Sobre los blaxploitation. ¿¡Soy lo bastante negro para ti!? (Is That Black Enough for You?!?, 2022) de Elvis Mitchell / Coffy (Coffy, 1973) de Jack Hill

Un recorrido por los blaxploitation. ¿¡Soy lo bastante negro para ti!? (Is That Black Enough for You?!?, 2022) de Elvis Mitchell

Dorothy Dandridge y Harry Belafonte, dos pioneros en cambiar la imagen de los afroamericanos en el cine de Hollywood.

El crítico de cine Elvis Mitchell escribe y dirige ¿¡Soy lo bastante negro para ti!? En este ensayo cinematográfico cobra especialmente importancia que este crítico sea afroamericano. ¿Por qué? Pues porque a partir de su experiencia personal como espectador de cine apasionado, cuenta esa otra historia de cine en Hollywood. Es decir, la presencia de actores, directores o guionistas negros en el sistema de estudios desde el cine mudo hasta los años setenta donde se produce un antes y un después con el fenómeno de los blaxploitation. Dicho género, agrupa a un grupo de películas, normalmente de bajo presupuesto, protagonizadas por afroamericanos que supusieron taquillazos. El éxito de dichas producciones, y también sus bandas sonoras, hizo que incluso los grandes estudios apostaran por estos largometrajes.

De esta manera, nació todo un star system paralelo y una representación distinta del afroamericano en la pantalla de cine. No obstante, el género también tuvo sus contradicciones, pues muchas de estas películas eran extremadamente violentas, con unos planteamientos machistas, que explotaban al máximo la sexualidad, mostrando la corrupción, los negocios sucios, las drogas y demás asuntos que dejaban una mirada controvertida de la comunidad negra estadounidense. Pero lo que estaba claro es que el estereotipo había cambiado: ya no era el personaje sumiso, cómico, victimista o sin apenas protagonismo, sino que los hombres y las mujeres de este movimiento mostraban toda su personalidad arrolladora, fuerza, sexualidad, rabia y orgullo de ser negros. Y esto abrió el camino a una generación de realizadores, actores y actrices y profesionales del mundo del cine que ha abierto el abanico, reflejando al cien por cien un mundo plural.

Elvis Mitchell se centra en dos antecedentes claros para empezar a cambiar la perspectiva de la presencia afroamericana en las películas: Sidney Poitier y Harry Belafonte. Así como la manera de enfocar el tema racial de directores del Nuevo Hollywood, como Hal Ashby, o de la presencia de solventes actores negros en el cine independiente americano como Rupert Crosse. Todo está a punto, sobre todo con la presencia de directores afroamericanos pioneros como Melvin van Peebles, Gordon Parks o Ossie Davis en la industria del cine, pero el crítico cinematográfico no se olvida tampoco de mencionar a un realizador afroamericano en el Hollywood clásico y del cine mudo, Oscar Micheaux.

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En realidad, nunca estuviste aquí (You were never really here, 2017) de Lynne Ramsay

En realidad, nunca estuviste aquí

Joe, un espectro en vida con cicatrices que mostrar.

Si en Tenemos que hablar de Kevin se metía en la mente de Eva, una madre que sufre un fuerte trauma, en En realidad, nunca estuviste aquí todo está en el cerebro de Joe, una especie de asesino a sueldo. La directora Lynne Ramsay vuelve otra vez a “mirar” de manera especial y crear un universo personal de la adaptación de una novela (la primera de Lionel Shriver y la segunda de Jonathan Ames). En las dos películas asume el papel de guionista y directora y las dos tienen una potencia visual que empuja la historia y deja sin respiro. La importancia del sonido, de la banda sonora y el empleo del color (si en la primera la presencia del rojo era abrumadora, en esta son los tonos azulados) apuntan más rasgos de su estilo. Pero también Ramsay tiene una manera, muy especialmente en esta película, de representar la violencia. Joe (Joaquin Phoenix) es un mercenario, un asesino a sueldo, que rescata a niñas de la trata de blancas y la explotación sexual. Y es un hombre atormentado que vive, desde la infancia, en permanente estado de shock. En realidad es un muerto en vida, un espectro que siempre, con sus reacciones, pilla de sorpresa… Físicamente es un hombre de profundas cicatrices, como las del alma. Es una mole, una especie de bestia herida que enseña toda su sensibilidad en el cuidado atento de su anciana madre.

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Filmish. Un viaje gráfico por el cine de Edward Ross (Reservoir Books, 2017)

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Filmish es un buen ensayo gráfico sobre el séptimo arte y, efectivamente, como dice su subtítulo permite que el lector haga un viaje muy especial. Este libro ha supuesto una grata sorpresa y se disfruta todavía más según se va repitiendo su lectura una y otra vez. Edward Ross, su autor, utiliza su álter ego para llevar al lector de la mano a través de sus reflexiones-viñeta. Por una parte, sigue el camino abierto y la forma de hacer crítica de Mark Cousins (y su imprescindible, tanto libro como serie documental, La historia del cine: una odisea) y, por otra, busca nuevos caminos para ejercer la crítica o la divulgación cinematográfica (otro ejemplo sería el libro sobre cine negro de David Thomson, Sospechosos). Así este cómic muestra un viaje apasionante, viñeta por viñeta, al mundo del cine. Edward Ross realiza siete paradas en Filmish. Y en cada una lanza interesantes reflexiones que ilustra, no podía ser de otra manera, con películas y con pensamientos de teóricos del cine.

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Pajaritos y pajarracos (Uccellacci e uccellini, 1966) de Pier Paolo Pasolini

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… una fábula social y política. Como un trovador de la Edad Media Pier Paolo Pasolini nos introduce en Pajaritos y pajarracos. Así empieza con una canción que va presentando los créditos de la película. La historia es una historia dentro de otra historia y su estructura es la de un viaje, una caminata. Los protagonistas son un padre y un hijo que después se transforman en dos franciscanos… a través de un relato oral que expone trazos de comunismo cristiano. A este padre y a este hijo en su caminar les ocurren varios acontecimientos y uno de ellos muy peculiar: conocen a un cuervo parlanchín de izquierdas, comunista marxista que es precisamente el narrador de la fábula central, esos dos franciscanos que tienen que convertir a halcones y gorriones…

Pajaritos y pajarracos es una rareza cinematográfica que queda en una especie de limbo extraño. Es cine con vocación política, con una narrativa cinematográfica al servicio de un mensaje, que pretende llegar a un elevado número de personas. Es decir, quiere convertirse en un cine popular, de masas. Y es rareza porque Pasolini no consigue ‘llegar’ a un número elevado de personas sino que elabora un ejercicio cinematográfico provisto de humor absurdo, ironía, poesía e ideología. Es decir convierte su Pajaritos y pajarracos en película minoritaria. Así es una pieza cinematográfica para analizar y que refleja además el ‘espíritu’ político y social de un momento de la historia italiana a finales de los sesenta, dos años después del fallecimiento del Secretario General del Partido Comunista italiano, Palmiro Togliatti (durante el peculiar caminar de ese padre y ese hijo se cruzan con su entierro –Pasolini inserta en el relato cinematográfico imágenes documentales).

En su vocación de relato cinematográfico que bebe de la narrativa oral y que además quiere llegar al mayor número de personas…, no es de extrañar que Pasolini elija como protagonista, como el padre, a uno de los actores más populares y famosos de la cinematografía italiana (y cuya trayectoria fílmica desconozco bastante), Totó. Un Totó, que en sus andares, vestimenta, expresión corporal y gestual y en los acontecimientos que vive es cercano a los héroes de ese cine cómico mudo y universal. En Totó están las huellas de Charles Chaplin y de Buster Keaton. Y su hijo tiene el rostro vital de Ninetto Davoli, que será un habitual en la cinematografía de Pasolini.

Pajaritos y pajarracos está hasta arriba de detalles que construyen un discurso. Y sobre todo, como muchas películas de Pasolini, es un estudio del rostro humano. Así cada uno de los personajes que aparecen en este ‘viaje’ poseen una cara con una historia, con huellas, y así se hace imprescindible el primer plano. Pasolini siempre busca rostros que expresen aunque no hablen y ya lo hacía así en Mamma Roma o en El evangelio según San Mateo. Así es difícil apartar la vista de una niña vestida de ángel, o de la prostituta Luna, o de las tres mujeres que se cruzan en el camino de los franciscanos que tratan de ‘aprender’ el lenguaje de los gorriones, o del camarero que les atiende en la taberna o de los comediantes que se cruzan en su camino. Y precisamente en esos comediantes y en otros ‘episodios’ del viaje se siente cómo Pasolini había trabajado y se había empapado del cine de Federico Fellini.

La fábula y el mensaje central es precisamente ese relato dentro del relato: la historia de los franciscanos que reciben un encargo de San Francisco de Asís. Tienen que evangelizar y llevar el mensaje del amor a los halcones y a los gorriones. A los pajarracos y pajaritos… y la tarea no será fácil. Precisamente tardarán unos dos años y encontrarán todo tipo de obstáculos. Aprenderán, sobre todo el más anciano, el lenguaje de los pájaros y transmitirán el mensaje… pero sus oyentes no entenderán del todo ese mensaje ‘revolucionario’. Porque una cosa es escuchar la palabra AMOR y otro caso es practicar, con todas las consecuencias ese amor. Los franciscanos evangelizarán a los pajaritos y pajarracos por separado… pero luego se darán cuenta de que estos se atacan y se hacen daño entre ellos. Se aplastan unos a otros. Así que Francisco de Asís les explica que tienen que empezar de nuevo para que entiendan realmente el alcance de ese mensaje… y otra vez a emprender el camino.

Así esa metáfora de pajaritos y pajarracos que terminan aplastándose unos a otros, se trasladará al viaje que realizan padre e hijo donde veremos cómo oprimen a los que son más pobres que ellos y a su vez ellos cómo son oprimidos por otros más ricos y poderosos. La cuestión final es que el cuervo se convierte en una molesta voz que no para y que continuamente se convierte en una especie de pepito grillo que todo lo analiza y que continuamente realiza una crítica constructiva que hace además pensar a sus dos acompañantes, algo que no desean pues bastante arrastran con su día a día y su lucha por la supervivencia… Así que sin pensárselo, y sin una sombra de mala conciencia sobre sus rostros, finalmente tomarán una decisión drástica con el cuervo… y seguirán su camino.

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Ciencia ficción en los años 70. Almas de metal (Westworld, 1973) de Michael Crichton /Capricornio uno (Capricorn one, 1978) de Peter Hyams

Propongo una curiosa sesión doble de ciencia ficción de los 70. A través de la proyección de dos películas que no son ni perfectas ni redondas pero que muestran diversos elementos de interés tanto en el contenido como en la forma. Y además proporcionan una tarde-noche muy pero que muy entretenida. Por otra parte fue un placer recuperar Capricornio uno porque recordé que fue una película que me impactó cuando la vi de pequeña y conservaba ciertas imágenes que no se me habían borrado de la memoria. Curiosamente ambas cuentan en su reparto con un mismo actor, James Brolin (y ¡cómo se parece su hijo Josh a su progenitor!).

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Almas de metal (Westworld, 1973) de Michael Crichton

No la había visto nunca y eso que en papel estelar e inquietante (pero muy que muy silencioso) se encuentra Yul Brynner (un actor que me gusta mucho) pero sí que había leído sobre ella en el capítulo que dedica al escritor Michael Crichton, José María Aresté en su imprescindible libro Escritores de cine. El libro describe la vinculación tormentosa de varios escritores con el mundo del cine. Crichton (confieso que no he leido ninguna de sus novelas) fue uno de los escritores que probó la dirección (sin mucha fortuna) y realizó varias películas (en las que solía escribir también el guion).  En Almas de metal además adaptaba al cine una de sus novelas.

Película imperfecta que, sin embargo, merece la pena verse (… por lo menos una vez en la vida) porque además del entretenimiento (baza que la hizo ser un éxito de público, nunca lo fue de crítica) plantea un argumento interesante y algunos elementos que se han repetido posteriormente en el cine de ciencia ficción.

La película empieza con un anuncio de televisión que ofrece un nuevo destino a turistas intrépidos hartos de la gris realidad: un parque de atracciones gigantesco que les permite ‘visitar’ otras épocas, otros tiempos. La oferta ofrece tres mundos: el Romano, el Medieval y el Oeste. El reportero entrevista a distintos visitantes que hablan de las maravillas del centro recreativo. Al terminar el anuncio empiezan los créditos y acompañamos a dos amigos a su viaje al parque de atracciones junto a otros turistas. Uno es el veterano (Brolin) y el otro es el que llega por primera vez… los dos eligen el Oeste para su feliz estancia. El veterano explica los trucos para disfrutar de sus vacaciones y le dice al ‘nuevo’ que todos los habitantes de esos mundos son robots. Ahí podrán hacer lo que quieran… hasta matar… pero las víctimas siempre serán robots perfectos, casi humanos. La única manera de saber si se encuentran ante un robot o un humano es mirarle los dedos de las manos (que todavía son imperfectos).

La película plantea la necesidad del ser humano del siglo XX y XXI de coquetear con realidades virtuales (con otros mundos) y así imaginar que escapan de mundos alienantes. Las nuevas tecnologías están empezando a hacer acto de presencia… aunque todavía están en pañales (es una de las primeras películas que emplea efectos especiales no artesanales…). Los protagonistas de Almas de metal se dirigen a una aventura ‘planificada y sin riesgos’ . Luego siguen estando en un estado igual de alienante. No viven por sí mismos con emociones de verdad. Si la creación de estos mundos y este pensamiento ya se habían desarrollado en la literatura de ciencia ficción, ahora es el cine el que atrapa estas claves de un género complejo.

Así asistimos a las aventuras de los dos amigos en ese Oeste inventado donde se meten en peleas en los bares, van al burdel, se convierten en forajidos… Y la presencia de un pistolero sanguinario (Yul Brynner) al que siempre acaban matando y este resucita una y otra vez sin dejar de molestar a los amigos, que están encantados de eliminarle.

Pero el espectador también es testigo de lo que ocurre en la trastienda de ese mundo creado. Y visita las salas de controles y el ‘hospital’ de los robots donde hay todo un equipo técnico que se dedica a que esos mundos ficticios funcionen a la perfección. Sin embargo hay un científico bastante preocupado: está detectando algo que no le gusta. Demasiados fallos inesperados por parte de los robots… Está a punto de ocurrir una rebelión de las máquinas debido a la transmisión de un virus. De tal manera que el parque de atracciones quedará sin control posible. Llega el caos y la violencia.

La diversión de los amigos se transformará en un instante en supervivencia. El pistolero sanguinario calvo y vestido de negro será la amenaza real y constante. Y solo tiene un objetivo: matar a los dos amigos. El novato (que empezaba a entrar en el juego…) pronto tiene que desarrollar su instinto y tratar de no morir. En esa huida, el parque de atracciones se convierte en un lugar siniestro y apocalíptico, en una especie de cárcel o fortaleza sin salida…

En la película de Crichton se plantean muchos temas (ya presentes en la literatura) pero que alimentarán películas del futuro. Los robots demasiado humanos y las realidades virtuales, la rebelión de las máquinas, los parques de atracciones temáticos que fallan… Así vienen a nuestra cabeza Terminator, Blade Runner, Parque Jurásico, Inteligencia Artificial o Matrix

A pesar de su interesante planteamiento el desarrollo de la historia y su estética es bastante light. No se cuidan ni las tramas secundarias ni los personajes secundarios. El novato (Richard Benjamin) es bastante gris pero la verdad que no deja de ser una virtud para lo que quiere contar aun así es difícil contactar con él… El espectador irremediablemente se pone desde el principio al lado de ese carismático Yul Brynner robotizado (rozando la caricatura) y está deseando una y otra vez que aparezca, amenazador. Las posibilidades del parque de atracciones y sus tres mundos podrían haber generado una película potente visualmente pero no es así. Lo que vemos es como si se estuviesen llevando a cabo películas de serie B. Y su banda sonora totalmente olvidable e incluso molesta.

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Capricornio uno (Capricorn one, 1978) de Peter Hyams

Capricornio uno es una película de ritmo trepidante, con persecuciones, conspiraciones secretas, aventuras y adrenalina. También es fallida (no me molesta lo inverosímil en las películas pero aquí roza el absurdo) pero es tan entretenida que a veces te olvidas. Y parte también de una muy buena premisa. Además es puro cine de los setenta tanto en realización como en temática.

Tres astronautas norteamericanos (uno de ellos es Brolin, el más prota) están preparados para volar a Marte en una misión espacial carísima… De pronto cuando se disponen a despegar, les hacen bajar de la nave y los trasladan en avión hasta unos grandes estudios cinematográficos donde tendrán que simular (les amenazan con la seguridad de sus familias) que realmente están realizando el viaje espacial. Los motivos mezclan la política y la investigación espacial. El máximo dirigente del proyecto detectó un defecto que iba a abortar el viaje, no podían arriesgarse después del mucho dinero invertido por el Gobierno a fracasar pues supondría tirar por la borda años de investigación (y perder mucho poder e imposibilidad de financiación futura). Esos tres astronautas tenían que regresar vivos y como héroes nacionales. Pero poco a poco todo se va torciendo y no solo porque aparezca un técnico inteligente, un periodista entrometido y unos austronautas muy íntegros…

Así esta vez sí que la película tiene secundarios carismáticos pero la mezcla de tramas queda un poco en plan batiburrillo paranoico y el mundo de las coincidencias como lo más normal del mundo. Así además de los tres astronautas (que si te interesas por su paradero) nos encontramos con Elliott Gould, el periodista intrépido; Telly Savalas que pasaba por ahí protagoniza la persecución más emocionante con su avioneta; Brenda Vaccaro, de sufrida esposa con personalidad; Karen Black… de guapa y punto…Y entre todos arman una película con demasiados cabos sueltos, un final demasiado abierto pero una sensación de habértelo pasado de miedo.

Capricornio Uno está empapado en ese cine de los años setenta donde los periodistas desvelan tramas donde los poderosos manejan al mundo a su antojo y todos fuéramos marionetas indefensas y donde las conspiraciones paranoicas son el padre nuestro de cada día. Y los enemigos sin rostro salen de debajo de las piedras. Pero aquí es puro divertimento, imita el ambiente y las formas de películas serias como Todos los hombres del presidente, El último testigo o Los tres días del cóndor y deja una película de ritmo trepidante. Contaba con todos los ingredientes para haber ido más allá del entretenimiento…, además partía de una premisa potente y un tema que siempre ha estado presente en la rumorología popular: la posibilidad de que la expedición a la luna hubiese sido un montaje, tal y como en la película se refleja un montaje del viaje a Marte.

… hablando de ciencia ficción Peter Hyams se atrevió años después a realizar la segunda parte de  2001. Una Odisea del espacio (con el título de 2010: Odisea dos… que tiene un grupo de espectadores que la defienden como secuela. Yo no la he visto).

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Cóctel de películas variadas

El gran McGinty (The great McGinty, 1940) de Preston Sturges

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No hace mucho disfruté de la segunda película de Preston Sturges como director, Navidades en julio. Y hace menos tuve en mis manos el dvd de su primera vez como director El gran McGinty y de nuevo ha sido otra sorpresa esplendorosa. Por su tremendísima actualidad. Esta ópera prima, donde Sturges es un guionista que se convierte en director, deberían verla todos los políticos inmersos en tramas de corrupción. Porque Sturges no tiene pelos en la lengua aunque al final se encariñe de sus personajes (porque no les quita un ápice de humanidad). Viajamos a un local perdido de las Bahamas, un tugurio. Ahí coinciden en una barra un camarero que dice que fue gobernador de un Estado y un empleado de banca desesperado que también ha terminado con sus huesos ahí por un fallo cometido. Sturges les presenta como uno que nunca fue recto en su vida hasta que tuvo un momento de lucidez y al otro como uno que siempre llevó una vida recta hasta que falló sólo una vez.

Y la película es un flashback del camarero contando al empleado de banco desesperado su carrera política. El bueno de McGinty (un grandullón y efectivo Brian Donlevy) era un sin hogar de la Depresión. De pronto le sale la oportunidad de colaborar en un fraude electoral para la elección del alcalde (auspiciado por el mafioso local)… y lo hace muy bien. Así empieza su carrera política trepidante… hasta llegar a gobernador para lo cual incluso protagonizará un matrimonio de conveniencia. Y ahí es donde nos encontramos la debilidad de McGinty, los buenos sentimientos de su señora esposa hacen mella en él… Y llega un momento en que quiere actuar por sí solo como político y realmente ejercer haciendo lo mejor para los ciudadanos. Misión imposible y fallida… que le lleva con su mafioso a un tugurio dejando los ideales para otros. Ante la historia de ‘un caradura’ sincero la chica de mala vida preocupada por el ‘buen’ empleado le anima a que arregle las cosas y regrese de nuevo…

Los años no han pasado por esta película… tremendamente actual.

Anastasia (Anastasia, 1956) de Anatole Litvak

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La elegancia de un director se deja ver en una sola escena. Y eso es lo que le ocurre a Anatole Litvak en Anastasia. Por encima del glamour que supone la vuelta de una Ingrid Bergman a Hollywood representando a una mujer sin identidad y que trata de recuperarla (ella es Anastasia, ¿o no?). O de dejarse llevar por el magnetismo animal y la sensualidad de un Yul Brynner que ocupa toda la pantalla (¡cómo me gusta!). Así como disfrutar de las viejas glorias como Helen Hayes mostrándose como gran señora y actriz… Por encima de todo ese reparto y una historia atrayente (con sus dosis de misterio, ambigüedad, romanticismo, zares rusos, revoluciones y finales precipitados), nos encontramos con la puesta en escena especial de un director a reivindicar, Anatole Litvak (y del que me queda mucho por descubrir).

La escena es la de una habitación majestuosa con dos puertas abiertas frente a frente. Detrás de cada una de esas puertas hay un personaje diferente: en una el ambiguo Yul Brynner (¿un noble desencantado y aprovechado o un hombre enamorado? y en la otra la etérea Ingrid Bergman (¿verdadera Anastasia, mujer sin memoria, o estafadora?). Ella ha subido de una cita (impuesta por el maestro de ceremonias y estafa, Yul) algo bebida. Les oímos a los dos hablar y sólo escuchamos sus voces, la cámara está todo el rato en la habitación vacía. Sin embargo sentimos la tensión sexual que recorre el cuarto y la preocupación de ambos. De pronto ella deja de hablar, entendemos que se ha dormido. Y sólo entonces Yul sale de su cuarto, cruza la habitación y entra en el dormitorio de Ingrid para taparla… y quizá también contemplarla.

Tierras de penumbra (Shadowlands, 1993) de Richard Attenborough

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… Richard Attenborough se basó en las reflexiones que vertió C. S. Lewis en el libro Una pena en observación (que no he leído y ganas me han quedado) tras la muerte de su esposa y amor, Joy Gresham. Así el director deja tras de sí una película que reflexiona sobre el amor tardío, el dolor, la soledad, la enfermedad terminal, la muerte y lo que supone la ausencia del ser querido (en una escena contenida y magistral entre C.S. Lewis y el hijo pequeño de su amada).

No sólo nos dejamos llevar por las interpretaciones de Anthony Hopkins y Debra Winger sino que algunas frases que se pronuncian se quedan para siempre en la memoria. En este caso, entre tierras de penumbra, atesoro una frase que le dice un alumno a C.S. Lewis: “Leemos para saber que no estamos solos”. Y ya solo por esa frase la película merece la pena ser vista por lo menos una vez en la vida.

Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) de Nure Bilge Ceylan

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El otro día viajé al cine turco y me llevé una sorpresa enorme con Nure Bilge Ceylan (del cuál sólo había visto Lejano, película que en su momento me costó digerir). La película se encuentra ahora en las salas de cine, Érase una vez en Anatolia e impone su propio ritmo al espectador. Si te dejas llevar el viaje merece la pena. Lo que en un principio tiene estructura de thriller y road movie extraña: vamos entendiendo qué es lo que hacen tres coches por las carreteras de Anatolia (buscar un cadáver), termina convirtiéndose en un viaje de humanidad. Y lo que se nos presenta es un grupo humano variopinto: dos detenidos, los policías, los militares, los conductores, el médico forense y el fiscal…

Y vamos con ellos en este viaje nocturno en busca de un cuerpo y asistimos a las conversaciones y miradas que tienen entre ellos. Y poco a poco vamos adentrándonos en distintas historias y vamos construyéndolas. Unos van cediendo protagonismo a otros a lo largo de la búsqueda, con una cotidianeidad que impregna todo, que hace que este grupo de hombres hagan su trabajo y choquen con la burocracia más rancia y la humanidad más profunda. En una parada a cenar, en casa del alcalde de la localidad, se quedan en un momento sin luz. Y surge un momento casi mágico, donde una bella joven con un quinquel que ofrece té, se convierte en una aparición y no será la única. Asistimos durante más de tres horas a un viaje con final: la búsqueda del cuerpo, la parada en casa del alcalde, la confesión, el encuentro del cuerpo, el camino hasta el hospital donde se le hará la autopsia… y la vida sigue. Pero mientras hemos conocido un poco más el mundo de cada uno de los hombres que protagonizan esta historia, hemos transitado en sus secretos y silencios. Y también hemos conocido a las mujeres ausentes.

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