Invierno en Europa (Invierno en Europa, 2017) de Polo Menárguez

Invierno en Europa

Invierno y espera

Invierno en Europa es una llamada. También una bofetada. Un montón de rostros nos miran al otro lado del muro. Y deja una última imagen-puñetazo… A un lado un grupo de hombres que a pesar de que llevan tiempo indefinido sin apenas dormir…, en espera…, siguen mirando los fuegos artificiales de esos países con los que soñaban para, quizá, volver a reconstruir sus vidas. Y con ese título real, pero también metafórico, el documental de Polo Menárguez dialoga con The Square, una película sueca de ficción actualmente en cartelera. The Square, de Ruben Östlund, realiza una inteligente reflexión sobre Europa y deja una secuencia y una metáfora… que refleja esa llamada y ese invierno perpetuo en el que Europa se hunde. Por una parte, una chica de una ONG en un país como Suecia grita: “¿Quieres salvar una vida?” y un montón de ciudadanos que salen del metro para dirigirse a sus trabajos pasan a su lado, pasivos, ensimismados, sin salir del letargo, sin un mínimo de curiosidad, sin reacción alguna… Por otro, The Square es una instalación artística de un cuadrado con la siguiente leyenda: “El Cuadrado es un santuario de confianza y cuidado. En su interior todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”… Y ese cuadrado puede ser una Europa que pone continuamente en duda esa premisa ideal. Un cuadrado helado, que cierra sus fronteras, pero a la vez en su interior contradice los términos de confianza, cuidado, derechos y obligaciones…

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Otras voces en la guerra (I). Mandarinas (Mandariinid, 2013) de Zaza Urushadze

A mi hermana Mónica

Mandarinas

Mandarinas, una película estonia en coproducción con Georgia, se enmarca en la guerra civil georgiana (en concreto la guerra de Absajia, 1992-1993). Zaza Urushadze, de Georgia, ejerce de director y guionista para crear formalmente una película sencilla pero perfectamente construida. Mandarinas es una película de personajes y con una tesis muy clara y humanista: los seres humanos no tenemos fronteras. Aunque seamos de distintas religiones o nacionalidades, no necesariamente tenemos que ser enemigos. En palabras del propio director en un texto para explicar su película lo deja muy claro: “En las guerras desencadenadas por políticos irresponsables, la gente ordinaria que ama la vida acaba muriendo. La muerte de una persona es la muerte de un mundo único pero para los políticos tan solo es una cuestión de estadística. Las fronteras dividen a la gente de manera artificial. Esta película debería ser un intento de destruir los límites artificiales. Los héroes que recientemente, por alguna razón, eran enemigos, derribarán esas fronteras artificiales. Serán capaces de perdonar, ayudar y protegerse unos a otros, incluso protegerse de su misma gente y llegando a pagar hasta con sus propias vidas”. Y eso es Mandarinas… presenta “mundos únicos” y la capacidad del ser humano para liberarse de las fronteras y acercarse al otro.

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Sicario (Sicario, 2015) de Denis Villeneuve

Sicario

Hay un planteamiento, que se encuentra en Sicario de Denis Villeneuve, al que se le puede seguir la huella en distintas películas: y es cómo para que haya un cierto orden dentro de un caos y una violencia desatada, hay que cruzar la línea oscura… para que luego la gente de bien viva con relativa y falsa tranquilidad. Hay un equilibrio que no debe romperse. Hay cosas que la gente de bien nunca debe saber cómo se llevan a cabo. Debe pillarles fuera de campo… Y entre medias de esa línea ya no se sabe ni está tan claro quién es el bueno y quién es el malo. Quién es el verdugo y quién es la víctima. Así como tampoco se sabe de justicia o legalidad. No valen las leyes. En ese terreno hay individuos que se dedican a los trapos sucios. Y pierden vida e identidad. A veces hay testigos en ese “territorio” que forman parte de esa gente de bien que pierden la inocencia en el camino o aprenden las reglas del juego o no soportan lo que descubren (y solo pueden rebelarse, retirándose). O a veces son los propios individuos que sobreviven en ese espacio de violencia los que desean esa relativa y falsa tranquilidad. Los conflictos y los dilemas están servidos. Y la incomodidad del asunto también.

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Donde habita el peligro (Where Danger Lives, 1950) de John Farrow

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Descubrir ciertas películas, se convierte en un hallazgo sorprendente. Y en Hollywood, en el sistema de estudios, había un montón de directores-artesanos que esconden entre sus extensas filmografías, películas que son diamantes. Uno de ellos es Donde habita el peligro de John Farrow. Película de serie B (es decir, con un presupuesto menor que otras producciones del estudio, en este caso RKO) que es una muestra de buen cine negro. Y una oportunidad para valorar a Robert Mitchum como un héroe trágico del género. Muchos de los ingredientes del cine negro se vislumbran en cada uno de sus fotogramas: femme fatale, destino y fatalidad, ambigüedad moral y atmósfera enrarecida. Además cuenta con los ingredientes también de una road movie, un amor fou y una frontera (como muchas veces ocurre… el sitio al que llegar es México) como símbolo de otra vida que nunca llega.

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Centenario de Orson Welles (1). Sed de mal (Touch of devil, 1958) de Orson Welles

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Una de las constantes de la obra cinematográfica de Welles (y una de sus tragedias) es que salvo contadas ocasiones sus películas no pudo llevarlas a cabo tal como él quería por distintos motivos (no conseguir los medios económicos suficientes para ponerlas en pie o hacerlas tal y como estaban en su cabeza o imposiciones drásticas de los estudios). Lo conseguido en Ciudadano Kane (la absoluta libertad de creación) se convirtió en un triste espejismo para un creador peculiar… que siguió el rastro de aquellos cineastas malditos fuera de los circuitos del cine clásico y el sistema de estudios, aquellos como, por ejemplo, Erich von Stroheim.

La obra de Orson Welles sigue siendo de extremos. Alabado como un genio o menospreciado. Su obra sigue creando pasiones y odios. Lo cierto es que tan interesante es él como personaje histórico (su vida es una película que no acaba) que es una auténtica gozada analizar cada una de sus obras para entender por qué era un cineasta especial (y un actor con un carisma que le hacía diferente). Y es que sin duda poseía una mirada y un universo visual que vomitaba en cada una de sus películas.

Ya estaba empezando a rodar su obra en otros países, fuera de EEUU, cuando tuvo la oportunidad de volver al sistema de estudios en la Universal tanto como actor como director y guionista (parece ser que Heston, una de las estrellas del momento, al enterarse de la presencia de Welles en la película dio por sentado también que sería el director y el estudio así lo hizo). La película era Sed de mal, el argumento partía de una novela de Whit Masterson (seudónimo de dos novelistas que escribían algunas obras literarias juntos). Un título interesante para estudiar el cine negro como género y su evolución. Si Welles pensó que volvería con toda la gloria, le hicieron ver que regresaba con toda la pena (ya había empezado a rodar en Europa). El estudio no quedó nada contento con el resultado y manipularon la obra del creador (cortaron, modificaron, añadieron otras escenas sin el visto bueno de Welles) además de no realizar un estreno a lo grande sino como una más, del montón, como de segunda categoría. Orson Welles, cuando vio el desaguisado, escribió unas notas en las que pedía que no se destrozara su película y en la que explicaba cómo tenía que ser. Como este documento no se había perdido en 1998 se realizó una versión aproximada de lo que hubiese querido Welles (y ese es el dvd que se ha visionado para este post).

¿Por qué Sed de mal puede considerarse una película distinta, distinguida y especial… independientemente de que guste o no guste? Lo primero destacar su atmósfera asfixiante, decadente y oscura que precipita a los personajes a un destino fatal desde el primer fotograma. Cine negro en vena. Y la presencia continua de la ambigüedad… Una película de frontera donde el bien y el mal se mezclan, sin saber muy bien dónde se encuentran los límites. Violencia y sexualidad, comportamientos irracionales. En esa frontera entre México y EEUU… nada es lo que parece, los héroes y los antihéroes se confunden. Todo además envuelto con ecos de tragedia shakesperiana, tono tan querido por Welles. La pianola se une con notas de jazz y melodías que traen aires nuevos de rock and roll… con un Mancini creador.

Welles es de esos cineastas con una imaginería barroca, un mundo visual recargado y una manera de filmar que no solo confiere un ritmo especial sino unas composiciones que se quedan en la retina. Planos picados, contrapicados, plano secuencia, primeros planos, muchas personas en un mismo plano, o una persona en espacio inmenso, profundidad de campo, luces y sombras… todo entra en Sed de mal.

Extrañamiento y aires de pesadilla. Sed de mal es como vivir dentro de una pesadilla, despertar de un mal sueño. Conviven en sus fotogramas el inconsciente, la irracionalidad, los comportamientos incomprensibles de los personajes: esa esposa sensual (Janet Leight como extraña heroína, cuya Susan Vargas sería el precedente de otros personajes de la actriz en Psicosis o en El mensajero del miedo) que va a la deriva, como una marioneta, y siempre acaba a manos de personas que pretenden hundirla y corromperla o ese portero extraño de noche al borde de la locura en un motel solitario. Ese grupo de jóvenes matones con pinta de rockeros que parece que tienen la premisa de sexo, drogas y alcohol cada día de su vida. Uno de esos matones que trata de asustar a Mike Vargas tirándole ácido a la cara. Esa pitonisa ¿también prostituta? del pasado (Marlene Dietrich) en un local de frontera con una pianola de fondo, que parece ser guardiana de la memoria de uno de los protagonistas.

¿Dos policías opuestos o dos policías espejo? Dos personajes potentes enfrentados: el policía corrupto y racista Hank Quinlan (Orson Welles), totalmente decadente, desencantado y desgarrado, que arrastra una cojera, un pasado que le pesa y le destroza, un alcoholismo que vuelve y unos métodos poco ortodoxos para imponer la ley en la frontera. Mike Vargas (Charlton Heston), policía héroe que lucha contra el narcotráfico, recto y honrado, que se convierte en denunciante de los métodos de Quinlan. De nuevo ambigüedad en ambos personajes. Nada es lo que parece. A Quinlan, a pesar de su decadencia nos lo pintan con un pasado en el que pudo ser un hombre diferente y en el que se explica su decadencia presente. Así como la mirada que lanzan sobre él, la pitonisa de frontera, Tanya, y su fiel compañero de profesión (un increíble Joseph Calleia). A Vargas, nos lo pintan a punto de sucumbir a un pasado parecido al de su antagonista Quinlan, le vemos al borde del extremo, sentimos la fragilidad de su rectitud. Y en ambos uno de los motivos de la caída (además de la dificultad de su trabajo, de las presiones, del día a día) puede ser el amor hacia una mujer (uno la pierde de manera horrible, el otro a punto está a punto de perderla).

Una vez que se entra en el universo de Sed de mal es imposible olvidar varios de sus momentos increíblemente filmados: el famosísimo plano secuencia que abre la película y que expone el conflicto. La fiesta salvaje y orgía involuntaria de sexo y drogas a la que someten en un aislado motel a Susan Vargas. El horrible asesinato de uno de los Grandi (familia de narcotraficantes a los que persigue Vargas) en una habitación decadente de hotel con una Susan adormilada bajo los efectos de las drogas de fondo…, el shakesperiano y trágico final de Quinlan así como su último diálogo con su compañero de hazañas (un triste y patético Calleia, el gran secundario de la película)…

Todo hace de Sed de mal una película a tener en cuenta en el rico y complejo universo de Orson Welles. Como curiosidad, el director hizo que participaran amigos actores en cameos a lo largo de la película así podemos localizar a Joseph Cotten o a Mercedes McCambridge.

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