Redescubriendo clásicos (1). Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich / Miedo en la tormenta (Storm Fear, 1955) de Cornel Wilde

Sangre en Filipinas (So Proudly We Hail!, 1943) de Mark Sandrich

Sangre en Filipinas, la historia dura de un grupo de enfermeras en la Segunda Guerra Mundial.

Películas bélicas en tiempos de guerra. Sangre en Filipinas esconde varias sorpresas. En plena Segunda Guerra Mundial, Hollywood pone en marcha la maquinaria. Se estrenan un montón de títulos de dicho género. Algunos meramente propagandísticos y otros que encerraban bastante más. Sangre en Filipinas, un éxito de público y taquilla de aquellos tiempos, muestra un sorprendente drama bélico con un punto de vista bastante atractivo. La guerra desde el punto de vista de las enfermeras que trabajaban en primera línea.

Mark Sandrich, habitual director de películas de Fred Astaire, sorprende con Sangre en Filipinas, un drama bélico de gran fuerza emocional con momentos muy a tener en cuenta cinematográficamente hablando. La gran baza de este largometraje de la Paramount es obviamente su reparto femenino con tres grandes estrellas de Hollywood y un grupo de buenas secundarias. Los roles masculinos corren a cargo de actores que encontraron su oportunidad por no estar en aquellos momentos, por distintos motivos, en el campo de batalla, no como otras estrellas de cine que estuvieron durante esos años fuera de las pantallas cinematográficas.

Por otra parte, presenta un reflejo de la guerra bastante crudo y no un momento de victoria, sino de incertidumbre total. De no saber muy bien qué es lo que iba a ocurrir en un futuro próximo. Justamente la película ilustra cómo el ataque inesperado a Pearl Harbour cambia el destino de un grupo de enfermeras que terminan en Filipinas, en concreto en Bataán, y el asedio continuo que sufren por parte del ejército japonés. Así se presenta la historia sin una imagen edulcorada y sí es bastante realista al reflejar el trabajo incansable y valioso de este grupo de mujeres. La película empieza con la evacuación de las enfermeras de la zona de combate, pero sin saber cuál será el destino de sus compañeros ni si acabará de una vez la guerra.

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Joyas del cine clásico latinoamericano (IV). Vidas secas (Vidas secas, 1963) de Nelson Pereira dos Santos

Vidas secas, película fundacional del Cinema Novo.

Vidas secas. Un paisaje desierto, infinito, con unos pocos arbustos y ramas secas, de fondo una banda sonora sin música posible, tan solo un ruido insistente, es la presentación del sertão brasileño. Una paisaje hosco y duro. Unas figuras avanzan a lo lejos y se van acercando. Lo primero que vemos es a una perrilla inteligente que avanza y corretea y poco a poco aparecen uno a uno los miembros de una familia: Fabiano, Vitória y sus dos niños. Entre sus escasas pertenencias tienen un loro y a la perrita Baleia. Son supervivientes, campesinos que intentan sobrevivir a la inclemencia de la sequía, el hambre, la pobreza y las condiciones económicas, políticas y sociales. Van de un sitio a otro intentando arraigarse y ser gente normal, como ellos expresan una y otra vez. Solo quieren un trabajo, una cama en condiciones y un hogar en el que permanecer.

Nunca un título estuvo tan adecuado. Vidas secas. Nelson Pereira dos Santos ofrece un retrato de la miseria desolador. La familia trata de arraigarse, pero todo se va complicando. No solo es la desolación del paisaje y la dureza de los periodos de sequía. Son las diferencias de clase, las condiciones laborales del patrón, el poder corrupto de los que lo ostentan… Sus personajes protagonistas son un matrimonio cada vez más duro y desesperado, pero sin fuerza para la rebelión. Viven humillados y ellos mismos eliminan de sus vidas los sentimientos (solo hay ciertos destellos, no han perdido la capacidad de desear un futuro mejor), necesitan acarrear fuerzas para seguir avanzando y buscar el lugar adecuado. No hay sitio para debilidades.

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Lo que nunca volverá. La infancia en el cine (Applehead Team, 2022), editores: Santiago Alonso, Yago Paris e Isabel Sánchez

«Es curioso que habiendo tenido una infancia insignificante, toda la vida me la paso pensando en ella. El resto de la existencia me parece gris y poco animada».

Pío Baroja

Hay reseñas que se hacen con una ilusión especial, y esto es lo que me ocurre con Lo que nunca volverá. La infancia en el cine. Es uno de esos proyectos soñados en los que servidora ha estado presente y que he ido anunciando que os hablaría de él. En este libro hay mucho cariño, trabajo y ganas de ofrecer un ensayo colectivo que merezca la pena. Veinte personas que amamos ver películas nos hemos reunido alrededor de esta publicación para analizar un conjunto de largometrajes con un tema central: la infancia. Pero además defendemos la crítica de cine como género periodístico a reivindicar.

Como si fuese un jardín secreto (y haciendo referencia a la novela de Frances Hodgson Burnett, publicación fundamental de literatura infantil alrededor de la cual se vertebra la introducción de Santiago Alonso), el lector puede perderse por él. Invitamos a caminar por un vergel lleno árboles, flores, plantas, arbustos de celuloide. Y en ese paseo recuperará una mirada infantil a través de diversas películas que atrapan ese espíritu que hace observar el mundo de una manera distinta.

Lo que nunca volverá. La infancia en el cine nace con vocación de ser no solo un libro de consulta y referencia, sino también un ensayo colectivo que deja al descubierto una variedad de aspectos reveladores sobre la infancia, esta etapa de crecimiento y cambio. Una publicación que pueden disfrutar tanto los cinéfilos, especialmente los interesados en el tema tratado, o aquellas personas que crean en el cine como herramienta para comprender la realidad. Todos podrán disfrutar de un rico abanico de películas para analizar diferentes puntos de vista alrededor de la niñez.

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Belfast (Belfast, 2021) de Kenneth Branagh

Belfast es la reconstrucción de los recuerdos de la infancia y un canto de amor al cine.

Belfast no es solo una ciudad de Irlanda del norte, sino un lugar mítico del que hay que irse para siempre. Hay películas en las que un corazón late y se nota en cada fotograma. Una de ellas es Belfast. Kenneth Branagh bucea en el niño que fue y reconstruye el pasado que dejó en Belfast, su ciudad natal, el país de su infancia. Pero escoge un camino para ello y toma una decisión de puesta en escena determinada.

La reconstrucción de sus recuerdos, del espíritu de una época de su vida, los filma como si de una película clásica se tratase. Rescata en Belfast una de las pasiones de niño, la cual no solo la ha conservado toda su vida, sino que ha moldeado su camino: ir a ver películas a la sala de cine. Branagh propone un juego: la mirada de su alter ego, Buddy (Jude Hill), observa la vida a su alrededor como una película clásica de Hollywood.

El conflicto político y religioso no es el tema principal, sino lo que supone la situación y la violencia que brota en la calle donde vive Buddy para que su familia tome una decisión que cambiará el rumbo de su existencia: abandonar o no Irlanda del Norte. El punto de vista es además el de Buddy, un niño de nueve años, que no analiza ni entiende del todo lo que está pasando, solo se da cuenta de cómo cambia su vida, la de sus seres queridos y la de los vecinos de su calle.

Todo empieza durante una apacible tarde de verano en 1969 en una calle de la ciudad irlandesa. Buddy es un niño feliz que juega con sus vecinos cuando, de pronto, oye la llamada de su madre para que vuelva a casa, mientras regresa al hogar, en unos segundos su tranquila calle cambia y se ve sumergida en una ola de violencia que el niño mira con horror, sin entender nada. La convivencia pacífica entre vecinos católicos y protestantes salta por los aires. Su vida pega un giro de 180 grados.

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Retratos de mujer. La boda de Rosa (2020) de Iciar Bollaín / Las niñas (2020) Pilar Palomero / Selva trágica (2020) de Yulene Olaizola

Interesantes retratos de mujer en tres estrenos, dos películas españolas y una mexicana. Las españolas continúan en las salas de cine y la tercera ha sido estrenada en Horizontes latinos en el 68 Festival de cine de San Sebastián. Las tres películas están dirigidas por mujeres, y las tres encierran universos muy peculiares. Iciar Bollaín se centra en una mujer en la mitad de su vida que quiere hacer un parón y hacerse una promesa a sí misma. Palomero cede su mirada a una niña que se adentra en la edad adulta, abre los ojos y busca su voz. Y Olaizola presenta a una mujer de principios de siglo XX, que se adentra en el corazón de la selva, en un territorio fronterizo, y en el viaje se transforma de mujer víctima a espíritu que conduce a la muerte. Tres retratos de mujer que esconden reflexiones interesantes.

La boda de Rosa (2020) de Iciar Bollaín. Retratos: una mujer adulta

Retratos: una mujer adulta

Iciar Bollaín recrea un universo íntimo en una película que deja un buen sabor de boca. Recupera a la actriz con la que inició su andadura en los largometrajes (Hola, ¿estás sola?), Candela Peña, para concebir una historia reconocible. Y esa historia es la de Rosa, una mujer de más de 40 años, que de pronto decide hacer un parón en el camino y replantearse su vida. Un día se da cuenta de que todo a su alrededor tiene que cambiar y que todavía está a tiempo de conquistar sus sueños. Por eso se pone manos a la obra para organizar una boda consigo misma, ser fiel a su persona, quererse más y apostar por la vida que siempre deseó. Esa boda es tan solo el pistoletazo de salida para dar un vuelco necesario a su existencia. Curiosamente su entorno más cercano es quien le pone todos los obstáculos… Nadie entiende que de pronto Rosa quiera mirar un poco más por ella en vez de volcarse y cuidar a todos los demás, como siempre ha hecho.

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Jojo Rabbit (Jojo Rabbit, 2019) de Taika Waititi

Jojo Rabbit y su madre, Rosie.

Jojo es un niño de diez años que todavía no sabe abrocharse los zapatos. Y, por eso, se fija mucho en ellos. Su madre Rosie le anima a que pase lo que pase en la vida, nunca deje de bailar. Y ella tiene unos bonitos zapatos, granates y blancos. Con ellos pedalea, baila y protege a su hijo. La visión de esos zapatos en un momento determinante será una dura bofetada para que Jojo abandone de golpe la infancia y entienda, de la manera más dura, el mundo que habita. No son los zapatos rojos que llevan por el camino de baldosas amarillas, son los que vuelven a un niño consciente de la cruda realidad que le rodea. A partir de ese momento, sabrá abrocharse los cordones, pues ya ha sido duramente preparado para la madurez. Jojo Rabbit cierra con una frase del poeta Rainer Maria Rilke, que sigue haciendo referencia, de alguna manera, a los zapatos: “Deja que todo te pase, la belleza y el terror, solo sigue andando, ningún sentimiento es definitivo”.

El acierto de Taika Waititi es la mirada que elije para su historia. Y es la de un niño con una imaginación desbordante que vive en la Alemania nazi. Un niño que se siente perdido y solo, pese a la figura protectora de la madre y a la presencia de su gran amigo, Yorki (sus intervenciones son geniales). El padre de Jojo está ausente, el niño tiene muchas inseguridades y poca facilidad para hacerse amigos. Además están en guerra. Y esa mirada construye una historia de desbordante imaginación con todos los ingredientes de un buen cuento. Un cuento donde un niño debe seguir un camino, con diversos obstáculos, para enfrentarse a la vida. En ese camino hay muchos compañeros de viaje, y como muchos cuentos clásicos, se mezcla lo bello e insólito con el horror más absoluto. De manera que Jojo vivirá un momento hermoso e inocente, siguiendo el vuelo de una mariposa con alas azules, y esta la guiará hasta unos zapatos, que enfrentarán al niño al horror más absoluto.

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Retratos de mujer. Yo, Tonya (I, Tonya, 2017) de Craig Gillespie/Lady Bird (Lady Bird, 2017) de Greta Gerwig/The Florida Project (The Florida Project, 2017) de Sean Baker

Del listado de películas que concurrían a los Oscar, tres películas ofrecen retratos de mujer, buenos personajes femeninos que además se salen de los arquetipos y tópicos. Por otro lado, son tres películas que ofrecen forma y contenido, tres miradas con las que merece la pena sorprenderse. Y, por último, muestran una galería de actrices: algunas veteranas, otras que están surgiendo con fuerza y alguna debutante que reflejan distintos retratos de mujer (perfiles invisibilizados), un abanico cada vez más amplio, complejo y con más presencia.

Yo, Tonya (I, Tonya, 2017) de Craig Gillespie

Tonya frente al espejo...

Tonya frente al espejo…

Una mujer frente al espejo. Y ahí expresando toda una galería de emociones, que devuelve finalmente una sonrisa rota, con ojos que no quieren dejar de llorar.

En los años 90 los medios de comunicación se hicieron eco de un escándalo informativo que llegó también a nuestros televisores. La patinadora artística Tonya Harding se vio implicada en él… y eso hundió su carrera para siempre. Su principal competidora de equipo en las Olimpiadas de Invierno de 1994 era su compatriota Nancy Kerrigan. Antes de la importante competición, Nancy fue agredida en su rodilla con una barra de hierro por un hombre. Después de la investigación se supo que estaba implicado el exmarido de Tony, su guardaespaldas y un tercero contratado por ambos.

Craig Gillespie reconstruye este hecho de la vida de Tonya Harding, pero antes nos pone en antecedentes. Como si de un documental se tratase, entrevista a los protagonistas de esa historia en el presente (que miran al espectador fijamente a cámara), y van dando paso a ese pasado. Cada uno cuenta su verdad y de ahí surge la complejidad de la mirada, pero también una historia. Vamos saltando de los testimonios de Tonya (una sorprendente y maravillosa Margo Robbie), a los de su áspera madre (la ganadora del oscar a mejor actriz secundaria, Allison Janney), a las palabras de su exmarido y del que se hacia pasar por guardaespaldas, hasta el análisis de un periodista de medios sensacionalistas…

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Dos clásicos ocultos. Cuando el viento silba (Whistle down the wind, 1961) de Bryan Forbes / El misterio de Fiske Manor (Ladies in Retirement, 1941) de Charles Vidor

Cuando el viento silba (Whistle down the wind, 1961) de Bryan Forbes

Cuando el viento silba

La niña y su fantasía: un Jesucristo herido y cansado vive en su granero

Un hombre con un saco… y tres niños siguiéndolo por la campiña inglesa. El hombre se dirige a un río y tira el saco. Entonces los niños van a escondidas, pero raudos, hacia la bolsa y la cogen del agua: hay tres gatitos. Los rescatan, de nuevo. Los tres niños han emprendido una aventura infantil en un nuevo día. En un largo y tranquilo camino conocemos su entorno, se nos dan datos de su vida y educación. Son tres hermanos, dos niñas y un niño, viven en una granja en plena campiña, un poco retirados de una pequeña localidad de Lancashire. Los muchachos están influidos por su educación cristiana; cuando pasan por la localidad, hay un grupo del Ejército de Salvación dando un sermón (pero veremos también la presencia de la religión en la escuela o en su propio hogar, donde guardan una postal de Jesucristo rodeado de niños). El niño, el pequeño, trata de que una mujer del Ejército de Salvación se quede con el gatito que lleva y esta le dice que Jesús lo cuidará. El final de su aventura es llegar de nuevo a la granja donde viven su padre, un granjero trabajador; un jornalero a su servicio (el hombre del saco) y una tía cascarrabias; y esconder de nuevo a los gatitos en el granero familiar. Así el espectador va adquiriendo información cómo que los tres niños son huérfanos de madre. Entonces, el pequeño se preocupa por quién cuidará de los pequeños gatos, y recuerda que la señora del Ejército de Salvación le ha dicho que se encargará de ellos Jesús. La hermana mayor (Hayley Mills), casi adolescente, dice que tendrán que ser ellos mismos pues Jesucristo ha muerto. Sus hermanos la miran escandalizados y ella se arrepiente de su vehemencia en las palabras… Así debutó Bryan Forbes con un magnífico prólogo para su primera película como director (ya había sido actor y guionista), Cuando el viento silba. En ese prólogo no solo sitúa la historia, sino que ya crea un ambiente. Y coloca al espectador ante la mirada y el universo infantil.

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A las nueve cada noche (Our Mother’s House, 1967) de Jack Clayton

A las nueve cada noche

Un mundo infantil, inquietante y perturbador con la presencia de la muerte, entre la inocencia y la crueldad. Esa es la puerta de entrada de A las nueve cada noche. Si ya Clayton convertía en desasosiego el universo infantil en Suspense (The Innocents, 1961) pero con la ambigüedad de si todo era fruto de la mente distorsionada de una institutriz (con todo un referente literario: Otra vuelta de tuerca de Henry James), en A las nueve cada noche es explícito que la mirada es la de los niños, siete hermanos que crean un universo propio en la casa de la madre muerta. Ellos deciden perpetuar la presencia de la madre, y cargar sobre sus hombros el peso de su educación y de sus creencias. Son tan inocentes que quieren depositar ese peso en un adulto y disfrutar de sus juegos infantiles (y creen que pueden volver a comportarse como niños desocupados cuando se presenta en el hogar el padre ausente), pero también sobre sus cabezas sobrevuela el sentido de la crueldad y de la vida es dura y hay que hacer lo posible por sobrevivir.

Un universo infantil complejo con la compañía de los miedos y temores, pero con una capacidad para imaginar y fantasear la realidad y moldearla de tal modo que permita moverse por ella. Un universo infantil que también es distorsionado por un mundo adulto que todo lo remueve y complica a través de una educación o unas creencias extremas. Pero ese universo ha estado presente en diversas películas como El ídolo caído (1948) de Carol Reed, Juegos prohibidos (1951) de René Clement, La noche del cazador (1955) de Charles Laughton o Viento en las velas (1965) de Alexander MacKendrick. Todas ellas con una mirada infantil especial que sabe contar y aportar una visión especial de la realidad.

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Doblete de cine español. Un monstruo viene a verme (2016) de J.A. Bayona/Que Dios nos perdone (2016) de Rodrigo Sorogoyen

Un monstruo viene a verme (2016) de J.A. Bayona

Un monstruo viene a verme

Patrick Ness partió de una idea original de la escritora Siobhan Dowd para crear una novela corta infantil: Un monstruo viene a verme, que publicó en 2011. La escritora había fallecido en 2007…, tenía cáncer. Los buenos cuentos infantiles son aquellos que transmiten herramientas para que los niños se enfrenten a un mundo adulto duro, y para que puedan entender la realidad que les rodea… a través de la imaginación. Por eso en los cuentos hay miedo, terror, soledad, tristeza, crueldad…, pero también todos sus contrarios. Porque así es la vida. Y a través de los cuentos se crea un camino para entender el mundo en el que se vive. Una de las cosas a las que se enfrentan los niños es a los conceptos de la muerte y de la ausencia, y los sentimientos confusos y contradictorios que estos provocan. Y de eso trata precisamente Un monstruo viene a verme.

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