El tiempo de los amantes (Le temps de l’aventure, 2013) de Jérôme Bonnell

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El tiempo de los amantes o retrato de una dama al borde del precipicio. Y es que el director francés Jérôme Bonnell pega su cámara junto a su protagonista Alix (Emmanuelle Devos) y ya no la abandona en aproximadamente unas 24 horas intensas. Alix vive uno de esos días en que una persona se siente en un momento de catarsis donde o bien se tira a la aventura y abandona todo lo vivido o trata de restablecer de nuevo el equilibrio. Y todo es contado con una delicadeza y una sensibilidad que conmueve, que toca.

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Comedia con fantasmas de Marcos Ordóñez (Libros del Asteroide, 2015)

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Un viaje a través de la memoria de Pepín Mendieta, el rey de la comedia. Comedia con fantasmas es una novela que rescata el espíritu de los escenarios de teatro españoles en un largo periodo histórico: de 1925 a 1987. Pero también está bien presente el mundo del cine. Cine y teatro de la mano para unas páginas apasionantes pobladas de recuerdos y fantasmas. Pues eso es rememorar, mirar una vieja fotografía o una película lejana… traer a la vida aquellos fantasmas que formaron parte de nuestra existencia y nos hicieron tal y como somos. Marcos Odóñez te sumerge en un mundo de fantasmas que cobran vida… y, como lector, no quisieras que bajase nunca el telón.

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Cadeneta de curiosidades cinematográficas. Una profesora con gotas de poesía, Tim Robbins y Shakespeare, 1001 películas que hay que ver antes de morir y el ciclo de cine Otras infancias

Una profesora de parvulario (Haganenet, 2014) de Nadav Lapid

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Hay películas que provocan en el espectador cierto extrañamiento, incomodidad y distanciamiento pero sin embargo hay algo en ellas que atrapa. Así ocurre con la segunda propuesta cinematográfica del director israelí Nadav Lapid, Una profesora de parvulario. Su manera de contar de alguna manera atrae la mirada. Y es difícil lo que plantea y cómo lo plantea. Habla de un mundo sin poesía pero sin embargo lo cuenta con un lirismo duro y especial. Una profesora de parvulario remueve e incomoda. Hay momentos en que no sabes si reír o llorar. Sus personajes no inspiran ninguna simpatía y sin embargo muestran totalmente su humanidad en un mundo que no hay hueco para los versos. Su premisa: una profesora de parvulario descubre a un niño en su clase con un don para crear poemas (es casi como si tuviera revelaciones)…, su obsesión por fomentar su don y por protegerle de un mundo que a ella le ha llevado a una cárcel interior, al vacío, a la soledad y el alineamiento le hará tomar decisiones y rumbos inesperados. La mirada especial de la profesora con el rostro de la actriz Sarit Larry define esta extraña película que deja momentos con unas gotas de poesía emocional… Un patio con lluvia, un baile desesperado, una lágrima que se desborda y un niño que no quiere dejar de serlo (Avi Shnaidman)…

El sueño de una noche de verano, según Tim Robbins

… Desde que siendo pequeña me regalaron un cómic de El sueño de una noche de verano de William Shakespeare (adaptación del historietista Miguel Quesada Cerdán… que aún conservo), mi idilio con esta obra y con Shakespeare aún no ha parado. Me enamoré sin remedio de esa obra y llegó a un punto álgido cuando siendo universitaria vi un montaje teatral que me dejó sin habla (de hecho repetí función), y fue el montaje que realizó el grupo vasco Ur Teatro. Las adaptaciones cinematográficas de esta obra en concreto no han sido tan afortunadas (la de 1935 de William Dieterle o Max Reinhardt o la de 1999 de Michael Hoffman), falta todavía aquel director que destaque con esta propuesta. Más brillantes han sido aquellas películas que han tratado de captar su espíritu como Ingmar Bergman con Sonrisas de una noche de verano, Woody Allen con La comedia sexual de una noche de verano o el empleo de la obra original en la película de Peter Weir, El club de los poetas muertos. Ahora mi amor hacia esta obra ha vuelto a renacer con fuerza, emoción y alegría en el Teatro salón Cervantes de Alcalá de Henares, pues tuve la fortuna de disfrutar del montaje que ha realizado, como director, Tim Robbins. Volví a hundirme en el mundo encantado de Titania y Oberón, a disfrutar de los enredos amorosos de Herminia, Elena, Lisandro y Demetrio y a reírme a carcajadas con ese montaje sobre el mito de Píramo y Tisbe que realiza la gente del pueblo para la boda de Teseo e Hipólita. Con una elegante y sencilla puesta en escena, donde los actores jugaban con sus vestuarios e intercambio de roles en los tres mundos que tan bien diferencia la obra, así como música en directo… y una fragmentación del personaje de Puck…, Tim Robbins logró disparar la emoción y la alegría que transmite esta obra. Y haré un comentario algo frívolo… pero fue un placer oír reír al mismo Robbins con su propio montaje… a unos pocos metros de la que esto escribe… Por cierto, Tim Robbins realizó un homenaje a Orson Welles y al teatro en una película que dirigió en 1999 y que me deslumbró la primera vez que la vi, Abajo el telón (Cradle Will Rock).

Un libro-regalo

Hace unos meses y en circunstancias adversas, me hicieron un regalo que me alivió y entretuvo durante momentos un poco duros… y todavía sigo disfrutándolo. 1001 películas que hay que ver antes de morir (Grijalbo ilustrados, 2014), donde, como su título explica, se reúnen este número de películas, ordenadas por décadas hasta la actualidad, con comentarios (con su ficha técnica, sus fotogramas, su cártel, anécdotas y alguna frase curiosa que se refiere a la película o alguna frase mítica del guion) de distintos críticos y expertos cinematográficos, coordinados por Steven Jay Scheneider. Como en todas las listas (y esta es muy amplia) hay sorpresas, ausencias y descubrimientos. Es un libro ameno y sencillo…, donde puedes estar de acuerdo o no con las valoraciones de los colaboradores y por tanto razonar o revisar ciertas reflexiones o afirmaciones. A mí sobre todo me está aportando el recordar o descubrir obras cinematográficas que aún no he visionado… y apuntar propuestas para llenar más todavía mi viejo baúl de películas.

Ciclo de cine y debate Otras infancias en La Casa Encendida

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Como todos los años por estas fechas…, ando yo un poco implicada y muy ilusionada en un ciclo en La Casa Encendida. Las miradas de los niños avisan sobre la salud de las sociedades en las que viven. Esas miradas son directas y sinceras. Con esas miradas se dibuja el ciclo de cine y debate Otras infancias. Durante los martes y jueves del mes de julio se proyectarán siete películas, cinco de ficción y dos documentales, donde los principales protagonistas son los niños. Viajaremos a Oriente y Occidente, al Norte y al Sur y junto a ellos viviremos sus juegos y malabarismos para mantenerse en pie, para construir un futuro, a veces incierto… Otras infancias porque cada niño crea su propio universo, otras infancias porque las circunstancias que les rodean condicionan sus primeros años de vida. El martes se dio el pistoletazo de salida con La bicicleta verde de Haifaa Al-Mansour y el coloquio con la socióloga Fátima Arranz. Os dejo aquí un link de una propuesta veraniega sobre infancia, cine y reflexión.

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Yo necesito amor de Klaus Kinski (Fábula. Tusquets editores, 2012)

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Repaso la filmografía de Klaus Kinski que he visionado y me doy cuenta de que apenas he visto títulos y en los que he visto aparece como personaje secundario en la trama: la primera de 1958, Tiempo de amar, tiempo de morir. Y después Espía por mandato, La muerte tenía un precio, Doctor Zhivago, Lo importante es amar y Aquí un amigo. También soy consciente de que tampoco he visto las películas fruto de su relación profesional (tormentosa…) con Werner Herzog: Aguirre, la cólera de Dios, Woyzeck, Nosferatu, Fitzcarraldo, Cobra verde… Casi escuché hablar antes de él como padre de Nastassja Kinski. Su rostro no se olvida. A mí siempre me resultó torturado, desagradable, con ojos donde se siente la locura. Y al hundirme en las páginas de sus memorias ha seguido pareciéndome igual: torturado y desagradable… y una mirada donde se cierne la locura. Pero me ha llamado la atención la sinceridad y brutalidad que destilan estas páginas que al final construyen un retrato sin máscaras de un hombre complicado. No busca ni mucho menos elaborar un retrato amable hacia su persona, al contrario Klaus Kinski se hunde hasta lo más hondo de su alma y desvela sus oscuridades y abismos. Le odias pero también te inspira una pena infinita, un hombre con la tormenta y la violencia siempre encima de su cabeza.

Estas memorias las publicó por primera vez La sonrisa vertical. Y no es de extrañar. Pues Kinski rememora sus actos sexuales con brutalidad y sin sentimiento alguno, llega a tal extremo que a veces provoca la risa en el lector. Pero se nota que es una válvula de escape, una herramienta contra la locura. Sin embargo el trato que reciben las mujeres en las páginas de este libro da miedo… Todas quieren follar ávidas con él, sean doncellas, casadas, viudas, ancianas o jóvenes. Son máquinas sexuales, a veces estas máquinas son dignas de sus alabanzas exageradas. Solo muestra un poco de respeto y algo parecido al cariño con las madres de sus tres hijos reconocidos: Pola, Nastassja y Nanhoi (al que dedica el libro). Hace relativamente poco su hija mayor, Pola, ha escrito un libro de memorias donde acusa a su padre de pederastia y cuenta los ultrajes que sufrió… Y leyendo las páginas de las memorias de Kinski resulta fácil, desgraciadamente, creerla.

Sin embargo sorprende el retrato que surge tras esas memorias. Unas memorias llenas de desgarro, violencia y locura. Comienza su historia mientras realiza unas polémicas representaciones que llevó a cabo en los escenarios teatrales sobre la historia de Jesucristo según su versión y según sus palabras. Y es muy significativo que empiece por ahí, además en un momento en que es vilipendiado por alguien del público y él desata toda su furia. De pronto nos encontramos un texto en las primeras páginas de las memorias que dan el tono exacto de las siguientes páginas (que en realidad son fruto de una pesadilla terrible): “¿A qué llamas tú violento so bocazas? Sí, dentro de mí hay violencia, pero no es negativa. Cuando un tigre despezada a su domador, se dice que ese tigre es violento y se le mete una bala en la cabeza. Mi violencia es la violencia del ser libre, que se niega a someterse. La creación es violencia. La vida es violenta. Nacer es un proceso violento. Una tormenta, un terremoto son movimientos violentos de la naturaleza. Mi violencia es la violencia de la vida. ¡No es una violencia antinatural, como la violencia del Estado que envía a vuestros hijos al matadero, embrutece vuestras mentes y exorciza vuestras almas!”.

Pesadilla terrible que empieza con su infancia. Una infancia en la miseria más absoluta junto a sus padres (una descripción demoledora por angustiosa de su madre) y hermanos. Son unas páginas desgarradoras. Una adolescencia marcada por la guerra y la violencia hasta una juventud en que parece que ‘nace’ con un talento natural para los escenarios y donde experimenta con el teatro adquiriendo una fama casi de leyenda como actor maldito que se atreve con monólogos impresionantes de Shakespeare o sube con los poemas de Francois Villon. Tampoco oculta sus crisis mentales y su dura incursión en un centro psiquiátrico. Su cabeza le juega malas pasadas a lo largo de su vida.

Su relación con el cine también es tormentosa. Solo lo ve como su fuente de financiación y todos los directores, los productores, sus compañeros de reparto son ratas inmundas de las que echa pestes. No se salva ni uno. Por ejemplo, sale mal parado Herzog (madre mía, qué adjetivos le dedica), el único director que repitió varias veces con él (también trabajó varias veces con Jesús Franco pero no le nombra en sus memorias) o tampoco se salvan de la quema clásicos como Billy Wilder o Carlo Ponti o también se ceba con la actriz Maria Schneider. Por supuesto el cine también le proporciona mujeres para sus actividades sexuales. Ni tampoco salva a ni una sola película en la que participase (trabajó en un montón de ellas y en distintas nacionalidades, siempre estaba viajando). De los únicos rodajes que habla algo más largo y tendido pero echando pestes de todos es de los de Herzog (en el fondo creo que son las películas de las que se sintió más orgulloso) y del de Lo importante es amar. Odia todo lo relacionado con el cine: promociones, festivales y premios. Participa en las películas por el dinero que le proporcionan…

No hay paz mental, ni física en la vida de Klaus Kinski. A veces en su furia hace reflexiones que no dejan de ser interesantes (y no le falta razón en algunos de sus planteamientos) pero lo fastidia en la página siguiente comportándose de manera odiosa con alguien cercano. Y solo parece alcanzar algo parecido a la felicidad, pero de nuevo de manera exagerada (desproporcionada, como cada uno de sus actos) a partir del nacimiento de su hijo varón, Nanhoi, alcanzando momentos de un lirismo salvaje. Es como si Kinski se aferrara a la infancia de su hijo (la que él no pudo tener) para redimirse y encontrar algo de paz mental y calma.

Yo necesito amor es un viaje al lado oscuro, al abismo, de un actor de teatro y de cine, Klaus Kinski. Son unas memorias que atrapan y duelen. Klaus desnuda su personalidad sin tapujos, con una sinceridad salvaje. Una personalidad que mejor haberla conocido sólo en las páginas de un libro… Es inevitable que me venga a la cabeza alguna de sus imágenes en el cine y esa mirada y cara crispada. Es como si la locura siempre estuviera presente… si él está cerca.

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Dos maneras de reflejar El misántropo de Molière

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En un periodo de tiempo muy corto he visto dos maneras de representar El misántropo, una obra escrita en el siglo XVII. Y en las dos se traslada la esencia de esta obra al siglo XXI. Una, en la pantalla de cine. Otra, en un escenario de teatro. Básicamente El misántropo presenta el conflicto de un hombre, Alcestes, que no puede evitar su desagrado (desencanto) con los seres humanos y la sociedad en la que vive (no soporta los ‘juegos’ para la buena convivencia). La obra transcurre en unas horas, casi un día, y en un único escenario, la casa de Celimena, la amada del protagonista. Alceste se relaciona sobre todo con Filinto, casi el único que se puede colgar el cartel de amigo…

Y son tiempos de Alcestes. De hombres y mujeres desencantados, cansados de luchar y que a veces ven como única salida el aislamiento social para no seguir siendo dañados. Pero como dice Filinto… hay que convivir. Y son tiempos donde se vuelve difícil no tirar la toalla… pero por poseer un alma que se va rompiendo a pedazos ante el desencanto.

Así pude disfrutar en el momento de su estreno de una película francesa, Molière en bicicleta de Philippe Le Guay sobre un actor de teatro (Frabrice Luchini) que en la cima de su éxito dejó los escenarios para vivir como un ermitaño en un caserón en la Isla de Ré. Ahora viene a sacarle de su retiro su amigo (Lambert Wilson), un actor muy famoso en la televisión, que quiere llevar a los escenarios El misántropo. Durante unos días, y mientras el actor se piensa su regreso, ensayarán la obra de teatro (intercambiándose los papeles de Alcestes y Filinto). Mientras tanto se relacionarán con las personas de la localidad pero sobre todo con una solitaria italiana, Francesca, que volverá a ilusionar al desencantado ermitaño. Así se desarrolla una película con encanto que atrapa la esencia de la obra de Molière en una tragicomedia que se alimenta de la gran interpretación de sus dos actores principales.

Y ayer en Alcalá de Henares, pude disfrutar muchísimo (con susto incluido, estalló un foco y por suerte no les pasó nada a las actrices que se encontraban en ese momento en el escenario… El teatro depara estos momentos inesperados y con gran profesionalidad por parte de todo el equipo, el espectáculo continuó) de Misántropo (versión y dirección de Miguel Arco). La obra transcurre en un callejón de una macrodiscoteca donde se celebra una fiesta donde está presente la crème de la crème… Allí Alcestes libra una batalla pues quiere ser honesto, sincero y contar siempre la verdad… en una sociedad que juega otras reglas, una sociedad que le ahoga. Una sociedad de las apariencias, las adulaciones, las manipulaciones y mentiras.Y a esa sociedad pertenecen su mejor amigo y la mujer a la que ama. Alcestes ya está muy quemado, muy cansado. En el callejón se libra la batalla final…, donde caen las máscaras. Así Misántropo es fiel reflejo del siglo XXI y el público puede identificarse perfectamente con el espíritu de Alcestes y reconocer ese mundo en el cual no quiere (y tampoco sabe) jugar.

Alcestes cobra vida. Y, sí, una isla desierta y evitar la convivencia no es la mejor solución para enfrentarse al día a día. Pero a veces dan ganas de tomarse ese respiro y curarse uno antes de regresar al escenario de la vida…

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Miedo súbito (Sudden fear, 1952) de David Miller

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Miedo súbito muestra un mecanismo perfecto, como un reloj (protagonista fundamental de la trama… el paso del tiempo, las horas), donde el suspense logra mantener al espectador en vilo. Película eficaz que encierra un buen funcionamiento del lenguaje cinematográfico capaz de mantener durante los minutos finales una tensión especial sin apenas emplear la palabra… Cuenta además con trío de actores excepcional: Joan Crawford, Jack Palance y Gloria Grahame.

La dirección corre de la mano del irregular David Miller que sin embargo se mostró eficaz las dos veces que empleó la intriga con dos esposas atemorizadas (este tipo de intriga que protagonizan esposas al borde del pánico es un subgénero de lo más interesante). Primero fue Miedo súbito (que curiosamente reposa en el más absoluto olvido) y después con una de sus obras más recordadas, Grito en la niebla.

La película está dividida perfectamente en dos partes. Primero narra con buenos aciertos una historia de romanticismo exacerbado y después va convirtiéndose en una historia de intriga y terror que roza la pesadilla. Y la fórmula funciona a pesar de lo inverosímil y lo enrevesado de la trama…, todo encaja a la perfección, como las piezas de un reloj. El suspense, la tensión, el ritmo, la intriga y la perfecta interpretación así como el carisma de los tres protagonistas convierten Miedo súbito en una película a reivindicar.

Miedo súbito empieza con un ensayo teatral donde el actor principal con rostro de Jack Palance está interpretando un monólogo de romanticismo extremo. El magnetismo y el carisma de Palance son evidentes. Su interpretación está siendo vista por la autora de éxito de la obra (Joan Crawford), por el director, el productor… Todos están entusiasmados con la interpretación menos la dramaturga. Ella expone que no es un mal actor pero que su físico es extraño, no es un galán y su obra puede no funcionar porque los espectadores tienen que sentir el magnetismo, la atracción y la belleza del actor principal. Así que exige su despido y que se la culpe a ella. Cuando le despiden, Palance muestra su enfado desde el escenario, y le dice a la autora que vaya a ver un cuadro de Casanova y descubrirá que no es el retrato de un hombre bello… Y se marcha enfadadísimo y dejando con la palabra en la boca a la protagonista.

Esta primera escena es clave para entender cómo está contada la trama (y que no extrañen los momentos inverosímiles y lo enrevesado de la trama, como antes he señalado). Da perfectamente con el tono de esta obra cinematográfica que juega con las ‘apariencias’, con la ficción y la realidad (la realidad y la ficción)… con la vida como puro teatro donde todos nos vemos obligados a actuar, con la sensación de que nada es lo que parece, con que en la vida parece que hay alguien manejando los hilos y el destino de cada personaje está ya escrito (como la dramaturga escribe sobre sus personajes)…

De manera ‘casual’, la protagonista (que además de dramaturga de éxito es una millonaria heredera soltera) se encuentra al actor que ha despedido en un tren rumbo a su hogar de San Francisco. Así empieza un juego de seducción y una trama de romanticismo extremo que culmina en una escena crucial: en el hogar de la millonaria, ésta le está mostrando el funcionamiento de una grabadora en su despacho (otro objeto importantísimo para el avance de la trama) y le conmina a que diga algo para luego volver a escucharlo. Ella ya está absolutamente enamorada…, entonces Jack Palance vuelve a recitar el monólogo del principio y la tensión sexual va creciendo… hasta llegar a la culminación, cuando ella vuelve a dar al play y escuchan de nuevo el monólogo en silencio, mirándose. El actor demuestra su poder de atracción así como su carisma y se funden en un apasionado beso. Le demuestra que poseía ese magnetismo para ‘representar’ el papel adecuadamente.

Ambos se casan: el actor humilde y la dramaturga millonaria. Y en una elipsis narrativa (no vemos la boda), nos muestra ya a la feliz pareja de luna de miel en una casa veraniega de la autora… empezando así la segunda parte de la película. Y donde entra el tercer personaje con fuerza. Lo ‘idílico’ y el ‘romanticismo’ que ha logrado construir el actor con rostro siniestro (un Jack Palance que merece un párrafo aparte) que ya anuncia sombras… queda totalmente fracturado-quebrado cuando se presenta en una fiesta el personaje de Gloria Grahame. Una mujer seductora que aparece acompañada de uno de los abogados de la famosa dramaturga… Y entonces descubrimos que Palance arrastra un pasado y que Grahame forma parte de él. Son amantes, fríos, manipuladores y calculadores… que no desean ningún bien a la rica heredera. Las sombras de la trama acechan toda la narración que va transformándose en una pesadilla.

Y esa pesadilla llega a su culminación con el descubrimiento de la feliz esposa de la trama que pone en peligro su vida… Despierta de golpe de su sueño de mujer enamorada por la grabadora…, encendida cuando no debe. La dama escucha una conversación de enamorados que nunca debería haber oído… Y entonces transcurren los últimos casi treinta minutos de la película donde la esposa asustada toma las riendas y emplea toda la astucia de una dramaturga precisa. Crea toda una obra teatral perfecta. La millonaria construye un mecanismo exacto como un reloj, no solo para salvarse la vida sino para ejecutar una venganza perfecta. La intriga, el suspense, el miedo y el terror está servido y no decaé ni un solo segundo…, con los giros necesarios (recordemos la premisa de nada es lo que parece), para mostrar un final impecable (sin apenas diálogos solo tensión, miradas y persecución) donde el destino juega con sus personajes. Como en el teatro, la vida es puro teatro.

Pero me gustaría señalar en un párrafo la presencia de un Jack Palance que empezaba a destacar en el mundo del cine…, hacía dos años que había debutado con Elia Kazan y le faltaba uno para realizar su mítico malvado en Raíces profundas. Cada vez es un actor que me apasiona más aunque me faltan un montón de películas de una filmografía irregular y extraña (como su físico) pero a la vez con joyas (El gran cuchillo, Los profesionales, El desprecio, Bagdad Café…) que muestran su versatilidad y su carisma especial.

En Miedo súbito, Jack Palance se convierte en un actor de teatro de origen humilde que quiere subir escalones en la vida social a costa de su millonaria esposa. Lo maravilloso es que el personaje representado (y lleno de matices) por Palance, muestra rasgos y elementos de su propia biografía. Enseñando así, de nuevo, ese juego de ficción y realidad en el que se mueve toda la película. Cuando el personaje de Palance le cuenta a la dramaturga sus orígenes…, coinciden en muchos elementos con los suyos. Su procedencia de una familia humilde, su padre minero…, su trabajo en la mina (y otros muchos oficios), su paso por el ejército, su pasión por la interpretación y su lucha hasta conseguir llegar a ser actor… Además la película, emplea su físico y extraño rostro para dotar de personalidad al personaje. Un rostro curtido que tiene las huellas del pasado como boxeador de Palance así como de su paso por la Segunda Guerra Mundial que dejó secuelas graves en su cara (que fueron corregidas por múltiples operaciones). No olvidar que además está magníficamente acompañado por los ojos de Joan Crawford que traspasan la pantalla y transmiten además de terror muchos otros sentimientos y la sensualidad extraña con aires de mujer fatal de Gloria Grahame.

Miedo súbito es una buena película para rescatar del olvido. Su empleo del suspense, del miedo y la tensión crea imágenes potentes para no olvidar… como ese perrito mecánico que avanza por una habitación hasta un armario semiabierto y en penumbra donde un personaje aterrorizado se esconde…

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La Venus de las pieles (La Vénus a la fourrure, 2013) de Roman Polanski

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Una pieza cinematográfica aparentemente menor que conjuga un montón de ingredientes que demuestra cómo Polanski además de ser un mago a la hora de dar vida propia a los espacios donde ‘habitan’ sus personajes, es capaz de dar varios significados a las imágenes que el espectador está viendo… proporciona varias capas de miradas. Propone un juego sustancioso al espectador para que termine sufriendo la famosa catarsis que puede vivirse en un escenario teatral (y además puede reírse… en el intento).

Primero. Teatro y cine. Cine y teatro… y además Polanski. La Venus de las pieles transcurre en un teatro vacío donde todavía su escenario cuenta con los atrezzos de la obra anterior: ¡La Diligencia en clave musical! Butacas vacías, un escenario que puede transformarse, unos cuantos elementos que lleva la protagonista o que se encuentran en su bolso gigante (un traje de época, una estola de lana, un collar de perro, unos zapatos de tacón, un chaleco de mayordomo, un batín…), también un poco de imaginación y por último jugar con las luces, con la iluminación…

Segundo. Dos  únicos actores. Y que los dos además estén brillantes en un duelo interpretativo que brinda múltiples posibilidades. Pero ¿dos únicos personajes? Comienza el espectáculo y el baile de roles.

Por una parte Emmanuelle Seigner. Que es la señora de Polanski y lleva mucho vivido con él (y también trabajado). Que además también es una actriz que busca que la hagan una prueba, que llega tarde en un día de tormenta, que está cansada, que está empapada, que parece vulgar, inculta, macarra, llena de espontaneidad, que nunca calla, que dice lo que piensa… Que es Vanda personaje en el que se transforma que aprenderá a dominar porque es lo que ‘exige’ el hombre al que ama. Primero le costará… luego absolutamente nada. Y hay un contrato de por medio para dejar las cosas claras. Que es Venus, diosa del amor que somete y doblega, también castiga. Que es la mujer-diosa… aquella que cumple la profecía: “Dios le castigó poniéndole en manos de una mujer”… O es simplemente una mujer enamorada o una mujer que cuestiona una sociedad encorsetada y machista…

Por otra parte Mathieu Amalric. Que tiene un tremendo parecido en peinado e indumentaria a un Polanski más juvenil. Que es también un director-adaptador-actor que está malhumorado y cansado que quiere ir a cenar con su novia y que está convencido de ser un gran intelectual… y que de pronto tiene que hacer una prueba a una actriz maleducada y tardona. Que de pronto se convierte en un director ensimismado y entusiasmado cuando se da cuenta que ha encontrado a la actriz ideal para encarar el personaje… que dirige y se mete en el papel con el que da replica a la que se va transformando en una musa. Que es Severin aquel que necesita enamorarse a través del dolor y la humillación… Que es el creador que se queda aturdido cuando la musa cuestiona su obra, pone sobre la mesa su machismo (así como una futura monótona vida sin trasgresión alguna) y no solo eso sino que le ofrece mejores soluciones artísticas que las que él elaboró… Que se convierte en hombre fascinado y enamorado de una mujer-diosa con la que cambia rol para transformarse en un ser abandonado, castigado y humillado…

Tercero. Parte del texto de una obra de teatro que precisamente se llama La Venus de las pieles del dramaturgo norteamericano David Ives (que también es guionista junto a Polanski de la película) que toma como fuente de inspiración la novela del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch que iba a formar parte de un gran proyecto de seis libros temáticos… La Venus de las pieles es su novela temática sobre el amor. De su apellido y de los elementos autobiográficos que volcaría en esta obra literaria surgiría el término masoquismo.

Polanski ha disfrutado con la adaptación de obras de teatro y novelas que de alguna manera contaban o reflejaban algo que ‘toca’ su sensibilidad y su manera de ver el mundo pudiendo dejar así su firma de autor: La muerte y la doncella, Macbeth, Tess, Oliver Twist, Un Dios Salvaje

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Cuarto. El universo claustrofóbico de Polanski está presente así como la complejidad de las relaciones personales, la sumisión y el poder, y los cambios de roles. Los espacios que tienen vida. Así se vuelve a ese juego claustrofóbico a bordo de un barco en una obra temprana como El cuchillo en el agua en el que en vez de dos personajes había tres (aunque en La Venus de las pieles tenemos a una tercera, una ausente muy presente, la novia de Thomas, el director). O esos espacios vivientes (porque creedme el escenario tiene vida) como la casa de Repulsión o la de Un Dios Salvaje o los ambientes vivos en El escritor. Vuelven temas que obsesionan al director relacionados con la sumisión y el poder y las difíciles relaciones entre hombre y mujer en películas como Tess, La muerte y la doncella, o Lunas de Hiel.

Quinto. No desaparece un elemento que Polanski emplea muy bien en algunas de sus películas (no nos olvidemos de Un Dios Salvaje o El baile de los vampiros): el humor, un humor inteligente y negro que enriquece la trama. Una trama que juega con los límites. Con todos los límites. Qué es realidad, qué es ficción. ¿Hay un elemento fantástico? ¿Es todo representación?

Sexto. La Venus de las pieles es una película de Polanski aparentemente menor que con sólo un vistazo o un breve análisis deja ver mucho más además de convertirse en todo un deleite para el espectador que observa… Señores y señoras, damas y caballeros… comienza el espectáculo o la vida…

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Anna Karenina (Anna Karenina, 2012) de John Wright

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¿Cómo enfocar una nueva versión cinematográfica de una novela de dimensiones gigantescas ya llevada varias veces al cine? ¿Cómo ser fiel al espíritu decimonónico de Tolstoi y a su heroína romántica? ¿Cómo realizar una adaptación adecuada? John Wright se tira por el precipicio, arriesga y para la que esto escribe gana. Aunque el acercamiento y mirada de John Wright y el dramaturgo y guionista Tom Stoppard al universo de Anna Karerina a algunos espectadores les choque e incluso a otros les horrorice a mí me atrapa irremediablemente… desde el primer instante. He leído varias veces la novela (siempre he dicho que ante la Regenta, Madame Bovary y Anna Karenina… la que mejor me cae de las tres es Anna) y esta adaptación me ha cautivado.

¿Cómo es Anna Karenina de John Wright? El director decide presentarnos la historia desde una ‘representación’ en un escenario teatral… pero un escenario teatral vivo que se transforma ante los ojos del espectador. Siempre se dice que la magia del teatro es cuando te metes tanto en la obra que olvidas el escenario… pero sin embargo ahí estás en una ‘representación’ en que todo lo crees aunque sabes que no es cierto… En Anna Karenina todo es posible. En un escenario, entre bambalinas, focos, tramoyas y cambio de decorados transcurre un manantial de emociones y el espectador danza en un melodrama trágico sobre el amor romántico en una Rusia que desaparece, una Rusia aristocrática que se desvanece. Y esa Rusia aristocrática, con sus costumbres, protocolos, modales y miserias, es ‘representada’ en un escenario que se transforma continuamente.

Así nos vemos inmersos en el amor romántico y sus consecuencias… según el momento, el lugar, el espacio, las costumbres, los rumores. Hay tres historias, como en la novela, que se cuentan paralelamente (y las distintas formas en las que se manifiesta este amor). Stiva (hermano de Anna Karenina) y Dolly, amor, matrimonio y conformidad. Levin y Kitty, desencanto y luego amor y más tarde espiritualidad. Y el triángulo que forman Anna, su marido Karenin y su amante Vronsky, desamor, aburrimiento, pasión, autodestrucción y muerte. Hay un personaje (absolutamente maravilloso en la novela), el hermano comunista y moribundo de Levin, Nikolai, que pronuncia una frase clave para entender este acercamiento cinematográfico, expresa algo así como que el amor romántico es el último vestigio del viejo orden capitalista… y entonces Wright y Stoppar deciden representarlo, lo suben a un escenario. Y Anna Karenina regresa con toda su fuerza… ese amor romántico decimonónico que se entiende (y nos es revelado) con toda su artificiosidad y estilo recargado, exagerado y exultante, hermoso… pero todos los espectadores sabemos que al final sólo quedará un escenario vacío. Para así preguntarnos de nuevo ¿sigue en boga el amor romántico? ¿Sigue dando sus coletazos por el mundo? ¿Siguen existiendo heroínas como Anna Karenina (con el rostro moderno cubierto por un tocado de Keira Knightley, musa de Wright)?

De nuevo hemos vivido la catarsis de Anna, lo que la va hundiendo y llevando a la autodestrucción. Volvemos a vivir esa premonición de un tren helado que se convierte en una máquina de matar… Y todas las partes culminantes de la novela no faltan. Son representadas. El tren helado y el primer encuentro. Ese baile en el que los destinos de los personajes quedan sellados. La carrera de caballos decisiva donde Anna desnuda delante de todos sus sentimientos. La soledad de Anna y su camino hacia las vías del tren…

Y cada uno de los personajes está perfectamente caracterizado, como en una buena representación teatral, para que los reconozcamos en el momento. No sólo su vestuario sino también su forma de actuar. Así Karenin es un hombre recto, intelectual, de ropas oscuras, austeras… al igual que sus movimientos (Jude Law que demuestra una vez más cómo puede ser un gran actor), de pocas palabras… pero que expresa con el rostro todo lo que no revela. Y su rival el coronel Vronsky (Aaron Taylor Johnson) que es presentado como una especie de hombre ensueño-ideal: joven, de cuerpo perfecto, rubio con rizos, bigotillo, de maneras elegantes y extremadamente galantes… pero que denota su parte oscura (cómo se deja llevar por las convenciones sociales y la buena vida, cómo influye en él su madre… pero a pesar de todo termina enamorado de la torturada Anna, primero como ‘trofeo’ inalcanzable, después como mujer capaz de arruinar su posición y vida sólo por su entrega total a él… aunque se le termina quedando demasiado grande la historia…). El espiritual Levin (Domhnall Gleeson), hombre incontaminado, que viene del campo y es azotado por los modales y la aristocracia de Moscú, por las apariencias y la superficialidad, que también sufre el desencanto de su hermano ante la situación de su Rusia… al que rompen el corazón. Al principio parece hombre desubicado pero cuando vuelve a la naturaleza se encuentra de nuevo hasta alcanzar de nuevo a la mujer que ama, Kitty (una cada vez más prometedora Alicia Vikander, maravillosa en la película danesa Un asunto real), desde la espiritualidad, la calma y la entrega a los demás.

Los espectadores asisten sorprendidos a cada una de las escenas importantes con toda ‘su teatralidad’. Así no podemos sino disfrutar de la escena del baile. Donde una Anna de negro y hermosísima contrasta con una Kitty de blanco… y donde todos los invitados como si fueran muñecos de cuerda bailan al compás mientras nos centramos en los protagonistas del triángulo (a veces incluso desaparecen) y sólo vemos los movimientos de brazos de Kitty, Vronsky y Anna… que termina mirándose en un espejo que le devuelve una premonición de un tren helado porque el drama ya está servido… O esa prodigiosa y teatral carrera de caballos donde Anna grita de desesperación ante todos y con su esposo de testigo cuando su amante cae con su caballo…

Joe Wright es un hombre de dúos. Así realiza su tercera película con una de sus musas Keira Knightley. También es fiel al compositor Dario Marianelli que crea la banda sonora adecuada para esta Anna Karenina. Y tampoco falta el director de fotografía Seamus McGarvey. Me gusta la forma de contar de este director. Creo que toma caminos y arriesga e incluso cuando se equivoca merece la pena porque siempre hay una escena o una secuencia rescatable, una forma de mirar que lo redime y salva. Desde Orgullo y prejuicio he visto cada una de sus películas. Su trilogía con Keira me fascina (Orgullo y prejuicio, Expiación y Anna Karerina). E incluso en las menos conseguidas y entendidas me dio un momento o varios en los que me hizo ver que merecía la pena estar en la sala de cine (me refiero a El solista y Hanna).

… Ahora yo sigo reteniendo imágenes en la retina de ese amor romántico y desatado en el escenario. Me sigue esa Anna Karenina que de pronto mira al cielo y ve estallar fuegos artificiales…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Odio a Hamlet… John Barrymore, Shakespeare, screwball comedy y un licor de guindas

johnbarrymore

… Hay salas de teatro con encanto, con mucho encanto. Desde que entras en el Teatro Guindalera sientes mucho amor por el escenario, por cada una de las obras que ofrecen, por el trabajo de actor… por el teatro puro y duro… Y no se rinden porque es una forma de vida. Así siguen tratando de seducir a todo el que ama el teatro y quiere disfrutarlo y ofrece un espacio creativo, imaginativo y vivo en Madrid. Y la situación está complicada pero ellos siguen creyendo, luchando y ofreciendo teatro de calidad.

Mi idilio con esta sala empezó hace unos años. Paseaba por la calle Martínez Izquierdo y enseguida llamó mi atención un acogedor local. Tenían en cartel una obra de Harold Pinter, Traición. Entré a verla y me entusiasmó. Daba la casualidad de que estaba descubriendo a Pinter (y además me interesaban sus conexiones con el cine) y nunca había visto una obra suya en un escenario… Ahí empezó todo.

Y así he disfrutado de otras obras en esta sala como Historia del soldado, La larga cena de Navidad, En torno a la gaviota, Molly Sweeney o El juego de Yalta… Acabo (hacia tiempo que no me acercaba… y como siempre he recibido palabras amables de cada una de las personas que hacen posible este teatro) de ver Odio a Hamlet de Paul Rudnick, he llegado a casa y me he puesto frente al teclado. Un rato antes me había tomado el licor de guindas que ofrecen siempre a la salida de la sala y sólo me ha salido un ‘enhorabuena’ de los labios para los actores. He hecho mutis por el foro sin decir ninguna palabra más… Sólo sabía que me lo había pasado en grande, que cómo siempre el montaje había cumplido mis expectativas (incluso más), que el elenco de actores había hecho un trabajo impecable… y que me habían hecho amar un poquito más el teatro…

Pero ¿por qué escribir de Odio a Hamlet en un blog dedicado exclusivamente al cine? Bueno ya sabéis mi pasión por las conexiones, referencias y relaciones. Y que por eso escribo a veces sobre las interrelaciones entre cine y teatro, teatro y cine. Dramaturgos convertidos en guionistas, guionistas convertidos en dramaturgos, obras de teatro y sus adaptaciones al cine (y viceversa), el mundo del teatro reflejado en el cine, el mundo del cine reflejado en los escenarios…

Y Odio a Hamlet me permite muchas reflexiones y conexiones de cine-teatro, teatro-cine. Lo primero su autor el dramaturgo Paul Rudnick también ha escrito guiones de cine como In&out o Las mujeres perfectas (ambas dirigidas por Frank Oz). Y lo segundo y más interesante: uno de los protagonistas es un fantasma que es ni más ni menos que John Barrymore y no sólo eso sino que Rudnick lleva a los escenarios teatrales una obra con la fuerza y los elementos de las screwball comedy de Hollywood. Y toda esta mezcla: historia de fantasmas, screwball comedy, mucha locura y amor, Shakespeare, Hamlet, Ofelia, Romeo y Julieta, técnicas de interpretación, ironía frente a la mentalidad de un tipo de televisión que se produce y el tipo de héroe que triunfa (así como el rostro que lo lleva a cabo), dinero, publicidad, una reflexión viva sobre la fama, el prestigio y el talento… provocan una cartasis final de absoluto amor al teatro y al oficio del actor rebosante de ternura.

Así mientras reía con las situaciones que se iban desgranando en el escenario, me venía a la cabeza una película de Howard Hawks (que muchos historiadores consideran la primera screwball comedy), La comedia de la vida (1934) protagonizada precisamente por John Barrymore y la maravillosa Carole Lombard. Una comedia alocada sobre el mundo del teatro en el cine. Y entonces esa locura encantadora que es Odio a Hamlet se me convertía en una vital screwball comedy donde un actor que conoce sus limitaciones (José Bustos) ama a una mujer que tiene muchos comportamientos de aquellas damas de las screwball (Alicia González)… Como todo buen screwball comedy tiene unos estupendos personajes secundarios con vida propia que aportan a la trama principal: la agente inmobiliaria y médium (Ana Alonso), la representante con mucho pasado a sus espaldas (Ana Miranda) y el productor-director de televisión (Álex Tormo).

Pero además Odio a Hamlet nos hace reflexionar sobre Shakespeare (que también ha sido fuente infinita de argumentos cinematográficos) y uno de sus personajes más emblemáticos y complejos, Hamlet. La obra cuenta las dudas que asaltan a un actor de televisión (cuyos trabajos consisten en una serie y su presencia en varios anuncios) cuando se le ofrece la oportunidad de ser Hamlet en una representación al aire libre. Su duda es dar este paso o aceptar un contrato millonario para protagonizar otra serie de argumento estúpido (un profesor de día, superhéroe de noche). Lo que no sabe es que para su decisión además de con su amada, virgen y loca novia, su representante, el productor de televisión… puede contar ni más ni menos que con una presencia del más allá, el mismísimo John Barrymore (José Maya) que representó en 1922 a Hamlet y alcanzó la gloria…

Para mí el momento culminante y emocionante de la obra y que explica todo el sentido de esta screwball comedy es un canto absoluto de amor al teatro y a su función. Por qué alguien decide subir para siempre a los escenarios y representar… Y es cuando un fracasado (y tierno) actor de televisión se da cuenta de que durante el famoso monólogo de Hamlet sintió que lograba transmitir no sólo su desazón sino lo que quería contar el dramaturgo (un momento de autenticidad) a través del personaje y cómo nota una conexión con un joven del público al que le han llegado sus palabras, le ha escuchado y ha sentido… Y cómo eso se convierte en algo impagable.

Odio a Hamlet es también un precioso homenaje a un actor de teatro y cine, John Barrymore. Y se nota que Rudnick se empapa de aquel John Barrymore (hermano de Ethel y Lionel y abuelo de Drew) que se subió a los escenarios y se convirtió en un actor de prestigio. Alcanzó fama en los teatros con sus personajes shakesperianos. Pero fue también uno de los actores que sublimó el séptimo arte, el cine. Empezó su andadura en el cine mudo y pasó al sonoro mostrando que era camaleónico de galán a cómico pasando por la tragedia. Seductor, galán, divo, mítico, excesivo… y alcohólico… se convirtió en una presencia importante en la pantalla blanca. El fantasma de Barrymore es un personaje entrañable que revela su espíritu de comediante y galán (y deja entrever también su parte oscura y trágica).

Y ese amor que se deja ver y se emite en Odio a Hamlet, es el amor que sentimos los espectadores cada vez que nos acercamos a Teatro Guindalera. Y para seguir sintiendo esa magia, Guindalera es un espacio que debe continuar vivo y abierto…

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.