Universo western (III). Arizona (Destry Rides Again, 1939) de George Marshall / Cabalgar en solitario (Ride Lonesome, 1959) de Budd Boetticher

Arizona (Destry Rides Again, 1939) de George Marshall

Arizona, un atípico western.

Arizona es un western muy especial, se decanta en un principio por la comedia, no solo por las situaciones que vemos, sino también por ciertos personajes que tienen un rol cómico. Por otra parte, tiene todos los ingredientes de una película del oeste, pero aderezado con notas musicales. Y, finalmente, también se vierten unas lágrimas.

Su héroe es atípico: Tom Destry (James Stewart), un nuevo ayudante de sheriff educado, que no lleva pistolas, no le gusta la violencia, bebe leche, no para de contar historias (que siempre quieren decir algo), escucha a todos y trata de aplicar la ley. Lo que pasa es que no lo tiene fácil en Bottleneck, una localidad del Oeste donde el lugar más popular es el Saloon y donde impera la ley del más fuerte.

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Melodramas desatados (3). A Electra le sienta bien el luto (Mourning Becomes Electra, 1947) de Dudley Nichols

Los Mannon encerrados en su mansión con todas sus miserias en A Electra le siente bien el luto.

Lavinia Mannon (Rosalind Russell), sola, vestida de negro, al pie de las escaleras de la mansión familiar, pide a Seth, un sirviente que ha estado toda la vida con la familia y conoce todos sus secretos, que cierre todas las ventanas y contraventanas. Ella se queda mirando el cielo, y a su espalda se oye la clausura de los batientes. Lentamente entra en la casa, como una condenada a muerte. Sabe que por muchos años esa será su tumba en vida. Cierra la puerta tras de sí. La cámara se va alejando y se vislumbra una panorámica de la fachada, mientras continua el ruido como si fueran los clavos de un ataúd. Este es el final poderoso de un melodrama desatado con ecos de tragedia griega.

El dramaturgo Eugene O’Neill escribió A Electra le sienta bien el luto en el año 1931, y trasladaba a EEUU, tras la guerra de Secesión, la trilogía griega de Esquilo, La Orestiada. El destino trágico no depende de los dioses, sino de las complejidades psicológicas de los seres humanos, así la maldición de la familia Mannon se entiende bajo el influjo de Freud y Jung. Agamenón, Clitemnestra, Egisto, Electra y Orin son sustituidos por Ezra Mannon, Christine Mannon, Adam Brant, Lavinia y Orin Mannon.

En su momento fue un fracaso y un desastre financiero de la RKO. Por eso la productora decidió mutilar más de una hora del mastodóntico proyecto cinematográfico del guionista Dudley Nichols, que también se puso tras la cámara, y de la actriz Rosalind Russell, dispuesta a mostrar su valía dramática (los dos habían trabajado juntos anteriormente en Amor sublime, un biopic de la enfermera Elisabeth Kenny). La película nunca volvió a revalorizarse… No ha vuelto a ser rescatada del olvido, pese a que puede verse el montaje completo de más de tres horas de duración.

Sin embargo, la odisea de los Mannon en tres actos va atrapando poco a poco al espectador y no le suelta, descubriendo una película poderosa capaz de arrastrar a la catarsis final con la soledad de una mujer vestida de negro. A Electra le sienta bien el luto es como los buenos vinos, según van pasando los minutos (en vez de los años), se convierte en mejor película. Incluso sus actores van sintiéndose más cómodos con sus personajes según va avanzando el metraje.

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Araña (Araña, 2019) de Andrés Wood

Araña

Andrés Wood en Araña convierte en protagonistas a miembros de Patria y Libertad.

Araña sigue la estela de un cine chileno que describe una atmósfera cerrada, enquistada, que advierte que las fuerzas que engendraron el golpe de estado siguen no solo con el poder y formando parte de las clases más acomodadas, sino que su ideario sigue vivo y vigente. La brecha social cada vez más enorme y, por tanto, las injusticias, sangrantes. Y el polvorín a punto de estallar. No, ya ha estallado. Así el panorama social y político de los años previos a 1973 no dista tanto del panorama social y político de 2019. Mientras en los periódicos informan sobre que en las calles chilenas se vuelve a cantar “El derecho a vivir en paz” de Víctor Jara, emergen también, sin embargo, aquellos que nunca se fueron, que alimentaron la dictadura. Y Andrés Wood estrena una película que transita entre el pasado y el presente. Sus protagonistas son tres miembros de Patria y Libertad, movimiento paramilitar chileno de ideología fascista, que nació para enfrentarse contra el gobierno de Salvador Allende. El movimiento se disolvió tras el golpe de estado de Pinochet.

El cine chileno no tiene reparo en mostrar sus sombras y manchas. Historias cerradas, agobiantes, sin salida… de personajes oscuros. Así lo ha hecho ya Marcela Said en Los perros (2017) o Pablo Larraín en El Club. Andrés Wood convierte en protagonistas a tres personajes desagradables y cuenta sus gestas, sus pasiones y traiciones. Porque son personajes que existen, reales y vivos. Que están ahí. Las andanzas de Inés, Justo y Gerardo, ayer y hoy. La mente manipuladora de Inés (María Valverde/Mercedes Morán), como una lady Macbeth que nunca temió las manos manchadas de sangre, envuelve el relato. Ella nunca cae. Abre la narración amonestando orgullosa a un entrenador porque su nieto no juega en el campo y hace que los niños salgan al terreno de juego porque ella lo decide. Y cierra el relato con toda su familia reunida exhibiendo su poder ante los medios. Inés siempre ha tejido con cuidado una fuerte telaraña y nunca ha abandonado sus “ideales” ni se ha bajado del escalafón del poder social y político.

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El rostro impenetrable (One Eyed Jacks, 1961) de Marlon Brando

El rostro impenetrable

Una pareja cinematográfica de lujo: Marlon Brando y Karl Malden

El rostro impenetrable es un atípico western donde las turbulentas emociones de los personajes se agitan, van y vienen, y suenan como las olas del mar. Sí, es una película del Oeste donde el paisaje de fondo son las aguas saladas, la arena, los riscos, las olas… Y cuenta la historia de una traición y una venganza. Pero también es una intimista e imposible historia de amor. Un análisis de esta película es un reto con varios frentes que merece la pena tocar. Primero, el disfrutar de una pareja cinematográfica de la que no se habla mucho, pero que no solo tuvo química, sino que dejó tres buenas películas para inmortalizarla. Y la culminación de lo bien que casaban fue sin duda este film extraño. Estoy hablando de Marlon Brando y Karl Malden. Segundo, la huella y presencia de tres hombres con personalidades arrolladoras: Sam Peckinpah, Stanley Kubrick y Marlon Brando. Y, por último, es una de esas películas que no gozaron de toda la libertad creativa, que vivió un rodaje tormentoso hasta que se puso en pie, que tenía metraje eterno y fue recortada por la productora para ser estrenada… y cuyo resultado imperfecto muestra también los destellos de su genialidad.

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La doncella (Ah-ga-ssi, 2016) de Park Chan-wook

La doncella

Si se observa el hermoso cartel de La doncella, del director coreano Park Chan-wook, ya aporta claves de lo que vamos a ver en pantalla. Un cuento sensual y sexual con toques de crueldad pero con trazos delicados, de aire victoriano, con gotas góticas y con brotes de belleza como las ramas de un cerezo en flor con una mujer bella colgada… Y es que todo eso y más puede encontrarse en una película que no solo seduce con la historia que cuenta, sino que es imposible no enamorarse de cómo está contada.

Y ya su título es revelador. Si en inglés (The handmaiden) no deja duda de que la doncella del título se refiere a la sirvienta de una delicada joven encerrada en una mansión que esconde secretos, su título en castellano sirve para las dos protagonistas: doncella es Sooke, que entra a trabajar al servicio de la joven millonaria, Hideko. Y Hideko también es doncella…, delicada y virginal. Y alrededor de las dos gira una historia de amor, pasión, sexualidad y venganza (uno de los temas estrella de Park Chan-wook).

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Venganza, pasado e infancia. La modista (The Dressmaker, 2015) de Jocelyn Moorhouse / El regalo (The gift, 2015) de Joel Edgerton

Venganza, pasado e infancia, tres ingredientes que no faltan en dos películas muy diferentes. Una viene desde Australia (pero su directora y guionista ha trabajado en EEUU), la otra de EEUU (pero su director y actor secundario también es australiano). Una, disfrazada de melodrama extremo con gotas de exageración, sin miedo al ridículo. La otra, de thriller con susto sobre vecino de pesadilla que invade la intimidad de una pareja a historia con un complejo giro moral. Y las dos con los suficientes ingredientes como para no pasar desapercibidas, pese a ser irregulares (aunque ahí también radique parte de su encanto).

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La furia (The fury, 1978) de Brian de Palma

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Si leemos uno de los artículos de Guillermo Cabrera Infante, “El brillante Brian (De Palma)”, en su faceta de crítico cinematográfico, recopilado en el libro Cine o sardina, nos encontramos con que escribe esto, refiriéndose a La furia: “La factura de este film hermoso visualmente (el mejor que ha hecho De Palma hasta ahora) no solo es impecable sino obra de un virtuoso artístico, de un técnico maestro, de una brillantez rara aun en un cine técnicamente tan perfecto como el cine americano actual”. Y es que, particulamente, De Palma es un director que domina la forma y con el contenido vuela a veces hacia la racionalidad y otras al delirio. La furia es puro delirio dentro de una factura visual brillante. Aunque por ahora, sin ninguna duda, de su filmografía me quedaría con Atrapado por su pasado (Carlito’s Way).

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Ran (Ran, 1985) de Akira Kurosawa

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Ran de Akira Kurosawa es de esas películas que permiten un análisis profundo y rico. El director japonés se inspiró en una obra de teatro occidental (El rey Lear de William Shakespeare) y la tiñe de su universo de cultura e historia japonesa. Kurosawa consigue una interesante y extraña fusión (cine, teatro shakesperiano, teatro japonés y un estudio pormenorizado y detallista de la historia de Japón del siglo xvi) para crear, a través del reflejo del caos, las consecuencias nefastas del poder, la violencia y la venganza. Kurosawa convierte la tragedia shakesperiana en más extremista…

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Horizontes lejanos (Bend of the river, 1952) de Anthony Mann

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Horizontes lejanos además de ser una película tremendamente entretenida y emocionante esconde toda una simbología —con gotas de ‘épica’ bíblica y mitología— y no se aleja del western psicológico que estaba alimentando Anthony Mann con ese héroe, más humano y por ello más complejo, con rostro de James Stewart. Tan solo dos años antes Ford había llevado a cabo un western donde representaba el viaje simbólico de una caravana de mormones que buscaban unas tierras donde asentarse y se hacía acompañar por dos rudos vaqueros para poder cumplir su objetivo. Ese viaje es transformador para todos (y no falta la emoción, la amenaza y visitantes que se unen a la caravana como un grupo de comediantes…). Me refiero a la olvidada Caravana de paz. Pues bien Mann retoma otro viaje de una caravana de emprendedores colonos (y creyentes colonos, no se obvia que son comunidades tremendamente religiosas) para darle también un significado simbólico y psicológico. Esta vez la caravana viaja en compañía de un hombre que les está ayudando a cumplir su objetivo (asentarse en unas tierras). Ese hombre se llama Glyn McLyntock y tiene el rostro de James Stewart.

Glyn McLyntock tiene un pasado que le atormenta (huye de él) así que convierte en objetivo de su vida el llegar a una ‘tierra prometida’ y asentarse junto a los colonos como granjero y agricultor. Emprender una nueva vida. Ese pasado es ser un fuera de ley (figura fundamental del universo western) y dejar de lado la violencia… Sin embargo (de nuevo la complejidad) sin ese conocimiento que tiene Glyn de la ‘violencia’ difícilmente la caravana lograría llegar a ese mundo prometido. Es decir sin un Glyn siempre al acecho, con un instinto de la supervivencia tremendamente desarrollado, sin miedo alguno de empuñar un alma y matar… la caravana no alcanza el final de su viaje.

Pero para complicar más la trama si cabe… Anthony Mann proporciona otro compañero de viaje a McLyntock. Se trata de Emerson Colt (Arthur Kennedy), otro fuera de ley. Entre McLyntock y Colt se establece una fuerte relación de amistad y de cuentas pendientes (en distintos momentos cada uno salva la vida del otro) además de entender un mismo lenguaje. Pero la relación irá evolucionando hasta convertirse en un enfrentamiento a muerte. El motivo: uno decide seguir siendo un fuera de ley y el otro quiere dejar esa vida atrás… Y en medio y ‘objeto de disputa’, una caravana de alimentos y subsistencia fundamental para que cien colonos, ya asentados, puedan pasar su primer invierno en las montañas.

Así surge la metáfora en la que se sustenta toda la película y la relación y evolución de estos dos personajes (que podrían ser uno). El patriarca de la caravana de colonos, un hombre creyente, sabio y tremendamente conservador (Jay C. Flippen) le cuenta a McLyntock una metáfora. Está convencido de que los fuera de ley no cambian y son manzanas podridas a las que hay que sacar del barril pues pueden extender la podredumbre y afectar a las manzanas más sabrosas. A través del largo viaje el significado de esta metáfora se va alterando para cada uno de los personajes principales de la trama. Nada es blanco o negro, existen los matices.

Mann señala a través de su película que uno de los motivos que pueden cambiar a un hombre y cambiarle a peor es la ‘fiebre del oro’ (tema maravillosamente ilustrado por John Huston en El tesoro de Sierra Madre). Así la caravana llega en un principio a una localidad donde todo es armonía y que les recibe con los brazos abiertos antes de irse a las montañas a asentarse en la tierra prometida. En esta tranquila localidad, llena de buena gente colaboradora, hacen un trato para que en un mes les suban los alimentos necesarios y además dejan a la ‘chica’ de la caravana que necesita recuperarse pues ha sido herida por los indios. Cuando ya una vez en las montañas, ven que no llegan los suministros, el patriarca y el pistolero (James Stewart) regresan a la localidad que se ha convertido en un lugar hostil, sin ley, dominado por el juego y otros vicios, donde los amables habitantes se han convertido en ambiciosos… Y allí el pistolero volverá a encontrarse con su compañero de aventuras y con una chica que ha cambiado…

Pero además Horizontes lejanos es puro entretenimiento a todo color (aunque en el dvd que poseo este color está tremendamente perjudicado) y domina las claves del western. Así aparecen los indios, se habla de la guerra civil norteamericana, los grandes parajes, las montañas, los ríos, los enfrentamientos, los linchamientos, los jugadores, las traiciones, las fuertes amistades, la venganza pero también el amor y la cotidianeidad de la vida dura en el salvaje oeste. Por último señalar que así como en Winchester, Rock Hudson tenía un pequeño papel como jefe indio, su carrera sigue evolucionando con Mann y ahora en Horizontes lejanos es uno de los personajes secundarios de la trama como un joven jugador cuyo corazón queda atrapado por una dama de la caravana y que se convierte en amigo inseparable de McLyntock y Colt. Su dilema es: ¿a quién seguirá cuando el enfrentamiento sea ya insostenible?

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Winchester 73 (Winchester 73, 1950) de Anthony Mann

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… tenía una vieja asignatura pendiente y era analizar la obra de un dúo de cine que colaboraron juntos en ocho películas (cinco de ellas western). Estoy hablando del actor James Stewart y el director Anthony Mann. La inauguración de esta relación profesional ocurrió con Winchester 73, un western redondo de estructura perfecta pero a la vez emocionante. Y así iniciaré un pequeño ciclo que incluirá aparte de Winchester, Horizontes lejanos y Tierras lejanas.

¿Por qué esta colaboración es importante en el género de películas del Oeste? Porque supone un paso más y la evolución definitiva de una innovación importante que se estaba dando en el género… Supuso además un antes y un después en la carrera de James Stewart como actor y en la percepción que tenían de él sus seguidores. Suponía la evolución del héroe del western en un terreno de ambigüedad moral. Los límites entre el bien y el mal ya no estaban tan claros y los héroes de Mann son psicológicamente complejos. Y esa complejidad tenía el rostro de James Stewart. Poco tienen que ver los personajes de John Wayne con los de James Stewart (y ambos lo demostrarían juntos en un western maravilloso de John Ford, El hombre que mató a Liberty Valance). Y poco tienen que ver tanto en presencia física como en psicología y comportamiento.

Winchester 73 tiene un mecanismo de construcción circular y perfecto que no impide no sólo un buen ritmo sino un relato inquietante, una intriga que atrapa y unos personajes muy atractivos… El título se refiere a un rifle mítico que va pasando por distintas manos y cuyo periplo va unido a una historia obsesiva de venganza. Una venganza con complejos lazos familiares…, un misterio por desvelar que llega a su culminación cuando la chica de saloon encuentra una fotografía…

Este western significó dos cosas en la carrera de Stewart. Una a nivel profesional (y de cambiar los códigos de relación actor-productora) y otra respecto su imagen proyectada. En esta película Stewart no recibió un salario sino que firmó una cláusula en la que se especificaba que el actor recibiría un elevado tanto por ciento de los beneficios de la película… Una película que funcionó… Esto supuso la constatación de que algo estaba cambiando en la industria y en su sistema de estudios. Las reglas se estaban transformando y la caída del sistema se avecinaba… Los actores iban adquiriendo un poder sobre sus carreras antes inimaginable…, ya se negaban cada vez más a ser simples marionetas de los estudios.

Por otra parte Stewart proyectaba una imagen determinada a los espectadores, que le adoraban, que sobre todo alimentaban sus comedias pero también sus incursiones en otros géneros: el personaje de Stewart era un hombre bueno (así le ocurría también a su amigo Henry Fonda). Sus héroes eran coherentes, rectos, idealistas, morales, amables, bondadosos… Anthony Mann complicó esta imagen, introdujo la ambigüedad, las sombras del héroe bueno (también estaba contribuyendo a este cambio Alfred Hitchcock…, y se notaba esta evolución en su carrera junto a Frank Capra). Revistió de humanidad a unos personajes moralmente complejos. Así el héroe de Winchester es obsesivo, vengativo y violento aunque nos posicionamos a su lado… porque a la vez es un buen amigo, respetuoso, valiente… No se queda tranquilo ni encuentra un atisbo de paz hasta culminar lo que se ha propuesto, la venganza. Pero los límites del bien y del mal para llevarla a cabo se tambalean continuamente…

Por otra parte Mann contribuía y establecía un nuevo paso en el género del western: dar cada vez más importancia al componente psicológico convirtiendo las historias en más difíciles y complejas pero a la vez más atractivas… y todo ello con un respeto absoluto a las claves del género y con su mitología particular. En Winchester 73 aparecen los indios, la chica de saloon, el séptimo de caballería, los forajidos, las diligencias, los carros, personajes míticos como Wyatt Earp (que aparece como personaje) o el general Custer (al que nombran varias veces)… Además de un dominio de la narrativa cinematográfica y de la puesta en escena sin igual que permite escenas tan brillantes como el concurso, al principio de la película, y que arranca toda la acción. La presentación de los personajes principales y del conflicto mientras se celebra el concurso para ganar un rifle mítico es un mecanismo perfecto y redondo.

Además de James Stewart y su contrincante Stephen McNally (un actor que no tuvo nunca la categoría de estrella pero sin embargo tiene una carrera con títulos a tener en cuenta), la galería de buenos actores que además construyen sus personajes en esta película es toda una fuente de satisfacciones para el espectador. Así la chica de saloon (un personaje que podía haber sido plano y sin embargo está resuelto de manera atractiva con un montón de matices y detalles) está maravillosamente interpretado por una actriz que creo hay que reivindicar una y mil veces, Shelley Winters. El forajido chulesco, algo psicópata pero con un gran sentido del humor no podía ser otro que un magnífico Dan Duryea. Y el mejor amigo de James Stewart (que es el que le contiene, su Pepito Grillo particular) tiene el rostro de Millard Mitchell, uno de esos secundarios efectivos que cuando aparecen en pantalla, siempre nos suena su cara. Otra cosa que me encanta de esta película es encontrarme con dos actores que empezaban su carrera y que pronto se convertirían en estrellas: Rock Hudson, ataviado de jefe indio (y uno de los dueños del famoso rifle) y un joven Tony Curtis, como un joven soldado del séptimo de caballería. Y los dos ya muestran su carisma.

Así que este dúo de cine empieza su colaboración con una película de estructura perfecta que además de lidiar con la mitología y las claves del western proporciona una nueva mirada, un paso más para el género.

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