Diccionario cinematográfico (227). Piscinas

Carmen y Lola

… bailando en la piscina vacía…

El otro día me metí en el cine para ver Carmen y Lola de Arantxa Echevarria. Y es una película muy interesante para debatir sobre la mirada hacia al otro en el cine y cómo la mirada hace que uno se posicione, tanto el que mira por el objetivo como el que mira la pantalla. Por eso provoca controversia y distintas reacciones. De la película, me quedo con las escenas intimistas entre las protagonistas y con que narra con delicadeza lo que supone un primer amor. Una de esas secuencias transcurre cuando Carmen y Lola van a una piscina vacía y juegan a que nadan, a que flotan, a que pueden estar juntas sin problemas, apoyándose… Y bailan, bailan sin parar.

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Feliz 100 cumpleaños, Robert Mitchum (I). Hombres errantes (The lusty men, 1952) de Nicholas Ray

Hombres errantes

… el trío está servido

Sí, la vida del rodeo es dura. Esa América profunda y polvorienta de tipos duros y mujeres fuertes bajo unos códigos patriarcales y conservadores. El rodeo, que genera una vida errante de perdedores que no encuentran arraigo. A veces, porque se convencen de que no lo quieren y otras porque están atrapados en una espiral donde es difícil encontrar una salida. Hombres que ganan dinero y lo pierden, que destrozan sus cuerpos y sus mentes. Mujeres que esperan y que son las más realistas, que tratan de asentarse y de que ellos sienten la cabeza…, que envejecen antes de tiempo por el cuidado continuo y el poco reconocimiento. Ellos se sienten hombres libres. Pero es distinto ser errante, que ser libre. Y de eso se da cuenta demasiado tarde Jeff McCloud, una vieja gloria del rodeo, con el cuerpo demasiado castigado y sin un céntimo… aunque ha tenido muchos en sus manos. Pero no se queja, arrastra su cuerpo de vaquero perdedor… y nunca pierde la esperanza de un hogar, porque como dice, a veces lo echa de menos. Y si McCloud tiene la mirada de Robert Mitchum…, estamos atrapados ante un perdedor de los de quitarse el sombrero.

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Busca tu refugio (Run for cover, 1955) de Nicholas Ray

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Entre Johnny Guitar y Rebelde sin causa, Nicholas Ray realizó un western que enlazaba muy bien estas dos películas, Busca tu refugio. En esta película del Oeste sigue transgrediendo el género, profundizando en el intimismo y psicología de los personajes, y al héroe sin hogar, desencantado y con experiencia, con pasado en los hombros (James Cagney), como Guitar…, le pone como compañero a un joven, un joven que será rebelde (John Derek) con más causa que Jim Stark. Así una película aparentemente menor, muestra al Ray creador de un universo lírico y triste.

Un western, que como Johnny Guitar muestra la facilidad de la masa con cabecilla descerebrada para arrasar, ser injusta, acusar y linchar al forajido; sin juicio justo, sin ni siquiera dar oportunidad a la defensa. Pero también deja la difícil radiografía de un joven rebelde que nunca llega a encontrar un camino por el que avanzar, un joven complejo y ambiguo. En su camino, se cruza el héroe forajido desencantado que ve la oportunidad de actuar como el padre que nunca pudo ser (pues arrastra una historia triste y entre varios desafortunados eventos, uno es la pérdida del hijo).

Y es que las películas del Oeste, sin leyendas, generan historias tristes porque no fue un momento idílico ni aquellas tierras el paraíso, sino que fue un momento duro y las tierras, a veces un infierno. Así Busca tu refugio empieza con un encuentro. Entre el forajido con pasado y el joven inexperto deseoso de ver mundo. Y enseguida empieza el conflicto.

Pasa un tren y el joven cuenta al mayor que la semana pasada robaron las nóminas y que nunca llegaron a su pueblo. Desde el tren los que guardan las nóminas ven a dos forajidos y temen que de nuevo vuelvan a robarles. Los dos vaqueros apuntan con sus pistolas a un pájaro y prueban su destreza. Los encargados del tren creen que el robo va a ser inminente, y tiran el dinero para no tener complicaciones. El hombre mayor no tiene ninguna duda de enmendar el error, al joven se le ve con la duda en los ojos…, una duda que ya no le abandona nunca. A partir de ese momento, todo se precipita. Los encargados del tren cuentan en el pueblo que les han vuelto a robar, el sheriff sangriento y deseoso de venganza con otros hombres del pueblo salen en busca de los forajidos. Los vaqueros regresan al pueblo para devolver el botín. El sheriff los ve de lejos y no pide explicación ni los hombres tampoco. Un disparo y el chico cae moribundo; al hombre que le acompaña tratan de lincharle ahí mismo. Pero uno de los del pueblo reconoce al chico… Y todos se dan cuenta del error. El chico es huérfano y todos los del pueblo se habían ocupado de su cuidado, lo trasladan a la granja de unos inmigrantes suizos. Aclarado el asunto, el hombre forajido pide ir a cuidar al chico a la granja. El conflicto está servido.

De pronto se crea una compleja relación paterno-filial que genera fuertes lazos de dependencia por ambas partes, sobre todo cuando el médico informa de que el chico jamás podrá recuperar una de sus piernas. El forajido encuentra un techo, algo parecido a un hogar, con los inmigrantes suizos, sobre todo con una bella mujer que le brinda una segunda oportunidad para ser feliz. El chico no encuentra su lugar en ninguna parte, quizá solo la seguridad de saber que haga lo que haga siempre tiene la confianza del forajido…

Nicholas Ray rodea a sus personajes de momentos cotidianos e íntimos (sobre todo en la bonita, tierna e inocente relación que se establece entre James Cagney y Viveca Lindfors) pero tampoco faltan persecuciones, indios, robos y asaltos. Y tampoco la melancolía, la tristeza y el desencanto que se posa en las películas de Nicholas. Porque ese hombre que intenta ser un buen padre, que trata de construir una relación de confianza, que siempre da una y otra oportunidad al joven rebelde…, fracasa… porque en el último momento ya no se fía de él. Se rinde un solo instante… y esto supone el fracaso y de nuevo la ausencia… Menos mal que al menos le queda otra oportunidad en el amor, hay una bella suiza que le espera y cree en él, y quizá puedan construir algo parecido a un hogar.

Nicholas Ray puebla sus películas de perdedores desencantados que buscan un refugio, que tratan de no fracasar en una segunda oportunidad, y que a veces son capaces de, con sus actos, una palabra, o una mirada, hacer un poema visual…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

The Master de Paul Thomas Anderson

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En el mismo año que John Huston mostraba en un documental, Let there be light (1946), los traumas que provocaba la guerra en un grupo de soldados, Edward Dmytryk estrenaba una película, Hasta el fin del tiempo (Till the end of time), donde en clave de ficción se narraba la dificultad con la que se encontraban tres soldados para incorporarse a la sociedad civil después de la contienda. En la película de Dmytryk se incorporaba una escena final escalofriante en la que un grupo de hombres en un bar trataban de captar a los tres protagonistas, totalmente desubicados, para formar parte de una asociación que presumía de querer ‘arreglar’ América pero exigía unos requisitos para pertenecer a ella: “ni negros, ni judíos, ni católicos”. Este hecho sirve para despertar a los tres excombatientes que pelean contra estos hombres y su naciente fascismo (paradojas de la vida, contra lo que se había combatido) y como revulsivo para volver a la sociedad como ciudadanos libres.

Diez años después Nicholas Ray dirigía Más poderoso que la vida (Bigger than life) donde un padre de familia de clase media cae bajo los efectos de una droga y se transforma en un personaje tiránico y ultrareligioso. Ray de esta manera advertía sobre los sentimientos ocultos pero latentes en la sociedad de clase media norteamericana de los años cincuenta (american way of life). Una sociedad que partía de unos comportamientos enfermizos capaz de generar intolerancia, crueldad, fanatismo religioso y crear un vacío a todo aquel que supone una amenaza de ese ‘orden’ porque vive, piensa o siente de otra manera. Curiosamente Let there be light no la distribuyó el Ejército de los Estados Unidos (pues fue encargado por este organismo a Huston) hasta 1980, Till the end of time cayó pronto en olvido y trajo problemas a su realizador durante la Caza de Brujas, y por último, Bigger than life es de las películas más olvidadas de Ray. Sin embargo las tres documentan y analizan un periodo histórico de Norteamérica, un periodo que trata de ser ocultado pero que está ahí, que existe, y que constituye parte del alma de un país. Paul Thomas Anderson sigue esta estela incómoda, esta forma de contar la historia, ese relato que comienza después de la Segunda Guerra Mundial donde un país traumatizado levanta sus cimientos para continuar. Y así entendemos el surgimiento de grupos religiosos y políticos, el american way of life, el anticomunismo que desemboca en la Caza de Brujas, los primeros cimientos para la Guerra Fría…

Paul Thomas Anderson sigue así su trayectoria de cronista histórico de América  pero desde una perspectiva especial. Disecciona los mecanismos de poder y sus efectos perniciosos, las complejas relaciones humanas en una comunidad determinada, la psicología oscura del ser humano, y la vulnerabilidad y fragilidad de las personas… aspectos que se convierten en motores de la Historia. Los años setenta tuvieron su radiografía en Boogie nights, los noventa quedaron reflejados en Magnolia, la América anterior a la crisis del 29 que construye las bases del capitalismo en Pozos de ambición y la América de los 50 en The Master.

The Master no es una película fácil porque presenta una estructura cinematográfica hipnótica e inconexa. Atrae de manera poderosa pero es un relato cinematográfico fracturado donde el espectador debe entrar en el juego. Es como si Paul Thomas Anderson aplicara al espectador ‘la terapia’ a la que somete el gurú Lancaster Dodd (Philipp Seymour Hoffman) a su discípulo Freddie Quell (Joaquin Phoenix). Como si Anderson aplicara la hipnosis y nos dejara al descubierto el inconsciente y su desorden para poder construir un armazón coherente. Así ante los ojos del que mira se suceden una serie de imágenes con una carga simbólica que ha de descifrar…

Los que esperan, por tanto, un retrato que se inspire en el creador de la Cienciología, Ron Hubbard no encontrarán los que buscan. Lo que plantea Paul Thomas Anderson va más allá. Los que buscan un retrato ‘identificado’ de los años cincuenta tal y como se ha reflejado en el cine, se encontrarán con unos años cincuenta metafóricos, con una radiografía de una década con achaques y enfermedades. Ya lo explica Freddie Quell en un momento determinado, cuando va en busca de un recuerdo, una chica llamada Doris… pero que, como dice de manera irónica, no es como la Doris Day del cine. Doris Day representó esos ‘años cincuenta’ que sí perduran en la memoria cinéfila entre confidencias de medianoche.

The Master es de esas películas que no es suficiente con verlas una sola vez. Que con cada nuevo visionado se descubrirá una nueva capa de la cebolla. A pesar de que Paul Thomas Anderson optó por rodarla en 65 mm (el negativo de las películas épicas a lo Lawrence de Arabia) es una película de un intimismo escalofriante que desnuda almas. Y sin embargo hay escenas de deslumbrante belleza que nos hipnotizan: todo ese paraíso perdido que transcurre en el mar donde Quell sintió algo parecido a la felicidad junto a una muñeca de arena desnuda. Esa huida de Quell en unos campos de cultivo tras un inesperado accidente. O esas carreras en moto hacia un punto determinado… Pero también esos interrogatorios o sesiones de terapia que encierran al espectador en un habitáculo junto a los protagonistas. Todo regado con una música inquietante y disonante de Jonny Greenwood o con esas canciones tristes de los años cincuenta convirtiéndose la banda sonora en un personaje más, en una pieza más que encajar en el puzle.

Una de las claves fundamentales de The Master es esa relación reflejada entre el gurú y el hombre traumatizado por la guerra (que arrastraba ya otros traumas) que interpretan de manera especial y excepcional Philipp Seymour Hoffman y un prodigioso Joaquin Phoenix (que habla con ese cuerpo encorvado). Y que refleja magistralmente la crítica final de Paul Thomas Anderson a la manipulación, mentira y fracaso de las ‘nuevas religiones’. Es esa relación la que nos ayuda a construir el puzle y a salir del estado de hipnosis, es esa relación donde Thomas Anderson nos deja claro lo que cuenta. Así asistimos al intento de Dodds de aplicar sus ‘enseñanzas’ a la bestia incontrolada. Y, con regocijo, somos testigos del ‘fracaso’ del lavado de cerebro continuo al que someten a Quells (el elemento perturbador que nunca deja de serlo). Quells devastado y errante ‘parodia’ al final con una mujer en la cama las enseñanzas del maestro, él ha optado por la libertad personal (por seguir su libre albedrío) aunque siga en el camino de la soledad y por aferrarse a su propio paraíso (ese mar con una muñeca de arena desnuda). Él ha optado por su manera de ‘mirar’ el mundo (una de sus muchas profesiones es la de fotógrafo).

El gurú es consciente de que ha sido vencido por el alumno en esa conversación final entre los dos en Inglaterra en la cual le dice que si puede vivir sin servir a ningún hombre que le avise, que le cuente la fórmula para conseguirlo… para entonar a continuación una especie de canción de amor que hace a Quells echar una lágrima furtiva. Esta conversación ejemplifica la rica y compleja relación que se ha establecido entre ambos desde su primer encuentro. El gurú envidia (y ama) esa ‘libertad’ del perdedor Quells, nadie apuesta por él pero nadie le doblega. Y a Quells la relación con el gurú le ha servido para ‘elegir’ libremente su sino. Para tener un espejo en el que reflejarse.

El tercer personaje que parece sacado de una película de terror es la fría, compleja e impasible Peggy (Amy Adams), la mujer de Dodds, y el verdadero cerebro de la ‘nueva religión’. En realidad, ella sabe emplear el carisma de su esposo y agazapar su animalidad para ‘engañar’ a los otros y formar así una sociedad recta donde nadie se salga del camino, que preserve el american way of life. Peggy quiere eliminar de su camino a Quells porque es claramente una pieza discordante que hace saltar en mil pedazos su engañosa filosofía. Actúa en la sombra y sin alterarse en exceso, poco a poco afianza el imperio. Dañina, es más peligrosa que Dodds, ya que éste se muestra imperfecto en varios momentos y vulnerable. Ella apenas pierde los nervios y su sonrisa helada.

The Master de Paul Thomas Anderson deja múltiples puertas abiertas. En cada visionado cruzaremos un umbral diferente…

(Este texto lo publiqué en el blog Cinefilias y cinofobias el 8 de enero de 2013)

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.