El genio del melodrama. Cuando Douglas Sirk se llamaba Detlef Sierck

Un melodrama rural: La muchacha del páramo.

La fascinación por los melodramas estadounidenses de Douglas Sirk continúa vigente. Es imposible no estremecerse ante secuencias como el entierro de Annie; la soledad de Cary frente a un televisor; Ernst y Elizabeth, enamorándose entre el ruido de las bombas o el baile de Marylee, mientras su padre agoniza. Sin embargo, fue uno de tantos cineastas alemanes que tuvo que emigrar a EEUU debido al nazismo. Antes de ser Douglas Sirk se llamó Detlef Sierck y trabajó durante los años treinta en la UFA; sin embargo, cuando Josef Goebbels se dio cuenta del poder del cine y tomó el control de la productora alemana en 1937, Sierck se dio cuenta de que sus días allí estaban contados. Así que con su segunda esposa, Hilde Jary, una actriz judía, decidió abandonar el país.

Y es que su propia vida personal podría ser una película del género que le identifica. Sierck se casó en primeras nupcias con la actriz de teatro Lydia Brincken con la que tuvo a su único hijo, Klaus Detlef Sierck. Brincken abrazó el ideario nazi y parece ser que hizo todo lo que estuvo de su mano para impedir que su exesposo mantuviese algún contacto con su hijo. Klaus se convirtió en un popular niño prodigio del cine alemán. Durante la Segunda Guerra Mundial fue reclutado como soldado y falleció en Ucrania. Es inevitable pensar que la bellísima Tiempo de amar, tiempo de morir es un homenaje de un padre a su hijo desconocido.

Cuando Sierck pisó EEUU ya era un reconocido cineasta alemán y en esas películas de la UFA puede sentirse su destreza y sensibilidad para el melodrama. En estas líneas pasearemos por cuatro de sus películas alemanas donde se percibe con claridad que había un cineasta que sabía escribir con su cámara. De hecho, las cuatro son elegantes y sofisticados melodramas. En estos fotogramas en blanco y negro ya se respira esa tremenda melancolía y el dominio de la puesta en escena para alcanzar la catarsis y la emoción que se reflejaría en su filmografía americana. Sí, ese cine que es «sangre, lágrimas, violencia, odio, muerte y amor».

En 1935 lleva a cabo una adaptación de un relato de Selma Lagerlöf y surge un hermoso y delicado melodrama rural, La muchacha del páramo. Karsten, un joven granjero, se encuentra casi sin quererlo entre dos mujeres: Gertrud, la hija del más rico del pueblo, con una personalidad arrolladora, pero defensora acérrima de sus privilegios y la tímida Helga, la joven del páramo, rechazada por la comunidad, después de haber sufrido el abuso del patrón en la casa donde servía. Con la primera está a punto de casarse y a la segunda le da trabajo en la granja de sus padres.

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El viaje de los malditos (Voyage of the damned, 1976) de Stuart Rosenberg

El barco de El viaje de los malditos sin rumbo fijo…

El universo fílmico sobre la Segunda Guerra Mundial (y los años previos) encierra un montón de historias que muchas veces, si no fuera por el cine, terminan siendo enterradas. Así ocurre con El viaje de los malditos, que no deja de tener una triste y desgarrada vigencia, que narra la trágica travesía de un barco, el San Luis. Este barco zarpó del puerto de Hamburgo el 13 de mayo de 1939 con 937 judíos y se dirigían a La Habana. Todos habían conseguido su visado. Muchos de ellos contaban con familiares allí. Lo que parecía un viaje hacia la libertad y la esperanza se convirtió en una pesadilla.

En realidad el viaje tenía fines propagandísticos para la Alemania nazi, que no le importaba qué iba a ser de cada uno de los pasajeros, sino que además la travesía les servía para alimentar su red de espionaje. Goebbels lo ideó para hacer ver que los judíos podían salir de Alemania, pero además dejó al descubierto el antisemitismo que se extendía por todo el mundo. Los viajeros del barco no pudieron desembarcar en Cuba y fueron rechazados por varios países. Tuvieron que regresar de nuevo a Europa y fueron, finalmente, aceptados por un acuerdo entre Bélgica, Países Bajos, Francia y Reino Unido. Pudieron desembarcar en Amberes y acudir a sus distintos países de acogida, pero desgraciadamente la Segunda Guerra Mundial acechaba, y muchos de ellos volvieron no solo a ser perseguidos sino que murieron en los campos de concentración.

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Jojo Rabbit (Jojo Rabbit, 2019) de Taika Waititi

Jojo Rabbit y su madre, Rosie.

Jojo es un niño de diez años que todavía no sabe abrocharse los zapatos. Y, por eso, se fija mucho en ellos. Su madre Rosie le anima a que pase lo que pase en la vida, nunca deje de bailar. Y ella tiene unos bonitos zapatos, granates y blancos. Con ellos pedalea, baila y protege a su hijo. La visión de esos zapatos en un momento determinante será una dura bofetada para que Jojo abandone de golpe la infancia y entienda, de la manera más dura, el mundo que habita. No son los zapatos rojos que llevan por el camino de baldosas amarillas, son los que vuelven a un niño consciente de la cruda realidad que le rodea. A partir de ese momento, sabrá abrocharse los cordones, pues ya ha sido duramente preparado para la madurez. Jojo Rabbit cierra con una frase del poeta Rainer Maria Rilke, que sigue haciendo referencia, de alguna manera, a los zapatos: “Deja que todo te pase, la belleza y el terror, solo sigue andando, ningún sentimiento es definitivo”.

El acierto de Taika Waititi es la mirada que elije para su historia. Y es la de un niño con una imaginación desbordante que vive en la Alemania nazi. Un niño que se siente perdido y solo, pese a la figura protectora de la madre y a la presencia de su gran amigo, Yorki (sus intervenciones son geniales). El padre de Jojo está ausente, el niño tiene muchas inseguridades y poca facilidad para hacerse amigos. Además están en guerra. Y esa mirada construye una historia de desbordante imaginación con todos los ingredientes de un buen cuento. Un cuento donde un niño debe seguir un camino, con diversos obstáculos, para enfrentarse a la vida. En ese camino hay muchos compañeros de viaje, y como muchos cuentos clásicos, se mezcla lo bello e insólito con el horror más absoluto. De manera que Jojo vivirá un momento hermoso e inocente, siguiendo el vuelo de una mariposa con alas azules, y esta la guiará hasta unos zapatos, que enfrentarán al niño al horror más absoluto.

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Centenario de Orson Welles (7). El extraño (The stranger, 1946) de Orson Welles

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El extraño puede ser la historia de un reto. Orson Welles quiso demostrar que podía llevar a cabo una película de encargo, con el presupuesto y el tiempo estipulado. Ya cargaba sobre sus hombros la fama de niño terrible que había hecho una ópera prima brillante (Ciudadano Kane), había tenido problemas y conflictos para llevar a cabo El cuarto mandamiento (y no pudo realizar la película soñada por él…, otra de las tragedias de su filmografía) y además ya tenía un proyecto cinematográfico inacabado (la eterna desgracia de su obra fílmica), Its All True. Así que ahora le tocaba una película que siguiera los estándares del sistema de estudios. Que demostrase que podía ser un director dentro de la industria hollywoodiense. Y ese fue el encargo de un productor, que por otra parte siempre arriesgaba, Sam Spiegel. La película fue El extraño. No solo tenía un productor, sino un presupuesto, unos tiempos estipulados, unas estrellas impuestas (y una de esas estrellas sería él mismo en el papel protagonista)…

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La profesora de historia (Les héritiers, 2014) de Marie-Castille Mention-Schaar

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Esta película francesa logra que salgas de la sala con unas inmensas ganas de debatir y reflexionar. Así que su directora Marie-Castille Mention-Schaar (primer trabajo que veo de ella) logra una buena propuesta cinematográfica para hablar de la importancia de la historia como asignatura. Así queda un testimonio sobre la importancia de la escuela pública, de los buenos maestros con vocación y lo fundamental que es impartir asignaturas como historia desde una filosofía acertada: la historia no solo se aprende, no solo consiste en coger apuntes y memorizar fechas…, la historia se comprende, se entiende, se debate, se discute…, la historia enriquece al individuo, abre los ojos, recupera la memoria, hace reflexionar… ¿Qué herencia deja la historia? ¿Quién recoge esa herencia? ¿Cómo se transmite? ¿Cómo se aplica? ¿Quién la aplica?… Los adolescentes plurales, pertenecientes a una sociedad compleja y multicultural, son los herederos de la historia (… me resulta muy interesante la metáfora del título original de la película).

La profesora de historia parte de una situación real: los alumnos de una clase conflictiva y difícil de un instituto (Liceo Léon Blum) se presentan, animados por su profesora de historia, al concurso nacional de la Resistencia y la Deportación cuyo tema es: Niños y adolescentes en los campos de concentración nazis. Este trabajo colectivo repercute en la vida de los alumnos.

La película plantea un montón de temas interesantes y complejos… y quizá se deja llevar al final por una narrativa clásica hollywoodiense (digamos que tira por el camino más fácil) pero aun así no lastra la interesante propuesta cinematográfica. Por otra parte la directora toma en algunos momentos interesantes y efectivas decisiones para la puesta en escena de lo que quiere contar. El mismo punto de partida y la génesis de esta película llama la atención: uno de los alumnos que participó realmente en este concurso se puso en contacto con la propia directora, después de haber visto su primera película, con un esbozo de guion sobre ese acontecimiento de su vida. A ella le gustó esa historia y lo que le contó ese alumno… Y se puso en marcha el proyecto. No solo contactaron con la profesora sino que además el alumno, Ahmed Dramé, además de ser un importante asesor, actuó en la película como uno de los protagonistas, Malik.

La película arranca con una escena potente en la que muestra un conflicto en los pasillos del centro educativo y sitúa perfectamente lo que se nos va a contar. Una chica musulmana va con su madre, ambas con el velo, a recoger el certificado de selectividad. Por una parte tanto la jefa de estudios como el director les niegan el certificado y la entrada al centro porque llevan el velo… y se están saltando el principio de laicidad del instituto. Por otra parte la adolescente explica que ha respetado durante todos sus años de alumna ese principio y que ahora tan solo viene a por el certificado, y que ellos no están respetando su libertad de expresión, su derecho a ponerse el velo, su identidad… Así la película desde el principio plantea cómo las cuestiones no son ni blancas ni negras, cómo es difícil el diálogo, el punto de encuentro, y la posibilidad de enfrentar dos puntos de vista sobre una cuestión… Y nos sitúa en el centro educativo y en su universo multicultural. Esos pasillos, espacios educativos y aulas vacías, que enfoca la cámara varias veces… están habitados por unos individuos que se mueven en él: cuerpo docente, alumnos y padres, que dan un significado especial a este espacio y a lo que ocurre en él.

Después nos muestra el primer día de clase de una profesora de historia con años de experiencia y mucha vocación con unos alumnos conflictivos y difíciles. La profesora tiene el rostro de Ariane Ascaride (actriz habitual de las películas de su compañero Robert Guediguian). Y es la que se propone atrapar la atención de los alumnos y creer en ellos desde el primer día. Anne Gueguen, la profesora, no es derrotista y no piensa que sus alumnos no llegarán a nada, cada año es un reto que toma siempre con energía. Así que ese año trata de enganchar a esa compleja clase, presentándoles al concurso y haciendo un trabajo colectivo de recuperación de la memoria. Pero les deja ver que no solo es importante la forma que den a ese trabajo, sino que deben dotarlo de contenido, un contenido que sea una reflexión continua. Y el caso es que logra engancharles. Las fuentes a las que acuden son diversas: los libros, una visita a un museo sobre el genocidio, fotografías, los cómics, las películas… y el escuchar el testimonio de un superviviente. Esta es otra de las interesantes decisiones de Marie-Castille Mention-Schaar, introduce en la ficción el testimonio real del recientemente fallecido Léon Zyguel. Este hombre acude a esa clase ficticia y derrama sus palabras y su experiencia.

Marie-Castille Mention-Schaar esboza temas muy complejos pero los deja en un esbozo y finalmente se decanta por una narración de superación y premio al esfuerzo. Entre los esbozos está la presencia de un alumno, el único que abandona el concurso, que claramente se ve su implicación en el extremismo religioso lo que le impide involucrarse en un proyecto que va a remover (y reflexionar sobre) sus recién adquiridas creencias. Y otros interesantes esbozos se encuentran en los planteamientos y conflictos que viven cada día los alumnos de la clase de la profesora de historia, pero solo se ve la punta de esos conflictos. Por otra parte, sin embargo, sí que se empapa de cómo plantear una asignatura como la historia y sí que encuentra el sentido de esta clase en los institutos y universidades. La directora maneja un contenido interesante, complejo e inteligente… pero no encuentra la forma potente (tan solo en momentos concretos) para mostrarlo con fuerza.

La profesora de historia es, sin embargo, una interesante propuesta cinematográfica para después realizar una intensa sobremesa en una terracita…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La palabra es vida. Ruby Sparks (Ruby Sparks, 2012) de Jonathan Dayton, Valerie Faris / La ladrona de libros (The book thief, 2013) de Brian Percival

Tanto en la Torá como en los Evangelios existen alusiones sobre que la palabra es vida. Así la palabra (el verbo) toma un significado trascendente y espiritual. Y aquel que domina el arte de la escritura o la oratoria logra ‘trascender’ porque transmite. Posee un poder. El poder de comunicar o de emocionar y por lo tanto de crear una reflexión, una idea, una sensación, un sentimiento en el otro. El que posee el don de la palabra, posee un don que le permite crear. Por eso la palabra y su buen uso suponen no sólo conocimiento sino libertad y amplitud de miras. Pero la palabra y su buen uso dan miedo en muchos ámbitos y en vez de fomentar su conocimiento se prefiere la existencia del analfabetismo y la ignorancia. Por eso se prefiere un conjunto de ciudadanos pobres en palabras y lecturas porque será más llevadero, más fácil de manipular y someter… más sencillo el arraigo de una simple frase (orden o prohibición) sin posible reflexión…

El axioma La palabra es vida (¿realmente se admite sin necesidad de demostración?) puede ser el hilo conductor de una buena programación cinematográfica donde la palabra es la protagonista porque da vida… Y podríamos empezar este ciclo con dos estrenos recientes (uno del año pasado y otro actualmente en cartelera).

Ruby Sparks (Ruby Sparks, 2012) de Jonathan Dayton, Valerie Faris

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Ruby Sparks es una interesantísima película que juega al género de comedia romántica (otra demostración de las valiosas variantes y evoluciones que están produciéndose en dicho género) para hablarnos de cómo la palabra genera vida. Y lo lleva hasta sus últimas consecuencias. Así toma por otra parte un argumento universal (poderosa herramienta la que proporcionaron los profesores J. Balló y X. Pérez): Pigmalión, y crea un relato cinematográfico original que lleva a la reflexión continua. Recordemos el mito: el artista Pigmalión busca a la mujer perfecta… así que va esculpiendo esculturas hasta que crea a Galatea y se enamora de ella. Por obra de Afrodita, diosa de amor, Galatea cobra vida…

En Ruby Sparks nos encontramos a un joven escritor que en su adolescencia escribió la gran novela pero que ahora se encuentra en una situación en la que es incapaz de escribir una sola línea. Está llevando a cabo un tratamiento psicológico y su estado emocional es frágil. Es un creador de éxito solitario e incapaz de relacionarse con los demás. Su mundo se limita a las conversaciones con su hermano, su psiquiatra y un chucho muy feo pero tierno… Un día su psiquiatra le hace una sugerencia. Y su máquina de escribir empieza a teclear. El joven escritor crea a una joven, Ruby Sparks, que le encanta tal y como es su feo chucho. A partir de ahí no deja de crear un personaje… y un día, de la noche a la mañana, de una manera simple, Ruby Sparks se materializa en su vida. Ahí está la joven… de carne y hueso.

Así el joven escritor pretende que su ‘creación’ sea libre hasta que siente el temor de perderla. Y entonces no puede evitar su intromisión como creador. Y seguir escribiendo y moldeando… pero esto no le hace feliz porque Ruby le ama porque él lo escribe, no por la propia libertad del personaje de amarle a él como persona. Y esto termina convirtiéndose en una tremenda encerrona y una triste jaula. La culminación llega cuando el joven escritor confiesa a Ruby su procedencia y ante una máquina de escribir y con ella presente la ‘somete’ a su poder ante la impotencia del personaje femenino… Impresionante.

La ladrona de libros (The book thief, 2013) de Brian Percival

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Hay algunas películas que tienen una cualidad en sí mismas: son contadoras de historias. Y como tales hay que vivirlas. Y esa es la máxima cualidad de La ladrona de libros: que narra muy bien una historia. Y esa historia transcurre en un periodo de tiempo determinado de 1938 hasta el final de la segunda guerra mundial en una pequeña localidad alemana (que hablan en inglés con algún término en alemán… una de las maravillas de la inverosimilitud en el cine que nada importa cuando te mece en una historia). Una historia que ilustra el poder de la palabra y que cuenta cómo la palabra es vida. Así el narrador irónico y tierno de esta historia es ni más ni menos que la muerte, una muerte cercana, que a todos nos llega. Y él es el cuentacuentos. Nos acerca a la historia de una niña, Liesel, y su relación con las palabras. La muerte es la que mantiene el equilibrio de esta historia, entre lo sublime y lo mundano sin tocar la fina línea del ridículo o de lo cursi, porque su narrador es inteligente.

Así nos cuenta el paso a la madurez de Liesel en un mundo complejo, de prohibición de libros y palabras… para sepultar la humanidad, lo humano. Y ese paso a la madurez será a través de la palabra, de la lectura, de la escritura, del poder de contar historias y mantener viva la memoria (y con ella a las personas). Del poder de las palabras para reflexionar, para dudar, para ser más libres, para cuestionar y criticar (pero crítica constructiva). Contará con varios maestros: su padre adoptivo (que le enseñará a leer y creará para ella un diccionario muy especial en las paredes del sótano), una mujer triste por la ausencia del hijo que abrirá las puertas de una biblioteca llena de libros y un joven judío que se oculta en casa de sus padres adoptivos que la animará a que ‘mire’ con las palabras. Que cuente. Que escriba… y será el que le diga un secreto de la Torá, la palabra es vida. Así le proporcionará un valioso regalo: un libro con las páginas en blanco… en espera de ser creado.

La muerte así sigue la trayectoria de Liesel para realizar la confesión de que conociendo a personas como ella… a veces le entra cierta nostalgia por entender la vida…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

10 razones para amar La decisión de Sophie (Sophie’s choice, 1982) de Alan J. Pakula

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Razón número 1: ¿No lo ves, Sophie? Nos estamos muriendo

… El joven Stingo no olvida Brooklyn. Tenía 22 años y quería ser escritor. Dejaba su mundo sureño y se iba a conquistar mundo… digo aprendizaje. Así durante el viaje él mismo informa a todos que no tiene experiencias ni con el amor ni la muerte. Ni con Eros ni Tanatos. Es el verano de 1948 y todo va a ser un descubrimiento.

A sus vecinos primero los conoce a través de una nota y parecen encantadores. Firman Sophie y Nathan. Le dan la bienvenida con un libro de poemas de Walt Whitman. Después llega la tormenta. Observa desde su habitación una discusión violenta en las escaleras… en la que su vecino huye enfadado y sólo le salen por su boca palabras crueles. Y Sophie se queda sola. Desolada. Después la mujer con rostro triste y una serie de números en el brazo le baja la cena… Y Stingo se queda con su cara grabada en la memoria.

Cuando le va a dejar la bandeja de la cena, la ve a través de la puerta semidormida y oye que alguien ha entrado… es Nathan. Stingo se oculta. Y entonces ve cómo Nathan la abraza y la besa y ella le devuelve los abrazos y los besos… y oye cómo desesperado dice: “¿No lo ves, Sophie? Nos estamos muriendo”.

Y ahí empieza todo. Ahí comienza la escuela de Stingo. Su relación con Eros y Tanatos.

Razón número 2: La casa rosa

La historia donde Stingo, Sophie y Nathan estrechan los lazos de su amistad y relación transcurre en la casa rosa, una casa de huéspedes. Ahí han creado su mundo especial Sophie y Nathan… y acogen a Stingo.

Así conocemos la habitación de Stingo, la de Sophie, la de Nathan… y vivimos momentos con ellos. Instantes alegres y otros trágicos. Una persiana que se baja. Un piano que suena. Una lámpara que se mueve. Gritos o una pareja haciendo el amor. O tres amigos riéndose… Una llamada de teléfono.

Parece que en esa casa donde se encierran los tres sólo pueden ocurrir cosas especiales… La casa rosa es un refugio. Ahí parece que se detiene el tiempo y el mundo. Ahí los tres son especiales…

Razón número 3: Mentiras y salvación

Sophie miente. Nathan miente. Ambos tratan de salvarse. Mienten para no morir. Crean un mundo que les aferre a la vida. De pronto sienten la necesidad de compartir esas mentiras, esos excesos con el joven escritor sureño, un creador. El joven creador sureño que no sabe nada de Eros y Tanatos.

Pronto sin embargo descubre las grietas porque a veces el mundo ideal de Sophie y Nathan se resquebraja, se cae a pedazos. Vienen los gritos, el alcohol, las drogas… los recuerdos, las confesiones. Son dos animales heridos…

Stingo va rompiendo el cascarón, en el exterior (fuera de las paredes de la casa rosa) le cuentan cosas de sus amigos, descubre las mentiras y ve cómo el mundo de sus amigos (aquel mundo que les aferra a la vida) se desmorona en mil pedazos. Pero él ya está enamorado de Sophie y ama a su amigo Nathan…

Descubre a dos personas excepcionales y maravillosas que él admira. Ella es polaca, católica y sobrevivió a un campo de concentración. Él es judío y científico. Ella no cree ya en nada solo en su relación con Nathan… dice mentiras y mentiras para poder modelarse cada día, para lidiar el dolor. Él miente para no enfrentarse a su locura…

Razón número 4: Trío

Y es que Alan J. Pakula crea una película de sensibilidad extrema y nos mete de lleno en un trío donde hay amistad y amor… pero también es poderosa la presencia de la muerte, el dolor, la destrucción y la locura.

El punto de vista que toma es el de un narrador que desde su madurez mira al joven de 22 años que fue. Así es un relato cinematográfico en el cual convive la memoria y la nostalgia. La sensibilidad y la ternura. La recreación de tiempos felices y a la vez dolorosos.

Pakula se empapa de la novela de William Styron y atrapa su esencia… Y además deja tres rostros para el recuerdo. La recreación excepcional de Sophie por parte una Meryl Streep que se crea y se apodera de un personaje complejo. Nathan, hombre sensible, culto, romántico, buen amigo, con don de gentes… alguien al que se admira, un líder… pero como dice su hermano, loco de remate. Una locura que le va minando a él y a los que están a su alrededor. Nathan tiene el rostro de Kevin Kline en su debut en el cine… y ya no se fue de la pantalla. Y la mirada y sonrisa amable de Stingo con la cara de un genial Peter McNicol que borda su papel de joven escritor sureño que va descubriendo a Eros y Tanatos…

Y este trío protagoniza momentos maravillosos como un paseo nocturno por el puente de Brooklyn donde brindan con champán por el futuro literario de Stingo… Unos momentos que dejan imágenes difíciles de olvidar como su paso por el parque de atracciones de Coney Island… donde ya Nestor Almendros hace de las suyas (o esas imágenes bellísimas en las habitaciones de la casa rosa). Ahí los tres amigos se miran en los espejos deformantes… o les vemos dando vueltas sin parar, atrapados.

Razón número 5: Creación y memoria

Y es que Pakula nos ofrece un relato cinematográfico potente donde ‘juega’ con el poder de la creación y la memoria. La decisión de Sophie es la novela de un hombre maduro que recuerda sus jóvenes años. Una recreación de un momento de su vida.

La admiración que siente el joven sureño por una pareja, sus vecinos…, Sophie y Nathan que también crean y lidian con la memoria. Sus vecinos son creadores de un mundo mágico e ideal en la casa rosa para luchar contra recuerdos complejos y dolorosos. La culpa va minando a Sophie. Por sus raíces, por el padre que amaba y odiaba, por una decisión en concreto (pero son tantas las decisiones que tiene que tomar), por el desmoronamiento de sus creencias, por su supervivencia… por aguantar el dolor por estar viva. Y Nathan siente que cada día que pasa se vuelve más loco y se agarra a la cordura. Al mundo que crea con y para Sophie donde es un hombre protector y salvador, un gran científico…

Los personajes y el propio relato cinematográfico (así como la novela) son una radiografía sobre la creación (de historias, de recuerdos, de mundos íntimos…) y los efectos de la memoria.

Razón número 6: Teclados

Ya nos lo cuenta Sophie en una escena. Hay dos teclados importantes en el relato cinematográfico. Esos teclados tienen que ver con el pasado de la protagonista. En su casa, durante su infancia, oía dos teclados. El del piano, su madre lo tocaba. Y el de la máquina de escribir, su padre era un profesor universitario de Derecho y tecleaba sus artículos.

Ahora en la casa rosa vuelve a contar con los dos teclados. Abajo está Stingo en su habitación creando una novela con tintes autobiográficos. Sobre la memoria y el recuerdo. Un niño de 12 años que pierde a su madre. Arriba, Nathan le regaló a Sophie por su cumpleaños un piano… y a veces lo toca para ella.

Pakula escribió él mismo en su teclado el guión de esta historia. Él trabajó la adaptación al cine de la novela de Styron. Y algo que se queda en el recuerdo es la música (no sólo las piezas de música clásica) sino la elegante y nostálgica creación musical de Marvin Hamlisch.

Razón número 7: Locura

¿Y sólo está la locura de Nathan en la película? Él es un esquizofrénico paranóico que trata de construirse un mundo ideal y cuerdo.

¿Y cómo puede reconstruirse una mujer como Sophie? ¿Cómo puede hacer para no caer en el abismo de la locura y el alcohol? ¿Cómo aferrarse a la cordura? ¿Cómo arrastrar la culpa? ¿Cómo olvidar?

Cómo soportar el dolor.

Qué hacer cuando la vida hace daño.

Cuando la locura te arrastra al abismo…

Y luego está ese otro tipo de locura que da mucho más miedo. La que arrastraron los SS que estaban al mando de los campos de concentración. Hombres que borraban sus sentimientos. Se volvían sádicos y violentos. Ejecutaban órdenes sin pensar, con la mente en blanco. Sin sentir. Muchos bebían para poder realizar actos impensables. Otros daban rienda suelta al sadismo. Y como en la película, algunos arrastraban horribles dolores de cabeza o se les quitaban las ganas de comer. ¿Cómo pudieron también borrarse la memoria? ¿Seguir viviendo con lo que hicieron cada día? ¿Cómo podían justificar sus acciones?

Razón número 8: Poema de Emily Dickinson

Ya lo he escrito alguna vez en el blog. Porque rescato escenas de cine donde los personajes leen poemas. Y La decisión de Sophie tiene su poema. Uno de Emily Dickinson. Y tiene que ver con un objeto que se encuentra en la casa rosa… con una cama. El lecho donde Nathan y Sophie se aman con pasión. Es un poema íntimo, que describe una cama… Primero lo leen Nathan y Sophie cuando empiezan a conocerse. Y lo leen encima del colchón, abrazados. Después se lo dedica Stingo, que llora, cuando ellos yacen en la cama y ya no pueden leerlo más.

Haz amplia esta cama,
haz esta cama con prudencia;
espera en ella el postrer juicio,
sereno y excelente.

Que sea recto su colchón
y redonda sea su almohada,
que ningún rayo dorado de sol
llegue jamás, a perturbarla.

Razón número 9: Una carta

Y adoro también las cartas en las películas. Sophie escribe una de despedida a Stingo… que sueña con llevarla a una granja sureña y convertirla en su amor, en la madre de sus hijos… Ella le regala una noche de entrega y pasión. Le despide diciéndole que es un gran amante y que está segura de que encontrará a la mujer que le haga feliz. Pero ella lo siente, tiene que regresar con Nathan, no puede imaginarle solo. Tiene que irse con él, sea cuales sean las consecuencias… Entre líneas le dice que están rotos, quebrados. Le dice que ha sido muy importante conocerle. Pero es una despedida de Eros y Tanatos.

Razón número 10: Decisiones

La vida se va construyendo muchas veces a base de decisiones. Y algunas destrozan. Así vamos asistiendo a las decisiones de Sophie, de Nathan y de Stingo. Decisiones que les construyen y les destruyen. Cada momento, es una decisión. Y las decisiones les llevan a caminos muy diferentes. Lo malo de Sophie es que la obligan a tomar decisiones que nunca imaginó que tuviera que tomar… Y una decisión obligada es la que definitivamente la enemista con la vida y la hace arrastrar la culpa para siempre.

Primo Levy describió en algunas de sus obras (Los hundidos y los salvados o Si esto es un hombre) el sentimiento de culpa que arrastraban muchos supervivientes al Holocausto por el mero hecho de estar vivos…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Juego de espías (Juego de espías. Canfranc-Zaragoza-San Sebastián, 2013) de Ramón J. Campo y Germán Roda

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… Si algunos edificios o paredes pudiesen hablar… Y esta frase que tanto hemos escuchado cobra todo su sentido cuando en el documental Juego de espías la cámara viaja por un enorme edificio vacío pero escenario en tiempos pasados (y cercanos) de muchas historias. Y ese edificio es la Estación Internacional de Canfranc (Huesca), una estación de ferrocarril fantasma casi en la frontera de Francia.

Juego de espías se centra en una de esas historias donde fueron muchos los protagonistas. De las imágenes de la estación en la actualidad e infografías pasamos a fotografías de distintas épocas hasta llegar a 1940, y poco a poco, con la tensión de un thriller surge la narración de un acontecimiento: el nacimiento de una red de espías en la que operaban hombres y mujeres aragoneses, vascos y franceses para facilitar al Servicio de Inteligencia británica información crucial —sobre los movimientos de las tropas nazis y sobre las mercancías que entraban y salían— para el curso de la Segunda Guerra Mundial. Mujeres y hombres que trabajaron en el anonimato más absoluto poniendo en riesgo sus vidas y la de sus familias por la causa de los aliados y para luchar contra el nazismo. Mujeres y hombres de diferentes ideologías políticas, creencias y profesiones que hacían llegar tras una compleja red de comunicación la información. Y todo esto en un país neutral que vivía además una dura posguerra y una dictadura férrea.

El documental reconstruye un periodo de la historia desconocido y sepultado (que ahora a través de la literatura, de libros de historia, de series de televisión o de documentales como éste se está dando a conocer más)… y es puro periodismo de investigación. En busca de testigos y familiares, de testimonios, de documentación… terminamos oyendo hablar a las paredes. Así el periodista aragonés Ramón J. Campo, especialista en Canfranc, parte de sus investigaciones (que ha recogido en varios libros como El oro de Canfranc o La estación espía) para desenterrar una historia apasionante.

El realizador Germán Roda emplea varios recursos visuales además de las entrevistas a testigos, antiguos espías (donde nos encontramos, entre otros, a una entrañable abuela llamada Lola, que cuenta los hechos con una naturalidad que desarma o la dulzura de Simone que era una niña que junto a sus padres formaban parte de la red), familiares (como Emilio Astier, el nieto de uno de los espías que trata de reconstruir la vida de su abuelo y nos dice que entre la memoria y el olvido, él elige la memoria),  y especialistas que crean un relato ágil (y abren el apetito al espectador interesado dejándole con ganas de más…). A las fotografías de época e infografías se intercala además animación que recrea las acciones y actuaciones de los espías. La animación recuerda a esos dibujos que se realizaban en los juicios para reflejar las sesiones. Y es que precisamente parte de la información de este ‘juego de espías’ y que confirma la existencia de esta red es el sumario de un juicio en plena dictadura… viejos papeles que hablan… sobre una red de espías que fue desmantelada y cómo fueron detenidos y encarcelados varios de sus integrantes…

Volvemos a la estación internacional de Canfranc e imaginamos lo que pudieron vivir los protagonistas de esta historia desenterrada. Rescatamos las voces de las paredes. Pensamos en esos viajes en tren a San Sebastián, Zaragoza o Madrid o esos encuentros en viejas cafeterías o en calles bulliciosas para intercambiar mensajes… Hombres y mujeres que aun viviendo la más dura de las posguerras y una dictadura se convirtieron en espías para luchar contra el nazismo.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Tormenta mortal (The mortal Storm, 1940) de Frank Borzage

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En un momento de una cena de celebración, último instante de unidad de la familia Roth y dos amigos muy allegados,  el homenajeado —un profesor universitario (Frank Morgan)—, tras la irrupción de la noticia de que Hitler ha llegado al poder y quedar constancia de la separación política que se cierne sobre la mesa, dice en tono despreocupado que entre ellos siempre habrá tolerancia y buen humor… Pero pronto nos damos cuenta de que él sabe que esto no es cierto y que una tormenta se cierne sobre todos ellos. No habrá posibilidad de diálogo, de puntos de vista contrarios, no habrá posibilidad de pensar distinto… y será imposible el sentido del humor… o la risa.

Frank Borzage no dirige una simple película propagandística de posicionamiento en un momento crítico de un estudio como la Metro Goldwyn Mayer (bastante conservador en sus planteamientos políticos) sino que realiza una película de una sensibilidad extrema que trata de entender, desde la emoción y los sentimientos, una situación que estaba llevando al desastre y a la barbarie a medio mundo. Así se vale no sólo de la ruptura familiar sino de una historia de amor trágico que alcanza lo sublime. Lo emocional y lo espiritual se unen para narrar una tragedia que estaba ocurriendo en aquellos momentos. Tormenta mortal ha caído en olvido y merece la pena que sea rescatada. Esconde un montón de tesoros.

Durante aquellos años, antes y después de la intervención de EEUU en la Segunda Guerra Mundial, los estudios de cine se posicionaron. Y se posicionaron contra el nazismo de tal manera que la producción hollywoodiense fue prohibida por Goebbels y por tanto también en los países que apoyaban su ideología. Así surgieron obras cinematográficas como Confesiones de un espía nazi, El gran dictador, Ser o no ser, Casablanca, La estrella del norte, Los hijos de Hitler, Días de gloria… o Tormenta mortal que no pudieron verse durante años en muchos sitios. Y que luego paradójicamente durante la caza de brujas y la guerra fría causarían problemas a varios de los implicados en el mismo seno de Hollywood.

Tormenta mortal no sólo cuenta magistralmente la ruptura de una familia por la situación política e ideológica sino que es una de las películas más trágicamente románticas y desesperanzadas de Frank Borzage porque además de la tormenta histórica (de ese nazismo que avanza y arrasa), el propio director vivía su propia tormenta emocional donde su vida sentimental era un desastre y el alcohol una forma de olvidar… y todo ese cataclismo emocional tanto histórico como interior se vuelca en la película.

El reparto no es bueno, es buenísimo y brillante así como bastante significativo. Por una parte un trío de actores ese mismo año aparecen en la maravillosa El bazar de las sorpresas en roles muy diferentes y muestran así su versatilidad como actores. Mientras que en el bazar muestran que a pesar de los tiempos oscuros y malos, merece la pena seguir adelante, en Tormenta mortal se transforman en unos personajes a los que de un tajo les quitan toda posibilidad de esperanza a pesar de que luchan hasta la desesperación… si bien son capaces de dejar una huella que crecerá… Así nos encontramos con James Stewart, la maravillosa y olvidada Margaret Sullavan y un Frank Morgan en un registro desconocido (dejando una brillante actuación como un profesor universitario con una dignidad intacta que luchará hasta el final por que predomine la verdad, por ser tolerante… y conservar el buen humor).

Pero no acaba aquí un reparto brillante: Robert Young y Robert Stack llevan a cabo unos personajes complejos que abrazan en un principio la ideología nazi con entusiasmo. El primero renuncia al amor que siente hacia el personaje de Margaret  Sullavan y hacia su mejor amigo (James Stewart) así como a su carrera de científico y a su profesor (Frank Morgan) para entregarse ciegamente a lo que cree que es su deber y a un Estado que anula a las personas y cualquier atisbo de pensamiento individual. Y esto le va minando y destrozando por dentro. Robert Stack renuncia a sus padres, a sus hermanos y amigos también para entregarse ciegamente al partido…, sin embargo, será el único que tras los acontecimientos más trágicos recupere algo la cordura. La duda es si valdrá de algo o si podrá actuar en la clandestinidad contra el nazismo que en un primer momento abrazó. También brillan una anciana con el rostro de Maria Ouspenskaya o una joven Bonita Granville como víctimas del régimen o un nazi sin piedad alguna con el rostro de Ward Bond.

La película está muy bien contada y todas las escenas tienen un sentido. Contiene un montón de momentos imposibles de olvidar. La cena de celebración del principio que luego volverá a ser contada (pero de una manera muy diferente) por la mirada de un Robert Stack desolado que observa una casa vacía y escucha unas voces del pasado. O el momento culminante en la taberna de la localidad cuando se reunen los jóvenes amigos en un intento de recuperar los lazos que parecían inquebrantables (los dos hermanos mayores Roth —Robert Stack y William T. Orr—, su hermana Freya —Margaret Sullavan— y sus amigos  Fritz —Robert Young— y Martin —James Stewart—, ambos enamorados de Freya) y cómo de pronto se ve lo inevitable cuando entra el líder nazi y se pone a cantar una canción patriótica. Todos se ponen en pie con los brazos en alto ante la mirada desoladora y silenciosa de Freya y Martin que son los únicos que no levantan el brazo. Esta escena tiene un efecto tan estremecedor como el que muchos años después provocará una escena similar en Cabaret.

Las dos escenas en la clase universitaria donde vemos como el profesor Roth es aclamado y respetado por profesores y alumnos en su primera aparición, a ver cómo su clase es boicoteada porque expresa que no hay ninguna prueba científica que avale que la raza aria sea diferente a las demás. Y cómo se queda totalmente solo y sin el apoyo de sus colegas (muchos por miedo a las represalias). Otro momento oscuro pero a la vez hermoso es el encuentro entre la esposa del profesor y el profesor en el campo de concentración… que nos damos cuenta que es una despedida.

Pero como es habitual en las películas más recordadas de Borzage, el director es capaz de plasmar de una manera hermosa un amor trágico y espiritual entre Freya y Martin. Así dos descensos por las laderas nevadas, esquiando, serán los momentos culminantes de su amor desgarrado por el odio y el sinsentido. Su historia es narrada entre miradas, separaciones inevitables y momentos sublimes como el casamiento simbólico que realizan antes de huir bebiendo de un vaso, que llevará en un futuro sus nombres (una tradición de la familia de Martin), el fruto de un árbol que ha visto crecer a Martin ante la mirada y las palabras emocionadas de la madre anciana y valiente. Y rodará con especial elegancia y emoción el momento trágico donde el destino de Freya y Martin se convierte en imposible…

… Es bueno no dejar escapar Tormenta mortal… para evitar quizá otras tormentas que vendrán…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Hannah Arendt (Hannah Arendt, 2012) de Margarethe von Trotta

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“Intentar comprender no es perdonar”… no es justificar un hecho o una acción. Es intentar ir al meollo de un comportamiento humano o indagar en el porqué de las cosas para entender por qué se produjeron. A veces ese intentar comprender, y argumentar, hace daño o provoca rechazo visceral o se quiebra la posibilidad de diálogo. Porque en ese intentar comprender pueden surgir verdades que enfrenten al ser humano con su parte más oscura.

Así Hannah Arendt es una defensa, una película tesis, sobre la importancia de pensar. Y de expresar lo pensado. Y de argumentar lo pensado y saber exponerlo. Pensar puede suponer un continuo enfrentamiento con un mundo que prefiere no pensar ni argumentar ni entender ni comprender… y dejarse arrastrar tan sólo por la pasión y las vísceras para enfrentarse a la vida abstrayéndose del pensamiento y el razonamiento y por lo tanto negar la posibilidad de un diálogo constructivo y crítico. También es cierto que dos mentes pensantes pero apasionadas (porque la pasión no esta reñida con el pensamiento… la combinación de ambas puede provocar enriquecimiento) pueden entrar en un bucle de no retorno y sin posibilidad de acercamiento porque ninguno finalmente cederá a un diálogo constructivo. Por lo tanto pensar es un ‘actividad’ humana compleja que arrastra duras consecuencias… pero permite que uno sea consecuente con uno mismo, sea consciente de la complejidad del mundo que le rodea y dude continuamente o sienta curiosidad por donde se desenvuelve… y nunca sienta saciadas las ganas de ‘conocer’ y ‘aprender’.

Barbara Sukowa se convierte en la Hannah Arendt de la directora alemana Margarethe von Trotta (también guionista y actriz) y deja una imagen icónica que muestra perfectamente el acto de pensar: una mujer sola fumando y tumbada en un sillón en absoluto silencio en una habitación. Cualquier alteración de esta imagen: un teléfono, una voz que llama o cualquier sonido exterior, perturba ese acto. Margarethe von Trotta muestra un periodo determinado de Hannah Arendt (1906-1975) para dejarnos su radiografía de una mujer del siglo xx. Filósofa y politóloga (aunque probablemente no aceptara ni le agradase ninguno de los dos términos), alemana y judía, fumadora empedernida… y una de las teóricas del totalitarismo.

Hannah Arendt refleja a la filósofa en un momento en que su vida transcurre tranquila en Nueva York como célebre profesora universitaria y rodeada de un rico y variado ambiente intelectual con otros alemanes exiliados y profesores universitarios norteamericanos que de pronto se siente en la obligación de asistir al juicio de Adolf Eichmann, que fue el encargado de la organización de la logística de transportes del Holocausto, en Israel en el año 1961. Así Hannah se dirigió a la revista The New Yoker para que la enviara como reportera. Fruto de su observación surgieron una serie de artículos en dicha revista y la publicación en 1963 del libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal.

Hubo un gran revuelo con los planteamientos de Arendt, sobre todo con dos (como sale, por otra parte, reflejado en la película): por una parte planteaba que Eichmann, era un burócrata mediocre y con escaso nivel intelectual que actuaba porque acataba órdenes de un sistema político y social establecido. Es decir, Eichmann se defendía diciendo que fue fiel al juramento de obedecer a sus superiores y así renegaba de la acción de pensar por si mismo. Él decía que cumplía con su deber que era organizar la logística de los trenes y que éstos salieran a su destino. Y que ahí terminaba su responsabilidad. Para ella Eichmann era un hombre mediocre y anónimo que se alejaba mucho de la imagen del mal que muchos, entre ellos ella, se podían esperar al verle sentado en un estrado.

Y la otra es que cuestionó la actuación de los consejos judíos, unas estructuras de los guetos todavía hoy muy polémicas a la hora de analizar su función en el Holocausto y a la hora de estudiar por qué se formaron y cómo actuaron. Es punto de controversia el analizar cómo los miembros de estos consejos, en los guetos, participaron en las deportaciones.

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Margarethe von Trotta (en su labor de directora y coguionista junto a Pam Katz) presenta dos planos en el retrato de la mujer que plasma en la pantalla. Por una parte muestra a la pensadora que argumenta sus estudios y análisis y que no reniega de lo que piensa a pesar de que el mundo que la rodea se desmorona. Es fiel a su pensamiento y se enfrenta a las consecuencias que provocan sus palabras pero quiere que sus detractores argumenten también sus planteamientos, que no se dejen llevar sólo por el dolor, las vísceras y el apasionamiento. La pensadora a veces es vista por los demás como mujer fría y prepotente.

Y por otro nos muestra a una Arendt amiga de sus amigos. Que no pertenece a ningún grupo ni nación sino que ella sólo es fiel a aquellos a los que quiere. Una mujer con un mundo íntimo e interior rico que ha construido junto a su segundo esposo, Heinrich Blücher. Una mujer sensible, vulnerable, dulce y amigable que ve cómo su forma de pensar le hace perder amistades cimentadas durante años y afianzar otras relaciones. Así a su alrededor pululan otros personajes históricos como la novelista Mary McCarthy, Lotte Köhler, Hans Jonas o Kurt Blumenfeld.

La directora además de centrar la película (primera que veo de su filmografía) en su intérprete, una magnífica Barbara Sukowa, y en emplear un lenguaje cinematográfico sobrio y espartano, toma dos decisiones en la puesta en escena de esta historia. Por una parte que las imágenes que veamos de Eichmann sean las verdaderas (no hay ningún actor que lo represente, sólo en dos ocasiones: cuando le detienen en Argentina y en un momento en el juicio en el que se encuentra de espaldas). Así Arendt como fumadora empedernida sigue casi todo el juicio en la sala de prensa en los monitores (así nosotros vemos también las imágenes reales de Eichmann). Y por otra parte para mostrarnos la complejidad de la pensadora y su formación en el ‘arte de pensar’ recurre al flashback para mostrarnos uno de los episodios más importantes de su juventud (y también controvertido): y es su relación con el filósofo Heidegger, que terminó relacionándose con el nazismo.

Así Hannah Arendt pone sobre la pista (por lo menos a la que esto escribe) sobre un personaje histórico complejo y muy interesante. Y sobre todo deja expuesta la importancia de pensar y el valor de pensar. También deja caer el peligro de una sociedad que aboca a sus ciudadanos a no pensar y por lo tanto inquieta. Curioso es que de los sistemas educativos y universitarios la eterna asignatura que siempre está en peligro de extinción es la filosofía, el arte de pensar.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.