Persiguiendo a Betty (Nurse Betty, 2000) de Neil LaBute

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Cuando la vi hace bastantes años no me gustó tanto como ahora que he vuelto a visitarla. Persiguiendo a Betty era la tercera película como director del dramaturgo Neil LaBute y la primera que no contaba con un guion escrito por él. LaBute ha continuado con una trayectoria muy irregular jugando al despiste. Si en un principio mostraba una personalidad extraña y arrolladora en el panorama cinematográfico, y dejando al descubierto los complejos y oscuros mecanismos de las relaciones entre sus poliédricos personajes (alimentando sus argumentos de sus obras de teatro)… , poco a poco fue perdiendo su ‘estilo y universo personal’ pero estamos a la espera de que regrese con fuerza.

Persiguiendo a Betty es una tragicomedia extraña y especial con un reparto repleto de sorpresas. Emana una emoción constante pero a la vez unas reflexiones a tener en cuenta sobre la relación de los seres humanos con la ficción y la realidad y con lo que proyectamos o idealizamos para sobrellevar nuestras vidas.

Los ingredientes en un principio son: una dulce camarera de una pequeña localidad de Kansas con una vida triste y gris que logra evadirse de su realidad unos minutos al día con un culebrón televisivo titulado Un motivo para amar. Betty está enamoradísima de uno de los personajes, el cirujano David Ravell. En su vida gris debe lidiar, sobre todo, con un marido que no solo la anula sino que le es infiel, machista y metido en oscuros negocios que ella desconoce (la tapadera es un negocio de coches de segunda mano). Debido a estos negocios oscuros, llegan a la localidad una pareja de asesinos a sueldo (muy habladores y filósofos, cada uno a su manera. Uno maduro y otro muy joven) para asustar al marido por un mal negocio que ha llevado a cabo… y finalmente terminan matándole violentamente, siendo testigo Betty…, que se encontraba en un cuarto viendo uno de los capítulos de su serie. Así Betty entra en estado de shock, borra la muerte de su marido, y fabula con que le abandona para ir a buscar a Los Ángeles a su primer novio, el doctor David Ravell, en uno de los coches de la empresa de su marido (que este se había negado a dejárselo)… Así es la historia pero a grandes trazos porque la película está llena de detalles, matices y significados.

Nuestra Betty tiene muchos puntos en común con la Cecilia de La rosa púrpura del Cairo pero la resolución de sus historias y cómo se cuentan son muy diferentes. Las dos tienen motivos para huir de sus realidades y refugiarse en la ficción (una acude a los culebrones televisivos, la otra a la sala de cine). Y ambas se enamoran de un personaje de ficción. También las dos en un momento dado descubrirán de manera cruel que el actor que representa a su personaje nada tiene que ver con la imagen de la cuál se enamoraron.

En Persiguiendo a Betty además la protagonista sufre la persecución (no solo de sus amigos que están muy preocupados porque no saben su paradero) sino la de los dos matones que también tienen su particular transformación, sobre todo el más maduro. Este crea una imagen idealizada de Betty, es como si tratara de encontrar la redención a una carrera delictiva en un personaje inocente y puro. Así los dos asesinos se convierten en una extraña pareja (que descubriremos al final el porqué de su convivencia) que recorren la carretera… persiguiendo a Betty, y son una especie rara de Don Quijote y Sancho…

Así la película debido a las proyecciones idílicas de los dos personajes principales y antagónicos (Betty –que además se pasa media película en estado de shock– y el asesino a sueldo maduro) transita en una especie de estado de ensoñación continuo adornado con una banda sonora especial. Y así se mezcla la comedia y la tragedia en momentos extremos. Para al final dejar una premisa fría y dura, no hay príncipes azules para Betty, no hay redención para el asesino a sueldo… pero este le revela una verdad importante: no necesitan a nadie, se tienen a sí mismos y eso los hace especiales. No existen por nadie, no son proyecciones ni objetos de nadie, no dependen de nadie… aunque durante toda su vida han arrastrado una u otra condición. Ellos son únicos, y pueden decidir, ser ellos mismos y vivir en consecuencia. Y después de esta revelación cada uno, tendrá su destino.

En Persiguiendo a Betty se pone en evidencia también la fuerza que tiene la ficción hasta el punto de poder ser absorbidos por ella y olvidarnos de vivir nuestra vida (eso como aspecto interesante a analizar: no olvidemos que dos de los personajes ‘pierden’ la cabeza al llegar un momento en que les cuesta distinguir la realidad de la ficción: uno en estado de shock, otro cansado del rol que ha arrastrado durante toda su vida…)… o con la relevancia de hacernos hacer cosas que nunca hubiésemos soñado, o ayudarnos a entender el mundo o servirnos en determinado momento de refugio y terapia ante una realidad imposible y dura que destroza a los seres humanos. También la película refleja de manera mordaz y cruel que una cosa es la ficción que nos envuelve y otra los artífices de esa ficción y su mundo (realizando una crítica al universo de los culebrones televisivos). Es decir, una cosa es el personaje y otra muy distinta el actor que le da presencia. Así como una cosa es la proyección que realizamos de una persona porque necesitamos que así sea, y otra es cómo es en realidad esa persona.

Así en Persiguiendo a Betty surgen referencias continuas al mundo de ficción creado por el cine y la televisión que ha calado en la realidad hasta tal punto que existe un personaje precioso en esta película que realiza su sueño de conocer Roma, solo porque quería revivir esa ciudad que conoció a través de un pase en vespa de Audrey Hepburn y Gregory Peck en Vacaciones en Roma. O como el asesino a sueldo proyecta en Betty una especie de novia de América con rasgos y comportamientos del persojane que tuvo que repetir varias veces Doris Day durante los cincuenta.

Por último otro de los puntos a favor de recuperar Persiguiendo a Betty es su galería de actores empezando por su protagonista una brillante Renée Zellweger que crea a su dulce Betty (y demostrando que es una actriz, aunque ahora ande en horas bajas), una mujer en estado de shock que termina recuperando las riendas de una vida que iba directa a la alineación, la soledad y la tristeza perpetua. Morgan Freeman, como un filosófico asesino a sueldo cansado que se crea una ilusión de redención a través de Betty. Y los dos acompañados por una galería de actores interesantes. Aaron Eckhart (un actor que ha trabajado más de una vez con LaBute) como el desagradable marido de Betty. Greg Kinnear, impecable como el actor vanidoso y superficial que está atado a su personaje de culebrón. Y también Chris Rock como el impulsivo joven asesino a sueldo. Pero la galería sigue y podemos encontrarnos, por ejemplo, al extraño Crispin Glover (tanto en su carrera cinematográfica y artística –al margen del sistema y de Hollywood–, como en los peculiares personajes que construye en las películas que sí llegan a las salas de cine convencional) que a muchos nos dejó marcados su papel de padre de Michael J. Fox en Regreso al futuro.

Así que recuperar de nuevo Persiguiendo a Betty ha sido una buena sorpresa porque deja al descubierto una interesante tragicomedia que a veces alcanza la locura de aquellas screwball comedies que además de un buen sabor de boca y risas, dejaban críticas bastante duras sobre el mundo que habitamos…

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