974) o Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982) de Ingmar Bergman, Voces distantes (Distant Voices, 1988) de Terence Davies… O, últimamente, Roma (Roma, 2018) de Alfonso Cuarón, Dolor y Gloria (Dolor y Gloria, 2019) de Pedro Almodóvar, Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh…, y Paolo Sorrentino y Fue la mano de Dios. Dicen por ahí que no tardaremos en ver la infancia de Steven Spielberg en pantalla grande, y seguro que merece la pena.

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Películas para empezar el año

Una película buena para terminar el año y otra para empezarlo. Un buen listado para los últimos y primeros días del año. Y estoy contenta porque de cada propuesta he disfrutado bastante, así que ha sido una bonita manera de encaminarme hacia el 2022 con ganas de tener muchas más risas, buenos largometrajes, libros y, sobre todo, muchos momentos con aquellas personas a las que quiero.

West Side Story (West Side Story, 2021) de Steven Spielberg

Rita Moreno, nexo de unión entre las dos versiones cinematográficas de West Side Story.

El nexo de unión de ambas versiones cinematográficas es Rita Moreno. La Anita de la versión de 1961 se transforma en Valentina, la dueña de la tienda donde trabaja Tony. Y para ella, con casi 90 años, es la canción de «Somewhere» en esta nueva mirada de Spielberg.

Lo que logra el director es transmitir no solo su amor por este musical (sus canciones han formado parte de la banda sonora de su vida: desde su infancia hasta la actualidad), sino no traicionar el espíritu de la película de Robert Wise y Jerome Robbins. Cine musical clásico, pero a la vez con toda la frescura de una mirada nueva. Romeo y Julieta vuelven a las calles de Nueva York con sensibilidad del siglo XXI. Me apetecía además un homenaje a Stephen Sondheim, que últimamente lo tengo muy presente.

Si bien es cierto que no sentí el despertar y sobrecogimiento que supuso mi primer visionado de la película de 1961, sí logré volver a engancharme con la historia de los Jets y los Sharks, hundirme por las calles de Nueva York, vivir ese amor interracial más allá del odio y sentir cómo los temas que toca están más de actualidad que nunca (de nuevo Spielberg trabaja con el guionista y dramaturgo Tony Kushner). Como siempre Steven Spielberg atrapa con su fuerza visual.

Y los nuevos Tony y Maria, Bernardo y Anita o Riff viven, cantan y bailan las calles de la ciudad, se dejan ver a través de pañuelos de colores, luchan por un barrio en ruinas o estalla el drama en un almacén de sal. La música, coreografías y canciones vuelven a encandilar. Algunas las sitúa en otro lugar de la trama o realiza variantes y matices distintos que la versión de 1961. En algunos acierta plenamente como el encuentro entre Tony y María en el gimnasio y en otros me quedo sin ninguna duda con la versión de Wise, como la canción y la coreografía de «Cool».

Tres pisos (Tre Piani, 2021) de Nanni Moretti

El número tres, Nanni Moretti nada en el equilibrio para contar un buen melodrama contenido.

Me pareció fascinante esta película de Nanni Moretti donde atrapa tres historias de tres familias diferentes en un vecindario italiano de clase media alta en tres actos en un periodo de diez años aproximadamente. El equilibrio del número tres se repite continuamente en las historias. Como punto de partida el director italiano toma una novela de Eshkol Nevo, donde cuenta la vida de tres familias israelíes.

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Una tarde de noviembre y mi cabeza llena de cine

Cine de verdad, pura comedia, que desvela cosas de la vida: Arsénico por compasión.

Este es un texto agradecido. Mi pasión, el cine, me ha dado y me está dando muchas oportunidades en la vida. Sobre todo lo que más le agradezco es que no se termina nunca mi capacidad de querer aprender y tampoco se acaba mi curiosidad. Alimenta también otro de mis idilios: la lectura. Me ha hecho descubrir muchos libros, tanto ensayos como literatura.

Por ejemplo, hace nada entré un momento en una librería (cómo me gustan esos espacios), me fui a las novedades cinematográficas, y desde una de sus mesas me llamó la atención un libro. Curiosamente ese libro que “vociferaba” que lo cogiese era de una edición de 1997, pero ahí estaba en esa mesa. La tentación pudo conmigo. Y ya estoy con él en mis manos pensando que pronto escribiré sobre él: El universo del western, de Georges Albert Astre y Albert Patrick Hoarau… Ya sabéis lo que me gusta este género. Si me ponen por delante una buena película del Oeste, yo disfruto tremendamente. Estoy segura de que por algo en concreto me llamó ese libro.

Poco a poco, a lo largo de los años, me han ido saliendo proyectos de distinta naturaleza relacionados con el cine. Proyectos que me han hecho ilusión, pero que también me han enfrentado a mis miedos e inseguridades, y que me han ayudado a superarlos o estoy en proceso de hacerlo. Y ahí siguen saliendo nuevos retos, que a veces me hacen sentir al borde del abismo (ya sabéis que soy un poco drama queen), pero en los que trato de poner todo mi cariño y, sobre todo, lograr transmitir mi pasión. No sé si de alguna manera lo consigo, pero lo intento. Ahora estoy con varios proyectos entre mis manos, muy jugosos. Os juro que tengo muchas ganas de que salgan muy bien. Al menos lo intentaré. Siempre pienso que el cine es mi refugio, y quiero pensar que bajo su amparo nada malo puede pasar. Cruzo los dedos.

Una de las locuras en las que me embarqué hace ya catorce años fue, precisamente, este blog. Siempre pienso en él como un hogar en el ciberespacio donde nos reunimos un montón de amigos para charlar sobre cine y compartir todo aquello que descubrimos. Además me permite cuidar algo que siempre me ha gustado: escribir y transmitir pasión.

Mi amor loco por cada película que veo me muestra otras maneras de pensar, de ver, de interpretar ciertas ideas… De alguna manera, van construyendo mi personalidad, y me aportan herramientas para enfrentarme a la vida diaria. Una de las cosas que más me gusta es recuperar películas que en su día vi y volver a disfrutarlas años después con otros ojos. Así me ha pasado con dos españolas. En su día aprecié El desencanto, de Jaime Chavarri, y Función de noche, de Josefina Molina, pero no tanto como ahora que las he vuelto a ver durante estos días. Los años y la experiencia hace que te lleguen mucho más y que captes y entiendas matices que en su momento se te escaparon.

Hago un repaso de mi recorrido por el mundo, y soy consciente de la cantidad de recuerdos que tengo unidos a mi pasión por el cine. Y entonces agradezco ese montón de películas que he visto, que repetiré y aquellas que me quedan por descubrir. Porque sé que todas esas horas que he dedicado a ver cine y las que me quedan por vivir… son horas de felicidad. Incluso con aquellas que no disfruto del todo, porque en el análisis que hago de por qué no me han gustado, ya siento que no he perdido el tiempo.

Pero me estoy yendo por las ramas. Hay un verdadero motivo por el que escribo este texto.

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