Cadeneta de minicríticas y cada una con una canción. Los hermanos Dardenne, Edgar Wright y Richard Brooks

Una canción imprescindible para el relato cinematográfico es lo que une a estas tres películas. Cada una de ellas tiene su función en la narración.

Tori y Lokita (Tori et Lokita, 2022) de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Lokita y Tori, dos niños sin infancia, aunque atesoran una canción italiana que cantan como un mantra que les calma.

Los hermanos Dardenne son directos y sencillos en su forma de narrar Tori y Lokita, logrando una película que refleja con extrema sensibilidad las desventuras de dos niños africanos refugiados en Bélgica. Los fotogramas golpean el pecho con fuerza y tras el fundido a negro una vez acabada la historia, provoca que el corazón prácticamente deje de bombear. Cine social y de denuncia sin moralina, sensiblería o morbo. Seco, duro y brutal.

El hilo conductor de las desventuras de los dos muchachos, que siempre formarán parte de una estadística, una línea en la sección de sucesos de un periódico o simplemente serán ignorados, es una canción italiana infantil, «Alla fiera dell’est», que los dos entonan en un karaoke al principio de la película. Dicha canción aparece en contextos muy diferentes en varias secuencias y deja ver la trayectoria de dos niños a los que se les ha arrebatado la infancia. Duele la indefensión de Lokita y las sencillas palabras finales de Tori exponen con sencillez lo fácil que hubiese sido evitar la desgracia… y, por eso, provocan más vergüenza.

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Tres dramas de Katharine Hepburn y Spencer Tracy

Siempre que se habla de amores de cine, se recuerda la historia entre Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Da la casualidad también de que ambos protagonizaron juntos la friolera de nueve largometrajes. De esas nueve son más recordadas las comedias, sobre todo: La mujer del año, La costilla de Adán y Adivina quién viene esta noche.

Pero estos actores, estrellas del sistema de estudios y muy carismáticos ambos, protagonizaron también tres dramas con grandes directores, que el público del momento respaldó por varios motivos: por la química que desprendían y porque además era un secreto a voces su historia de amor, pese a que Tracy no se divorció nunca de su primera esposa y madre de su hijos, Louise Treadwell. Pero también porque dos de ellas estaban muy cercanas a las circunstancias históricas y políticas que se estaban viviendo y la tercera en cuestión dejaba ver cierta apertura a la hora de reflejar ciertos temas señalados por la censura (el famoso código Hays).

Sin embargo, hoy en día estos tres dramas no son las películas más recordadas de ambos actores, pero tampoco de sus directores. Dos de ellas hay que contextualizarlas bajo la amenaza de la Segunda Guerra Mundial y otra en plena posguerra y la tercera es un melodrama familiar en el lejano Oeste, mostrando claramente un triángulo amoroso. Por orden cronológico, los tres dramas son La llama secreta (Keeper of the Flame, 1942) de George Cukor, Mar de hierba (The Sea of Grass, 1947) de Elia Kazan y El estado de la unión (State of the Union, 1948) de Frank Capra. Vistas hoy en día sí que es cierto que las tres no son películas redondas ni perfectas, pero no obstante merece mucho la pena su análisis, pues tienen muchas cosas que rescatar.

La llama secreta (Keeper of the Flame, 1942) de George Cukor

George Cukor, Katharine Hepburn y Spencer Tracy contra el fascismo en La llama sagrada.

No es de extrañar que rápidamente trabajaran juntos de la mano de George Cukor, cómplice y amigo de Katharine Hepburn, una vez se conocieron durante el rodaje de La mujer del año. Ella fue musa de muchas de las películas del realizador a lo largo de toda su filmografía.

Cukor se lanzó en aquel momento a rodar una de sus películas que dejan ver que es tiempo de guerra y además transmite un mensaje muy concreto. Para ello se sirve de dos grandes estrellas, Katharine Hepburn y Spencer Tracy, con una química muy especial. La película debe contextualizarse en un hecho muy concreto: el 7 de diciembre de 1941, EEUU, tras el ataque en Pearl Harbor, entra de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Luego no es de extrañar que la maquinaria de Hollywood se pusiera en marcha y proliferara el binomio cine y propaganda para que los espectadores asumieran, apoyaran y entendieran por qué estaban en guerra.

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Cadeneta de minicríticas de cine de estreno

Petra (2018) de Jaime Rosales

Petra

… Jaume, un dios malvado, que juega a dibujar y crear el destino de los personajes…

Jaume es el personaje de tragedia griega, el dios malvado que todo lo destroza, sin mala conciencia. El personaje que maneja el destino a su antojo… Es el rey de la función en Petra, la nueva película de Jaime Rosales. Todos los personajes bailan a su son. Él es el conflicto, él lo desata y en él termina y culmina la trama. Y Jaume tiene el rostro de Joan Botey, que nunca hasta ahora se había puesto delante de una cámara como actor y, sin embargo, construye uno de los personajes más perversos de nuestra cinematografía. Jaume hace de la humillación una forma de vida, y todo lo justifica con que tuvo que salir adelante desde que era niño. Cuando aparece en su mundo la diosa Petra (Barbara Lennie), su equilibrio humillante se tambalea, pero aun así logra dar zarpazos certeros y continuar destruyendo. Jaime Rosales no deja de experimentar formalmente, como hace en cada una de sus películas, y cuidando cómo contar esta tragedia sobre la continuidad de la humillación a los vencidos (no es de extrañar que en esta historia contemporánea aparezca de fondo la fosas de la guerra civil y también la discusión de arte y verdad versus arte y dinero), deja una historia potente. Bajo una óptica de melodrama familiar, una tragedia griega… y un destino escrito: con esa estructura de capítulos desordenados, pero dentro de un lógica aplastante. Y una cámara que sorprende, que entra y que sale, que parece que va siguiendo o que está pegada a los personajes, donde el fuera de campo es otra herramienta para ir contando o para mostrar algo inesperado. En el reparto, fieles a su cine, como Alex Brendemühl o Petra Martínez, u otros actores que completan la galería como Bárbara Lennie, Marisa Paredes y unos sorprendentes Carme Pla y Oriol Pla.

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Confidencias de mujer (The Chapman report, 1962) de George Cukor

Confidencias de mujer

Intimidad tras el biombo…

Durante los años sesenta se empiezan a buscar en Hollywood argumentos osados. Por una parte está a punto de gestarse un cambio generacional entre directores y actores (y los de la vieja escuela tratan de adaptarse a los nuevos tiempos); por otra, el sistema de estudios está en las últimas. Además por la competencia de la televisión y la crisis de la industria se están intentando buscar nuevas maneras de atraer al público a las salas de cine. Tampoco tiene ya sentido mantener el código Hays, así que temas prohibidos vuelven a la palestra y van encontrando su camino para sortear esa obsoleta censura que da sus últimos coletazos. También los grandes estudios siguen en alerta ante el éxito de posibles best sellers para llevarlos inmediatamente a la pantalla de cine (como todavía se sigue haciendo). Por aquellos años Irving Wallace era un autor muy conocido y acababa de escribir una novela, The Chapman report, sobre un tema llamativo: un doctor realiza un estudio sobre la sexualidad femenina y necesita voluntarias para llevarlo a cabo (todavía coleaba en la puritana y conservadora sociedad americana los estudios, por ejemplo, del doctor Kinsey). Y, claro, en la América de principios de los 60 (a punto de la revolución de la mujer y la sexualidad) todavía podía resultar un tema escabroso y escandaloso.

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45 años (45 years, 2015) de Andrew Haigh

45 años

“Me preguntaron cómo sabía si mi amor era verdadero. Yo por supuesto contesté que algo aquí dentro no podía ser negado. Dijeron: Algún día descubrirás que todos los que aman están ciegos… Cuando tu corazón está ardiendo, debes darte cuenta de que el humo entra en tus ojos. Entonces no les hice caso y me reí alegremente al pensar que ellos podían dudar de mi amor. Hoy mi amor ha volado lejos, estoy sin mi amor… Ahora mis amigos se ríen de las lágrimas que no puedo ocultar. Entonces yo sonrío y digo: Cuando una llama encantadora muere, el humo entra en tus ojos…” … Esta es la letra de la canción Smoke get in your eyes y cobra un crudo y desolador significado en la película 45 años de Andrew Haigh. Nada tiene que ver cuando la tararea al principio de la película una tranquila y alegre Kate (Charlotte Rampling), que cuando suena al final de la película. El gesto y el significado que adquiere para Kate es totalmente diferente y desgarrador. 45 años es la historia de la descomposición de un matrimonio de cuarenta y cinco años en una semana… por la presencia abrumadora de una figura del pasado.

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Mujeres patológicas. La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman / Madame Marguerite (Marguerite, 2015) de Xavier Giannoli / Elle (Elle, 2016) de Paul Verhoeven

Tres mujeres patológicas emocionales protagonistas de tres películas que adquieren su personalidad por los magníficos personajes que desempeñan tres actrices que se arriesgan, hasta el límite: Joan Crawford, Catherine Frot y Isabelle Huppert. Y además tres películas que tienen mucho que analizar tanto en la forma como en el contenido. Tres mujeres encerradas en sus personalidades… y donde las casas adquieren un protagonismo importante. Son sus refugios, tanto para lo bueno como para lo malo…

La envidiosa (Harriet Craig, 1950) de Vincent Sherman

La envidiosa

Joan Crawford es la Harriet Craig del título. Y no la importa crear un personaje desagradable y antipático, pero además conseguir entenderla y compadecer su soledad. Más que envidiosa (título poco afortunado), Harriet es una personalidad femenina compleja que busca con brazo de hierro una seguridad férrea en el hogar conyugal. Dominar el hogar, la casa, que todo esté impoluto, ordenado, milimétricamente colocado y ella perfecta… en cada instante. Que ese hogar no lo visite nadie que ella no controle. Y un marido que trabaje, que llegue a casa, que esté tranquilito y que no necesite nada más que una esposa perfecta. Todo bajo control, que nada se resquebraje. Y si algo atenta contra esa seguridad, ella será capaz de la manipulación y la mentira, de todo lo que sea necesario.

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Cuatro reflexiones alrededor de La guerra de los Rose (The War of the Roses, 1989) de Danny DeVito

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1.- El momento de la ruptura. Sin duda el momento clave de La guerra de los Rose ocurre en el dormitorio conyugal, cuando Barbara Rose le dice a su esposo Oliver (él acaba de pasar el susto de creer que perdía la vida con unos síntomas similares a un infarto y está molesto porque su mujer no ha acudido ni a verle ni a cuidarle) que cuando iba en el coche para ir al hospital de pronto tuvo miedo de lo que podía pasar en el futuro. Oliver (Michael Douglas) cree que su esposa va a decir que tuvo miedo a su pérdida, a su ausencia, y comienza a acercarse de nuevo a ella. Y de pronto Bárbara (Kathleen Turner) confiesa, fría, que se sintió liberada, que se dio cuenta de que todo le iría mejor que nunca si él no estaba en su vida. Finalmente le pide le divorcio. Y él se siente humillado, apaleado.

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Banquete de bodas (The catered affair, 1956) de Richard Brooks

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Banquete de bodas dentro de la historia del cine tiene un contexto claro. Sí, durante los años cincuenta, en el seno de Hollywood, nacieron varios largometrajes con un acusado realismo social, que bebían de fuentes inspiradoras ubicadas en el cine europeo (ese afán por estar cerca de las personas más humildes, de sacar la cámara a las calles o estar inmersa en la intimidad de las cuatro paredes, esas ganas de contar historias relevantes sobre dramas sociales y sobre temas controvertidos…) y en la televisión americana (curiosamente nuevos cineastas se formarían en este medio y serían conocidos como la Generación de la televisión). Fuentes inspiradoras que tuvieron su cordón umbilical en el Neorrealismo italiano. Estos largometrajes americanos se alejaban del glamour, algunos estaban protagonizados por estrellas que se borraban de golpe esa imagen y se convertían en ciudadanos de a pie, en vecinos. Curiosamente, antes estas historias se habían filmado para la televisión (en ese momento era un medio que se acercaba más al mundo real) y funcionaban de tal manera que los estudios decidían convertirlos en películas. Esta corriente ha seguido teniendo su evolución y su diálogo con otras películas más contemporáneas. En concreto Banquete de bodas haría una buena sesión continua con uno de los exponentes del cine social británico, Ken Loach, y su película Lloviendo piedras. En vez de un banquete de bodas, se cambia el conflicto por un vestido y una buena ceremonia de Primera Comunión.

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Terror cotidiano. La tercera víctima (Cat and mouse, 1974) de Daniel Petrie

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Hace poco comentando El héroe anda suelto de Peter Bogdanovich, exponía cómo el cine de terror (más expresamente según el modelo Hollywood) había ido evolucionando de aquellos monstruos entrañables de los años treinta –que poblaban nuestros sueños pero eran claramente pesadillas lejanas, podíamos incluso tomarles cariño porque eran las representaciones de nuestros miedos más profundos–, hasta llegar a un terror cotidiano más esquivo, irracional, amenazante, inevitable e incomprensible que empezó a vislumbrarse a principios de los sesenta con continuación en los setenta. Era una especie de reflejo del desencanto de una época con convulsiones políticas, sociales y bélicas, del fin de la inocencia de esa artificial american way of life y la inmersion en la cara oscura, de cambios en la vida cotidiana y en la forma de mirar y entender el cine así como el fin de la censura. Así La tercera víctima, interesante thriller con gotas de terror de los años setenta (en algunas fuentes he visto que se realizó para televisión pero también que se estrenó en algún que otro cine y es una coproducción con Gran Bretaña), sigue dibujando ese terror cotidiano que tiene como protagonista a una persona cercana. Esta vez un introvertido profesor de Biología, con el rostro de Kirk Douglas.

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Una oportunidad en el cielo (Chance at Heaven, 1933) de William A. Seiter

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Una oportunidad en el cielo de William A. Seiter es una obra cinematográfica desconocida que tiene varios frentes de interés para su visionado y análisis. Primero, película pre-code, es decir, antes de que se pusiera en marcha el código de censura. Segundo, una película para analizar el sistema de estudios. Y tercero y último el nacimiento de una pareja cinematográfica con química que volvería a unirse siete años más tarde en la interesante Una nueva primavera de Gregory La Cava (leer aquí): Ginger Rogers y Joel McCrea.

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