Don Siegel (Cátedra, 2023) de Joaquín Vallet

El seductor, la obra cumbre de Don Siegel.

«Cuando Don Siegel ponía a rodar las cámaras y gritaba “¡Acción!” siempre cruzaba los dedos. Una costumbre que mantendría a lo largo de su vida profesional y que, en mayor o menor grado, representaba una excepcional inclinación hacia lo fortuito en una persona tan sumamente racional como el cineasta». Me gusta mucho este párrafo, porque define perfectamente la personalidad de Don Siegel. Sí, un tío racional que trabajó toda su vida en un mundo caótico y fortuito como es la realización de películas en los estudios de Hollywood. Nunca se sabía, durante todo el rico proceso creativo de un largometraje, lo que iba a resultar al final ni los obstáculos que encontraría entre medias hasta que el espectáculo pudiese continuar.

La colección de libros de Cátedra, Signo e Imagen/Cineastas (a la que tengo gran cariño), no deja de sacar nuevos volúmenes con interesantes análisis de las filmografías de diversos directores de cine. Distintos autores cinematográficos se ponen frente a un cineasta y sus distintas películas para explicar aquellas características que caracterizan el universo cinematográfico del cineasta. La colección de Cátedra por tanto tiene sentido dentro de la famosa teoría de autor, aquella que pusieron en boga en los cincuenta los críticos de Cahiers du Cinéma, convencidos de que había directores que tenían no solo una manera de rodar, sino que también su obra cinematográfica tenía una coherencia temática, un sentido.

Normalmente, los que he podido leer no solo me han provocado placer, sino que también me han descubierto cosas del realizador en cuestión. No hace mucho salió a la venta el dedicado a Don Siegel y no he podido disfrutarlo más. Su autor, Joaquín Vallet, pasea por la filmografía de Siegel y va buscando con cada largometraje esa coherencia temática. En cada película describe el proceso creativo: por qué Siegel acababa rodándola, el proceso hasta conseguir la versión de guion adecuada, anécdotas del rodaje (muy valiosas para conocer al cineasta), qué aporta esa película al conjunto de la obra del cineasta y características del fondo y la forma que ayudan a entender el valor de dicho largometraje en su filmografía.

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Universo western (I). El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, 1959) de Delmer Daves / Monte Walsh (Monty Walsh, 1970) de William A. Fraker

El árbol del ahorcado y Monte Walsh inauguran un nuevo ciclo de películas del Oeste: Universo western. Según voy leyendo el ensayo El universo del western, de Georges Albert Astre y Albert Patrick Hoarau, me ha apetecido ir viendo mientras tanto largometrajes de este género que no han pasado todavía por este blog. Los westerns me gustan mucho, tanto disfrutarlos como analizarlos.

Y es que es cierto, hay un universo western especial y unas historias que hablan de un mundo determinado, entre la idealización y la realidad. Los westerns son complejos, contradictorios, hermosos y terribles a la vez, duros, tristes, alegres, con momentos delicados y otros violentos… y llenos de seres humanos con todos sus defectos y virtudes. En estas películas fluye la vida, con toda su dureza, pero también su belleza. Para esta primera entrada me decanto por dos western intimistas. Uno, de Delmer Daves, uno de los nombres clásicos del género; y otro de un buen director de fotografía, William A. Fraker, que decidió pasarse a la realización, y debutó con un hermoso western crepuscular.

El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, 1959) de Delmer Daves

Universo western: El árbol del ahorcado, una película del Oeste con mucha sensibilidad.

Una muchacha al borde de un precipicio con miedo a mirar, un hombre que la acompaña le dice que tiene que superar ese miedo, que no aconseja ir por la vida con los ojos cerrados. Ella es una inmigrante suiza que busca una oportunidad en la tierra prometida. Él es un curtido doctor que arrastra un pasado y va por distintos poblados ejerciendo su profesión.

Delmer Daves realizó el último western de su carrera e hizo que sus personajes deambularan en una historia intimista y emocionante. La acción arranca con la llegada a una nueva aldea, durante la fiebre del oro, a finales del siglo XIX, de Joseph Frail (Gary Cooper) para ejercer como doctor. Como él, llegan otros nuevos habitantes, y uno de ellos, desde el carro, observa un árbol con una cuerda colgando y dice que es bueno que exista un árbol del ahorcado para que haya un cierto respeto. Así ya se nos habla de una sociedad dura, de un relato de frontera, de sociedades que se construyen y que imparten justicia de una manera arbitraria y brutal. La llegada del héroe, con su pasado a cuestas, es envuelta por una hermosa canción, que ya nos cuenta en su letra la esencia de la historia.

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Feliz 100 cumpleaños, Robert Mitchum (II). No serás un extraño (Not as a stranger, 1955) de Stanley Kramer

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Un padre alcoholizado (Lon Chaney Jr.) le dice a su hijo (Robert Mitchum) que no va a conseguir ser médico porque tiene cerebro, pero no corazón. Ese hijo se le queda mirando impasible sin decir nada y cierra la puerta de un portazo. Todo ha transcurrido en el hogar familiar, esa casa que el hijo ya apenas visita donde no habitan buenos recuerdos, solo reproches. Tiempo después ese hijo está en prácticas en un hospital y le informan de que su padre ha fallecido en un accidente, y entonces va al hogar familiar donde no habitan buenos recuerdos, se sienta en una mesa de espaldas desolado… y rompe una botella de alcohol vacía. Llora en soledad, sin que nadie lo vea. Después ese hijo ha terminado por fin la carrera y se despide de un profesor (Broderick Crawford), duro y serio pero que valora al alumno, y le da un consejo, le dice que haga el favor de no vivir su vida como si fuera una tragedia griega, que si no será desgraciado. Ese hijo ya es un doctor con experiencia, recto, duro y serio, y masajea el corazón sin vida del que ha sido su segundo padre, un médico rural entregado (Charles Bickford), y, por fin, rompe su coraza, se resquebraja. Y grita que no puede más, que necesita ayuda. Late un corazón.

Podría ser una de las mil maneras en que se podría contar No serás un extraño, el debut como director del productor Stanley Kramer. Un contenido y desatado melodrama médico con cerebro y corazón (sí, es posible esa dualidad). Donde Kramer se revela como un director que no solo sabe contar historias sino también cómo contarlas. Y es curioso por qué quizá sea en su debut donde más se vea esta interesante doble vertiente. Después Kramer se decantó más por contar historias y transmitir mensajes y experimentó menos en la forma de contarlas.

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Conspiración de silencio (Bad Day at Black Rock, 1955) de John Sturges

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Un tren en un paisaje casi desértico que se para en un pequeño pueblo, como abandonado a su suerte. Un hombre mayor y de negro con un solo brazo que desciende (Spencer Tracy)… Así empieza Conspiración de silencio de John Sturges. Con ingredientes de western (en una película que pronto descubrimos que no es puramente de este género). Los primero que sabemos es que hace unos cuatro años que el tren no para en esa estación, que el hombre manco solo va a estar 24 horas, que busca a un granjero japonés que se llama Komaco y que no es nada bien recibido… Nos enteramos también que acaba de terminar la Segunda Guerra Mundial… Así los ingredientes de western tardío se van tintando de suspense e intriga. Y todo con buen ritmo y pulso, no dejando descanso a la atención del espectador.

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Los sobornados (The big heat, 1953) de Fritz Lang

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Si algo llama la atención de Los sobornados es que está contada a golpe de violencia continua. Fritz Lang recrea una ciudad violenta y lo refleja en cada fotograma. Una violencia física y emocional. Si hay una escena que perdura y que nunca se olvida es la de un colérico Lee Marvin tirando el café hirviendo en el rostro de su  ‘chica’ Debbie (una maravillosa Gloria Grahame). Pero esto solo es una escena más de violencia. La película está plagada de ellas. De hecho la historia avanza según se va sucediendo un acto violento tras otro. Algunos están fuera de plano, otros sólo son contados y los de más allá son mostrados con toda su crudeza.

La película arranca con un suicidio, continúa con una de las muertes más tremendas e inesperadas tras una explosión, no faltan quemaduras de cigarrillo, peleas, una violencia de género brutal, disparos, amenazas… y una violencia emocional más feroz si cabe. Así nos sorprendemos con el suicidio de un hombre que todavía no sabemos quién es pero más nos sobrecoge la reacción de su viuda…

Como toda buena película de cine negro que se precie… un ambiente ambiguo, oscuro y fatal recorre la cinta y tiñe a su personaje principal cuyo dilema moral es el siguiente: ¿podrá la venganza destrozar totalmente la humanidad y la honestidad del policía Bannion (un Glenn Ford en uno de los pocos papeles en el que no le tengo manía)? ¿Se convertirá en uno más que ‘corrompe’ el ambiente de la ciudad? ¿Cruzará el límite y será igual que uno de los matones a los que persigue?

Lo tremendo que plantea Lang es que el espectador entiende (aunque no comparta) la transformación de Bannion porque le arrebatan de la manera más cruel a la compañera de su vida… Pero lo realmente transgresor dentro del género negro es que esta vez será la mujer fatal la que impedirá la caída al abismo del héroe. Ella misma, ya como mujer deformada, preferirá tirarse al abismo y arrastrar junto a ella a los suyos con tal de recuperar la humanidad y entereza del policía. Ella misma será la que se vengue por Bannion. Ella misma llevará hasta las últimas consecuencias ser mujer fatal con los suyos pero para ‘redimir’ al héroe y ‘redimirse ella misma’.

Fritz Lang deja una poderosa película con un dominio, como siempre en su cine, de la puesta en escena y del lenguaje cinematográfico. No sólo deja unos personajes difíciles de olvidar: desde el mafioso poderoso (que en una escena lo encontramos en el salón de su casa donde el gran retrato de su madre domina todo y nos ‘cuenta’ mucho de ese extraño personaje), a la viuda fría o el matón sin escrúpulos. Sobrevolando por la ‘querida’ que ama, la mujer fatal que se redime (y que desde el principio muestra una rebeldía e inteligencia evidente así como un sentido de la libertad muy marcado: no soporta cómo todos los que la rodean giran y bailan alrededor del gánster poderoso) o el retrato de compañera ideal que refleja la esposa de Bannion (retrato muy años cincuenta… y muy interesante de analizar). Pero también imprimen un sello especial toda la galería de personajes secundarios que con solo una escena se convierten en necesarios (como esa anciana que apenas puede andar y que le da una pista al vengativo policía). Lang sabe ‘presentar’ con todos los contrastes necesarios los distintos lugares de la trama: el hogar del policía, la comisaria, la casa del mafioso, de la viuda, del matón de turno, los garitos, las habitaciones de hotel y garajes… Nos hacemos una idea del ‘espíritu’ de la ciudad. Es una película nocturna donde la iluminación y los claroscuros predominan y narran así como otros elementos claves: las lamparas que se encienden y se apagan, las sombras que delatan, los ruidos que sorprenden, las puertas que se abren violentamente o que se cierran.

… nos deja una de las escenas más tristemente románticas del cine de Lang (que sabe rodarlas) y es cómo una Debbie moribunda y redimida escucha cómo Bannion le describe a su amada ausente y le comenta que hubiesen sido buenas amigas… y se lo cuenta dulcemente con cariño, estando muy pendiente de ella. Y Debbie es consciente de que el policía no caerá al abismo, que su humanidad ha regresado a su rostro. Así ella puede cerrar los ojos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

A quemarropa (Point Blank, 1967) de John Boorman

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A quemarropa es cine negro de los sesenta… y Boorman enreda al espectador en una historia con todas las claves del género pero con una forma de contarla rompedora y especial que tomaba inspiración en los nuevos cines europeos, en nuevas fórmulas de narración cinematográfica que rompían el relato clásico cinematográfico para mostrar otra forma de contar. Innovación en la mirada. Así se anticipaba ya el paso al nuevo cine americano, nuevos realizadores que trataron de dar un paso más tanto en los temas como en la manera de abordarlos.

Así nos encontramos con una premisa simple: la historia de un hombre que quiere venganza y recuperar el dinero que robó junto a su esposa y su mejor amigo antes de que ambos le traicionaran y le dejaran tirado en una celda de Alcatraz, un edificio fantasma, con dos balazos… Ese dinero forma parte de un extraño entramado donde entra otro protagonista: la Organización, una especie de coloso mafioso-empresarial kafkiano con jerarquías, negocios, chantajes, luchas de poder y asesinos a sueldo. Así el hombre que quiere venganza dejará a su paso una estela de cadáveres a la vez que va dándose cuenta de que conseguir el dinero es un objetivo imposible y absurdo.

A quemarropa cuenta la historia de un asesino sin nombre de pila… sólo responde con el apellido de Walker (inspirado en un personaje de novela negra de Richard Stark, pseudónimo de Donald E. Westlake). Apenas habla pero sí recuerda y la película es como si transcurriera dentro de la mente de un muerto en vida. Y sus recuerdos tienen un aire de pesadilla, de insomnio, de cansancio y desencanto. De un duro enamorado y traicionado por la mujer que ama y por el amigo al que quiere. Una visión y una mirada distorsionada y cortante. Pero a la vez lúcida… la lucidez del superviviente, del que no quiere caer en más trampas.

Sus aliados de viaje son un misterioso personaje que algo quiere conseguir de la Organización y que cuenta con información privilegiada y su cuñada, que arrastra el mismo desencanto que el protagonista. Walker posee el rostro imperturbable de un duro entre los duros, Lee Marvin (y no es exagerado describirle así).

El espectador viaja junto a Walker en ese mundo kafkiano donde todos se traicionan y matan entre sí por algo intangible… en sus manos nunca pasa dinero contante y sonante. Y a la vez lanza unos destellos de romanticismo roto (la historia de Walker y su esposa… que nada tiene que ver con la relación que establece con su cuñada, con rostro de Angie Dickinson), un erotismo elegante, unas dosis de violencia y un asesino frío con su destino marcado en el rostro.

Al final el botín es lo de menos… Walker se da cuenta de que su venganza no ha servido de nada…, quizá para refugiarse más en las sombras y en la soledad. Aquel día en Alcatraz murió realmente… pisotearon su destino. Ahora solo es un fantasma vengativo que recuerda.

La narración no es lineal, se rompe por todas partes, en tiempo y espacios. En presente y pasado. En repeticiones. En encuadres imposibles… pero te sumerge en un ambiente especial que hace que no puedas apartar la mirada de momentos como su primer encuentro con su mujer después de la traición o la escena que se desarrolla en el club de jazz con esa extraña canción a base de gritos que se unen a los gritos que genera la violencia y la tensión.

A quemarropa es cine negro, que sigue siendo en los sesenta, un género capaz de renovarse y de innovar el lenguaje cinematográfico.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.