Anna Magnani y Tennessee Williams (segunda parte). Piel de serpiente (The Fugitive Kind, 1960) de Sidney Lumet

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La segunda vez que Anna se convierte en heroína de Williams es para hacer algo que sabe bien: una mujer temperamental y trágica. Anna se convierte en Lady y es la protagonista de una tragedia cien por cien sureña. Esta vez el director es Sidney Lumet y su co-protagonista, ese Piel de serpiente, es Marlon Brando. Piel de serpiente forma parte de una de las adaptaciones cinematográficas de obras de teatro norteamericanas que lleva a cabo Lumet en ese periodo: empieza para televisión con Llega el hombre de hielo de Eugene O’Neill, continúa con Piel de serpiente y Tennessee Williamas, sigue con Panorama desde el puente de Arthur Miller, para cerrar de nuevo con O’Neill y Larga jornada hacia la noche.

Del universo Williams elige una obra que no es fácil, La caída de Orfeo, pero que tiene todos los ingredientes de su mundo teatral. El calor siempre está presente, una localidad sureña intransigente, un personaje forastero que llega y no será igual recibido por todos, relaciones complejas, racismo, erotismo, eros y thanatos… Los personajes femeninos, todos, poseen una sensibilidad especial, ‘perciben’ el mundo de una manera distinta y son supervivientes en un mundo hostil y muy masculino que trata de aplastarlas, anularlas. Y los personajes masculinos o son especialmente odiosos o demasiado cobardes y ven su mundo amenazado cuando aparece un forastero, el joven Piel de serpiente, un tipo que va con una cazadora precisamente con piel de serpiente y una guitarra, que no necesita atarse a ningún sitio…, que es libre…

Así surge una película oscura porque va narrando una historia excesivamente trágica, sin esperanza alguna. Y el rostro de Anna, de gran trágica, se pone al servicio de un personaje triste, Lady, casada con un hombre desagradable que posee el negocio del pueblo. Además este se encuentra en las últimas fases de una enfermedad. Él es gran amigo de otro personaje influyente del pueblo, el sheriff, que está bastante a favor de disparar sin juicio alguno y que a su vez está casado con una mujer sensible (Maureen Stapleton) que prefiere no mirar y crearse un universo propio. Y por último también está la familia rica caída en desgracia: y dos hermanos, él alcohólico e infeliz, que rompió hace muchos años el corazón a Lady, y ella con graves problemas emocionales y de salud mental (Joanne Woodward) pero que quita máscaras y suelta verdades además de estar obsesionada con Piel de serpiente.

A esta localidad sureña llega el forastero, un joven con su guitarra en busca de trabajo, es Piel de serpiente. El joven se queda y construye una compleja historia de amor con Lady, además la ayuda a conseguir su sueño…, un merendero muy especial, que está unido a una tragedia de su juventud y a la figura de su padre. Pero Piel de serpiente tampoco es un tipo fácil, le conocemos al principio del todo (antes incluso de los títulos de crédito) en un interrogatorio con un juez donde explica por qué está en esos momentos en la cárcel, cómo trabaja como gigoló en macrofiestas (“para entretener”), como a veces pierde los papeles, y cómo promete que él solo quiere recuperar su guitarra de la tienda préstamos. El juez le deja en libertad si promete no regresar jamás. Así Piel de serpiente no se ata a ningún lugar…, va siempre sin rumbo, hasta que llega al pueblo de Lady, donde despierta distintos sentimientos a cada uno de sus habitantes. Y a Linda la hace salir de una cárcel, de una caja de cerillas, de un ambiente de enfermedad y muerte…, a otro universo de sensualidad, belleza, vida y esperanza donde es posible construir un sueño. El problema es que esa felicidad al primero que desagrada es a su marido…

Desde el principio se masca la tragedia no solo por los personajes y ambientes que van apareciendo sino por pistas que se van dejando a lo largo de la narración cinematográfica. La presencia del calor y el recuerdo de un fuego del pasado. Desde la tienda tétrica del esposo de Lady, hasta la propia comisaria o el local de las afueras del pueblo… Todo es oscuro y deprimente excepto el universo que se van logrando construir poco a poco Lady y Piel de serpiente que culmina en el merendero.

Al blanco y negro de Boris Kaufman, que alumbra momentos tremendamente oscuros pero también deja dosis de poesía visual… cómo cuando se ilumina por primera vez el merendero, le acompaña la triste melodía con aires de jazz que acompaña a los personajes. Su compositor Kenyon Hopkins no era ajeno al mundo de Williams, su música también acompañó a Baby Doll. Y por último una baza importante es la fuerza visual de la extraña pareja, Marlon Brando y Anna Magnani.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Anna Magnani y Tennessee Williams (primera parte). La rosa tatuada (The Rose Tattoo, 1955) de Daniel Mann

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… Una amistad de años entre la actriz y el dramaturgo. Y dos trabajos cinematográficos. Anna convertida en heroína de Williams. Dicen que La rosa tatuada la escribió Williams especialmente para ella pero que su poco dominio del inglés hizo que Anna no se atreviera a subirse a los escenarios de un teatro en EEUU, sí, sin embargo, a protagonizarla un poco después en pantalla de cine. Curiosamente es una obra compleja porque no solo es puro Williams y no solo toca sus temas sino que es una de sus obras más positivas… donde la heroína se tira a la piscina y corta las cadenas que la tienen atada sumergiéndose en el placer, la sensualidad y por qué no, quizá, una vuelta al amor… Así La rosa tatuada se convierte en un extraño film que oscila entre el más riguroso drama hasta convertirse en una comedia que canta el placer de la carne. Y ese conseguido equilibrio es difícil pero resulta no solo por la ambientación magnífica de la película, por la dirección más que correcta de Daniel Mann (del que hace poco analizamos Vuelve, pequeña Sheba, su primer largometraje) sino por la compleja interpretación que llevan a cabo la diva italiana, Anna Magnani, y un Burt Lancaster que cada vez se arriesgaba más en sus roles. Curiosamente es uno de los dramas de Williams adaptados al cine menos recordados o conocidos que otras adaptaciones cinematográficas.

La película tiene un prólogo, una primera parte y una segunda parte. El prólogo y la primera parte marcadas absolutamente por el drama y la segunda por la tragicomedia. El cambio de tono viene dado por la aparición de un nuevo personaje: Alvaro Mangiacavallo. Durante el prólogo y la primera parte conocemos a Serafina Delle Rose y su hija adolescente, Rosa (Marisa Pavan, hermana de Pier Angeli)… y conocemos más información que ellas sobre su esposo y padre, Rosario Delle Rose (uno de esos personajes al que no vemos… pero presente a lo largo de toda la película). Serafina es una mujer profundamente enamorada, inmigrante siciliana afincada en el sur de EEUU y aferrada a fuertes tradiciones de su tierra de origen y también católicas. Está tan enamorada de su esposo que está absolutamente cegada. En el vecindario humilde donde viven, ella trabaja como modista y costurera. Nos encontramos con ella el día que va a anunciar a su esposo que lleva una nueva vida dentro, también el momento en que el espectador conoce a la amante de Rosario que se acaba de tatuar una rosa en el pecho (como el propio Rosario) y que además va a la casa de Serafina para pedirle que confeccione una camisa rosa de seda para su hombre, que es “como un gitano salvaje” y el mismo día en que Rosario fallece abatido por la policía pues además de transportar plátanos en su camión también era contrabandista. Años después vemos a una Serafina aislada y desaliñada, encerrada en su casa junto a sus creencias religiosas. Ella misma se crea una cárcel junto a las cenizas de su esposo, sin asumir su muerte y elevándole a los altares, y haciendo oídos sordos a los rumores que rondan sobre su marido, a lo que se dedicaba y a su infidelidad. En esta cárcel pretende encerrar y aislar igualmente a Rosa, su hija, una buena estudiante, inteligente, guapa y culta pero unida férreamente a su madre a pesar de su cambio de carácter y amargura. Serafina quiere preservar la inocencia y pureza de Rosa pero a pesar de sus intentos, la hija conoce en una baile a un joven marinero y ambos se enamoran. Pero Serafina pondrá absurdos obstáculos a la relación…

Pero el mundo de Serafina se pondrá patas arriba por dos motivos. El descubrimiento evidente de que su marido era infiel y la aparición de otro camionero, Alvaro Mangiacavallo, “un payaso con el cuerpo de mi marido” o “el nieto del tonto del pueblo”. Un camionero simple y primario que pretende a Serafina nada más verla e incluso no duda en tatuarse una rosa en el pecho (ese color y esa flor tatuada están continuamente presentes en toda la película… pues no deja de ser un símbolo, una metáfora de los sentimientos y emociones de los personajes, la camisa de seda rosa, las flores tatuadas en el pecho de tres personajes y aparición de esa misma flor –de una manera espiritual como un milagro, una señal en el pecho de la propia Serafina como ella relata– y por último en el nombre de la hija adolescente). Pero su aparición hará que Serafina vuelva a recordar la pasión, la sexualidad, la sensualidad y la risa… y la posibilidad, después de que el “mito” de su marido caiga por los suelos, de intentar una relación… aunque sea con un perdedor… pero con el cuerpo de su esposo. Esto abrirá la mente de Serafina, abrirá de nuevo las puertas de su casa, sonará la música… y dejará volar a su hija. Y ella seguirá con un futuro incierto. Quizá solo se acueste con Álvaro o quizá puedan iniciar una historia… pero eso es lo que menos importa.

Anna Magnani da toda la dimensión que necesita el personaje: de esposa orgullosa, a mujer derrotada y humillada. De italiana trágica a mujer con una energía y una sensualidad que se escapa por cada poro de su cuerpo y rostro. Del estallido y la lágrima a la risa. De la tragedia a la tragicomedia… Y Burt Lancaster se enfrenta a un personaje muy difícil pues mal interpretado su Alvaro puede no ser comprendido u oscilar hasta el mayor de los ridículos. Así Lancaster presta toda su sensualidad, su rostro y su cuerpo, pero acompañado de una simplicidad que roza la ternura hacia un personaje con limitados sueños y con una energía arrolladora de ganas de vivir y disfrutar a pesar del drama diario que le rodea. Y Marisa Pavan como Rosa crea un personaje sensible que se debate ante el amor a su madre pero su rechazo hacia su forma de comportarse y vivir la vida y sus ganas de amar y ser amada y experimentar con su cuerpo sensaciones…

La dirección de Mann (que también la dirigió en los escenarios y se nota su conocimiento de la obra), la fotografía en blanco y negro de James Wong Howe que crea luces y sombras que nos cuentan mucho y una envolvente banda sonora de Alex North… acompañan de nuevo a ese Sur de Williams donde el calor y los ambientes más humildes así como los bajos fondos afloran en cada fotograma. Las humildes casas del vecindario, la iglesia como lugar comunitario y las imágenes religiosas, el local de mala muerte, Mardi Gras Club (donde por lo visto, tengo que volver a ver la escena, se camuflan entre los clientes el propio dramaturgo y el productor de la película Hal B. Wallis), el local de los tatuajes… acompañan los sentimientos a flor de piel de cada uno de los personajes… y marcan a La rosa tatuada como una extraña película que provoca una fuerte atracción durante su visionado y que traslada a un mundo de sensaciones, emociones y sentimientos donde apenas hay sitio para la racionalidad.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Verano y humo (Summer and smoke, 1961) de Peter Glenville

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Durante los años cincuenta y sesenta Tennessee Williams no solo triunfaba en los escenarios sino que directores de cine como Elia Kazan, John Huston, Joseph L. Mankiewicz o Richard Brooks adaptaban al cine sus calurosas, dramáticas, tórridas, eróticas y angustiosas obras de teatro. Algunas de estas películas han alcanzado el estatus de clásico y habitualmente son proyectadas o emitidas como Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de zinc pero hay otras que permanecen más ocultas. En el teatro, Williams era más crudo; en el cine los directores buscaron caminos para respetar el espíritu de la obra pero los elementos más escandalosos o bien aparecían en elipsis o eran eliminados o tan solo intuidos. Lo que sí se notaba es que ya a los directores les molestaba el Código Hays y se volcaban en el lenguaje cinematográfico para expresar lo que la censura no les dejaba.

Una de las obras cinematográficas que permanecen más ocultas, y que adapta una obra de Tennessee Williams, es Verano y humo del director británico Peter Glenville (director de escasa filmografía –bastante desconocido para la que esto escribe– pues estaba más volcado en el teatro pero con títulos interesantes como Escándalo en las aulas o Becket). Y cuenta con todas las claves de una buena película Williams: calor, erotismo reprimido o no, personajes femeninos inestables, padres y madres autoritarios, tragedia, personaje muy masculino que desata el drama, angustia, amores desgarrados, turbiedad, sofoco, sordidez, locura… Además, como era habitual en las películas que adaptaban obras de Tennessee Williams (que solía estar bastante pendiente de las producciones cinematográficas), los repartos eran excelentes y sus interpretaciones dejaban huella. En Verano y humo la pareja protagonista es una excelente Geraldine Page que borda su papel de la espiritual e inestable Alma Winemiller y un Laurence Harvey como John Buchanan, materialista que persigue el placer, la pasión, la verdad… y nunca se encuentra satisfecho. Geraldine Page aporta mil y un matices a su personaje (desde la pronunciación, hasta la forma de moverse o su manera de comportarse en distintas situaciones, sus ataques de histeria, sus esfuerzos por controlarse…) y Laurence Harvey que sabe convertir a su personaje en todo lo desagradable que tiene que ser para luego hacer creíble cómo toca fondo y cómo sale del pozo.

Una frase de Oscar Wilde resume la filosofía de vida de Alma (su clave de supervivencia), la hija de un recto predicador que además tiene también una madre con serios problemas de salud mental (y que a veces le dice verdades a la cara que a ella le angustian): “Todos estamos en el fango, pero algunos miramos hacia las estrellas”. Desde que era una niña ha estado enamorada de su vecino John Buchanan. Así la película empieza con un prólogo precioso. Una noche de Halloween y unos niños jugando a truco y trato, de pronto ven a una niña, como de otra época, rubia, sentada al lado de la figura de un ángel. Todos la dan de lado, menos John que se acerca a hablar con ella. Desde niños se ve la compleja relación que tienen ambos: el enamoramiento obsesivo de ella, el querer humillarla una y otra vez de él pero a la vez su atracción por alguien tan diferente. Ella le plantea que se llama Alma, que también quiere decir ánima, y que hay un mundo espiritual donde las almas habitan. Él le dice que en casa de su padre, que es médico, hay un cuadro del cuerpo humano donde se muestra todo lo que tenemos dentro… y que no hay ningún alma.

Después del prólogo, ya los dos son adultos. Ella es una mujer delicada, con miedos y angustias, soltera, que se consume en casa de un padre estricto y una madre que no está bien de la cabeza y la hace la vida imposible. Y él regresa de un largo viaje, un verano caluroso, a casa de su padre que ve cómo su hijo no se dedica a la profesión médica y sí a la juerga continua. En ese momento además, Alma y John vuelven a establecer su compleja relación. Lo interesante de la película es cómo cada uno va cambiando sus roles y creencias. Para ello es necesario un momento catártico, la tragedia absoluta. Uno aprenderá a mirar las estrellas y la otra caerá en el fango. Un triste cambio de papeles. Pero lo que nunca será posible es que los dos encuentren un resquicio para construir una relación sana y estable aunque ambos se influyan continuamente.

Resaltar también toda una galería de personajes secundarios con papeles para no olvidar. Una erótica Rita Moreno, que lleva la perdición por donde pasa. Un John McIntire como padre de John, que sabe dar matices de amor y dureza ante un hijo que le desilusiona cada día. Una Merkel como madre con problemas de salud mental. O Malcolm Atterbury como un silencioso y recto predicador. Peter Glenville, con su director de fotografía Charles Lang, juega con el color para contar la historia. Emplea tonos pastel que contrastan con otros más oscuros y apagados. El color habla de los distintos ambientes, momentos e incluso de la psicología de los personajes. Y todo envuelto con la melodía entre dramática y romántica de Elmer Bernstein.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.