Twin Peaks, un paseo por una serie muy especial. Tres ensayos sobre Twin Peaks (Alpha Decay, 2020) de Pacôme Thiellement

Regreso a Twin Peaks. Uno de los momentos más hermosos de la serie: Ed y Norma pueden amarse libremente para siempre.

Si se llega a Twin Peaks, como hace el agente del FBI, Dale Cooper (Kyle MacLachlan), parece que uno se adentra en una especie de edén, una localidad aislada de Estados Unidos, en un paisaje incomparable, rodeada de un bosque y de montañas. Donde no falta un río, una enorme cascada y sitios emblemáticos. La cafetería con un delicioso café y tarta de cerezas; el bar nocturno con música en directo; la comisaría, normalmente tranquila; el hotel rural, que lo dirige el empresario del pueblo; la serrería, al mando de dos mujeres de caracteres opuestos; el instituto con sus estudiantes adolescentes con las hormonas desatadas y las casas de cada uno de los habitantes del pueblo, donde transcurren sus historias privadas.

En Twin Peaks viven varios personajes imposibles de olvidar: el sheriff Harry S. Truman, un buen hombre, con todo su equipo (Lucy, Andy, Hawk —mi favorito); las bellas camareras Norma y Shelly de la cafetería del pueblo, los adolescentes con las hormonas desatadas (Bobby, James, Donna y Audrey) y sus familiares, el dueño de la gasolinera Ed y su esposa Nadine, un tanto trastornada; los dueños de la serrería: Catherine, hermana del propietario recién fallecido, y su esposo Pete y la joven viuda, Jocelyn; el excesivo psiquiatra del pueblo, que pronto vemos que casi todo el pueblo acude a su consulta; la extraña mujer abrazada a un tronco… Toda la vida de los habitantes de esa especie de edén salta por los aires cuando aparece el cuerpo de la reina del instituto, Laura Palmer.

Para la investigación vienen personas ajenas al pueblo que dejan su huella: Dale Cooper, que se implica totalmente en el caso, y que no es más que otro buen hombre. Por eso una de las cosas más entrañables es la amistad que construye con el sheriff Harry (cómo le he echado de menos en la tercera temporada, aunque su ausencia provoca mucha más tristeza, al saber, sobre todo, que no será posible la reunión de nuevo de dos buenos amigos). Y los peculiares Albert, agente eficiente del FBI sin pelos en la boca y la bordería como seña de identidad, y el superior de ambos, Gordon Cole (personaje que saca adelante David Lynch), que tiene problemas auditivos.

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Nightcrawler (Nightcrawler, 2014) de Dan Gilroy

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Un nightcrawler es una figura del periodismo sensacionalista que va con su cámara por la ciudad, normalmente por la noche, y está al acecho de los accidentes, los tiroteos, los escándalos públicos… Su habilidad es llegar antes que nadie a los sitios y grabar y después vender las imágenes a las televisiones locales. Quien pague mejor es quien se lleva la grabación. Indagando un poco más descubrimos que Nightcrawler es un superhéroe de la Marvel, un mutante de X-Men, es el rondador nocturno. Apareció por primera vez en 1975. Y mencionar estas dos cosas no es ningún despropósito porque la película de Dan Gilroy provoca un mal rollo increíble al contar la historia sin concesiones de un joven nightcrawler sin escrúpulos que va camino de convertirse en un superhéroe empresario a costa de aplastar a quien se cruce en su camino. Y es que Nighcrawler casi es un thriller de terror con un Jake Gyllenhaal que da mucho miedo pero que puede ascender y ascender por la sociedad en la que vivimos donde, por ejemplo, las audiencias de televisión se elevan cuanto más truculento y sensacionalista se es.

El protagonista Lou Bloom es un joven que no encuentra trabajo y es un superviviente nato. Se dedica a robar chatarra y venderla. Pero desde el principio, desde un robo que realiza nos damos cuenta de que aspira a mucho más. Él tiene claro que quiere triunfar a toda costa y encuentra su vocación un día por casualidad. Ve un accidente de tráfico y a un cámara veterano que graba todo… y le empieza a preguntar. No se lo piensa dos veces, roba una bicicleta y se compra una cámara de vídeo. Como un joven empresario de éxito se busca un ayudante, Rick (Riz Ahmed), que es un joven en situación de exclusión, solo y que necesita aferrarse a un trabajo… en prácticas con posibilidades de éxito. Y busca un canal de noticias locales donde llama la atención de la editora jefe, Nina (Rene Russo), que busca las imágenes más impactantes para subir la audiencia de su canal.

Lo terrorífico de Lou Bloom es su manera de comportarse, su manera de empatizar con el otro, su manera de grabar, su manera de manipular, su manera de crear noticias, su manera de eliminar obstáculos, competencias y barreras, su manera de ir ascendiendo… Y sin ningún atisbo de redención, sin un momento de mala conciencia, sin sombra de remordimiento. Todo por el éxito. Porque a Bloom la gente le importa un carajo, la utiliza para obtener un objetivo. Lou Bloom es un sociópata que triunfa. Y eso da mucho miedo. Pero da miedo porque hay una sociedad violenta y enferma que lo permite…, porque él capta las imágenes más escabrosas, las más impactantes, se acerca a lo más horrible, a lo más violento… No solo puede captar esas imágenes sino que luego hay una audiencia que no aparta la mirada del televisor.

El guionista Dan Gilroy dirige su primera película y presenta la cara oscura y perversa de Los Ángeles. Una ciudad nocturna pero fríamente iluminada, deshumanizada, que es captada por la cámara de Lou Bloom. La ciudad es casi una pesadilla, como las imágenes que captan los nightcrawlers. Y además cuenta con un actor como Jake Gyllenhaal que arriesga y es un camaleón brutal. Si en Prisioneros parecía que los tics del personaje eran suyos, aquí se transforma con esa mirada torva y esa cara aguileña así como su delgadez extrema. Una cara que cuando se ilumina con el foco de la cámara a veces es inquietante o también cuando rompe con su cabeza un espejo ante un fracaso pero también es capaz de sonreír y convencer, de manipular…, convierte a las personas en títeres, no siente dolor. Y es solitario por elección. Solo quiere el éxito. Su frase final es terrorífica y adquiere todo su significado viendo la trayectoria de Bloom: “Pero recuerden que jamás les pediría algo que yo no haría”. Pero ¿qué no haría Lou para alcanzar su propia cima?

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Persiguiendo a Betty (Nurse Betty, 2000) de Neil LaBute

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Cuando la vi hace bastantes años no me gustó tanto como ahora que he vuelto a visitarla. Persiguiendo a Betty era la tercera película como director del dramaturgo Neil LaBute y la primera que no contaba con un guion escrito por él. LaBute ha continuado con una trayectoria muy irregular jugando al despiste. Si en un principio mostraba una personalidad extraña y arrolladora en el panorama cinematográfico, y dejando al descubierto los complejos y oscuros mecanismos de las relaciones entre sus poliédricos personajes (alimentando sus argumentos de sus obras de teatro)… , poco a poco fue perdiendo su ‘estilo y universo personal’ pero estamos a la espera de que regrese con fuerza.

Persiguiendo a Betty es una tragicomedia extraña y especial con un reparto repleto de sorpresas. Emana una emoción constante pero a la vez unas reflexiones a tener en cuenta sobre la relación de los seres humanos con la ficción y la realidad y con lo que proyectamos o idealizamos para sobrellevar nuestras vidas.

Los ingredientes en un principio son: una dulce camarera de una pequeña localidad de Kansas con una vida triste y gris que logra evadirse de su realidad unos minutos al día con un culebrón televisivo titulado Un motivo para amar. Betty está enamoradísima de uno de los personajes, el cirujano David Ravell. En su vida gris debe lidiar, sobre todo, con un marido que no solo la anula sino que le es infiel, machista y metido en oscuros negocios que ella desconoce (la tapadera es un negocio de coches de segunda mano). Debido a estos negocios oscuros, llegan a la localidad una pareja de asesinos a sueldo (muy habladores y filósofos, cada uno a su manera. Uno maduro y otro muy joven) para asustar al marido por un mal negocio que ha llevado a cabo… y finalmente terminan matándole violentamente, siendo testigo Betty…, que se encontraba en un cuarto viendo uno de los capítulos de su serie. Así Betty entra en estado de shock, borra la muerte de su marido, y fabula con que le abandona para ir a buscar a Los Ángeles a su primer novio, el doctor David Ravell, en uno de los coches de la empresa de su marido (que este se había negado a dejárselo)… Así es la historia pero a grandes trazos porque la película está llena de detalles, matices y significados.

Nuestra Betty tiene muchos puntos en común con la Cecilia de La rosa púrpura del Cairo pero la resolución de sus historias y cómo se cuentan son muy diferentes. Las dos tienen motivos para huir de sus realidades y refugiarse en la ficción (una acude a los culebrones televisivos, la otra a la sala de cine). Y ambas se enamoran de un personaje de ficción. También las dos en un momento dado descubrirán de manera cruel que el actor que representa a su personaje nada tiene que ver con la imagen de la cuál se enamoraron.

En Persiguiendo a Betty además la protagonista sufre la persecución (no solo de sus amigos que están muy preocupados porque no saben su paradero) sino la de los dos matones que también tienen su particular transformación, sobre todo el más maduro. Este crea una imagen idealizada de Betty, es como si tratara de encontrar la redención a una carrera delictiva en un personaje inocente y puro. Así los dos asesinos se convierten en una extraña pareja (que descubriremos al final el porqué de su convivencia) que recorren la carretera… persiguiendo a Betty, y son una especie rara de Don Quijote y Sancho…

Así la película debido a las proyecciones idílicas de los dos personajes principales y antagónicos (Betty –que además se pasa media película en estado de shock– y el asesino a sueldo maduro) transita en una especie de estado de ensoñación continuo adornado con una banda sonora especial. Y así se mezcla la comedia y la tragedia en momentos extremos. Para al final dejar una premisa fría y dura, no hay príncipes azules para Betty, no hay redención para el asesino a sueldo… pero este le revela una verdad importante: no necesitan a nadie, se tienen a sí mismos y eso los hace especiales. No existen por nadie, no son proyecciones ni objetos de nadie, no dependen de nadie… aunque durante toda su vida han arrastrado una u otra condición. Ellos son únicos, y pueden decidir, ser ellos mismos y vivir en consecuencia. Y después de esta revelación cada uno, tendrá su destino.

En Persiguiendo a Betty se pone en evidencia también la fuerza que tiene la ficción hasta el punto de poder ser absorbidos por ella y olvidarnos de vivir nuestra vida (eso como aspecto interesante a analizar: no olvidemos que dos de los personajes ‘pierden’ la cabeza al llegar un momento en que les cuesta distinguir la realidad de la ficción: uno en estado de shock, otro cansado del rol que ha arrastrado durante toda su vida…)… o con la relevancia de hacernos hacer cosas que nunca hubiésemos soñado, o ayudarnos a entender el mundo o servirnos en determinado momento de refugio y terapia ante una realidad imposible y dura que destroza a los seres humanos. También la película refleja de manera mordaz y cruel que una cosa es la ficción que nos envuelve y otra los artífices de esa ficción y su mundo (realizando una crítica al universo de los culebrones televisivos). Es decir, una cosa es el personaje y otra muy distinta el actor que le da presencia. Así como una cosa es la proyección que realizamos de una persona porque necesitamos que así sea, y otra es cómo es en realidad esa persona.

Así en Persiguiendo a Betty surgen referencias continuas al mundo de ficción creado por el cine y la televisión que ha calado en la realidad hasta tal punto que existe un personaje precioso en esta película que realiza su sueño de conocer Roma, solo porque quería revivir esa ciudad que conoció a través de un pase en vespa de Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma. O como el asesino a sueldo proyecta en Betty una especie de novia de América con rasgos y comportamientos del persojane que tuvo que repetir varias veces Doris Day durante los cincuenta.

Por último otro de los puntos a favor de recuperar Persiguiendo a Betty es su galería de actores empezando por su protagonista una brillante Renée Zellweger que crea a su dulce Betty (y demostrando que es una actriz, aunque ahora ande en horas bajas), una mujer en estado de shock que termina recuperando las riendas de una vida que iba directa a la alineación, la soledad y la tristeza perpetua. Morgan Freeman, como un filosófico asesino a sueldo cansado que se crea una ilusión de redención a través de Betty. Y los dos acompañados por una galería de actores interesantes. Aaron Eckhart (un actor que ha trabajado más de una vez con LaBute) como el desagradable marido de Betty. Greg Kinnear, impecable como el actor vanidoso y superficial que está atado a su personaje de culebrón. Y también Chris Rock como el impulsivo joven asesino a sueldo. Pero la galería sigue y podemos encontrarnos, por ejemplo, al extraño Crispin Glover (tanto en su carrera cinematográfica y artística –al margen del sistema y de Hollywood–, como en los peculiares personajes que construye en las películas que sí llegan a las salas de cine convencional) que a muchos nos dejó marcados su papel de padre de Michael J. Fox en Regreso al futuro.

Así que recuperar de nuevo Persiguiendo a Betty ha sido una buena sorpresa porque deja al descubierto una interesante tragicomedia que a veces alcanza la locura de aquellas screwball comedies que además de un buen sabor de boca y risas, dejaban críticas bastante duras sobre el mundo que habitamos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.